Entrevista a Rafael Poch de Feliu sobre «Entender la Rusia de Putin»
Salvador López Arnal
Hasta su despido de La Vanguardia, Rafael Poch de Feliu (Barcelona, 1956) fue veinte años corresponsal de ese diario en Moscú (1988-2002) y Pekín (2002-2008), nueve en Berlín y en la Europa del Este, antes y después de la apertura del Muro, y tres en París (2014-2017). Ha sido también corresponsal de Die Tageszeitung en España, colaborador de Le Monde Diplomatique, y de la revista Du Shu de Pekín. Entre sus libros cabe destacar: Tres preguntas sobre Rusia (Icaria, 2000), La gran transición (Crítica, 2003), La actualidad de China (Crítica, 2009) yLa quinta Alemania (junto a Àngel Ferrero y Carmela Negrete, Icaria, 2013). Mantiene actualmente un blog semanal: https://rafaelpoch.com
Nos centramos en la conversación en su último libro, publicado por Akal (Madrid, 2018, 159 páginas) en la colección “A fondo”.
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Recuerdo el título y subtítulo de su último libro: “Entender la Rusia de Putin. De la humillación al restablecimiento”. ¿No personaliza en demasía al hablar de la Rusia de Putin? ¿Es tan esencial su figura en la Rusia actual?
Seguramente. El título es “periodístico”, es decir una concesión al amplio consumo y a la “actualidad”. No creo que la personalidad de Putin tenga demasiada trascendencia para “entender” Rusia y de hecho el libro no habla de Putin. El subtítulo va más al grano.
Sobre el subtítulo: “De la humillación al restablecimiento”. Le preguntaré luego por la humillación, pero, ¿a qué refiere el término de “restablecimiento”?
Se trata del restablecimiento del Estado ruso y de cierta recuperación de su potencia y proyección internacional independiente, después de una época de desmadre, los años noventa, en la que de lo que se trataba era de llenarse los bolsillos. Me refiero, claro, a los que mandan en el país. Entonces el Estado y su potencia independiente en el mundo eran un estorbo para aquel saqueo. Ahora lo han compatibilizado, podríamos decir…
Explico a los lectores la estructura de su libro: una presentación de Pascual Serrano, el director de la colección de “A fondo”, su prólogo, y tres capítulos con una bibliografía sucinta al final de cada uno de ellos: I. Raíces de la autocracia. II. ¿Por qué se disolvió la URSS? III. La Rusia postsoviética en el mundo de hoy. Sin notas a pie de página lo que facilita mucho la lectura.
Señala en el prólogo que su libro rompe con la sesgada y belicista imagen que se suele dar de la Rusia actual, y que es la genuina obra de un “Putinversteher”, usted, un heredero de la Ilustración.¿Y qué es un Putinversteher? ¿Un simpatizante de la línea política del presidente ruso?
No. “Putinversteher” (literalmente, “el que comprende a Putin”) es el concepto acuñado por el sector más retrogrado y agresivo del establishment alemán para obviar una discusión seria sobre Rusia. Quien la intente es acusado de ser “comprensivo”, léase cómplice, con una figura demonizada, lo que corta el intento. Eso ocurre hoy en todo el mundo occidental, con mayor o menor intensidad: no quieren hablar sobre Rusia, solo demonizarla. Y el problema es que el mundo no se comprende con simplezas maniqueas, que, por otra parte, encubren intereses de fondo más inconfesables.
Comenta también en este prólogo que en el entorno de Rusia, como en el de China, se han creado nuevos y peligrosos focos de tensión militar. ¿Y no existen peligrosos focos de tensión militar creados por Rusia en su acción exterior? Algunos comentaristas citan, a título de ejemplo, su anexión de Crimea, su apoyo a los rebeldes del Este de Ucrania y su decisiva intervención en Siria, apoyando al régimen del dictador (algunos añaden criminal) Bashar al-Ásad.
Empecemos por Bashar. No discutiré su condición criminal, pero el asunto es que ese no es su único título. Su título más significativo es otro: su condición de gobernante de un régimen independiente de Occidente en Oriente Medio. Concretamente el último del mundo árabe. Se le señala como criminal y dictador precisamente por eso. No se trata de sus fechorías, perfectamente perdonables cuando las cometen otros criminales o dictadores de la región correctamente alineados. Respecto a Rusia, sin duda comete fechorías y crea “peligrosos focos de tensión” en Ucrania y en Siria. En Siria su principal fechoría ha sido ayudar a un régimen hostil a la benevolente acción occidental cuya política de cambio de régimen en la región ha provocado unos cuatro millones de muertos en el arco que va de Afganistán a Libia, pasando por Somalia, y Yemen, según la contabilidad de Nicolas J.S. Davies. En el caso de Siria se ha impedido ese cambio de régimen que debía ser sustituido por algo peor a Bashar, tal como ocurrió en Libia, Irak, etc. Una verdadera fechoría. Y en el caso de Ucrania, lo que se presenta como agresión expansionista ha sido más bien un reacción paliativa-defensiva ante una derrota. Rusia ha recuperado Crimea y violado la integridad territorial de Ucrania, sí, pero la situación tiene ciertas consideraciones. Primera, lo ha hecho con el beneplácito del 80% de su población. Segunda, Crimea no está en Asia Oriental ni en Oriente Medio sino que forma parte de la Rusia histórica desde el siglo XVIII. Y tercero, esa anexión/violación, ha tenido lugar después de que en Ucrania se escenificara una operación de cambio de régimen occidental con el apoyo de la mitad de la población, cuyo resultado ha sido que Rusia ha perdido Ucrania donde viven más de ocho millones de rusos, la mayor diáspora rusa del mundo. Con el cambio de régimen en Kiev, que fue mucho más contra Rusia que contra la corrupción, como demuestra el actual gobierno ucraniano igualmente corrupto que el anterior con la diferencia de su alineamiento con la OTAN, esa población rusa habría salido perdiendo, lo que explica la reacción que se produjo en el Este del país con las proclamadas repúblicas que, naturalmente, Rusia ha apoyado militarmente. Y una última consideración: Gorbachov perdió el bloque del Este en nombre de la libertad y la democratización y Yeltsin disolvió la URSS para echar a Gorbachov y en nombre del capitalismo. ¿Qué habría pasado si después de eso Putin, que gobierna sobre el nacionalismo ruso y la imagen de potencia recuperada, hubiera perdido, sin más, Ucrania? ¿Qué habrían pensado los rusos? Ganar Crimea a cambio de Ucrania ha sido una pérdida, sin duda, pero con ella Putin ha salvado la cara. Tras estas consideraciones podemos discutir sobre los “nuevos y peligrosos focos de tensión creados por Putin” y llegar a diferentes conclusiones, pero, cuidado: por el mero hecho de hacerlo ya caemos en la sospechosa categoría del “Putinversteher”.
Califica el sistema político ruso como un capitalismo burocrático basado en el acuerdo entre la burocracia y el capital privado. Pero, ¿qué hay de especial en ese capitalismo? ¿No ocurre esa alianza a la que alude en muchos otros países capitalistas?
Lo especial de ese capitalismo es que es ruso, y eso significa un estatismo exacerbado y toda una serie de marcos históricos a los que dedico el primer capítulo. En la tradición secular rusa el capital privado, y la sociedad en general, está mucho más amarrado al Estado y sometido a él que en Occidente. En eso la alianza que defino es diferente. En Occidente podemos poner otros adjetivos al capitalismo, pero seguramente el de “burocrático” no figurará entre los primeros.
No simpatiza mucho con un concepto muy presente en las ciencias políticas: totalitarismo. Habla de abuso en su uso e incluso de “inútil concepto”. ¿Puede resumirnos sus críticas? No es necesario recordar que dos de los grandes filósofos-pensadores del siglo XX fueron muy partidarios de él. Me estoy refiriendo a Hanna Arendt y al físico-filósofo-corresponsal-de-Einstein-asesor de Miss Thatcher Sir Karl Popper.
Bueno, no voy a iniciar una discusión con Hanna Arendt, ¿verdad?, pero constato que el concepto no aporta gran cosa a la historia del régimen estalinista que es perfectamente comprensible e identificable como capítulo moderno de la historia secular de la autocracia rusa en el siglo del carbón y el acero. Ahí me remito a la obra de Moshe Lewin, por citar a un maestro traducido a lenguas occidentales, y a la de otros autores rusos poco o no traducidos que no necesitan esa u otras categorías huecas como la de “homo soviéticus” -sobre la que vuelve ahora la premio Nobel Svetlana Aleksievich- para explicar aquella URSS. En cambio, el concepto de “totalitarismo” sí que aporta, y mucho, al arsenal ideológico de la guerra fría, al trazar un signo de igualdad entre nazismo y comunismo. Seguramente por eso Hanna Arendt ha sido tan popular entre los cruzados de la guerra fría, a diferencia de Primo Levy que formula muy bien las diferencias fundamentales entre ambos. Naturalmente el uso que se haya hecho del libro de Arenndt no es responsabilidad de la autora.
Comenta usted al final de su prólogo que el libro es una especie de postdata, son sus palabras, al que escribió hace quince años sobre el fin de la URSS, “La gran transición”, que no es el libro de un periodista que haya pisado el terreno fresco que describe, que es lo que le gusta, sino de un “observador distanciado que no ha visitado el país desde hace diez años”. Añade que se ha decidido a practicarlo, a pesar de su incomodidad, “a la vista de la pobreza y el bajo nivel de lo que se publica actualmente en Rusia, país que no se entiende sin situarlo en el marco mundial del que forma parte”. ¿Por qué ese bajo nivel? ¿Por la complejidad del tema? ¿Por nuestra ceguera occidentalista? ¿Por el ánimo de confundir y manipular? ¿Piensa en España, en Europa, en el mundo?
Pienso en general, pero también en España. El 90% de la producción anglosajona sobre Rusia y China, trátese de publicística, academia o labor de “expertos”, es muy poco independiente. Y esa es la fuente en la que beben nuestros editores y periodistas en España. Dentro de ellos hay un sector que son verdaderos pajes y asistentes a sueldo de la OTAN y sus Ong’s. Tenemos periodistas que han participado en campañas directamente pagadas y orquestadas por los gobiernos atlantistas y expertos que, por ejemplo, han cobrado de George Soros por confeccionar listas de periodistas “pro rusos” durante la crisis de Ucrania. Esto son cosas sabidas y publicadas, pero, naturalmente hay mucho más en la sombra. Luego está lo más corriente y mayoritario, lo que se llama el “mainstream”, la corriente en la que están las empresas (editoriales, mediáticas, organizaciones no gubernamentales…) a la que mucha gente de buena fe sin criterio, se adapta y se deja llevar por conformismo. Este aspecto que yo llamo “de rebaño” (la “verdad” acaba siendo lo que dice y repite todo el mundo) es mucho más común y corriente que el minoritario de los “militantes comprometidos” a sueldo o no. Luego está quienes focalizan todo a partir de los “derechos humanos”, un concepto naturalmente entrecomillado que forma parte del problema: debidamente focalizada, la política (gringa) de derechos humanos convierte a Cuba en el principal problema de derechos humanos en América Latina y a Rusia y a China, o a cualquier nación con políticas independientes o adversas a la de Occidente, en los principales transgresores y objetos de condena. En esas listas de fechorías, muy raramente figuran las potencias occidentales, precisamente porque son ellas las que definen esa “política de derechos humanos”, genuina perversión del concepto universal… Ha sido este contexto el que me ha hecho abordar el tema, pese a la enormidad de no haber pisado Rusia en los últimos diez años, algo que, naturalmente no es una ventaja sino un claro inconveniente. Pero me pareció que simplemente situando la Rusia de hoy en la realidad de la actualidad mundial, ya se explican muchas cosas esenciales sobre el comportamiento de ese país. Y respecto a sus relaciones internas: sus instituciones y relaciones se establecieron en los años noventa, así que lo que tenemos hoy no es más que su lógico y duro desarrollo.
El capítulo I lleva por título “Raíces de la autocracia”. Traza aquí una historia muy singular de Rusia. ¿Por qué es tan importante, tal como señala, las diferencias entre la Iglesia greco-oriental y la romana-occidental? ¿Nos ayuda estudiar esas diferencias a entender mejor el “alma rusa”?
Esas diferencias son cruciales para comprender cómo los espacios sociales que se derivan de un pluralismo de autoridades y jefaturas, dan holgura, autonomía e independencia a los grupos y a las personas, a su pensamiento y en última instancia a su capacidad de acción. La sumisión y dependencia de la iglesia al poder político estatal en Rusia, y antes en Bizancio, la forma en que la iglesia griega entiende y practica su unidad y su ortodoxia, entendida como el conjunto de principios doctrinarios y de normas aceptadas por la mayoría que modelan la tradición, todo eso configura un ambiente mucho más cerrado en el Oriente ortodoxo que en el Occidente católico, donde la autoridad del Papa era exterior al monarca y la iglesia una institución internacional y transversal, frecuentemente en tensión con el poder político. Desde esa mayor holgura y pluralidad de poderes y sumisiones, es mucho más fácil dar el salto hacia el Renacimiento y luego a la Ilustración, que acabará desacralizando el poder y liberando el pensamiento. Ahí está una de las raíces del déficit de libertad en los regímenes políticos rusos. “Max Weber en Moscú”, podríamos decir.
Pone mucho énfasis en el despotismo del estado ruso. Habla de la enormidad del Estado absoluto unido a la ausencia de espacios autónomos y de pluralismo. Pero, ¿no ocurre así en muchos otros lugares del mundo? Perdone la cita bíblica, pero cabría recordar tal vez aquello de “quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. ¿Habría pedrea?
Sí, en muchos lugares del mundo… pero casi todos se encuentran al Este de Moscú. No quiero dar una calificación “moral” a ese hecho, ni apuntarme a un discurso sobre el “despotismo asiático” porque lo siguiente podría ser el “odio africano” y la “intrínseca bondad civilizadora del hombre blanco”, ¿verdad? Me gusta más el enfoque relativista e histórico que me enseñó en esta materia, el Profesor Kiva Maidanik, uno de mis maestros. Decía algo así: «¿Qué fuerza resultó fundamental para que la clase obrera rusa supiera mantener contra viento y marea lo conquistado en Octubre de 1917 en las insoportables condiciones de guerra contra casi todo el mundo de 1918-1920? ¿Qué herramienta hizo posible transformar una sociedad rural atrasada, asediada y arruinada por la guerra, de increíble heterogeneidad estructural, en un país industrializado, integrado, con su enorme potencial científico que ofreció la base material de su independencia y de su proyección sobre el resto de la humanidad? ¿Qué herramienta permitió derrotar a la mayor fuerza militar del capitalismo en la primera mitad del siglo y salir al paso de la otra en su segunda parte? Esa y otras preguntas del mismo estilo tienen la misma respuesta; el Estado y otra vez el Estado. Pero hay otras preguntas; ¿Qué fuerza vació, deformó y derrotó a la mayor revolución libertaria y antiexplotadora del siglo, arrebatando el poder y la propiedad al pueblo? ¿Qué institución realizó el mayor genocidio contra su propio pueblo y se apoderó de los frutos de su victoria de 1945? ¿Qué fuerza es la gran culpable del atraso económico y social, del estancamiento y de la podredumbre de nuestra sociedad en los últimos decenios? ¿Cuál fue el mayor obstáculo para que la causa socialista se abriera paso en la Urss y en Europa central? La respuesta sigue siendo la misma; el Estado«.
¿Y China? ¿no ha sido allí el Estado la clave de su ascenso? Y al mismo tiempo, ¿no es obstáculo para otras cosas esenciales de su actual desarrollo? Así pues, dejémoslo en pregunta: ¿cómo separar una cosa de la otra?
Le agradezco mucho el recuerdo de Maidanik. Lo oí sólo una vez vez, tal vez en 1989, hablando de lo que había significado la aniquilación de la Primavera de Praga para la tradición marxista-comunista y me dejó profundamente impresionado. No he olvidado sus palabras.
Hay un apartado en este primer capítulo, deslumbrante en mi opinión, al que ha titulado “Universo campesino”. ¿Por qué da tanta importancia al campesinado en la historia rusa?
Porque la tiene. La Rusia actual es hija y nieta de campesinos. Mucho más que nosotros, ibéricos, y que cualquier otro en la Europa no balcánica. Y el mundo campesino ruso ha tenido hasta hace muy poco unas características e instituciones que desaparecieron por completo en el siglo XVIII en el resto de Europa. La mentalidad, la religión y la ética campesinas, impregnaron la sociedad rusa moderna que era rural en un 80% en 1917 y aún en un 50% en los años sesenta del siglo XX. El muzhik fue el sujeto de fondo de la revolución, de la urbanización, del terrible consenso y terror estalinista, de la derrota del nazismo y la liberación de Europa en 1945, de la reconstrucción del país… Rusia no se entiende sin atender, observar y escuchar al muzhik.
La mayoría de las fuentes bibliográficas de este primer capítulo, las cita en las páginas 70-72, son rusas. Entre los pocos autores no rusos cita usted a Teodor Shanin.
El motivo es bien simple: Nadie mejor que los rusos han estudiado y explicado su país. Ahí está su gran literatura universal (quien se interese por Rusia debe comenzar por ella), sus historiadores y filósofos. Claro que hay brillantes estudiosos extranjeros. Shanin es uno de los que me enseñó mucho. Otro es el ya mencionado Moshe Lewin. Ambos nacidos en el imperio ruso, en Vilnius (Lituania) en los años treinta y veinte, respectivamente. Los dos judíos. Uno de ellos fue salvado siendo niño por una anónima campesina rusa que le embarcó in extremis en un camión que huía de la inminente entrada de los alemanes en la ciudad. Por ello, decía, dedicó su vida al estudio del mundo campesino ruso.
El segundo capítulo del libro lleva por título: “¿Por qué se disolvió la URSS?”. Sigue usted hablando en términos muy positivos, elogios no excluidos, de Gorbachov. No coincide con la mirada de otros ensayistas y pensadores que también conocieron bien aquella sociedad. Pienso, por ejemplo, en Alexander Zinóviev. Perdone la descortesía: ¿no es algo acrítico con una figura como la de Gorbachov que, sin duda, tuvo muchas luces pero también algunas sombras? Por ejemplo, su increíble confianza en el cumplimiento de los acuerdos por parte de las autoridades occidentales.
Me parece que la animadversión de parte de la izquierda española hacia Gorbachov se explica en el desconocimiento de la situación, de lo que era la URSS y de las circunstancias de su crisis terminal. A ella le dedico el segundo capítulo de mi libro (“¿Por qué se disolvió la URSS?”), pues muchos continúan sin entender gran cosa de todo aquello. Puntalicemos. Primero: Gorbachov era un socialdemócrata, es decir un partidario de democratizar el socialismo. En Europa occidental un socialdemócrata puede ser un partidario del capitalismo con toques sociales y liberales. Pero estamos hablando de la URSS que era una mezcla de socialismo y dictadura. Gorbachov era un socialdemócrata y un humanista porque quería eliminar la dictadura de aquella síntesis. Cualquiera entiende que aquello no tiene nada que ver con el SPD o el PSOE: el punto de partida era otro, así que el propósito merece todos los elogios.
Segundo: su gobierno concluyó en fracaso. Acabó solo a medias con los aspectos dictatoriales, pero sí con el socialismo. Es verdad, pero eso fue contra su voluntad y pese a su lucha y sus equilibrios hasta el último momento. Su libertad explosionó y desordenó el país, liberó los apetitos burgueses de su degenerada casta dirigente y no logró aliados ni entre los sectores populares ni en la intelligentsia, ambos mucho más cómodos con un líder déspota y provinciano como Boris Yeltsin que, este sí, abrió de par en par las puertas del supermercado nacional para que sus administradores lo saquearan y se convirtieran en propietarios. Recordemos cómo Gorbachov se la jugó y cómo fue víctima de dos golpes de estado: el primero en agosto de 1991 a cargo del ala conservadora del establishment soviético, y el segundo, en diciembre de 1991, a cargo de los dirigentes de las tres repúblicas europeas, deseosos de acabar con los impedimentos a la privatización y con los símbolos socialistas del régimen.
Tercero: es verdad que fue ingenuo y optimista respecto a su confianza en los líderes occidentales respecto al cumplimiento de los acuerdos alcanzados. Su talón de Aquiles fue, precisamente, subestimar lo que podríamos llamar “imperialismo occidental”, es decir el hecho de que las democracia occidentales son democracias (muchas de ellas de baja intensidad) de puertas adentro, pero absolutas dictaduras en su comportamiento internacional. Reconociendo ese defecto optimista, debo puntualizar de nuevo en favor del personaje, que sin ese optimismo habría sido imposible plantearse la reforma democratizante de la Unión Soviética y asuntos como el desarme universal. Solo con realismo/pragmatismo no creo que hubiera habido cambio alguno. Por otro lado, la propia disolución de la URSS, a la que Gorbachov se opuso, así como los espectáculos bananeros que le siguieron, determinaron también muchos de aquellos incumplimientos: Occidente respetaba a Gorbachov, pero le perdió todo el respecto a la Rusia postsoviética.
Y finalmente, vayamos al cuarto punto: Gorbachov es excepcional en el contexto de la historia secular rusa porque transfirió poder de autócrata a cámaras representativas electas, lo que va contra toda la tradición del poder moscovita descrita en el primer capítulo de mi libro. Eso se llama democratizar. Salió mal, sí, pero ¿acaso no infunde respeto? ¿Acaso no merece la pena intentarlo de nuevo? ¿Desmerece eso su lugar en la historia? Mi respuesta a esas tres preguntas es inequívoca.
Tocado y hundido. Habla de la disolución técnica de la URSS el 8 de diciembre de 1991. “Tres hermanos, Rusia, Ucrania y Bielorrusia, mataron a la madre para quedarse con la herencia”. ¿Pero no fue un poco absurdo mirado incluso en esos términos, en términos de poder? ¿No se perdía mucho poder colectivo con esa disolución? ¿No pudieron mover sus hilos, mentes y deseos agentes externos a aquel acuerdo tripartito? ¿No perdieron mucho pensando ganar más?
Puede que se perdiera “poder colectivo”, pero de lo que se trataba para ellos era de ganar “poder privado”, de convertirse en una casta propietaria normal y no en meros administradores. El país no les importaba gran cosa. Lo que les importaba era llenarse los bolsillos. Una vez realizado eso, entonces sí se plantearon restablecer el Estado ruso y su papel. Putin ha sido el encargado de ello. Los “agentes exteriores” no tuvieron ningún papel esencial en aquello. La clave fue el análisis de la estadocracia soviética, una casta administrativa degenerada. Ni la CIA, ni todo el ejército de “sovietólogos” a su servicio, captaron nada de aquel aspecto. Y por eso todo fue tan inesperado y desconcertante también para ellos.
Finaliza este segundo capítulo con una reflexión que a mí me parece muy importante. Le cito: “En muy pocos años se dobló el número de obreros (que en el año 2000, excluyendo a todos esos nuevos, era de 1.460 millones). El resultado ha sido un cambio fundamental en la correlación de fuerzas global entre capital y trabajo. Un mundo con más explotación, precariedad, deslocalización y globalización crematístico-industrial. Eso es lo que tenemos hoy y habrá que ver a qué tipo de convulsiones, colapsos y disoluciones nos lleva”. ¿A qué convulsiones, colapsos y disoluciones puede llevarnos en su opinión? Por ejemplo, en la UE o en España en particular.
Parece que nos lleva a perder el tren de los retos del siglo, que yo resumo en tres aspectos; el calentamiento global, el incremento de la desigualdad entre grupos sociales y regiones del mundo, y la proliferación de la capacidad de destrucción masiva. Todo eso nos lleva directos hacia un mundo verdaderamente inquietante, aún más complicado que el actual que ya produce escalofríos. La humanidad se enfrenta a un reto de civilización que es incompatible con el capitalismo. Es así de sencillo. En ese marco la “situación en España” es una gota de agua en el océano y el destino de la UE, una nota a pie de página.
¿Tiene la UE una política propia respecto a Rusia o mantiene, cuanto menos, algún signo de independencia política del dominante marco usa-otánico?
Cada país tiene su temperatura, pero los que marcan la pauta, Francia, Reino Unido y Alemania, siguen la estela de Washington. Claro que tienen reservas y Trump provoca su desarrollo de forma muy activa. Hace tiempo que los alemanes piensan en sacudirse la hipoteca con Washington que supone la OTAN en política exterior y de seguridad, pero mientras tanto todos ellos siguen actuando como ayudantes del Sheriff.
Le he leído alguna vez afirmar que la OTAN tiene una fecha de caducidad no muy lejana. ¿Lo sigue pensando?
Es una posibilidad a la que Trump contribuye activamente, pero la pregunta es qué habrá después de ese papel de “ayudante del Sheriff”. No me hago muchas ilusiones. Visto lo visto, en Libia, en Afganistán, en Siria, en Ucrania, en Yemen… lo que se dibuja en el horizonte podría ser la ambición de una Europa convertida en matón autónomo. Los alemanes empiezan a discutir la conveniencia o no de dotarse del arma atómica -lo que es anticonstitucional- o de socializar la bomba francesa convirtiéndola en un recurso nuclear “europeo”. También proponen que el puesto de Francia como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU sea convertido en un puesto “europeo”, cosa que suavizan diciendo que su representante sea un francés… La pregunta es: ¿soberanía europea en defensa para hacer qué?
Excelente pregunta. ¿Es posible, aunque sea por necesidad, una alianza estable, a corto y medio plazo, entre Rusia y China? ¿Puede pensarse en una alianza Rusia-Occidente contra China con la que Rusia podría ganar tranquilidad, no estar sometida a la máxima presión?
Todo es posible pero nada me parece estable. Y esa inestabilidad me parece el dato central. Rusia no está acostumbrada a ser el “hermano menor” de nadie y menos de China de quien fue “hermana mayor” hasta la ruptura chino-soviética. Veo muchos problemas en un bloque entre Rusia y China, aunque es verdad que Estados Unidos empuja en esa dirección. Pero si hubiera que apostar a largo plazo, veo más plausible lo segundo, una alianza Rusia-Occidente contra China, que lo primero.
Finaliza usted este tercer capítulo y el libro hablando de una zona gris “en la que la bipolaridad a cargo de Estados Unidos y China coexista con la acción de muchos otros actores y aspirantes”. ¿Ese le parece el escenario más probable? ¿El más deseado? ¿Quiénes podrían ser esos actores y aspirantes a los que hace referencia? ¿Dónde se ubicaría Rusia en este escenario?
Lo que digo es que todo está bastante borroso, incluido aquello que pasa por ser lo más claro. Por ejemplo, el declive de Estados Unidos. Existe y es claro, pero tendencialmente dura desde 1945, así que puede tener mucha cuerda, sobre todo si los demás no funcionan. Aunque el peso económico de EE.UU se haya reducido mucho, su dominio empresarial, militar y “cultural” es aplastante. No es solo una cuestión de PIB y ejércitos. ¿Donde está el Hollywood de China?, ¿quién es el John Wayne, la Marylin Monroe o los Beatles de China?, ¿cuales son las palabras chinas de moda entre la juventud?
Otro dato que se da por hecho es el ascenso de China al estatuto de superpotencia, pero puede haber sorpresas allí. Es un país objetivamente muy bien gobernado pero sobre todo visto desde la perspectiva de los graves problemas, contradicciones y desequilibrios que tiene. Contiene la mayor clase obrera del mundo y sus problemas pueden pinchar. Luego están todos aquellos aspirantes a ser actores en el mundo multipolar. Pero, ¿sigue siendo un BRIC Brasil después de las últimas elecciones? ¿Donde está África del Sur? De las fragilidades de Rusia se dicen algunas cosas en el libro. ¿Y la Unión Europea? Cuantas veces habíamos cantado su ascenso y ahora la vemos en trance de desintegración y completamente inoperante en la esfera internacional. El mundo árabe nunca había estado más dividido y revuelto, Irán amenazado. La India, ¿es un factor global? ¿Y el desafío de América del Sur? ¿Que ha sido del chavismo, del Ecuador de Correa, de la Argentina de los Kirschner….? La simple realidad es que todo está más que borroso. De ahí esa “zona gris”. Como dijo el simplón, “es lo que hay”.
De acuerdo, gracias, no abuso más de su tiempo y de su generosidad.