Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Paco Puche (1940-2021), in memoriam

Salvador López Arnal

Ingeniero, librero (con merecido premio en 2017), activista incansable, escritor, gran amigo, excelente persona, Paco Puche ha sido uno de los grandes luchadores contra la industria criminal del amianto, en nuestro país y en Europa, entre otras muchas actividades, como se recuerda en esta reciente necrológica de El diario.es. La entrevista que editamos en su honor y recuerdo se publicó en Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, nº 140, 2017/18, pp. 153-165.

«La muerte es un retorno a la madre tierra para seguir “vivos”. El sentido de la vida, para mí, sería el sentirse profundamente imbricado en natura, gozándola, imitándola y sacralizándola.»

 

Vamos a tocar un tema delicado querido amigo. Discúlpame si hago alguna pregunta improcedente, dolorosa incluso. Te han diagnosticado hace unos meses una enfermedad. ¿Cómo ha sido? ¿Cómo te sientes en estos momentos?

Bueno, sí. Haces unos meses, en agosto del pasado año, ya no me sentía bien, pero fue un análisis de sangre rutinario en el que me detectaron un mieloma múltiple (MM) y una embolia pulmonar, ambas juntas, y yo sin apenas enterarme salvo por una debilidad notable, que resultó ser anemia. Es importante subrayar que la embolia al mes de producirse no dejó apenas rastro ni consecuencia cardiaca alguna salvo la prescripción de un fármaco anticoagulante de la sangre que vengo tomando desde entonces. Según el neumólogo que me atiende esto ha sido debido a que, a mis 76 años, aún me encontraba en forma (buena vida digamos, siguiendo los ritos de ejercicio, actividad social, en mi caso activismo, buena alimentación, especialmente con alimentos ecológicos y de temporada en base a dietas con muy poca carne, y alegría de vivir. Amén de no fumar ni beber en exceso, etc.). Constato que me ha servido llevar esa buena vida.

En cuanto al tema si es o no delicado me remito a las recomendaciones de mi hijo Javier. Le conté tus pretensiones y me animó a que me explicara pues podrían servir a otros. Con su venia contesto.

Muchas gracias, transmite mi agradecimiento a tu hijo. Dos preguntas sobre lo que acabas de señalar. El tipo de alimentación al que acabas de hacer referencia, ¿por qué crees que no está más extendido?, ¿por qué no se practica, por qué no la practicamos, de forma más generalizada? ¿Por desconocimiento? ¿Por no dar importancia al tema? ¿Porque es más cara? ¿Porque no tenemos tiempo “para estas tonterías”?

Sobre la alimentación, yo he seguido varias pautas que creo que son importantes. Una, siempre que he podido (a veces al comer en la calle no siempre es posible) he comprado y usado alimentos ecológicos de cercanía y de temporada, procedentes de una asociación de agricultura ecológica (de productores y consumidores) de mi provincia, en la que participo activamente; he practicado un vegetarianismo débil (no comer carne en el 99% de los casos) y he variado y compuesto la dieta de frutas, verduras, legumbres, pescado, huevos y queso.

No está más extendida porque la alimentación ecológica es algo más cara, porque la conciencia ecologista está aún muy poco extendida y porque se sabe poco de la importancia de no comer apenas carne en orden a la salud, al reparto equitativo de los alimentos (las dietas ricas en carnes necesitan cultivar muchos cereales que consumidos directamente -se pierde entre el 80 y el 90% de la energía en este escalón trófico- darían de comer a mucha gente y se paliaría gran parte del hambre en el mundo, cerca de mil millones de personas con falta de calorías) y al respeto animal. La dieta es una cuestión también ética y política como ves.

Sí, sí, no tengo ninguna duda.

En su día, en Ediciones del Genal, una editorial en la que yo ando, publicamos un texto de Jorge Riechmann titulado Comerse al mundo, en el que tratábamos de extender estos temas. Y se sabe menos de la importancia de la agricultura ecológica para el suelo, el cambio climático, la salud y la lucha contra las multinacionales como Monsanto.

A mi hijo le daré tus gracias, obviamente.

Recuerdo el libro de Jorge que acabas de citar. La segunda pregunta que te anunciaba antes: la alegría de vivir, ¿cómo se adquiere? ¿Por contagio, por decisión personal, por ayudas de familiares y amigos, por reflexión profunda? ¿Cómo definirías ese joie de vivre que vindicas con mucha fuerza y convencimiento?

No solo la reivindico yo, ya el economista pionero de la economía ecológica, Georgescu–Roegen, decía aquello tan sorprendente de que la «la salida del proceso económico no es un flujo de salida de desechos, sino el placer de vivir» y añadía: «sin introducir el concepto de placer de vivir… no podemos descubrir la verdadera fuente del valor económico que es el valor que la vida tiene para cada individuo portador de vida». Yo mismo, años atrás, en un libro sobre decrecimiento dirigido por Carlos Taibo, decía acerca del reparto de nuestro tiempo: «…tiempo para sentirnos seres vivos y hacer la inmersión mística en nuestra condición gaiana. Tiempo para gozar de la naturaleza y de la poesía que solo exigen una buenas botas y unos oídos atentos». La alegría de vivir procede naturalmente de nuestra estructura como seres vivos, aquella ontología de Spinoza por la que los entes tienden a preservar en su ser, al fin y al cabo la vida es autopoiética, y el principio de vida, no el de muerte, nos inunda por mucho que nuestras creaciones nos hayan hecho tan soberbios. Lo primero es lo primero, y este centramiento en lo vital es de cajón.

¿Que cómo se adquiere? No perdiéndola, porque nos viene puesta desde la infancia y somos animales neoténicos, que conservamos caracteres de infancia y juveniles hasta las edades últimas… y si no caemos en la pura nostalgia se puede llegar a viejo queriendo seguir jugando, con una curiosidad interminable, fresco y espontáneo por dentro. Y amorosos.

¿Qué tipo de terapia estás siguiendo en estos momentos? ¿Es fácil seguirla? ¿No te cansas?

Bueno, según mi saber y entender sigo tres terapias que considero complementarias: de una parte la que me prescribe mi hematóloga a base de pastillas e inyectables en ciclos que suelen durar un mes cada uno. Ahora estoy finalizando el séptimo ciclo de un total, en principio, de nueve. La medicación es a base de Melfalan, Borterzomib (BORT) y Prednisona con otros fármacos que palían los daños secundarios de estos y alguna vitamina de refuerzo (los cito porque explican lo que viene).

La segunda terapia es a base de Cannabidiol (CBD), un derivado del cannabis en forma de aceite que es un complemento que refuerza (sinergiza, dicen) los efectos anticancerígenos de la medicación anteriormente descrita, no como paliativo del dolor u otros efectos secundarios, función esta ya clásica de la que hay mucha investigación académica y mucha experiencia (aunque aún no permitida de lleno en este país, de ahí esa proposición no de ley presentada en la Cámara por un militante del PP de Cantabria con apoyo del resto de grupos). Esta segunda línea la encontré casualmente y la investigué. Apareció un trabajo académico de 2013, hecho en Italia, que decía literalmente que «estos resultados muestran que el CBD por sí mismo o en sinergia con BORT inhibió fuertemente el crecimiento, deteniendo la progresión del ciclo celular y la muerte de células MM inducidas… Estos datos proporcionan una base racional para el uso de CBB para aumentar la actividad de los inhibidores de proteosoma en MM».

Luego vinieron más descubrimientos en el mismo sentido hasta uno de febrero de este año, de 2017, de la Universidad de Sevilla que concluía diciendo que «Together, our data suggest that cannabinoids may be considered as potential therapeutic agents in the treatment of MM»[1]. Hablé con ellos y con el Dr. Guzmán de la Complutense y me han remitido a una clínica de Barcelona, con la que he iniciado unos contactos. Mi problema ha sido (y es) que en la administración de esta segunda línea terapéutica no tengo guía alguna de administración, por lo que he tenido que dosificarme por mí mismo y esto no permite usarla en condiciones. Como tomo dosis pequeñas no hay problema de sobredosis, pero puede que esté desperdiciando su potencial sinérgico con el BORTE. No he tenido el menor efecto secundario que sepa.

Falta la tercera línea si no he contado mal.

La tercera línea es lo que sitúo en el contexto de la biología de la creencia. Es decir, autoconcienzarse de dos cosas: una que la vida termina alguna vez y por ello la presencia de la muerte es bueno tomarla con la mayor serenidad posible (un poeta famoso de aquí decía que la peor enfermedad es la última), pero que, mientras tanto, un esfuerzo mental y de conciencia sobre las posibilidades curativas del organismo ayudado por lo que sabemos de medicinas serias, es útil para situarse mejor ante la enfermedad. La alegría de vivir es terapéutica, además de recomendable. En suma, que estoy actuando sobre los varios determinantes de la salud: servicios médicos, forma de vida y relación con el medio ambiente. Y, además, con el descentramiento del “yo”.

Las terapias producen efectos secundarios, como sabes, que al principio (3 ó 4 meses primeros) me dejaban algo tirado, con dolores (he tenido mini dosis de parches de morfina un par de meses, ahora no). La alegría de vivir me ha ayudado a pasar estos malos momentos… y otras cosas que ahora veremos. No lo llevo mal pues creo que a mi edad (77 años) uno está mejor preparado para la finitud y los contratiempos y para soportar ese ambiente hospitalario en el que te tienes que meter.

Las preguntas se me acumulan. ¿A qué poeta haces referencia?

Se trata de Manuel Alcántara, un magnífico poeta y periodista de columnas diarias, de aquí de Málaga, pero muy conocido y famoso.

Has hablado de medicinas serias. ¿Qué es una medicina seria? ¿Cuándo una medicina se puede considerar seria? ¿Por quién, por quiénes?

De manera ideal diría que es aquella que se basa en la experiencia, por tanto en base a observaciones que pueden ser solo empíricas (por las que se adquiere el ojo clínico o el caso de la acupuntura), o bien las que utilizan el método científico, es decir, aquel que tú bien conoces por el que las experiencias (experimentos) se someten a un método que puede ser replicado, contrastado y falsado (es la medicina basada en la evidencia). Es aquella medicina que supera el nivel de lo meramente analítico y se hace más sistémica y holística (la epigenética y la terapia sistémica de familia, por ejemplo); aquella que sabe autocriticarse y percibe la influencia de las multinacionales en su práctica (hoy he oído en la tele que mueren al año en el mundo 700.000 personas por el abuso de los antibióticos y la adaptación de las bacterias a ellos; es, en parte, la yatrogénesis), y aquella que toma en cuenta la psique y sabe de la importancia de la biología de la creencia y del efecto placebo por ejemplo.

Si está aceptado plenamente que los determinantes de la salud son el medio ambiente (que pregunten a los enfermos de amianto), los modos de vida (ya hemos hablado de ellos), los servicios de salud y la genética heredada (y la epigenética contextual), una medicina tendría que tenerlos a todos ellos en cuenta. Difícil, pero ese es el desiderátum. ¿Y cómo considero la homeopatía, tan denostada?

Eso, como la consideras.

Pues creo que, efectivamente, está muy poco o casi nada contrastada ni falsada, aunque haya quienes crean en ella y se curen: es el efecto placebo y lo que llamamos la biología de la creencia. Claro, se presta al engaño como muchas otras ofertas milagrosas. No me enrollo más.

No te enrollas, en absoluto. ¿Y por qué crees que en circunstancias difíciles algunas personas usan o tienden a usar medicinas no tan serias?

Porque como digo, funcionan en algunos casos y porque también la medicina más extendida (la basada en la evidencia) tiene su parte de desprestigio, y sus muchas limitaciones. Hay que saber que muchos de los que acuden a esas otras medicinas están desahuciados por las “oficiales” o van a ellas por si acaso. La homeopatía puede que sirva para poco pero en sí misma no hace daño. La gente sabe que en el caso el cannabis son tales los intereses que la investigación en el nivel clínico está frenada desde hace años y es muy prometedora.

¿Qué es esto del descentramiento del Yo al que antes has hecho referencia? ¿Cómo se consigue?

Esto sí que es aquello que decía Sacristán, tu admirado maestro, de que es necesaria una conversión (algo paulina) personal y colectiva para parar el desastre al que nos dirigimos. Hay que hacer, primero, la conversión a la humildad profunda (lo veremos luego con las bacterias si te parece); una vuelta a la empatía que llevamos dentro, desechando los principios del capitalismo (competitividad, crecimiento, consumismo, reproducción ampliada del capital, egoísmo innato…) y volver a la fraternidad, a la igualdad, al compartir, a los bienes comunes (que es muy posible, que se lo pregunten si tienen dudas a la premio Nobel Elinor Ostrom), «al sí mismo como un otro» que proponía Ricoeur, al desinterés, al desapego y al dcsprendimiento de Aranguren, virtudes todas ellas muy budistas. Siguiendo a Pico de la Mirandola con aquella imagen de que nacemos como una arcilla moldeable que te puede hacer mortal o inmortal, animal o dios, etc., tenemos que ir construyéndonos a nosotros mismo en estos nuevos valores de conversos. Y cambiar las instituciones que no los favorezcan. Es una síntesis, no me pidas más.

No te pido más. Hablabas antes de los trabajos académicos que has consultado. Pero tal consulta, que está muy bien por supuesto, no está al alcance de cualquier ciudadano. Por lo demás, ¿no puedo uno equivocarse al dejarse llevar por resultados que pueden ser provisionales y, posteriormente, ser rectificados sin ser, además, un buen conocedor del tema?

El no estar al alcance cualquiera es otra cara de la desigualdad, por eso su lucha contra ella es saludable. De todos modos circula un rumor popular que sabe que el cannabis es favorable en muchos casos. Por otra parte, se sabe que hay equipos que llevan años investigando en el mundo y este producto es muy prometedor para la salud. También a través de internet hoy se facilitan las cosas a más gente.

Sobre la falsabilidad de los resultados, estoy de acuerdo. Pero si sabemos que la investigación a nivel clínica está frenada (lo dicen los investigadores) y no nos llega, tenemos que hacer de pioneros. Nos puede ir en ello la vida o la mejora eficaz.

Quería preguntártelo antes pero me he olvidado. ¿Y no es curioso que un militante del PP de Cantabria esté luchando, con apoyos de otros grupos y de mucha gente, por la legalización del cannabis? Una cosa así era casi impensable hace diez años.

Cuando la enfermedad aprieta uno se vuelve más permisivo. Este militante del PP, según tengo entendido, usaba ya el cannabis con fines terapéuticos.

Sí, sí, creo que es así. Tu compañera, los amigos, los familiares, los compañeros, tu gente, tus hijos, ¿cómo han reaccionado ante la situación? ¿Te sientes apoyado?

Bueno, eso es vital. Mis relaciones con mis hijos, por ejemplo, han sido esenciales: me han cuidado, ayudado, atendido, no hay palabras. Igual mi amiga del alma, aunque ella a su vez tiene otra enfermedad no menor, por la que nos hemos tenido que alternar en materia de atenciones y cuidados. El resto de la familia y la gente con la que he trabajado ha estado muy presente.

Y para culminar, todos los amigos y amigas, han sido maravillosos. Te puede doler mucho la espalda, pero son todos ellos y ellas los que te devuelven a ese pequeño paraíso de la fraternidad y el amor. Decía san Agustín «feliz culpa que nos trajo a tan gran Salvador». Parangonándolo podría yo decir «feliz enfermedad que me está haciendo vivir la hermosura de los afectos».

Es muy hermoso lo que acabas de decir. ¿Puedo deducir de lo que comentabas antes que las personas que enferman y que, por razones varias, no tienen tanto apoyo pueden tener más dificultades en su procesión de curación?

Naturalmente. Muchos pueblos piensan que el mayor patrimonio (que no capital) es tener buenas y amorosas relaciones. Las sociedades más comunales (o las futuras más “comunistas”) así lo hacen y así lo deberán de hacer. Nuestra condición de interdependientes es ontológica, igual que la de ecodependientes. Mejor por ello asegurar y cuidar aquello que nos hace.

¿Y puedes trabajar en estas condiciones? ¿Te sigue pareciendo importante estar al pie de lectura y combate en la librería (¡premiada este año!) y en vuestra editorial?

Mi lema desde el principio fue algo así como «haré en cada momento lo que vaya pudiendo, más o menos según el día, pero sin agobios y sin renuncias». En la librería y en la editorial los he ido acompañando “partido a partido”, día a día según el día. Pero he faltado poco en mis visitas (no obstante, yo estoy jubilado y no hago ya nada esencial en la librería, solo algunas recomendaciones y apoyos).

Del resto de mis actividades de reflexión, escritura, lucha social te digo lo mismo: he seguido en proporción al estado de mis días y mis noches (a veces se me han hecho largas, en ellas el dolor es mayor). Hasta el final hay que hacer lo que uno ha creído casi siempre que debe de hacer. El imperativo categórico del compromiso con la vida y con las más desfavorecidos no caduca. Por eso, quizás, en ningún momento he estado deprimido o cosa parecida, como se dice que es normal en personas que padecen estas enfermedades más serias.

¿Cómo has pensado en ti mismo, en tu cuerpo, tras la irrupción de la enfermedad?

Yo tengo una cosmovisión que también ayuda a llevar mejor estos contratiempos. Esta manera de ver tiene como dos ejes principales: uno es el referido del «descentramiento del yo».

Antes hemos hablado de ello.

Decía José Luis López Aranguren que para ser feliz hay que estar preparado y luego si hay suerte llega la felicidad. La preparación consiste en el ejercicio habitual de la despreocupación, el desprendimiento y el desapego. Como se ve, virtudes muy poco funcionales con el consumismo, el egotismo, la chulería y esos otros antivalores del capitalismo, aunque no solo. Tienen algo de budistas. Y son compatibles con el compromiso y las tempestades (aquí recuerdo a Goethe: «el talento se cultiva en la calma, el carácter en la tempestad»).

Mi cosmovisión continúa con una valoración de la especie humana que contiene una parte de humildad profunda: no somos los seres más importantes para la vida, no somos tan sabios al cuadrado, no somos la especie elegida, no somos dioses, somos unos seres vivos que hablamos y tenemos conciencia, sin saber bien qué grados de comunicabilidad y conciencia tienen los demás seres vivos. El antropocentrismo fuerte es una auto justificación, y una inevitable manera de mirarnos, tan centrados en el “yo” como estamos. Soy más bien bacteriocéntrico, seguidor de Lyn Margulis (en este punto hemos de decir que es inevitable leer a Margulis, su Microcosmos por ejemplo, para poder entender mejor todo lo que sigue) y más cerca de su homo insapiens insapiens (sin sabor ni saber) que de lo que nos creemos sobre nosotros mismos.

Esto sirve para Dios, la trascendencia y demás exageraciones, que son meras construcciones humanas que llegamos a creérnoslas y suelen tener graves consecuencias. Parece ser que la religión, en contra de lo que suele decir, es moderna en los humanos.

Bacteriocéntrico porque han sido (y son las bacterias) los seres vivos a los que debemos la vida, los más creativos de todas las criaturas y los más indispensables para la vida. Humildad, por tanto, en nuestro sitio en el mundo, que si no sirve para mantener la vida y para hacer más dichosos a todas las criaturas es vacío. Sobre las pretensiones de sabiduría hay que decir lo que me has recordado de Ludwig Wittgenstein cuando recomienda que «de lo que no se puede hablar, hay que callar», y sabemos tan poca cosa… siguiendo la enseñanza socrática del «solo sé que no sé nada».

Estos atisbos de humildad profunda tienen mucho que ver con la etimología de esta palabra que sigue este recorrido: la palabra designada para nombrar la Tierra, al principio de las lenguas indoeuropeas, era dhghem. A partir de esta palabra que no significa más que tierra surgió la palabra humus, que es el resultado de las bacterias en el suelo. Y de ella surgieron las palabras humilde y humano. Somos pues, además de hijos de las estrellas, hijos, por segunda, vez de las bacterias.

Estrellas por una parte, bacterias por otra.

Esta humildad profunda no es incompatible, ni mucho menos, con la dignidad humana que nos concedemos a nosotros mismos, y que se basa en nuestra igualdad metafísica. Eso justifica aquella frase de Marx cuando decía que «el hombre es el ser supremo para el hombre». De aquí también que nuestro apego a los oprimidos y a las víctimas sea a causa de haberse establecido una desigualdad insoportable en el mundo. De nuestra profunda sociabilidad no solo ha surgido el lenguaje humano sino también la omnipresente empatía que espontáneamente mantenemos entre nosotros, cual parientes próximos de los bonobos y cual seres sociales que tienen la experiencia de 150.000 años de solidaridad, que ha dado lugar a las neuronas espejo. Elogio pues del “primitivismo”.

El otro eje es mi visión gaiana (de Gaia, la Madre Tierra) del mundo de la vida. Lo que nos caracteriza es nuestra imbricación en ecosistemas de ecosistemas. Ese mundo interrelacionado, en donde lo individual no es más que un detenimiento en esa densidad inabarcable, es en el que estamos abrazados en campos de relaciones más que en líneas que nos conectan. No sabemos más por estar en hombros de gigantes-as sino por estar abrazados (afectivamente) a ellos y a ellas. En esta visión nada se desperdicia, nada muere para siempre, pues llevamos en nuestras vidas algo de lo que fue y contribuiremos a formar parte de lo que será…, y en nuestro mundo social de humanos nos mantendrán resucitados los recuerdos amables que hayamos podido suscitar y los sueños de los que queden en donde aparezcamos. De todos modos la intrascendencia y la inmanencia han de ser nuestras guías para llevar vidas buenas y buenas vidas. Para tomarnos en serio lo que nos toca vivir como cuasi individuos. Lo sagrado para mí es el mundo de la vida y el de los demás iguales. La religación o religión más pertinente a esta profesión de fe gaiana es el panteísmo intrascendente.

En 2002 reeditamos un libro del poeta malagueño Alfonso Canales, que fuera premio nacional de poesía, titulado El canto de la Tierra, y con esa ocasión le hice una presentación, que me permito en parte transcribir, porque expresa muy bien mi sentido de la muerte.

Adelante con ella.

Dice así:

«En su prólogo, Canales, nos revela su intención: ‘proponer una posible forma de resurrección’. No en vano, dos teólogos prestigiosos, Juan Mateos y Shöeckel, un Viernes Santo, le han sugerido que la verdadera resurrección no es la que siempre ha estado en nuestras mentes de greco-cristianos, basadas en el dualismo cuerpo-alma. Se abre pues la imaginación a otras formas resucitadoras:

… Se trata de romperlo,
de desnudarte de prisión, molida
tierra, para que hagas, sólida madre, nuevos
precarios hijos.

Es una forma

… Tierra,
mi paraíso terrenal, mi cielo.

Es otra

… No acabamos en esto
que sucedió y sucede. Nada se descompone
sino para ser algo
nuevo: de alguna forma, en todo lo que ocurra
estaremos presentes.

Es una más

Y otra, apoteósica:

…favorable
a la reconstrucción, asciende el polvo
hasta un nuevo destino.

Este prólogo que hice en su día termina así:

… Al otro lado
del rito, está la tierra
hembra, madre de todos los que le dan sus noches
y sus días, poniendo
huevos durables en los engañosos
anuncios de la muerte.

Canales se anticipa a la hipótesis Gaia, y con Quevedo nos dice:

Y no nos engañemos
del todo: como sales
disueltas en las mismas
aguas, coincidiremos en futuros parajes
de la perpetua recreación. En sitios
insospechados, una porción de lo que fuego
nos parece (y es tierra
pura) hallará otra mota de enamorado polvo.

… amada
mía, en alguna parte
me encontraré contigo.

Fin de la larga cita. Los versos son del libro presentado.

Son hermosos, muy hermosos.

Me preguntabas qué he pensado de mi cuerpo…

Sí, sí, eso te preguntaba antes.

Te digo: mi cuerpo anda por ahí en medio. Y he acogido la enfermedad (que hago porque no sea la última) sin sorpresa (me la esperaba), sin queja y con cierta serenidad… y proponiéndome además vivir con alegría el tiempo que quede, que no es sinónimo de egocentrismo ni de visitar todo lo que me gustaría y no he podido, sino de seguir humildemente mis trabajos y mis días. Eso sí, los colores se subrayan, los afectos son más intensos, los deseos de justicia se exacerban… sabes que has agotado gran parte del tiempo que se te ha concedido. Pero cada uno tiene unas reacciones distintas.

Ya sé que son preguntas demasiado generales y demasiado grandes, las que voy a hacerte pero allí me sitúo, ahí van: ¿la situación que vives te ha empujado a pensar, por ejemplo, por el sentido de la vida? Si fuera así, ¿qué sentido tiene la vida humana desde tu punto de vista?

Antes también te he respondido “a lo grande”, porque mi visión holística me impide usar demasiado el método analítico. Ya sabes, lo decían Pascal y Descartes: el primero sostenía que «tengo por imposible el conocer las partes sin conocer el todo» frente a la cartesiana propuesta de «dividir las dificultades en tantas parcelas como se pueda». En cuanto al sentido de la vida se me ocurre relacionarlo con la geometría. El término “sentido” también se refiere a esa flecha que apunta hacia alguna parte siguiendo una dirección dada. Si me sitúo en la rosa de los vientos, todas las líneas rectas que pasan por el centro son direcciones distintas, el sentido lo marca el apuntar al norte o al sur, al este o al oeste o a las miles de direcciones mencionadas. Es una concepción lineal que creo marca nuestras concepciones habituales; así progreso está en este paradigma lineal de adelante, más, mejor; y teleología en ese otro de finalidad pero orientado hacia un punto omega (de corte theilardiano) que nos engrandece y nos lleva hacia adelante, a más y mejor, más que a esa otra concepción finalista vinculada a la estructura de los seres que a veces llamamos determinismo estructural. Es, en el fondo, la concepción exponencial de estos seres sapiens sapiens que no cesan en su tentación de ser como dioses. Y lo exponencial tiende pronto al infinito que al decir de Albert Einstein «Sólo conozco dos infinitos: el del Universo, y el de la estupidez humana, y no estoy muy seguro del primero de ellos». Por eso el capitalismo es tan funcional a estas ideologías del crecimiento.

Por todo ello, yo doy como sentido de la vida mi concepción gaiana que es circular, no lineal.

Nos explicas esta circularidad, esta no linealidad.

La muerte es un retorno a la Madre Tierra para seguir “vivos”. El sentido de la vida, para mí, sería el sentirse profundamente imbricado en Natura, gozándola, imitándola y sacralizándola y el llevar en la sociabilidad humana una finalidad consistente, por ejemplo, en la fórmula de Paul Ricoeur: ser feliz o tener una vida buena, con los otros en instituciones justas. ¡Qué más podemos pedir! Las fantasías del paraíso/cielo (y el consiguiente infierno) me resultan inhumanas y son centrales en el cristianismo y entre los musulmanes: unos, según san Pablo, «si no resucitásemos vana sería nuestra fe», los otros, con la promesa del Paraíso se inmolan en las guerras santas. La fórmula latina que pronuncia la Iglesia en los Miércoles de Ceniza me pare muy ilustrativa del sentido circular por el que inclino: memento homo quia pulvis es et in pulverem reverteris.

Podemos rescatar en este punto el testamento de Pericles, que tan bien glosa Castoriadis. En él se da este otro sentido a la existencia: «vivimos por el amor de la belleza y de la sabiduría; y en la actividad que suscita ese amor; vivimos por la belleza y la sabiduría, con ellas y a través ella, pero lo hacemos evitando las extravagancias y la molicie». Ser y estar al mismo tiempo. Otro hermosos programa de vida vivible.

En la misma línea de las preguntas anteriores: ¿qué es la vida humana para ti? ¿Qué sería, desde tu punto de vista, una vida buena?

Me remito a lo anterior: tratar de ser feliz, con y para los otros en instituciones dignas, lo cual no es tarea fácil en este mundo terrible y vivir en la belleza y la sabiduría. Exclamaba el mitólogo Joseph Campbell: «¡Oh mundo tremendo y fascinante!».

¿Pero podemos llevar una vida buena en sociedades tan desiguales y tan poco dadas a la reflexión, al sosiego, a la temperanza y al reposo como las nuestras?

Malamente, pues en la triada anterior tendríamos dejar de sentir muchos de los sufrimientos ajenos y eso no es posible en humanos empáticos y éticos como somos. La injusticia y la consiguientes desigualdades nos hace infelices, por eso su lucha contra ella nos mejora, nos da bienestar. Víctor M. Fernández, de la Complutense, concluye su libro Prehistoria. El largo camino de la humanidad tan bellamente como sigue: «Por último, y no menos sino más importante, que a igual que a mucha gente le interesó destacar, a mucha más, parece haberle importado también con una constancia igual de admirable durante todo el tiempo de la historia humana, mantener la igualdad y el que ‘nadie sea más que nadie’».

Voy a la otra gran pregunta. ¿Qué es entonces la muerte?

Para cada cultura es una cosa. Haciendo un repaso por encima nos encontramos a los epicúreos, por ejemplo, para ellos la muerte y la vida no coinciden, pues para qué preocuparse: cuanto una está no existe la otra y viceversa. Sócrates la toma con serenidad y prefiere la justicia y la dignidad a seguir con vida. La muerte de todas maneras ha de venir y los individuos van a tener una segunda oportunidad, nos dice, siguiendo la creencia de la transmigración de las almas. Para los cristianos la muerte es tremenda porque espera o bien el Cielo, previo Purgatorio, o bien el infierno atroz, y como tratar con Dios es siempre desproporcionado, basta un pecado de última hora para condenarse eternamente (la literatura ha ahondado sobre este asunto temible, por ejemplo en El condenado por desconfiado de Tirso). La relajación actual sobre el Infierno y el Purgatorio por parte de la Iglesia no quita siglos de amedrentamiento que ha consolidado una cultura de miedo. Hasta los griegos tenía su Tártaro, el equivalente al infierno cristiano, adonde eran llevados por la diosa Némesis, la que se encargaba de castigar los excesos.

Y tenemos la muerte gaiana, ni más ni menos que la que tan bellamente propone Kurosawa en sus Sueños.

La recuerdo bien, con mucha emoción. Algunos de esos “sueños” son inolvidables (uno, el tercero o el cuarto, no lo recuerdo con precisión, parece que anuncie el desastre de Fukushima, el de la irresponsable apuesta atómica hablando más en general).

En esta película se visualiza la alegría de vivir hasta el final. Dice el viejo de cerca de cien años que va a acompañar la procesión del sepelio de una pretendienta suya, ya muy mayor, que había muerto (lo transcribo de memoria): «cuando uno es mayor y ha hecho su tarea no hay que tener pena, ha llegado su hora, por eso se celebra, se canta y se baila alegremente. Otra cosa sería que muriese una niña o un joven que eso sí que es una pena y hay que hacerle un duelo». La muerte como tránsito alegre, con el deber cumplido, devolviendo las criaturas a la Madre Tierra, requiere una compañía festiva.

Por eso, lo principal es que no quiero perder la alegría de vivir y de morir sabiendo de nuestra insignificancia y de nuestra pertenencia a un mundo que nos envuelve, nos da y nos quita la vida en un proceso circular del que no podemos salir. Esta, creo, es la forma de “resucitar” más congruente con nuestra dimensión contingente y con la visión gaiana de un mundo de la vida autopoiético (que se crea y recrea así mismo). Todo esto no quita cierto canguelo y sinsabor por falta de praxis preparatoria… y porque produce dolores.

Abusando más de tu cortesía. ¿Y por qué tememos tanto a la muerte si “la cosa” es así, y yo mismo creo que tienes razón que en general es así?

No entiendo el sentido de esta pregunta ¿qué significa ese “es así”?

Tal como tú la has descrito antes.

En todo caso los cristianos le tememos, ya lo he dicho, por esa cultura del miedo infundida en nuestras entrañas y, en general, por ese centramiento en el “yo” con tintes narcisistas. Si nos creemos lo mayor y con un acento individual, lógicamente perdemos mucho, todo diría yo. En otro caso, tal como hemos tratado de explicar, el individuo lo es menos y la “resurrección” simbiótica está asegurada. Decía Quevedo: «vive para ti solo si pudieres/ que solo para ti/ si mueres/mueres», que parece de un egoísmo atroz, pero no, la clave está en el “si pudieres”. Y no se puede ni vivir solo ni morir solo.

Hacen falta además ejercicios para poder mejor afrontar la muerte y no los hacemos. Pensando en ella, por ejemplo, sin rechazo. Yo hice una especie de poema-reflexión hace ya más de treinta años que titulaba «La muerte siempre avisa». Recuerdo que decía así: «dardos de continuo caen muy cerca/ abatiendo afinidades/ lacerando corazones/ en memoria de Diana/ Llamar fatal a lo letal/ pero no reprocharle traición/ la muerte siempre avisa/ como una fiel amiga/ Con ella de compañera/ se pierden horas en quimeras/ pero no en ostentación… y seguía para culminar diciendo: la vida y la muerte/ son inseparables amigas/ quien las enemista/ mata la vida/ mata la muerte/ la una es la otra».

La otra clave es la conversión a la humildad verdadera, no a la falsa. Y así.

¿Crees en algún tipo de trascendencia?

Como no sea que queramos llamar trascendencia a la Madre Tierra que nos envuelve, que en ella participamos de las propiedades emergentes que están por encima de nosotros, o bien en el respeto sagrado a la vida, a los demás y a lo existente, el panteísmo por el que apostábamos, no creo en el sentido más convencional de referido a un Dios omnipotente, Creador, Salvador y ese largo etcétera con que nos vienen martilleando desde que nacemos; no, no creo en este sujeto. Es una concepción lineal de la historia que remite a un principio, a un extremo, creador y no creado. Es una concepción que no tiene que responder a la pregunta de «¿quién ha creado al Creador?» Y eso es jugar con trampa. En una formula ambigua, te diría que en la trascendencia convencional creo más bien poco.

¿Podemos seguir queriendo a nuestros muertos? ¿Cómo si fuera que sí? ¿Qué queda de ellos por otra parte?

Claro que sí. Esa es la función de la memoria y de los sueños. Y ellos representan, en la medida en que no se hayan equivocado demasiado y dejen a las generaciones venideras al borde del precipicio, representan, digo, parte de ese esfuerzo colectivo por la igualdad, la justicia y el amor. Pues nuestra empatía llega ahí también.

¿Por qué casi no podemos asumir en ocasiones la muerte de personas que hemos querido y seguimos queriendo mucho?

Porque tenemos una pérdida importante y eso duele. Con Juan Ramón Jiménez tenemos que decir «que bellas son las cosas/ y que bien se está con ellas», igualmente con las personas. El duelo en muchos casos es inevitable; las perdidas nos devuelven una señal de finitud y contingencia y cuando nos sentimos a gusto queremos seguir así indefinidamente. Es la tentación de las tres tiendas en el monte Tabor, que recoge la Biblia. Esa es la parte más individual de cada uno de nosotros. Somos seres complejos y vinculados o abrazados en campos de relaciones, pero con una instancia personal diferencial de los demás. Y esa es la parte dolorida en el duelo.

Una duda que muchas personas, muchos amigos, suelen expresar: ¿por qué hablamos tampoco de la muerte en nuestras sociedades? ¿No estamos para casi nada cuando tocamos un tema así?

Esa es la falta de preparación que decía antes. Y creo que como estamos en una continua pretensión de ser como dioses, estos son inmortales. «No me fastidies con estas cosas, que ya llegará la ciencia o la tecnología a inventar la inmortalidad, no me seas gafe». De hecho el capitalismo súper tecnológico y soberbio nos anuncia ya la pronta compra de eternidad que, como la venda a trozos para que compren todos, es una paradoja insalvable.

Pienso ahora en mis muertos últimos, que tengo muy presentes. ¿No hemos mecanizado y mercantilizado en exceso la despedida, la ceremonia del adiós que decía Simone de Beauvoir?

No sé qué decirte. Yo veo más bien que la gente muere en el hospital, se incinera, desparraman sus cenizas por los sitios de moda… y “el vivo al bollo”.

A mí la despedida que más me gustaría es la de Kurosawa, qué quieres que te diga.

En otras sociedades las despedidas no eran así (tal vez tampoco lo sean ahora). Pienso ahora, por ejemplo, tal como acabas de decir, en uno de los sueños de la película de Kurosawa, en de la despedida de un fallecido.

Eso, de acuerdo.

Lo dejo aquí por mi parte. ¿Quieres añadir algo más?

Que quizás he hablado demasiado de algo inefable pero, de nuevo, la empatía hacia ti me ha empujado a contestar tus curiosidades aristotélicas y tus propias inquietudes; al fin y al cabo a partir de ciertas edades o ciertos acontecimientos próximos uno se empieza a plantear esa otra igualdad radical de la muerte universal… que para mí es resurrección gaiana.

Finalmente, una crítica a Freud…

Adelante con ella, no te cortes.

Para mí no existe la pulsión del tánatos, solo hay pulsión de vida; la pulsión de muerte decía From es una patología, igual que la depresión es otra patología, lo natural es la alegría de vivir.

Por eso la muerte gaiana también duele.

Nota: esta respuesta está hecha cuando mi salud va mejorando notablemente. No sé si hubiese dicho lo mismo en los primeros meses, de enfermedad y quimioterapias juntas, que me tenía algunos días bastante postrado y dolorido.

Dejémoslo ahí.

De acuerdo. Me alegra mucho que tu salud mejore querido amigo. Muchas gracias por tu tiempo y por tus sentidas e interesantes reflexiones.

[1] En conjunto, nuestros datos sugieren que los cannabinoides pueden considerarse como posibles agentes terapéuticos en el tratamiento de MM (Nota del entrevistado).

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