Entrevista a Fernando G. Jaén Coll sobre Manuel Sacristán
Salvador López Arnal
«Su dominio de cuanto nos decía, el rigor de sus planteamientos y de la argumentación, aquella enorme erudición que despertaba en mí la imperiosa necesidad de leer a cuantos autores mencionaba, pero, sobre todo, el rigor exigido a los autores leídos, fue, en mí, fruto de sus clases.»
Gran conocedor de la obra de Manuel Sacristán, Fernando G. Jaén Coll, licenciado y doctor en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Barcelona, de la que fue profesor de Política Económica durante cinco años, es actualmente Profesor Titular de Economía y Empresa de la Universidad de Vic.
¿Cuándo y cómo conociste a Manuel Sacristán?
Yo conocí a Manuel Sacristán, si no recuerdo mal en el año 1972, cuando era miembro del Partido Obrero Revolucionario de España (PORE, antes Organización Trotskista) y le pedí, supongo que tras una conferencia suya (quizás la que pronunció en el Aula Magna de la Facultad de Económicas de la Universidad de Barcelona, que estaba a rebosar con cientos de alumnos, y que inició traduciendo directamente del griego a Parménides), que impartiera un curso sobre El Capital de K. Marx a los miembros de la célula clandestina en la que yo militaba entonces. Aceptó, le di mi número de teléfono, que no apuntó diciéndome que él lo memorizaba mediante un algoritmo (quise yo imitarle después). Me telefoneó días después y me dijo que mejor que lo dejáramos, pues se acercaba su cumpleaños y la policía aprovechaba cada año para fastidiarle y detenerlo.
Años después tuve la inmensa suerte de tenerlo de profesor de Metodología de las Ciencias Sociales en el curso de 1980-1981.
Como comentas, fuiste alumno de él en el curso de Metodología de las Ciencias Sociales de 1980-1981. ¿Qué recuerdas de aquellas clases?
Un goce sin igual. Mi pasión por el conocimiento, por la búsqueda de la verdad a través de la ciencia y la exigencia de rigor, propio de las matemáticas y de la lógica, así como por la belleza y precisión del lenguaje se vio colmada.
Sacristán hacía participar a los alumnos en la discusión de aquello que exponía en el curso normal. Ese año sugirió seguir el libro de Madeleine Gravitz, en dos tomos, traducido al español. Además, sugirió que, a modo más de seminario, trabajásemos el libro de Mario Bunge, Epistemología, al que yo hice no pocas críticas que él consideraba oportunas, más por su generosidad hacia el alumno que por la calidad de las mismas, diría yo.
Ese rasgo era parte de su manera de impartir las clases: tomaba lo dicho por un alumno, destacaba el aspecto positivo si lo había, y lo «devolvía» él a la clase en forma de razonamiento acotado, riguroso, contextuado, de manera que el alumno sentía que había hecho una aportación relevante, cuando en realidad, las más de las veces era Sacristán quien estaba haciendo la verdadera aportación. Su estilo socrático me resultaba evidente y queda retratado en el apotegma: «Escultor de almas y comadrón de ideas».
Su dominio de cuanto nos decía, el rigor de sus planteamientos y de la argumentación, aquella enorme erudición que despertaba en mí la imperiosa necesidad de leer a cuantos autores mencionaba, pero, sobre todo, el rigor exigido a los autores leídos, fue, en mí, fruto de sus clases.
Repetiste asistencia, si no ando errado, el curso siguiente, el de Metodología de 1981-1982. ¿Por qué?
Acabé el curso de 1980-1981 con matrícula de honor en su asignatura, en junio. Por entonces yo tenía una gran amistad con José Alonso Fajardo, estudiante de último curso de Medicina o recién licenciado, con el que manteníamos encuentros semanales de temas filosóficos en la cafetería Treno del hotel Cristal. Yo leía algún tomo de la obra completa de Ortega y Gasset y él leía a Juan David García Bacca, enriqueciéndonos mutuamente, y él me propuso, o yo a él, no recuerdo bien, asistir al curso nocturno de Sacristán, el de 1981-1982.
Cuando me vio Sacristán allí, se sorprendió y me dijo que yo ya no podría aprender mucho más, a lo que respondí que sí y que acompañaba a un amigo y a su novia (Gema) interesadísimos en seguir el curso después de haberme oído decir maravillas de él durante un año.
José Alonso me preguntó si podía grabar las sesiones en «casete» y yo se lo trasladé a Sacristán, que no se opuso. José, Gema y yo asistimos y disfrutamos lo indecible.
Esas grabaciones llegaron a mis manos muchos años después, en 1996 si mi memoria no me falla, gracias a la generosidad de Joan Benach, amigo y compañero de estudios de José Alonso Fajardo. Como sabes, las hemos transcrito y las hemos incluido en el volumen III de Filosofía y Metodología de las Ciencias Sociales III. Sabemos por la transcripción que fuiste un alumno muy participativo durante el curso. Aunque ya has hablado antes de ello, permíteme insistir. ¿Dejaba margen Sacristán para las intervenciones de los alumnos en sus clases?
Efectivamente fui muy participativo, tratando de poner en cuestión cualquier afirmación o aspecto que no me convenciera.
Sacristán no sólo dejaba participar, animaba a ello continuamente, pues la esencia de sus clases era esa. Él iniciaba la clase planteando una cuestión, debidamente contextuada, tanto en lo que atañía a ella misma como en lo que concernía a la clase, recordando, a veces, la intervención de un alumno en días anteriores. A continuación, trasladaba la palabra a los alumnos y alguno de nosotros intervenía, con toda la amplitud que diera de sí lo que decía, luego, él recogía lo dicho y lo enderezaba (si torcido) o lo aderezaba (abriendo horizontes de conocimiento).
En ese año académico de 1981-1982, salvo error por mi parte, te matriculaste también en el curso de doctorado que Sacristán impartió sobre el Sistema de lógica de J.S. Mill. ¿Qué recuerdas de ese curso?
Sí, me matriculé de su curso de doctorado sobre la lógica de J. S. Mill, pero meses antes de empezar, al inicio del verano anterior, tuve ocasión de decirle que me matricularía y le pedí que me recomendara algún libro al respecto para ir preparándome. Curiosamente me sorprendió recomendándome que leyera la «Autobiografía de J. S. Mill», que era muy interesante y contenía una acertada descripción de lo que era una depresión (nada sabía yo entonces del proceso depresivo sufrido por Sacristán). Lo leí con fruición, me pareció un libro digno de ser leído por cuantos más mejor y desde entonces lo recomiendo sin cesar. No voy a desvelar lo que mejor recuerdo, cada lector que encuentre lo suyo.
Tomo nota de la recomendación. Curiosamente, Toni Domènech también me sugirió su lectura hace años.
El curso se desarrolló en su Departamento en la facultad, e invariablemente yo me sentaba a su lado con una ávida intención: ver sus anotaciones como guion del curso, su manera de trabajar intelectualmente, su técnica para organizar las ideas y su exposición.
Mi afán era, sintiéndome discípulo, hacerme con la sabiduría del maestro. Es posible que el capítulo 2, «El Sistema de lógica de John Stuart Mill», del libro que has mencionado hace un momento, el volumen III de Filosofía y Metodología de las Ciencias Sociales, recientemente publicado por Editorial Montesinos, del que José Sarrión Andaluz y tú sois editores, se correspondan con aquellas notas matriciales que me subyugaban.
Afortunadamente hoy están publicadas.
¿Dirigió tu tesis doctoral?
No, yo cursé con él quinto de Económicas y desde el curso anterior, y así se lo conté a él, sabía que me quedaba de profesor de Política Económica en el Departamento de Jané Solà, que fue el director de mi tesis doctoral.
Me dijo que le parecía muy bien, que Jané Solà se portó muy bien con él en un momento dado en que él confiaba en su amigo Fabián Estapé, que le falló, y, en cambio, le apoyó Jané, con el que no tenía amistad.
Jané tenía un gran respeto por la sabiduría de Sacristán.
¿Cómo conseguía Sacristán que alumnos de Económicas, alejados de entrada de estos temas, tuvieran interés en asuntos de lógica formal y de metodología de la ciencia?
Mi primer encuentro con la lógica formal fue en el Curso de Orientación Universitaria (COU), con unos apuntes ciclostilos que nos entregó la profesora de Matemáticas especiales del Instituto Balmes en Barcelona. Todo parecía indicar que eran apuntes de un curso o de un libro de Sacristán, aunque venían sin autoría.
No creo que la lógica formal calara profundamente en los alumnos de Económicas, y sí mucho la metodología de la ciencia, más asequible para la mayoría. En cualquier caso, el proceso de seducción se daba por las características con que impartía sus clases: seriedad con que trataba los asuntos, reflexión participativa, rigor extremo en el planteamiento y en la argumentación, expresión precisa y bella en lengua castellana, austeridad en las formas.
¿Hablaba de temas políticos en sus clases, impartía doctrina?
No, doctrina no impartía. Sus ideas las manifestaba si lo consideraba pertinente, sobre todo las que tenías que ver con la ciencia, con los autores de obras que tratamos en clase o recomendaba.
Nos abrió las puertas a la sociobiología de Wilson, al futurismo de Adrian Berry y su libro Los próximos diez mil años, por ejemplo, lo cual le llevaba a manifestar sus opiniones y a encuadrarlos en las corrientes de pensamiento.
¿Impartió algún curso sobre marxismo en Económicas durante esos años?
No, que yo tenga conocimiento.
¿Tuviste alguna relación personal con él?
Ya he contado la primera, en relación con El Capital y el PORE.
Aparte de los cursos tuve algún encuentro con él, casual y en el autobús, que servía para situarle un poco sobre mi evolución. Estuve en su casa a mi vuelta de mi «stage», en la Comisión europea, en Bruselas, pues le traje informes sobre asuntos de energía nuclear y de grandes corporaciones aeronáuticas, indicándome él que quedarían debidamente registradas en su biblioteca.
En aquella ocasión le insistí en que debía dedicarse a la lógica y epistemología y dejarse de intervenciones políticas, a lo que me respondió que no podía, pues muchas personas habían hecho el trayecto con él y no podía abandonarlas.
Poco antes de morir nos encontramos en el autobús y me dijo que había entrado en diálisis y lo que ello suponía. Era consciente de que se avecinaba el final de su camino.
¿Qué opinión te merece su faceta de conferenciante?
El mejor que he conocido, dejando aparte consideraciones festivas que se suelen desear de los conferenciantes para arrastrar al público, no era esa su vía. Sacristán tenía su propio estilo, pero las conferencias estaban siempre repletas de conocimiento bien digerido. No era falsamente humilde en sus exposiciones, más bien seco, y siempre contundente, con una sólida argumentación, en la cual no hacía concesiones más que a la verdad.
¿Y cómo traductor? ¡No solo tradujo los dos primeros libros de El Capital, dejo a medias el tercero, sino que tradujo las casi 1.400 páginas de Historia del análisis económico!
Lo primero que miro de un libro traducido es si lo tradujo él, y ello pese a su advertencia un día en la facultad en el que le dije que había visto en una librería la Historia de la Filosofía del padre Copleston, en nueve volúmenes, si no recuerdo mal, y que viendo que era una traducción hecha por él pensaba comprarlo. Rotundo me dijo que no lo hiciera, que era muy malo el libro, y que lo tuvo que traducir por necesidad económica.
Traductor exigente y certero en el uso de las palabras, da gusto leer lo traducido por él. Es un sello de garantía para mí.
¿Qué sentiste cuando supiste de su prematuro fallecimiento?
La tristeza de quien pierde a alguien que le ha regalado su sabiduría. La pérdida de un guía en mi búsqueda de la verdad, al margen de las ideologías (por más que él tuviera la suya). Una pena de que habiendo tanto mastuerzo hubiera que perderle a él, que tanto podía regalarnos todavía. Él, que para mí, es el principal filósofo español después de Ortega y Gasset.
Durante estos años, 40 desde su fallecimiento, has seguido escribiendo con frecuencia sobre él, sobre su obra. ¿Piensas que sigue siendo un pensador de interés para nosotros?
Sacristán tiene varias vertientes en su pensamiento: el marxismo, donde destaca excelsamente por su análisis filosófico y por su praxis, pero que seguirá los avatares de aquél en la historia; el medioambiente, que él trató profundamente en los inicios de la concienciación de la gente, pero que se ha convertido en su negación cuando muchos «verdes» viajan en avión y promueven que la energía nuclear es una energía limpia, sin atender a lo que supone una tierra infestada de residuos radiactivos. La cuestión de la energía nuclear fue otro asunto importante en sus reflexiones, pero, como tuve oportunidad de decirle, se acabará antes por sus costes que por la conciencia social, lo cual admitió como muy factible.
Lo que a mi juicio perdurará son sus manuales de lógica, su profundo y extenso conocimiento de la epistemología y de la filosofía de la ciencia. Su educación para el rigor.
Tú eres ahora profesor de Economía en la Universidad de Vic. ¿Te inspiran sus enseñanzas en tus clases?
Sí, me inspiran, pero el marco actual de la enseñanza, los niveles de conocimiento y las actitudes frente al esfuerzo que requiere el conocer, sólo permiten una aplicación somera, escasa, asintóticamente tendente a nula.
¿Qué opinión te merecen los actos que se están celebrando este año en el que recordamos el primer centenario de su nacimiento?
Este centenario es una gozada. Más allá de todo lo realizado y por realizar está el percatarse de que se ha producido un florecimiento, que ha requerido el esfuerzo de quienes se han puesto al frente de la tarea, pero que han encontrado eco social y se ha alcanzado una amplitud de conocimiento de la vida, de la obra y de la praxis de Manuel Sacristán como no se había conseguido. El florecimiento ha llegado tras años de edición de libros de Sacristán, que han convergido en este Centenario. Sacristán está presente.
¿Y las publicaciones?
Ha habido una labor de edición extraordinaria, en cantidad y en calidad, permitiendo que lectores poco conocedores de Manuel Sacristán puedan hallar tal o cual publicación de su interés o que le resulte curioso conocer. Creo que la publicación de la transcripción del curso 1981-1982 de «Metodología de las ciencias Sociales», alcanzará el interés de un público más amplio que el de sus seguidores.
¿Quieres añadir algo más?
Tras el centenario hay que proseguir con el estudio y la divulgación de la obra de Manuel Sacristán.
Que así sea. Muchas gracias Fernando.
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