Repetir a Abraham
David Rodríguez
Como en los felices años 90 del s. XX en los que la clase trabajadora contraía créditos para olvidar que lo era, en los que los indies jugaban al onanismo chic y en los que sólo en el Pais Vasco se evidenciaban las grietas del régimen del 78 —pues fue allí donde permaneció vivo un espacio político que impidió la estabilización del marco inaugurado en 1978— regresa —mientras Arnaldo Otegi todavía está en la cárcel para recordarnos que sólo estamos en la continuación de una batalla que viene de atrás— el “Bloque Constitucionalista” para tratar de frenar lo que Arthur Rosenberg llamaría el “Movimiento Democrático” —con el sentido que el término Democrático tiene en la tradición de la izquierda y que poco tiene que ver con los ritos e instituciones de la democracia liberal—; un Moviemiento, este, que se amplió en el plano electoral como consecuencia de una crisis del capitalismo que no tiene fin y como consecuencia de que el Estado de las autonomías (sentencia del TC sobre el Estatut mediante) ya no pudiese seguir ejerciendo de barrera frente a las demandas nacionais, especialmente catalanas.
Esta vez, sin embargo, el Movimiento Democrático tiene ante si, desde que le incluiron la argolla del artículo 135, a una Constitución todavía más antidemocrática y antipopular de la que actuaba como muro de contención en los tiempos de la gran coalición de Redondo Terreros y Mayor Oreja.
Según ese consejo de ancianos llamado Fundación España Constitucional y su ejército de zombies que vuelven a campar fuera de sus nichos, la Gran Coalición debe repetirse hoy, como en el Pais Vasco del aznarato, y la Constitución debe ser objeto de una reforma “en el espíritu de la Transición”; es decir, la Constitución debe ser actualizada para continuar siendo útil a lo que Gerardo Pisarello denominó el “Gran Termidor” del constitucionalismo antidemocrático.
Un constitucionalismo antidemocrático de larga raigambre en la tradición liberal —por ejemplo en los padres fundadores de los EEUU analizado por Sheldon Wolin en “Democracia S.A.” y que cuenta con su reverso en forma de explotación estructural de los negros como describió demoradamente Domenico Losurdo en “Contrahistoria del liberalismo”— y que tiene en todo el aparato jurídico que conforman los tratados de la UE un ejemplo requintado de lo que puede significar la separación absoluta de las instituciones y los textos emanados de ellas a respecto de la vida cotidiana y de la capacidad de decisión de las personas del común.
Una separación de que la expulsión al gallinero de los deputados-as llamados a ser la pata (y no su núcleo irradiador) del Movimiento Democrático en el Congreso (para cuando la vuelta a las calles?) es la representación gráfica de esta nueva distinción entre lores y comunes que, lejos de ser un endemismo de “Españistán”, como se acostumbra caricaturizar a menudo, está en la vanguardia de lo que sucede en Europa y en el mundo (de igual manera que el PSOE de Felipe González tras el franquismo fue un avanzado de la Tercera Vía y de la liquidación de la socialdemocracia; o, por decirlo con Gregorio Morán: “la clase política de la Transición fue posmoderna antes de que llegaran algunos ideólogos a explicarlo”.)
Un horizonte en el que la Ley escrita se convierte en la institución por antonomasia a la que todas las demás instancias, comenzando por el Parlamento (la inutilidad del Parlamento de la UE demuestra lo avanzada que está esta nueva fase en nuestro continente) deben venerar, obedecer y no tocar.
Así, es ante la realidad del Constitucionalismo Antidemocrático de la Unión Europea (una realidad que, si bien algo tarde, le quedó clara a Varoufakis siendo Ministro de Finanzas en Grecia), que esas dos demandas del Moviemiento Democrático (o, mejor, de los Movimientos Democráticos) del Estado español deben demostrar de qué pasta están hechos. Si estamos abocados a la cuarta revolución pasiva que vive el Estado español en los últimos 150 años como creen Joaquín Miras y Joan Tafalla o si asistiremos, por fin, a una ruptura con la Lei (de la eurozona, de la deuda, de los “compromisos adquiridos con nuestros socios”, etc.) que permita una verdadera mudanza en las condiciones de vida de los subalternos.
Dice Enrique Dussel que Abraham, “contra la Ley de los pueblos semitas que inmolaban a los dioses a sus hijos primogénitos, no sacrificó a su hijo Isaac” y que “ser del linaje de Abraham es saber que hay ocasiones en que no hay que cumplir la Ley cuando está en riesgo la Vida.”
Repetir a Abraham. He ahí para lo que deberían prepararse los Movimientos Democráticos del Estado español desde ya.
(1). ‘La experiencia española: tres revoluciones pasivas con un genocidio intercalado. […] En los últimos ciento cincuenta años de historia de España, desde 1868, se ha producido en cuatro ocasiones una situación que aúne el doblete de la crisis económica al de la deslegitimación política del régimen por corrupción, por escándalo financiero: a,la previa a la Revolución del 68; b,la que conduce a la Segunda República; c, el periodo que termina con el advenimiento del régimen neofranquista hoy en crisis, y, d, el momento actual.’ http://old.sinpermiso.info/articulos/ficheros/miras.pdf