Socialismo del siglo XXI: ¿Qué es el socialismo?
Michel A. Lebowitz
1. En el Siglo XIX, aunque no se habían desarrollados sus detalles, el principio básico del socialismo estaba claro: el socialismo era una sociedad en la cual la naturaleza de las relaciones sociales y de los derechos de propiedad permitirían el pleno desarrollo del potencial humano. Después de los distintos ensayos acontecidos durante el Siglo XX, las cosas se tornaron, sin embargo, más confusas. Por lo tanto, si vamos a construir el socialismo del siglo XXI, es esencial aprender de las lecciones del siglo pasado para volver a tener claridad sobre el tema.
Lo que el socialismo no es
2. A menudo, la mejor forma de entender algo es entender lo que esto no es.
3. El socialismo no es una sociedad en la cual las personas venden su mano de obra y son dirigidos desde arriba por otros cuyas metas son las ganancias más que la satisfacción de las necesidades humanas. No es una sociedad en la cual los dueños de los medios de producción se benefician dividiendo a los trabajadores y a las comunidades para bajar los salarios e intensificar el trabajo –es decir, para ganar más incrementando la explotación–. No es un sistema donde no se toma en cuenta a los campesinos, a los desempleados, y a los excluidos y dónde la única lógica es la lógica del incremento del capital. En resumen, el socialismo no es el capitalismo.
4. Pero el socialismo tampoco es una sociedad estatista, donde las decisiones se imponen desde arriba y donde toda iniciativa es potestad de los funcionarios del gobierno o de los cuadros de vanguardias que se autoreproducen. Precisamente porque el socialismo se centra en el desarrollo humano, enfatiza la necesidad de una sociedad democrática, participativa y protagónica. Una sociedad dominada por un Estado todopoderoso no genera los seres humanos aptos para crear el socialismo.
5. Por la misma razón, el socialismo no es populismo. Un Estado que provee los recursos y las soluciones a todos los problemas de la gente no fomenta el desarrollo de las capacidades humanas, al contrario, estimula en la gente una actitud de esperar del Estado y de líderes que prometen dar respuesta a todos sus problemas.
6. Además, socialismo no es totalitarismo. Precisamente porque los seres humanos son diferentes y tienen diferentes necesidades y habilidades, su desarrollo por definición requiere del reconocimiento y respeto de las diferencias. Las presiones del Estado o las de la comunidad para homogeneizar las actividades productivas, las alternativas de consumo o estilos de vida, no pueden ser la base para que surja lo que Marx reconocía como la unidad basada en el reconocimiento de las diferencias.
7. Finalmente, el socialismo no debe ser entendido como un sistema con características específicas, leyes y límites. Más bien, el socialismo es un proceso.
¿Etapa o proceso?
8. ¿De dónde salió la idea del socialismo como una etapa específica? Básicamente fue una interpretación errónea de la distinción que hizo Marx entre la “fase inferior” de la sociedad comunista y la “fase superior” del comunismo. Con el tiempo, esta diferenciación entre dos fases de la misma sociedad (la sociedad cooperativa basada en la propiedad comunitaria de los medios de producción a la cual Marx se refería como una sociedad de productores libres y asociados) se consolidó como una diferencia entre dos sistemas: el socialismo y el comunismo.
9. ¿Cuál era esa diferencia? En el socialismo (la “fase inferior”) la idea era que la distribución del ingreso se haría de acuerdo a la contribución: cada persona recibiría de acuerdo a la contribución que hiciera. En cambio, en una sociedad comunista, la distribución sería de acuerdo a las necesidades. La sociedad comunista en este planteamiento era la utopía. Pero, ¿cómo podíamos llegar a esa sociedad utópica del futuro donde podemos recibir lo que necesitamos y también disfrutar de nuestro trabajo? La respuesta (por particulares razones históricas) era: mediante el desarrollo de las fuerzas productivas. El aumento suficiente de la productividad permitiría la transición a esta nueva fase. En este contexto, se dejó en segundo plano la cuestión acerca de qu&eacu te; clase de persona sería formada en el intento por desarrollar las fuerzas productivas tan rápido como fuese posible.
10. De hecho, el desarrollo de las fuerzas productivas se convirtió en la respuesta a todas las preguntas –no sólo al cómo se hace la transición de una fase a otra, sino también a cómo avanzar dentro de una fase–. Lo que apareció en primer plano fueron cosas como el grado de producción de acero, el porcentaje de actividad económica controlada por el Estado, nociones cuantitativas que pueden ser usadas para medir el progreso. Esta perspectiva era tan esquemática –al girar alrededor de la concepción de fases marcadas por distintos niveles de desarrollo de las fuerzas productivas–, que la gran reflexión que provocaba era la de saber si un país con un bajo nivel de desarrollo económico podría convertirse en socialista o si tendría que esperar… y esperar.
11. Todo esto derivó de la errada y desafortunada lectura que se hizo sobre lo que Marx había dicho. Su argumento era realmente muy sencillo: una nueva sociedad nace necesariamente de forma defectuosa. Inicialmente se estructura a base de elementos de la antigua sociedad, es decir, nace marcada económica, social e intelectualmente por la sociedad de cuyas entrañas surgió. Entonces, es sólo en el momento en que la nueva sociedad logra reposar sobre sus propias bases, cuando se construye a partir de premisas, que construye ella misma, que podemos apreciar el potencial que estaba presente en ella desde el principio. Todo esto es bastante obvio. Más que una idea de dos fases, de dos sistemas, la idea de Marx era la de un proceso en el cual luchamos para liberarnos a nosotros mismos de la carga de la antigua sociedad. Cuando consideramos al socialismo como un proceso, reconocemos sus insuficiencias iniciales y también enfocamos nuestra atención en el camino por recorrer.
12. En resumen, la nueva sociedad poscapitalista no puede escapar de sus inicios defectuosos. Pero, ¿cuál fue exactamente el defecto que identificó Marx? No era que las fuerzas productivas estuviesen poco desarrolladas. De hecho, el defecto particular del cual habló fue el de la naturaleza de los seres humanos originada en la antigua sociedad con las antiguas ideas: una sociedad en la cual todos se consideran con derecho a recuperar aquello con lo cual contribuyen, y que está marcada por una multitud de transacciones de intercambio; una sociedad en la cual todos calculan en función de su propio interés y se sienten engañados si no reciben su equivalente. Esto, Marx fue claro, es una herencia de la vieja sociedad, una que demuestra claramente que todavía no estamos concibiendo la sociedad como una familia humana, en la cual la liberaci&oa cute;n de todos es la condición para la liberación de cada uno.
13. Sin embargo, éste no sería el único defecto presente al surgir la nueva sociedad. Ésta está intelectual, económica y socialmente infectada: las tradiciones históricas del patriarcado, el racismo, la discriminación y las significativas desigualdades en la educación, la salud y la calidad de vida están entre los elementos que la nueva sociedad podría heredar. En vez de aceptar estas barreras al desarrollo humano, estos defectos deberían ser confrontados a través de un proceso que los reconozca como defectos.
14. Cuando miramos al socialismo como una etapa en vez de como un proceso, hay una tendencia a la construcción de instituciones que se perciben como adecuadas a esa etapa. Entonces, si en esa fase la gente es considerada intrínsecamente egocéntrica lo más importante es darles los necesarios incentivos económicos para estimularla a trabajar. Es así como se hacen claves los esquemas de bonos, repartición de ganancias, variadas formas de incentivos económicos; la lógica básica es que el desarrollo de fuerzas productivas tendrá un efecto de “goteo”: gradualmente surgirá el nuevo pueblo.
15. Sin embargo, el impacto es el opuesto. Cuando intentas crear la nueva sociedad construyéndola a partir de los defectos heredados de la vieja sociedad, estás reforzando los elementos de la vieja sociedad los cuales son inherentes a la nueva sociedad en su versión inicial. Cuando fomentas el egoísmo, refuerzas la tendencia de las personas a comportarse de acuerdo con sus intereses personales sin considerar los intereses de los demás, refuerzas y profundizas la división entre los individuos, grupos, regiones y naciones, y haces ver la desigualdad como algo normal. Cuando legitimas la idea de que obtener más para ti mismo es del interés de todos, creas las condiciones para el retorno a la vieja sociedad.
16. ¿Cómo es posible construir una nueva sociedad basada en el principio del interés personal? ¿Cómo producir sobre esta basepersonas para las cuales la unidad basada en el reconocimiento de sus diferencias sea su segunda naturaleza? Obviamente no podemos ignorar la naturaleza de las personas que surgen de la vieja sociedad. Precisamente porque Marx entendía que los sujetos de cada proceso son seres humanos específicos, reconoció que no se puede crear de inmediato una sociedad basada en el principio de distribución de “cada uno de acuerdo a sus necesidades”. Colocar a los viejos sujetos en esa nueva estructura causaría inevitablemente un desastre. Él entendió que no podemos ir directamente al sistema de justicia e igualdad apropiado a una sociedad verdaderamente humana, a la familia humana. Sin embargo, Marx definiti vamente no argumentaba que el camino para la creación de la nueva sociedad era construir desde los defectos que necesariamente contiene cuando surge inicialmente.
17. Más aún, el proceso socialista es un proceso tanto de destrucción como de construcción: un proceso de destrucción de los elementos de la vieja sociedad que todavía permanecen (incluyendo el soporte para la lógica del capital) y un proceso de creación de los nuevos seres humanos socialistas.
Un mundo mejor
18. Si no sabes adónde quieres ir, entonces ningún camino te llevará allí. El mundo que los socialistas siempre han querido construir es aquél en el cual cada persona se relacione con las demás como partes de una gran familia; una sociedad en la cual seamos capaces de reconocer que el bienestar de los demás nos beneficia a todos: un mundo de amor y solidaridad humana donde, en vez de clases y antagonismos clasistas, tengamos “una asociación, en la cual el libre desarrollo de cada uno sea la condición para el libre desarrollo de todos”.
19. El mundo que queremos construir es una sociedad de productores asociados en donde cada individuo pueda desarrollar plenamente sus potencialidades: un mundo que desde el punto de vista de Marx, permita “el desarrollo absoluto de su potencial creativo” el “total desarrollo del contenido humano” el “desarrollo de todos los poderes humanos como un fin en sí mismo”. Los seres humanos fragmentados y parcelados que el capitalismo produce serían reemplazados por seres humanos completamente desarrollados, “el individuo completamente desarrollado para el cual las distintas funciones sociales no son sino diferentes modos de actividad de las que se ocupará sucesivamente.”
20. Pero, esas personas no caen del cielo; hay un solo camino para engendrarlas –a través de su propia actividad–. Sólo ejercitando sus capacidades mentales y físicas en todos los aspectos de su vida, los seres humanos desarrollan dichas capacidades; producen dentro de ellos mismos capacidades específicas que les permiten llevar a cabo nuevas actividades. El cambio simultáneo de las circunstancias y de sí mismo (o lo que Marx llamó “la práctica revolucionaria”) es cómo construimos la nueva sociedad y los nuevos seres humanos.
21. Obviamente, la naturaleza de nuestras instituciones y relaciones debe suministrarnos el espacio para dicho auto-desarrollo. Sin democracia en la producción, por ejemplo, no podemos construir ni una nueva sociedad ni personas nuevas. Cuando los trabajadores se comprometen con la autogestión, combinan la concepción del trabajo con su ejecución. Entonces, no sólo se pueden desarrollar las potencialidades intelectuales de todos los productores asociados sino que la “sabiduría tácita” que tienen los trabajadores sobre mejores formas de trabajar y producir, también puede convertir eso en sabiduría social de la cual todos podemos beneficiarnos. La producción democrática, participativa y protagónica permite ambas cosas: aprovechar nuestros recursos humanos ocultos y desarrollar nuestras capacidades. Pero, sin esa combina ción de cabeza y mano, las personas permanecen como aquellos seres humanos fragmentados y parcelados que produce el capitalismo: la división entre los que piensan y los que hacen se mantiene como el modelo que Marx describió en el cual “el desarrollo de las capacidades humanas de unos, está basada en la restricción del desarrollo de las capacidades de otros”. La democracia en la producción es una condición necesaria para el libre desarrollo de todos.
22. Pero, ¿qué es la producción? No es algo que ocurre sólo en la fábrica o en lo que tradicionalmente identificamos como el lugar de trabajo. Cada actividad que tiene por objetivo proporcionar aportes para el desarrollo de los seres humanos (especialmente aquella que nutre directamente el desarrollo humano) tiene que ser reconocida como producción. Más aún, las concepciones que guían la producción deben ser en sí mismas producidas. Las metas que guían la producción son características distintivas de las diferentes sociedades. La meta que guía el capitalismo es la ganancia individual de los capitalistas. En una sociedad de productores asociados, las metas específicas están relacionadas con el auto-desarrollo de las personas en dicha sociedad. Sólo a través de un proces o en el que las personas están involucradas en todos los niveles en la toma de las decisiones que las afectan (es decir, su vecindario, comunidad y la sociedad como un todo), las metas que guían la producción pueden ser las mismas metas del pueblo. A través de su participación en esta toma de decisiones democrática, la gente transforma tanto sus circunstancias como se transforma a sí misma: se auto-produce como sujeto en la nueva sociedad.
23. Dicha combinación de desarrollo democrático de las metas y de ejecución democrática de las mismas es esencial porque, a través de ella, los individuos pueden entender las conexiones entre sus actividades y entre ellos mismos. La transparencia es la regla en la sociedad de productores asociados: siempre queda claro quién decidió lo que había que hacer y cómo debe hacerse. Si las personas de un vecindario, por ejemplo, deciden unirse para llevar a cabo un proyecto local, la conexión entre su decisión y la participación de la comunidad en el proyecto es obvia. De la misma manera, a nivel de la sociedad como un todo: invertimos en el futuro decidiendo conscientemente dedicar una parte del tiempo y de la energía de nuestra comunidad (es decir, de nuestra mano de obra) a las actividades que harán que el f uturo sea como lo deseamos. Entonces, un proceso que en cualquier otra parte tomaría la forma de inversión monetaria (y de este modo evidencia una dependencia entre el dinero y su poseedor), en la nueva sociedad se transforma en un ejercicio transparente que encauza la mano de obra actual para cubrir las necesidades futuras de la sociedad.
24. Con la transparencia se fortalece la base de la solidaridad. La comprensión de nuestra interdependencia facilita la visualización de los intereses comunes, una unidad basada en el reconocimiento de nuestras diferentes necesidades y capacidades. Vemos que nuestra productividad es el resultado de la combinación de nuestras distintas capacidades y que nuestra unión, y el control comunitario de los medios de producción nos convierten a todos en beneficiarios de nuestros esfuerzos comunes. Esas son las condiciones en las cuales todos los frutos de la cooperación se dan de forma abundante y podemos centrarnos en lo que es realmente importante: la creación de las condiciones en las cuales el desarrollo de todos los poderes humanos sea un fin en sí mismo.
25. En el mundo que queremos construir todas estas características y relaciones coexisten simultáneamente y se apoyan entre sí. La toma de decisiones democráticas en el lugar de trabajo (en vez de la dirección y la supervisión capitalista); la dirección democrática de las metas de la actividad por parte de la comunidad (en lugar de la dirección capitalista); la producción con el propósito de satisfacer las necesidades (en lugar del propósito de la ganancia privada); la propiedad común de los medios deproducción (en lugar de la propiedad privada o de un grupo); una forma de gobierno democrática, participativa y protagónica (en vez de un Estado todopoderoso y por encima de la sociedad); la solidaridad basada en el reconocimiento de nuestra común humanidad (en vez de la orientaci&oacut e;n hacia el interés personal); el enfoque hacia el desarrollo del potencial humano (en vez de hacia la producción de bienes). Todos estos rasgos son parte de un nuevo sistema orgánico: la verdadera sociedad humana.
26. Pero, ¿qué es lo primero?
El proceso de construcción socialista
27. Si sabes adónde quieres ir, hay más de un camino que te permite llegar allí. Para empezar, no todos al comenzar estamos situados en el mismo lugar. Cada sociedad tiene características únicas: su propia historia, sus tradiciones (incluyendo las religiosas e indígenas), sus mitos, sus héroes, aquellos que han luchado por un mundo mejor, y las capacidades individuales que las personas han desarrollado en el proceso de lucha. Ya que estamos hablando de un proceso de desarrollo humano y no de recetas abstractas, entendemos que actuamos de forma más segura cuando elegimos nuestro propio camino, aquél que el pueblo reconoce como el suyo (en vez de la débil imitación de un camino seguido por otro).
28. Asimismo, todos empezamos el proceso de construcción socialista desde distintos lugares con respecto al nivel de desarrollo económico –y eso claramente determina qué cantidad de nuestra actividad inicial (si dependemos de nuestros propios recursos) deberá ser consagrada al futuro–. Asimismo, cuán diferentes son las sociedades dependiendo de la fuerza de sus clases capitalistas y oligárquicas domésticas, el grado de dominación por parte de las fuerzas del capitalismo global, y la magnitud de su capacidad de aprovechar el apoyo de otras sociedades que ya se encuentran en la senda del socialismo.
29. Además, los personajes históricos que nos inician en el camino pueden ser muy diferentes en cada caso. Por aquí una clase obrera en su mayoría altamente organizada (como la de los libros de recetas de los siglos anteriores); por allá un ejército campesino; un partido de vanguardia, un bloque de liberación nacional (electoral o armado), rebeldes del ejército, una alianza en contra de la pobreza. Existen infinitamente variadas realidades y que pueden surgir. Seríamos unos pedantes poco inteligentes si insistiéramos en que hay sólo un camino para iniciar la revolución social.
30. Lo que importa, por supuesto, es el camino elegido. Y hay que tener en cuenta que es sólo un camino. Consideremos el nuevo sistema orgánico, esa sociedad realmente humana que estamos intentando construir. Sabemos que no cae del cielo de forma completamente desarrollada. Debido a que estamos hablando de un proceso en el cual el desarrollo de las capacidades humanas y de las relaciones sociales es lo central, también sabemos que un gran salto hacia el futuro no es posible. La confiscación de la propiedad de los capitalistas puede hacerse en segundos, por ejemplo, pero la confiscación por sí misma no produce la sociedad cooperativa basada en la propiedad común de los medios de producción. El desarrollo de nuevas relaciones productivas basadas en los productores asociados es esencial. Si eso no se produce, la propiedad confiscada cae en otras m anos (con o sin título legal).
31. Es necesario, entonces, juntar los elementos de la nueva sociedad; y tomando en cuenta nuestros diferentes puntos de inicio, diferentes actores, diferentes correlaciones de fuerza, etcétera, existen muchas variantes respecto a las prioridades de cada proceso. Obviamente, algunas sociedades van a tener que centrarse más que otras en satisfacer las necesidades básicas (salud, educación, etcétera) y en proveer trabajo significativo para los excluidos. Sin embargo, hay principios comunes a esta lucha por crear nuestro propio camino. Las luchas por obtener la democracia en el lugar de trabajo, en la toma de decisiones comunitarias, la organización de la producción para satisfacer las necesidades y el desarrollo de las relaciones de solidaridad, son elementos centrales comunes a cualquier camino, porque nos transforman y desarrollan nuestras capacidades . Precisamente, porque el desarrollo de la confianza en ellas mismas de las comunidades es tan importante en este proceso, las pequeñas victorias en el camino construyen una nueva percepción sobre nosotros mismos y nos preparan para los siguientes pasos.
32. Aún así, necesitamos entender que estamos desafiando un sistema coherente que tiene una lógica consistente, la lógica del capital, que penetra cada aspecto de la sociedad existente. Como resultado de sí mismos, los elementos la nueva sociedad serán necesariamente inadecuados y deformados porque están rodeados por la vieja sociedad. Vincular estos nuevos elementos y mostrar su lugar dentro de una nueva lógica alternativa es clave en la batalla de ideas en contra de la vieja lógica. Tanto en la teoría como en la práctica, es la combinación de los elementos de la nueva sociedad lo realmente importante –y no una combinación abstracta, sino la forma en que todos ellos sirven para construir las capacidades, la auto-confianza y solidaridad del pueblo–.
33. Para reunir realmente todos los elementos de la nueva sociedad, se requiere dar un paso esencial, que es común cualquiera sea el camino particular elegido y este paso es el control y transformación del Estado. Sin la eliminación del control capitalista del poder del Estado, toda amenaza real al capital puede ser neutralizada. El Estado capitalista es un soporte esencial para la reproducción de las relaciones sociales capitalistas; y el ejército, la policía, el sistema jurídico y los recursos económicos del Estado pueden ser movilizados para sofocar cualquier incursión que amenace su reproducción. El capital siempre utiliza el poder del Estado cuando enfrenta una amenaza.
34. Por el contrario, un Estado que pretende servir de comadrona de la nueva sociedad, puede tanto restringir las condiciones para la reproducción de capital como abrir las puertas a los elementos de la nueva sociedad. La democracia en el lugar de trabajo, el poder local para tomar decisiones, la organización de la producción para satisfacer las necesidades, el desarrollo de relaciones de solidaridad, todos estos son aspectos que pueden ser promovidos por un Estado orientado hacia la construcción de una sociedad realmente humana.
35. Sin embargo, como Marx bien sabía, este proceso requiere una clase especial de Estado y no la forma heredada de Estado, aquel Estado todopoderoso y por encima de la sociedad que no es sino la “fuerza pública organizada para la esclavitud social”. El Estado mismo tiene que ser transformado en un instrumento que esté subordinado a la sociedad, en el “auto-gobierno de los productores”. Si no se crea un poder desde abajo, más que el auto-desarrollo –que es la esencia de la sociedad de los productores asociados–, la tendencia será a que surja una clase por arriba y por encima de nosotros: una clase que identifique el progreso con la capacidad de controlar y dirigir desde arriba. Reconocer este problema no significa concluir que el Estado y el problema del poder tienen que ser ignorados (y elevar la impotencia a un grado de realidad fundamental). Más bien, ind ica la importancia de la batalla continua para destruir lo viejo y construir lo nuevo.
36. Pero no se trata únicamente del Estado, cada elemento de la nueva sociedad es un terreno para la lucha. Hasta que el nuevo sistema coherente de productores asociados haya nacido, los elementos incompatibles con la lógica del capital podrán ser o absorbidos y desfigurados, o formarán parte de una nueva combinación que pueda sobrepasar al capital. El mercado, los intereses personales, la alienación en el lugar del trabajo, todas estas cosas contienen las semillas que pueden reforzar las relaciones capitalistas. Mientras no se haya logrado transcenderlas, el desarrollo de la nueva sociedad requiere el desarrollo de instituciones que nutran otras semillas y prevengan la reproducción del capitalismo a expensas de una sociedad realmente humana.
37. Es aquí donde el Estado juega un papel clave. No podemos hablar del auto-desarrollo de las personas en una estructura en donde los seres humanos son el medio para el crecimiento del capital, donde las personas son explotadas y excluidas porque lo único que importa es la ganancia, donde el poder del capital para invertir o no invertir sea su forma de chantajear a cualquier sociedad que desafíe la lógica del capital. Ganar “la batalla de la democracia” y usar “la supremacía política para arrebatar, gradualmente, todo el capital a la burguesía” sigue siendo tan fundamental ahora como lo era cuando Marx y Engels escribieron El Manifiesto Comunista. El Estado de los trabajadores representa un arma esencial en la lucha contra el capital tanto para garantizar que los medios de producción estén bajo el control de los productores asociados y sean gobernados cada vez más según su lógica, como para utilizar los mecanismos estatales para encauzar los recursos lejos del alcance de lo viejo y hacia lo nuevo.
38. Si el socialismo es un proceso, ¿en qué punto de este proceso podemos entonces decir que ya no domina el capitalismo? El capitalismo será finalmente vencido sólo cuando el nuevo sistema esté completamente establecido, pero podemos considerar que deja de dominar cuando el presente y el futuro ya no son rehenes del capital, cuando la reproducción del capital no determina el empleo y la satisfacción de las necesidades. Podemos decir que el proceso de construcción socialista ha pasado una importante prueba en su camino hacia la nueva sociedad cuando ya no es la ambición capitalista por la ganancia la fuerza motriz dominante de la sociedad, sino el desarrollo de todo el potencial humano.
39. Reconocer que la construcción socialista es un proceso en vez de un gran salto no implica transigir. Al contrario, indica la necesidad de tener coraje revolucionario: un coraje que entiende la naturaleza del capital pero que también parte del entendimiento de la capacidad de las personas y el reconocimiento de lo que son capaces de lograr en un momento determinado. Afirmar esto es señalar la importancia del liderazgo en el proceso de construcción de una nueva sociedad.
40. Tomando en cuenta los diferentes puntos de partida, la dialéctica entre liderazgo y masas tomará diferentes formas. Aquí, la iniciativa del Estado; allá, un partido político; más allá los movimientos sociales organizados. Pero, de nuevo, aquí también encontramos un elemento en común. Un liderazgo demuestra que está realmente ejerciendo su papel al promover el auto-desarrollo del pueblo en todas las esferas de la vida y al asegurar las condiciones para el crecimiento de sus capacidades. Juzgamos el progreso en el camino de la construcción socialista por el crecimiento en la capacidad de auto-gestión de los trabajadores, de la capacidad de las personas para auto-gobernarse en forma democrática, participativa y protagónica en sus comunidades y en la sociedad en su totalidad, por el desarrollo de la solidaridad real entre las personas.
41. Cuando entendemos que la meta de este proceso es una sociedad que permita el desarrollo total del potencial humano, hay una simple pregunta que puede ser planteada ante cualquier esfuerzo (sin importar sus diferentes historias y situaciones). ¿Están siendo creadas las nuevas relaciones productivas? La mejor medida para indicarnos si vamos hacia donde queremos ir es si los pasos que estamos dando refuerzan o debilitan la nueva relación de productores asociados. La única base verdadera para la nueva sociedad es el desarrollo de la auto-confianza y de la unidad de la clase obrera, su auto-desarrollo. Sin eso, estaremos construyendo castillos en el aire.
Sí existe una alternativa
42. Muchas personas piensan que no hay una alternativa al capitalismo y que lo mejor que podemos hacer es tratar de mejorarlo un poco aquí y un poco allá. Esta creencia de que la única alternativa a la barbarie es la barbarie con rostro humano tiene su base tanto en lo que lo que ocurrió en los países subdesarrollados que se esforzaban por industrializarse rápidamente a través de un sistema jerárquico que se auto-proclamaba socialista, como en el fracaso de los gobiernos social-demócratas (algunos de los cuales también se autodenominaban socialistas) en el mundo desarrollado que solo lograron poner parches al capitalismo como sistema económico.
43. Podemos extraer lecciones de las experiencias del Siglo XX. Ahora sabemos que el deseo de desarrollar una sociedad que sea buena para la gente no es suficiente. Para poder crear un mundo mejor, debemos estar preparados para romper con la lógica del capital. Sabemos, por otra parte, que el socialismo no puede ser logrado por decreto desde arriba, a través de los esfuerzos y el tutelaje de una vanguardia que toma todas las iniciativas y desconfía del auto-desarrollo de las masas. “La clase obrera –enfatizó sabiamente Rosa Luxemburgo– exige el derecho de cometer sus propios errores y aprender de la dialéctica de la historia”. Sólo si tenemos como punto de partida la meta de una sociedad que puede liberar todo el potencial de los seres humanos y reconocemos que el camino a esa meta es inseparable del auto-desarrollo de las personas, podremos construir una so ciedad verdaderamente humana.
.
SOCIALISMO DEL SIGLO XXI:
DESAFÍOS DE LA SOCIEDAD “MÁS ALLÁ” DEL CAPITAL.
Por Gilberto Valdés Gutiérrez, GALFISA Instituto de Filosofía.
La expansión y acumulación capitalita en el planeta, desplegada bajo la figura mediática desmovilizadora de la globalización, ha estado y estará cada vez más ligada al genocidio humano. La dimensión destructiva que acompaña este desarrollo instala en la agenda de la humanidad, como nunca antes, la memorable dicotomía de “socialismo o barbarie”.
En tal sentido, el debate sobre el llamado socialismo en el siglo XXI no es un mero ejercicio de futurología académica, sino una cuestión de sobrevivencia de la propia especie y su entorno, lo que hace superfluo, cuando no negativo, intentar asumirlo desde una preceptiva que vuelva a presentarnos la fórmula “mágica” de su naturaleza (acabada de salir del gabinete del sabio de turno), lista para ser aplicada en toda circunstancia histórico-política.
Las consideraciones que siguen tan solo adelantan algunas «pistas» a tener en cuenta en esta dirección.
1. Formular los nuevos problemas que afrontan las alternativas socialistas frente al proceso de expansión imperialista a escala mundial, de internacionalización del ciclo completo del capital, exige, en principio, un enorme esfuerzo explicativo y pronóstico de los nuevos marcos de la acción colectiva y, en consecuencia, el abandono de la imagen teleológica sobre la «sociedad de llegada». Utilizamos el término para designar aquella actitud que confunde la teorización sobre el socialismo con su formalización empobrecida. Durante buena parte de su desarrollo, en el marxismo posleninista dominó una retórica que incluyó definiciones “congeladas” de socialismo, construidas sobre la base de la yuxtaposición de algunos rasgos empíricos de experiencias particulares. Parafraseando a Marx, lo concreto-sensibl e fue elevado directamente al plano de lo concreto-pensado sin depurar lo específico. Lenin, como se sabe, se opuso a esa propensión apriorística cuando lo conminaron a dar una definición lapidaria del socialismo: «…no podemos dar una definición del socialismo; cómo será el socialismo cuando alcance sus formas definitivas, no lo sabemos, no podemos decirlo. Decir que la era de la revolución social ha comenzado, que hemos hecho tal y cual cosa y nos proponemos hacer tal otra (…) Pero en cuanto a cómo será el socialismo en su forma definitiva, eso ahora no lo sabemos».
2. La reflexión crítica de lo sucedido durante la última década del siglo XX trató de superar los enfoques doctrinarios desacreditados mediante la suspensión provisoria de las concepciones habituales sobre el socialismo. Parecía ser la única manera de visualizar las formas emergentes de socialidad resultante de las resistencias, luchas y alternativas venideras. No para subsumirlas en una lógica regresiva o acomodaticia, sino para afirmar la voluntad presente sin ataduras conceptuales que le creen incongruencias a la práctica e intentar desbloquear el futuro de la opción socialista en las condiciones venideras.
Por concepciones habituales de socialismo, en este caso, se entendían aquellas que tuvieron como presupuesto considerar lo alternativo como lo ya realizado y la posibilidad real como realidad desplegada, a despecho del tiempo, modo y lugar que impedía distinguir la aspiración de la realidad. El error de partida consistió en otorgar los rasgos de un proceso interformacional, aún no desplegado en su integridad, sin adecuada categorización y estudio, al socialismo como tal, cuya plenitud supone el predominio de una efectiva socialización de la producción y de la política.
Conviene distinguir que para la solución de este tema, no es productivo fijar nociones inmutables de “lo socialista”, ni hacer tabula rasa con la historia conformada. No se trata de colocarnos en el otro extremo de la tentación dogmática de aprehender de manera apriorística la «esencia» del socialismo, al margen de su automovimiento, y sin considerar la afectación que éste padeció en sucesivos contextos de enfrentamiento y oposición.
3. El socialismo en el siglo XXI tendrá que ser asumido como continuidad y ruptura con su propia herencia histórica. La afirmación o negación subjetiva de cualquiera de sus segmentos temporales, no puede hacer perder de vista el deber científico de captar toda su trayectoria. La comprensión racional de ese itinerario –de lo válido y lo caduco, de sus variaciones histórico-concretas y de sus deformaciones y desproporciones socialmente condicionadas– es requisito sine qua non de su estudio. Vale la pena recordar la anotación de Emir Sader, quien al someter a crítica la experiencia del socialismo fenecido, no dejó de advertir que aquella experiencia histórica ha sido “la construcción más generosa que la humanidad ha creado hasta hoy. Fue allí donde más se confrontó con el mercantilis mo, con el egoísmo y con otros fenómenos que el capitalismo lleva al extremo. Por lo tanto, es la forma superior, más importante que la humanidad haya construido hasta hoy”.
Por supuesto, ello no implica asumir la versión panlogista de estos presupuestos, ya que rebajaríamos el nivel de la crítica y dejaríamos oculta la naturaleza real de la quiebra producida.
4. Más que elaborar una modelística abstracta sobre el socialismo, se impone adoptar una postura teórica ajena a lo que Gramsci criticaba como “proyectos mastodónticos” de socialismo , sean estos hoy fruto de disquisiciones analíticas formales, de escasa o casi nula viabilidad histórica, como de visiones rupturistas mesiánicas de socialismo verdadero que prometan la solución de todas las contradicciones.
Pero también es necesario protegernos de la tendencia contraria: la máxima pretensión de lo socialista convertida en hipóstasis conceptual inalcanzable, desde cuya idealidad se menosprecian las evoluciones factibles en dicha dirección, inherentes al segmento discreto del desarrollo interformacional en que nos encontramos. El no comprometimiento del socialismo con un paquete de rasgos fijos e inamovibles es, precisamente, la manera más productiva de conservar lo alcanzado, descubrir las salidas multivariadas que ofrece la crisis de la época y abrirnos hacia nuevos grados de socialidad desenajenada.
A continuación expondremos algunas reflexiones para intentar asumir el debate sobre el socialismo desde los escenarios actuales de América Latina.
El socialismo en América Latina no vendrá de ningún libro iluminado sobre “el socialismo del ni en el siglo XXI”, vendrá, en primer lugar, de los movimientos radicales de masas (y de la intelectualidad orgánica a ellos) en pro de alternativas social políticas que recuperen la soberanía y la dignidad de los pueblos y enfrenten con decisión e inteligencia estratégica a los instrumentos de dominación (de recolonización) del imperio (OMC, ALCA, TLC, militarización y deuda externa). Estas alternativas surgen hoy de manera multivariada en nuestra región, algunas podrán ser mediatizadas y encapsuladas por un tiempo por gobiernos de centro-izquierda o de corte nacionalista declarativo (sin desconocer lo que de avance tienen o puedan tener frente a los gobiernos neoliberales corruptos y entreguistas de las d&eac ute;cadas pasadas). Sin embargo, si no se conforman gobiernos con voluntad política que expresen esas alternativas populares de resistencia y lucha, las transnacionales (y las políticas de sus centros imperialistas) seguirán su saqueo y depredarán nuestros recursos naturales y biodiversidad y nos lo seguirán devolviendo como mercadería y patrones macdonalizados de consumo mediático, generador de tensiones insoportables para una enorme masa de trabajadores precarizados y excluidos.
Para que se ponga fin a esa cadena de expoliación, un requisito es lograr la más amplia articulación política de los movimientos sociales y populares y su accionar oportuno, de conjunto, desde el centro de gravedad política de cada país y región.
Ya, al menos, tenemos claro que la apuesta por el socialismo no se hace desde entidades de clase virtuales, prefijadas por una teoría descontextualizada como portadoras ahistóricas de una presunta esencia socialista, tal y como sucedió en buena parte de nuestra historia revolucionaria en América Latina. En esa batalla, que sigue siendo más que nunca creación heroica, participan todos los sectores interesados en subvertir y remontar la siniestra lógica del neoliberalismo. Para ello contamos con numerosos movimientos sociales y populares que colocan las demandas reivindicativas (económicas, sociales, culturales) en una perspectiva cada vez más política, como se expresa en las nuevas agrupaciones sindicales que aglutinan a trabajadores ocupados, desocupados y jubilados, todos en mayor o menor medida víctimas de la precarizaci& oacute;n o, como el MST, que incluyen no solo las demandas de los trabajadores sin tierra, sino de todas las clases populares del Brasil. Pero también ocupan un lugar protagónico los movimientos indígenas, de mujeres, ambientalistas y otros que, a partir de sus reclamos de reconocimiento y equidad, autonomías y defensa de la biodiversidad desafían la lógica global del sistema que los discrimina y excluye por igual.
Con ellos, desde ellos, habrá que seguir profundizando los procesos, enfrentando la reacción imperialista y sus servidores locales (catalizadores de la radicalización de los pueblos).
El socialismo por inventar en nuestra América tendrá, inevitablemente, fases transicionales (no etapas mecánicas). La lucha contra el neoliberalismo deviene, si es consecuente, lucha antiimperialista y anticapitalista (que de hecho incorpora propietarios pequeños y medios asfixiados por el capital transnacional, y puede asumir modelos diversos de economía mixta) Si nos ubicamos en los procesos recientes en América Latina a partir de la experiencia de la Revolución Bolivariana, en Venezuela, el posneoliberalismo puede ser conquistado a contramano de la dinámica del gran capital, imponiendo políticas de desmercantilización fundadas en las necesidades de la población. En este caso, aun sin romper todavía con los límites del capitalismo, se trata de introducir medidas contradictorias con la lógica del gran capital, que más temprano o más tarde llevarán a esa ruptura o a un retroceso, por la incompatibilidad de convivencia de dos lógicas contradictorias.
Esa contra-lógica frente la mercantilización de la vida y el orden económico del beneficio capitalista puede ser sostenida solo si emana de una revolución popular, que construya su propia noción de democracia política, social y económica. De lo que se trata, para esa otra democracia, es de una superación histórica real, no declarativa, tanto del liberalismo como del democratismo burgués; no de un «rodeo» sociopolítico que a la postre no satisfaga las expectativas democráticas superadoras. La historia reciente muestra cómo terminaron esos ensayos (por muy legítimos que resultaran en sus inicios): con la vuelta al más ramplón consumo «simbólico» liberal.
Sería especulativo definir a priori cuáles serán los grados de posibilidad de avance hacia el socialismo de las alternativas democrático-populares que aparecerán, desaparecerán tal vez y reaparecerán en Latinoamérica, ni medir sus resultados a la luz de lo que hemos concebido tradicionalmente como mecanismos de acción de la leyes de la sociedad socialista. Existe, sin embargo, una enseñanza histórica imposible de soslayar: el reto del socialismo es ir más allá de la lógica del capital, superar lo que llamamos sistema de dominación múltiple del capital.
Ese sistema de dominación múltiple es enfrentado por una gran diversidad de prácticas constestatarias de actores y movimientos, que expresan no solo protestas colectivas sino propuestas de nueva socialidad. No podremos volver otra vez a decir: con ustedes vamos hasta aquí, después tendrán que hacer dejación de sus demandas y visiones alternativas. Se trata de una cuestión de la mayor importancia teórica y práctica.
El ideal de justicia distributiva y de equidad social, irrenunciable para cualquier proyecto de socialismo, tendrá que acompañarse de nuevos desafíos relacionados con el cuestionamiento del patriarcado en todas sus formas (económicas, políticas y simbólico-culturales), del modelo productivista y depredador de desarrollo, no solo vigente a nivel mundial, sino deificado como aspiración y única alternativa de progreso humano (o metamorfoseado con el apellido “sostenible” para el Sur, o de expresas alusiones a la reducción de la pobreza, siempre que estas escondan el proceso real de empobrecimiento que la produce). No se trata de renunciar al bienestar, sino de comprender que el mito del bienestar centrado en el consumo desenfrenado del industrialismo moderno y sus variantes actuales, es causa del camino acelerado hacia un punto de no regres o para la posibilidad de la propia vida. En nombre de ese bienestar en los países centrales, se lanzan y lanzarán guerras genocidas por las reservas de hidrocarburo y los recursos hídricos del planeta.
El socialismo en el siglo XXI, para que su nombre sea lo que soñó Marx como sociedad emancipada, desenajenada, auntogestionaria, no puede reproducirse en los marcos de la actual civilización excluyente, patriarcal, discriminatoria y depredadora que heredamos de la modernidad y que la globalización imperialista potencia a límites insospechados. De los pequeños, continuos y diversos saltos que demos hoy en nuestras luchas cotidianas y visiones de sociedad, emergerá el salto cultural-civilizatorio que nos coloque en esa deseada perspectiva histórica que rescatará y dignificará al socialismo en este siglo.
V. I. Lenin: Obras completas , Editorial Progreso, Moscú, 1986, pp. 69-70.
Emir Sader: «La historia es un proceso abierto», América Libre , No. 10, Enero de 1997, p. 104.
“Pero entonces –escribía Gramsci en 1918 sobre la sociedad rusa– ¿no es el socialismo? (…) No, no es el socialismo en el groserísimo sentido que dan a la palabra los filisteos constructores de proyectos mastodónticos; es la sociedad humana que se desarrolla bajo el control del proletariado. Cuando éste se haya organizado en su mayoría, la vida social será más rica en contenido socialista que ahora, y el proceso de socialización irá intensificándose y perfeccionándose constantemente. Porque el socialismo no se instaura en fecha fija, sino que es un cambio continuo, un desarrollo infinito en régimen de libertad organizada y controlada por la mayoría de los ciudadanos, o sea, por el proletariado”. (Antonio Gramsci: “Utopía”, Antonio Gramsci. Antología , Editorial de Ciencias Soci ales, La Habana, 1973 , p. 51.)
.
SOCIALISMO DEL SIGLO XXI:
CRISTIANISMO Y SOCIALISMO.
Por Rubén Dri.
En las raíces mismas del cristianismo se encuentra la tendencia a la construcción de una sociedad de iguales, anti-jerárquica, de economía solidaria y, por ende, socialista. Efectivamente, Jesús de Nazaret anuncia su mensaje como advenimiento de una nueva sociedad denominada “Reino de Dios” cuya propuesta económica se encuentra ampliamente desarrollada en el evangelio de Marcos, especialmente en lo que se conoce como “secuencia de los panes” que abarca desde el 6,34 al 8,30, previa una introducción que va del 6,30 al 6,33.
La parte fundamental de la propuesta se formula en una introducción en la cual se dan las dos escenas conocidas como “la multiplicación de los panes”. Son dos multiplicaciones, o mejor, es la escena de la multiplicación que se repite. La primera escena es precedida por una introducción que nos dice que una vez que los discípulos volvieron de la misión que Jesús les había encomendado (Mc 6, 7-13), Jesús los quiere llevar aparte para descansar, porque “eran tantos los que iban y venían que ni para comer tenían tiempo”· (Mc 6, 31).
Pero ello no fue posible, porque “al desembarcar (Jesús) vio mucho pueblo –pollýn ójlon– y se compadeció de ellos porque estaban como ovejas que no tienen pastor y comenzó a enseñarles muchas cosas” (Mc 6, 34). Es conocida la metáfora del pastor para la dirigencia política en toda la literatura antigua. La utilizan Homero, Platón, Ezequiel. Se encuentra en los Salmos bíblicos, en el Éxodo, en el Poema de Gilgamesh, en el Código de Hammurabi. Los reyes sumerios, acadios, babilonios, neobabilonios y asirios llevaban esa denominación.
El problema que aquí preocupa a Jesús es que el pueblo está desorganizado. Un rebaño sin pastor es un rebaño desorganizado, fácil presa de los lobos. De esa manera no tiene posibilidades de salir de la situación opresiva en que se encuentra. Un pueblo sin pastores no es un pueblo, es una simple multitud, un conjunto de átomos sin capacidad de tomar decisiones. La propuesta económica no puede funcionar en un pueblo desorganizado.
“Era una hora muy avanzada cuando acercándosele los discípulos le decían: ‘El lugar es desierto y ya es hora tardía: despáchalos para que vayan a los campos y aldeas –agroús kai kómas– del contorno y compren para sí mismos –agorásosin eautóis– algo que comer’. Mas él respondiendo les dijo: ‘Denles –dóte autóis– ustedes de comer’”. (Mc 6, 35-37).
En este diálogo tenemos la clave para entender el significado de ambas multiplicaciones de los panes y, en general, del aspecto económico del proyecto del Reino. Los discípulos hablan de “comprar” –agorádsein–, mientras que Jesús habla de “dar” –didonai–. Para comprar se requiere tener con qué hacerlo, dinero. Pero la mayoría del pueblo que anda con Jesús es pobre, de manera que no será posible se compren lo necesario para comer. Por otra parte, se trata de una acción individual. El que tiene dinero comerá y el que no lo tiene se quedará con hambre.
Se trata evidentemente de una economía de acumulación individual. Era la que se estaba produciendo en esa etapa crítica en que la incorporación a la esfera del dominio imperial había ido destrozando las comunidades campesinas. Pero además, Herodes Antipas había realizado un programa de urbanización con la fundación de Tiberíades y la reconstrucción de Séforis que provocó una verdadera crisis en el campesinado.
Pues bien, las élites ciudadanas nuevas o renovadas en Séforis o Tiberíades necesitaban tierras en los campos adyacentes y eso significaba la posibilidad de la fuerza o la violencia así como la realidad cotidiana de préstamos y deudas, hipotecas y expulsiones. La tierra que era un “don divino” se había transformado en un “bien comercial”.
Los discípulos participan de esta concepción económica, de la cual participaban también los zelotes. El zelotismo había penetrado profundamente en los sectores populares. Sin duda que muchos de los componentes del movimiento de Jesús venían de ese movimiento y seguían sufriendo su influencia. Se trata de un movimiento popular antiimperialista, y, en ese sentido revolucionario, pero en cuanto a la estructuración social, reformista. Efectivamente, en eso coincidían con el proyecto sacerdotal. Tanto es así que no pretendían eliminar el sacerdocio, sino purificarlo.
Jesús, en cambio, propone un proyecto radicalmente diferente, contrapuesto. Es el de la primera Confederación de tribus que retomarán los profetas más radicales como Amós, Oseas y Miqueas. La sociedad se debe estructurar alrededor del valor central del “don”, del dar, de la generosidad, de la solidaridad.
Pero no se trata simplemente de dar como quien da una limosna, o como quien hace un acto de caridad. No se trata de “populismo”, de solucionar el problema social mediante un plan de reparto para los necesitados, porque en ese proyecto de sociedad no puede haber necesitados. Nadie tiene que tener hambre como acontece, en cambio, si es que para comer es necesario ir a comprar.
En la narración con la simple propuesta de “dar” que hace Jesús ya el proyecto está suficientemente claro para quien tiene memoria histórica y recuerda a los profetas. Pero como ello no siempre acontece, pues la memoria muchas veces se pierde, y los sectores dominantes hacen todo lo posible para que ello acontezca, el “dar” se completa con el “partir”, “partió los panes y los daba a los discípulos para que se los sirvieran” (Mc 6, 41).
No había ninguna necesidad de partir los panes, porque no se trata de un bien escaso. Si solo eran cinco panes y los que tenían hambre, cinco mil, por más que se los partiera no hubiera alcanzado ni siquiera una miga para cada uno. El partir es, como todo en esta narración, simbólico. Si se juntan “dar” y “partir”, se tiene “compartir”. Partir para dar, una parte para ti y la otra para mí, “compartir”. El “dar” significa la generosidad que debe animar ese “compartir”.
Su significado es revolucionario, profundamente revolucionario. Se trata de cambiar una economía de acumulación individual o grupal, por otra del compartir. Se trata de cambiar las relaciones verticales, de dominadores y dominados, por otras horizontales, fraternales, intersubjetivas, de mutuo reconocimiento. Implica cambiar las relaciones sociales que conlleva, a su vez, un cambio profundo en el individuo.
Es lógico que esta propuesta les extrañe a los discípulos y los sumerja en el escepticismo: “Le dicen: ‘¿Que vayamos y compremos doscientos denarios de panes y les demos de comer’?. Jesús no se detiene en explicaciones. Va directamente al grano, a la práctica: “’¿Cuántos panes tienen? Vayan y vean’. Habiéndose informado, dicen: ‘Cinco panes y dos pescados’”. (Mc 6, 37-38).
Esto es muy importante. Ha sido pasado por alto por todos los exégetas, si no me equivoco. Los discípulos siguen hablando con la mentalidad del “comprar”, es decir, de la economía de acumulación o mercantil. Para quien piensa de esa manera, la situación se presenta como quien tiene que solucionar el problema del hambre de “cinco mil personas” mediante “cinco panes”. Imposible. Todo el pasaje, como ya lo he señalado es simbólico. Los cinco panes están en directa contraposición con los cinco mil del relato que finalmente van a ser alimentados. En la lógica de la acumulación ello es imposible.
Para la lógica de Jesús o del compartir, el hecho de que sólo existan “cinco panes” es aparente. Es la mirada individualista, de acumulación. Para esta mirada los bienes siempre son escasos, nunca alcanzarán para alimentar a todos. Pero la realidad es diferente, pues algunos tienen un pan, otros cinco, otros diez, otros ninguno. Si se comparte, hay para todos, se crea abundancia. Esto es lo que Jesús quiere comunicar, pero no lo hará mediante un discurso, sino prácticamente.
Por ello, después del informe que le pasan sus discípulos “les ordenó –epétacsen autóis– que se sentaran todos, grupo convivial por grupo convivial –symposia symposia–, sobre la verde hierba. Y se acomodaron por conjuntos de cien y de cincuenta. Luego tomó los cinco panes y los dos pescados, levantó los ojos al cielo, bendijo y partió los panes y daba a los discípulos para que se los sirvieran; también los dos pescados. Comieron todos y se saciaron –ejortásthesan–. Recogieron de los pedazos doce canastos llenos –dódeka kofínon plerómata– y de lo que sobró de los pescados. Eran los que comieron los panes, cinco mil hombres” (Mc 6, 39-44).
El reparto no se hará de manera anárquica, desordenada, pues ello llevaría fácilmente a que algunos recibiesen más de lo debido y otros menos, o nada. La multitud reunida no es una simple multitud, es un pueblo, o debe llegar a ser pueblo y más aún, “movimiento”, fuerza aglutinadora del pueblo. Por ello Jesús “les ordenó –epétacsen autóis– que se sentaran todos, grupo convivial por grupo convivial –simpósia simpósia– sobre la verde hierba”. El movimiento de Jesús no es un conglomerado confuso de individuos. Conlleva una organización.
El orden del que se trata es la reunión del conjunto en grupos “de cien y de cincuenta” que fueron las unidades de combate de las milicias campesinas en la época de la confederación de tribus. No se trata de ejércitos profesionales, sino de milicias populares que formulan modelos para la organización social. O tal vez al revés, la organización social formula modelos para el encuadre militar de las milicias. En realidad, milicia y organización social conforman una unidad dialéctica. El pueblo está organizado para solucionar todas sus necesidades, entre las que se encuentran las necesidades de defensa militar, sin ejército profesional.
Mil, cien, cincuenta, diez, ésas son las unidades de combate de la antigua confederación de tribus. Frente al ataque de los ejércitos profesionales de las monarquías, la confederación ponía fácilmente en pie su organización militar. En el relato evangélico sólo figuran las unidades de cien y de cincuenta. Probablemente hayan sido las más empleadas. A lo mejor las otras no hayan sido empleadas en el movimiento de Jesús. Por otra parte, a Marcos no le interesa darnos datos precisos sobre la organización. Le basta con señalar su realidad.
Esa organización no es meramente militar, sino fundamentalmente social. Así lo era en la antigua Confederación como aparece claramente en el consejo que Jetró le da a Moisés. El sentido es que distribuya el poder entre los diversos grupos para solucionar los diversos problemas humanos, religiosos, sociales, políticos. Es lo que aparece con particular vivacidad en la narración evangélica.
Efectivamente, allí los grupos son denominados sympósia, palabra plural de sympósion que según el diccionario significa: 1) convite, banquete; 2) los convidados; 3) sala del convite. El término no puede ser inocente y significar sólo “grupo” como traducen tanto la Biblia Latinoamericana, como la Biblia de Jerusalén, la Traducción Interlineal de Gutiérrez Escalante y Fernando Belo.
Se trata, por una parte, de unidades calcadas de las milicias campesinas pero no se las denomina simplemente “conjuntos” sino sympósia, plural de sympósion que hace alusión al banquete, a la comensalidad. Evoca una cantidad de escenas en las que Jesús banquetea, rompiendo todas las reglas establecidas por la sociedad sacerdotal. Jesús quiere un movimiento organizado tanto para la lucha como para el festejo, o mejor, para el festejo de la vida que siempre requiere momentos de lucha.
Los grupos se sientan sobre la “verde hierba”, noticia importante que nos ilustra no sólo sobre el momento del calendario en que se realizó el evento, es decir, la primavera, sino también y principalmente sobre la relación de Jesús y su movimiento con la naturaleza. La escena es como la de un campamento.
Comieron todos y se saciaron –ejortásthesan–. Recogieron de los pedazos doce canastos llenos –dódeka kofínon plerómata– y de lo que sobró de los pescados. Eran los que comieron los panes, cinco mil hombres” (Mc 6, 39-44). Hay aquí tres temas de mucha importancia: la comida para todos, la saciedad, los doce canastos y los cinco mil.
En primer lugar, “comieron todos”. Se supera la economía en que sólo comen los que pueden comprar. No hay que esperar a que “la copa se llene y rebalse”. En el mismo proceso de producción de los bienes, éstos llegan a todos. Las relaciones no son de dominación, sino horizontales, fraternales, de mutuo reconocimiento. La escasez de bienes responde a la visión distorsionada del dominador. El militante popular ve que los cinco panes son miles de panes.
La idea que se tiene del mensaje de Jesús es que recomienda o pone como condición la pobreza, el sacrificio, la mortificación, la negación de todos los sentidos. De esa manera se trastrueca el mensaje y se lo transforma en un mensaje de muerte, cuando es un mensaje de vida. La afirmación de que “comieron todos y se saciaron” no es circunstancial sino esencial. Hace a la esencia misma del relato.
El mensaje del reino de Dios conlleva como momento esencial la “saciedad” en su sentido pleno, es decir, como realización plena de todas las aspiraciones, anhelos, potencialidades, ideales, utopías del ser humano. Saciedad en todos los niveles, materiales y espirituales; en la alimentación, el vestido, la vivienda; en la educación, la lectura, el arte.
Sobran “doce canastos”. Es el símbolo por excelencia del pueblo de las doce tribus, de la confederación en la que todo se compartía. Doce es la totalidad, todo el pueblo liberado. Servirá aquí expresamente para distinguir y unir la comunidad hebrea, representada por el “doce”, con la comunidad “helenista” representada por el “siete” de la segunda multiplicación que aquí no vamos a comentar.
Los que comieron “eran cinco mil hombres”. Cinco panes para cinco mil hombres. Así lo veía el problema quien se ubicaba en el proyecto sacerdotal. Así lo ve hoy quien se coloca en el proyecto capitalista neoliberal. Si la economía no crece, no se puede repartir. ¡Como si la economía ya no hubiese crecido lo suficiente para inundar el universo de bienes!
Las primeras comunidades cristianas entendieron perfectamente el mensaje. Efectivamente, “todos los creyentes vivían unidos y compartían todo cuanto tenían. Vendían sus bienes y propiedades y se repartían de acuerdo a lo que cada uno de ellos necesitaba. (Hch 2, 44-45). En este pasaje del libro de los Hechos de los Apóstoles se inspira Marx cuando afirma en la célebre Crítica del programa de Gotha que sólo “en la fase superior de la sociedad comunista” … “la sociedad podrá escribir en su bandera: ‘De cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades’”.
El valor fundamental que debe unir a los miembros del cristianismo es el “don”, el dar, el compartir. Es por ello que una sociedad basada en el lucro, en el egoísmo, como el capitalismo, es esencialmente anticristiana. Una sociedad cristiana es necesariamente socialista en el sentido profundo de la palabra, es decir, una sociedad en la que el valor fundamental sea el de compartir.