Medios alternativos y crisis de credibilidad
Santiago Alba Rico
Empezaré con una obviedad: lo peligroso de la así llamada «información» —lo que hace necesario un contrapunto alternativo— no es que la información sea mendaz o manipuladora ni que esté al servicio de intereses espurios sino el hecho de que, mendaz y manipuladora y al servicio de intereses espurios, sea “creíble”. La pregunta que hay que hacerse es, por tanto, la siguiente: ¿cómo se construye un marco de credibilidad en general? ¿Cómo se construye un marco de credibilidad bajo el capitalismo?
Al menos por cinco vías:
1. Digamos que de la misma manera que los medios de destrucción se justifican a sí mismos, a condición de que sean lo bastante destructivos, los medios de comunicación son tanto más creíbles cuanto mayor es el número de personas a las que potencialmente pueden engañar. Matar con un puñal es inaceptable, horrendo, delictivo; matar con misiles, con bombas de racimo, con una bomba atómica, es más o menos polémico o discutible y, finalmente, justificable y legítimo. Igualmente, el grito a viva voz en un espacio público tiene siempre algo teatral o molesto; pero si uno coge un altavoz empieza a volverse más o menos serio; si uno tiene un periódico comienza a hacerse oír; y si uno tiene diez periódicos y cuatro televisiones entonces se pone fuera de toda sospecha. El medio público, en la medida en que es público y tanto más cuanto más público sea, está investido ya de una autoridad fiduciaria artefacta que se impone al margen del discurso y que es difícil de cuestionar. La declaración de un enamorado en la intimidad de una habitación puede sonar falsa; una declaración pública de Bush tiene siempre algo sincero, claro, convincente, y habrá que pensarla después ― en un acto ya secundario, un poco forzado y artificial ― para desmentirla. Pero esto quiere decir naturalmente que, bajo el capitalismo, el acceso a los marcos de credibilidad artefactos está sujeto a severas restricciones económicas que determinan que en nuestro mundo solo puedan ser creídos los mentirosos, los malvados, los ricos, los poderosos o, lo que es lo mismo, los dueños de los medios de destrucción.
2. Como consecuencia inmediata del punto anterior, podemos decir que a mayor libertad de información mayor credibilidad. Decía el poeta Mattew Arnold que «si los periódicos que uno lee puede decir lo que quieran, uno tiende a creer que está bien informado». Pero es necesario explicar enseguida esta frase. Conviene distinguir de entrada entre libertad de expresión y libertad de información. La libertad de expresión pertenece al ámbito privado y puede ser más o menos desbocada, pero nunca objeto de planificación institucional. Todos somos más o menos libres de decir lo que queramos, a condición de que lo escuche poca gente (nuestra familia, nuestros compañeros de parranda, nuestros novios, los miembros de nuestro club). Como el ámbito privado está interferido por toda clase de relaciones de poder, ocurre que, bajo una dictadura, uno tiene miedo de alzar la voz en un café; y bajo un patriarcado una tiene miedo de llevar la contraria a su marido; y bajo una cultura racista uno finge estar de acuerdo con los blancos. En todo caso, el mecanismo que limita la libertad de expresión es siempre la «autocensura», que en unos casos es buena y en otros no: entre un superego razonable (condición del reconocimiento social) y un silencio aterrorizado cabe una modulación casi infinita en la intimidad de relaciones sociales muy variadas y desigualmente negativas. En este sentido, la revolución de internet consiste en que ha ensanchado sideralmente el campo de la libertad de expresión al tiempo que ha erosionado, para bien y para mal, los confines entre libertad de expresión y libertad de información. En la misma dirección, cabe también añadir que esta frontera viene siendo sistemáticamente borrada desde hace años por una cultura mercantil, impuesta desde los medios de comunicación, en virtud de la cual el campo de la expresión invade, y suplanta, el campo de la información: y acabamos leyendo en un periódico o escuchando en televisión palabras que solo deberían pronunciarse en un café, en un club, en un dormitorio, cuando no exclusivamente en el recinto cerrado de la propia cabeza. Al contrario que la libertad de expresión, la libertad de información pertenece al espacio público, al que solo se puede acceder a través de ciertos medios de producción y ciertas mediaciones tecnológicas. Por eso, de la misma manera que la libertad de expresión es en realidad libertad de autocensura, la libertad de información es en realidad libertad de censura. Creo que, expuestas de esta manera, se entienden mejor las cosas. Ciertos órganos, ciertas instituciones, ciertos colectivos, reciben del estado el derecho soberano a censurar públicamente un número casi ilimitado de voces. La teoría liberal pretende que la multiplicación de los órganos de censura es precisamente la que garantiza la comparecencia de una pluralidad completa. Eso será bajo el socialismo. Porque bajo el capitalismo, el estado delega el derecho de censura, no en manos de ciudadanos libres o, en el extremo, de partidos y colectivos civiles, sino de grandes multinacionales que son las que, directa o indirectamente, redactan los periódicos y programan las cadenas de televisión. Los mismos que deciden quién come y qué comemos, quién puede beber y qué bebemos, quiénes van a matarse y con qué armas, quién puede ir al colegio y qué estudiamos, quién puede tener una casa y dónde vivimos, quién puede llevar zapatos y cómo nos vestimos, son los que deciden quién puede hablar y qué escuchamos. La paradoja de Arnold dice en realidad lo siguiente: mientras las fuerzas que destruyen el planeta puedan expresarse libremente, nosotros seguiremos sintiéndonos libres, protegidos y satisfechos.
3. Una tercera fuente de credibilidad tiene que ver con el formato. Las portadas de los periódicos del siglo XIX estaban divididas verticalmente en dos secciones: arriba se enunciaban los titulares de las noticias; abajo se incluía un capítulo de esas novelas por entrega que hicieron famosos en Francia a Eugene Sue y Balzac y en Inglaterra a Dickens. El resultado es que, a fuerza de compartir el espacio, la frontera entre la información y el relato se borraba o amortiguaba y las noticias acababan por adoptar casi sin querer un registro narrativo. Hoy no es la narración lo que domina la información sino la publicidad. No solo porque los periódicos y las televisiones son en realidad tablones de anuncios donde las grandes empresas cuelgan sus reclamos comerciales sino porque la mayor parte de la información es publicidad encubierta o funciona de esa manera. El marco de credibilidad por excelencia en nuestras sociedades de consumo generalizado es precisamente el reclamo publicitario, que concentra por lo demás, como he dicho otras veces, toda la fuerza creativa, vanguardista, estéticamente rupturista que en épocas mejores se asociaba a las vanguardias revolucionarias. Hoy la información no imita al folletín novelístico sino a un anuncio de la casa Nike o a una cuña publicitaria de Coca-Cola o Sony. De tal manera este formato (que he llamado otras veces «gag visual») es hasta tal punto creíble y publicitario al mismo tiempo que, por ejemplo, el tratamiento periodístico de la ocupación de Iraq (con todas esas explosiones magníficas, incendios fabulosos y grandes carros blindados avanzando por las calles de Bagdad) ha servido básicamente, sirve básicamente, para que nos entre hambre y sed; es decir, para beber más Coca-Cola y comer más hamburguesas. Las imágenes de los invasores estadounidenses en sus automóviles inexpugnables ha aumentado la venta de Humvees y carros 4-4 en Europa y EE.UU. Cuanto más se parece una noticia a un anuncio publicitario, cuantas más provoca las ganas de ir al supermercado, más creíble resulta.
4. Por todo ello, y en cuarto lugar, las únicas fuentes periodísticas que uno acepta como autorizadas son aquellas que promueven o respaldan la reproducción de estos mecanismos de credibilidad general. Es decir, las fuentes de los medios de comunicación oficiales suelen ser tautológicas, en el sentido en que lo es la fe religiosa de un creyente: Dios existe porque lo dice La Biblia, que es la palabra de Dios, que está recogida en La Biblia. La realidad existe porque lo dice El País, que es la fuente original de la noticia, que está recogida en El País. La acumulación de espacio público, la libertad plena de censura y el formato publicitario concurren a convertir al medio en su propia fuente de legitimidad y credibilidad, lo que permite que los lectores acepten con toda naturalidad, por ejemplo, la defensa que el grupo PRISA hace de sus intereses en América Latina como la realidad misma de lo que ocurre en Venezuela, Bolivia, Cuba o Ecuador. Este carácter tautológico de la credibilidad determina asimismo que aceptemos como «fuentes autorizadas» a los verdugos —EE.UU. o Israel— cuando se trata de informar acerca de lo que pasa en Iraq, Afganistán y Palestina.
5. El escritor argentino Adolfo Colombres me decía hace poco una frase que merece reflexión: «el poder no grita». Es verdad. El poder se autolegitima y no tiene que elevar la voz; la justicia no y por eso la justicia tiene que gritar. Pero al gritar declara su impotencia y se vuelve increíble y hasta grosera, inculta, antiestética. Cuanto más baja la voz el poder, más creíble parece y más obliga a gritar a la justicia, que de esta manera —chillona y pataleante— se vuelve menos creíble. Los «manuales de estilo» de El País o de The New York Times recogen los procedimientos de modulación de la voz de un poder que no se siente amenazado. Cuando el poder no se siente amenazado, no necesita gritar y puede extender la libertad de información casi ilimitadamente, de manera que su credibilidad y su legitimidad no dejan de aumentar. Los grandes medios de comunicación rompen los cristales y hacen añicos las defensas mentales sin alzar nunca demasiado la voz.
Mediante estos mecanismos de construcción, exteriores a los discursos, los marcos de credibilidad se acreditan a sí mismos al mismo tiempo que desacreditan toda potencial alternativa. La mentira organizada toma la apariencia de verdad y en el mismo gesto vuelve increíble la verdad. Es lo que he llamado en otra ocasión la maldición de Casandra, el personaje mitológico que anunciaba siempre la verdad pero al que nadie creía porque Apolo, resentido y despechado, le había escupido en la boca. El marco de credibilidad dominante desacredita y vuelve increíbles los medios llamados alternativos. Por eso hay que pensar bien cuáles son nuestras fuerzas y qué podemos hacer con ellas.
Debemos preguntarnos: ¿Cómo se destruye un marco de credibilidad? ¿Cómo se construye uno nuevo en el que la verdad, además de verdadera, sea creíble?
La situación es hoy quizá menos desesperada que hace algunos años. Como los marcos de credibilidad no se construyen desde el discurso sino desde el exterior, es necesario amenazar materialmente esas fuentes de legitimidad, que son al mismo tiempo económicas, políticas y culturales. En algún sentido eso ya está ocurriendo. Los procesos emancipatorios en América Latina, los excesos imperialistas en el mundo musulmán y las resistencias que han generado, la crisis económica y el temor a formas articuladas de contestación política, han minado el marco de credibilidad dominante. Los grandes medios violan sus manuales de estilo cada vez más a menudo. Oímos gritar a El País; escuchamos chillar a The New York Times. La libertad de información debe ser restringida o filtrada con más rigor, o incluso criminalizada y perseguida, y no solo en la periferia capitalista, donde periodistas y sindicalistas siempre han sufrido las consecuencias sangrientas de que sus discursos, al contrario de lo que ocurre en las metrópolis, “tengan efectos reales”. Todo esto son señales de que los andamios exteriores de la credibilidad capitalista no son tan firmes como hace algunos años. En virtud de la ley de dependencia binaria arriba enunciada, a mayor legitimidad de los marcos dominantes de manipulación organizada mayor descrédito de los medios alternativos de la justicia gritona y, en consecuencia, a mayor descrédito del marco dominante, ya bastante chillón, mayor credibilidad de la contrainformación emancipatoria. Los medios alternativos deben aprovechar este momento, comprendiendo en todo caso que la construcción de un nuevo modelo de credibilidad solo puede ser simultánea al derribo desde el exterior del marco dominante; y que si los medios capitalistas no se han construido mediante discursos y desde los discursos, los medios socialistas solo serán verdaderamente creíbles y verdaderamente libres cuando haya verdadera y materialmente socialismo.
Palabras para el Panel sobre contrainformación realizado durante la XVIII Feria Internacional del Libro, La Habana 2009.