Política, capitalismo, democracia y sujeto hiperproletario global en la Europa actual
Carlos Prieto del Campo
(este artículo ha sido publicado por la revista VIento Sur º 75)
Resulta rigurosamente imposible pensar la política en las sociedades modernas sin pensar simultáneamente el capitalismo histórico y resulta incongruente pensar éste sin conceptualizar el funcionamiento del antagonismo de clase de los sujetos productivos en su fisiología estructural. El horizonte inmediato de referencia de la política contemporánea se conforma durante el último ciclo sistémico de acumulación de capital (1873-1968-2004) –aunque hunde sus raíces subversivas en la modernidad (Maquiavleo, Spinoza, Marx)– y coincide con la emergencia definitiva e irreversible de la fuerza de trabajo colectiva como sujeto político. Este sujeto productivo –que ha definido intrínseca e inherentemente la trama de la política del largo siglo XX y ha trazado con nitidez la línea roja del comunismo que ha dotado de densidad y sentido a la política de la modernidad– ha demostrado de modo simultáneo e inescindible (a) que desencadena mediante el funcionamiento de su antagonismo los procesos de estructuración que permiten a la relación-capital dotarse de formas coherentes y temporalmente estables de explotación y reproducción estructural, (b) que experimenta procesos de autovalorización y de deconstrucción de las propias relaciones de poder que han conformado históricamente las estrategias de producción de la mercancía fuerza de trabajo (crítica del racismo, del sexismo, del patriarcado y de la colonialidad del poder), y (c) que sus procesos de existencia social se han dotado paulatinamente de una autorreflexividad teórico-práctica cada vez mayor que le ha obligado a expresar su potencia social como sujeto político que únicamente razona en términos de poder constituyente. El cruce abigarrado de estos tres procesos se ha hecho masivamente visible en torno a la revolución mundial de 1968, momento a partir del cual el eje de coordenadas construido mediante su articulación define las condiciones de posibilidad epistémicas y prácticas de la política actual. Esto quiere decir que no hay política posible hoy susceptible de satisfacer las exigencias de la actual composición de clase definida por el general intellect del sujeto hiperproletario global (a) si no se cuenta con una teoría del capitalismo histórico, esto es, si no se piensa el capitalismo como un sistema histórico coherente en toda su pertinencia temporal (siglo XVI-siglo XXI), espacial (economía-mundo capitalista) y estructural (estructura1 de estructuras2 de poder/explotación de clase) y (b) si no se cuenta con una teoría del antagonismo de clase, esto es, si no se piensa éste como haz de procesos que trazan simultáneamente líneas de constitución subversiva radical en todo punto y respecto a toda práctica social susceptible de reproducirse en la estructura social capitalista en un momento determinado, y que definen al mismo tiempo –como contenido elemental de las mismas– estrategias de deconstrucción de la producción de subjetividad sometida (racismo, sexismo, colonialidad) y de constitución biopolítica del cuerpo en el escenario irrebasable del capitalismo histórico realmente existente.
Este doble eje apunta fundamentalmente a la definición del antagonismo del sujeto productivo como red de comportamientos esenciales para definir formas de acción política que puedan tener un impacto fuerte sobre las dinámicas de reproducción del capitalismo y por ende en la política inmediata de las sociedades en las que vivimos, esto es, en la política del Estado español y de la Unión Europea. Las formas democráticas actuales operan a partir de la supresión de la cualidad de los sujetos productivos y de sus dinámicas de constitución antagonista mediante la generación de un dispositivo democrático cuya realidad histórica ha sido uno de los productos fundamentales de las estrategias de autovalorización proletaria. En este sentido, es preciso afirmar que la existencia de las llamadas sociedades democráticas constituyen un producto innegable de la tendencia a la constitución antagonista de la fuerza de trabajo colectiva contra las dinámicas estructurales de la relación-capital que han caracterizado hasta día de hoy al capitalismo histórico. El dispositivo democrático es el campo de fuerzas definido por la reproducción de la estructura1 de estructuras2 de la relación-capital y de sus dinámicas sistémicas de dominación y explotación de clase, que históricamente ha tendido a eludir cualquier tipo de control y restricción social, y por la autovalorización del sujeto proletario que ha pretendido durante el ciclo político constituyente que se inicia con la emergencia de los movimientos antisistémicos que se conforman durante los últimos 150 años someter toda nk-práctica social de dominación a un tratamiento antagonista que permita constituir sujetos políticos capaces de revertir la reproducción de las relaciones de producción capitalistas mediante procesos fuertes estructuración social igualitaria, justa e hiperdemocrática.
El dispositivo democrático funciona hoy dentro de la tensión definida por la intensificación de las dinámicas de reproducción estructural de la relación-capital, que durante los últimos 30 años ha pretendido reducir el proceso de constitución de ese espacio democrático y vaciar de contenido los procesos de constitución social que los movimientos antisistémicos habían cartografiado en este primer ciclo maduro de constitución política antagonista, el cual estaba experimentando una aceleración exponencial a partir de 1968. Esto quiere decir que el dispositivo democrático y, por lo tanto, las posibilidades de enunciación de una política de izquierdas en la actualidad siempre operan sobre el diferencial estratégico de una estructura de poder/explotación que excede –con una gran diversidad empírica– lo que los modelos de legitimación política democrática que se articulan mediante el Estado y las diversas Administraciones públicas pueden enunciar como objeto de la práctica política normalizada: el cúmulo y el ritmo de reproducción estructural de las relaciones de poder y explotación globales de la relación-capital, que históricamente han debido leerse en las formas-Estado históricamente vigentes, sobrepasan y desplazan el bloque real de relaciones de poder que pueden ser objeto de control por parte del dispositivo democrático. La reproducción de las relaciones de explotación y dominación formalmente controladas por el dispositivo democrático generan continuamente ese vacío no enunciado en el que las opciones políticas se disuelven en la inmediatez de su enunciación. El problema real es que el dispositivo democrático juega a una escala distorsionada respecto a la composición real de los flujos de relaciones de poder y explotación que definen la realidad del capitalismo histórico en un momento dado. Colmar ese vacío constituye la tarea preliminar de una política de izquierdas que no sea la nostalgia trasnochada de los viejos tiempos del partido y el antiimperialismo o el nuevo espejismo de un anticapitalismo nominal, opaco y rígido.
Ese vacío únicamente puede enunciarse primero y operar después como zócalo de constitución política si partimos de la constitución material de los sujetos productivos y de la composición de clase de la fuerza de trabajo colectiva que es explotada económicamente en estos momentos y compactada como sujeto político mediante el funcionamiento del dispositivo democrático actual. Las opciones estratégicas al respecto son finitas: o se apuesta por una operatividad espuria del concepto de ciudadano, que constituye el trasunto de ese vacío y de la distorsión producida por la reproducción de las relaciones de poder capitalistas realmente existentes en un entorno debilitado de operatividad del dispositivo democrático por mor del impacto feroz del último subperiodo de lucha de clases que se desencadenó a finales de la década de 1970 y que se saldo con la derrota de los movimientos antisistémicos; o bien se apuesta por trazar la cartografía del antagonismo que expresa el actual sujeto hiperproletario como red de comportamientos y de materialidades productivas del general intellect de masas que se expresa en las estructuras de explotación del capitalismo global. Esta última posibilidad se halla facilitada en la actualidad por dos procesos que constituyen inequívocamente expresiones del poder constituyente de los movimientos antisistémicos contemporáneos y de la sólida difusión del antagonismo de clase en el interior del metabolismo del capital: el proceso de globalización y el proceso de construcción europea. Ambos conjuntos de dinámicas ofrecen a la izquierda condiciones inmejorables para pensar cabalmente la constitución antagonista del actual sujeto hiperproletario global y su potencia política más allá de la forma Estado del Estado-nación, de la codificación territorial de lo público/común y de la sobresaturación identitaria de las formas nacionales –sean estatales o aestatales– que han calcado sus procesos de constitución política a partir de la misma dinámica de vaciamiento de la realidad estructural de las relaciones de producción capitalistas y de elisión de la problematicidad que supone tener en cuenta toda su pertinencia y eficacia reales, cuando además éstas operan, como en la actualidad, en entornos democráticos débiles y ciegos respecto a los vectores de su verdadera reproducción estructural. En este sentido, la tendencia de la autovalorización del sujeto proletario y subalterno ha apuntado sido históricamente a desplazar la constitución política desde los sujetos territoriales –tradicionalmente los Estados dominantes de las potencias hegemónicas o las formas Estados subalternas que han sido por primera vez históricamente posibles durante la hegemonía de la potencia estadounidense– a los sujetos sociales –las clases obreras y los diversos movimientos obreros junto con todos los procesos intrínsecos a los mismos de deconstrucción del racismo, el sexismo y la colonialidad– que son explotados y que constituyen su antagonismo y su potencia política dentro de la estructura1 de estructuras2 de la relación-capital.
La globalización del antagonismo y la construcción europea de una primera cartografía de las dinámicas productivas del sujeto hiperproletario actual parecen parámetros sugerentes y atractivos para pensar la política antagonista de los próximos 25 años. Se trata, además, de una política que tendencialmente opera sobre el concepto vaciado de ciudadano para dotarlo de todo el poder constituyente de un antagonismo que se juega totalmente en las dinámicas de la (re)producción y que como decíamos anteriormente es inescindible de la biopolítica de los sujetos y de los cuerpos que únicamente funcionan políticamente si su poder constituyente se construye a partir de la cartografía y organización subversiva de la potencia productiva que el capitalismo explota en los lugares secretos de la producción (la f@brica y la sociedad) y que el dispositivo democrático invisibiliza en una esfera pública pobre y degradada que tan solo es capaz de percibir y de retribuir una mínima parte de toda la riqueza social que cierra todos y cada uno de los procesos de producción de valor y de legitimación política realmente existentes. Los procesos constituyentes actuales se juegan en su totalidad en la visibilización del antagonismo que circula por la composición política, técnica y social de los actuales sujetos productivos, y en las nuevas modalidades de definición de una esfera pública hiperdemocrática: ambos procesos harán converger la pálida definición de ciudadano de las democracias de nuestros días con el proteico y densísimo peso específico de la constitución material de los sujetos hiperproletarios globales que habitan y producen el mundo globalizado actual. Europa será, en este sentido, nuestro primer laboratorio posnacional de constitución subversiva de la actual composición de clase de la fuerza de trabajo colectiva del siglo XXI.
El campo de fuerzas de la política cotidiana se organiza, por lo tanto, alrededor de estas variables operativas. La práctica totalidad de los partidos políticos que funcionan en la actualidad en la escena europea extraen su energía cinética de la gestión de una esfera política degradada que se reproduce porque suprime deliberadamente la posibilidad de cerrar el circuito completo que produce las relaciones de explotación y dominación realmente existentes. Definen su existencia en el equilibrio siempre precario de una intensidad estructural cada vez mayor de las relaciones de producción capitalistas y una reificación permanente del mecanismo electoral como horizonte máximo de constitución política mediante la gestión de formas Estado incapaces de administrar la riqueza de los actuales sujetos proletarios. El ensamblaje de las distintas modalidades de las Administraciones públicas, de las diversas unidades territoriales y de los diferentes aparatos del Estado con las dinámicas de acumulación y estructuración del capital se corrige puntualmente de acuerdo con ritmos bajos de politicidad, cuya debilidad opera como garantía de que no se iniciarán procesos constituyentes radicales de carácter anticapitalista. La invención de la política se halla hoy, por consiguiente, en manos del movimiento de movimientos, cuya emergencia pública constituye el reverso esencial de la cualidad productiva de la nueva fuerza de trabajo colectiva y de la disolución ontológica de los procesos de autovalorización experimentados durante los últimos 50 años por los sujetos proletarios en las prácticas sociales y políticas que estamos inventando. Esa invención apunta, en realidad, a la reconstrucción de los circuitos integrales y globales de la dominación y la explotación gestionados por las elites capitalistas mediante procesos simultáneos de poder constituyente transnacional, proletario y global. Optimismo de la razón, optimismo de la voluntad, optimismo leninista de la organización.
Carlos Prieto del Campo
Madrid, 1 de julio de 2004