Un punto de encuentro para las alternativas sociales

La verdad del exilio – El exilio de la verdad (1992)

Karel Kosík

Karel Kosík [*]

Considerar el exilio significa preguntarse si la experiencia de ser expulsado, de la persecución, de encontrarse a la deriva, de partir a tierras extranjeras puede contribuir a una comprensión de lo que ocurre hoy en el mundo.

Esta experiencia fue sufrida y reflexionada con la mayor profundidad por un distinguido exiliado bohemio del siglo XVII. Cuando contemplamos su pensamiento y consideramos el fenómeno del exilio en el siglo XX, llegamos a la conclusión de que éste puede resumirse en tres tesis.

Tesis uno: los millones de expulsados, refugiados, personas desplazadas y fugitivos en todo el mundo son el resultado del hecho de que la verdad misma ha sido expulsada al exilio. La verdad está exiliada, y como resultado la huida es un fenómeno común de nuestra época.

Tesis dos: la gente expulsa la verdad. Para que podamos decir qué es la verdad, ante todo debemos examinar por qué la gente abandona y rechaza la verdad, y da prioridad a la mentira.

Tesis tres: si la verdad se mantiene en el exilio, el exilio permanecerá la suerte de la mayoría de la humanidad, y amenazará a todo el mundo.

1

En el año 1618, se publicó un tratado titulado La verdad exiliada (ALETHEA EXUL), en el que encontramos la siguiente frase, más bien alarmante: «¿Cómo no habría de preocuparme, lamenta la Verdad, cuando flagelada con reproches y marcada por la injusticia, me veo forzada a deambular como un exiliado?» (Exulare tandem jussa sum.)

La verdad vaga por el siglo como un exiliado sin hogar. ¿Por qué la gente expulsa la verdad y se suscribe a la mentira?

Mi generación ha recibido muchas veces el reproche: ¿no sabías lo que ocurría, en la década de 1950? ¿Por qué permaneciste en silencio? No es posible responder esta pregunta con palabras. Cada explicación desdibuja su sentido. La única respuesta adecuada y digna de aquellos que vivieron entonces y no alzaron su voz en protesta es: vergüenza. Vergüenza no significa sonrojarse o quedarse tímidamente en un rincón. La vergüenza genuina es el comienzo de una sacudida liberadora, en la que las personas abren sus ojos y comienzan a darse cuenta de lo que realmente sucede, de qué está teniendo lugar no sólo a su alrededor, sino principalmente con ellas específicamente. Guiados por la sacudida del reconocimiento, nacidos de la vergüenza, estamos justificados para repetir ahora esta vieja pregunta y preguntar a todo el mundo: ¿son conscientes las personas de lo que ocurre hoy en todo el mundo, o cierran los ojos y no reconocen la información que tienen a su disposición?

El atributo más fundamental de nuestra época es el hecho de que la verdad es conducida al exilio, con su lugar ocupado por la mentira. La mentira es la normalidad de nuestra época. Para que reconozcamos qué es esta mentira dominante, debemos tomarla en serio y escuchar atentamente qué nos dice. Cuando los tanques ocupantes aplastaron el intento del pueblo checoslovaco de probar la libertad y la democracia por sí mismo, en 1968, comenzó un proceso represivo que se llamó a sí mismo «normalización»: la minoría fue expulsada del país y la mayoría fue devuelta a la caverna de donde había emergido brevemente. La normalización es un movimiento en el que la gente es expulsada y devuelta. La normalización exige por medio de la coerción y asegura que la morada en la cueva se vuelve la norma y la normalidad, mientras la fuga liberadora de la cueva a lo Abierto se condena como anormalidad estúpida.

El ejemplo de la normalización en Checoslovaquia después de 1968 ilustra qué está sucediendo hoy en nuestro mundo. ¿Qué norma se aplica a los países «civilizados», es decir, a la región del «Norte»? Esta: el hombre moderno es ilimitado, el amo del mundo, no restringido por nada ni nadie, que se prepara para tomar también control del universo. Este amo y gobernante lo sujeta todo a sí mismo y puede permitírselo todo, pues posee grandiosos medios técnicos a su disposición. El hombre moderno considera el sentido natural de su vida que sus necesidades ilimitadas y siempre crecientes sean satisfechas como en una cinta transportadora. Vive en el concepto de que ha sido elegido por Dios para gobernar sobre todo en la tierra y en los cielos, para ejercer su derecho a la felicidad como un incremento sin fin de lujo y confort. Esta noción absurda ha encerrado a la humanidad en un círculo vicioso, delirante: en el frenético tumulto por satisfacer sus siempre crecientes requerimientos e indulgencias, devasta la tierra y se destruye a sí misma. El hombre moderno, a pesar de la cada vez mayor producción de automóviles, refrigeradores y otros dispositivos, produce un producto necesario –la ausencia de alma.

A la vuelta del siglo, ¿son conscientes las personas de este proceso de normalización global, en el que la ausencia de alma se vuelve la norma, una regla, una familiar, cotidiana, segunda naturaleza? Y si no son conscientes de ello, ¿es esto porque no están lo suficientemente informadas, o porque no pueden incorporar las señales transmitidas a diario y por todas partes?

2

En el siglo XIX, Dostoyevsky pronunció la frase: «si Dios no existe, todo está permitido». Con esto insinuó que el crimen, el asesinato y la matanza se vuelven la orden del día, normalidad, acontecimientos familiares, común y corrientes que no sorprenden a nadie. Hoy, en el umbral de un nuevo siglo y milenio, comprendemos y al mismo tiempo no logramos comprender la seriedad de esta advertencia, y si deseamos ser justos a los acontecimientos actuales, debemos reformularla del siguiente modo: debido a que la verdad ha sido arrojada al exilio, excluida de las cosas comunes y corrientes, con la mentira establecida en su lugar, el hombre moderno puede permitirse todo lo que desea y a lo que pone encima sus ojos. En esta permisividad, que tumba todos los límites, borra las fronteras entre el bien y el mal, la decencia y la sinvergüenza, lo elevado y lo banal, lo fértil y lo estéril, la humanidad no sólo acomoda la conducta universalmente homicida predicha por Dostoyevsky, sino que también siembra la semilla de su propia caída, embarcándose en un camino suicida.

Hace cien años, Masaryk examinó el suicidio como un fenómeno de la época moderna, pero no sospechó que la humanidad se precipitaría en masa hacia esta perdición. La ciencia de hoy no puede explicar por qué las ballenas, de vez en cuando, se sumergen en las profundidades y terminan en un suicidio masivo. Pero, ¿puede la ciencia esclarecer por qué el mamífero terrestre conocido como hombre prepara su propio suicidio y trae la ruina sobre toda cosa viviente? La primera fase del suicidio colectivo es la extirpación de aquello indicado por esa inocente y discreta palabra: sí. Para que un hombre cometa suicidio, debe ante todo destruir su sí, debe deponer su propio ser y reemplazarlo con algo extraño, otro, hostil, que exteriormente se presenta a sí mismo como «sí», pero que en realidad niega el sí como centro de responsabilidad, pensamiento y discernimiento. Este falso sí ha sucumbido a la mentira, y funciona y actúa como su herramienta. Debido a que el hombre ha perdido y condenado su «sí» y se ha suscrito a la mentira, lo falso y maligno, ya no es capaz de distinguir entre el bien y el mal, lo permitido y lo prohibido, la verdad y la mentira, es incapaz de juzgar o percibir que esta estrategia general del Norte, el incremento continuo de la riqueza, significa una irresponsable devastación del planeta llamado Tierra y una total devastación de las criaturas llamadas humanidad.

¿Son las personas de nuestra época capaces de sentir vergüenza por aquello que están cometiendo colectivamente sobre el planeta entero? ¿Están –como señores y amos– todavía empoderados con la habilidad de sentir vergüenza y permitir la sacudida de vergüenza que les abra los ojos, que los despierte hacia un reconocimiento responsable de lo que está sucediendo, y les devuelva su aptitud de discernimiento?

La mentira no es meramente falsedad de afirmación. La mentira se manifiesta como sinvergonzonería, que se eleva al estatus de norma, ley y regla, como normalidad y naturaleza. Nuestra época no puede satisfacerse por más tiempo con didácticas de la verdad de acuerdo a la fórmula: «el árbol es verde». La verdad y la mentira de nuestra época son más próximas a la afirmación: «el árbol que ayer todavía se volvía verde, ahora se vuelve amarillo y marchito». La verdad y la mentira de nuestra época no pueden expresarse con la afirmación banal: «veo la casa», sino en el chocante descubrimiento: «ante mis ojos la casa se derrumba, bajo el fuego de la artillería».

3

La mentira no es una piedra inmóvil en nuestro camino, sino una monstruosidad viviente y actuante, que se venga a sí misma, que a diario inventa subterfugios y amenaza con terribles consecuencias a aquellos que arrancan su máscara y la de sus ayudantes, mostrando así su faz verdadera y su fealdad. La mentira no se esconde (principalmente y por encima de todo) en una afirmación falsa, sino que se encarna y reencarna en la realidad: la mentira es idéntica a una realidad invertida. La mentira de nuestra época considera lo normal, natural y común y corriente que cada día millones de personas huyan, escapen del hambre, la guerra, la persecución y el terror. Estas circunstancias no pueden ser vistas como perversas o anormales si la verdad no existe. El destino del hombre actual depende de la norma que determina qué es normal y anormal, qué es locura y qué es natural, qué es verdad o mentira. Un hombre debe decidir entre la verdad y la mentira: quien duda sucumbe a la mentira, pues la falta de discriminación y el claroscuro de la indiferencia pertenecen al reino de la mentira.

Ser expulsado del país propio, despojado de la patria propia, vagar por tierras extranjeras tiene un triple significado: no estar en el lugar propio, ser echado del lugar propio y arrojado en el lugar inhóspito de la persona que no pertenece. Segundo: no tener tiempo para las propias cosas, para las cuestiones más íntimas, sino vivir como un fugitivo, empleado en tratar con cuestiones extrañas, periféricas, secundarias y triviales: ser un rehén de un tiempo extraño y no tener tiempo para las cosas propias. Y en tercer y último lugar: no disfrutar de libertad de movimiento de acuerdo con la propia voluntad y consideración, sino ser acosado y perseguido por fuerzas externas, que eventualmente se muestran como fuerzas hostiles, que conducen al hombre a la ruina y la catástrofe.

Rodeados por el confort, sobrecargados con información y lujo, nosotros, la gente del Norte, somos fugitivos y exiliados de lo inauténtico, del falso movimiento, del falso tiempo, del falso espacio. Como cautivos de la mentira no tenemos el coraje de mirar a la realidad a la cara y reconocer que la causa fundamental de nuestra indefensa omnipotencia, de nuestra impotencia, esterilidad y falta de alma de la vida contemporánea es el hecho de que hemos conducido la verdad al exilio.

Las personas sacan la verdad de su hogar y no quieren ver qué sucede realmente. Pierden el coraje de ver y conocer, retroceden en la timidez y el miedo y prefieren permitir que su conciencia y su conocimiento sean arrulladas por todo tipo de ideologías, es decir, de falsos conceptos.

El exilio no es el privilegio de unos pocos. Somos todos exiliados y fugitivos de esta tierra voluntariamente forzados, y permaneceremos así mientras permitamos que la verdad vague por la tierra como un fugitivo y exiliado. El exilio es la suerte común a todos nosotros.

¡Exiliados del mundo, uníos, y mediante nuestros esfuerzos comunes, liberemos la verdad del exilio! Solo al hacerlo podemos liberarnos.

Diciembre de 1992

[*] Texto aparecido originalmente como «Pravda exilu – exil pravdy» en Století Markéty Samsové. Praga, Orientace. Págs. 172 a 176. La presente traducción provisional al castellano se ha realizado a partir de una versión en inglés del texto, que no ha podido todavía leerse en su idioma original, el checo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *