La gran perturbación de Francisco Fernández Buey: hace 30 años
Josep Torrell Jordana
En el año 1995, la editorial Destino publicó el libro La gran perturbación. Discurso del indio metropolitano de Francisco Fernández Buey. 456 páginas (de un tamaño de 23×14 centímetros). Era un libro grueso. Su precio era elevado (creo recordar que eran más de dos mil pesetas). En todo caso, era lo suficiente para que hubiera muy pocos que lo compraran.
Éste razonamiento de no se lo van a leer fue lo que predominó entre los libreros del momento. El volumen de retorno obligó a Destino a quitarse de encima un libro que no se vendía: es decir, lo envió a la guillotina.
Aquí existe la guillotina para los libros. Esto hace que muchos libros importantes no se encuentren ya (o sólo se encuentren ejemplares de segunda mano). Con la guillotina para los libros sucede lo mismo que para las personas: habría sinceramente que prohibirla.
A veces, sucede que los mismos trabajadores ofrecen a los autores la posibilidad de adquirir sus libros (pero pagándolos) o dejarlos en la guillotina.
Al saber que Destino quería liquidar el libro, Miguel Riera, el director de El Viejo Topo, osó comprar una cantidad (de 200 o 300 libros) de La gran perturbación, sustituir las tapas viejas por unas nuevas de El Viejo Topo, a mucho menor precio (aunque en su interior seguía siendo un libro de Destino). Así pues, en junio de 2021, salió le segunda edición –la primera editada por El Viejo Topo— de La gran perturbación. Sin embargo, la edición es de 1995, fecha que figura en todas las bibliografías.
La gran perturbación supone un cambio de estilo en los textos de Fernández Buey. Es un cambio, también, en el objeto de sus actividades. Creo que es posible afirmar que La Gran Perturbación fue una obra que debe ser considerada como für ewig (para siempre) cómo dijera Gramsci.
En el momento que Fernández Buey se puso a escribir esta obra, el mundo estaba viviendo las consecuencias que Octavi Pellissa había vaticinado que ocurrirían con el hundimiento de la Unión Soviética. Muchos de los partidos de izquierda se habían volatilizado. Para muchos ciudadanos el comunismo se había convertido en el descrédito del «socialismo real». Y el ultra-capitalismo rampante y feroz campaba por toda la Tierra, sin límite alguno. Era el testimonio de un mundo cruel y atroz.
Para Fernández Buey, este panorama supuso un doloroso agobio en el plano personal. Había que buscar algo que fuera para siempre. Algo que fuera tiempo für ewig. Esto no significa un, por así decirlo, «corte epistemológico», sino algo que pudiera reconocer unas huellas en un tiempo otro y en un sitio poco transitado por un filósofo; algo que para nosotros era inusual: la América latina en el siglo XVI.
De entrada, fue a la Universidad de Valladolid con su compañera, Neus Porta, que dejó la editorial Destino. Más tarde, al volver a Barcelona, Neus fue a Italia a aprender a hacer libros incunables (aunque a finales de 2010, le diagnosticaron el cáncer que acabaría con ella).
La gran perturbación es una obra historiográfica, que enlaza dos temas entre sí: Bartolomé de las Casas y, al mismo tiempo, el siglo que España trajo riqueza –oro y plata— producida por los indios esclavizados, pero también los envíos a los banqueros europeos durante el siglo XVI. Dos temas que se funden entre sí.
Bartolomé de las Casas es el hilo conductor del libro; pero también aparecen hombres como su antecesor (Francisco de Vitoria), o quienes fueron sus aliados (como Bartolomé Carranza de Miranda, que acabó en la prisión de la Inquisición española), o quien fue su contrincante en la Controversia de Valladolid (Juan Ginés de Sepúlveda). Y luego alguna gente como Fernando de Valdez y Salas (arzobispo de Toledo, Inquisidor general, presidente del Consejo Real de Castilla y autor de uno de los más famosos y censores de los índices de libros prohibidos).
Por otro lado, la razón de los cambios del siglo XVI y el desmoronamiento de los reinos de España, y la impetuosa bancarrota que barrió todos los restos que fueron la fortuna del oro indiano, que terminó en las arcas de la banca europea.
Desde el principio de siglo XVI, los nativos eran obligados a realizar trabajos forzados o sometidos a castigos extremos hasta la muerte. En 1524, el dominico Bartolomé de las Casas empezó a ver cómo sucedían las cosas (aunque de ellas no sabían nada en la península). Sus libros, donde se hablaba del asesinato de los indios, crearon una enorme indignación. Hasta el punto que obligó al rey de España, en 1550-1551, a la Controversia de Valladolid entre Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda.
Francisco Fernández Buey dedica el capítulo tercero a la Controversia de Valladolid. La relectura de los textos de Bartolomé de las Casas es inmejorable, atenta a cada pormenor o matiz, y a cada cambio en la crítica que Bartolomé de las Casas va haciendo en su discurso. También a los argumentos que da Juan Ginés de Sepúlveda, quien en Valladolid porfía a favor de la guerra contra los indígenas. Ginés de Sepúlveda era un doctor en las entretelas del aristotelismo y de las teológico-jurídicas. Todo hace pensar que Sepúlveda fue más convincente en lo relativo a los argumentos tomistas. Pero Bartolomé de las Casas supo poner de manifiesto las injusticias y los desajustes teológicos que implican. Así, «el discurso metropolitano» de Bartolomé de las Casas salió ganador de la controversia. En 1552, escribió Brevísima relación de la destrucción de las Indias de Bartolomé de las Casas.
De hecho, en la película La controversia de Valladolid (1991), interpretada por Jean Louis Trintignan (Sepúlveda) y un arrebatado Jean-Pierre Marielle (Las Casas), Sepúlveda hace el papel de malvado.
El segundo tema es la historia del paso de la Edad Media al mundo moderno, a través de una crisis económica sin precedentes. Al encontrar oro y plata en el Nuevo Mundo, estalló en la península una pasión por emigrar hacia los países que tenían el oro. Pero entre los dos enclaves había un océano, y hacían falta muchos barcos para embarcarse. Los banqueros europeos fueron la garantía para la construcción de tales aparejos (pero sujeto a intereses). Carlos V y Felipe II apoyaron el pago y los intereses creados. Pero una vez llegaban los metales preciosos, iban como intereses a las arcas de los banqueros europeos. Así el flujo de oro y plata cruzaba España y se vertía a los banqueros y los plutócratas de Europa.
Esto creó un inmenso desgaste y las tierras peninsulares tuvieron una crisis aguda, que se extendió hasta las ciudades (y también a los hidalgos). Los banqueros cerraron el grifo de los empréstitos y exigieron sus beneficios. Felipe II vio la bancarrota y mando al Inquisidor General Fernando de Valdez y Salas para acabar con los indigenistas y los luteranos; y después de estos, a quién chistara contra el gobierno.
Francisco Fernández Buey apunta que lo ocurrido era, en realidad, un choque entre culturas, que fue la acepción que luego ha sido la habitual en la antropología contemporánea. Y plantea como fuente de inspiración las lecciones de 1974 de Manuel Sacristán sobre el indio Gerónimo.
¿Qué es La gran perturbación? El vocabulario de la obra es equívoco. El lenguaje tiende (aunque en contadas ocasiones), a ser arcaico. Una de las razones de ubicuidad con la lengua son las citas del siglo XX y XXI: no existen. Uno tiene la impresión de que puede identificar una frase, pero no logra atribuir la frase a un autor concreto. Todo se asemeja a un terreno no sabiendas descubierto, que busca proponer un mundo aún no creado.
Así, Marx desaparece como el autor de la frase que constata que la historia avanza por el lado peor, que Fernández Buey ha utilizado en múltiples ocasiones en sus obras; o también es el caso de «las gélidas aguas del cálculo egoísta» de Marx, señalada muchas veces por Fernández Buey en todo el libro.
Tres ejemplos de todo esto. Primero: el «indio metropolitano» del título no es más que un pequeño grupo del movimiento estudiantil italiano en 1976-1977 (llamado originalmente Gruppo Geronimo) que se disolvió, dicen, en la lucha armada (aunque no está nada claro que ellos estuvieran por esto), la cocaína y la heroína. El Viejo Topo publicó un artículo de Rafael Argullol, que dejo bastante desasosegados a algunos jóvenes obreros de Igualada, aludiendo a los indios metropolitanos. Segundo: se habla en ciertos apuntes de La gran perturbación sobre la aceptación de «el derecho a la diferencia». Pero esto era una breve nota de Quim Sempere (con seudónimo) en el semanario Treball en defensa de los homosexuales y lesbianas (cuando esto era inusual entre los políticos y los sindicatos). Y tercero, pero más obvio, es aquel que nos dice que «de todas las historias de la historia, la más triste sin duda es la de España porque termina mal», del poeta Jaime Gil de Biedma.
Ahora han pasado 30 años desde la primera edición de La gran perturbación. Es obvio que era una historia «para siempre», algo que quería buscar refugio de la desolación del momento. Eso se nota. Como se nota también, y mucho, la sabiduría que emana de todo el libro. Su obra se parece a la de Josep Fontana, Edward P. Thompson o Raymond Williams (¡y no es historiador, sino filósofo!).
Adentrarse en el siglo XVI dejó sus huellas en la obra escrita de Fernández Buey. Esto se puede apreciar en dos escritos posteriores. El primero de ellos es Marx (sin ismos) de 1998, que con pensamiento propio, comenta y contextualiza las principales ideas de la obra teórica marxiana, avanzando en su discusión, pero también otros asuntos que han caído en desuso (con el paso del tiempo o porque ya fueron débiles en su ideario). El segundo libro es Leyendo a Gramsci (2001), que no debe considerarse la mera continuación de los Ensayos sobre Gramsci (1978): es otra cosa. Y esto que se indica en las primeras páginas del libro. Gramsci es –como Manuel Sacristán— algo más que un teórico; por su prisión y por las relaciones con Julia y Tatiana que hicieron de él alguien emblemático en la tradición marxista moderna. Para Fernández Buey: mon semblable, mon frère. La escritura de estos textos tiene su raíz en su inmersión en el siglo XVI.
Treinta años después de la publicación de La gran perturbación. Discurso del indio metropolitano se intuye la necesidad de leerlo, los que son lectores y lectoras nuevos y, sobre todo, muchos de los que tendríamos que haberlo hecho hace ya muchos años (y no lo hicimos).
17-I-2025
[Este texto ha sido ha sido posible gracias a la corrección de Xavier Pedrol.]