Las izquierdas ante la catástrofe: Green New Deal o revolución ecosocial
Marcos Rivero Cuadrado
Durante el pasado acto de presentación de Más Madrid, Carlos, un chico de 13 años, preguntaba a Manuela Carmena e Iñigo Errejón, con manifiesta preocupación, sobre el punto de no retorno que nuestras sociedades atraviesan a causa de la extinción masiva de especies y el peligro que ello supone para la propia supervivencia del ser humano.
En un arranque de sinceridad, Errejón respondió al joven que “hay una cosa de la que nunca se habla en las campañas electorales porque, como nos pilla grande, como parece que es una cosa que no podemos abarcar, pues lo vamos dejando, de modo que preferimos hacer como si eso no existiera y es una constatación que todos sabemos, pero que no afrontamos: que es que nos vamos a cargar el planeta, que nos lo estamos cargando ya, y que el mundo que le vamos a dejar a las siguientes generaciones será un mundo cada vez menos habitable, más injusto, más árido, más incapacitado para servirnos de hogar… porque lo estamos destruyendo y nunca lo afrontamos en realidad… Lo decimos como catástrofe que nos espera, como en las películas de ciencia ficción que nos dicen que dentro de cien años… Pero, (la catástrofe) está aquí, ha llegado ya”.
La gran verdad incómoda
Efectivamente, la mejor ciencia disponible constata que la catástrofe ecológica no es algo que esté por llegar, sino una realidad con la que convivimos, aunque todavía no seamos o no queramos ser conscientes de ello. El efecto combinado del cambio climático y la pérdida masiva de biodiversidad ya están presionando dramáticamente sobre el conjunto de los ecosistemas naturales de los que depende la vida en este planeta. Mientras que el agotamiento de los recursos fósiles y minerales se suma a estos dos procesos para aumentar la presión sobre el metabolismo económico e industrial del que depende nuestras sociedades modernas, provocando una crisis económica que no acabará nunca.
Esta es la gran verdad incómoda que la ciencia lleva décadas advirtiéndonos, pero que negamos una y otra vez: el metabolismo del capitalismo industrial globalizado genera una riqueza ilusoria y efímera, que está destrozando las bases de la vida en el planeta y agotando los recursos de los que depende. Y la terrible noticia es que el proceso de colapso civilizatorio ya ha comenzado, tras chocar contra los límites ecológicos del planeta, por lo que la reproducción de nuestra civilización industrial ha entrado en una fase que podríamos llamar, valga la paradoja, “fascismo de supervivencia suicida”: un estadio en el que el sistema trata de mantenerse a costa de una gran exclusión social, aumentando la opresión y la expulsión de cada vez más poblaciones humanas hacia fuera de los márgenes del sistema, donde la pobreza y la muerte es el destino más probable, al mismo tiempo que avanza en su carrera suicida hacia un caos climático catastrófico, al ser incapaz de desengancharse de su adicción fósil, lo que podría llevar, finalmente, a la extinción humana.
Las raíces de la catástrofe
La catástrofe ecológica que no vemos o no queremos ver, pero que se cierne sobre nosotros, no es más que el resultado de décadas de economía capitalista industrial, espoleada por la disponibilidad de los combustibles fósiles baratos y el imperativo del crecimiento económico continuo en un sistema financiado por la deuda.
La alteración del clima, la extinción masiva de especies, la pérdida de los bosques, la acidificación de los océanos, la pérdida de la fertilidad del suelo, la contaminación o el agotamiento de los recursos son el resultado lógico, no accidental, de un sistema económico que requiere de un extractivismo creciente en busca de un aumento continuo de los bienes y servicios, para que puedan ser mercantilizados, logrando así el imperativo del sistema capitalista: el crecimiento económico.
Una catástrofe que parece que nos llega por sorpresa, pero sobre la que la ciencia nos lleva alertando de forma repetida, desde hace más de cuarenta y cinco años, cuando se público el informe sobre “Los límites del crecimiento” en 1972. Y que, sólo cuando el cambio climático, la pérdida masiva de biodiversidad y el agotamiento de los recursos no renovables se convierten en una realidad aplastante que amenaza la reproducción del capital, empieza a preocupar a los gobiernos y no porque hayan aumentado su sensibilidad hacia la naturaleza, sino porque ahora han dejado de salirle las cuentas: el sistema económico, al chocar contra los límites ecológicos del planeta, muestra signos inconfundibles de agotamiento e incapacidad para seguir creciendo y satisfacer las necesidades de las mayorías sociales.
De modo que las raíces de la catástrofe ecológica y el colapso civilizatorio en curso no están principalmente, entonces, en las malvadas decisiones de banqueros, ejecutivos de grandes corporaciones o políticos de turno (que también), sino en la propia lógica del sistema que se basa en el crecimiento económico perpetuo y la producción industrial, a través de un extractivismo sin fin.
El miedo a decir la verdad
Sin embargo, a pesar de toda la evidencia científica acumulada, nos enfrentamos a nuevas citas electorales en las que el conjunto de las fuerzas políticas, la gran mayoría de los medios de comunicación, e incluso la mayor parte de las organizaciones y los movimientos sociales de nuestro país, pero también del conjunto de Europa y del mundo, sigue mirando hacia otro lado como si no pasara nada o fuera un asunto menor; no atreviéndose a hablar con claridad a la ciudadanía sobre los gravísimos problemas de insostenibilidad civilizatoria y de crisis ecológica que enfrentamos, ni a poner a este asunto en el centro del debate social y electoral. Algo que resulta incomprensible a los ojos de una joven, como Greta Thunberg, quien con tan sólo 16 años ha puesto su vida al servicio de esta causa, impulsando las huelgas estudiantiles que hoy se expanden por toda Europa para frenar el cambio climático.
Así que vemos a unos gobernantes, medios de comunicación y organizaciones políticas y sociales que, por el momento, siguen evitando hablar con honestidad acerca del colapso climático y civilizatorio en curso, quizás porque todavía no comprenden el calado real de la situación o porque no se sienten preparados para abordarlo o porque tendrían que revisar de arriba a abajo sus idearios y propuestas políticas o porque quizás tengan miedo a convertirse en demasiado radicales e impopulares.
De momento, sólo podemos aplaudir las palabras que pronunció Greta Thunberg en su excelente discurso durante la última cumbre climática de Katowice, cuando se dirigió a la clase política para decirles: “Tenemos que hablar claro, no importa lo incómodo que sea. Vosotros sólo habláis de crecimiento económico verde eterno, porque tenéis demasiado miedo de ser impopulares. Sólo habláis de moverse hacia delante con las mismas malas ideas que nos han metido en este desastre, incluso cuando lo único sensato es tirar del freno de emergencia. No sois lo suficientes maduros para contar las cosas como son”.
La dificultad de asumir la radicalidad de la verdad
Así que asistimos a nuevas citas electorales sin que ninguna fuerza política de izquierda se esté preparando hoy para plantear un programa radical de transición ecológica hacia un nuevo sistema económico y productivo alternativo al actual orden capitalista global y metabolismo industrial. En el mejor de los casos, sólo se vislumbra un Green New Deal que trate de relanzar el empleo y el crecimiento económico mediante políticas que busquen la mejora de la eficiencia energética y material del propio sistema, tal y como defendieron recientemente Teresa Ribera, la ministra para la Transición Ecológica del Gobierno de España, ante el sector financiero y empresarial español o Pablo Bustinduy, de Unidas Podemos, en una de sus últimas intervenciones en el Congreso de los Diputados. Incluso Equo, el partido político que, sin duda, está más concienciado con la cuestión ecológica en nuestro país parece conformarse con un Green New Deal, tal y como lo anuncian en su web.
De modo que la tragedia de nuestra época, como bien apunta Emilio Santiago Muiño, “es que lo ecológicamente obligatorio parece políticamente imposible” o, al menos, eso es lo que se intuye cuando se opera bajo la realpolitik que se ve constreñida por la ventana de Overton, una teoría que informa a la clase política acerca del rango de ideas que el público puede encontrar aceptable en cada momento, estableciendo lo que se puede plantear sin llegar a ser considerado demasiado extremista como para poder ocupar o mantener un cargo público.
Y siguiendo con el razonamiento de Emilio Santiago, si “en la situación actual de emergencia planetaria, el tipo de intervención política que se requiere se parece más a las transformaciones súbitas y revolucionarias dadas en las naciones industriales bajo la economía de guerra de la Segunda Guerra Mundial”, ¿qué fuerza política se atrevería hoy a echar el freno de emergencia y a plantear una revolución para la próxima década que produzca un auténtico cambio sistémico?
Parece claro: ante la brecha existente entre lo que las mayorías sociales podrían considerar aceptable y un programa radical que exigiera enfrentar la gravedad de la crisis ecológica y el colapso civilizatorio, las izquierdas políticas parecen haber optado por abrazar el nuevo posibilismo del Green New Deal.
El abrazo del oso del Green New Deal y la Agenda 2030
Tanto el Green New Deal como la Agenda 2030 impulsada por las Naciones Unidas, que son hoy referentes para la gran mayoría de las fuerzas progresistas, persisten en los mitos modernos del crecimiento económico y la industrialización como paradigma del bienestar de la humanidad, sin comprender que ellos son parte de la raíz del problema y que, por tanto, no pueden formar parte de la solución.
Unos dogmas de fe que, ante sus horas más bajas, tratan de ser revitalizados por los gobiernos de los países enriquecidos y las corporaciones transnacionales a través de estas “nuevas agendas progresistas y verdes” que, con una visión reformista y tecno-optimista del sistema, pasan por alto las numerosas limitaciones de las energías renovables y de la digitalización de la economía, que hacen inviable generalizar y universalizar los beneficios de estas agendas y que, por tanto, más que tratar de resolver los problemas sociales y ecológicos de la humanidad, parecen ser las nuevas vías con las que las élites tratan de legitimar sus propias soluciones tecnológicas, como denuncia Douglas Rushkoff, para asegurar su propia capacidad de influencia y supervivencia futura ante el inevitable colapso de nuestra civilización industrial en un planeta degradado.
Un Green New Deal que se ve fortalecido en las izquierdas ante la amenaza del neofascismo, representado por figuras como Trump, Bolsolnaro, Le Pen o el potencial tripartito de extrema derecha en España y que configura así una nueva dualidad que pretende definir, de nuevo, los márgenes “de lo posible” y hacernos creer que sólo es realista y sensato elegir entre ellos, dando por buena la continuidad del sistema capitalista en su versión más ecofascista. Éste es el drama político de nuestro tiempo: nos enfrentamos a una década decisiva para la supervivencia de la humanidad y nos encontramos con una izquierda que, ante el miedo de la amenaza del fascismo, parece correr alegremente hacia el abrazo del oso del Green New Deal.
Las demandas revolucionarias de los nuevos ecologismos sociales emergentes
Así que una vez muerta la esperanza en la política institucional que juega siempre dentro de los márgenes de “lo posible”, aceptando las lógicas del sistema, ha llegado el momento de que la sociedad civil global actúe. Y eso es justo lo que está empezando a ocurrir cuando vemos cómo las Huelgas Estudiantiles contra el Cambio Climático se están multiplicando por toda Europa para denunciar al sistema capitalista como causante de la actual crisis ecológica o cómo las acciones directas de Extinction Rebellion, un movimiento de desobediencia civil masiva y noviolenta, se están extendiendo como la pólvora por todo el mundo con las siguientes demandas:
- que los gobiernos digan la verdad sobre la gravedad de la crisis ecológica y trabajen, junto a los medios de comunicación de masas, para informar a la ciudadanía,
- que se ponga en marcha una movilización mundial a escala de la Segunda Guerra Mundial para lograr reducir las emisiones netas a cero en 2025, promulgando medidas políticas legalmente vinculantes que reduzcan los actuales niveles de consumo, y
- que se creen Asambleas Ciudadanas encargadas de supervisar este proceso de movilización.
Movimientos que están abriendo un nuevo ciclo de movilización social que exige una salida urgente, justa y ordenada del capitalismo, mediante una radicalización democrática capaz de alcanzar la justicia climática a través de mecanismos de control social democrático por parte de la ciudadanía sobre cada una de las medidas políticas encaminadas a “frenar el cambio climático” y “adaptar a las sociedades a un escenario de menor disponibilidad de recursos”. Unos mecanismos que serán imprescindibles si no queremos que las medidas tomadas acaben perjudicando a las capas más vulnerables de la población y beneficiando sólo a una minoría social como ya ha ocurrido, por ejemplo, con los emblemáticos casos de los impuestos al diésel en Francia que dieron origen al nacimiento de la revuelta de los chalecos amarillos, como bien denunciaron Emilio Santiago Muiño y Héctor Tejero o las subvenciones al coche eléctrico que, en realidad, se están convirtiendo en un instrumento para beneficiar a los más ricos a costa de las clases populares, como advierte Antonio Turiel.
¿Estarán las izquierdas institucionales a la altura de las circunstancias?
Y en este contexto nos acercamos a las próximas elecciones generales, municipales y europeas que serán determinantes para definir el papel de los gobiernos a la hora de incentivar, acompañar o bloquear las inaplazables transformaciones que deben ser impulsadas en el seno de nuestras sociedades.
Así que no sería de extrañar que, a medida que estos nuevos movimientos ecosociales emergentes cojan fuerza en las calles, la crisis ecológica tome un protagonismo inusitado, apareciendo en los discursos de algunas organizaciones políticas y sociales de izquierda que, hasta ahora, no le habían dado prioridad, pero que presionadas por la nueva opinión pública, busquen ahora presentarse como líderes de la transición ecológica, no tanto para satisfacer las demandas revolucionarias de estos movimientos como para hacerlos compatibles con sus agendas socialdemócratas verdes.
No obstante, también podría ocurrir, aunque es menos probable, que algunas fuerzas políticas y sociales asuman con honestidad y radicalidad este nuevo despertar social y aboguen por iniciar procesos políticos de revisión interna que les lleven a cambiar sus narrativas, estrategias, programas y acciones políticas, algo que Manuel Casal Lodeiro ya ha explorado magníficamente en su obra La izquierda ante el colapso de la civilización industrial. Lo cual, en caso de producirse, sería, sin duda, una gran noticia que ayudaría enormemente a ampliar las posibilidades de realizar las transformaciones sistémicas que necesitan nuestras sociedades.
Habrá que prestar mucha atención para evitar que un Green New Deal acabe por desactivar el espíritu revolucionario de estos nuevos movimientos ecosociales, y tratar de lograr que las izquierdas asuman la radicalidad que necesitamos hoy para frenar el cambio climático y adaptarnos a un nuevo escenario de menor consumo material y energético, mediante un ejercicio de radicalidad democrática y justicia global.
Ahora toca presionar y desbordar en las calles
Pero para eso aún es muy pronto, todavía no somos multitud, así que ahora lo que toca es llenar las calles en las próximas Huelgas Climáticas del 15 de marzo que, con el tiempo, deberán de ampliarse y combinarse también con huelgas de trabajo y, sobre todo, de consumo, con el fin de presionar a los agentes económicos, al tiempo que reducir el consumo de la energía fósil que se reclama, y sumarnos también a las distintas acciones de desobediencia civil noviolenta promovidas por los movimientos de Extinction Rebellion y WeRiseUp 2020 en los próximos meses, con el fin de lograr presionar y desbordar a las fuerzas políticas y sociales institucionales.
¿Estaremos a las puertas de un nuevo 15M? ¿Será el inicio de la revolución ecosocial que necesitamos? Parece improbable, pero, como dijo Margaret Mead, “no dudes nunca de que un pequeño grupo de personas conscientes y comprometidas puede cambiar el mundo. De hecho, siempre ha sido así”.
Fuente: ctxt.es (13/03/2019)