Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Los mercados financieros desatados. Un análisis del capitalismo moderno

Oskar Lafontaine

Publicado el 25 de septiembre en la web del autor (www.oskar-lafontaine.de)
URL de esta traducción: http://blogdelviejotopo.blogspot.com.es/2013/10/los-mercado-financieros-desatados-un.html
Traducción del alemán: tucholskyfan Gabi

Ante todo quisiera darles las gracias por haberme invitado, si bien no oculto mi sorpresa de que se me haya invitado a este congreso de inversión del banco DAB en Munich. Y me puedo imaginar las serias reservas que se pueden haber encontrado quienes propusieron invitar a un político de izquierdas para que se pronuncie sobre este tema. Pero también puede que existan argumentos capaces de justificar esa invitación, veamos.

Cuando en 1990, siendo candidato del SPD para la cancillería, advertía de los peligros que supondría la unión monetaria panalemana al cambio de 1:1, por conllevar de golpe la pérdida de millones de puestos de trabajo y una transferencia, desde el oeste al este, de unos 30 mil millones de DM, tan sólo me veía apoyado por  una minoría de profesionales.

Cuando advertía en 1998 del peligro que suponía la introducción del euro sin contar con un gobierno económico europeo y, sobre todo, sin una política salarial coordinada, fui poco escuchado. Predecía entonces que la zona euro, sin estas dos medidas complementarias, se volvería a desintegrar.

Cuando en 1998, siendo Ministro federal de Hacienda [Bundesfinanzminister], reclamaba que se regularan los mercados financieros internacionales y se pusiera fin a la especulación monetaria, proponiendo unas zonas de tipos de cambio límites y el control de los flujos de capital, se reían de mí. Hoy, quince años más tarde, hasta el FMI ha de reconocer que estos controles son o serían mano de santo. Para que los mercados financieros vuelvan a cauces ordenados, su control será imprescindible.

Entenderán que el tema de “Los mercados desatados. Un análisis del capitalismo moderno”, me incita a exponerles unas ideas básicas.

¿Qué es el capitalismo? Para mí es un orden económico que se caracteriza por una alta productividad y una distribución desigual. Las grandes fortunas o patrimonios se acumulan a costa de que unos trabajen a las órdenes de otros. El dinero que de este modo se va creando tiende a aumentarse buscando nuevas oportunidades de inversión; y se multiplica, busca otros nuevos modos de inversión, y de no llegar a derrocharse sobre la marcha, se sigue multiplicando infinitamente.

Con independencia de cómo lo podamos valorar, ese orden económico requiere un orden monetario estable. Eso ya lo sabía Lenin, cuando dijo que “para destruir la sociedad civil hay que devastar su sistema monetario”.

Entender que devastar el sistema monetario conduce a la destrucción de un orden social dado, no es nada nuevo. Cuando en el siglo XIV, los emperadores de la dinastía Ming introdujeron el papel moneda en China, ya temían que su sistema monetario pudiera ser devastado por falsificadores; por lo que los billetes chinos advertían:

“Quien falsificara billetes o los pusiera en circulación, será decapitado. Quien denunciara o detuviera a un falsificador, será recompensado con 250 taeles de plata y con el patrimonio total del delincuente”.

Al leer esto por primera vez, me pasaron ideas raras por la cabeza, teniendo en cuenta los muchos falsificadores que hay en los mercados financieros desatados. Imagínense que cada nuevo producto financiero llevase inscrito: “Quien desarrollara productos financieros no fiables, será encarcelado. Quien denunciara o detuviera a uno de esos falsificadores, será recompensado con el total patrimonio del delincuente”.

Estemos o no de acuerdo con semejante visión, lo que nos hace falta es una ITV financiera, cuya competencia sería comprobar los productos financieros nuevos y perseguir las prácticas criminales y que, al igual que durante la dinastía Ming, debería ser un ente estatal y público. Quien, por ejemplo, encomienda esa calificación a una agencia privada, no ve que la calificación de productos financieros quedaría vinculada a determinados intereses privados. Les recuerdo los valores hipotecarios de EEUU y las favorables calificaciones que recibieron por parte de las agencias de rating. Esa calificación falsa ayudó a que la crisis se agudizase.  Y la persecución de los delincuentes en un mundo de mercados desenfrenados – pensemos un momento en los evasores fiscales – resulta tanto más difícil cuantos más millones estén en juego.

En una sociedad civil, el principio que reclama “una justicia equitativa, la igualdad para todos” no debería cuestionarse poniéndolo en peligro. Pero en el mundo financiero, la práctica será más bien ésta: A los peces pequeños se les persigue, los grandes salen impunes. Si bien se logró capturar y procesar a algunos, a muchos otros se les sigue jubilando mediante “paracaídas dorados”.

Pero volvamos a la tesis de Lenin. La devastación del sistema monetario destruye el orden social. Y eso es precisamente lo que hacen los mercados financieros desatados:

· Conducen a que la sociedad civil pierda sus valores.

· Agudizan la distribución injusta por desigual.

· Socavan la democracia parlamentaria.

· A las generaciones jóvenes les privan de su futuro, y a muchos otros europeos de su libertad.

· Reducen la productividad económica.

Si pretendemos que el capitalismo funcione, entonces, como bien sabían los representantes ordoliberales de la Escuela de Friburgo, debe valer el principio que reclama: Quien obtiene el beneficio, también debe asumir el perjuicio [wer den Nutzen hat, muss auch den Schaden tragen].

Como nunca antes en la historia económica, los mercados financieros y sus beneficiados vienen desvirtuando esta máxima, porque quien hoy obtiene el beneficio NO asume ningún perjuicio. Lo cual se confirmó drásticamente en la llamada crisis del euro. Les cito a Harald Hau y Hans Werner Sinn a partir de un artículo publicado en el FAZ [Frankfurter Allgemeine] de enero de este año:

“El hecho de que se protejan y se salven los acreedores bancarios repercutirá de modo muy dramático en la redistribución patrimonial. Resulta típico que las acciones bancarias y las deudas bancarias estén en manos del cinco por cien másrico de los hogares… No hacerles participar en las pérdidas viene a equivaler a un enorme impuesto NEGATIVO sobre sus patrimonios. Su riqueza es avalada con cargo a los contribuyentes, pensionistas y perceptores de prestaciones sociales”.

De esta injusta distribución que viene a agravar dramáticamente los efectos de las prácticas de los mercados financieros desatados, también es responsable la política de la canciller Merkel. En la primera cadena alemana ARD, se refería en varias ocasiones al principio de prestación y contraprestación que determinaba la política europea. En ello, sigue sin ver hasta el día de hoy, que los que perciben las prestaciones son los ricos, y tal y como afirman acertadamente Hau y Sinn, son los contribuyentes, los pensionistas y perceptores de prestaciones sociales quienes deben cumplir con las contraprestaciones. De esta forma quienes obtienen el beneficio, dejan de asumir el perjuicio; estamos ante la pérdida de valores de la sociedad burguesa, léase, la sociedad capitalista. Lo correcto, lo justo sería que esta contraprestación  no recayese sobre los más pobres, sino sobre los más ricos en forma de un impuesto millonario a nivel europeo.

La mayoría de los ciudadanos no alcanza a percibir que la política más prominente del lado burgués alemán (Merkel)  hace un considerable aporte para que los valores de la sociedad civil se desintegren más y más: los ingresos de una gran mayoría se van encogiendo, al igual que sus ahorros, mientras que los patrimonios monetarios de los ricos van aumentando sólidamente.

Tampoco se me puede negar la inhabilitación de los parlamentos y gobiernos elegidos, otro problema que resulta consustancial del orden económico capitalista. El entonces presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt, ya advertía en 1906:

“Detrás del gobierno aparente se asienta entronizado un gobierno invisible que no debe lealtad ni reconoce responsabilidad alguna a la gente. La primera tarea del arte de gobernar es destruir este gobierno invisible, contaminar esta alianza terrible entre los negocios corruptos y los políticos corruptos”.

La Escuela de Friburgo, a su vez, temía que el poder económico fuera a concentrarse más, una vez terminada la segunda Guerra mundial. Y para facilitar una sociedad democrática, en la que se impusieran los intereses de la mayoría de los ciudadanos, reclamaba unas leyes capaces de impedir el poder económico.

Los mercados financieros desatados no sólo no han acabado con el problema de la corrupción en la política, sino que la han venido agudizando.

Cuando a finales de los noventa, siendo Ministro federal de Hacienda, a la Administración norteamericana le presenté propuestas de cómo regular los mercados financieros, me contestó el entonces Secretario del Tesoro, Larry Summers:

“No pensará en serio que la administración estadounidense se fuera a acercar a estos planes. A fin y al cabo, la campaña electoral de Clinton la financió Wall Street”.

Y en esa franca valoración de la real estructura de los poderes sociales nada ha cambiado hasta el día de hoy. Unos años más tarde, el Süddeutsche Zeitung publicó un comentario titulado Der gekaufte Präsident [El Presidente comprado], que defendía que un presidente de EEUU, cuya campaña electoral hubiera sido financiada por Wall Street o los grandes grupos empresariales, jamás podría decidir libremente, quedando condenado a hacer una política “comprada”.

He aquí la explicación de porque el ex Ministro de Tesoro de los EEUU, Hank Paulson, ya viene avisando del peligro de otra crisis financiera próxima. Paulson remite a los muchos bancos grandes, con un poder tan enorme, que su fracaso sacudiría el sistema financiero mundial. Los cinco más grandes, por ejemplo, alcanzan hoy juntos un volumen de balance en Euros de 6,3 billones, unos 1,9 billones más que a mediados de 2007. A Hank Paulson se le “olvidó” añadir que los bancos de Wall Street también reúnen el suficiente poder para dictar el proceder del presidente americano de turno.

También el mercado de los derivados, considerado uno de los principales causantes de la crisis financiera, se hinchó de 586 billones de US$ a finales del 2007 a los 633 billones actuales.

Y sin prestarles atención a las loables declaraciones de sus respectivos jefes de Estado y de Gobierno, los apenas regulados bancos informales [operando a la sombra] continúan creciendo más y más. Con un volumen de balance de 67 billones de US$, alcanzan hoy casi la mitad del sector bancario regular. A diferencia de los grandes institutos de crédito, a los bancos informales, que operan con fondos altamente especulativos [Hedge Fonds, Private Equity Fonds y fondos de mercado monetario], no se les exige ningún capital mínimo, ni tampoco deben observar principio de liquidez alguno. De ello se derivan enormes riesgos, y tal y como nos lo documentan las cifras, hay cada vez más partícipes que se trasladan del mercado financiero regulado al deregulado, informal, él de la sombra. En la última cumbre del G20 en San Petersburgo, los jefes de gobierno que participaron tan sólo han llegado a acordar un calendario: hasta 2015 quieren averiguar el modo en que cabría controlar a esos bancos informales. Un auténtico avance, ¿no les parece?

Escribe Hank Paulson:

“Cada crisis financiera nace a partir de medidas políticas equivocadas que conducen a excesos económicos. Para impedir que la ciudadanía venga a sufrir daños, hemos de identificar esos desaciertos políticos, frenar sus impactos, antes de que provoquen una burbuja; debemos meternos con aquellos puntos débiles de los sistemas financieros que pudieran agravar el problema; y actuar con firmeza durante la crisis para encauzarla”.

Dan ganas de decir: “¡Así se ruge, Léon!”

Cuando los EEUU revocaron la separación entre la banca de depósito y de inversión [LeyGramm-Leach-Billey], según las palabras del ex presidente federal Köhler, “el monstruo definitivamente quedó suelto y desatado”. Ningún banco, decía el ex ‘wall streeter’ Paulson, debería llegar a ser tan grande y complejo que no pudiera hundirse. Pero ¿cómo se podría volver a reinstituir la separación de los sectores de inversión y de depósito para reducir el tamaño excesivo de los institutos – lo que personalmente considero de suma urgencia -, si precisamente son esos los bancos que vienen a dictarle el enfoque a la política? Debatir este dilema nos seguirá ocupando mucho en el futuro.

Que la crisis no está superada, el FED, el sistema de Reserva Federal de EEUU, lo demuestra con su última decisión: Si bien algunos de los políticos norteamericanos, entre ellos el presidente Obama, nos dieron a entender que lo más grave ya estaría superado; y que ya se esperaba que el Banco Central iba a empezar a reducir sus medidas de apoyo al Estado y al sector financiero, consistente en la creación de 85 mil millones de US$ mensuales, Bernanke declaraba hace una semana que aún no cabía pensar en reducir esas acciones de apoyo.  El tipo de referencia próximo al cero por cien desde 2008, junto a la masiva creación de crédito mediante la compra de títulos del Tesoro, documentan que la economía y el sistema financiero estadounidenses aún no han salido de la crisis.

Por otra parte, las intromisión del sector bancario en la política no es problema único y exclusivo de los EEUU. Cuando el relativamente pequeño banco IKB se encontraba al borde de la quiebra, era ante todos el Sr. Ackermann quien logró convencer a los ministros responsables, Steinbrück y Klos, de que este banco no debería llegar a quebrar. De modo similar se procedía con los bancos HRE y Commerzbank. En caso del HRE, era Otto Graf Lambsdorff entonces el único que abogaba por no rescatarlo con fondos públicos. A la vista de su magnitud, yo no me había atrevido a exigir semejante cosa. Pero incluso en el caso del IKB había sido yo el único miembro del consejo de administración del KfW [Kreditanstalt für Wiederaufbau/Instituto de crédito para la Reconstrucción] que abogaba por una solución digna de una economía de mercado; a saber, abandonar este banco a su suerte. Según informa el periódico Handelsblatt, hasta el día de hoy, el Deutsche Bank cuenta entre los institutos cuya quiebra sería explosiva para el sistema financiero mundial. Las leyes nacionales, que en Alemania existen de modo rudimentario, no alcanzan a surtir sus efectos sobre entidades internacionales. No se encuentran regulados a nivel internacional, y en la Unión Europea, a los cinco años desde la quiebra de Lehman, no se ha avanzado más allá de lo que se llama un “proyecto de directiva”.

Para salir de este círculo vicioso, debemos, tal y como ya lo postulara Roosevelt, romper la insana alianza entre una corrupta economía y una corrupta política. Llevo ya mucho tiempo proponiendo las medidas siguientes:

· Deben quedar prohibidas las donaciones de la banca, las aseguradoras y grupos empresariales a los partidos políticos.

· Al igual que las subvenciones de éstos a los diputados y delegados individuales.

· En lo referente a la tipicidad del soborno de diputados, la República Federal Alemana se encuentra al nivel de cualquier república bananera.

· Ningún diputado, mientras dure su mandato, debería figurar en nómina de ninguna de esas empresas.

El hecho de que los mercados financieros desatados, mediante la euro crisis, entren a robarles el futuro a cada vez más jóvenes, resulta ser un escándalo de primera magnitud. La tasa de desempleo juvenil ya alcanza el 63 % en Grecia, y el 56 % en España. En Italia, Portugal, Chipre y Eslovaquia, el 35 %; mientras que en Irlanda y hasta en Francia es uno de cada cuatro el que se encuentra desempleado.

Ese pésimo inicio de su vida profesional puede llegar a perseguirles a los/as jóvenes hasta su jubilación. Con frecuencia vemos que unos/as jóvenes bien formados/as deben buscarse la vida en trabajos que no les van ni les vienen, lo cual les supone un paso atrás y les impide progresar en sus respectivas carreras. Con mayor frecuencia deben cambiar de trabajo, y la satisfacción con sus puestos de trabajo suele ser escasa. Semejante situación, fácilmente, puede degenerar en la clásica carrera de desempleo.

Que el creciente desempleo y la depauperización, ante todo en los países del sur de Europa, cursa con una notable pérdida de libertad, casi no es tematizado o debatido. La libertad es el derecho de cada persona de disponer, dentro de unos límites, de su vida con total autonomía. El límite se encuentra en ese mismo derecho que ostentan los demás. Quien al final de mes no sabe sí alcanza a pagar su alquiler o su factura de luz, quien teme no poder alimentar a su familia, desde luego no goza de esa libertad. Para Pierre Bourdieu, la libertad consiste en conseguir dominar y planificar la vida, las circunstancias vitales, lo cual ya no cabe sostenerlo en el caso de muchos europeos del sur. Tal y como nos documentan las elevadas tasas de suicidio, cunden el miedo y la desesperación.

En su famoso libro “En deuda”, David Graeber elabora de manera brillante la interrelación entre deuda(s) y libertad. Hace varios miles de años, al perder sus cosechas, los campesinos horticultores rápidamente cayeron víctima de la servidumbre por deudas; sus familias quedaron desgarradas y al poco tiempo sus tierras se convirtieron en campo de barbecho, ya que, endeudados y por miedo de ser expropiados, optaron por abandonar sus explotaciones juntándose con pueblos seminómadas. Ante el subsiguiente peligro de desintegración social, los reyes sumerios y luego los babilónicos, solían conceder cada cierto tiempo una amnistía general. Con sus decretos declaraban nulas y sin efecto las deudas pendientes de los consumidores, devolviendo todas las tierras a sus propietarios originales y permitiendo que los servidores endeudados volvieran con sus familias. Llama la atención que la palabra sumeria‘ama-gi’, la primera expresión que encontramos escrita del concepto de libertad,  signifique ‘retorno a la madre’; y eso mismo fue lo que se les permitió a los endeudados.

Obsérvese esa fina diferencia: En las sociedades de hace milenios de años, a los pobres se les condonaban las deudas contraídas con el fin de parar la desintegración de la sociedad. En nuestra era de los mercados financieros desatados, se condonan las deudas de los ricos, imponiéndoles a los pobres que las amorticen. De esta manera, estoy seguro que no cabe frenar la disolución de la sociedad. La política europea de Merkel conlleva a que perdamos la libertad. La libertad, empero, tal y como ella la entiende, es la base fundamental del orden civil burgués.

Para documentar el hecho de que el capitalismo merma la productividad de una economía, vuelvo a citar a los referidos Hau y Sinn:

“Las garantías estatales reducen el coste de financiación de los bancos. Lo cual no solamente lleva a la circunstancia de que el sector bancario se encuentre inflado y excesivamente apalancado, sino que se perpetúen sus inversiones de altísimo riesgo. Y es esta mala asignación de los recursos disponibles  la que impide que la economía europea se recupere y vuelva a crecer a largo plazo.”

Si se destina demasiado dinero al “casino de juego”, se resienten las inversiones necesarias para el desarrollo de productos nuevos, la mejora del aparato productivo y el aumento de la productividad. Ejemplos se encuentran muchos, y cada uno de nosotros los conoce. Hace años, viajando en el coche de un innovador empresario medio, con éxito y buenos ingresos, fui testigo involuntario de varias conversaciones telefónicos. Lo que quería el buen hombre era ganar dinero rápido mediante especulaciones monetarias. Si bien había dirigido su empresa hasta ese momento con mucho éxito, expandiéndola, ahora se embarcaba en pérdidas cada vez más cuantiosas jugándose sus beneficios en especulaciones monetarias. Y ya saben, una vez que se caiga en la compulsión de las apuestas – basta que recordemos la ludopatía de “El jugador” de Dostoievski o la obra de Stefan Zweig “Veinticuatro horas en la vida de una mujer” – ya no hay marcha atrás.

En 2009 la suerte del empresario farmacéutico y multimillonario Adolf Merckle conmovió la Alemania entera. Este multimillonario suabo, con graves problemas financieros, se había tirado a las vías del tren cerca de Ulm. Merckle, según la revista Forbes,  el quinto empresario más rico de Alemania, se había visto afectado porque una de sus empresas, altamente endeudada, había sufrido una drástica pérdida durante la crisis financiera. Además había perdido especulando con acciones de Volkswagen.

Ya en los años ’90 se ridiculizaban aquellas empresas productoras que en tiempos de los mercados financieros ya deregulados, habían mutado en institutos financieros con unas naves de producción añadidas. Me acuerdo muy bien de un comentario irónico mío en este sentido que, obviamente, fue muy mal recibido por el entonces jefe de Siemens, von Pierer.

La economía financiera debe estar al servicio de la economía real. Los mercados financieros, desatados tal como se encuentran, nos han causado considerables daños a la economía real que no se pueden pasar por alto. Hasta cuando a uno le dejaran frío la decadencia de los valores de la sociedad civil; el creciente desorden o desequilibrio distributivo; el progresivo desmantelamiento del sistema democrático o la pérdida de perspectiva de futuro y de libertad para muchas personas, deberían ser las reflexiones puramente económicas por sí solas las que demandaran una nueva arquitectura financiera mundial con un sector bancario estrictamente regulado.

Al fin y al cabo se trata del lazo o vínculo que debe mantener unida nuestra sociedad. Hace años que escribiera el entonces presidente de la junta directiva del Deutsche Bank, Rolf E. Breuer, en el semanario Die Zeit: “La actual estructura de los mercados financieros globales, refleja el canon de valores de la sociedad industrial occidental”. ¡Dios no lo quiera!

Sería muy triste que la irresponsabilidad, desmesura, prevaricación, el fraude y el egoísmo, una vez liberados por los mercados financieros, fueran a impregnar nuestra sociedad. Pero no olvidemos: las instituciones, creadas por el hombre, acaban por formar, moldear a sus creadores. En su novela publicada en 1939 “Las uvas de la ira”, John Steinbeck nos relata la suerte de unos agricultores que, endeudados, y por orden de los bancos, deben abandonar sus tierras. Sobre el papel de los institutos financieros leemos allí:

“El banco es algo más que hombres. Fíjate que todos los hombres del banco detestan lo que el banco hace, pero aún así el banco lo hace. El banco es algo más que hombres, créeme. Es el monstruo. Los hombres lo crearon, pero no lo pueden controlar”.

Volver a regular los mercados financieros desatados y renovar nuestro canon de valores para que sea más solidario y responsable, son las dos caras de una misma moneda que debemos acuñar ahora, para frenar la destrucción de la sociedad civil en curso.

Que la sociedad civil, tal y como nos es familiar, no será el final de la historia, eso es trigo de otro costal.

Este texto corresponde a la conferencia impartida por Oskar Lafontaine el pasado 25 de septiembre, ante un congreso de inversores del Banco DAB, en Munich.
La versión original en alemán está publicada por el propio autor en su página web. URL:

http://www.oskar-lafontaine.de/links-wirkt/details/p/1/b/79/f/1/t/oskar-lafontaine-referierte-beim-investmentkongress-der-unicredit-bank-in-muenchen/

Traducción del alemán: tucholskyfan Gabi. URL de esta traducción:
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Fuente: http://blogdelviejotopo.blogspot.com.es/2013/10/los-mercado-financieros-desatados-un.html

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