Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Huelga general, libertad y democracia

David Rodríguez

Confieso que el título de este artículo es un plagio. Roberto Blanco Valdés tituló de igual manera un artículo suyo el día después de la huelga general del 29 de marzo.

Copié con todo descaro al columnista estrella de La Voz de Galicia, básicamente, porque expresa, en un medio con gran influencia social e institucional en este país —que además se mantiene en pie con las subvenciones pagadas con el dinero de todos los gallegos y gallegas (también los míos) — algunhas opiniones machaconamente recurrentes en la presa de la derecha (lo que equivale a decir a la práctica totalidad de la prensa) sobre conceptos demasiado valiosos —democracia, libertad— como para que permitamos que los vacíen de contenido y los tergiversen a su antojo.

Sin pretender entrar ahora en la influencia de otras “microfísicas del poder” como las analizadas por Michel Foucault en el comportamiento de las personas, el principal problema de deste tipo de interpretación de las cosas (los piquetes son antidemocráticos, la única participación social legítima consiste en votar cada cuatro años y en callar la boca el resto, la libertad al trabajo está siendo vulnerada con la huelga, etc.) es que parte de la ingenuidad (interesada, naturalmente) de que en nuestra sociedad la única ley que impera es la equivalente a la que en el antiguo régimen se conocía como loi civil y que las decisiones de los ciudadanos nunca se ven condicionadas por otro tipo de leyes no escritas. Estos demócratas formalistas no sólo parten de que los códigos prescriben qué se puede y no se puede hacer sinó también de que los códigos tienen, quizás por poderes sobrenaturales, la milagrosa capacidad de hacerse respetar siempre y por todas las partes.

Se comportan, este tipo de analistas, como si la verdadera razón de ser de la política, la resolución de la confrontación de intereses contrapuestos en el seno de la sociedad, fuese un limpio y florentino duelo de esgrima retransmitido por televisión desde la Carrera de San Jerónimo o desde la rúa do Hórreo en la que los dos contendientes en liza (en verdad los intereses de uno de los contendientes raramente aparecen en esas instituciones) partiesen de la misma posición de poder y contasen con las mismas capacidades y posibilidades. Es por eso que los comentarios de estos analistas consisten, la mayor parte de las veces, más en una nota al pie de página de esa novela de ficción llamada democracia de mercado, y de otras subficciones como es la del espíritu emprendedor necesarias para sostener el edificio ideológico, que en una descripción veraz de cómo funcionan las cosas en la realidad.

Cuando se enfatiza el papel “violento”, “mafioso” (o cualquier otro calificativo de los leídos en la prensa estos días) de los piquetes el día de la huelga y se olvidan las coacciones y amenazas de la mayor parte del empresariado los días previos a la huelga, el día de la huelga y todos los días del resto del año —con el añadido de que éste tiene la potestad de decidir sobre el pan de la gente— se está a dar por justo un combate en el que uno de los dos contendientes tiene, en realidad, uno de los brazos atados a la espalda. En otro orden de cosas, conviene señalar también lo poco honesto que es hablar sólo de la participación en la huelga y no mencionar las masivas manifestaciones de ciudadanos. Quizás sucede que también se piensa que esos ciudadanos fueron forzados a acudir, a gritar y a indignarse con la reforma laboral.

Como bien explicaba Antoni Domènech en su estupendo El eclipse de la fraternidad, en el antiguo régimen además de la loi civil imperaba la loi de famille. Ésta, heredera del feudalismo medieval, regía en la casa del señor en la que la loi civil no tenía ningún derecho a legislar. Recordaba también Domènech que la etimología de las palabras relacionadas con la familia esconden en su seno significados que hablan por sí mismos. Así, si entre domus (casa) y dominación existe un vínculo bien transparente, tambíen no es casual que la palabra que dará lugar al propio término familia, famulus, significase esclavo. Cuando los demócratas formalistas analizan la sociedad como algo perfectamente representado en las instituciones y en sus códigos olvidan que en estas “sociedades libres” hay muchísimos espacios en los que la loi de famille tiene más peso —aunque non se encuentre codificada— que la loi civil. Uno de esos lugares refractarios a la democracia es la empresa. En ella la dominación y el servilismo son el pan de cada día.

Es paradójico, y muy elocuente, que la piedra angular de las autoproclamadas sociedades democráticas liberales sea una institución en la que la democracia aún no penetró. El lugar en el que la gente del común pasa un tercio del día, el lugar que marca todas las decisiones políticas de los estados, el lugar que determina el tono de los discursos emitidos por los media hasta el punto de que su lógica ya ensució otros campos semánticos (la expresión capital humano es paradigmática), en suma, la entidad que ejerce de modelo de todo lo existente en las “sociedades libres” es un lugar antidemocrático en el que la loi de famille de los viejos señores medievales y de los termidorianos que desandaron los logros de la revolución francesa, prevalece sobre la loi civil en aquellos aspectos en los que esta todavía inclina el fiel de la balanza a favor de los de abajo.

Y si verdaderamente queremos hablar de democracia y libertad, ¿por qué no preguntarnos por la salud de estos dos valores, supuestamente centrales en nuestra sociedad, en el interior de las empresas? ¿Por qué no preguntar cuántas personas con experiencia en lo que es el trabajo por cuenta ajena puede expresarse con libertad en su empresa? Por qué no preguntar cuántos se ven forzados a aplicar un estado de excepción a su condición de ciudadanos durante ocho (casi siempre más) horas de cada uno de sus días? No será que muchos de los que salieron a la calle el 29 de marzo, conocedores de cómo actuaba el rodillo de la loi de famille en las empresas en que trabajan, no están dispuestos a permitir que este tipo de perversa ley consuetudinaria se sancione, además, en la loi civil emanada de las instituciones políticas que, según los opinadores de la derecha, son las únicas legítimas, democráticas y libres?

¿Y qué es la huelga general y la acción de los piquetes sinó una herramienta democrática a disposición de los de abajo para preservar su libertad —pues sólo es libre quien tienen las condiciones materiales necesarias para serlo y sólo es democrática una sociedad compuesta por individuos libres— cuando esta se ve conculcada por una contrarreforma laboral que dá poderes omnímodos al empresariado para despedir sin rendir cuentas a nadie, o para cambiar de puesto al trabajador a su antojo, o para modificarle el salario, o para descolgar a la empresa de los convenios colectivos?

¿Y que hay, por último, más democrático que ver como el grupo de hermanos en los que se acaban convirtiendo todos aquellos que viven bajo el yugo del pater familias (el patrón), se unen fraternalmente para luchar contra esta tiranía, tan hipócrita, que lejos de mostrase como lo que es, prefiere disfrazarse con ropajes democráticos?

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