Fascismo y antifascismo
Alejandro Andreassi Cieri
Históricamente el fascismo ha aparecido como consecuencia de una fase de crisis sistémica del capitalismo, concretamente las crisis abiertas por esa gran masacre industrializada que fue la Gran Guerra de 1914-1918 y la Gran Depresión iniciada en 1929. Sin embargo, estos acontecimientos sólo pueden ser considerados como catalizadores, como los contextos que favorecieron el surgimiento de los fascismos ya que no basta con un cambio brusco por más intenso que sea para que el fascismo aparezca, sino ha existido el proceso previo de transformación cultural de una sociedad determinada, entendiendo aquí cultura como materialidad, o sea la combinación de ethos y mores. Ello implica reconocer que los elementos que modularon su ideología y guiaron su praxis, primero como movimiento y luego como poderes dictatoriales ya existían y se desarrollaban antes de 1914.
Los antecedentes del fascismo
Siguiendo a Max Horkheimer quien decía que “es imposible hablar de fascismo sin hablar también de capitalismo”), y que al referirnos al fascismo no sólo hablamos de su brutalidad represiva y de las consecuencias funestas que para la humanidad ha tenido su aparición, sino también de las consecuencias que ha tenido para los sistemas simbólicos que constituyen el discurso político, porqué y cómo ha surgido de una totalidad y cómo ha influido en esa totalidad. Por lo tanto, debemos referirnos a esa totalidad en la que se inscribe el fascismo y un primer paso es el de considerar que el capitalismo no es sólo un modo de producción y una forma de organización de la economía, sino que es un completo sistema civilizatorio, y por lo tanto un generador de una materialidad simbólica y física que lo legitima y lo mantiene como realidad autorreferencial y que se expresa elocuentemente hoy en día en el acrónimo TINA (There is no alternative) atribuido a Margaret Thatcher, y que constituye el fundamento de su poder hegemónico. El capitalismo no sólo genera plusvalía, aunque esta sea su primum movens y en el sentido de su ampliación y acumulación sea autotélico, sino valores, conceptos, anhelos y expectativas, que son compartidas tanto por quienes ejercen un rol dominante como por quienes son dominados por aquellos. Pero también, al tratarse de una realidad contradictoria, basada en la explotación y opresión de una clase por otra, la lucha de clases impone también una respuesta a ese universo simbólico e ideológico que representa el código que ordena su estabilidad y funcionamiento. En este sentido las transformaciones que se produjeron en las sociedades europeas con motivo de las revoluciones burguesas durante el siglo XIX y que fueron conformando ese sistema de civilización, fueron la fuente de promesas de progreso, crecimiento y bienestar indefinido para toda la especie humana que pronto fueron traicionadas por la misma realidad que el despliegue capitalista producía en su andar cotidiano. El portentoso desarrollo técnico y científico, celebrado por las burguesías del continente europeo -en una especie de auto-homenaje a su innovación e iniciativa- mediante las exposiciones universales o la divulgación periodística y literaria de los avances científicos y tecnológicos, no se acompañó por la mejora de las condiciones sociales de toda la población. Por el contrario, las clases subalternas, tanto urbanas como campesinas, sufrieron un creciente deterioro de sus condiciones de vida y de trabajo, como reflejó brillantemente Friedrich Engels en su trabajo sobre la condición de la clase obrera en Gran Bretaña, mientras se ensanchaba y profundizaba el abismo de desigualdad entre unas y otras clases. Ante esta disociación entre realidad y promesas incumplidas fueron gestándose respuestas que podemos agrupar en dos grandes bloques. Uno de ellos es el que configuró el movimiento emancipatorio, tanto de inspiración anarquista como socialista, que a su vez se consideraba heredero de las aspiraciones del cuarto estado surgido durante la gran Revolución francesa, y que situaba la causa de la distopía social en la propia naturaleza del capitalismo, proponiendo como medio de recuperar la sintonía entre promesas y realidad -las condiciones de posibilidad de la felicidad humana y la buena vida- el derrocamiento del sistema capitalista y el avance hacia una sociedad sin clases ni explotación. Esta reflexión de Charles Darwin registrada en su libro El viaje del Beagle refleja las dudas que asaltaban incluso a miembros de las clases bien estantes sobre el cumplimiento de las promesas de la modernidad decimonónica:
“Si la miseria de nuestros pobres no es causada por las leyes de la naturaleza, sino por nuestras instituciones, cuán grande es nuestro pecado”.[1]
El segundo bloque de respuestas abarca a todas las que analizaban la degradación de una parte de la sociedad y la conflictividad social no como el resultado del funcionamiento del capitalismo y de la explotación de los trabajadores, sino a la diferente calidad del material humano que componía cada una de las clases sociales, incluso se consideraba esa estratificación de la sociedad como el resultado de una divergencia, un sesgo que implicaba lo biológico, en el curso de la evolución humana. Pero mientras reconocía los beneficios que sintetizaba en lo conceptos de modernidad y progreso, también atribuía al nuevo mundo burgués que se desplegaba ante sus ojos una alteración no deseada del orden jerárquico tradicional, producto de las ideas de la Ilustración y la Revolución francesa. Esta tendencia sostenía el principio de que el orden jerárquico era producto de la natural desigualdad humana, la que devenía un axioma de este pensamiento. Esa idea de la desigualdad que la expansión imperialista y colonial, acelerada en el último tercio del siglo XIX parecía confirmar a través del dominio europeo sobre los demás pueblos. Pero el eje fundamental de ese segundo bloque gira alrededor de la idea que esa desigualdad, dependía de las desiguales dotaciones de facultades de los miembros de la sociedad y que se manifestaba claramente en el orden burgués en forma de clases sociales dirigentes y subordinadas, no era más que el reflejo de la división natural del trabajo en funciones superiores e inferiores que coordinadas y armónicas que garantizaban la eficiencia social y la potencia nacional, fundamento de la modernidad capitalista. Por lo tanto, esa desigualdad que se expresa en la existencia de clases es la garantía de una sociedad próspera. Si las expectativas y las promesas del progreso no se cumplían era porque la sociedad burguesa había facilitado que las clases subalternas se rebelasen y pusiesen en cuestión el orden social, como nunca antes se había registrado, al utilizar para su propia emancipación las ideas revolucionarias procedentes del Iluminismo. La aparición de un movimiento obrero al que rápidamente vincularon con la herencia revolucionaria francesa y se manifiesta en los estallidos de 1830, 1848 y especialmente en la Comuna de Paris de 1871, al que consideraban como un producto negativo de la modernidad, fue considerado prueba de las razones de sus temores, así como del diagnóstico de degeneración y decadencia de las sociedades europeas. La solución a esta falla entre las promesas y las realidades de la modernidad, que se manifestaba funestamente a través de esa furiosa lucha de clases, la reparación de la línea de clivaje, la línea abisal, que se viene trazando entre 1830 y 1871 sólo podía solucionarse mediante la instauración de una centralización autoritaria, pero que a diferencia del antiguo régimen no se basase en los derechos hereditarios, sino en el dominio de la ciencia y de la técnica, de una nueva aristocracia surgida de las mismas entrañas de la modernidad capaz de restablecer el control jerárquico considerado garantía de la armonía social y del progreso, capaz de integrar a las diferentes clases en el lugar que la división social del trabajo les señala, y capaz de acabar con la lucha de clases.
Esta vertiente penetrará las artes y el pensamiento filosófico, cuando la reflexión desde el punto de partida que unifica este segundo bloque crea encontrar en el concepto de «degeneración» la clave para entender la historia de la modernidad y sus efectos. Para ellos, la degradación y penuria de la clase obrera industrial o los sufrimientos de los jornaleros campesinos no eran más que los “síntomas” de esa degeneración, producto de su inaptitud, de su inferioridad biológica para adaptarse con éxito a la modernidad. Al “cada uno su rol social”, ya elaborado por el pensamiento que combatía a la Revolución francesa y a las ideas del ala izquierda de la Ilustración, como Edmund Burke, Hipólito Taine o Renan, se agregaban los argumentos, que, extraídos de las ciencias biológicas, pretendían “naturalizar” la división del trabajo y por consiguiente el orden clasista de la sociedad burguesa. Al mismo tiempo se sugería que ese resultado del despliegue del capitalismo no sólo había puesto en evidencia la diferencia “natural y biológica” entre los miembros de una sociedad, sino que había impulsado una moral materialista, prosaica e individualista que había facilitado que aquellos que ocupaban los estratos más bajos de la sociedad se rebelasen e intentasen acceder a la plena igualdad política y social, a suprimir el orden dominante y a actuar como las clases superiores. De alguna manera este enfoque sugería que lo que cabía era impedir la tendencia a la entropía del capitalismo, su anárquico comportamiento, para salvar de este modo el que consideraban extraordinario beneficio que había aportado en riqueza material y progreso, pero ante todo en eficiencia productiva y potencia nacional. La idea general que terminaban compartiendo era que si se podía adjudicar a cada individuo el lugar que le corresponde, el rol social que la naturaleza había determinado para él, la sociedad se vería beneficiada. En cambio, cualquier intento de organizar la sociedad en base a la igualdad política y social de sus miembros sólo sería el fundamento de su destrucción y/o su degeneración como tal. Pero no será sólo en el terreno de las ideas donde se irán configurando los elementos para la reorganización de las sociedades europeas. Al compás del colonialismo y el imperialismo rampante en el último tercio del siglo XIX, algunas de las potencias que luego serían escenario de los fascismos, como Alemania e Italia, pretendían la anexión o al menos el sometimiento en condiciones coloniales de otras regiones europeas, que estas potencias consideraban pertenecientes a su área de influencia. Las deportaciones de polacos de cultura cristiana y judía de las provincias orientales de Prusia fueron ya practicadas bajo el gobierno de Bismarck entre 1883 y 1887, con el pretexto de “su necesidad para la seguridad del Estado” y “asegurar el progreso de la cultura alemana en esas regiones”; lo que fue además seguido por programas aprobados por el parlamento prusiano de establecimiento de colonos alemanes en dichas áreas, con una operatividad que se extendió entre 1886 y 1916.[2] Del mismo modo operó Italia respecto a los territorios africanos donde no sólo se trataba de dominar territorios coloniales y explotarlos económicamente sino que se intentaba transformarlos en territorios de colonización italiana, al modo en que también Francia actuaba respecto a Argelia, así como respecto a los Balcanes y el sudeste europeo.[3] La construcción nacional en ambos países se apoyaba en la expansión territorial legitimada por una visión racista de los pueblos vecinos a los que se prensaba desplazar o dominar. El biodeterminismo comenzaba a jugar ese papel en estos movimientos, impulsando una deriva hacia una construcción nacional sin fin, siempre incompleta porque siempre había un territorio que ocupar y un pueblo que desplazar (y más adelante, que exterminar), cuestionando incluso los matrimonios entre germanos y eslavos.[4] Por ejemplo, para el partido pangermánico austríaco el Austria alemana debía incluir también Bohemia y Moravia, a pesar de la mayoría checa alcanzada en el período finisecular en ambas regiones.[5] La expansión al este era una mezcla resultante del racismo con que se consideraba a los pueblos eslavos como pueblos inferiores destinados a ser sometidos por los germanos sumado a las escasas posibilidades de construir un imperio ultramarino a la manera de Gran Bretaña, en la medida en que las potencias germánicas habían llegado tarde al reparto colonial.[6] La cuestión nacional de cada uno de estos países, la necesidad de su “reformulación” mediante fronteras étnicas ocultaba el deseo de hegemonía política, militar y económica en el este europeo. Al mismo tiempo el expansionismo alemán e italiano en territorio del este europeo, bajo esas mismas pautas étnicas, presentaba esa expansión imperial como “recuperación” de territorios aduciendo “el carácter incompleto” de sus estados-nación en una expansión que nunca acababa de aclarar los límites. En una perspectiva que luego se desarrollará durante la dictadura nazi, la Liga Pangermánica prefería la expansión alemana hacia el Este en lugar de un imperio ultramarino, donde las tesis del Lebensraum parecían más fácilmente asequibles. Incluso el liberalismo alemán en las figuras de Neumann y Max Weber, sostenía la importancia modernizadora de la constitución de Alemania en el eje de una Mitteleuropa o de su expansión al Este mediante la instalación de colonos alemanes sustituyendo a la aristocracia Junker en su papel de control y desarrollo de las fronteras orientales del Reich.
Otro aspecto también especialmente notable e incidente fue la profunda dislocación de la sociedad tradicional producto de la veloz industrialización que se produjo en ambos países, aunque con diferentes resultados, que condujo a la liquidación progresiva de los vínculos tradicionales de solidaridad en las clases subalternas como consecuencia del despliegue capitalista. Más intensa en Alemania que en Italia, en ambas naciones produjo un sentimiento de orfandad, pérdida de referentes, donde las culturas campesinas consideradas como el reservorio de la identidad nacional eran destruidas por la vorágine industrial que arrastraba a los campesinos -explotados por los terratenientes o acosados por la crisis agrícola finisecular- hacia las ciudades en busca de empleos industriales, como si fueran estos y no las condiciones sociales deterioradas del campesinado la causa de la presunta decadencia y degeneración.
La Gran Guerra y el fascismo
La Primera Guerra Mundial actuará como un catalizador de todas estas tendencias intensificando vectores que ya se habían puesto de manifiesto en la expansión colonial: la violencia extrema y la super-explotación de las poblaciones de los territorios ocupados. La violencia extrema como instrumento para conseguir objetivos concretos no sólo revelaba el desprecio de la vida humana sino también la cosificación del enemigo, la transformación de las operaciones militares en una gigantesca operación de masacre industrializada que buscaba no sólo derrotar a los ejércitos enemigos sino desmoralizar al frente interno, a la retaguardia. Esa masacre a gran escala exigía un gran aparato industrial y una economía perfectamente coordinada para mantener el esfuerzo bélico. La guerra además ofrecía la experiencia de una organización social alternativa al capitalismo liberal de preguerra, que se resume en la expresión “espíritu de 1914”, significando con ello una sociedad que organizada como un gigantesco organismo coordina todas sus fuerzas, bajo una jerarquía exigida por a eficiencia productiva y en combate, donde las clases sociales lejos de desaparecer se refuerzan con una función que deriva de su lugar y función en la pirámide social, donde las jerarquías y el principio de jefatura derivan de la eficiencia y no de la herencia. El capitán de empresa se equiparará al comandante en el campo de batalla y la fábrica se organiza “científicamente” del mismo modo que el combate en las trincheras. Obreros y soldados se integran en una comunidad jerárquica dominada por la capacidad de liderazgo y el dominio técnico con que la biología dota a empresarios y jefes militares, según los parámetros de un social darwinismo predominante. Como expresaba respectivamente Edgar Jung, destacado representante de la “revolución conservadora” alemana, corriente intelectual principal de la extrema derecha durante la República de Weimar, que van actuar de puente entre el “espíritu de 1914” y la constelación de grupos y movimientos de la derecha radical que bajo el apelativo völkisch va a acabar confluyendo en el nazismo:
“En lugar de la igualdad proponemos los valores interiores, en lugar de la orientación social la apropiada integración en una sociedad jerárquica, en lugar de la elección mecánica el surgimiento orgánico de jefes auténticos, en lugar de la coerción burocrática la responsabilidad personal de una auténtica autodisciplina, en lugar de la felicidad de las masas el derecho de la comunidad del pueblo”.[7]
y Helmut Franke, futuro miembro de los Freikorps:
“Líder y hombre, uno para otro, permanente desde temprano uno tras otro dependiendo unos de otros y vinculados estrechamente, pueden demostrar mejor su hombría, que todas las teorías pacifistas e internacionalistas sobre la humanidad”.[8]
Algo similar sucedía en Italia, donde la intervención en la guerra también había sido bien vista por los principales grupos del triángulo económico formado por Milán, Turín y Génova, como una solución a la recesión. Los principales dirigentes industriales pensaban que su participación en la guerra garantizaría la multiplicación de beneficios procedentes de los pedidos estatales de material de guerra, especialmente para las empresas del sector siderometalúrgico, lo que también hacía aceptable, por esos grupos industriales una mayor intervención e implicación del estado en la producción. El encuentro entre empresarios y autoridad política se saldó con un intercambio de respaldos recíprocos, no con la subordinación de unos por otros. Ese apoyo gubernamental se concretaría en la prohibición absoluta de las huelgas sustituidas por arbitrajes obligatorios, a pesar del reconocimiento que los sindicatos habían logrado como partners subordinados de la relación laboral, y en la intervención directa de la policía en el mantenimiento de la disciplina laboral. A su vez la Mobilitazione Industriale italiana, dependiente del Ministerio de guerra, coordinaba a través de un comité central y comités regionales la actividad de las empresas comprometidas con el esfuerzo bélico, pero para evitar cualquier recelo en la intervención estatal en la economía de guerra, el gobierno italiano no dejó de implicar a los empresarios en el funcionamiento de esa maquinaria administrativa. Por ello las autoridades italianas tuvieron un comportamiento político más afín con el talante autoritario de las Potencias Centrales, que la de sus aliados de la Entente Cordial. Su intervención en el control de la fuerza de trabajo y de las relaciones laborales en el ámbito industrial era muy parecido al desempeñado por el estado alemán. Para algunos autores esa combinación de participación estatal en la dirección de la actividad productiva y en la disciplina industrial creó un terreno favorable a la reorganización corporativista de las relaciones entre estado y sociedad civil que se produciría bajo la dictadura mussoliniana.[9] Lo más significativo es que tanto en las clases dominantes, como en los círculos políticos conservadores y en la derecha nacionalista que adquiría una actitud cada vez más agresiva contra el movimiento obrero y socialista en la posguerra, había quedado arraigada la convicción de que la regulación y coordinación del estado con los intereses económicos había sido exitosa en términos bélicos, aunque no se consiguieran los objetivos que habían impulsado a Italia a entrar en la guerra al lado de la Entente, y que la clave de ese éxito residía en la decidida política de represión y control de la fuerza de trabajo en la regulación de las relaciones laborales durante los tres años de conflicto.[10]
La Primera Guerra Mundial no alumbró una nueva época, más bien fue el acelerador o el catalizador de tendencias poderosas que estaban configurando el paisaje de la civilización del capitalismo, al menos desde el último tercio del siglo XIX. Pero su papel fue el de propinar el impulso más fuerte a esas transformaciones, no el de originarlas. Las impregnó de un componente que hasta el momento no se había experimentado plenamente, y en todo caso sólo había sido vislumbrado en los cálculos de algunos estrategas, políticos o intelectuales visionarios: la unificación de los fundamentos de la actividad colectiva bélica con los de la paz, la industrialización de la guerra junto con la militarización de la economía y en la medida en que la sociedad se vio implicada en los acontecimientos bélicos más allá de su condición combatiente, como un factor fundamental del esfuerzo bélico y no sólo como complicación accidental del enfrentamiento armado.[11] Además introdujo el concepto de movilización total de la sociedad donde la acción en la retaguardia tenía tanta importancia como en el frente de batalla y donde la militarización de las relaciones de producción no desplazaba el papel de los empresarios como capitanes de industria sino que reforzaba su poder como dirección política incuestionable en su ámbito. La movilización total sería más tarde uno de los rasgos característicos de las dictaduras fascistas.
La guerra de 1914 dejó como herencia indiscutible el carácter industrial de las acciones militares. Ese carácter no sólo fue brindado por el uso sin precedentes de medios mecánicos de destrucción, que dio contenido material a la expresión “maquinaria bélica”, sino también por la forma en que se elaboró la representación y relación con las “objetos” de la actividad bélica en el adiestramiento de los combatientes. Durante la guerra se había ido imponiendo el criterio que la victoria sobre el enemigo sólo podía ser alcanzada a través del mayor exterminio de oponentes. Por lo tanto, para consumarse el asesinato en masa eran necesarios no sólo los medios técnicos que lo permitían, sino también la despersonalización de la relación de los combatientes con sus víctimas para garantizar la indiferencia y el automatismo que eliminara en cada combatiente el vínculo emocional con la violencia desatada. Ambos aspectos conferían a la actividad militar rasgos similares al trabajo organizado por las tendencias industriales más avanzadas de la época según los métodos inventados por Taylor y sus epígonos y que se engloban bajo el común denominador de “organización científica del trabajo” (OCT), especialmente la rutina sistematizada y la distancia emocional en relación a la acción y sus consecuencias. La absoluta falta de compromiso emocional, de implicación y de control racional y afectivo sobre las operaciones y procedimientos que conducían en los combates a la muerte de miles de personas, a las que previamente se había transformado en sombras deshumanizadas en el curso del adiestramiento de los combatientes, y por lo tanto despojadas de la potencialidad para despertar la reflexión en quienes se transformaban en sus victimarios. Al potenciar la neutralidad del operador respecto a las consecuencias y razones de su actividad, al combatiente de la primera guerra mundial le sucedía lo mismo que al obrero taylorizado: acababa transformándose en un observador de sus propias acciones, que adquirían, al separarse del ejecutor, una vida propia, que escapaba de su control, y que, por el contrario, le daban la impresión de controlar su conducta.[12] El resultado no podía ser otro que la alienación. La tecnología industrial potenciada en la preguerra era la condición necesaria. Pero la visualización del adversario como un objeto deshumanizado a abatir, también fue aportada por la experiencia de las guerras coloniales. La guerra mundial transformó definitivamente la muerte en el resultado de un proceso de trabajo, con sus estándares y rutinas, porque cosificó a sus víctimas al industrializar la masacre, despojando de cualquier connotación emocional o ética a quien lo realizaba o a quien ordenaba su ejecución. Constituyó durante cuatro años el universo posible de la civilización de Occidente, estimulando las principales tendencias que Europa y los Estados Unidos habían comenzado a desarrollar en la preguerra. Los mismos métodos establecidos para conseguir la definitiva subordinación del trabajador civil al dominio del capital en la preguerra, como la OCT, así como los avances científicos, sirvieron como precondición para que la propia contienda se transformara en una fábrica negativa, cuya producción no se medía en objetos sino en cadáveres. Un médico, Arthur Brock, opinaba en 1918 en una discusión sobre el shell-shock[13]:
“… ¿pero no son estos horrores de la guerra los términos con los que culmina una serie que se inicia en los infiernos de nuestras ciudades industriales? Pensad en la angustia mortal infligida a los familiares obligados a la lucha por la vida en esas cámaras de tortura de nuestro mundo competitivo durante la reciente era de ‘paz’ que ahora nos damos cuenta que no era tal sino de guerra latente”.[14]
Esa experiencia de destrucción y masacre programadas en las que cada combatiente se alejaba de los resultados letales que producía, basta con ello recordar la acción de la ametralladora, la artillería pesada de larga distancia o el uso de los gases tóxicos, para objetivar esa atrofia moral en donde el combate se experimentaba como la destrucción de “cosas” y no de seres humanos, fue el aprendizaje que abolió más tarde los reparos ante la guerra química llevada acabo por el fascismo italiano en Etiopía, ante el genocidio judío y gitano cometido por el nazismo, y abrió el camino a la violencia ejercida por las escuadras fascistas en Italia y por los Freikorps y las SA en Alemania, antes de la instauración de las respectivas dictaduras.
Características del fascismo
Los fascismos articularon todos estos elementos seminales que se habían ido gestado al calor del desarrollo de la modernidad decimonónica, organizándolos en una cosmovisión, una Weltanschauung, que constituirá el núcleo, el numen de su cultura política. Lo que creo importante comprender es que la transformación de esa síntesis, en una ideología capaz de un seguimiento progresivamente masivo no habría sido posible si muchos de sus elementos componentes no hubiesen sido internalizados previamente pasando a formar parte de la cultura (y los prejuicios como parte de ella) de amplios sectores de las sociedades en las que se impuso, si no hubiesen sido utilizados para orientarse en la praxis cotidiana. Aquí empleo el concepto más amplio de cultura como objetivación del ethos más moral (mores). Del mismo modo que se considera que los procesos revolucionarios exigen un prolongado período previo en el que van sedimentando en la conciencia de las gentes que luego protagonizarán y/o apoyarán a dichos procesos; el mismo mecanismo puede ser considerado para los procesos contrarrevolucionarios, de los que el fascismo es su expresión culminante. ¿Qué produjo la eclosión del fascismo? Esa lenta acumulación de elementos que hemos descrito y que fueron intensificados y agrupados por la Gran Guerra, se condensaron en un movimiento fascista que llegó al poder en un momento de crisis profunda del sistema sociopolítico en el que se producía. En los casos clásicos de Italia y Alemania, son respectivamente las crisis que se abatían sobre ambos países. En el caso de Italia fue la incapacidad del régimen liberal para resolver los problemas que generó la profunda crisis social, económica y política de la inmediata posguerra a favor de las clases dominantes y del partido socialista en resolverla a favor de las clases populares, clase obrera industrial y campesinado pobre. En el caso de Alemania, si bien la crisis de posguerra y la derrota condicionaron el nacimiento y primeros pasos de la República de Weimar, fue la crisis de 1929-30 la que generó las condiciones propicias para que los nazis llegaran al poder.
En ambos casos se trata de una contrarrevolución preventiva, como Luigi Fabbri y Karl Radek designaban al fascismo. La instauración de los regímenes fascistas del periodo de entreguerras es un síntoma del fracaso evidente del capitalismo de matriz liberal para resolver sus propias contradicciones y su tendencia entrópica; pero también del movimiento obrero para afrontar esa profunda crisis desde una perspectiva de alianza de clases populares que permitiera resolver la crisis a favor de estas últimas. Justamente el éxito de los frentes populares en España y Francia son la contraprueba de cómo se podía enfrentar al fascismo desde la perspectiva de las clases subalternas. Como tal contrarrevolución el objetivo de los fascismos no era el restaurar el statu quo ante, sino el de fundar una nueva realidad sociológica que protegiera a la modernidad capitalista de su propia tendencia entrópica, de su propia tendencia anárquica, fundando no solo una nueva sociedad jerárquica, de clases, pero sin lucha de clases, sino un verdadero experimento de ingeniería antropológica para crear el individuo adaptado perfectamente a esa nueva sociedad, una evidente distopía. Ello impediría la decadencia del Estado-nación y permitiría la recuperación de Alemania e Italia como grandes potencias y la creación de esferas de influencia continental de las que serían el centro hegemónico, sin renunciar a la expansión colonial.
La construcción de esa nueva sociedad se basaba en tres vectores ideológicos fundamentales: 1) la negación de la posibilidad de la democracia, tanto si se trata de la práctica que conduce a la elección de representantes por la ciudadanía como entendida en su sentido más profundo y radical, el movimiento que verifica la autodeterminación de la mayoría del pueblo, sustituyéndola por la dictadura plebiscitaria; lo que no significa que los movimientos y partidos fascistas renunciaran a servirse de los procesos electorales para llegar al poder; 2) la negación de la igualdad y la unidad de la especie humana, intentando suprimir el fundamento ontológico de las ideas ilustradas propagadas por la Revolución francesa, que fueron sustituidas por el racismo y el darwinismo social como claves para la interpretación de los fenómenos sociales y políticos y como principios de acción en los que se fundaba la acción política de los fascismos, como principios de ingeniería social para la reorganización de la sociedad alemana e italiana. Por lo tanto, la negación de toda la tradición cultural inaugurada por la Ilustración y la Revolución Francesa: No debemos olvidar que Goebbels afirmó que el significado de la llegada al poder de los nazis era la “erradicación de 1789 de la historia universal”[15], y que Alfred Rosenberg consideraba que la derrota de Francia en junio de 1940 era “El fin de la Revolución francesa” (editorial del Völkischer Beobachter, 14/7/1940).[16] A estos hay que agregar un tercer vector: 3) el organicismo: mediante el cual consideraban metafóricamente a las sociedades como una estructura con un funcionamiento similar a los organismos vivientes superiores, de lo cual deducían que la desigualdad expresada en las clases o capas sociales eran el resultado de un determinismo natural que ordenaba a los individuos como detentadores inmodificables de funciones superiores o inferiores, pero complementarias en el logro de la máxima eficiencia económica y potencia militar como naciones. Por lo tanto, la desigualdad era para los fascistas beneficiosa para el adecuado funcionamiento social. Escribe Mussolini en 1932 como parte de su aportación a la entrada “fascismo” junto a Giovanni Gentile para la Enciclopedia Treccani, que,
“El fascismo niega que el número por el simple hecho de serlo, pueda dirigir la sociedad humana; niega que ese número pueda gobernar a través de una consulta periódica; afirma la desigualdad irremediable, fecunda y benéfica de los hombres que no se puede nivelar mediante un hecho mecánico y extrínseco como el sufragio universal”.[17]
De forma similar definía Hitler al nacionalsocialismo en Mein Kampf,
«Una cosmovisión que pretende al rechazar la idea democrática de masas, dar esta tierra al mejor pueblo y, por lo tanto, a los mejores hombres, debe lógicamente obedecer también en el seno de ese pueblo al mismo principio aristocrático y asegurar que el liderazgo y la mayor influencia en ese pueblo corresponda a las mejores mentes. En consecuencia, ello se funda no en la idea de mayoría sino de personalidad”.[18]
Entre los nazis dará lugar a la Volksgemeinschaft (comunidad del pueblo), y entre los fascistas italianos al Estado total. Ambos jerárquicamente ordenados y orientados a la máxima eficiencia productiva, integradores de la clase obrera en la comunidad nacional en forma definitivamente subordinada y subalterna al poder empresarial (seguridad a cambio de sumisión obrera – servicios sociales a cargo de la empresa), que constituye el rasgo esencial del “socialismo” fascista. Se expresaba en el “espíritu de 1914” (según Johann Plenge) que sustituiría al “de 1789”, o sea la comunidad nacional jerárquicamente organizada y cohesionada al servicio de la potencia alemana que se sintetizaba en la declaración del Káiser Wilhelm II en 1914: «Yo no veo partidos políticos, sólo veo alemanes«.[19] En definitiva, lo que podríamos concebir como capitalismo organizado o militarizado en tiempo de paz, pero preparándose para la guerra, capitalismo armónico, sin conflicto de clases. Y estas características también pueden hallarse en el fascismo español desarrollado durante la dictadura franquista, aunque en este último caso sea fundamental la influencia del catolicismo en sus formulaciones.[20] La organización clasista de la sociedad, producto del desarrollo histórico del capitalismo, era convertido en la propuesta fascista en el punto de llegada natural de la modernidad y en el fundamento de la eficiencia y la potencia. Era lo que había que preservar, organizar y disciplinar para evitar que los llamados a ser dirigidos volvieran a pensar que podían alcanzar en algún momento la autogestión de sus vidas, por ello el conflicto de clases debía ser radicalmente suprimido mediante la destrucción de las organizaciones del movimiento obrero y al mismo tiempo la clase obrera integrada en forma subalterna en la comunidad nacional restaurada comoestructura jerárquica. La armonía de las clases provendría de la asunción por toda la sociedad del determinismo biológico que regía las desigualdades, al mismo tiempo sin desestimar la utilidad social de todos, tanto superiores como inferiores. Cito dos pasos que revelan el significado del concepto organicismo para el fascismo. El primero de Nicola Pende, médico y promotor del racismo biológico en Italia, muestra con claridad:
“Biología política es la ciencia que basada en el estudio […] de los hombres considerados como células del gran organismo social debe en una época realista y naturalista como la nuestra, guiar a los miembros del gobierno […] En Italia el fundador y líder del régimen fascista, más que cualquier otro político antiguo o moderno, ha comprendido que la organización estatal no es más que un gran organismo de individuos-células, los que deben vivir según las leyes naturales de la biología […] El gran principio del régimen fascista, el de la libertad individual condicionada por la libertad y el interés colectivo, está profundamente arraigado en la biología”.[21]
El segundo es de Fritz Lenz, médico especialista en genética y eugenesia, director del Departamento para la Higiene Racial de la Kaiser Wilhelm Gesellschaft, profesor en la Universidad de Berlín y miembro del partido nazi,
“Una posible coincidencia entre la aptitud heredada y la posición social no se alcanzará ni mediante férreas castas existentes [se refiere al caso de la India] ni mediante la exclusiva selección individual, sino mediante la existencia de clases, las cuales son suficientemente sólidas para posibilitar una selección de acuerdo a la dotación hereditaria de las familias a lo largo de las generaciones”.[22]
«En tanto que el nacionalsocialismo es más probablemente «ciencia aplicada» que el socialismo marxista, no aspira sólo a ser economía política aplicada, sino también, y principalmente, biología y teoría racial aplicadas”.[23]
Esa perspectiva organicista les permitía considerar a la estructura de clases de la sociedad como expresión de la división natural del trabajo, presente en los organismos vivientes y no como la consecuencia de relaciones de poder y dominación.[24] La estratificación social era reconocida no como un resultado de la evolución histórica del sistema capitalista sino como la consecuencia de la diferente “calidad biológica y dotación hereditaria (genética)” de los miembros de una misma sociedad, de una misma comunidad nacional.[25] Lenz escribía, en un texto publicado en 1944, reafirmando los principios de determinismo biológico de la estructura social que había defendido a lo largo de toda su carrera, que esas diferencias serían la garantía del funcionamiento eficiente de la sociedad entendida como totalidad,
“No sería tampoco bueno que los camaradas del pueblo [Volksgenossen] tuviesen la misma dotación hereditaria. La moderna cultura exige la múltiple división del trabajo y una eficiencia [Leistungsfahigkeit] en diferentes ámbitos que no puede ser alcanzada mediante la adaptación individual. La educación, con toda la importancia que posee, tiene su límite y también sus diferentes posibilidades en la dotación hereditaria. Mientras unos han nacido para ser trabajadores manuales, otros lo son para ser empresarios, otros para campesinos, otros como comerciantes, o soldados o científicos. Si intentamos que todos los camaradas del pueblo aprendan todas las destrezas, sufrirá la eficiencia total de nuestra nación”.[26]
Cabe señalar que esa perspectiva que naturalizaba la organización de la sociedad de clases reivindicando su “óptima eficacia funcional” coincidía con la difusión en Alemania y en Italia de los métodos preconizados por la OCT durante la década de 1920, con lo cual los fascismos podían presentarse como campeones de la modernización, poseedores de los secretos del futuro y no como simples reaccionarios, y por lo tanto aparecer ante los marginados y descolocados y desclasados por los resultados de la guerra y la crisis posbélica como movimientos revolucionarios que auguraban un nuevo comienzo. El fundamento biopolítico mencionado era también aplicado a la organización del trabajo y resumido por el principio “cada hombre en su justo puesto”, con el cual intentaban transmitir a la clase obrera que su situación en la pirámide jerárquica, que también era la empresa, no era producto de la arbitrariedad empresarial sino la lógica conclusión del respeto a las determinaciones naturales.[27] Este enfoque pretendía dos objetivos. El primero era convencer a los trabajadores que el régimen fascista no actuaba arbitrariamente como el régimen liberal previo y por lo tanto el lugar que cada trabajador ocupaba en la jerarquía empresarial, así como su remuneración dependía de su rendimiento y su eficiencia, los que, a su vez, tenían relación estrecha con su dotación psicofisiológica, con lo cual los niveles en la jerarquía de las empresas estaban bio-determinados y por lo tanto tenían un fundamento científico. A este argumento se agregaba el de que la metodología de producción dependía de un conocimiento técnico-científico que la masa de los trabajadores desconocía y que en cambio dominaba la dirección de la empresa. Estos mismos argumentos eran los que otorgaban al empresario la máxima autoridad y el derecho “natural” a ocupar la cúspide jerárquica en la organización fascista del trabajo. Por lo tanto, en lugar de la lucha de clases se imponía la colaboración entre las mismas, ya que esa colaboración no significaba más que la objetivación de las leyes “naturales” que organizaban el trabajo humano. El segundo objetivo era el de internalizar en cada trabajador la convicción de que al aceptar el nivel que por “naturaleza” le correspondía contribuía con ello al éxito del conjunto social y por lo tanto a la potencia de la nación, por lo cual recibiría reconocimiento social y de sus superiores, mientras se mantenía la desigualdad estructural de una sociedad jerárquica.[28] Rechazar esta actitud por parte del trabajador era considerada similar a la acción de un ente extraño dentro de un organismo sano que amenaza su integridad, y por lo tanto objeto de castigo por el poder estatal. Las manifestaciones en este sentido se multiplicaban en los medios, tanto de la “revolución conservadora” alemana, corriente que nutría las fuertes ideológicas delnazismo, como en los círculos empresariales italianos. Reproduzco este paso de uno de los más conspicuos representantes de la “revolución conservadora” alemana, Oswald Spengler;
“En toda empresa existe una técnica de la dirección y otra de la ejecución; pero no menos evidente hay por naturaleza (sin cursiva en el original) hombres nacidos para el mando y otros nacidos para la obediencia, sujetos y objetos de la práctica política o económica. Esta es la forma fundamental de la vida humana que desde aquella transformación ha ido haciéndose cada vez más variada de aspecto. Y esa forma fundamental sólo con la vida misma podría eliminarse […] Existe al fin una diferencia natural de rango entre los hombres que han nacido para mandar y los hombres que han nacido para servir, entre los dirigentes y los dirigidos de la vida. Esa diferencia de rango existe absolutamente; y en las épocas y en los pueblos sanos es reconocida involuntariamente por todo el mundo como un hecho, aun cuando en los siglos de decadencia la mayoría se esfuerce por negarla o no verla”.[29]
En este paso Spengler planteaba que la estratificación era una exigencia incondicional para que la comunidad de empresa –Volksgemeinschaft en miniatura- funcionase, ya que confirmaba y reproducía las jerarquías con que se organizaba la Naturaleza. Por lo tanto, para Spengler el equilibrio y la verdadera justicia residía en que cada miembro ocupara el lugar, dominante o subalterno en función de sus méritos naturales, y que cumpliera su función en ellos.
Y aquí los correspondientes a Italia;
Mussolini:
“… saltaba al primer plano de la economía el gestor de la empresa, el jefe de la industria, el creador de la riqueza. El empleo mismo de la terminología militar prueba que los industriales pueden ser considerados «los cuadros» en el terreno productivo del gran ejército de los trabajadores ”.[30]
Y escribía en marzo de 1926, cuando se aprobaba el proyecto de ley sobre disciplina jurídica de las relaciones colectivas de trabajo:
“Otro punto del sindicalismo fascista lo forma el reconocimiento de la función histórica del capital y del capitalismo. Aquí somos netamente antisocialistas. Según la doctrina socialista el capital es el monstruo, el capitalista el cómitre, el vampiro; según nuestra doctrina, todo esto es baja literatura, puesto que el capitalismo, con sus virtudes y sus defectos, tiene ante sí algunos siglos de existencia; tanto es así, que donde lo habían abolido incluso físicamente vuelven a adoptarlo […] Los capitalistas modernos son capitanes de industria, grandes organizadores, hombres que tienen y han de tener un elevadísimo sentido de la responsabilidad tanto civil como económica, hombres de quienes depende el destino, el salario y el bienestar de miles y miles de obreros”.[31]
Antonio Benni, presidente de la Confindustria[32], en marzo de 1926, declaraba que:
“…incluso la fábrica es un pequeño Estado en el cual deben aplicarse los mismos principios de autoridad que gobiernan un Estado. Permitidme decir que del mismo modo que el Estado parlamentario fracasó en alcanzar sus objetivos, lo mismo sucede con la fábrica constitucional. La interferencia con la autoridad no es posible, en la fábrica sólo puede haber la jerarquía técnica que exige el mismo orden productivo. Insistir sobre este concepto, y sobre su completa aplicación, se corresponde perfectamente con las necesidades de la industria, los de la Nación, con el concepto fascista”.[33]
Francesco Mauro[34], profesor del Politécnico de Milán, utilizará una metáfora organicista para definir esa condición:
“El patrono se sitúa en la empresa como en el orden natural, por lo tanto por encima y al frente de los miembros y reúne en sí las superiores facultades que impulsan, gradúan y ordenan acciones y reacciones».
Conceptos que quedaban comprendidos en la Carta del Lavoro, sancionada en 1926, que en su artículo VII establecía que:
“El estado corporativo considera a la iniciativa privada en el campo de la producción como la herramienta más efectiva y útil en el interés de la nación. Siendo la organización privada de la producción una función de interés nacional, el organizador de la empresa es responsable de la dirección de la producción frente al Estado. La colaboración de las fuerzas productivas da lugar a derechos y deberes recíprocos entre ellas. El trabajador, técnico, empleado y trabajador, es un colaborador activo de la empresa económica, cuya dirección es responsabilidad del empleador responsable de la misma”.[35]
No hay que desestimar la capacidad mesiánica del discurso de los fascismos que nutren estas declaraciones, que podían transformar la inseguridad, el resentimiento y la frustración de grandes colectivos sociales en la esperanza de un nuevo futuro, o al menos de un refugio a cambio del cual están dispuestos a sacrificar su libertad e independencia. Algo de esto también sucede hoy en día con la alt-right y la extrema derecha que campea por sus fueros en Europa y los EE. UU.
El antifascismo
Por lo tanto, el aspecto clave que se deriva del desarrollo de la lucha contra el fascismo es la de la recuperación por las izquierdas y el movimiento antifascista de la una articulación dialéctica entre democracia y transformación de la sociedad. La primera es considerada un factor fundamental para la superación del capitalismo, y la segunda la condición de la profundización de la democracia y de la realización de la igualdad no sólo jurídica sino social. Pero esta concepción va a ser el resultado de un proceso prolongado de praxis y reflexión en las filas del movimiento antifascista, porque enfrentarlo exigía hacer una análisis adecuado de sus características habida cuenta de que se diferenciaba de los partidos conservadores tradicionales, en primera instancia por la capacidad de constituirse en movimientos de masas y la capacidad de violencia, de militarización de la acción política a través de sus bandas armadas, que por lo menos eran toleradas sino apoyadas directamente por las instituciones estatales.
Si se habla de movimiento antifascista sin matices se corre el riesgo de transmitir una imagen de unidad desde el principio que no fue tal. El mundo comunista y el socialdemócrata no actuaron conjuntamente durante la década de 1920, y llegaron no sin dificultades a acuerdos de unidad hasta mediados los años treinta. En ese sentido podemos encontrar diversas consideraciones sobre la naturaleza del fascismo, que demuestran las dificultades iniciales para entender su sus características y significado político y social, así como las diferencias ideológicas y conflictos en el seno del movimiento obrero europeo, que modulaban dichas interpretaciones; aunque todos coincidían en destacar la amenaza que representaba para los movimientos emancipatorios, así como para la libertad y los derechos humanos, en general. Podríamos agrupar los primeros diagnósticos sobre el fascismo, de los cuales derivaran respuestas políticas diferentes en dos grandes grupos: 1) la consideración del fascismo como un instrumento de la fracción más concentrada, agresiva y poderosa del capitalismo, donde la novedad que representaría en fascismo respecto a otros movimientos contrarrevolucionarios sería la extrema violencia y su constitución en movimientos de masas; 2) los que si bien lo definían como un fenómeno claramente contrarrevolucionario, consideran que va más allá de una “guardia blanca” al servicio del capital, que es capaz de penetrar incuso en sectores de la clase obrera y que conserva cierta autonomía respecto de las clases dominantes aunque acabe coincidiendo con sus intereses. Estos diagnósticos no dependían solamente de las orientaciones ideológicas de las organizaciones obreras sino del contexto en que se producían los mismos, por lo tanto, puede observarse en un mismo autor o en un mismo movimiento diferentes definiciones del fascismo dependiendo de su evolución, así como de la situación de la lucha de clases y de la coyuntura que atravesaba el capitalismo. Por ejemplo, al primer bloque correspondería la definición propuesta por Dimitrov en el VII congreso de la Komintern para impulsar la constitución de los frentes populares; pero también la de Harold Laski, perteneciente al ala izquierda del laborismo.[36] En cambio al segundo bloque corresponderían los puntos de vista de un austro-marxista, como Otto Bauer, o las de un miembro de la considerada “ala derecha” del KPD, August Thalheimer.[37]
La designación de Benito Mussolini como primer ministro el 28 de octubre de 1922, luego de la Marcha sobre Roma había convertido al fascismo de amenaza potencial en terrible realidad. Zinoviev, en el IV Congreso de la Komintern (diciembre de 1922), definiría al fascismo como la forma en que se manifestaba la ofensiva política que la burguesía emprendía en el ámbito de la economía contra la clase obrera, como una guardia blanca que, al mismo tiempo intentaba ganar el apoyo de las clases medias urbanas y rurales así como de algunos sectores obreros decepcionados por los fracasos de la democracia liberal. Con él coincidiría, Clara Zetkin, en el pleno del Comité Ejecutivo de la Komintern (23/6/1923), agregando que el fascismo era un fenómeno típico del capitalismo en crisis, que expresaba el recurso a la violencia de las clases dominantes frente al fracaso del Estado burgués tradicional para defender sus intereses y del movimiento obrero revolucionario, señalando su carácter de movimiento de masas gracias a la atracción que ejercía principalmente sobre la pequeña burguesía, ante las que se presentaba como el movimiento que pretendía redimir los padecimientos de ese sector social, que se consideraba amenazado por la proletarización. Pero también señalaba que el ascenso del fascismo era consecuencia del fracaso del movimiento obrero para resolver a favor de la clase obrera y los demás sectores populares la crisis capitalista, produciendo así la frustración y desafección de incluso sectores medios que habían confiado en las fuerzas socialistas para mejorar su situación, los que así se empujados a creer en la demagogia anticapitalista de los fascistas.[38] En ese congreso se había consagrado el Frente Único como táctica para afrontar en general la contraofensiva capitalista, que se verificaba una vez concluida la oleada revolucionaria que había sacudido a Europa en los momentos iniciales de la postguerra, y por lo tanto también se proponía como método adecuado para enfrentar al fascismo.[39] Esta táctica, propuesta inicialmente en 1921 por el KPD, consistía en que los partidos comunistas impulsaran amplias coaliciones con otras organizaciones del movimiento obrero, incluso las socialdemócratas consideradas como “reformistas”, tanto a nivel político como sindical para alcanzar reivindicaciones inmediatas tanto económicas como políticas, que revirtieran en lo inmediato las penurias sufridas por las clases populares durante la guerra y la inmediata postguerra, ante la comprobación del agotamiento de la oleada revolucionaria inmediatamente posterior al final de la Gran Guerra y la concomitante estabilización del capitalismo europeo e internacional. Pero también tenía como objetivo específico en Alemania enfrentar a los grupos armados de la extrema derecha, táctica que también se consideraba apropiada para enfrentar al squadrismo fascista en Italia.[40] La defensa de Parma contra el ataque fascista en agosto de 1922 seria un ejemplo de esta confluencia entre fuerzas obreras. También Arthur Rosenberg, en 1934, señalaba que el carácter de movimiento de masas del fascismo y la utilización de grupos paramilitares violentos para destruir la democracia y las organizaciones de izquierda eran los aspectos que los diferenciaban de los movimientos de la derecha burguesa radical decimonónicos, de los que por otra parte eran ideológicamente sus continuadores. En cambio, este autor no ponía el énfasis en la presencia mayoritariamente pequeño burguesa de sus adherentes, sino que destacaba la capacidad del fascismo de atraer a sectores de las clases asalariadas, aunque también señalando que la clase obrera industrial propiamente dicha se había mantenido inmune a la atracción fascista conservando su fidelidad a las organizaciones de izquierdas hasta el final.[41]
Pero la convicción de que el fascismo representaba una amenaza letal a la civilización, a los derechos y libertades que se habían conquistado desde 1789, se reforzó con la llegada de los nazis al poder en Alemania y el inicio del rearme alemán, la destrucción del movimiento obrero austriaco en 1934, el expansionismo colonial de la Italia mussoliniana, los incidentes del Extremo Oriente protagonizados por el militarismo japonés y la fuerte ofensiva de las derechas contra la República española. Era una amenaza como jamás antes había sido percibida por el movimiento obrero y otros movimientos emancipatorios incluso frente a la dureza del zarismo y la severidad de la Santa Alianza o el autoritarismo de los imperios alemán y austrohúngaro, e impulsó la unidad entre la socialdemocracia y el movimiento comunista, que tan difícil había resultado hasta 1933, considerada ya como una necesidad para la supervivencia de las izquierdas y el movimiento obrero. La exigencia de unidad va a proceder desde diversas iniciativas tanto desde la vertiente comunista como de la socialista, aunque las que van a ser decisivas serán las que se produzcan primero en Francia con la respuesta comunista y socialista a la asonada protagonizada por la extrema derecha en febrero de 1934 y el pacto de unidad entre el partido socialista (SFIO) y el partido comunista francés (PCF) del 27 de julio del mismo año, y a nivel general el VII Congreso de la Komintern, celebrado en Moscú (25/7-20/8-1935) con la consagración del frente-populismo. En este congreso se recuperó la fórmula del frente único aprobada en 1922, a la que se le sumaron dos propuestas: la unificación de los sindicatos y de los partidos comunista y socialista en un “partido único del proletariado” y la de unidad interclasista, en la cual se incluían a las clases medias como parte de la base social de los frentes populares.[42]
Paradójicamente la concepción del fascismo que iba a presidir la unidad antifascista era aquella que lo reducía a un instrumento en manos de la sección más concentrada y agresiva del capital, tal como fue definida en el VII Congreso, y que por lo tanto devaluaba su carácter de movimiento de masas, las complejas articulaciones que el fascismo mantenía con el bloque social dominante y el papel de las clases medias y de los trabajadores asalariados no industriales, además de la importancia del componente racista, tal como lo habían definido e interpelado con mayor sutileza pensadores y militantes tanto comunistas como socialdemócratas, como Clara Zetkin, Arthur Rosenberg, Palmiro Togliatti, Otto Bauer o Antonio Gramsci.[43] Todos ellos coincidían, con diversos matices, en que los fascismos:
1) Aseguraban a los empresarios la recuperación total de su poder en la empresa, cuestionado por los avances obreros en Alemania (consejismo y legislación republicana) e Italia (consejismo, sindicalismo y movimientos campesinos campesinos).
2) A cambio de ello postulaban que la clase capitalista reconocía el liderazgo político de los fascistas, ya que ese liderazgo se presentaba como garantía del cumplimiento de los objetivos de los que resultaba principalmente beneficiado el gran capital. Sin que ello fuera óbice para que grandes patronos industriales compartieran la ideología fascista (Antonio Benni, Alberto Pirelli, Giovanni Agnelli, Gustav y Alfried Krupp, Fritz Thyssen, Emil Kirdorf, Schnitzler (Farben), Finck (Allianz)).
3) Garantizaban mediante el expansionismo imperialista y militarista enormes beneficios al capital alemán e italiano, ya sea mediante la conquista de nuevos mercados, la explotación de las regiones conquistadas y la esclavización de las poblaciones sometidas por esas conquistas.
4) Constituían partidos capaces de organizar y encuadrar a las masas en estructuras controladas y subordinadas, a diferencia de los partidos tradicionales de derechas que eran grupos de elite que representaban directamente a grupos de interés (industriales, agrarios, etc.).
Sin embargo, la paradoja sólo es válida ex post, cuando la definición del fascismo que elaboró la Komintern fue cuestionada como demasiado burda por la historiografía y la teoría política posterior -especialmente de la segunda postguerra- porque consideraba al fascismo como un mero instrumento del gran capital. Pero para los antifascistas de los años treinta, la definición de la Komintern tenía seguramente una gran capacidad heurística al definir de forma simplificada donde se hallaba el poder económico al que el fascismo podía favorecer con su militarismo y pretensiones imperialistas, aquel bloque del capital que por su carácter concentrado y dominante entraba en contradicción con otros sectores de la burguesía y especialmente de las clases medias lo que abría la posibilidad de una amplia alianza social y política como factor decisivo para lograr frenar el avance. De acuerdo a la definición era lícito considerar que dentro de la alianza cabía un sector de la burguesía desplazado por la alianza fascista con el gran capital. En realidad, la hipótesis Komintern adquirió mayor credibilidad a medida que la agresividad del fascismo, tanto alemán como italiano se iba proyectando sobre la política europea y mundial. El rearme alemán, que beneficiaba a la gran industria germana, la violación de las cláusulas del tratado de Versalles que lo vetaban, la remilitarización de Renania, la invasión de Etiopía y la ocupación de Albania por Italia, y las operaciones del imperio japonés en China, la intervención de las dos potencias fascistas al lado de los militares sublevados contra la Segunda República Española, la anexión de Austria y el mismo año la destrucción de Checoslovaquia no hacían más que confirmar que el fascismo en el poder significaba “la dictadura terrorista descarada de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero”[44], tal como rezaba la definición consagrada en el VII Congreso de la Komintern de 1935. Esta definición que reducía el fascismo a un mero instrumento del capital, se reforzaba además con las declaraciones favorables al fascismo de personalidades pertenecientes al ámbito conservador antimarxista. Winston Churchill se referirá a Mussolini en los siguientes términos en su discurso ante la Liga Antisocialista británica, el 18 de febrero de 1933:
“El genio romano personificado por Mussolini, el más grande legislador vivo, ha demostrado a muchas naciones cómo se puede resistir al avance del socialismo y ha señalado el camino que puede seguir una nación cuando es dirigida valerosamente. Con el régimen fascista, Mussolini ha establecido un centro de orientación por el que no deben dudar en dejarse guiar los países que están comprometidos en la lucha cuerpo a cuerpo con el socialismo”.[45]
Ludwig von Mises, pope del liberalismo económico,
“… veía en el squadrismo mussoliniano un «un remedio momentáneo dada la situación de emergencia» y adecuado al objetivo de salvar la «civilización europea»: «El mérito de tal modo adquirido por el fascismo vivirá eterno en la historia»”.[46]
A pesar de la novedad del planteamiento la propuesta frente populista no surge ex nihilo, sino que reconoce un antecedente que es reconocido en el VII Congreso, y es la propuesta del Frente Único.[47] En 1935 se consideraba al Frente Único como el fundamento del Frente Popular, con dos objetivos muy bien definidos, defender a la clase obrera de los efectos devastadores de la crisis e impedir de este modo la penetración del fascismo en los medios obreros, y al mismo tiempo agrupar a sectores sociales, como las clases medias y a los partidos burgueses dispuestos a enfrentar al fascismo para aumentar la capacidad de respuesta popular. Una consecuencia directa de la lucha antifascista encarada por el frente populismo fue la recuperación de la naturaleza esencialmente democrática de los procesos emancipatorios, en la mejor tradición revolucionaria desde 1792 hasta 1917, pasando por 1871. En ese sentido cobraban todo su significado las palabras de Palmiro Togliatti en el V Congreso del PCI en 1945, cuando haciendo balance de la lucha antifascista decía:
“Somos demócratas no sólo en tanto antifascistas sino como socialistas y comunistas. No hay contradicción entre democracia y socialismo”.[48]
El antifascismo como propuesta no sólo de resistencia sino de transformación social: El proyecto político y social de la Resistencia antifascista
Los defensores de la República española y los movimientos de resistencia al nazismo surgidos en los países ocupados transformaron la propuesta defensiva del Frente Popular en una propuesta propositiva, ya que señalaron claramente no sólo las alianzas de clase necesarias para la acumulación de fuerzas para derrotar a la maquinaria fascista sino la delimitación clara de donde se hallaban los poderes económicos y sociales que habían permitido, impulsado y beneficiado del ascenso de fascismo, y que era necesario desarbolar.
La lucha que emprendió la Resistencia no buscaba la vuelta a la situación anterior a septiembre de 1939. Su objetivo era el de la derrota del fascismo no sólo mediante la expulsión de los ejércitos nazis ocupantes sino también mediante la supresión de las condiciones políticas y sociales, que ha juicio de los resistentes habían favorecido el surgimiento de regímenes fascistas o colaboracionistas, mediante la instauración de una democracia avanzada con un profundo contenido de justicia social. Para ellos era evidente que había que reducir el poder de las elites políticas y sociales de la preguerraque habían sido en muchos casos colaboracionistas con el ocupante y habían proporcionado los cuadros de los gobiernos títeres así como contribuido a la producción de material de guerra nazi. El inmenso esfuerzo de la lucha resistente así como los mayores padecimientos sufridos por las clases populares durante la guerra exigían un nuevo proyecto político y social, más equitativo y democrático.[49] Consideraban que era la forma adecuada para impedir en el futuro la reedición de la barbarie fascista. En ese sentido el papel de los comunistas fue esencial, no sólo al dotar al movimiento de resistencia de su eficacia organizativa y la entrega de la abnegación de sus militantes, sino en la definición de esos objetivos de reconstrucción después de la victoria sobre el fascismo, que conformó lo que en la posguerra se denominaría como “el espíritu de la resistencia”. Es por estas razones que la vinculación entre lucha antifascista y radicalismo social y político fue una condición necesaria para su materialización, ya que ambas se apoyaban y posibilitaban mutuamente.
A pesar de que la resistencia fue un fenómeno general en los países ocupados, en cada uno de ellos adquirió obviamente características singulares vinculadas a la especificidad de cada escenario nacional. Sin embargo, es posible establecer una perspectiva general y afirmar, aunque parezca paradójico, que fue la propia experiencia de la resistencia y la lucha partisana la que modeló muchas de las pautas para dise ar los programas de reconstrucción nacional posteriores a la victoria, con las exigencias de cambios estructurales que eran consideradas imprescindibles para que los resultados de la lucha antifascista fueran duraderos. La lucha antifascista clandestina significó, por las profundas convicciones éticas y morales comprometidas con ella, y por su negación radical de la tiranía, una expresión de autonomía critica práxica en cada uno de sus miembros, mientras que, por el gran número de participantes, en proporción al riesgo elevadísimo que implicaba esa participación, es la expresión de un movimiento de un profundo compromiso y contenido democrático. Podría considerarse a la Resistencia como una nueva forma de polis, la única posible en la noche tenebrosa del fascismo. Por otra parte las actividades de resistencia en las que se vieron implicados comunistas, socialistas, anarquistas y antifascistas en general no fueron solamente de carácter armado, sino también movilizaciones pacificas de masas, como sucedió con las huelgas de marzo de 1943 en Turín, anteriores a la caída de Mussolini, o la huelga general realizada en Holanda, iniciada a iniciativa de los obreros ferroviarios para impedir la deportación de los judíos de msterdam, que comenzó el 25 de febrero de 1941, tres días después de la primeras redadas hechas por los nazis, y que rápidamente se transformó en una huelga general de la ciudad.[50] En primer término la lucha contra la ocupación nazi exigió una amplia alianza entre las fuerzas políticas que imponía de hecho la restauración del proyecto de los frentes populares. La experiencia de muchos de los cuadros de la resistencia en la Guerra Civil española reforzó este enfoque, ya que esa había sido su primera gran experiencia de enfrentamiento armado con el fascismo bajo las condiciones de un amplio frente político. Esa política señalaba la importancia que tenía incluso la antes denostada “democracia burguesa”, para detener al fascismo, reivindicando como objetivo la plena vigencia de las instituciones democráticas. Pero como el fascismo había llegado al poder con el apoyo de intereses y estructuras económicas y sociales que negaban la democracia, la reivindicación de esta y la modificación radical de aquellas, especialmente las que representaban a los grupos económicos más poderosos, se trasformaba en condiciones esenciales para evitar la repetición de la barbarie. Éste sería uno de los más importantes legados de la Resistencia antifascista: la vinculación indisoluble entre democracia y transformación social radical, ya que ambas eran negaciones recíprocamente necesarias del fascismo. Un ejemplo de ello fue el programa elaborado en 1944 por el Consejo nacional de la Resistencia francesa en el que se enumeraban las reformas que debían emprenderse luego de la liberación de Francia, entre las que se contaban: la nacionalización de los grandes medios de producción, la producción de energía, las riquezas del subsuelo y la banca; salario mínimo y plenos derechos sindicales, control obrero de la producción, seguridad social universal, igualdad absoluta de los ciudadanos frente a la ley e independencia de la prensa respecto del Estado y los poderes económicos, principios que fueron recogidos en el preámbulo de la constitución aprobada en 1946.[51] Así mismo la constitución italiana de 1948 enunciaba en su artículo 3º que debían suprimirse “…los obstáculos económicos y sociales que, limitando de hecho la libertad y la igualdad de los ciudadanos, impiden el pleno desarrollo de la persona humana y la participación efectiva de todos los trabajadores en la organización política, económica y social del país”, con el cual se introducían formulaciones que no son ajenas a las actuales teorías republicanas con fundamento socialista.[52]
Por lo tanto, la nueva imagen política que surge de la lucha antifascista no es como algunos autores afirman, una negación de la identidad de clase y las referencias al socialismo para asumir una identidad nacional representada por una lucha contra el invasor ocupante (aunque en el caso de Italia se tratara de una dictadura fascista propia), sino que, por el contrario, asume que la línea de clivaje social y política que define a las clases pasa por el meridiano del antifascismo. La contradicción básica burguesía-proletariado, fue reemplazada por fascismo-antifascismo, pero que traducido a las categorías sociales y políticas quería decir grandes propietarios y capitalistas beneficiarios y promotores del fascismo y representantes políticos del fascismo enfrentados a todas las clases que fueron en un sentido u otro oprimidas o subyugadas por el fascismo: clase obrera industrial y agraria, pequeño campesinado, intelectuales y profesionales; o sea la traducción sociológica de los frentes populares de la segunda mitad de los años treinta.La Resistencia permitió a los partidos comunistas, y también a los socialistas, romper el “límite histórico de clase” que les había impedido, incluso antes de la Primera Guerra Mundial atraer a otros sectores sociales que se habían mostrado indiferentes u hostiles a sus propuestas. Pero además ese avance en prestigio de comunistas y socialistas entre otros sectores sociales no obreros cumplía con una de las premisas principales para evitar la reedición del fascismo, ya que justamente habían sido aquellos sectores los que habían constituido la base social atraída mayoritariamente por los movimientos fascistas. Estas palabras de Palmiro Togliatti en 1944 de alguna manera reflejan este nuevo enfoque sobre las derivaciones políticas y sociales de la nueva contradicción social puesta en relieve por la lucha antifascista:
“¿Qué queremos decir nosotros marxistas cuando hablamos de la nación? Hablamos de la clase obrera, del campesinado, de la masa de intelectuales, de las masas de trabajadores no sólo manuales sino intelectuales […] Sólo excluimos de la comunidad nacional aquellos grupos egoístas, esas clases propietarias reaccionarias políticamente incapaces –y lo han demostrado en Italia y en el conjunto de Europa –de elevarse por encima de sus mezquinos intereses, y en cambio los han colocado por encima de los intereses generales del pueblo de su país”.[53]
En términos historiográficos y políticos la Resistencia fue la lucha simultánea por la derrota militar del fascismo y la liberación nacional de los países sometidos y la lucha cultural y política, no sólo por la recuperación de las libertades conculcadas por la tiranía nazi, sino por la construcción de un tipo de democracia avanzada y radical que uniera libertad y justicia social, que contuviera en sí un programa avanzado de conquistas sociales.[54] Su tensión participativa, que auguraba una democracia radical, más profunda que las conocidas en la preguerra, aunque alejada del modelo soviético clásico, quedó frustrada hacia 1947 cuando acabó el proceso de desmantelamiento de los organismos de autoorganización popular, los comités antifascistas, originados en el curso de la lucha resistente que constituían el embrión de esa participación y que autores como Geoff Eley equiparan a los consejos obreros de 1917-21. Un desmantelamiento impuesto por el rechazo rotundo de las clases dominantes y de las instituciones restauradas, con la aquiescencia de la izquierda moderada.[55] El siguiente escenario que se abría era ya la segunda Guerra Fría.
Fascismo y antifascismo en la actualidad
El crecimiento de organizaciones y partidos de extrema derecha en Europa, pero también en América y Asia, así como la llegada al poder de dirigentes que comparten dicha ideología como Trump en EE.UU, Bolsonaro en Brasil, Salvini en Italia, Modi en la India, o el crecimiento electoral del Front National (ahora Rassemblement national) en Francia, la Alternative für Deutschland en Alemania o Vox en España han provocado un alud de análisis que intentan definir los contornos, las continuidades y diferencias con los fascismos históricos.
Si buscamos exactas coincidencias de contenido como formales será difícil reconocerlas como tales, como una repetición de los movimientos y regímenes fascistas de la Europa de entreguerras. Más que buscar esas coincidencias habría que dirigir la atención a los elementos esenciales que definen la ideología y política de esos dirigentes y organizaciones actuales, así como las condiciones de su surgimiento, para ver en que grado son comparables con aquellos. Estos gobiernos y organizaciones, denominados con frecuencia como neofascistas o postfascistas[56] comparten entre sí un nacionalismo radical excluyente que se expresa como xenofobia y racismo. Esto último señala explícita o tácitamente una perspectiva no igualitaria, la convicción de que los pueblos no poseen la misma calidad y por lo tanto la negación de la igualdad de la especia humana. Esa xenofobia y racismo se expresan en su rechazo a la inmigración, especialmente se procede de países pobres y subdesarrollados, así como un anti islamismo que ha sustituido en gran parte al antisemitismo propio de los fascismos de los años treinta del siglo pasado, aunque en grupos neonazis minoritarios se mantengan posturas antisemitas. En todo caso es un racismo que es también expresión de aporofobia. Otro componente es la pulsión autoritaria manifiesta tanto en gobernantes como en esas organizaciones políticas con apelaciones a las masas presentándose como “víctimas del sistema”, cuando los recursos del estado de derecho intentan frenar abusos de poder, como es el caso de las decisiones judiciales que han frenado -al menos momentáneamente- las medidas más racistas de la administración Trump respecto a la inmigración. Si bien las dictaduras militares que asolaron el Cono Sur de América Latina en las décadas de 1970 y 1980 recibieron el apoyo de grupos de extrema derecha durante los golpes de estado y a partir de la instauración dictatorial participando en tareas represivas, los movimientos de extrema derecha actuales se mantienen, por el momento, en los marcos del sistema parlamentario.
En cuanto a las políticas económicas defendidas por la extrema derecha europea y por los gobiernos de esa orientación se caracterizan por defender el proyecto neoliberal y no existen, por el momento, intentos de intervención estatal en la actividad económica. En realidad el mayor o menor estatismo ejercido por las dictaduras fascistas de los años treinta no fue una característica exclusiva de las mismas, ya que se recurrió a la intervención estatal en mayor o menor grado en Occidente para superar la gran depresión iniciada en 1929, una vez comprobada la ineficacia de las medidas pro cíclicas propias del liberalismo ortodoxo al uso en el período previo, y de las cuales es un ejemplo de regulación estatal democrática de la economía el New Deal aplicado por la administración Roosevelt en los años treinta. Por el contrario, en este ámbito cabe también recordar que el régimen mussoliniano observó una política económica ortodoxamente liberal en sus inicios, cuando su ministro de economía era ministro de Finanzas era Alberto de Stefani. Así mismo, la dictadura nazi, a pesar del papel reservado al Estado en la orientación de la economía especialmente a partir del Plan Cuatrienal de preparación de la economía para la guerra iniciado en 1936, fue una granprivatizadora de empresas que hasta ese momento habían sido públicas.[57]
Por otra parte, surgen en los años treinta, en el ámbito de la teoría económica y política como soluciones a la crisis, propuestas que combinan un estado autoritario con una economía liberal de la cual ese estado sería garante y contralor. Son las tesis sostenidas en lo político por Carl Schmitt y en lo económico por la Escuela de Friburgo, donde se originó la corriente de pensamiento económico denominada ordoliberalismo, algunos de cuyos miembros colaboraron con la dictadura nazi. También cabe agregar que las organizaciones de extrema derecha que campan porsus fueros en Europa, en muchos casos, sin llegar a gobernar, condicionan la agenda de los partidos de derecha tradicional e incluso los socialdemócratas, que en el ámbito de la economía se han rendido a las exigencias del neoliberalismo. Esa evolución de todo el arco político ha tenido el efecto de permitir comprobar a la ciudadanía de forma objetiva la incompatibilidad creciente de la democracia, incuso la representativa, con el capitalismo. Es una de las consecuencias que pueden favorecer que en el futuro surjan propuestas antifascistas que una indisolublemente democracia y socialismo, al modo del programa de la resistencia antifascista europea.
Hasta aquí similitudes y diferencias en cuanto a contenidos políticos e ideológicos. Falta una reflexión sobre las condiciones de surgimiento de la actual extrema derecha. En ese sentido podemos considerar que está estrechamente vinculada al despliegue de la actual fase de acumulación capitalista caracterizada por el neoliberalismo y la globalización. La transformación cultural operada en la civilización del capitalismo con la hegemonía del neoliberalismo ha consistido en la crisis de los antiguos valores de solidaridad social interclasista correspondientes a la fase previa del capitalismo fordista y el Welfare State, y su sustitución por el individualismo, el darwinismo social y la inyección de ansiedad e inseguridad en las clases populares provocada por la ausencia de escenarios alternativos al actual orden de cosas, así como en la pérdida progresiva de las conquistas sociales alcanzadas después de décadas de lucha obrera y popular. Ello conduce en determinados sectores populares a aceptar vínculos verticales de subordinación en sustitución de los antiguos vínculos horizontales desechos a cambio de una mínima seguridad que les rescate de la ansiedad provocada por la globalización neoliberal con dinámica líquida (deslocalizaciones, precariedad laboral y social como horizonte insalvable). Éste sería el escenario de larga duración, de transformación estructural no sólo económica sino cultural (ethos más mores) equivalente al de la segunda mitad del siglo XIX hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial, que precedió al ascenso de los fascismos del período de entreguerras, al que se agrega, a diferencia de los siglos XIX y XX la percepción de la inminencia de una catástrofe ecológica que amenaza la supervivencia de la especie humana y que se percibe como un efecto inseparable del actual orden económico y social. Para completar la similitud en la génesis de condiciones de surgimiento nos falta hallar la crisis catalizadora del emergente político y social de la nueva derecha. Esa crisis es la que se inició en 2008-2009, similar en muchos aspectos a la de 1929, y cuyos efectos todavía se padecen a nivel de grandes mayorías sociales, mientras en el horizonte asoma la amenaza de una recaída y su profundización.
Los fascismos históricos adoptaron diversas modalidades y recibieron apoyos de diferentes sectores sociales en su propia evolución, que incluso implicó la eliminación o la neutralización de una parte del movimiento cuando fue necesario para consolidar su control de la situación una vez en el poder, como sucedió en la Noche de los Cuchillos Largos en junio de 1934 en Alemania en la que Hitler decidió liquidar a la dirección de las SA privándoles del poder que habían poseído hasta el momento para ganarse el apoyo del ejército, o en la reducción de la influencia del sector sindicalista en el fascismo italiano a partir del Acuerdo del Palacio Vidoni firmado en octubre de 1925 entre la federación de empresarios industriales Confederazione Generale dell’Industria Italiana (Confindustria) y la federación sindical fascista liderada por Rossoni. A su vez los fascismos históricos fueron capaces de aglutinar bajo su dirección y por lo tanto fascistizar a todas las fuerzas políticas pertenecientes al espectro de la derecha y el nacionalismo radical cuando el sistema político y económico se hallaba jaqueado por la Gran Depresión, como pasó en Alemania, o ya en el poder, como sucedió en Italia, o sea cuando el fascismo pudo presentarse como el último recurso para salvar al sistema vigente. Esto puede suceder hoy en día y marcar la evolución de los actuales partidos o gobiernos de extrema derecha que pueden llegar a convertirse en fascistas.[58] Es un peligro potencial evidente. Por ello las fuerzas de izquierda y los demócratas en general no sólo deben librar la batalla ideológica contra esas organizaciones o poderes políticos, desmintiendo las falacias que utilizan en su discurso habitual y refutando con datos objetivos sus afirmaciones además de señalar alternativas reales a su discurso e intenciones, sino que deben librar una batalla sistemática contra el contexto en que surgen: la crisis del capitalismo neoliberal y las respuestas antipopulares de las clases dominantes a esa crisis. La lucha de fondo es contra el propio sistema capitalista, contra esa civilización que genera con su modelo cultural y con sus crisis periódicas y cada vez más graves, el terreno abonado para que resurja la amenaza fascista o el proyecto protofascista que, en la medida en que esas condiciones se mantengan, puede devenir fascismo sin ambages.
Quisiera acabar con el recuerdo de un texto de Bertolt Brecht, al final de su obra La resistible ascensión de Arturo Ui, en que señalaba con su peculiar estilo el marco teórico general que todavía nos ayuda a interpelar al presente y medir hasta donde las sombras del pasado cubren nuestra actualidad:
“Habéis aprendido que una cosa es ver
Y otra mirar, y una hacer y otra hablar por hablar.
¡Recordad que ese Ui estuvo a punto de vencer
Y que los pueblos lo pudieron derrotar!
Pero que nadie cante victoria sin saber
¡Qué el vientre en que nació aún puede engendrar!”
Bibliografía sugerida:
Luciano Canfora, La democracia: historia de una ideología (Barcelona, España: Crítica, 2004), capítulos 12, 13 y 14.
Geoff Eley, Nazism as fascism: violence, ideology, and the ground of consent in Germany 1930-1945, Abingdon-New York, Routledge, 2013.
———- Un Mundo que ganar: historia de la izquierda en Europa, 1850-2000(Barcelona: Crítica, 2003), capítulos 17 y 18.
Ferran Gallego, De Múnich a Auschwitz: una historia del nazismo, 1919-1945(Barcelona: Plaza & Janés, 2001).
Roger Griffin, The Nature of Fascism, London-New York, Routledge, 1993.
José Luis Martín Ramos, El Frente Popular (Barcelona: Pasado y Presente, S.L, 2016).
Robert O. Paxton, The Anatomy of Fascism, New York, Alfred Knopf, 2004.
Nicola Tranfaglia, La Prima guerra mondiale e il fascismo (Torino: UTET, 1995).
Jean Vigreux, Histoire du front populaire – l’echa ee elle (Paris: Editions Tallandier, 2018).
John Bellamy Foster y Robert W. McChesney, Trump in the White House: Tragedy and Farce (Monthly Review Press, 2017).
Adoración Guamán, Sebastián Martín, y Alfons Aragoneses, Neofascismo. La bestia neoliberal (Ediciones Akal, S.A., 2019).
Enzo Traverso, Las nuevas caras de la derecha (Buenos Aires: Siglo XXI Editora Iberoamericana, 2018).
Notas
[1] Citado por Stephen Jay Gould, La falsa medida del hombre, Barcelona, Crítica, 22004.
[2] Vejas Gabriel Liulevicius, The German Myth of the East: 1800 to the Present (OUP Oxford, 2009), 102-4.
[3] Hamilton Fish Armstrong, «Italy in the Balkans», The North American Review 211, n.o 773 (1920): 472-82.
[4] Brigitte Hamann, Hitler’s Vienna: A Portrait of the Tyrant as a Young Man, Edición: Reprint (London: I.B. Tauris & Co. Ltd., 2011), 151-52.
[5] Liulevicius, The German Myth of the East, 110.
[6] Liulevicius, 121-23.
[7] Edgar Jung, citado por Anthony Phelan, El Dilema de Weimar. Los intelectuales en la República de Weimar, Valencia, Edicions Alfons el Magnànim –Institució Valenciana d’Estudis i Investigació, 1990 (1ª edición en inglés 1985), p. 88.
[8] Helmut Franke (quien más tarde formó parte de los Freikorps), citado por Roger Woods, “The Conservative Revolution and the First World War: Literature as Evidence in Historical Explanation”, Modern Language Review, 85:1, 1990, p. 90.
[9] Mauricio Bettini, “Le «Relazioni Industriali» durante la Prima Guerra Mondiale”, op. cit., pp. 544-546. Ver también Nicola Tranfaglia, La Prima Guerra Mondiale e il Fascismo, Torino, UTET, 1995, pp. 76-77.
[10] Paul Corner, Giovanna Procacci, “The Italian experience of ‘total’ mobilization, 1915-1920”, op. cit., p. 235.
[11] Daniel Pick, Daniel Pick, War Machine. The Rationalisation of Slaughter in the Modern Age, op. cit., pp. 195-204.
[12] Daniel Pick, War Machine. The Rationalisation of Slaughter in the Modern Age, op. cit., pp. 185-186.
[13] Era la denominación que recibía la llamada “neurosis de guerra”, un trastorno de estrés postraumático que afectó a muchos soldados.
[14]Arthur Brock, “The re-education of the adult”, p. 40; citado por Daniel Pick, War Machine. The Rationalisation of Slaughter in the Modern Age, op. cit., p. 195<
[15] Mark Neocleus, Fascism, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1997, p. 1.
[16] Wolf Lepenies, La Seducción de la cultura en la historia alemana (Madrid: Akal, 2008), 131.
[17] «Il fascismo nega che il numero, per il semplice fatto di essere numero, possa dirigere le società umane; nega che questo numero possa governare attraverso una consultazione periodica; afferma la disuguaglianza irrimediabile e feconda e benefica degli uomini che non si possono livellare attraverso un fatto meccanico ed estrinseco com’è il suffragio universale» Benito Mussolini, Opera omnia di Benito Mussolini: Tutte le opere (L’Universale, 2019) Dottrina politica e sociale, Kindle.
[18] Adolf Hitler, Mein Kampf (München: Zentralverlag der N.S.D.A.P., 1936), 493.
[19] Wolf Lepenies, La Seducción De La Cultura En La Historia Alemana (Madrid: Akal, 2008), 35 y 118.
[20] Ferran Gallego, El evangelio fascista: La formación de la cultura política del franquismo (Barcelona: Editorial Crítica, 2014).
[21] N. Pende, Bonifica umana razionale e biologia politica, Bolonia 1933; cit. por Roberto Maiocchi, Scienza e fascismo (Roma: Carocci, 2004), 47.
[22] Erwin Baur, Eugen Fischer, y Fritz Lenz, Menschliche Erblichkeitslehre und Rassenhygiene. Menschliche Erblichkeitslehre von Erwin Bauer Eugen Fischer Fritz Lenz., vol. Band II (München: Lehmanns, 1932), 102.
[23] Fritz Lenz, Menschliche Auslese Und Rassenhygiene (Eugenik) (München: J. F. Lehmanns, 1931), p. 417.
[24] Estos autores compartían lo que Stefan Breuer denomina como “pseudo-holismo”, donde la sociedad concebida como “totalidad” en realidad estaría constituida por un orden jerárquicamente estratificado, pero estrictamente cohesionado por el poder del Estado. Stefan Breuer, Ordnungen der Ungleichheit. Die deutsche Rechte im Widerstreit ihrer Ideen 1871 – 1945. (Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 2001), 213-14.
[25] Una concepción que algunos autores han denominado como endoracismo, ver Gisela Bock, Zwangssterilisation im Nationalsozialismus: Studien zur Rassenpolitik und Geschlechterpolitik, Edición:1., Aufl. (Monsenstein und Vannerdat, 2013).
[26] Fritz Lenz, «Gedanken zur Rassenhygiene (Eugenik)», Archiv für Rassen- und Gesellschaftsbiologie einschliesslich Rassen- und Gesellschaftshygiene 37, n. 2 (1944): 90.
[27] Maiocchi, Scienza e fascismo, 49-50.
[28] Michael Wildt y Marc Buggeln (Hrg.), Arbeit im Nationalsozialismus (De Gruyter Oldenbourg, 2014), 70. Para estos autores el nazismo proponía «… la igualdad ideológica de todos, [pero cada uno] “en su lugar” en la desigualdad jerarquizada».
[29] Oswald Spengler, Der Mensch und die Technik. Beitrage zu einer Philosophie des Lebens (München: Beck ́sche Verlagsbuchhandlung, 1931), 49-52.
[30] Benito Mussolini, Escritos y Discursos. VI desde el 1927 al 1928, op. cit., p. 239.
[31] Benito Mussolini, Escritos y Discursos. V desde el 1925 al 1926, Barcelona, Editorial Bosch, 1935, p. 312.
[32] La Confederación General de la Industria Italiana (Confederazione Generale dell’Industria Italiana), conocida como Confindustria, es la principal organización representativa de las empresas manufactureras y de servicios italianas.
[33] Citado por Franklin Hugh Adler, Italian Industrialists from Liberalism to Fascism. The political development of the industrial bourgeoisie, 1906-1934, Cambridge, Cambridge University Press, 1995, p. 367.
[34] Francesco Mauro era profesor en el Politécnico de Milán y técnico de producción y organización, creó en 1934 del Curso para Dirigentes de Empresa, denominado Escuela Superior de Política y Organización de las Empresas, Giuliana Gemelli en Benito Brunelli, Giuliana Gemelli, All’origine dell’ingegneria gestionale in Italia. Materiali per un cantiere di ricerca, Biblioteca Centrale «G. P. Dore» Facoltà di Ingegneria Università degli Studi di Bologna, 1998, p. 48.
[35] Benito Mussolini, Lo Stato Corporativo, Firenze, Vallechi Editore, 1936, p. 65.
[36] H. Laski, prólogo al libro de R. Brady, The Spirit and Structure of German Fascism, New York, The Citadel Press, 1971 (ed. original 1937), pp. xiii y xvi-xvii.
[37] Gerhard Botz, «Austro-Marxist Interpretation of Fascism», Journal of Contemporary History 11, n.o 4 (1 de octubre de 1976): 133-34.
[38] Clara Zetkin, Com combatre el feixisme i vèncer: 27, trad. Daniel Escribano, Edición: 1 (Tigre de Paper Edicions, 2019), 18-22 y 36-37.
[39] LOS CUATRO PRIMEROS CONGESOS DE LA INTERNACIONAL COMUNISTA. (Buenos Aires: Pasado Y Presente, 1973), 182-83.
[40] En 1922, como consecuencia del asesinato de Walter Rathenau, el KPD había firmado el llamado “Acuerdo de Berlín” con el SPD y los sindicatos con el objetivo de defender la República, Jacques Droz, “El socialismo en Alemania” en J. Droz, Historia General del Socialismo, Barcelona, Ediciones Destino, 1985, pp. 306-307.
[41] Arthur Rosemberg, «Der Faschismus als Massenbewegung», en Wolfgang Abendroth, Faschismus und Kapitalismus: Theorien ueber die sozialen Urspruenge und die Funktion des Faschismus (Frankfurt a.M.: Europaeische V., 1972), 75-141.
[42] José Luis Martín Martín Ramos, El Frente Popular (Barcelona: Pasado y Presente, S.L, 2016), 33-46; Serge Berstein, L’histoire de la France au xxe siecle – tome 2 – 1930-1958, Edición: PERRIN (Paris: TEMPUS/PERRIN, 2009), 143-50.
[43] Zetkin, Com combatre el feixisme i vèncer; Arthur Rosenberg, «Der Faschismus als Massenbewegung», pp. 75- 141 y Otto Bauer, «Der Faschismus», 143-167 y Abendroth, Faschismus und Kapitalismus; Palmiro Togliatti, Lezioni sul fascismo (Editori Riuniti, 2019); Antonio Gramsci, Sul fascismo (Ali Ribelli Edizioni, 2019); Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel. 1 1 (México: Era, 1999); Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel. 2 2 (México: Era, 1999); Antonio Gramsci, Qui vol el fi, vol els mitjans: Jacobinisme i bolxevisme 1917-1926, trad. Joan Tafalla y Mercè Tafalla, Edición: 1 (Tigre de Paper Edicions, 2019).
[44] Georgi Dimitrov, La ofensiva del fascismo y las tareas de la Internacional Comunista en la lucha por la unidad de la clase obrera contra el fascismo: (informe ante el VII Congreso de la Internacional Comunista, 2 de (Madrid: Emiliano Escolar, 1977), 6.
[45] L. Canfora, La democracia. Historia de una ideología, Barcelona, Crítica, 2004, p. 185.
[46] D. Losurdo, Il revisionismo storico. Problemi e miti, Roma-Bari, Laterza, 2002, p. 28.
[47] Dimitrov, La ofensiva del fascismo y las tareas de la Internacional Comunista en la lucha por la unidad de la clase obrera contra el fascismo, 26-34.
[48] Togliatti, Lezioni sul fascismo, Introducción (Edición electrónica).
[49] Por ejemplo, para el colaboracionismo del empresariado francés ver Annie Lacroix-Riz, Industriels et banquiers sous l’occupation. La collaboration économique avec la Reich et Vichy, Paris, Armand Colin, 1999.
[50] Tim Mason consideraba esas huelgas el primer ejemplo de resistencia masiva ofrecida por un pueblo contra la opresión fascista, y que su éxito contribuyó decisivamente a consagrar a PCI como la principal fuerza de resistencia al fascismo. Tim Mason, Nazism, Fascism and the Working Class, Cambridge, Cambridge University Press, 1995, pp. 274-294. Sobre el carácter masivo de la participación de la población en actividades de resistencia en Italia, ver David Travis, “Communism and resistance in Italy, 1943-48”, en Tony Judt (ed.), Resistance and Revolution in Mediterranean Europe, 1939-1948, London and New York, Routledge, 1989, pp. 88-95. Para la huelga general holandesa ver, I. Strobl, Partisanas. La mujer en la resistencia armada contra el fascismo y la ocupación alemana (1936-1945), Barcelona, Virus, 1996, pp. 08-109, y también H. Arendt, Eichmann, en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal, Barcelona, 1999, pp. 254-255.
[51] Serge Woliikow, “El espíritu de la Resistencia todavía de actualidad. Hace 60 años, un programa social audaz”, Le Monde Diplomatique, marzo 2004, y también G. Eley, Un mundo que ganar. Historia de la izquierda en Europa, 1850-2000, Barcelona, Crítica, 2003, pp. 288.
[52] Citado por Luciano Canfora, La democracia…, op. cit., p. 208.
[53] Citado por David Travis, “Communism and resistance in Italy, 1943-48”, op. cit., p. 95.
[54] Serge Woliikow, “El espíritu de la Resistencia todavía de actualidad. Hace 60 años, un programa social audaz”, op. cit., p. 24.
[55] Geoff Eley, Un mundo que ganar…, op. cit., pp. 296-297.
[56] Para el concepto de postfascismo ver, Enzo Traverso, Las nuevas caras de la derecha (Siglo XXI Editora Iberoamericana, 2018).
[57] Germà Bel, «Against the mainstream: Nazi privatization in 1930s Germany», The Economic History Review 63, n.o 1 (2010): 34-55; Germá Bel, «Retrospectives: The Coining of “Privatization” and Germany’s National Socialist Party», Journal of Economic Perspectives 20, n.o 3 (septiembre de 2006): 187-94.
[58] Para ver dos enfoques opuestos sobre la naturaleza del gobierno Trump en EE. UU, ver John Bellamy Foster y Robert W. McChesney, Trump in the White House: Tragedy and Farce (Monthly Review Press, 2017); Enzo Traverso, Las nuevas caras de la derecha (Buenos Aires: Siglo XXI Editora Iberoamericana, 2018).
Fuente: https://www.aacademica.org/alejandro.andreassi.cieri/26.pdf