Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Marcos sin evangelio

José Steinsleger

La jornada. México, 14 de marzo.

Mientras espera la ambulancia de un hospital público de Lima, Alberto Flores Galindo escribe su último texto, enviado a modo de carta a los amigos: «podría América Latina seguir teniendo futuro si somos capaces de volverla a pensar, de imaginar otros contenidos (…)» (revista Quehacer Nº.65, Lima, 1990).

El autor de Buscando un inca: identidad y utopía de los Andes (Premio Ensayo Casa de las Américas, 1986) fue un crítico acerbo tanto de las limitaciones del mundo intelectual, cuanto de su comodidad y distanciamiento ante las clases populares.

Flores Galindo criticaba a los intelectuales que tratan de estar por encima de las reglas morales que gobiernan la conducta de los no iniciados. En la antigüedad, así procedían las sectas gnósticas. Cuando frente al conocimiento íntimo y el misterio de las cosas, los profanos estaban predestinados a no entender nada. Los gnósticos posmodernos respiran en el sereno espíritu del intelectual puro. Sello de fábrica: la confusión de la cultura con sus formas prestigiosas.

Categorías, géneros, estilos… toda concepción que le permita imaginar que en su fundamento sociológico las fuentes de la cultura son individuales y no colectivas, será bienvenida.

Convencido de que en la sociedad ocupa un orden jerárquico, el intelectual puro sabe que depende de la casta que lo usa en su provecho. Servidumbre de la que simula no darse cuenta. Pero de esta confusión, a veces calculada, dependen los premios y los honores, las condecoraciones y las «empresas culturales» con las que el poder reconoce la conciencia de clase que se disfraza con el pasamontaña de la conciencia «libre».

En el Perú, intelectuales como Alberto Flores Galindo y José Carlos Mariátegui (1895-1930) fueron tributarios del pensamiento de Manuel González Prada (1848-1918): «Es preciso que los indios ocupen en la vida peruana el lugar a que su número le da derecho» (Páginas Libres, 1894). Palabras que en México y en otras latitudes han retomado dirigentes como el subcomandante Marcos, marcando la diferencia entre ideal ético y orden dado.

En cambio, como el intelectual puro cree estar en el medio, identifica «orden dado» con justo medio aristotélico. ¿Por qué? Porque él vive de situarse en el medio. ¿Será porque duda entre la acción y la idea que invariablemente salda a favor de la idea? Ni tanto. Al no poder expresar lo que su odio de clase le dicta, el intelectual puro prefiere echar mano a la vaselina gramatical que nutre su ideología: la ambivalencia de una posición social sierva del poder.

Al intelectual puro no le interesa entender la dialéctica simple de la señora que al correr de la caravana zapatista grita: «¡Marcos, los ricos no te entienden, nosotros sí!». La democracia, que en sus libros y revistas no corre peligro, lo llena de entusiasmo. Pero si ayer el acarreo del pobrerío le inquietaba, hoy le da náuseas la movilización soberana del pobrerío. Conclusión: la señora está equivocada a causa de su «bajo nivel».

La distancia del intelectual puro frente al pueblo no se debe, como podría creerse (y él mismo cree), a diferencias del orden cultural. Se trata de algo más serio: la ruptura operada en su espíritu con la comunidad, el pueblo, las masas o la gente que, según quien convoque, calificará o no de «gruperío», «barbarie», «indiada», «acarreados». Sin embargo, a medida que la desprolijidad de los explotados encuentra su cauce, el intelectual puro se torna escéptico, recluyéndose en la defensa de la «libertad de la cultura», en los seminarios de «alto nivel» y en otros deportes de la mente en los que las reglas del juego hacen que los sombreros se conviertan en ideas.

«El pensamiento crítico debe ejercerse sobre nosotros, lo que no siempre coincide con mostrarse digerible o hacer proyectos rentables… La mayoría de los intelectuales ha perdido la capacidad de vivir y sentir la indignación (…)», dijo Flores Galindo.

A mitad de camino, la ambulancia quedó detenida por falta de gasolina. La máquina utilizada para la tomografía estaba en mantenimiento. La definición de las placas resultó deficiente. Flores Galindo murió el 26 de marzo de 1990. Tenía 40 años.

 

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