En el momento de escribir estas líneas, el gran drama de las elcciones en los EEUU todavía se está desarrollando. Hay un ganador provisional, y una gran parte del mundo seguramente ha lanzado un suspiro de alivio porque no sea el mentiroso compulsivo, negacionista climático que ha gobernado lo que sigue siendo un imperio imperialista. Y sin embargo, aunque Joe Biden haya declarado que “la democracia funciona”, el melodrama de las elecciones estadounidenses ha ilustrado algo que debería estar meridianamente claro en todo el mundo: algo funciona muy mal en la democracia.

O al menos en su forma dominante actual, la liberal. Y lo digo a pesar de que justo acaban de terminar otras elecciones, en Bolivia, que han devuelto al poder a un partido progresista tras un periodo de gobierno caótico engendrado por una toma del poder por parte de la derecha con una especie de golpe apoyado por los EEUU. Hay algo patético en la condición humana, si nuestro destino (y el de nuestro planeta) depende de unos pocos individuos que nos gobiernan con nuestro consentimiento voluntario.

Volvamos a lo básico. Democracia = demos + cracia, el gobierno de (o por) el pueblo. El poder político, esto es, el poder de tomar decisiones, es intrínseco a cada uno de nosotros, es parte del ser humano. Y sin embargo, la seducción de la democracia liberal ha sido tal que lo abandonamos voluntariamente, aparentemente para que podamos seguir con nuestras vidas mientras otros toman las decisiones por nosotros. En teoría, nos convencemos, tenemos el poder de cambiarlos mediante las elecciones si no hacen lo que queremos o necesitamos. Pero como sabemos, eso no es siempre verdad. Y aunque consigamos cambiarlos, e instalar a otra persona o partido en el poder, también pueden no conseguir lo que queremos o necesitamos. Las posibilidades de que esto suceda si  estamos en los márgenes de la sociedad, aunque a fuerza de puro número si formemos una parte sustancial de la población y consigamos influenciar en las elecciones, son especialmente altas. ¿Que Biden sea presidente significa que los negros, los indígenas y otras gentes marginadas en los EEUU conseguirán un trato sustancialmente mejor, o que el Pentágono disminuiría de manera importante sus actividades destructivas sobre el clima (es uno de los mayores culpables climáticos sobre la Tierra), o que las tendencias imperialistas del país se contendrán de manera apreciable? Como defienden muchos movimientos que luchan por la justicia de los marginados en los EEUU, un cambio de régimen del tipo que hemos visto no significa que la lucha haya terminado… ni mucho menos.Podríamos preguntarnos lo mismo incluso de partidos más progresistas que han tomado las riendas de países, como en el caso de varios países latinoamericanos, Grecia, y otros, en los últimos 10-15 años. No hay duda de que en muchos de estos casos, o en el de los ‘socialdemócratas’ y sus variantes en Europa, ha habido más políticas de bienestar en favor de lo público, frenando algunas de ellas los beneficios de las corporaciones privadas, y algunas reformas legales o constitucionales positivas. No son victorias pequeñas, especialmente donde al menos han conseguido crear salvaguardas sociales (como sanidad y educación gratuitas o baratas) para mucha gente empobrecida o marginada. Lo que sigue a continuación no debería ser tomado como si restara importancia a estas conquistas, y ciertamente no como si argumentara que no hay diferencia entre que esté en el poder un partido progresista (izquierdista, feminista, verde) y un partido de derechas, siendo todo lo demás igual.

¿Qué hay de malo en las elecciones?

Pero veamos de nuevo lo fundamental. La democracia liberal depende de manera considerable de las elecciones, donde quienes consiguen la mayoría (con variaciones sobre el tema) forman el gobierno.

La política electoral revela muchas líneas de falla, mostrando cómo las elecciones pueden en realidad socavar la democracia en su verdadero sentido. En muchas partes del mundo (como en India) los políticos son elegidos aunque tengan solo el 20% de los votos, cuando el resto del electorado se divide entre diversos oponentes. O aunque no tengan la mayorìa pero, como en los EEUU, consigan los suficientes bloques electorales (en en las elecciones de 2016 donde Hilary Clinton perdió a pesar de tener más votos individuales que Donald Trump). Luego hay esa gran parte de la población que no ejerce su derecho al voto (una participación del 60% se considera buena). Esto significa que los ganadores no necesariamente representan a la gran mayoría de la población. Combinado con el hecho de que los procesos electorales modernos son extremadamente caros (las elecciones de 2020 en los EEUU se estima que costarán 1,4 mil millones de dólares), y que muchos países no tienen financiación pública para ello, son principalmente los verdaderamente ricos, principalmente de la élite, quienes son votados. En 2014 en India, por ejemplo, de los 542 miembros analizados, 443 (82%) tenían bienes valorados por más de 10 millones de rupias, esto es, estaban entre el 5% de los indios más ricos. ¡Una parte considerable también tenía antecedentes criminales o casos abiertos!

Segundo, las elecciones políticas sacan los aspectos más competitivos de nuestra personalidad, también de formas rencorosas, divisivas y a menudo violentas. Lo hemos visto en prácticamente todas las grandes elecciones estatales en tiempos recientes. Dada la perspectiva de que los candidatos políticos vencedores consigan amasar fortuna, fama y/o poder sobre otros, las apuestas comerciales por ganar son muy altas, lo que solo aumenta la competitividad enfermiza. Las elecciones también fomentan o engendran los casos más patentes de fraude, manipulación (ahora cada vez más mediante los medios ‘sociales’), soborno, corrupción, intimidación, violencia y transfugismo. No es diferente de la comercialización del deporte, que ha generado distorsiones abismales como el uso de medicamentos para mejorar el rendimiento y seguir en cabeza en una competición despiadada. Como varios investigadores han demostrado, el fraude electoral y la manipulación no son excepciones, sino la regla, en todo el mundo. Un estudio sistemático de Pakistán e India muestra cuánto ha calado esto en la naturaleza misma de la política electoral.

En muchos países esta competitividad hostil también sigue líneas históricamente prevalentes de jerarquía, discriminación y división: la raza en los EEUU, la casta en India, y el género y la clase en todas partes. Para mí esto no es una distorsión de la política electoral, está imbricado en su ADN. Después de todo, si se trata de ganar a toda costa, ¿Por qué no explotar las líneas de división? El trumpismo es solo una entre las recientesdemostraciones de esto, pero en varios sentidos ha sido un elemento central de las elecciones nacionales por todo el mundo, incluida la polarización religiosa en las elecciones del 2019 en India.

Está vinculado a esto que los debates políticos antes de las elecciones a menudo ignoren los problemas reales de la pobreza, la desigualdad, el medio ambiente, el conflicto, y se centren en cambio en la difamación, sacando a la palestra las vidas y características personales de los candidatos. Los candidatos se buscan como gallos de pelea, acusándose de engañar o traicionar al electorado, venderse a los extranjeros, ser corruptos, etc. De esto son cómplices en gran parte los principales medios de comunicación, ansiosos por saciar su apetito las 24 horas de los 7 días de la semana, a menudo degenerando en combates a gritos (¡en India algunos moderadores animan activamente a ello!). No puedo recordar una discusión interpartidista sobria sobre temas de desarrollo, pobreza o medio ambiente en India desde hace muchísimo tiempo. Esto también significa que cuando las elecciones podrían en realidad ser una gran ocasión para crear conciencia pública y diálogo en temas críticos como la subsistencia, raramente lo son.

Finalmente, las elecciones se basan en la fe en el mayoritarismo. Justifica la creencia de que el criterio más importante para ocupar en justicia el poder son los simples números. La mayoría (de nuevo, calculada de maneras diversas) gana; las minorías pierden. Esto sigue dando una base a la creencia de que la mayoría tiene razón, una proposición dudosa en el mejor de los casos, directamente peligrosa y divisiva en el peor. Que las minorías puedan tener talentos, conocimientos, habilidades y capacidades para ayudar en la toma de decisiones y el gobierno, y las necesidades especiales que cualquier sociedad decente debería considerar, son ignoradas o dejadas de lado. Se pueden crear salvaguardas como las reservas o la discriminación positiva para las minorías y otros sectores marginados, pero la fea cara del mayoritarismo sigue apareciendo. En India, actualmente se presenta bajo la forma de la imposición de una religión sobre las otras, algo que ha sucedido desde hace mucho en estados-nación que se basan explícitamente en la religión.El poder centralizado corrompe y aliena

Los partidos que ‘capturan’ el poder en las democracias liberales, inevitablemente centralizan poder. La idea de que el público es supremo, que son las órdenes del electorado lo que tienen que seguir los electos, raramente, si alguna vez, se cumple. Una vez en el poder, es relativamente fácil ignorar al electorado, al menos hasta que las próximas elecciones se acercan. Y como el electorado ha cedido su poder, solo puede esperar a las siguientes elecciones para efectuar un cambio; o contentarse con protestar de vez en cuando. Unos pocos países tienen el derecho a revocar representantes a mitad del ejercicio, lo que da algún control, aunque muy limitado, sobre su ejercicio del poder. Es crucial que las decisiones cotidianas incluidas algunas que impactan en un número grande de personas, las tomen predominantemente políticos y la burocracia que les sirve, con poca o ninguna participación del electorado. Algunos países tienen sistemas como referéndums para dar una mayor participación pública en decisiones cruciales, pero estos son limitados y sufren de la misma política problemática del mayoritarismo.

Dado que la democracia liberal y el sistema de estados-nación que mantiene han surgido y se han extendido por el mundo al mismo tiempo que el capitalismo moderno se aseguraba una posición global, hay una relación muy estrecha. De hecho, esta democracia se adapta eminentemente a regímenes y relaciones económicas explotadoras, pues les proporciona una apariencia conveniente de legitimidad. Si un gobierno, debidamente elegido por el pueblo, considera aceptable e incluso progresista promover que las corporaciones (privadas o públicas, estas últimas meramente una forma de capitalismo de estado bajo la apariencia de socialismo) dominen la economía, ¿quién es la gente para cuestionar esto? Y si el partido que gobierna este gobierno cree luego que está bien financiar a estas corporaciones, abiertamente o de manera oculta como en el caso de los bonos electorales establecidos recientemente en India, esto también parecería ser totalmente aceptable. No sorprende que los movimientos sociales que desafían las acciones de las corporaciones y sus colegas en el gobierno sean etiquetados automáticamente como antiestatales, antinacionales, sediciosos o, en algunos casos, ‘extremistas’ a los que se puede arrojar legítimamente a las cárceles (o frecentemente, ser simplemente eliminados). Esto no solo sucede con los gobiernos de derecha, sino también con los de izquierda. Por ejemplo, el partido de izquierda ‘revolucionaria’ de Rafael Correa en Ecuador fue con ganas a por grupos de la sociedad civil como Acción Ecológica y varias organizaciones populares indígenas, por oponerse a las operaciones destructivas de la minería en sus territorios.

 

Democracia, desarrollo y medio ambiente

Las democracias liberales por todo el mundo tienen también una conexión cercana con los defectuosos modelos de crecimiento económico (capitalistas o socialistas de estado) que son la base del ‘desarrollo’ y la globalización modernos, y que son en gran parte responsables de la catástrofe ecológica y climática a la que se enfrenta el planeta. El dinero necesario para competir en las elecciones, y luego para apoyar sistemas estatales centralizados, no se puede generar de manera ecológicamente sostenible y socialmente no explotadora. Una economía mundial basada en la competitividad entre estados-nación, requiere una explotación implacable de la naturaleza y la fuerza de trabajo, y la continuación de relaciones patriarcales, racistas y casteistas. Hasta un Green New Deal como el propuesto por políticos claramente más sensatos como Bernie Sanders y Jeremy Corbyn, aunque esté muy por encima de las políticas económicas de sus compatriotas, se basa en relaciones neocoloniales que continuarán la explotación del Sur global para alimentar la transición a ‘lo verde‘ en el Norte global. Finalmente, los estados-nación y el ‘nacionalismo’ en el que se basan o engendran, son también intrínsecamente problemáticos porque rompen artificialmente vínculos ecológicos y culturales, y no permiten la gobernanza sensata y sostenible de paisajes que son dependientes de estos vínculos. En la región del sudeste asiático, por ejemplo, la división del subcontinente en varios países ha interrumpido gravemente el flujo de los ríos, los movimientos de la fauna salvaje, o los patrones nómadas de comunidades pastoriles, con consecuencias negativas para millones de personas y las generaciones futuras.

La relación de la democracia liberal con todos estos temas (y con las estructuras de capitalismo, patriarcado y racismo) es compleja, y no necesariamente unívoca, pero tendrá que ser el tema de un futuro artículo (Pallav Das y yo lo tratamos con cierta extensión al examinar el poder en India).

¿Hay alternativa?

Con sus indudables ventajas sobre otras formas de gobernar (dictadura, monarquía, etc.), muchos dicen que la democracia moderna es la mejor forma de organizar la sociedad política. Sin embargo, dados todos sus problemas inherentes, ¡seguro que lo podemos hacer mejor!

De hecho, hay muchas alternativas, algunas basadas en antiguos sistemas de gobierno como es el caso entre muchos pueblos indígenas, otras basadas en diversos enfoques más radicales, incluso el poder anárquico centrado en la gente. Es fundamental para todas estas formas el reconocimiento de que cada uno de nosotros tiene un poder de toma de decisión como derecho inherente, y que al ejercerlo, distinguimos entre ‘poder de’ o ‘poder con’ de ‘poder sobre’. En otras palabras, usamos el poder para hacer el bien, beneficiar a todos (incluidos los no humanos), en lugar de dominar a otros. De nuevo, es una materia compleja, que trataremos mejor en una pieza separada, pero podemos dar aquí algunas pistas.

Diversas iniciativas por todo el mundo han intentado establecer este poder responsable, fundamentado. Quizás los mayores por escala son los experimentos de autonomía distribuida, radical, y autogobierno entre los zapatistas en México, y el pueblo curdo en Asia occidental. De diversas formas, las asambleas e instituciones de vecindario o comuna dirigen los asuntos locales, y estan federadas en paisajes mayores de una forma que no centraliza el poder en estructuras representativas de nivel ‘superior’. Otros mecanismos, como la representación obligatoria de mujeres y múltiples etnias, y también la rotación frecuente de representantes o delegados, garantizan una amplia participación y disminuyen la probabilidad de concentración de poder.

En India, varias comunidades adivasis o indígenas han defendido y practicado la democracia radical, afirmando que ‘en nuestra aldea nosotros somos el gobierno’. En India central, una de las primeras en hacerlo fue la aldea de Mendha-Lekha. Más recientemente en la misma área una federación de 90 aldeas, la Korchi Maha Gramsabha, ha avanzado hacia el autogobierno relativo. Los pueblos indígenas y otras comunidades locales en muchas partes del mundo también han luchado por la autodeterminación, y en algunos casos conseguido su reconocimiento,  incluida la capacidad de gobernarse por ellos mismos de formas diversas basadas en sistemas tradicionales. De hecho hay una diversidad de estas instituciones de gobierno, basadas en un pluriverso de visiones del mundo que respetan a todos los humanos y al resto de la naturaleza, muchas de las cuales han sido desplazadas por regímenes autoritarios o desempoderadas por democracias liberales. También en las ciudades están surgiendo varios ejemplos de gobernanza local junto con la rendición de cuentas de las instituciones representativas, como la feminización de la política en diversas formas de municipalismo.

Nada de esto es perfecto, pero la democracia directa puede dar mayores niveles de participación en la toma de decisiones a la gente ‘normal’ que las democracias predominantemente representativas. Las imperfecciones en algunos casos pueden ser bastante graves, como en aquellos en los que siga habiendo jerarquías de género, clase, casta o raza. Las luchas por la justicia social deben por tanto ir de la mano con la democracia radical. En el proceso de Korchi Maha Gramsabha mencionado más arriba, el reconocimento de que los hombres han dominado tradicionalmente la toma de decisiones colectiva, ha llevado a un proceso de autoempoderamiento entre las mujeres. A veces, políticas progresistas e instrumentos de derechos humanos globales o de justicia social pueden ayudar. Son fundamentales también los foros de diálogo y reconciliación, poniendo en marcha vías no violentas para la eliminación de estereotipos, conseguir una mejor comprensión mutua, entender y dejar atrás (sin borrarlas) historias de opresión, y demás. Y el control democrático de la economía, con la localización de las necesidades básicas y servicios esenciales, el acento sobre lo común en lugar de sobre la propiedad privada, y el rol central del cuidado y el compartir también tienen que formar parte de la transformación.

La democracia directa o radical funciona mejor cuando la gente puede deliberar cara a cara. A mayor escala, son necesarias instituciones delegadas o representativas; y de hecho es de aquí de donde pueden venir los controles y equilibrios contra la casta, el género y otras formas de represión. Pero incluso a estas instituciones a mayor escala se les puede hacer más receptivas y que rindan cuentas a las unidades de democracia directa sobre el terreno, por ejemplo, mediante el derecho a revocar, la nominación de delegados más que (o además de) la elección de representantes, su rotación frecuente para no fomentar el amasar poder y riqueza, la completa transparencia de las finanzas y decisiones. Algunos movimientos en diversos países han provocado cambios políticos y legales hacia este tipo de rendición de cuentas, como un derecho fundamental a la información y los procesos de auditoría social. Pero hace falta más, como el Derecho a Participar, y poner en marcha unidades locales rurales y urbanas de toma de decisión que tengan poderes financieros y legislativos. Algunos tipos de elecciones pueden encajar en este tipo de sistema (por ejemplo, el sistema de múltiples capas en Suiza), pero no son el núcleo absoluto.

En todo lo anterior o incluso en mejores ejemplos de política liberal, parece que hay al menos cuatro condiciones para una democracia con éxito. Primero, todo el mundo debe tener el derecho a participar, en cualquier decisión que afecte a su vida. Este derecho de gran alcance no existe casi en ninguna parte en las democracias liberales. Segundo, la gente debe poder acceder a foros para la toma de decisiones políticas: acceso significa proximidad física, estar libres de temores, un lenguaje y atmósfera que sea comprensible, y demás. Tercero, la capacidad de participar de una manera significativa tiene que ser facilitada para todos; durante siglos de toma de decisiones centralizadas esta capacidad ha sido destruida sistemáticamente en la mayor parte de nosotros, y especialmente entre los marginados social y económicamente. Finalmente, y este es el más importante pero el más difícil, la madurez y sabiduría en la toma de decisiones debe crearse, absorberse y pasarse, lo que hará que la gente sea más sensible hacia los marginados, las minorías, no solo hacia otros humanos sino también hacia otras especies. Esta sería una democracia ecológica radical genuina.En un sentido ideal, y quizás a largo plazo, la democracia radical sería un estado de falta de estado. La idea de Gandhi de swaraj, o algunas tradiciones marxistas anarquistas, como también varias visiones utópicas, no tienen un estado centralizado como principio de gobierno. Se podría concebir un futuro de millones de unidades de autogobierno, autónomas y autodependientes pero también responsables de la autonomía y autodependencia de otros (lo que significa necesariamente límites al consumo y una conducta orientada hacia el respeto de lo común, la esencia misma de swaraj), interconectadas de maneras culturales y materiales que no socaven la autodependencia de ninguna unidad. Las fronteras de los estados-nación serían disueltas, para ser reemplazadas por el gobierno al nivel de paisaje biocultural. ¡La elaboración de este tipo de visiones, sin embargo, tendrá que esperar a otro momento!

Finalmente, y para que no parezca que mi visión crítica se refiere solo a gobiernos y corporaciones, es importante mirarnos a nosotros mismos. Como ciudadanos (especialmente aquellos de nosotros que tenemos derechos de ciudadanía, y más aún, estamos privilegiados de alguna forma) debemos examinar nuestra responsabilidad por el lío en el que se encuentra la democracia. Aunque haya sucedido por su manipulación engañosa, debemos aceptar de todas formas que cada pocos años damos voluntariamente nuestro poder inherente a alguien para que nos gobierne. Si los zapatistas, los curdos y los adivasis Gond de India central han proclamado, y conseguido en diverso grado la democracia radical, ¿por qué no lo estamos intentando el resto de nosotros, incluso en las ciudades? Es cierto, este tipo de gobernanza es difícil, necesita nuestro tiempo y compromiso y seremos nosotros a quien echar la culpa si las cosas van mal, como también felicitarnos si se consiguen los fines de la justicia. El covid, como otras crisis globales por las que estamos pasando, ha mostrado que la autodependencia en todas sus formas (política, económica, social), con sensibilidad ecológica y justicia social, es el único camino a un futuro justo y sostenible. Swaraj tiene que ser una parte esencial de esto, si no queremos seguir engañándonos haciendo cola fuera de los recintos de voto.

13 de noviembre de 2020

Traducción de Carlos Valmaseda
Fuente: https://wsimag.com/economy-and-politics/64064-the-problem-and-promise-of-democracy