Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Entrevista a Martín Rodrigo y Alharilla sobre Negreros y esclavos. Barcelona y la esclavitud atlántica (siglos XVI-XIX)

Salvador López Arnal

Nos centramos, si te parece, en tu último libro. Lizbeth Chaviano Pérez y tú sois los editores. Negreros y esclavos es el título. Lo ha publicado Icaria. Surgen mil preguntas al leeros; algunas de las posibles. ¿Qué es un negrero? ¿Cómo podríamos definirlo?

Según la definición que da el diccionario de la RAE, la palabra «negrero» tiene dos acepciones: (1) «Dedicado a la trata de negros» y (2) «Persona que trata con crueldad a sus subordinados los explota». En ningún caso aparece, curiosamente, la palabra «esclavo».

Partiendo de la primera acepción diríamos que la palabra «negrero» identifica a cualquier individuo que tuvo participación en alguno de los eslabones de la larga cadena que conocemos con el nombre de trata de esclavos y, específicamente, de trata atlántica de esclavos. Esta definición incluiría a los propios africanos que capturaban a sus vecinos para convertirlos en esclavos y venderlos como tales; a los responsables de las factorías negreras situadas en la costa de África, quienes compraban y almacenaban en sus factorías a dichos africanos esclavizados a la espera de que llegasen los barcos que debían transportarlos hacia América; a los capitanes, oficiales y marineros de esos mismos barcos, que se encargaban de llevarlos del Viejo al Nuevo Mundo; a los consignatarios de las expediciones que recibían esa «mercancía humana» en algún puerto o playa americanos; a los que luego los vendían, en América y también incluye a los «negreros de salón», es decir, a quienes habían financiado dichas expediciones (viviesen en Europa, en América o en la propia África).

Un uso popular de la palabra «negrero» identifica dichos personajes con los propietarios de esclavos (negros) y, especialmente, con los que utilizaban dichos esclavos para el trabajo en alguna plantación (azúcar, café,…)

El sentido, por lo tanto, de la palabra «negrero» engloba diferentes actividades vinculadas todas a una misma actividad.

En cuanto a esclavos, ¿de qué esclavos habláis? ¿Tenían algún derecho esos esclavos? ¿De dónde salían, si se puede hablar así? ¿Eran todos africanos?

En nuestro libro aparecen dos tipos de esclavos: los que había en la propia ciudad de Barcelona, en los siglos XVI, XVII, XVIII e incluso en los primeros lustros del siglo XIX (a lo que se dedica la aportación del profesor Eloy Martín Corrales) y los esclavos africanos que fueron llevados hacia América (sobre todo, a Cuba), a los que nos dedicamos el resto de autores del libro. Entre los primeros los hubo de distintos orígenes étnicos y geográficos mientras que entre los segundos hablamos únicamente de hombres, mujeres, niños y niñas de los territorios africanos situados al sur del desierto del Sáhara, o sea, del África negra. Cabe señalar que lo que define, en términos jurídicos, a cualquier esclavo es que no tiene derechos: es alguien que no tiene derecho a tener ningún derecho. En todo caso, en algunos países (especialmente los de tradición católica) hubo legislaciones que establecían las obligaciones de los amos respecto a sus esclavos. Para que se cumpliesen dichas obligaciones había unos funcionarios que atendían las denuncias de los propios esclavos. Hablamos, en todo caso, de «obligaciones» de los dueños pero no de «derechos» de los esclavos. En los inventarios de bienes que se hacían a la muerte de un propietario de esclavos, por ejemplo, éstos aparecían en el apartado de bienes muebles o «semovientes» (es decir, los bienes que se movían por sí mismos) junto a bueyes o caballos.

Has comentado algo anteriormente pero permíteme insistir. Cuando se habla de esclavitud atlántica, ¿en qué esclavitud debemos pensar? ¿La que tenía América como destino final de la «mercancía humana»? ¿Hubieron otras en otros lugares del mundo?

Disponemos en la actualidad de una documentada base de datos según la cual hubo 12,5 millones de africanos quienes fueron embarcados en las costas africanas hasta América mientras duró la trata atlántica (1501-1866). Ese número debe tomarse como un número mínimo.

Déjame remarcarlo: 12,5 millones como mínimo.

Hay autores que sugieren que dicha base de datos no llega a recoger a un 15 por 100, aproximadamente, de los africanos que fueron embarcados como esclavos hacia América.

Serían entonces más de 83 millones.

A esas cifras habría que añadir, además, los africanos que murieron entre el momento de su captura y su embarque en los barcos (una cifra que otros autores sitúan en torno a los dos millones de personas más). La ruta atlántica fue la principal ruta de la trata esclavista en los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX pero no fue la única. Hubo otras rutas entre las que destacan la del Índico y la que iba hacia el Golfo Pérsico. En esos dos otros casos, se calcula que el volumen de africanos esclavizados y trasladados desde África pudo representar la mitad de los esclavos que sufrieron la trata atlántica, aproximadamente. O sea, otros seis o siete millones más.

Siguiendo el primer cómputo, el de mínimos. El subtítulo del libro es «Barcelona y la esclavitud atlántica (siglos XVI-XIX)». ¿Por qué Barcelona y no Cataluña? ¿Por qué Barcelona y no España? ¿Fue Barcelona la ciudad negrera de los prodigios?

En el caso de la monarquía hispánica, la trata de esclavos se reguló mediante el sistema de licencias y de asientos desde sus inicios hasta el reinado de Carlos III. Y quienes se beneficiaron de dichas licencias y, sobre todo, de dichos asientos fueron mercaderes o compañías extranjeras (flamencos, portugueses, franceses, británicos). No fue hasta 1789 cuando se produjo la liberalización de dicha actividad para los dominios americanos de Castilla, una decisión que permitió a cualquier súbdito de la monarquía hispánica poderse dedicar a la trata negrera. Cabe destacar que la incorporación de los españoles a la trata atlántica (sobre todo, a partir de 1810) se da en un contexto donde británicos y norteamericanos han declarado ya dicha actividad como una actividad ilegal. Hasta entonces, los grandes puertos negreros en Europa habían sido británicos (Liverpool, Bristol,…) o franceses (Nantes, Bordeaux,…) pero a partir de 1810 los grandes puertos negreros europeos pasaron a situarse en la península ibérica: Lisboa, Cádiz o Barcelona.

No obstante, durante el siglo XIX esos tres puertos que acabo de señalar no tenían la importancia que acreditaban entonces los grandes puertos americanos vinculados a la trata, como fueron, por ejemplo Río de Janeiro, Salvador de Bahía o La Habana. En la trata ilegal, el esquema del comercio triangular no describe el fenómeno tanto como las expediciones directas armadas en América hacia las costas africanas. Es en ese contexto en el que cabe situar el papel de Barcelona.

Lizbeth Chaviano y yo hemos reunido ocho trabajos diferentes que analizan las diferentes aristas de la relación entre Barcelona y la trata atlántica, poniendo de relieve que también del puerto de Barcelona salieron buques negreros. Aun así, en clave estrictamente comparativa, Lisboa y Cádiz tuvieron más importancia que Barcelona. Hace unas semanas realizamos, precisamente, un congreso en Cádiz para profundizar en nuestro conocimiento sobre la vinculación de dicho puerto con la trata negrera.

Te preguntaré sobre él en otra ocasión. Parece que La Habana, si no ando errado, era uno de los destinos más frecuentes de los viajes. ¿Por qué Cuba?

Cuba y sobre todo Brasil fueron los dos territorios que demandaron más esclavos durante el siglo XIX. En ambos casos (así como en el sur de los Estados Unidos) se produjo lo que el historiador norteamericano Dale Tomich bautizó hace años como la «segunda esclavitud», es decir, un tipo de esclavitud que fue absolutamente compatible con la emergencia del capitalismo global del siglo XIX y que se inscribe, precisamente, en esos parámetros. En el caso de Cuba, hubo una apuesta por el cultivo de la caña de azúcar que acabó convirtiendo a dicha isla en el gran productor de azúcar del mundo. Una apuesta que requería la llegada de contingentes crecientes de una mano de obra que se cubrió, en su mayoría, con esclavos africanos (aunque también con coolíes chinos e incluso con indios yucatecos). Por eso, La Habana (y otros puertos de aquella Isla como Matanzas o Santiago de Cuba) se convirtieron en grandes puertos negreros. Se mantuvieron, además, como puertos negreros después, incluso, de que España declarase ilegal el tráfico de esclavos (noviembre de 1820). La trata esclavista devino ilegal pero no desapareció, simplemente se hizo clandestina. Se calcula que entre 1820 y 1866, cuando terminó la trata, llegaron a Cuba más de 600.000 esclavos (una cifra muy alta atendiendo, por ejemplo, a que era ilegal).

En España, perdona mi ignorancia, ¿cuándo se abolió la esclavitud? ¿Y en otros países de Europa? ¿Algún país europeo la permitía?

En la España peninsular (e islas adyacentes, como se decía en el siglo XIX) la esclavitud quedó abolida en 1837. En cambio, en sus dominios americanos la abolición de la esclavitud fue más tardía: 1873 en el caso de Puerto Rico y 1886 en el caso de Cuba. España fue el último país europeo en abolir la esclavitud en sus colonias: Inglaterra la había abolido en 1833, Francia en 1848 y Holanda y los Estados Unidos en 1863. Quiero señalar que la ilegalización del tráfico atlántico de esclavos (que no de la esclavitud) fue un fenómeno anterior: en el caso español, el tratado que convirtió en ilegal la trata negrera se firmó en septiembre de 1817 y entró completamente en vigor en noviembre de 1820.

¿Quiénes compraban esos esclavos? ¿Qué hacían con ellos? ¿Hubo revueltas antiesclavistas en algún país de origen?

Propiamente, deberíamos hablar de esclavitudes (en plural) y no de esclavitud. Y es que hubo diferentes ocupaciones para los esclavos, dependiendo del objetivo de su dueño. Los compradores de esclavos, en América, no responden tampoco a un único perfil. Los hubo, por ejemplo, artesanos que necesitaban alguien que les ayudase en su taller de manera que dicho esclavo acababa aprendiendo el oficio (es conocido, saltando las distancias, el esclavo de Velázquez que se convirtió en un reputado pintor tras haber aprendido con su dueño y haber alcanzado, después, su libertad). Había esclavos domésticos (nodrizas, por ejemplo, pero también cocineras o caleseros) aunque, sin duda, el número mayor de los esclavos que arribaron a América durante el siglo XIX (la centuria que ocupa la mayor parte de los capítulos de nuestro libro) eran esclavos de plantación, es decir, trabajadores de las plantaciones dedicadas al cultivo de la caña (en el caso cubano), del café (en Brasil) o de algodón (en los Estados Unidos).

Y sí, hubo numerosas revueltas antiesclavistas. De hecho, las resistencias esclavas son consustanciales al fenómeno de la esclavitud americana, desde sus inicios: existen noticias de revueltas en la isla de La Española (hoy República Dominicana) desde principios del siglo XVI. Un magnífico libro de Aline Helg, editado en francés recientemente, recoge las numerosas acciones de resistencia (incluyendo las revueltas) registradas en América hasta 1833.

Tomo nota de la referencia. ¿Se pueden dar cifras? ¿Cuántas personas fueron trasladadas contra su voluntad en estos viajes de negreros durante casi 300 años o más?

Como antes señalé, disponemos de una magnífica base de datos, consultable en línea y en abierto, en: www.slavevoyages.org que da respuesta a tu pregunta y a muchas más. Recomiendo su consulta a todos los interesados en el tema. No hay duda, de hecho, de que la publicación de dicha base de datos ha alentado el auge que estamos viviendo en los estudios sobre la trata atlántica de esclavos, tanto en España como en muchos otros países.

Si digo que el esclavismo está en la base del nacimiento y del desarrollo del capitalismo en muchos países, ¿digo una barbaridad o un lugar común poco documentado?

Uno de los grandes intelectuales afrocaribeños del siglo XX, Eric J Williams, quien acabaría convirtiéndose en el primer Primer Ministro de Trinidad y Tobago, presentó una tesis doctoral en la universidad de Oxford (publicada en 1944 bajo el título Capitalismo y Esclavitud) donde afirmaba precisamente que no se hubiese dado la industrialización en Gran Bretaña si no hubiese sido por la existencia de su complejo esclavista en el Caribe (Jamaica, Barbados,…) y la intensa dedicación de sus comerciantes a la trata negrera durante el siglo XVIII. Aquel texto está en la base de un gran debate sobre estas cuestiones, un debate que se desarrolló en la segunda mitad del siglo XX y en los primeros años del siglo XXI y que no ha concluido todavía. Para algunos autores, entre los que me incluyo, hubo claramente una relación directa entre el tráfico de esclavos y, sobre todo, la existencia de una serie de economías de plantación (o, al menos, de corte plantacionista) en diferentes territorios americanos, y el triunfo del capitalismo en algunos países del Atlántico Norte.

Las últimas aportaciones, en eses sentido, parecen abrumadoras, más allá incluso de la formulación concreta de Williams. Recomiendo la lectura de dos recientes libros, obra de dos historiadores diferentes, quienes han puesto de relieve la importancia de la esclavitud en el auge del capitalismo global y particularmente del conjunto de la economía estadounidense, en sendos libros publicados en 2014: me refiero al alemán Sven Beckert, profesor en la Universidad de Harvard, y su Empire of Cotton: a Global History y al norteamericano E. A. Baptist con su The Half Has Never Been Told: Slavery and the Making of American Capitalism. Sin duda, el capitalismo global que se construyó a partir del siglo XIX no se hubiese producido sin la existencia de trabajo esclavo.

Abres tu presentación con una explicación sobre los antecedentes negreros del que fuera presidente de la Generalitat de Catalunya, Artur Mas i Gavarró, uno de los líderes del actual secesionismo catalán. Te cito: «Aquel timón [el que llevó Mas a su despacho presidencial] podría haber sido, por ejemplo, en del falucho Pepito, un velero mercante de construcción catalana que tras zarpar de Barcelona bajo el mando de Joan Mas [Roig, de segundo apellido, el tatarabuelo de Mas] y en apenas cinco meses (entre julio y diciembre de 1844) había conseguido llevar a 825 esclavos desde las costas de África hasta las de Brasil». No fue el único de los antepasados de Mas con ese «glorioso hacer». Citas por ejemplo, a Gaspar Roig Llenas y Pere Mas Roig. ¿No es un poco fuerte, si tu conjetura es correcta, que uno se lleve a su despacho presidencial un objeto con una simbología tan potente… y tan inhumana? ¿Cómo puede leerse esa acción?

Me temo que «conjetura» no es la palabra adecuada: es un hecho cierto que varios antepasados (marinos) de Artur Mas se dedicaron a la trata negrera. No obstante, la rueda de timón que adornó el despacho del President de la Generalitat no correspondió al de un buque negrero sino al de un velero comandado por otro antepasado, Artur Mas Reig, integrante de una generación posterior que navegó cuando ya la trata había desaparecido completamente. A mí, particularmente, me parece irrelevante ese hecho al que ciertamente aludimos Lizbeth y yo en la introducción de nuestro libro Negreros y esclavos.

Lo que me parece más significativo es que dicho ejemplo revela que una parte importante de las élites europeas actuales (lo que quiere decir también las élites catalanas y españolas) hunde las raíces de su historia familiar en el mundo de la trata esclavista y de la esclavitud en América. Y el caso de Artur Mas no es único: podríamos hablar, como hacemos, en el libro, de las hermanas Ana y Loyola de Palacio, de su primo Herman Tertsch, de la mujer de Valéry Giscard d’Estaing, del propio David Cameron…

Sí, reparé también en esos nombres y familias insignes.

Es una nómina que puede ir creciendo conforme mejoremos nuestro conocimiento del fenómeno: sin ir más lejos, sabemos ahora que el abuelo paterno del escritor Ramiro de Maeztu (defensor acérrimo de la idea de «hispanidad») no sólo fue propietario de una plantación de caña en Cuba (el ingenio Don Pelayo) sino que él mismo financió la trata negrera hacia la gran Antilla.

Más allá de los nombres concretos de los descendientes de aquellos negreros, lo que me parece más significativo es señalar que el mundo de la trata y de la explotación de mano de obra esclava actuó como un mecanismo de ascensor social y que algunas familias que se beneficiaron entonces, siguen conformando las élites actuales, a principios del siglo XIX.

El primer capítulo, de Eloy Martín Corrales, está dedicado a Barcelona ¿Hasta cuándo y desde cuándo hubo esclavos en Barcelona? ¿Quiénes eran esos esclavos?

Eloy Martín Corrales es un colega profesor del Departamento de Humanidades en la Universitat Pompeu Fabra y su aportación al libro gira en torno a la esclavitud en la propia ciudad de Barcelona en los siglos XVI, XVII y XVIII. En su capítulo, el doctor Martín Corrales pone de relieve que, aunque la esclavitud en la ciudad se convirtió en un fenómeno residual durante el siglo XVIII no hay duda de que siguió habiendo esclavos y que los hubo hasta los primeros lustros del siglo XIX. Rescata, por ejemplo, algunos anuncios publicados en el Diario de Barcelona en fechas tan tardías como diciembre de 1819, cuando «Manuela Michán, negra, natural de Montevideo, de edad 24 años cumplidos» anunciaba que «deseaba desea encontrar casa para servir. Esta negra acaba de lograr su total libertad, por un rasgo de humanidad de algunos corazones caritativos de esta ciudad», decía. La virtud de este capítulo es sistematizar todo lo que se sabe al respecto, hasta el momento (incluyendo sus propias investigaciones), a la vez que invita a seguir avanzando en el conocimiento de una realidad que aún conocemos de forma insuficiente.

¿Cómo un historiador trabaja en estos temas? ¿A qué archivos acude? ¿Qué documentos analiza?

Quienes nos ocupamos, como es mi caso, con la trata ilegal de esclavos en el mundo atlántico (a partir de 1820) nos encontramos con un problema de fuentes. No obstante, tenemos la suerte de contar con la documentación generada por los británicos quienes levantaron un verdadero complejo de persecución de la trata en el Atlántico (tanto en África como en América). Los informes elaborados en el siglo XIX por los funcionarios británicos se conservan y ofrecen al investigador una fuente de información riquísima para nuestro trabajo. Contamos también la documentación cruzada entre los diplomáticos españoles y británicos, en torno a dicha cuestión (una documentación que se encuentran en Madrid) así como con la documentación conservada en el Archivo General de Indias (que resulta especialmente rica para los últimos años de la trata legal).

Para quienes estudiamos Cuba resultan fundamentales los archivos cubanos, empezando por su Archivo Nacional (en La Habana) y siguiendo por los archivos provinciales. Cruzar la información de unos y otros archivos nos permite conocer, incluso con bastante detalle, como funcionaba la trata atlántica de esclavos y como se incardinaba la participación catalana y española en dicha actividad. Otro tipo de fuentes (notariales, fiscales,…) nos ayudan a conocer las facetas más públicas de quienes estuvieron implicados en dicha actividad.

Te ocupas en tu trabajo de cuatro capitanes negreros. ¿Por qué has elegido esos cuatro (José Carbó, Gaspar Roig, Esteban Gatell, Pedro Manegat)? ¿Qué tienen de especial? ¿Qué actividades realizaban en concreto?

En mi aportación quise centrarme en la figura de los capitanes negreros. Al hacerlo, me inspiré en un magnífico libro de Marcus Rediker titulado El Barco de Esclavos. Una historia humana. En dicha monografía, Rediker narra con detalle cómo era la vida a bordo de los buques negreros británicos del siglo XVIII y se fija particularmente en la figura del capitán negrero. Pensé que podría intentar hacer algo parecido, para el caso catalán y a pequeña escala.

La nómina de capitanes de buques negreros es mucho más amplia que esos cuatro individuos de los que me ocupo, de manera que si los seleccioné fue porque ofrecen cuatro trayectorias vitales diferentes marcadas (excepto el caso de Manegat) por el éxito económico: los otros tres (Carbó, Roig y Gatell) dejaron de ser capitanes negreros para convertirse en hombres de negocio capaces de invertir sus capitales en actividades diferentes, también en Barcelona. Gatell fue, por ejemplo, fundador del Banco de Barcelona mientras que Carbó dedicó sus caudales a la compra de fincas en la Rambla y a la construcción de edificios en el Ensanche. Gaspar Roig, por su parte, impulsó una empresa de vapores domiciliada en la capital catalana. El retrato coral de dichos personajes ilustra en qué medida la dedicación a la trata actuó como un trampolín de ascenso social y cómo algunos capitales vinculados a dicha actividad ilegal sirvieron para financiar la actividad económica en Barcelona. La vida de Manegat ofrece el contrapunto del capitán negrero que dejó de dedicarse a la trata para trabajar como factor, en la costa africana (no en Europa) y que falleció antes de conseguir regresar a casa.

Xavier Juncosa, historiador y director de cine, habla en aportación del «esclavista oculto». ¿Por qué oculto? ¿Tenía vergüenza? ¿Mala conciencia tal vez?

Oculto en el sentido de que los biógrafos de Jaume Torrents Serramalera (y han sido varios) no habían reparado hasta ahora en su dedicación a la trata esclavista. Uno de los elementos más valiosos de la aportación de Xavier Juncosa radica, precisamente, en revelar y explicar como un gran naviero de la Barcelona de mediados del siglo XIX (propietario entonces del palacio que aloja en la actualidad el Ateneu Barcelonés) se dedicó también a la trata africana.

¿Estás estudiando e investigando más en estas temáticas? ¿Qué objetivos tienes?

Este libro es uno de los resultados de un proyecto colectivo de investigación del que formamos parte Lizbeth Chaviano y yo mismo, y así también otros autores. Proyecto en el que trabajamos sobre la participación española en el tráfico de esclavos, por un lado, y en torno a los legados de la esclavitud, en España, del otro.

Tenemos también el objetivo de editar un libro similar sobre Cádiz, en este caso con la participación de Carmen Cozar Navarro, profesora de historia económica en la Universidad de Cádiz (quien está realizando una interesante y documentada biografía de un gran negrero gaditano llamado Pedro Martínez).

A título particular me gustaría poder escribir un libro sobre el tema, que fuese el resultado final de dicho proyecto, del cual vamos avanzando trabajos en congresos y conferencias. Cruzo los dedos para poderlo conseguir «más temprano que tarde», siguiendo la formulación de Salvador Allende.

¿Quieres añadir algo más?

Invitar simplemente a la lectura de nuestro libro Negreros y esclavos. Barcelona y la esclavitud atlántica (ss. XVI-XIX), editado por Icaria Editorial. Un trabajo que se ha escrito para hacer llegar a un público amplio las investigaciones de ocho historiadores diferentes, quienes han trabajado sobre el fenómeno de la trata negrera de una u otra manera. Un trabajo basado en la suma de ocho capítulos que, leídos de forma coral, permiten hacerse una idea certera de la relación de Barcelona con el mundo de la esclavitud y de la trata atlántica de esclavos.

Fuente: Revista El viejo topo

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