Un punto de encuentro para las alternativas sociales

El lenguaje, los idiomas, el sentido común (*)

Antonio Gramsci

¿En qué consiste exactamente el mérito de lo que suele llamarse «sentido común» o «buen sentido»? No sólo en el hecho de que el sentido común emplea el principio de causalidad, aunque sólo sea implícitamente, sino en el hecho mucho más restringido que, en una serie de juicios, el sentido común identifica la causa exacta y simple al alcance de la mano y no se deja desviar por enredos e incomprensiones seudo profundos, seudo científicos, etc. El sentido común no podía dejar de ser exaltado en los siglos XVII y XVIII, cuando se reaccionó contra el principio de autoridad representado por la Biblia y Aristóteles; se descubrió que en el «sentido común» había cierta dosis de «experimentalismo» y de observación directa de la realidad, aunque sea empírica y limitada. También hoy, ante cosas similares, se manifiesta el mismo juicio sobre el valor del sentido común, si bien la situación ha cambiado y el «sentido común» actual es mucho más limitado en sus íntimos méritos.

Determinada la filosofía como concepción del mundo y no concebida ya la labor filosófica solamente como elaboración `individual» de conceptos sistemáticamente coherentes, sino además, y especialmente, como lucha cultural por transformar la «mentalidad» popular y difundir las innovaciones filosóficas que demuestren ser «históricamente verdaderas» y que, por lo mismo, llegaron a ser histórica y socialmente universales, la cuestión del lenguaje y de los idiomas debe ser puesta «técnicamente» en primer plano. Sería necesario rever las publicaciones de los pragmáticos al respecto (1).

En el caso de los pragmáticos, como en general en la confrontación con cualquier tentativa de sistematización orgánica de la filosofía, la referencia no tiene por qué tener relación con la totalidad del sistema o con el núcleo esencial del mismo. Creo poder decir que la concepción del lenguaje de Vailati y de otros pragmáticos no es aceptable; sin embargo, éstos han percibido exigencias reales y las han «descrito» con exactitud aproximativa, aun cuando no lograron plantear los problemas y darles solución. Me parece que se puede decir que «lenguaje» es esencialmente -un nombre colectivo que no supone una cosa única ni en el espacio ni en el tiempo. Lenguaje significa también cultura y filosofía (aun cuando en el orden del sentido común) y, por lo tanto, el hecho «lenguaje» es en realidad una multiplicidad de hechos más o menos orgánicamente coherentes y coordinados. Llevando las cosas al límite se puede decir que cada ser parlante tiene su propio lenguaje, es decir, un modo propio de pensar y de sentir. La cultura, en sus distintos grados, unifica una mayor o menor cantidad de individuos en estratos numerosos, en contacto más o menos expresivo, que se comprenden en diversos grados, etc. Estas diferencias y distinciones histórico-sociales son las que se reflejan en el lenguaje común y producen los «obstáculos» y las «causas de error» que han tratado los pragmáticos.

De ello se deduce la importancia que tiene el «momento cultural», incluso en la actividad práctica (colectiva): cada acto histórico sólo puede ser cumplido por el «hombre colectivo». Esta supone el logro de una unidad «cultural-social», por la cual una multiplicidad de voluntades disgregadas, con heterogeneidad de fines, se unen con vistas a un mismo fin, sobre la base de una misma y común concepción del mundo (general y particular, transitoriamente operante -por vía emocional- o permanente, cuya base intelectual está tan arraigada, asimilada y vivida, que puede convertirse en pasión). Si así son las cosas, se revela la importancia de la cuestión lingüística general, o sea, del logro de un mismo «clima» cultural colectivo.

Este problema puede y debe ser vinculado a la moderna concepción de la teoría y la práctica pedagógica, según la cual la relación entre el maestro y el alumno es una relación activa, de vínculos recíprocos, y por lo tanto cada maestro es siempre un alumno, y cada alumno, maestro. Pero la relación pedagógica no puede ser reducida a relaciones específicamente «escolares» por las cuales las nuevas generaciones entren en contacto con las viejas y aprehendan sus experiencias y valores históricamente necesarios, «madurando» y desarrollando una personalidad propia, histórica y culturalmente superior. Esta relación existe en toda la sociedad en su conjunto y existe para cada individuo respecto de los otros individuos; entre capas intelectuales y no intelectuales; entre gobernantes y gobernados; entre élites y adherentes; entre dirigentes y dirigidos; entre vanguardias y cuerpos de ejército. Cada relación de «hegemonía» es necesariamente una relación pedagógica y se verifica no sólo en el interior de una nación, entre las diversas fuerzas que la componen, sino en todo el campo internacional, entre complejos de civilizaciones nacionales y continentales.

Por ello se puede decir que la personalidad histórica de un filósofo individual se halla también determinada por la relación activa existente entre él y el ambiente cultural que quiere modificar, ambiente que se regenera sobre el mismo filósofo y, al obligarlo a una continua autocrítica, funciona como maestro. Así es cómo una de las mayores reivindicaciones de las modernas capas de intelectuales en el campo político ha sido la llamada «libertad de pensamiento y de expresión del pensamiento» (prensa y asociación), porque solamente donde existe dicha condición política se realiza una relación maestro-discípulo en el sentido más general, según hemos visto más arriba; y en realidad se realiza «históricamente” un nuevo tipo de filósofo a quien puede llamarse «filósofo democrático», o sea, el filósofo convencido de que su personalidad no se limita a su individualidad física, sino que se halla en relación social activa de modificación del ambiente cultural. Cuando el «pensador» se contenta con su propio pensamiento, «subjetivamente» libre, o sea, abstractamente libre, hoy da lugar a la burla: la unidad de ciencia y vida es una unidad activa y solamente en ella se realiza la libertad de pensamiento; es una relación de maestro-discípulo, filósofo-ambiente cultural, en medio del cual se trabaja, en el cual se toman los problemas que es necesario plantear y resolver; es decir, la relación filosofía-historia.

Notas:

(*) Artículo publicado en el libro Antonio Gramsci, «El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, Buenos Aires, Nueva Visión, 2003, pp. 30-32.

(1) Cfr. los Escritos de G. Vailati (Florencia, 1911), entre los cuales el estudio «El lenguaje como obstáculo para la eliminación de los contrastes ilusorios»

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