Un punto de encuentro para las alternativas sociales

El fracaso de la educación secundaria no obligatoria es un triunfo

Nora Catelli

27/11/2007

Gestores y políticos afirman que el 30% de abandono de la educación no obligatoria en Cataluña es un fracaso; en realidad, es su triunfo. No se trata de una teoría de la conspiración; es, al contrario, algo evidente. Son objetivos transversales a todos los sectores ideológicos de la Administración: sacar al mercado una masa «competente» con las suficientes «habilidades» como para resolver de manera «creativa» las situaciones de la vida laboral. Con ese 30% que abandona, las élites tendrán más espacio para gestionar el espacio público, retardando además la emergencia e inclusión, dentro de ellas, de la segunda generación de inmigrantes; la primera se quema asegurando la prosperidad de la segunda.

¿Quién somete a análisis a los asesores en educación de nuestros ministros y consejeros?

Que nadie se extrañe por las comillas: este léxico, propio de las teorías del aprendizaje infantil, hoy se impone en todos los tramos de la educación, con la anuencia de nuestras autoridades, incluso las universitarias, que sólo se rebelan en susurradas pataletas de pasillo, pero que se han sometido a estas exigencias, asépticas sólo en apariencia. Es el resultado de haber dejado los criterios generales de los planes de educación en manos de una casta tecnopedagógica. De allí los discursos de los gobernantes, cuando, por ejemplo, ante el informe de la Fundación Jaume Bofill, señalan que el problema es el corporativismo de los profesores. ¿Y el corporativismo de los pedagogos, técnicos, asesores y consultorías -incluso privadas- que están en la sombra?

Aún más: esa anuencia lleva a adoptar la jerga de esta miríada de carísimos asesores a quienes se llama para renovar, pretendidamente, la enseñanza, toda la enseñanza, incluso la universitaria. La tendencia ha llegado a la enseñanza superior y se ha cerrado. Las cifras de la Fundación Bofill lo atestiguan: se ha conseguido mano de obra instantánea. Así, logrado que ese 30% se vaya a reponer mercaderías en los supermercados o a servir cortados en las franquicias, la población universitaria es sometida a idéntico vaciamiento. Ante esta situación, cuando alguna conciencia docente conturbada pierde el sueño, un pedagogo con poderes omnímodos puede, siempre, sugerirle hacer un curso de PowerPoint o de vocalización, imprescindible -de ahora en más- para cobrar sus complementos salariales. Con lo cual se le concederá al insomne la casilla del mérito docente y aceptará que está en el mejor de los mundos posibles: un mundo donde el 30% de los que acaban la educación obligatoria ingresa al contingente de mano de obra sin pretender más que haber «progresado adecuadamente»; un mundo donde se puede enrarecer o volver más difícil el acceso a las disciplinas complejas que, en las humanidades al menos -y quizá también en los otros campos- se sustentan en las diversas artes de la argumentación.

La tardía universalización del sistema educativo en Cataluña y España quiso poner esas artes complejas al servicio de una ciudadanía cada vez más plural en su composición, tanto desde el punto de vista de las clases sociales como de los orígenes nacionales. En la actualidad, parece tratarse de obtener una casta restringida que sí seguirá utilizando esas disciplinas arduas, aunque se las sustraiga, al mismo tiempo, del común de la vida universitaria, como antes se las sustrajo de la secundaria.

Sabemos cómo se llaman y qué hacen nuestros maestros de primaria y nuestros profesores de secundaria y de universidad. Pero, ¿quién somete a análisis a los asesores en educación de nuestros ministros y consejeros? Entre las «recetas para mejorar» -suponiendo que eso verdaderamente se desease- la Fundación Bofill sugiere que se «evalúe» las instituciones educativas y a sus profesionales. Pero ¿quién evalúa a los evaluadores? Lo sabemos. Son los propios evaluadores. El corporativismo de la casta pedagógica es tan claro como el de cualquier otro cuerpo profesional; sólo que no está sometido a sospecha. De allí viene su poder; nadie, hasta ahora, le ha atribuido responsabilidad en los resultados de su cada vez más poderosa intervención en la enseñanza pública.

Nora Catelli es profesora de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Barcelona.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *