Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Crisis del Estado-crisis

Toni Negri

Parte 1

Para comenzar, resumamos algunos desarrollos de las políticas capitalistas y de estado que parecen caracterizar a los 80. Son sólo aproximaciones, ejemplos que vienen a la mente en forma inmediata: – (1) la transición del ‘estado benefactor’ al ‘estado de guerra’;

(2) el uso ‘negativo’ de la política económica Keynesiana como medio de reactivar un ‘uso’ positivo del mercado;

(3) la reestructuración de los intersticios de la economía (la economía intersticial), involucrando un nuevo ataque contra todo elemento de homogeneidad en la composición de la clase, especialmente en el área crítica que vincula producción con reproducción.

(4) el reatrincheramiento masivo, político y social de una ‘Nueva Derecha’, que apunta, por razones de consenso y productividad, a recomponer la fragmentación de la clase trabajadora en términos de nuevos valores institucionales y estatales.

Dado el pequeño monto de información que tengo a mi disposición (Negri escribe desde la prisión) los siguientes comentarios deben ser tomados como extremadamente provisorios y sujetos a mayor documentación. Aquí están algunos comentarios, bajo cada uno de los encabezamientos arriba listados.

(Punto 1)

Por transición de ‘estado de bienestar’ a ‘estado de guerra’, me refiero a los efectos internos de la reestructuración de la máquina estatal -su efecto en las relaciones de clase. Esto produce una mayor rigidez en la reproducción de las relaciones de producción y en la estructura de clase como un todo. El desarrollo se planifica ahora en términos de ideologías de escasez y austeridad. Esta transición no involucra solamente políticas de estado, sino más particularmente la estructura del estado, tanto política como administrativa. Las necesidades del proletariado y los pobres están ahora rígidamente subordinadas a la reproducción capitalista. La constitución material del estado es ciertamente reformulada con miras a la forma en que funcionan los partidos políticos – el marco pluralista de partidos del ‘estado representativo’ es transformado. Más importante aún, hay una transformación en términos de las fuerzas admitidas a la mesa de negociaciones (partidos, sindicatos, vecindarios, estratos de clase, etc. Estos son admitidos a la negociación en tanto sean funcionales al sistema y puedan servir a sus fines. De un mecanismo basado en procedimientos formales, vemos un desplazamiento a un proceso político que está estructuralmente engranado a los beneficios (constitucional, económico, etc.; en general aquellos de la productividad) que deben ser salvaguardados. El estado tiene un arsenal de medios militares y represivos disponibles (ejército, policía, legales, etc.) para excluir de esta arena a todas las fuerzas que no ofrezcan obediencia incondicional a su constitución material básicamente-austera y a la reproducción estática de relaciones de clase que la acompañan.

Esto representa la fase final en la transformación de la forma-estado que yo defino como el ‘estado-crisis’. No es sobrepasado, sino meramente reformulado junto a líneas funcionales. Volveré a este punto en las secciones que siguen.

(Punto 2)

El arma básica que el capital utiliza para su reestructuración es el despliegue de políticas monetarias. Esta implica una sutil combinación de manipulación inflacionaria controlada junto a diversos medios (financieros, crediticios, fiscales, etc.) accesibles al empresario capitalista como una ayuda para reconstituir los márgenes de beneficio- esto significa condicionados a altas tasas de productividad. Aquí, en otras palabras, tenemos una interacción entre los instrumentos de control monetario, que son perfectamente manipulables por parte del estado, y las proporciones requeridas para reproducir las relaciones de dominación capitalista. Hemos visto, en el largo período de alta inflación, por ejemplo, alto desempleo y cortes irreversibles en el gasto público moverse en paralelo con un incremento en la financiación de la industria y un incremento en la concentración de los medios designados para garantizar la circulación de mercancías y el flujo de capital. Los instrumentos keynesianos de intervención fueron utilizados a lo largo de este período, con una visión de restaurar y balancear el marco ‘natural’ del mercado, las condiciones necesarias para la reproducción ‘espontánea’ de las relaciones de beneficio y comando.

Para decir (como frecuentemente se hace) que esta combinación representa una gigantesca paradoja, que tiene pocas chances de triunfo, que el ideal capitalista de la reproducción ‘espontánea’ vía el mercado es una utopía fantástica, es efectivamente decir nada. Lo que cuenta es que los instrumentos de coerción serán multiplicados para asegurar que las ganancias correspondan a las que ofrece esta utopía de mercado. La contrarrevolución de los capitales; los empresarios hoy en día sólo pueden operar dentro de un estricto contexto de incremento de las fuerzas coercitivas del estado. La nueva ideología de derecha del laissez-faire implica en su corolario la extensión de nuevas técnicas coercitivas y mayor intervención estatal en la sociedad: o para decirlo mejor, un decisivo incremento nuevo de la subsunción de la sociedad dentro del estado. Esta versión ‘neo-liberal’ del estado-crisis sólo destaca más agudamente las que eran las características de la forma planificada del estado keynesiano, traduciéndolas a términos explícitamente autoritarios.

(Punto 3)

En los últimos pocos años, he estado prestando atención a la socialización del proletariado como el elemento fundamental en la génesis en la presente crisis capitalista. Este proletariado es plenamente social-keynesiano, uno podría decir -y extendió la contradicción / antagonismo contra la acumulación capitalista de beneficio del área fabril a la sociedad entera. Es responsable -por alterar y desestabilizar el circuito entero de la producción a la reproducción. Y ha desarrollado la contradicción de las condiciones sociales de reproducción del poder del trabajo como un obstáculo contra la acumulación capitalista. La formación y cualidad social de este nuevo proletariado no ha sido sólo una fuerza ideal detrás de las recientes luchas de clases. Ha representado sobretodo una nueva calidad de trabajo. Esto en el sentido que representa una fuente móvil de fuerza de trabajo, horizontal como verticalmente, un poder de trabajo que es abstracto, y que proyecta nuevas necesidades. Esta nueva fuerza laboral, ha por un largo período, negociado sus horas de trabajo (amoldable a la producción de mercancías e intercambio), mientras mantenía una relativa independencia en el nivel de todo el día de trabajo. Este hecho le permitió crear condiciones de igualdad y homogeneidad en la clase trabajadora: ha actuado como un factor fortalecedor del poder de clase.

Frente a este proletariado nuevo, móvil, abstracto y plenamente socializado, vemos una especie de armisticio en la guerra de clase; como la respuesta inicial del empresario colectivo a través del desarrollo del mundo capitalista. Aún, en un primer período, la expansión de la economía subterránea (trabajo de tiempo parcial móvil, etc.) difundido por los intersticios del sistema, fue por delante de la proporción de la expansión del estado benefactor. Para este proletariado keynesiano, salarios ganados iban mano a mano con los avances del salario social y la conquista del tiempo libre. Las luchas y objetivos del nuevo proletariado eran organizados en esta perspectiva.

La contrarrevolución capitalista de hoy en día está dirigida precisamente contra esta homogeneidad, esta cualidad subjetiva y material de movilidad de un poder del trabajo completamente socializado. De ahí la activación de poderosos instrumentos de control, para estabilizar y reestructurar la economía intersticial. De ahí, también, los intentos por romper la unidad política y de comportamiento en las luchas de este proletariado social, donde sea y como sea este muestre señales de aparecer. La necesidad capitalista de reestructurar este proceso involucra toda la esfera de reproducción. Implicó, por ejemplo, intentos reaccionarios de volver a las luchas autónomas del movimiento feminista, etc.: sobretodo, intentos para reconstituir los imperativos de la familia y atacar cualquier elemento tendiente a trastornar la suave reproducción de las relaciones capitalistas. Es dentro de este mismo marco que debiéramos entender el rol básico de los presentes intentos del capital de reconquistar el control espacial sobre la reubicación de las fuerzas de producción.

Todos estos mecanismos de reestructuración tienen una importante implicación teórica. En el proceso de esta transformación, el capital, por medio del poder del estado, reconoció su propia existencia como capital social colectivo. De ahí, y casi en forma contraria al principio de pura competencia de mercado (la ideología de la Nueva Derecha), el capital está siendo centralizado en un nivel social como fábrica social. Es intentando reorganizar su comando sobre el tiempo laboral social, ‘por medio de un correcto flujo administrativo’ sobre el tiempo completo y el espacio de las condiciones de vida y posibilidades del proletariado. Resulta que la cuestión del gasto público y los recortes no es sólo una cuestión de gasto estatal en el sentido obvio que el estado quiere extender y reforzar su control sobre todo el conjunto del gasto‘. Es un problema, sobretodo en el sentido que a través del gasto público, los problemas que afectan al capital social como un todo, y las contradicciones que trae este proletariado plenamente socializado, son tomados como problemas que conciernen crucialmente a la base misma del estado capitalista como tal; esto es deben ser directamente subordinados imponiendo un comando general sobre el trabajo.

(Punto 4)

Está claro que persisten fuertes elementos de contradicción en esta relación entre la composición de clase y la forma correspondiente de comando capitalista sobre el trabajo. Hay puntos de ruptura, dificultades en llevar los dos procesos a la sincronización, en tratarlos como homólogos. Este problema aparece en el nivel del consenso político. Y este ‘problema de legitimación’ es uno serio para el capital. Es serio porque, visto formalmente, las necesidades de ‘salida’ urgentes desde el punto de vista del comando sobre el trabajo no son simétricos con el ‘ingreso’ de consenso. Y ellos deben hacerse simétricos, al menos en hipótesis. Sin este consenso, sin una eficaz mistificación, y la manipulación continua que esto permite al sistema completo de la sociedad fábrica, es decir el comando sobre el tiempo de trabajo social total no puede funcionar.

Aquí es donde la actividad política de la Nueva Derecha es tan importante, en todos los países capitalistas desarrollados, tanto en términos de ideología económica, y sobretodo en control ideológico de los mass media. Lo que es presentado en un paquete de valores -tradición, autoridad, ley y orden, la familia, liderazgo central, etc.- que se afirman como principios que pueden trascender, ir más allá, la supuestamente privatizada ‘balcanización’ de los intereses, y al mismo tiempo hacen coincidir la necesidad de reestablecer sobretodo el comando sobre el trabajo. Tanto el aparato ideológico como el administrativo del estado deben ser purgados; las contradicciones que trae la lucha de clases en este nivel deben ser expurgadas.

De ahí la Nueva Derecha, en primera instancia, es una suerte de ‘anticuerpo’, capaz de contener conflictos dentro y entre instituciones estatales, entre los cuerpos corporativos del estado, previniendo que cualquier elemento residual de la vieja dialéctica de mediación-conflicto alcance el punto crítico de romper las mismas instituciones. (En Italia esto se consigue por la solidaridad duradera como pacto del partido de sistema) secundariamente, la Nueva Derecha es un veneno poderoso contra las fuerzas que no aceptan esta constitución material del estado, que no están atados a esos ‘beneficios constitucionales’, y que demandan una transformación fundamental en la relación de clase. En ambas instancias, la producción de ideologías de consenso y su manipulación, transformándolas en comoditties industriales en el punto que emergen como ‘sentido común’ y ‘opinión pública’ jugando un rol vital y relevante, como económico, en la forma contemporánea del estado-crisis. Habiendo esquematizado estos puntos por medio del ejemplo, no estoy sugiriendo que representen un tratamiento exhaustivo de los aspectos innovadores de la presente fase de desarrollo de la forma estado-crisis. Estas son sólo ilustraciones – a las que pueden ser añadidas otra serie de medios institucionalistas, desde el punto de vista capitalista, y en términos militares, la ruptura total de cualquier equilibrio o proporcionalidad entre las luchas y las necesidades del proletariado de una parte, y el desarrollo capitalista en la otra. Estamos ahora en el estadio de la plena maduración de la forma estado-crisis. ¡Cuáles fueron las formas tempranas en este desarrollo? Su primera emergencia puede ser seguida hasta la ruptura en la relación entre la lucha de clases y el desarrollo capitalista en los 60- una relación que proveyó la base para la reforma de posguerra y la cohesión democrática. La ruptura llegó a través de la emergencia cuantitativa de las luchas desproporcionadas por los salarios, y como resultado, una alteración del ‘círculo virtuoso’ de las proporciones de las cuales dependía el desarrollo keynesiano. En la segunda etapa, en los 70, esta separación se hizo más profunda. La variable salario desarrolló su propia independencia, su propia autonomía, al punto crítico en que no representaba más, simplemente una desproporción cuantitativa: fue ahora transformada, en forma irreversible, en una aserción cualitativa del salario como expresión de la sociabilidad de la clase trabajadora. (trans: ‘salario político’). En este punto el capital empezó a responder mediante el intento de fragmentación y dispersión del circuito productivo en el cual la unidad del poder-social del trabajo estaba basado. Pero tenía que hacer esto tomando en su basamento, como su punto de partida la socialización de la clase trabajadora, la recomposición irreversible de la clase traída por esta etapa avanzada de la subordinación del trabajo al capital.

Es este último nivel en el despliegue del problema, como ya he enfatizado, lo que lleva a la ‘crisis del estado-crisis’, en el cual el estado-crisis está obligado, como un resultado, a perfeccionar sus propios mecanismos. (Por caso el título de este artículo se lee como una tautología, debiera ser claro ahora que estoy aludiendo simplemente a la realización más plena de esta forma estado-crisis). Y me parece a mí que la restauración capitalista de los 70, que comenzó con una política de solidaridad en sus diversas maneras, representa en este sentido una verdadera contrarrevolución. No estoy argumentando una rigidez de causa efecto entre cambios políticos y cambios en la política económica. Estoy solamente indicando puntos obvios de coincidencia. Lo que quiero enfatizar es que cualquiera que piense que la conexión, entre la regulación más profunda y la utilización de los instrumentos de la crisis, y las nuevas formas especiales de persecución estatal contra las luchas de la clase trabajadora y su sujeto, es pura coincidencia está negando no sólo causalidad en esta relación, que es siempre un punto debatible. Están también negando que esta coincidencia debe ser considerada, aún cuando esto no sea visto como necesario o esencial, como un hecho permanente, sobre el cual ‘no hay marcha atrás’, y desde ahí un término mediador para el transcurso de los 80. Es solamente viendo estos problemas como estables y en curso, que podemos presentarlos de forma tal como para hacerlos amenos a la explicación racional. Este es el punto que quiero desarrollar en las dos siguientes secciones.

Parte Dos

¿Qué es lo que esta acentuación de la forma estado-crisis involucra realmente? Significa sobre todo, un punto de ruptura definitivo con cualquier contrato social para un desarrollo planificado. Significa que la democracia (como fue entendida en los viejos buenos tiempos, como régimen contractual – tanto en sus formas liberales como socialistas) deviene obsoleta. En otras palabras, una forma de poder estatal estructuralmente basado en una relación dinámica entre el desarrollo capitalista y el desarrollo de las luchas de la clase trabajadora y el proletariado -el último actuando como la fuerza motivadora del primero- no tiene más esta base dinámica El resultado es un profundo cambio en las formas en que el conflicto social es registrado en el nivel político. En términos institucionales esto es marcado como un desplazamiento a una nueva relación de poder, que es demostrable en el lado del capital. Con este desplazamiento, la base ‘natural’ (esto es histórica) de la democracia moderna es rota en pedazos. Hay una analogía entre esta definición de la forma estado-crisis y aquella del fascismo, dando por hecho que no tensamos la relación al punto de una similitud histórica. Descansa en una base de dependencia común entre la naturaleza específica de la forma de comando (separada) y la naturaleza específica de la relación(interrumpida) entre las fuerzas y las relaciones de producción. En otras palabras la analogía puede ser puesta en términos formales solamente, y como tal debe poder limarse analíticamente. No puede ser vista esta analogía como linear en sus consecuencias, forma estado-crisis y el régimen de tipo fascista no llevan al mismo resultado. Si existe un estado ‘fascista’, no es que digamos que existe una política económica fascista. Lo que existe es una forma política, un tipo de fascismo: esto es, una forma estado cuyas premisas se asientan en la ruptura entre el desarrollo capitalista y las luchas de la clase trabajadora, y el uso de la crisis como los institucionalismos del comando capitalista.

Manteniendo este análisis en el nivel de la tendencia general, quiero enfocarme también específicamente en la forma que esta profundización del estado-crisis ha tenido lugar en nuestra situación inmediata en los países europeos. No hay duda que en Europa el máximo desarrollo de la democracia se correspondió con el período de mayores luchas de la clase trabajadora y del proletariado al final de los 60. La naturaleza dualística y el estar montado en la crisis que el desarrollo capitalista y su régimen democrático tenían en ese momento son más que evidente en ese período. El grado de unidad del movimiento de clase era considerable. El sentimiento ampliamente difundido de ‘ser estado dentro del estado’ le permitió al proletariado ser inventivo e innovador en sus propias formas de ser. Ahora era capaz de mejorar su calidad de vida. Era capaz de usar su poder para promover la legislación, y legitimar toda un área de ‘contra-poder’. Había también puntos altos de lucha -y éxitos notables- en la lucha por menos horas de trabajo (que siempre ha sido un terreno primordial de la clase trabajadora y de la iniciativa proletaria) Estas luchas implicaron, en particular una redefinición de lo que se entendía por ‘política’ en el movimiento. La crítica de políticas oficiales que siempre ha sido una fuerza impulsora de toda clase trabajadora y del discurso proletario y su lucha, ahora no sólo destruyó los viejos modos de hacer política – también desarrolló de política de clase autónoma absorbiendo e integrando dentro de la política colectiva de acción directa todos los aspectos de la reproducción social del poder del trabajo. Un comentador reciente, Claus Offe, ciertamente no revolucionario, ha enfatizado los nuevos aspectos cualitativos subjetivos de estos ‘nuevos límites de la política’. De acuerdo a él, esta nueva calidad de subjetividad política lleva a la emergencia de nuevos paradigmas conflictivos -dentro y fuera de las instituciones- que tensan el marco de la democracia tradicional a su límite último.

La respuesta capitalista en lo que nosotros podemos definir como la primera fase en el desarrollo del estado-crisis consistió en el análisis y práctica de medios funcionales para invertir estos éxitos de las clases trabajadoras. La clase trabajadora y el proletariado fuerzan al estado a devolver una creciente proporción de su gasto para mantener y garantizar el proceso de reproducción social. El reconocimiento de parte del capital de esta naturaleza social de su acumulación le fue impuesta forzosamente, como siempre pasa en la lucha de clases, y de una devino la base de demandas negociadas, inmediatas, organizadas y monetaristas por parte de la clase trabajadora. La respuesta capitalista consistió en primer lugar en bloquear, luego en controlar, y finalmente en intentar invertir las funciones atribuidas por el proletariado a la expansión del gasto público -precisamente el terreno de la movilidad y la unificación del poder proletario. El capital, junto a las fuerzas del reformismo, impuso ahora en el gasto público el criterio productivista de la empresa privada. Este ‘paradigma productivista’ fue hecho a tiempo, establecido y administrado, a través de la coaptación del movimiento sindical (acuerdos de planificación, etc.). De esta forma el principio estático de incorporación apareció a lo largo de los 70, como el principal instrumento para romper la unidad de los comportamientos de clase y suavizar el camino para la reorganización capitalista. Una línea similar fue también perseguida con la intención de imponer divisiones en las nuevas áreas de agregación del poder del trabajo, como los sectores intelectuales y terciarios: estos habían emergido como una fuerza organizada y antagonista en los 60, a través del incremento de la socialización de la producción. Esta estrategia, que podemos llamar ‘separar el ghetto de los nuevos estratos de una burguesía corporativa’, fue más plenamente conseguida en otros países europeos que en Italia. A lo largo de un extenso período de los 70, el estado-crisis operó una política conciente de demolición de todos los parámetros de un equilibrio general, las relaciones políticas basadas en las políticas de ingreso de tipo Keynesiano fueron genéricamente rechazadas. Esta fase puede decirse que duró en tanto el proceso de fragmentación y desmilitarización de las fuerzas de clase, del estrato proletario, no podía todavía permitir el salto adelante, más allá de la responsabilización corporativa, hacia la creación de un nuevo tipo de equilibrio, esta vez basado en relaciones de comando puro. Este paso final probablemente requiere, en la mayoría de los casos, el monitoreo de la desmitificación activa del marco corporativo del pacto de al menos aquellos elementos de él que habían sido adoptados en el período de intervención sobre una base de transitoriedad. Esto está señalado por la naturaleza y desarrollo de varias de las mayores luchas de los trabajadores que ocurrieron en este punto de giro crítico – tal como Ford Cologne(1973); la huelga del acero en Lorraine (1978); y la huelga de la Fiat y los despidos en masa de 1980.

Esto, entonces nos provee con un esquema de tres fases – un plan de control basado en el paradigma de productividad y una estrategia de corporación combinada con ghettización; tercera fase -reconstrucción de un equilibrio general de tipo ‘fascista’ (en el sentido definido antes) – que Aldo Moro, irónicamente describió como diezmo del tercer período. Este esquema que encontramos ampliamente aplicado por la mayoría de las fuerzas gobernantes de Europa. Esto fue teorizado y desarrollado a lo largo de la década de los 70; y los orígenes del modelo pueden ser rastreados en ciertos desarrollos anticipatorios de EE.UU. Debe sobretodo enfatizarse que encontramos una fuerte coincidencia de estas fases en todos los países europeos, y en particular, una coincidencia clave de apoyo dado a estas estrategias de estado por la izquierda establecida o los movimientos del trabajo, etc. Esto es verdad al menos en lo que hace a la segunda fase de reestructuración. El Compromiso Histórico del Partido comunista Italiano en 1974, la línea EUR, el plan Pandolfi, no son exclusivamente italianos en su significado político. Pactos laborales semejantes ocurrieron a lo largo de Europa: una práctica ilusoria de organizar el consenso de la clase trabajadora con las líneas corporativas como una defensas contra la marcha adelante proteica de la reestructuración capitalista -mientras que por otro lado se aislaba y marginaba el nuevo proletariado social, que fue relegado a un nivel de mera subsistencia. Esta fue la política de los partidos socialistas y comunistas de Europa – y en especial aquellos partidos de los sindicatos. Pero este tipo de pacto, es en realidad, un viejo instrumento político con dos caras, la corporación misma es un buen ejemplo. No solo esta estrategia fracasó en bloquear el movimiento hacia un régimen autoritario y de comando. Contribuyó en realidad a la realización plena de la forma estado-crisis!. Y así las naturalezas vanas y auto derrotadas de estos proyectos al final se pusieron de manifiesto. Lo que estimuló esta ilusión de la Izquierda establecida, y la llevó a su derrota, debe ser puesto en claro. Desde el inicio mismo de la crisis, no fue simplemente la estructura política del estado la que fue desarticulada, requiriendo una nueva base de consenso a través del sistema de partidos (PCI). Lo que fue roto fue la relación estructural básica entre comando y consenso, entre estructuras administrativas y el mundo real del trabajo. Y en las raíces de esta crisis estructural yace la irreversible emergencia de una nueva composición de clase.

Volvamos a las tendencias características de la forma estado-crisis en su última fase. Dos elementos básicos deben ser tensados. El primero es la mayor maduración de la teoría del comando: el comando deviene más fascista en su forma, más anclado que nunca en la simple reproducción de sí mismo, más vaciado que nunca de cualquier racionalidad que no sea la reproducción de su propia eficacia. El segundo elemento es la necesidad para este comando el ser ejercido en una forma tal que sea intrínseca a la totalidad de las relaciones sociales, dada la real sublimación del trabajo en el capital. Puesto en estos términos, todo el proyecto en esta ‘tercer fase ‘ es claramente y altamente problemático. Implica dos contradicciones. La primera es funcional: como puede el comando esperar cada vez más trascender una realidad de la cual cada vez más tiene que tomar y a la vez ser parte? La segunda contradicción es estructural: como puede el comando ser articulado en una situación en la cual la ruptura entre el comando y el consenso, entre el capital y el proletariado, es estructuralmente irreversible? La primera de estas contradicciones ha sido cubierta en una extensa y útil literatura. El análisis se ha enfocado en la capacidad del capital para reproducir un simulacro de sociedad y para formular el comando a través de una efectiva simulación de la totalidad social. Este fenómeno no debiera sorprender a los economistas, que siempre han definido la esfera del comando monetario en términos similares (funciones de simulacro) En la fábrica social, el dinero es el prototipo de este control dentro de las relaciones sociales. Pero mientras tanto nosotros debemos ciertamente tensar esta necesidad de control sobre y dentro de la totalidad social, de la cual el control monetario el prototipo y lynch-pin, es de todas las formas  probablemente la dimensión cultural del comando que es la cultura-fundamental, la pálida alusión al poder del dinero. La velocidad de las mistificaciones, y su adecuación a los procesos de transformación real que tienen lugar devienen una condición fundamental para que el comando sea ejercido. La primera de nuestras contradicciones, en otras palabras no es superada sino más bien desviada, sobredeterminada por las funciones de simulacro, organizadas por medio del micro-funcionamiento de la ideología a través de los sistemas de información. Este es el fascismo ‘normal’, de todos los días, cuya figura más perceptible es cuan desapercibido es. No sólo estos mecanismos mismos están sujetos a crisis; ellos también tienen efectos que son secundarios en relación a la transformación real que está teniendo lugar en la esfera de la circulación. Y esta crisis de la circulación se corresponde con la subsunción real del trabajo en el capital. Es una crisis ‘secundaria’ (sí hemos de continuar utilizando términos marxistas); teniendo en cuenta que el concepto de circulación está ahora cargado de sus connotaciones econométricas (el término ‘economía’ puede en el mejor de los casos ponerse entre comillas).La circulación debe ahora ser redefinida en el nivel de la real y total subsunción del trabajo.

La segunda contradicción, por otro lado, es estructural y determinante. Su carácter inductor-de crisis debe ser visto como primario. La cualidad productiva del poder del trabajo social- y no simplemente aquél de la clase trabajadora en términos tradicionales- pone una contradicción que es insoluble. Las diversas teorías políticas que han sido mostradas en este artículo, que intentan resolver el funcionamiento del sistema, por ejemplo en el trabajo de Luhmann (Truth and Power and Differentiation and Society, Columbia University Press) son incompletos y frágiles, como utópicos. Luhmann toma la contradicción productiva fuera de su propia esfera – de esta manera contribuyendo concientemente a la mistificación del poder, el resuelve entonces en base a esta falsa duplicación. El resultado es falsedad e ilusión en el punto que la ciencia cesa de ser significante; el concepto de ‘falacia sociológica’ se suma a las funciones eficazmente mistificadoras de esta operación, que es perfectamente consonante con los intereses capitalistas. Pero en términos de práctica, tal discurso no puede servir siquiera como cobertura ideológica, en términos de ejercicio de poder real, debe ser desestimada. La única garantía teorética para superar la contradicción en el terreno de la circulación, construir un simulacro funcional al poder real, inmediatamente aparece como lo que es: una negación coercitiva y violenta de la contradicción en el terreno de la misma producción, tanto en la teoría como en la práctica.

En términos marxistas, esta segunda contradicción debe ser puesta dentro de relaciones de clase, relaciones que de hecho han sido transformadas, pero no por eso son menos reales. De un lado, tenemos ahora las fuerzas productivas completamente corporizadas en un proletariado plenamente socializado, y en el otro, tenemos las relaciones de producción completamente reconstituidas como funciones sistemáticas de mistificación y dominación. Más aún este poder productivo del proletariado también es ejercido -directamente- sobre el espacio entero y las dimensiones temporales del proceso de reproducción, que ha devenido ahora una esfera clave de antagonismo. De esta manera el carácter autoritario del estado debe ser desarrollado en esta esfera con máxima coherencia y poder. Es solamente la negación de cualquier mecanismo de mediación en el área real y directa de relaciones de clase lo que puede permitir a la mira totalitaria del sistema de estado ser efectiva. La contradicción estructural, básica, debe ser forzosamente -y sobretodo preventivamente -negada y transformada en una contradicción funcional que es susceptible de manipulación. El estado transforma a la sociedad en su simulacro, en su mayor parte, de modo tal que el capital puede gastarlo!. En esos aspectos radican las características fascistas del estado-crisis en esta fase ulterior de su desarrollo.

¿Definen estos aspectos también el estado de guerra? Pareciera ser que sí. Si vamos más allá de la definición puramente formal, una serie de características pueden ser resumidas: una objetivación tecnológica máxima de la racionalización del poder del estado (el estado nuclear), la articulación máxima  de la producción de consenso por el estado (estado-sistema de información; la posible -aunque no por ello necesaria- mediación en términos estáticos a través de grupos de interés (el estado corporativo); el consecuente impulso hasta los límites de los mecanismos de exclusión, marginalización y represión selectiva (estado fascista) – y así en más. Por último, pero no por menos, tenemos el uso calculado y cínico de la guerra interior como instrumento de control. Vale la pena notar que, al nivel de la sublimación real del trabajo y como solución al problema de la circulación visto como un problema de consenso, el factor terrorista es fundamental; tan ‘natural’ al estado contemporáneo como fue la tributación al ancien regime. Una vez más, la crisis repite y reproduce la génesis de la forma estado. Es un verdadero Leviatán que preside sobre y contra las fuerzas de las luchas del proletariado hoy en día.

Parte Tres

La ciencia de la clase trabajadora se enfrenta hoy en día con una tarea socrática – la de reimponer el principio de realidad. El clima de hoy en día es extraño, con reminiscencias de los 20; pero la vendetta de Hoover, el ataque sedicioso a la clase trabajadora que muchos piensan se está repitiendo hoy en día, es en sí mismo un fantasma, un simulacro de realidad. La transformación de la composición de la clase trabajadora, por otro lado, es el desarrollo real e irreversible, y ha sido así desde los 60. Y cuanto más el capital intenta destruir y mistificar esta recomposición -en el conocimiento que el antagonismo de clase se ha ensanchado y extendido a la esfera social como un todo- más se encuentra así mismo privado de toda lógica positiva, y es forzado simplemente a armarse con violencia y brutalidad en orden a ejercer su dominación.

Parece claro, que mientras podemos identificar una fase del movimiento en los 60 que vio una aceleración de esta transformación, y una fase de maduración en el nivel social en los 70, la fase presente debiera ser vista como una de posiciones de guerra entre clases. Ciertas tareas teoréticas y prácticas surgen de esta definición de la fase corriente. Aquí limitaré la discusión a algunos aspectos teoréticos de la cuestión.

Mi propio pronóstico es que, en tanto concierne a la clase trabajadora y el proletariado, los 80 serán dominados por la búsqueda – por un período de término medio -de formas más sólidas de mediación política dentro de la clase misma; entre agrupamientos sociales y diferentes estratos de trabajo asalariado, entre los géneros, entre generaciones, etc. Los problemas que nos fueron pasados desde el estadio más tardío de la confrontación son a la vez negativos y positivos. El problema negativo es como romper las estrategias corporativas de dominación (donde, como parece, estos no han sido liquidados por la dialéctica de las mismas instituciones); la tarea aquí es construir un terreno generalizado de resistencia. El problema positivo es como encontrar una manera de afirmar como una fuerza efectiva la calificada nueva recomposición social del trabajo subsumido en todas sus formas. Aquí, la tarea teoréticamente clave es la de completar y actualizar el análisis marxista basado en la composición de la masa de la clase trabajadora de la primera parte de los 60. La composición de clase del ‘obrero masa’ debe ser considerado ahora como un fenómeno subordinado a las características móviles, socializadas y abstractas del proletariado en la época de transición al comunismo. En otras palabras, tenemos que desarrollar una fenomenología de las mediaciones del nuevo sujeto proletario, capaz de tomar su movilidad cultural y social, espacial y temporal, horizontal y vertical, como la base de un capítulo enteramente nuevo en la teoría comunista del presente. Un número de estas han sido adelantadas  por un creciente cuerpo de teóricos marxistas (por ejemplo, De Gaudemar, Fox Piven, and Clovard, Hossfeld u O´Connor), sugiriendo que la teoría de composición de clases debe una vez más ser tomada y sistemáticamente actualizada dentro del marco de una teoría del tiempo: en otras palabras, en una forma dinámica que acompañe las relaciones internas dentro de la clase en su dimensión temporal, y vea a la movilidad como la característica clave de la formación y el proceso de reformación de la clase trabajadora.

En un sentido autocrítico, debemos considerar el ‘impasse’ que el movimiento proletario llevó en Italia a fines de los 70 como el producto de la habilidad capitalista para imponer nuevas estrategias de división y elegir diversas tácticas para disciplinar diferentes sectores del movimiento de clase en el tiempo. La derrota por el pacto corporativo, el bloqueo impuesto a una mayor expansión de la actividad revolucionaria de importantes sectores – y sobretodo del sector del obrero masa teniendo lugar en una dimensión temporal precisa. Si pusiéramos esto en términos filosóficos, podríamos decir que al tiempo constitutivo de la tendencia revolucionaria se le opuso el tiempo analítico del comando capitalista; y que la tarea ahora es reducir el análisis capitalista del tiempo al tiempo constitutivo de la clase trabajadora y el proletariado. Pero los modos filosóficos de problematizar el tema no son indicados, a pesar que son probablemente la única manera de ubicar el problema de organización en una guerra de posiciones. De ahí que los análisis empíricos deban ser desarrollados en la perspectiva del tiempo de recomposición del movimiento de clase; en tanto reconozcan que la dimensión analítica temporal es fundamental en vista a determinar los antagonismos de clase en la relación con las estrategias.

En esta perspectiva estratégica, la importancia de reestructurar el enemigo de clase no debe ser olvidado – de hecho, es decisivo. Los análisis temporales de las relaciones de clase deben estar esencialmente basados en la subjetividad de las fuerzas proletarias, de los diversos estratos de la clase, de su pluralidad. Y el pluralismo de la subjetividad proletaria debe ser visto en la dimensión temporal del día de trabajo total. Como sabemos, la subjetividad de la clase no es un elemento espiritual, es tan material como todos los otros elementos que tienen peso en el día de trabajo. Lo que tenemos que hacer es considerar dinámicamente las diferencias culturales, de edad, de género, etc., en el proceso de recomposición de clase, en orden a alcanzar una definición de la subjetividad de clase. La tarea básica hoy en día es definir y hacer posible una síntesis organizacional de estos procesos subjetivos. Para clarificar mi argumento, vale la pena volver atrás por un momento a la problemática que planteó el movimiento de los 70.  Del lado capitalista, como ya hemos dicho, la restauración fue llevada adelante por medio de políticas de división y estrategias corporativas de coaptación. Fox – Piven y Cloward ya han demostrado este proceso bastante claramente, al menos en lo que hace a EE.UU., en su estudio de los ‘Movimientos de gente pobre’. Pero lo que falta en sus análisis es precisamente una dimensión temporal constitutiva, capaz de ir más allá de las diversas divisiones impuestas desde arriba y tomar la nueva calidad de composición de clase que es el movimiento de clase como un todo. En otras palabras, lo que realmente necesitamos es entender como la nueva cualidad y nivel de necesidades y nuevas formas de movilidad producen circuitos materiales de recomposición dentro de la clase. En el viejo esquema ‘laboralista’ de análisis, la centralidad era acorde al proceso laboral -como distinto del proceso productivo como un todo. El análisis del obrero masa como tal, dentro del proceso laboral, era visto como suficiente para rastrear una suerte de circulación subjetiva de la lucha que era la reversión singular del proceso de las mercancías. Esta circulación subjetiva a la vez proveyó la clave para caracterizar la subjetividad de las luchas que tuvo lugar. En una suerte de camino vulgar (y no sólo en la corriente laboralista italiana), esta técnica de (‘reversión ‘ fue extendida entonces al análisis del gasto público, para identificar los circuitos de lucha del obrero social a la vez que aquellos del obrero masa: el gasto público es parte de vuestro paquete salarial ‘ Claramente este análisis fue insuficiente.

Similarmente, lo que se necesita ahora no es simplemente un análisis de la movilidad de la clase trabajadora, mostrando que es el lado ‘reverso’ del paradigma de comando, e indicando la posibilidad de largo tiempo en términos de agitación entre trabajadores desempleados y de fábrica, amas de casa explotadas y ancianos pensionados, estudiantes y jóvenes trabajadores en la economía marginal, etc. Obviamente necesitamos esto -pero no es suficiente. El análisis debe estar enraizado en una perspectiva comunista. Claramente, esto debe acompañar los problemas prácticos de la lucha contra las articulaciones del comando capitalista, el problema de resistir y derrocar el chantaje del gasto público y la disciplina del trabajo total diario en un sentido global -pero el hilo conector del análisis sólo puede ser hallado  por medio de un movimiento progresivo, tanto teórico como práctico, que anticipa un futuro comunista. Examinemos una instancia específica de este problema mirando en otro aspecto de la derrota del movimiento al final de los 70. Esta derrota tuvo lugar, no sólo como resultado de las políticas corporativas del estado, sino también a través de la Ghettización del mismo movimiento; la represión y/o aislamiento de las luchas particulares que se mostraron incapaces de generalizarse al nivel de una nueva cualidad de interés de clase como un todo, y que consecuentemente devino presa del paradigma represivo del control capitalista sobre el gasto público. Este proceso ha sido particularmente evidente en los grandes centros metropolitanos europeos. Recientemente, Karl Heinz Roth (en el diario Autonomie – Materialen gegen die Fabrikgessellchaft – Neue Folge, no .4 – 5) ha confrontado directamente este problema en el caso de Alemania donde este fenómeno de Ghettización y englobamiento ha sido excepcionalmente evidente. En Alemania, la derrota del movimiento fue debida enteramente a la inhabilidad para tomar y construir sobre la nueva cualidad de separación de clase y antagonismo que por si solo podía proveer objetivos generales para el movimiento como un todo; no en el sentido de cualquier objetivo impuesto externamente, sino objetivos surgiendo de la cualidad de la existencia proletaria misma.

Esto plantea un serio problema. El abandono del viejo marco Marxista de ‘demandas generales’ programáticas y del racionalismo científico en el movimiento – con el cual todos han flirteado en un momento u otro, y que se necesitaba precisamente para tomar o asir la nueva cualidad de los sujetos y las luchas – también llevó a un colapso de las posibilidades de reconstruir como vínculos en cualquier proyecto general material. El resultado, como muestra Roth, es que la productividad de los movimientos de autovalorización (particularmente evidente en el subsuelo del gheto) ha sido recuperado dentro de la segregación capitalista de los mercados de trabajo y dentro de la reorganización de la economía intersticial; y esto es al grado tal que el capital es ahora libre de reformar y manipular este sector a voluntad. Entonces la libertad deviene narcotráfico, la autovalorización se reduce a negocio; el ejercicio del contrapoder se niega a través del terrorismo. Estos items que proveen contenidos parciales de las luchas (antinucleares o ecológicas) ellos mismos devienen atados y reintegrados dentro del poder del simulacro de las relaciones sociales que gobiernan la producción capitalista. La única solución a este impasse, de acuerdo a Roth, es una recuperación radical del método marxista en orden a tomar la cualidad nueva de los comportamientos de clase; en una perspectiva que puede reconstituir el sujeto de clase como un todo con sus contenidos y metas comunistas. Pero no quiero que estas cuestiones sean malinterpretadas como un pedido por un tipo de nuevo, y actualizado Gramscianismo. No estoy de ninguna manera sugiriendo que el concepto de hegemonía, con sus debilidades teóricas obvias y su derivación idealista, puedan ser ahora cargado con una consistencia materialista, traducida a los términos de la sociedad contemporánea. Las diferencias de método que nos diferencian de cualquier solución ‘hegemónica’ permanecen como sustanciales, y ninguna autocrítica concerniente a los eventos de los recientes años y los proyectos por delante pueden cerrar la brecha. No es una cuestión de autocrítica en relación a la aproximación analítica; de hecho, el método debe ser el mismo – una continuidad radical del método subversivo apuntado a la desestructuración y sabotaje del sistema. Cualquier determinación del futuro a partir de un punto de vista de clase requiere ahora un salto adelante en la revolución cultural del proletariado. Todas las cartas deben ser dadas de nuevo en este proceso. Lo que se necesita es una suerte de ‘Nueva Economía Política’ Leninista que modifique las relaciones de producción en orden a hacer surgir la subjetividad de la transformación engendrada por el nuevo proletariado. El corporativismo debe ser destruido como la mayor fuerza estática bloqueando toda emergencia revolucionaria. Y debemos tomar plenamente la importancia central la movilidad de clase como el elemento clave en los circuitos de lucha que llevan a la recomposición de clase. En el concepto de hegemonía – la concepción clásica de unidad de clase en la ciencia política Leninista tiene que tener toda la relevancia para este proceso, esto sólo puede ser dentro de una perspectiva que lleve la organización de la movilidad – en el proceso continuo de formación y re-formación de la unidad proletaria – contra la reproducción capitalista del simulacro (político, económico e informativo) que es el arma básica de dominación. Debemos reinterpretar la movilidad como un arma proletaria, descubrir su uso por la clase trabajadora como el medio de conquista del tiempo libre y de la redefinición del día de trabajo. Y debemos ver el uso de esta movilidad como una clave contra las formas rigidificadas y fascistas del comando del Estado de guerra – el comando petrificado e ilusionista sobre la liquidez monetaria, junto con sus reflejos culturales e institucionales.

Desde el punto italiano, yo pienso que para indicaciones futuras debemos volver a la Fiat. Esto es tan cierto ahora como lo ha sido en todos los puntos previos de torsión en la lucha de clases – como en 1962, 1969, o 1973. Pero ahora no es suficiente con volver a los piquetes. Se han ido los tiempos cuando la huelga salvaje, la primera forma primitiva de insurgencia del obrero masa, y la generalización del comportamiento de lucha del obrero masa en los piquetes masivos, eran suficientes para indicar la dirección de la lucha de clase como un todo. Ahora el análisis debe acompañar a toda la metrópoli y la recomposición de clase debe ser vista en términos de movilidad; la libertad dela clase trabajadora puede ser ahora solamente entendida en los términos del día total de trabajo social, que – al nivel de la subsunción real, social del trabajo- es lo mismo que el tiempo de vida mismo. Volvemos a Fiat hoy para nuevas respuestas: para probar la hegemonía y el status mayoritario (tanto cualitativo como cuantitativo) de los movimientos de recomposición del obrero social sobre toda otra sección o estrato de la clase.

El tiempo ha llegado de romper definitivamente con todos aquellos que han mistificado, dividido y retenido al proletariado, sobretodo en el terreno del gasto público, para empujar estas posibilidades esquizoides del gasto público al límite, para aceptar con ironía extractiva la restauración capitalista del mercado, mientras se revela y ataca materialmente su naturaleza idealista, utópica y reaccionaria, y para afirmar, sobretodo, aquel principio de realidad que impone la contradicción estructural fundamental contra sus distorsiones funcionales. Al hacerlo, también podemos hacer ineficaces las capacidades militares del estado empleadas contra el movimiento de clase. Mientras que todo esto no va a producir ciertamente un banquete para nosotros, podemos ahora decir finalmente y definitivamente: ‘No va a ser un picnic para ellos tampoco’.

Prisión especial de Trani

Noviembre de 1980

(Introducción y texto principal tomado de Revolución Recobrada, una colección de los trabajos de Negri, publicado por Red Notes, 1998)

Traducido del Ingles, por A. Suero (Bs.As. abril de 2001)

©EspaiMarx 2002

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *