El colapso de Venezuela es una ventana a cómo se resolverá la Era del Petróleo
Nafeez Ahmed
Para algunos, la crisis en Venezuela va completamente de la corrupción endémica de Nicolás Maduro, siguiendo el legado inservible del experimiento ideológico socialista de Chávez bajo la insidiosa y creciente influencia de Putin. Para otros, todo va de la intromisión antidemocrática en curso de los Estados Unidos, que ha querido durante años hacer regresar a Venezuela -con sus enormes reservas de petróleo- a la órbita del poder estadounidense, y está interfiriendo ahora para socavar un líder en Latinoamérica democráticamente elegido.
Ninguno de los dos lados comprende la verdadera fuerza motriz tras el colapso de Venezuela: nos hemos desplazado al crepúsculo de la Era del Petróleo.
Así que, ¿cómo es que un país como Venezuela con las mayores reservas de crudo del mundo termina siendo incapaz de explotarlas? Aunque diversos elementos de socialismo, corrupción y capitalismo neoliberal están todos ellos implicados de diversa forma, de lo que nadie habla -especialmente en la industria mundial del petróleo- es de que desde la pasada década hemos entrado en una nueva era. El mundo se ha desplazado desde un crudo básicamente fácil de extraer y barato a llegar a ser cada vez más dependiente de formas no convencionales de petróleo y gas que son mucho más caras y más difíciles de producir.
El petróleo no se está acabando. De hecho, está por todas partes. Tenemos más que suficiente para freír el planeta. Pero como el fácil y barato se ha estancado, los costes de producción se han disparado. Y como consecuencia, el petróleo que resulta más caro explotar se ha vuelto cada vez menos rentable.
En un país como Venezuela, surgido de una historia de interferencia estadounidense, asolado por una mala gestión económica interna, combinado con una presión externa creciente por las sanciones estadounidenses, la disminución de la rentabilidad resultó fatal.
Desde la elección de Hugo Chávez en 1999, los EEUU han seguido explorando numerosas vías para interferir y socavar su gobierno socialista. Esto es congruente con el historial de intervencionismo estadounidense abierto y encubierto en toda América Latina, que ha buscado derrocar gobiernos elegidos democráticamente que socavasen los intereses de los EEUU en la región; que ha apoyado regímenes autocráticos de derechas y ha financiado, entrenado y armado escuadrones de la muerte de extrema derecha cómplices en la masacre deliberada de centenares de miles de personas.
En toda la parte moralizante triunfante en los medios de comunicación occidentales sobre los fallos del experimento socialista de Venezuela ha habido muy poca reflexión sobre el rol de esta horrible política exterior antidemocrática de los EEUU en la pavimentación del camino a un hambre populista de alternativas nacionalistas e independientes del amiguismo apoyado por los EEUU.
Antes de Chávez
Venezuela solía ser un aliado de los EEUU de ensueño, una economía de libre mercado modélica y un gran productor de petróleo. Con las mayores reservas de crudo del mundo, la narrativa convencional nos dice que su actual implosión solo puede ser debida a la colosal mala gestión de sus recursos nacionales.
Descrita en los años 90 por el New York Times como «una de las más antiguas y más estables democracias de América Latina», el periódico predecía que, gracias a la volatilidad geopolítica de Oriente Medio, Venezuela «está llamada a interpretar un papel destacado en la escena energética de los Estados Unidos en los años 90». En ese momento, la producción de petróleo de Venezuela estaba ayudando a «compensar la escasez provocada por el embargo de petróleo de Irak y Kuwait» en medio de precios más altos del petróleo disparados por el conflicto que se estaba fraguando.
Pero el NYT ocultaba una crisis económica cada vez más profunda. Como destacaba el experto en América Latina Javier Corrales en ReVista: Harvard Review of Latin America, Venezuela nunca se recuperó de las crisis monetaria y de deuda que había experimentado en los 80. El caos económico siguió ya bien entrados los años 90, justo cuando el Times celebraba la amistad con los EEUU de la economía de mercado, explicaba Corrales: «La inflación seguía indomable y entre las más altas de la región, el crecimiento económico seguía siendo volátil y dependiente del petróleo, el crecimiento per capita estaba estancado, la tasa de paro disparada y los déficits del sector público seguían a pesar de continuos recortes de gasto».
Antes de la ascensión de Chávez, el sistema atrincherado de partidos políticos tan aplaudido por los EEUU, y cortejado por instituciones internacionales como el FMI, básicamente se estaba derrumbando. «Según un reciente informe de la Data Information Resources de la Cámara de Comercio venezolano-estadounidense, en los últimos 25 años la parte de los ingresos de hogar gastada en alimentos se han disparado al 72 por ciento, partiendo de un 28 por ciento», se lamentaba el New York Times en 1996. «La clase media se ha reducido en un tercio. Se estima que un 53 por ciento de los trabajos son hoy clasificados como «informales» -en la economía sumergida- comparados con un 33 por ciento a finales de los 70″.
El artículo del NYT cínicamente echaba toda la culpa de la profundización de la crisis a la «esplendidez del gobierno» y al intervencionismo en la economía. Pero incluso aquí, el artículo reconocía entre líneas un telón de fondo histórico de continuadas medidas de austeridad apoyadas por el FMI. Según el NYT, hasta el presidente ostensiblemente antiausteridad Rafael Caldera -que había prometido más «populismo financiado por el estado» como un antídoto a años de austeridad provocada por el FMI- terminó «negociando un préstamo de 3 mil millones de dólares con el FMI», junto con «un segundo préstamo de un tamaño no revelado para suavizar el impacto social de cualquier adversidad impuesta por el acuerdo con el FMI».
Así que es muy conveniente que las mojigatas y altisonantes denuncias morales de Maduro ignoren el rol instrumental interpretado por los esfuerzos estadounidenses por imponer el fundamentalismo de mercado en el hundimiento económico y social de la sociedad venezolana. Por supuesto, fuera del eco fanático de los aposentos de la Casa Blanca de Trump y otras del tipo del New York Times, el impacto devastador de las medidas de austeridad apoyadas por el Banco Mundial y el FMI están bien documentadas por economistas serios.
En un estudio para la London School of Economics, el economista del desarrollo profesor Jonathan DiJohn del Instituto de Desarrollo Social de la ONU descubrió que la «liberalización económica apoyada por los EEUU no solo no había conseguido resucitar la inversión privada y el crecimiento económico, sino que también había contribuido a un empeoramiento de la distribución factorial de ingresos, que había contribuido a la creciente polarización política».
Las reformas neoliberales agravaron aún más las estructuras centralizadas nepotistas existentes vulnerables a la corrupción. Lejos de fortalecer al estado, llevaron al colapso del poder regulador del estado. Los analistas que se remontan a una edad de oro del libre mercado venezolano ignoran el hecho de que lejos de reducir la corrupción, «la desregulación financiera, las privatizaciones a gran escala y los monopolios privados crean [crearon] grandes rentas y por tanto oportunidades de búsqueda de renta/corrupción».
En lugar de llevar a reformas económicas sensatas, la neoliberalización impidió una reforma genuina y atrincheró a la élite en el poder. Y es así precisamente cómo Occidente ayudó a crear el Chávez que le encanta odiar. En palabras de Corrales en el Harvard Review:»… el colapso económico y el colapso del sistema de partidos están íntimamente relacionados. El fracaso repetido en Venezuela a la hora de reformar su economía hizo que los políticos existentes fuesen cada vez más impopulares, quienes a su vez respondieron privilegiando políticas populistas sobre reformas reales. El resultado fue un círculo vicioso de deterioro económico y de los partidos políticos, que llevaron en última instancia al ascenso de Chávez».
Petróleo muerto
Aunque hoy esté de moda echar la culpa del colapso de la industria petrolera venezolana únicamente al socialismo de Chávez, la privatización del sector petrolero de Caldera fue incapaz de impedir el declive de la producción de petróleo, que llegó a su pico en 1997 con unos 3,5 millones de barriles al día. En 1999, primer año real de Chávez en el gobierno, la producción había caído dramáticamente aproximadamente un 30 por ciento.
Una mirada más profunda revela que las causas de los problemas del petróleo en Venezuela son ligeramente más complicados que el meme «Chávez lo mató». Desde su pico más o menos en 1997, la producción de petróleo venezolana ha disminuido durante las dos últimas décadas, pero en los últimos años ha expermientado una caída precipitada. Puede haber pocas dudas de que una grave mala gestión de la industria del petróleo ha tenido un papel en esta disminución. Sin embargo, hay un motor fundamental diferente de la mala gestión que la prensa ha ignorado sistemáticamente al informar sobre la actual crisis de Venezuela: la cada vez más tirante economía del petróleo.
La gran masa del petróleo de Venezuela no es el crudo convencional, sino el «petróleo pesado» no convencional, un líquido muy viscoso que requiere técnicas no convencionales para extraerlo y que fluya, a menudo con calor a partir de vapor y/o mezclándolo con formas más ligeras de crudo en el proceso de refinado. El petróleo pesado tiene así un coste más alto de extracción que el crudo normal, y un precio de mercado más bajo debido a las dificultades de refinado. En teoría, el petróleo pesado se puede producir a precios por debajo de los gastos del punto de equilibro y por tanto con beneficios, pero hace falta una mayor inversión para llegar a ese punto.
Los costes más altos de extracción y refinado han tenido un papel clave en convertir los esfuerzos para producir petróleo en Venezuela en algo cada vez menos rentable e insostenible. Cuando los precios del petróleo estaban en su máximo entre 2005 y 2008, Venezuela pudo capear las ineficiencias y la mala gestión de su industria del petróleo debido a beneficios mucho más altos gracias a precios entre los 100 y los 150 dólares el barril. Los precios mundiales del petróleo se disparaban a medida que la producción de crudo convencional global empezó a estancarse, provocando un cambio cada vez mayor a fuentes no convencionales.
Este cambio global no significaba que se acabase el petróleo, sino que estábamos entrando más profundamente en la dependencia de formas más difíciles y caras de petróleo y gas no convencionales. El cambio se puede entender mejor mediante el concepto de Tasa de Retorno Energético, iniciado principalmente por el profesor de ciencias ambientales de la Universidad Estatal de Nueva York Charles Hall, un índice que mide cuánta energía se usa para extraer una cantidad determinada de energía de cualquier fuente. Hall ha mostrado que a medida que consumimos cada vez mayores cantidades de energía, usamos más y más energía para hacerlo, dejando menos «energía excedente» al final para llevar a cabo actividades sociales y económicas.
Esto crea una dinámica contra-intuitiva: aunque la producción crezca, la calidad de la energía que estamos produciendo disminuye, sus costos son más altos, los beneficios de la industria se reducen y el excedente disponible para mantener el crecimiento económico continuado mengua. Como el excedente de energía disponible para mantener el crecimiento económico se reduce, en términos reales la capacidad biofísica de la economía para seguir comprando ese mismo petróleo que está siendo producido se reduce. La recesión económica (en parte inducida por la era previa de precios del petróleo disparados) interactúa con la falta de accesibilidad al petróleo, llevando el precio de mercado al colapso.
Esto a su vez hace que los proyectos más caros de petróleo y gas no convencionales sean potencialmente poco rentables, a no ser que se encuentren formas de cubrir sus pérdidas mediante subsidios externos de algún tipo, como subvenciones estatales o líneas de crédito ampliadas. Y esta es la diferencia clave entre Venezuela y países como los EEUU y Canadá, donde niveles extremadamente bajos de TRE en la producción se han mantenido básicamente mediante masivos préstamos multimillonarios -alimentando un boom energético que probablemente tendrá un final catastrófico cuando aquellos polvos de la deuda traigan estos lodos.
«Todo recuerda un poco a la burbuja de las dot.com de finales de los 90, cuando las empresas de internet eran valoradas según el número de ojos que atraían, no por los beneficios que probablemente iban a tener», ha escrito recientemente Bethany McLean (una vez más, en el New York Times), una periodista estadounidense bien conocida por su trabajo sobre el colapso de Enron. «Mientras los inversores quisieron creer que los beneficios iban a llegar, funcionó. Hasta que dejó de hacerlo».
Diversos científicos habían estimado previamente que la TRE de la producción de petróleo pesado estaba aproximadamente en 9:1 (con espacio para variaciones hacia arriba o hacia abajo dependiendo de los inputs incluidos para calcularla; el enfoque poco atractivo pero probablemente más acertado sería hacia abajo, más cerca de los 6:1 cuando se consideran tanto los costes energéticos directos como los indirectos). Comparemos esto con una TRE de aproximadamente 20:1 para el crudo convencional antes del año 2000, lo que nos da una indicación del reto al que se enfrentaba Venezuela -que a diferencia de los EEUU y Canadá, había llegado a la era de Chávez a partir de una historia de devastación neoliberal y expansión de la deuda que ya había convertido en una difícil tarea hacer más inversiones o dar más subsidios a la industria petrolera de Venezuela.
Venezuela, en ese sentido, estaba mal preparada para adaptarse al colapso de los precios del petróleo post-2014, comparado con sus competidores occidentales más ricos en otras formas de petróleo y gas no convencionales. Se puede asegurar, por tanto, que el colapso de la industria petrolera de Venezuela no se puede reducir a factores geológicos, aunque hay pocas dudas de que esos factores y sus ramificaciones económicas tienden a ser minimizados en las explicaciones convencionales. Los factores por encima del nivel del suelo fueron claramente un problema grave desde el punto de vista de la falta de adecuación crónica de inversión y la degradación resultante de la infraestructura de producción. Un cuadro equilibrado debe reconocer por tanto que las enormes reservas de Venezuela son mucho más caras y difíciles de llevar al mercado que el petróleo convencional estándar; y que las muy específicas circunstancias económicas de Venezuela tras décadas de fracasada austeridad-FMI ponen al país en una posición extremadamente débil para que su petróleo siga adelante.
Desde 2008, la producción de petróleo ha disminuido en más de 350.000 barriles al día, y más de 800.000 al día desde su pico en 1997. Esto ha llevado al colapso de las exportaciones netas en más de 1,1 millones de barriles por día desde 1998. Mientra tanto, para mantener el refinado del petróleo pesado, Venezuela ha importado cada vez más petróleo ligero para mezclarlo con el petróleo pesado así como para consumo interno. Últimamente, solo se ha podido aumentar la producción de petróleo extra-pesado en la Franja del Orinoco, mientras la producción de petróleo convencional continúa su rápido declive. A pesar de las importantes reservas probadas de petróleo convencional, estas exigen técnicas más caras de recuperación e inversiones en infraestructuras -no disponibles-. Pero los márgenes de beneficio de la exportación de crudo extra-pesado son mucho más pequeños debido a los altos costes de mezclado, mejora y transporte y los grandes descuentos en los mercados internacionales de refino. En resumen, el profesor Franciso Monaldi, experto en la industria del petróleo en el Centro Internacional de Energía y Ambiente del IESA en Venezuela, concluye:»… la producción de petróleo en Venezuela esta constituida por petróleo cada vez más pesado y por tanto menos rentable, la producción operada por PDVSA está cayendo con más rapidez, y la producción que genera flujo de caja es casi la mitad de la producción total. Estas tendencias ya eran bastante problemáticas con el pico precios del petróleo, pero con los precios cayendo el problema es mucho más agudo».
La locura del crecimiento infinito
Desgraciadamente, de forma muy parecida a sus predecesores, Chávez no apreciaba las complejidades, y mucho menos la economía biofísica, de la industria del petróleo. Más bien lo veía de manera simple mediante las lentes a corto plazo de su propio experimento ideológico socialista.
Desde 1998 hasta su muerte en 2013, la aplicación de Chávez de lo que el llamaba ‘socialismo‘ a la industria del petróleo tuvo éxito en la reducción de la pobreza del 55 al 34 por ciento, ayudó a 1,5 millones de adultos a alfabetizarse y proporcionó asistencia sanitaria al 70 por ciento de la población con doctores cubanos. Todo este progreso aparente fue posible por los ingresos del petróleo. Pero era una quimera insostenible.
En lugar de re-invertir los ingresos del petróleo en la producción, Chávez los gastó en sus programas sociales durante el apogeo de los precios del petróleo, sin pensar en la industria de donde los extraía -y con la creencia equivocada que los precios seguirían altos-. Para cuando los precios colapsaron debido al cambio global a un petróleo más difícil descrito anteriormente -reduciendo los ingresos estatales de Venezuela (el 96 por ciento de los cuales procede del petróleo)- Chávez no tenía reservas monetarias en las que apoyarse.
Chávez había agravado por tanto el legado de problemas con el que le habían dejado. Imitó los mismos errores hechos por Occidente antes de 2008, siguiendo un camino de «progreso» basado en el consumo insostenible de recursos, alimentado por deuda y condenado a estrellarse.
Así que cuando se quedó sin dinero del petróleo, hizo lo que gobiernos de todo el mundo hicieron en la práctica tras el crash financiero de 2008 mediante el ajuste cuantitativo: simplemente imprimió dinero.
El impacto inmediato fue hacer subir la inflación. Simultáneamente fijó el tipo de cambio a dólares, subió el salario mínimo a la vez que forzaba a que los precios de los productos básicos como el pan permaneciesen bajos. Esto, por supuesto, hizo que las empresas que vendían estos productos básicos o estaban implicadas en cualquier fase de la cadena de producción se convirtiesen en empresas no rentables, que ya no se podían permitir pagar a sus empleados debido a la hemorragia de los niveles de ingresos. Mientras tanto, recortó los subsidios a los campesinos y otras industrias, mientras les imponía cuotas para mantener la producción. En lugar de producir el resultado deseado, muchas empresas terminaron vendiendo sus bienes en el mercado negro en un intento de conseguir beneficios.
A medida que escalaba la crisis económica y la producción de petróleo disminuía, Chávez ponía sus esperanzas en la transformación potencial que podían acompañar inversiones masivas del estado en un nuevo tipo de economía basada en industrias nacionalizadas o de gestión cooperativa. Esas inversiones tampoco dieron grandes resultados. El Dr. Asa Cusack, un experto en Venezuela en la London School of Economics, señala que «aunque el número de cooperativas explotó, en la práctica eran a menudo tan ineficientes, corruptas, nepotistas y explotadoras como las del sector privado que se supone que reemplazaban».
Mientras tanto, con sus reservas monetarias agotadas, el gobierno tuvo que recortar las importaciones más de un 65 por ciento desde 2012, mientras reducía simultáneamente el gasto social a un nivel más bajo incluso que el existente bajo las reformas de austeridad del FMI en los 90. El ‘socialismo’ chavista conducido por la crisis empezó con gasto social insostenible y ha cambiado ahora a niveles catastróficos de austeridad que hacen parecer tímido al neoliberalismo.
En este contexto, el auge del mercado negro y el crimen organizado, explotado tanto por el gobierno como por la oposición, se convirtió en una forma de vida mientras la economía, la producción de alimentos, la asistencia sanitaria y la infraestructura básica colapsaban con una velocidad y ferocidad aterradoras.
La carta inesperada del clima
En medio de esta tormenta perfecta, la carta inesperada del impacto del clima empujó a Venezuela al abismo, acelerando una ya mareante espiral de crisis. En marzo de 2018, como consecuencia de la hiper-inflación y la recesión, el gobierno impuso un racionamiento de la electricidad en seis estados del oeste. En un estado, San Cristóbal, los residentes informaron de periodos de 14 horas sin energía después de que los niveles en los embalses utilizados por las plantas hidroeléctricas se redujesen debido a la sequía. Una crisis similar estalló dos años antes cuando los niveles del agua en la represa de Guri, que proporciona más de la mitad de la electricidad del país, batieron récords de mínimos.
Venezuela genera aproximadamente un 65 por ciento de su electricidad con energía hidráulica, con la idea de dejar tanto petróleo como sea posible para la exportación. Pero esto ha hecho que el suministro de electricidad sea cada vez más vulnerable a sequías provocadas por los impactos del cambio climático.
Es bien sabido que la Oscilación del Sur-El Niño, la mayor fluctuación del sistema climático terrestre constituida por un ciclo de temperaturas superficiales del mar calientes y frías en el Océano Pacífico tropical, está aumentando en frecuencia e intensidad debido al cambio climático. Un nuevo estudio sobre el impacto del cambio climático en Venezuela ha descubierto que entre 1950 y 2004, 12 de 15 eventos de El Niño coincidieron con años en los que el «flujo anual medio» del agua en la cuenca del río Caroni, que afecta a la represa de Guri y la energía hidráulica, era «menor que la media histórica».
Entre 2013 y 2016, un ciclo intensificado de El Niño supuso que hubiera pocas precipitaciones en Venezuela, culminando en un déficit devastador en 2015. Fue la peor sequía en casi medio siglo en el país, tensionando gravemente la envejecida y pobremente gestionada red energética del país, dando como resultado apagones escalonados.
Según el profesor Juan Carlos Sánchez, un co-receptor del Premio Nobel de la Paz en 2007 por su trabajo con el Panel Intergubernametnal sobre el Cambio Climático (IPCC), estas tendencias empeorarán gravemente en un escenario de business as always. Grandes áreas de estados de Venezuela que ya tienen escasez de agua, como Falcón, Sucre, Lara y Zulia, incluída la península del norte de Guajira, sufrirán desertificación. La degradación de la tierra y la disminución de las lluvias devastarán la producción de maíz, judía negra y plátano en buena parte del país. Sánchez predice que algunas regiones del país recibirán un 25 por ciento menos de agua que hoy. Y eso significa aún menos electricidad. Para mediados de siglo, los modelos climáticos indican una disminución total de un 18 por ciento de precipitaciones en la cuenca del río Caroni que lleva a la represa de Guri.
Desgraciadamente, ningún gobierno venezolano se ha tomado en serio estas señales climáticas, prefiriendo escalar tanto como fuese posible su producción de petróleo, e incluso intensificando la práctica intensiva en CO2 de quemado en antorchas de gases. Mientras tanto, la escalada de cambio climático está lista para exacerbar los apagones eléctricos de Venezuela, el colapso en infraestructuras y la crisis agrícola.
Guerra económica
La convergencia de crisis que se desarrollan en Venezuela nos proporciona una ventana hacia qué puede suceder cuando se nos imponga un futuro post-petróleo. A medida que los suministros de energía nacionales disminuyen, la capacidad del estado de funcionar retrocede de forma sin precedente, abriendo el camino a la bancarrota del estado. Cuando el estado colapsa, surgen nuevos centros de poder más pequeños, compitiendo por el control de recursos decrecientes.
En este contexto, los informes sobre el tráfico de alimentos como un mecanismo de ‘guerra económica’ son reales, pero no son exclusivos de ninguna tendencia política. Todas ellas se ven incentivadas a acaparar productos y venderlos en el mercado negro como resultado directo de una economía en colapso, el retroceso del control de precios por parte del gobierno y precios salvajemente especulativos.
Los medios de comunicación venezolanos de propiedad estatal han detallado casos en los que empresas privadas dedicadas al acaparamiento tienen estrechos vínculos con la oposición. Como respuesta, el gobierno se ha apropiado de enormes recursos, tierras de cultivo, panificadoras y otros negocios, pero ha fracasado en el aumento de la producción.
Por otra parte, Katiuska Rodríguez, una periodista que ha investigado la carestía en El Nacional, un periódico pro-oposición, dice que hay poca evidencia de acaparamiento como resultado de una ‘guerra económica’ por parte de las élites de empresas capitalitas contra el gobierno. Aunque es real, ha explicado, el acaparamiento está provocado fundamentalmente por intereses comerciales por la supervivencia.
Y sin embargo, hay pruebas crecientes de que el gobierno de Maduro es cómplice no solo en el acaparamiento, sino en la malversación masiva de fondos públicos. El sociólogo Chris Carlson del Centro de Graduados de la Universidad de la Ciudad de Nueva York señala que varios antiguos funcionarios del gobierno chavista han confirmado oficialmente que poderosas élites dentro del gobierno han explotado la crisis para sacar enormes beneficios para ellos mismos. «Se ha creado una banda solo interesada en poner sus manos sobre los ingresos del petróleo», dijo Héctor Navarro, antiguo ministro chavista y líder del partido socialista. De manera similar, el antiguo ministro de finanzas de Chavez, Jorge Giordani, estimó que unos 300 mil millones de dólares han sido malversados de esta forma.
Y sin embargo, la verdadera guerra económica no se está produciendo dentro de Venezuela. Ha sido dirigida por los EEUU contra Venezuela mediante un régimen de sanciones draconiano que ha exacerbado el arco del colapso. Francisco Rodríguez, economista jefe en Torino Economics en Nueva York, señala que una de las caídas más importantes en los números de la producción de Venezuela se produjo precisamente «en el momento en que los Estados Unidos decidieron imponer sanciones financieras a Venezuela».
Argumenta que: «los defensores de las sanciones a Venezuela proclaman que estas tienen como objetivo el régimen de Maduro pero no afecta al pueblo de Venezuela. Si el régimen de sanciones se puede vincular al deterioro de la capacidad exportadora del país y al consiguiente colapso de las importaciones y el crecimiento, entonces estas afirmaciones son claramente erróneas». Rodriguez reune una serie de pruebas que sugieren que este podría ser bien el caso.
Otros con experiencia directa han ido más lejos. El antiguo relator especial de las Naciones Unidas para Venezuela, Alfred de Zayas, quien terminó su mandato en la ONU en marzo de 2018, criticó a los EEUU por llevar a cabo una «guerra económica» contra Venezuela. Su misión investigadora a finales de 2017, confirmó el rol de la súper-dependencia del petróleo, la pobre gobernanza y la corrupción, pero echó las culpas a las sanciones de los EEUU, la Unión Europea y Canadá por empeorar la crisis económica y «asesinar» venezolanos.
Los objetivos de los EEUU son muy transparentes. En una entrevista con Fox News que fue completamente ignorada por la prensa, el Consejero de Seguridad Nacional de Trump John Bolton explicó el foco de la atención de los EEUU: «Nos estamos fijando en los activos petroleros. Esa es la fuente de ingresos única más importante del gobierno de Venezuela. Estamos revisando qué hacer con eso». Y siguió:»… estamos en conversaciones con las empresas norteamericanas más importantes hoy … Pienso que estamos intentando conseguir el mismo resultado final aquí… Habrá una gran diferencia económicamente para los Estados Unidos si pudiésemos tener a compañías petroleras estadounidenses realmente invirtiendo y produciendo el potencial petrolero en Venezuela».
La crisis petrolera venidera
No es totalmente sorprendente que Bolton esté particularmente ansioso en este momento por extender las compañías energéticas estadounidenses en Venezuela.
Las empresas de exploración y producción norteamericanas han visto inflarse su deuda neta desde 50 mil millones de dólares en 2005 a cerca de 200 mil millones de dólares en 2015. «La industria [del fracking] no gana dinero… Tiene una base financiera mucho más inestable de lo que mucha gente supone», dice McLean, quien acaba de publicar el libro Saudi America: The Truth About Fracking and How It’s Changing the World. De hecho, hay una brecha importante entre las afirmaciones de la industria del petróleo sobre las oportunidades de beneficios y lo que está sucediendo realmente en estas compañías:»Cuando revisas las presentaciones de las compañías, hay algo que no tiene mucho sentido, porque muestran a sus inversores esas bellas presentaciones con preciosas diapositivas indicando que producirán una tasa interna de retorno del 80% o el 60%. Y luego vas al nivel de empresa y ves que la compañía no está ganando dinero, y te preguntas qué ha pasado entre el punto A y el punto B.»
En resumen, el dinero barato en forma de deuda ha permitido crecer a la industria, pero durante cuánto tiempo podrá hacerlo es una cuestión abierta. «Parte de la motivación para escribir mi libro era simplemente hacer que la gente fuese consciente de que mientras nos vanagloriamos de la independencia energética de los EEUU, pensemos sobre las bases de esta [industria] y de cuán insegura es en realidad, de manera que también planeemos el futuro por diferentes vías», añade McLean.
De hecho, la producción de petróleo y gas de esquisto en los EEUU está previsto que llegue a su pico en aproximadamente una década -o tan pronto como cuatro años-. No son solo los EEUU. Europa como continente ya está claramente en la fase post-pico, y funcionarios del ministerio del petróleo ruso anticipan privadamente un pico inminente en los próximos años. A medida que China, India y otras potencias asiáticas experimente mayor crecimiento de la demanda, todo el mundo buscará cada vez más un suministro viable de energía, ya sea de Oriente Medio o de América Latina. Pero no será barato, o fácil. Y no será saludable para el planeta.
Cualesquiera que sean sus causas últimas, el horrible colapso de Venezuela anuncia visiones de un posible futuro para los principales productores de petróleo hoy -incluidos los Estados Unidos-. Los EEUU disfrutan de un resurgimiento de su industria del petróleo pero cuánto puede durar y cuál es su sostenibilidad son preguntas incómodas que pocos expertos se atreven a hacer -excepto unos pocos valientes, como McLean-.
Esto no significa necesariamente que la producción de petróleo simplemente vaya disminuyendo lentamente hasta pararse. Cuando se alcancen los límites de producción con las técnicas actuales, se podrían introducir nuevas técnicas para acceder a grandes reservas de recursos más difíciles. Sin embargo, sean cuales sean las innovaciones tecnológicas que surjan es poco probable que sean capaces de evitar una trayectoria de aumento de los costes de extracción, refinado y procesamiento antes de que los combustibles fósiles lleguen al mercado. Y esto significa que el excedente de energía disponible a dedicar al suministro de bienes públicos familiares a la sociedad de consumo industrial moderna llegará a ser cada vez más pequeño.
Mientras tanto, las consecuencias medioambientales de la dependencia de los combustibles fósiles estan haciendo que los inversores se vuelvan a pensar la viabilidad financiera de estas industrias, creando un riesgo creciente de que se vuelvan activos obsoletos. En este futuro que emerge, la trayectoría de un crecimiento económico infinito tal como lo conocemos no puede continuar. En cualquier caso, las señales de aviso son inequívocas. A medida que cambiemos a una era post-carbono, tendremos que adaptar un nuevo pensamiento económico, y reestructura nuestros modos de vida desde cero.
Ahora mismo el pueblo venezolano se encuentra atrapado en un círculo vicioso de sistemas humanos mal concebidos que están colapsando en luchas internas violentas, ante crisis sistémicas de la Tierra haciendo erupción por debajo. Todavía no es demasiado tarde para que el resto del mundo aprenda una lección. Podemos ser arrastrados a un mundo sin petróleo gritando y pataleando, o podemos arremangarnos y caminar hacia allí de la manera que nosotros escojamos. Realmente depende de nosotros. Venezuela debería servir de señal de aviso de lo que puede pasar cuando enterramos nuestra cabeza en la arena (asfáltica).
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Traducido por: Carlos Valmaseda