Borís Pilniak
Pep Traverso
«…cualquier minuto que transcurre puede dar comienzo a la eternidad.»
B. Pilniak.
«Después de nosotros, si desaparecemos sin haber tenido el tiempo de cumplir nuestra tarea o simplemente de rendir testimonio, la conciencia obrera se oscurecerá completamente por un tiempo que nadie podrá medir…Un hombre termina por concentrar en él mismo una cierta claridad única, una cierta experiencia irreemplazable».
Victor Serge.
En Una Novela al Acecho, un texto de Rafael Chirbes escrito como prólogo a El Año Desnudo de Boris Pilniak y que podemos leer en su libro El Novelista Perplejo, el escritor valenciano afirma que «hay obras [literarias] que pueden tejer la ilusión de que acompañan plácidamente a sus lectores a lo largo de una vida, e incluso de varias generaciones. Otras, en cambio, nacidas en determinadas circunstancias, parecen exigirle algo excepcional al lector; se diría que sólo en momentos privilegiados acceden a comulgar con él. Entonces brillan con fulgor».
Y añade que «El Año Desnudo (publicado por vez primera en 1922) es uno de esos libros que, nacidos en un tiempo excepcional, y denodadamente partícipes de él, parecen esperar agazapados su momento, una nueva oportunidad. Escrito en plena revolución soviética, cuando la leyenda era una maraña de horror y esperanza, compone un texto de intervención que no puede leerse sin sentir que algo se tambalea por el mero hecho de ser leído.»
Efectivamente, publicado en el año 22, el libro de Pilniak relata la durísima realidad del año 1919 en la recién creada Unión Soviética. «No había pan. No había hierro. Había hambre, muerte, mentira, horror y terror. Corría el año diecinueve».
El Año desnudo se abre con una impresionante descripción de personajes y de vida cotidiana en la ciudad de Ordinin, se alza la ciudad de ladrillo y piedra allende el Kama, limita al sur con las estepas, al norte con bosques y pantanos y al este con las montañas. Entraremos después en la casa de los Ordinin para acompañar a los viejos príncipes y también a los más jóvenes de la familia ya en tiempo de revolución: Gleb, Natalia, Yergov, Boris… Más tarde acompañaremos a Andréi hasta la comuna anarquista en la que vivirá y en la que reafirmará su ideario ácrata. En el capítulo «Las Muertes» asistiremos a la destrucción de la comuna, a la expulsión del latifundista Ordinin y a la tragedia del mujik-camarada Kolotúrov.
Tras unas páginas increíbles por su dureza y su belleza sobre las condiciones de vida de la gente que huye sin saber a dónde en el tren cincuenta y siete mixto, el libro se va cerrando aunque no del todo con un capítulo dedicado a los bolcheviques-chaquetones de cuero y otro más que contiene tan sólo tres palabras: Rusia. Revolución. Ventisca.
La prosa del libro es magnífica, alcanza en determinados momentos un gran lirismo y una extraordinaria profundidad-humanidad. «Puro fulgor», en palabras de Chirbes. No se trata de un libro fácil, su estructura puede llegar a despistar al lector, los distintos capítulos son como catas, cortes profundos que dejan ver la leyenda de ese año terrible, su efecto sobre los seres humanos, capítulos que parecen independientes entre sí pero que contienen elementos de continuidad a través de determinados personajes y especialmente a través de esa ventisca llamada revolución que se ha alzado en Rusia. No hay una trama propiamente dicha ni un desenlace como en una novela clásica. El último capítulo que tiene, como hemos dicho, sólo tres palabras da paso a una «Conclusión» donde encontramos naturaleza, bosques, hombres, mujeres, fiestas, trabajo y miseria en las isbas, brujería, bodas de ritos ancestrales…
Chirbes afirmaba que en El Año desnudo: «El joven autor ruso (tenía veintisiete años cuando apareció el libro) se empeñaba en la construcción, más intensa que extensa, de un año en la vida de la recién nacida Unión Soviética: una construcción vertical, que recogía los signos celestes y los telúricos, y también horizontal, el corazón de las ciudades y la lejana infinitud de bosques y estepas: 1919».
En sus escritos sobre Literatura y Revolución de 1924, Trotski dedica un apartado a Pilniak que en aquellos momentos y gracias al libro que comentamos se había convertido en un autor aclamado, en uno de los grandes nuevos escritores de la revolución. El apartado en cuestión lleva por título «El Realismo Regresivo de Pilniak» y respecto a la estructura del libro podemos leer: «En realidad, se esbozan dos o tres temas, o más todavía, que oscilan en todas las direcciones a lo largo del relato; pero no son más que alusiones, les falta el eje central que posee generalmente un tema. Pilniak quiere describir la vida actual en sus relaciones y movimientos, y la capta de diversas maneras, con cortes paralelos y perpendiculares en varios lugares […]. Los temas, o, más exactamente, las posibilidades de temas que atraviesan sus relatos, son simples muestras de la vida tomadas al azar, y la vida, recordémoslo, tiene ahora muchos más temas que nunca.» En las palabras del dirigente bolchevique vemos por una parte analogías con las de Chirbes en cuanto a la manera en que el texto está construido, y por otra, ya se intuye el motivo de fondo de las críticas que el creador del ejército rojo dirigirá al joven escritor.
Lo que Trotski espera del joven y famoso escritor es una mejor comprensión de la revolución que está en marcha, pero le reprochará de no saber ir más allá de ese año desnudo de sangre, muerte y zapatos con agujeros, de no captar la revolución de modo total, de no sentir «en lo más íntimo el significado interno de este carácter episódico», algo que daría consistencia a su extraordinaria capacidad descriptiva para ver y oír lo que pasa aquí en la tierra como en el cielo.
Pero es que la visión de la revolución del joven Pilniak estaba bastante alejada de la del crítico bolchevique. En este libro, Pilniak no vive la revolución desde Leningrado o Moscú, lo hace desde los bosques, desde la estepa, allí donde tierra y cielo se despliegan sobre la vida de los hombres, desde las ciudades perdidas en la inmensidad de la geografía rusa. La revolución es la ventisca: «Sobre la tierra ha pasado la purificación más grandiosa: una revolución. Tú no sabes, qué hermosura….», un temporal que libera por fin al auténtico pueblo ruso secuestrado por el occidentalismo de los zares. Cuando el viejo pope habla de la milenaria historia de Rusia, el joven Gleb, de la familia de los Ordinin, le contesta: «Bastaría sustituir en vuestro discurso algunos vocablos por las palabras clase, burguesía, desigualdad social ¡y resultará el bolchevismo!…».
Trotski reconocerá la gran calidad del texto, las posibilidades que se abren ante del brillante escritor, «Pilniak es un realista y un observador notable, dotado de buena vista y de oído fino», valorará su literatura, esos «fragmentos de discusión, de vida, de discursos, de salchichas y de himnos, hay [en ellos] algo de la revolución; una parte vital ha sido captada con vista penetrante, pero demasiado deprisa, como al pasar al galope. Falta un lazo de unión interno entre estos fragmentos y el cuerpo del relato. Falta la idea sobre la que se basa nuestra época». Acabará deseándole suerte.
Cuatro años más tarde, en 1926, aparecerá Historia de la Luna no Apagada. Había que ser muy valiente para explicar la historia del comandante en jefe del ejército soviético, Nikolai Ivánovitch Gavrílov, operado de un problema de estómago por imperativo del partido sin que quede muy clara la necesidad de la intervención y muerto en la mesa de operaciones; había que ser muy valiente para publicar un relato así en los mismos bigotes del número Uno, en Moscú, a pocos meses de la muerte en circunstancias similares del comisario del pueblo para Asuntos de Guerra, M. Frunze (de todas formas léase el prefacio preventivo que el autor colocó al empezar su libro).
Nos encontramos ante un paisaje revolucionario muy diferente al de El Año Desnudo, la guerra civil ha acabado, la NEP lleva años en marcha y en la ciudad se respira un aire diferente que Pilniak expresa de forma magnífica con esa prosa suya de enumeraciones extensas y párrafo largo:
«Aquell dia a la nit, a l’hora que milers de persones s’apinyaven als cinemes, als teatres, a les varietats, a les tavernes i als bars, quan els automòbils desbocats devoraven els bassals dels carrers amb els fars i retallaven amb aquests mateixos fars una gernació que, per obra de la llum, es feia estrambòtica a les voreres; quan als teatres, embolicant el temps, els espais i els països, grecs i assiris com mai no n’hi havia hagut, obrers russos i xinesos, republicans dels Estats Units i de l’URSS, els actors aconseguien per tots els mitjans que els espectadors s’enfurismessin o aplaudissin, a aquesta hora, damunt de la ciutat, dels bassals i dels edificis, s’elevava una lluna que la ciutat no necessitava; els núvols passaven molt de pressa i feia l’efecte que la lluna, espantada, s’afanyava, corria, saltava per arribar a temps a alguna banda, per no fer tard, una lluna blanca entre els núvols blaus i les fondalades negres del cel».
Nada que ver, por tanto, con el panorama de sangre y fuego del año diecinueve, en la ciudad i también en el cielo. El comandante supremo Gavrilov sabe con certeza que va a morir, la situación ha cambiado profundamente, el eco de los tiempos heroicos se va apagando poco a poco; así, la noche anterior a la operación, al volante de un coche de cien caballos de potencia, pasa por la casa de los soviets a recoger a su viejo camarada Popov y juntos saldrán de la ciudad poniendo el coche a su máxima potencia. A medio camino le dice:
«-Però vaja, calla, ja parlarem després. Seu! Correrem una mica més. M’agrada perquè aquesta cursa, aquesta pressa, és la raó per la qual s’ha de viure, per la qual val la pena viure, per la qual vivim. En les nostres vides, ja ens ho hem dit tot. Seu! Hem de córrer un altre cop!».
La obra generará críticas importantes y la luna de miel del joven escritor con el régimen llegará a su fin.
En 1929, primero en Berlín y luego en Moscú, aparecerá Caoba, un relato no demasiado largo que podemos leer junto a otros textos de la misma época en un libro editado por Anagrama: Caoba, Un Cuento sobre cómo se escriben los cuentos, La ciudad de Ordynin, El milenio y Al viejo queso de Cheshire.
Se trata de textos no excesivamente extensos, de una medida en la que brilla especialmente la prosa de Pilniak. Son escritos de combate, de choque entre Oriente y Occidente, entre las grandes ciudades rusas y el mundo campesino, entre la Revolución y la Rusia milenaria.
Caoba se abre con una relación de personajes esenciales para entender la vida cotidiana de la vieja Rusia: «Mendigos, visionarios, indigentes, peregrinos, plañideras, santones, lisiados, trotamundos, adivinos, profetas, imbéciles, dementes, mentecatos, “inocentes”». Y se cierra con una sorprendente historia sobre el origen ruso de la porcelana rusa. El centro de la narración es la familia Skudrin que hunde sus raíces en la Rusia milenaria y la caoba, esa madera que pervive en los muebles de algunas familias, una madera a la que cada época ha dado una personalidad determinada y sobre la que los hermanos Bezdetov, restauradores especializados en caoba, se lanzan a comprar a las familias caídas en la pobreza.
La acción transcurre en una ciudad a orillas del Volga, «a doscientas verstas de Moscú y a cincuenta del ferrocarril», allí viven los Skudrin en una casa que ha permanecido intacta desde los tiempos de Catalina II, el viejo Jakov hace de intermediario con los Bezdetov que encarnan la contrarrevolución y un negocio lucrativo de muebles y antigüedades gracias a la miseria de la gente. Estamos en 1928 y el ruido de las campanas que cada cierto tiempo se desploman sacude a la ciudad.
«Las autoridades [afirma el autor] no ofrecen ningún interés a los fines de esta relato, debido al carácter restringido y cerrado de sus intereses y su vida, ocultos al resto de la ciudad». Pilniak los ridiculiza sin piedad: Aquel «incendio de 1920 (aquel año había ardido casi la mitad del centro urbano; el fuego se había iniciado en la sede del Comité del Distrito; hubiera sido necesario apagar el incendio, pero en vez de hacerlo se inició la caza a “los burgueses”, quienes fueron tomados como rehenes y encarcelados. Tal caza duró exactamente tres días, los mismos que fueron necesarios para que el incendio cesara por su propia cuenta sin la intervención de los bomberos o de la ciudadanía)».
Si quisiéramos encontrar a los auténticos comunistas tendríamos que ir a buscarlos a los sótanos de la fábrica de ladrillos, allí, apelotonados, viven y duermen al calor de las calderas, allí ponen en común su dinero, compran el vodka y debaten sobre el comunismo que desapareció hace ya algunos años. Están encabezados por un miembro de la familia Skudrin que ha cambiado su nombre por el de Ochogov; rodeado del grupo de mendigos de «largas y enmarañadas cabelleras» platica constantemente afirmando que «En el año 1921 todo terminó. Nosotros somos los únicos comunistas verdaderos que quedan en la ciudad y por eso el único sitio que nos queda para vivir es el sótano».
Hay dos personajes de la familia Skudrin que nos interesan especialmente, Claudia y Akim. Claudia es muy hermosa y muy fuerte, una joven maestra de orgullosa moral individual, está embarazada y decide tener el hijo ella sola, hablando con su primo Arkim, a quien sorprende que su prima no quiera saber quien es el padre del niño, le dice «no me interesaba tanto saber qué era el amor, sino conocerme a mí misma, mis propias emociones. He elegido a mis hombres, los he buscado de distintos tipos, para poder conocerlo todo. No quería quedar embarazada; el sexo es un placer, no pensaba en el niño. Sin embargo he quedado encinta y me he decidido a tenerlo». A Akim la moral de su prima le resulta remota y nueva a la vez.
Él es ingeniero, comunista y trotskista, ha vuelto a su ciudad sin saber demasiado por qué y se quedará apenas veinticuatro horas, hará pocas visitas, entre ellas a su tío, el loco Ochogov, que le ilustrará sobre el verdadero comunismo y le augurará que «si no ahora, cualquier día de éstos te expulsarán; expulsarán a todos los leninistas y a todos los trotskistas». Akim decide marchar, alquila un carro para que lo transporte a la estación pero está a punto de perder el tren porque el camino está intransitable y los caballos se hunden en el fango: «El trotskista Akim llegó con retraso a la estación, como por otra parte estaba en retraso ante el tren de la vida.»
El año 1930, en un esfuerzo de acercamiento a la literatura oficial, Borís Pilniak publica El Volga desemboca al mar Caspio que es traducido inmediatamente al catalán por Andreu Nin y publicado por Edicions Proa de Badalona al año siguiente. Hay un prólogo de Nin donde éste, en linea con Trotski, califica al escritor como uno de los representantes más eminentes de la tendencia literaria llamada companys de camí caracterizada por «un art transitori entre l’art burgès i l’art nou, un art més o menys lligat orgànicament amb la revolució, però que, ensems, no és l’art d’aquesta última».
Nin aprovecha el prólogo, redactado seguramente ya en Barcelona, para manifestar su acuerdo con las medidas tomadas por el partido bolchevique hasta 1924 promoviendo una política tolerante y paciente con lo que él llama «les formes ideològiques intermèdies» y concluye diciendo que «D’aquesta política intel·ligent i raonable, la burocràcia estalinista no n’ha deixat pedra sobre pedra. El resultat ha estat lamentable: el magnífic floriment de la literatura soviètica durant els anys 1923-1927, l’ha succeït una producció literària grisa, caracteritzada pel predomini d’una literatura oficial, sense suc ni bruc, batejada amb el nom de proletària».
En abril de 1936 Victor Serge consigue llegar a Bruselas procedente de la URSS. Deja tras de sí siete años de trabajo intenso en la Internacional Comunista, de lucha política y de oposición al estalinismo; este anarquista con carnet bolchevique ha pasado por la prisión y por el destierro. Añadamos también una abundante producción escrita, ensayos políticos, biografías, traducciones, novelas, recordatorios de los camaradas desaparecidos. Todo lo que llevaba consigo al pasar la frontera le ha sido arrebatado y se perderá para siempre.
Hijo de padres rusos, Bruselas es su lugar de nacimiento, allí creció, allí se formó de forma autodidacta, allí conoció el hambre y perdió a su hermano; en un principio se politizó en socialista pero pronto se unió al anarquismo en la búsqueda de una forma de militancia que le llenara plenamente.
Procedente de la Barcelona revolucionaria de 1917, había llegado a Leningrado a principios del diecinueve previo paso (otra vez más) por las prisiones francesas. En 1936 pudo abandonar la URSS seguramente gracias al efecto combinado de una campaña internacional para salvar su vida y al hecho de ser ciudadano de origen belga. Era un mal año para luchar contra el fascismo y a la vez contar abiertamente y sin cortapisas aquello que estaba sucediendo en la URSS. Le he leído en más de una ocasión una frase que resumiría su posición: «Nous faisons front contre le fascisme. Comment luí barrer la route avec tant de camps de concentration derrière nous?»
Pocas puertas se le abrieron, una de las que sí lo hizo fue La Wallonie, el diario socialista de Lieja, aquí publicará entre 1936 y 1940 sus artículos sobre la guerra de España, sobre el fascismo y la inminencia de la guerra y sobre el régimen estalinista. En el número del 31 de julio-1 de agosto de 1937 aparece un artículo suyo dedicado a Borís Pilniak que será a la vez una denuncia de la situación de los escritores en la URSS y de la desaparición del amigo y gran escritor. Podemos leer:
«Des dépêches de Moscou ont annoncé l’arrestation, ou plus exactement la disparition, du plus renommé des écrivains soviétiques, Borís Pilniak. Le certain, c’est que les journalistes étrangers accrédités en URSS ne savent pas ce qu’il est devenu et que la Gazette Littéraire (Literatournaya Gazeta) l’a mentionné parmi les “ennemis du peuple”».
Después de unas lineas dedicadas a comentar la obra y la vida del escritor al que le unía una gran amistad no exenta de discrepancias, el artículo concluye:
«Mais aujourd’hui que s’en vont, chassés et traités en ennemis publics, les hommes de la révolution d’Octobre et ceux des premières années du stalinisme, un Pilniak, qui appartient à la fois à ces deux générations, doit être éliminé. Se bornera-t-on à le boycotter et à le déporter? L’enverra-t-on, comme tant d’autres, dans un camp de concentration? Ira-t-on jusqu’à le tuer? D’ici longtemps, sans doute, nous n’en saurons rien. Le plus grand peut-être des écrivains soviétiques d’aujourd’hui, l’un des plus originaux et des plus puissants des écrivains du monde, vient de disparaître à Moscou, dans le plus inquiétant mystère: nous ne savons rien de plus».
Se impuso la peor de las posibilidades, detenido, condenado a muerte en un juicio que dicen duró apenas quince minutos, eliminado. Esa condena forma parte de nuestra derrota.
Es hora de acabar. Si he entendido bien el artículo de Rafael Chirbes con el que abríamos este comentario, es difícil que Pilniak vuelva a tener lectores, especialmente si hablamos de su Año desnudo porque los tiempos han cambiado…pero lo expresa Chirbes mucho mejor que nosotros: «Hoy, setenta años más tarde, no me cabe duda de que a Pilniak ha de resultarle difícil encontrarse con su lector. Los restauradores han vuelto a colocar las pulidas molduras en su sitio y la aventura del arte como palanca o explosivo parece definitivamente enterrada, mientras crecen con una mezcla de fuerza e indolencia los valores literarios más cercanos a los que imponían los códigos decimonónicos y vuelve el blando fluir de la narración como buena compañera de los sentimientos individuales».
BIBLIOGRAFIA:
León Trotski, Literatura y revolución. Otros escritos sobre la literatura y el arte. Ruedo Ibérico, 1969.
Rafael Chirbes, El novelista perplejo. Editorial Anagrama, 2015.
Borís Pilniak, Història de la lluna inapagada. Adesiara editorial, 2020.
Boris Pilniak, Caoba. Editorial Anagrama, 1987.
Borís Pilniak, El año desnudo. Seix Barral, 1983.
Borís Pilniak, El Volga desemboca al Mar Caspi. Edicions Proa, 1931.
Victor Serge, Retour à l’Ouest. Chroniques (juin 1936 – mai 1940). Agone, 2010.
Palma, 20 de novembre de 2020.