El neocolonialismo francés en África se desmorona
Alberto Cruz
La visita del presidente francés al ruso la primera semana de febrero, con la crisis de Ucrania como protagonista, dio mucho que hablar. Pero lo importante es lo que no se ha dicho de lo que se trató. Es bastante improbable que estuviesen hablando durante seis horas, que es lo que dicen que duró el encuentro, únicamente de Ucrania, de la expansión de la OTAN hacia las fronteras rusas y de lo que hace o deja de hacer Europa al respecto. A buen seguro hubo otro elemento importante en la relación entre los dos países: África.
Justo en los días anteriores a este encuentro, y en lo que parecía una cierta coordinación entre Francia y Alemania, Macron habló con el canciller alemán y calificó a Rusia como «fuerza desestabilizadora». Pero no solo por la cuestión ucraniana, sino por algo que le atañe directamente y es la penetración rusa en países que hasta hace muy poco eran parte de la «esfera de influencia francesa en África», es decir, sus ex colonias. Es algo que Francia viene repitiendo desde el verano de 2021.
Es conocida la presencia rusa en la República Centroafricana y en Mali. En menor medida, pasa lo mismo en Guinea y es más que posible que ocurra otro tanto en Burkina Faso tras el reciente golpe de Estado. Es decir, en la tercera parte de sus ex colonias africanas Francia o ha desaparecido o está a punto de hacerlo y en todos estos países ha comenzado a aparecer Rusia. Pero el rechazo a Francia no tiene nada que ver con Rusia, sino con la visión que tienen los pueblos africanos que, curiosamente, es considerada como una «fuerza desestabilizadora», la misma acusación que antes de su visita a Moscú Macron lanzó contra Rusia. Que esto es evidente se constata cuando en la propia Francia se llevan las manos a la cabeza al constatar que en estos países ya no se confía en la antigua metrópoli y se la critica activamente [1].
Lo que está ocurriendo en África es importante porque se está desmoronando no solo el poder colonial francés, sino el europeo ante la cada vez más pujante presencia de Rusia, de China e, incluso, de Turquía (e Irán, en mucha menor medida).
Y la respuesta francesa, arropada y complementada por toda la UE, es la clásica occidental: sanciones que salvaguardan sus intereses estratégicos, como enfáticamente se recoge en el art. 21 del Tratado de la Unión. Que las sanciones sean ilegales si no las impone el Consejo de Seguridad de la ONU, según el derecho internacional, es lo de menos. Desde la guerra de invasión y ocupación neocolonial de Irak en 2003, a Occidente no le preocupa el derecho internacional y habla de «orden basado en reglas». Su orden y sus reglas.
A la República Centroafricana se impusieron las sanciones porque las elecciones fueron consideradas «no justas», lo típico cuando no gana quien se espera o patrocina. Si ganan los pro-occidentales todo está bien, en caso contrario es antidemocrático y autoritario. Lo gracioso es que las elecciones fueron avaladas por la ONU, la UE y el Banco Mundial, nada menos. A Francia le dio igual y obligó a los suyos, europeos y ex colonias africanas, a hacer lo mismo, sancionar.
Otro tanto ha ocurrido en Mali, donde también Francia, y tras ella el resto de países bajo influencia francesa, la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), ha impuesto sanciones por «vulnerar los principios democráticos». Y, como es lógico, a la acción francesa la acompañó la UE, que sancionó a varios miembros del gobierno de Mali, entre ellas al primer ministro, con el mismo argumento.
Los días 13 y 14 de enero, los ministros de Asuntos Exteriores de la UE abordaron dos asuntos: Ucrania y Mali. Sobre este último país, el inefable Borrell, jefe de la diplomacia europea, dijo en su informe que «la junta militar no da señales positivas» (a los requerimientos europeos) por lo que había que dar «pleno apoyo» a Francia y a los países de la CEDEAO. Y fue más explícito: «Preparamos sanciones contra quienes obstaculicen la transición. Mantendremos nuestras actividades y nuestras misiones de formación y asesoramiento a las fuerzas armadas y fuerzas de seguridad de Mali. Mantenemos la suspensión de los apoyos económicos». Democracia en estado puro, como se ve. Es la muestra evidente de la articulación de la política exterior de la UE en África vinculada a la política neocolonial francesa de la Francafrique.
La respuesta maliense no se hizo esperar y expulsó al embajador francés, una acción muy bien vista por la población, al tiempo que cuestionó abiertamente la presencia de tropas extranjeras en su territorio sin invitación. Porque resulta que en el país africano hay fuerzas europeas, como la de Dinamarca, por ejemplo, «invitadas» por Francia pero no por el gobierno del país. Las europeas no son las únicas tropas, también hay africanas: de Burkina Faso, Chad, Mauritania y Níger. Siempre, bajo el paraguas francés. De hecho, y desde el año 2013 que están en el país, Francia ha invocado en reiteradas ocasiones su «autonomía» respecto a la composición y operaciones de estas fuerzas que han cambiado varias veces de nombre y ampliado su radio de acción. [2]
Otra lucha anticolonial
El caso de Mali no es más que la punta del iceberg de una rebelión anticolonial. Desde agosto de 2020 se han producido dos golpes de Estado y los dos son claramente un rechazo del colonialismo francés en el país porque, en contra de lo que se comenta en Occidente, el protagonismo no es solo militar, sino civil. La principal fuerza que apoya a los militares que han dado los golpes es el Partido Socialista, el principal partido de una coalición, el Movimiento 5 de Julio-Agrupación de Fuerzas Populares, que es hipercrítico con Francia y su papel no solo en Malí sino en África.
El «efecto Mali» repercurte con fuerza en toda la región porque las manifestaciones antifrancesas son cada vez más comunes y frecuentes y una de las razones es el comportamiento de las tropas, estacionadas en todo el Sahel desde 2013 (con componentes no solo franceses, sino de otros países europeos, entre ellos el Estado español con 450 soldados) que son consideradas no solo una carga sino que son el exponente del control neocolonial para el saqueo de los recursos de los pueblos africanos. Porque hay un hecho incuestionable: desde que estas tropas están en Mali, supuestamente para proteger a los países africanos de los ataques de los grupos yihadistas, la realidad es que estos grupos han incrementado su presencia y actividad desde que están estas tropas y controlan más áreas y realizan más ataques en zonas cada vez más alejadas de las provincias del norte del país, donde comenzaron a operar. La acusación contra estas tropas de que solo han servido para fortalecer los intereses de Francia como inversor del país, proteger exclusivamente a los ciudadanos franceses que trabajan en empresas francesas y detener el flujo de inmigrantes es recurrente en Mali. [3]
Tampoco ayuda el que con frecuencia las tropas francesas se han visto envueltas en acciones represivas contra la población, con saldo de varios muertos, cuando la gente se ha manifestado contra su presencia o ha intentado cortar y/o dificultar sus movimientos por el país.
Hechos similares no han ocurrido solo en Mali, sino en otros países como la República Centroafricana, donde las tropas de Chad –este país es el centro de la estrategia francesa entre sus ex colonias del Sahel– llegaron a utilizar a la población como escudos humanos (reconocido por la ONU como «comportamiento inapropiado») ante los ataques que sufrían.
A medida que se acelera el declive sin precedentes de la influencia francesa en el continente africano, los neocolonizadores siguen negándose a asumir la realidad: no se quiere aceptar el declive, pero tampoco se puede detener ni siquiera con el apoyo a los grupos armados que se oponen a las nuevas autoridades y que recuerda, como una gota a otra, lo ocurrido en Angola durante todo el proceso inmediatamente post-colonial de la década de 1970-1980. El mismo patrón utilizado por Portugal al apoyar a grupos étnicos que se oponían al gobierno angolano entonces lo está repitiendo ahora Francia.
Por ejemplo, en la República Centroafricana el gobierno acusa a Francia de supervisar las actividades de la Coalición de Patriotas por el Cambio (formada por seis grupos que se oponen al gobierno central y que mantiene una estructura armada que controlaba una zona fronteriza con Chad considerada estratégica por su riqueza en tierras raras y oro), mientras que desde estas fuerzas, y desde la propia Francia, se acusa a Rusia, China e incluso a Irán de «saquear el país».
Especialmente a Rusia por la presencia de contratistas en la República Centroafricana (y ahora también en Mali) puesto que desde su presencia, y bajo su entrenamiento, el gobierno ha podido recuperar el control de las minas de oro de la RC, hasta hace muy poco en manos de la CPC. El calificativo de «mercenarios depredadores» es el más usado para describirlos y no faltan acusaciones de que tienen como rehén al presidente del país. Por elevación del tiro, se acusa a Rusia de estar detrás de todo y de hacerse con el control de la RC a través de estos «mercenarios». Eso lleva a los franceses a mostrar su preocupación por la «constante penetración rusa en África» y cómo este hecho «afecta a la seguridad de la UE».
Al igual que ocurrió en la República Centroafricana, las sanciones a Mali no han hecho otra cosa que empujar a los nuevos gobernantes a buscar otras vías, y ahí es donde entran tanto Rusia como China. Ha sido el efecto si no buscado, sí conseguido por Francia y la UE. Eso ha sido como echar sal en la herida para Francia, para la UE y para Occidente.
En plena histeria occidental por Ucrania, esos «contratistas privados» en lenguaje ruso, y «mercenarios» en el francés, son el quid de la cuestión. Pero lo cierto es que hay un acuerdo oficial entre los ministerios de Defensa de la República Centroafricana y Rusia, presentado ante el Consejo de Seguridad de la ONU, que avala esta presencia.
Este hecho, la presencia de contratistas rusos, es el argumento final para intentar explicar el rechazo a la presencia militar francesa, lo que conduce a un debilitamiento de la influencia política y económica de Francia en los países africanos, y la razón por la que el 13 de diciembre de 2021 el Parlamento Europeo instó a la UE a la imposición de sanciones contra la empresa Wagner, quien los contrata, argumentando que están estrechamente relacionados con el Kremlim y que ya están presentes en 23 Estados africanos. Por lo tanto no es extraño que este tema haya salido en la larga conversación entre Putin y Macron durante la visita de este último a Moscú con motivo de la crisis de Ucrania.
El miedo al tsunami
Los Estados africanos están cansados de Francia y las relaciones son cada vez más tensas entre ellos. Eso está provocando cada vez más focos de tensión en los países de «influencia francesa» y una creciente insatisfacción con las políticas neocoloniales seguidas por París, así como por Europa y Estados Unidos en general. Es de esta forma como hay que interpretar el golpe en Burkina Faso y el intento de golpe de Guinea Bisau. Y en Francia hay cada vez más miedo a un tsunami que se lleve por delante su «legado».
En el caso de Burkina Faso, durante los últimos tres años se constataba la insatisfacción popular con un gobierno que era inactivo contra la actividad islamista y que se limitaba a confiar en la presencia de soldados franceses para ello. Ya en noviembre del 2021 hubo unas fortísimas movilizaciones populares contra esta presencia francesa que terminaron convirtiéndose en anti-gubernamentales y que, a la postre, han terminado con el gobierno pro-francés (enero de 2022).
En África hay en estos momentos una importante lucha contra el neocolonialismo, una lucha que no va a poder ser frenada ni por las campañas de información y propaganda provocativas organizadas activamente por París en los últimos tiempos sobre los «mercenarios rusos» ni por las sanciones impuestas a Malí y otros estados «recalcitrantes» a través de la CEDEAO, o uso de la influencia en la UE, donde Francia ocupa la presidencia del Consejo de la Unión Europea durante medio año desde el 1 de enero.
Es, al mismo tiempo, un gran revés personal para Macron, que esperaba poder aprovechar este semestre para reforzar su figura de cara a las elecciones presidenciales del próximo abril, ampliar las ambiciones de grandeza francesa, acelerar el avance de la presencia de las tropas europeas con la implicación de más países, como Alemania y una España que iba a incrementar el número de soldados, y avanzar en lo que denomina «brújula estratégica» para lograr una mayor relevancia europea en los asuntos mundiales.
Notas
[2] Cuando este artículo iba a ser enviado para su publicación, Francia anunció la retirada no solo de sus tropas sino las de otros países europeos y Canadá argumentando que no se cumplen en Mali «las condiciones políticas, operativas y legales, necesarias para realizar de manera efectiva sus obligaciones militares para combatir el terrorismo». Eso no significa que abandonen la zona, sino que se recolocan en otros lugares de las ex-colonias, como Níger, principalmente.
[3] En el caso de Níger, la excusa de «lucha contra el terrorismo» es aducida por Francia para desplegar sus tropas en las zonas donde está activa la multinacional Oran, que gestiona dos minas de uranio. Todo el mineral extraído se envía íntegramente a Francia para alimentar las centrales nucleares. Si se tiene en cuenta el anuncio hecho la primera semana de febrero de este año por Macron de construir 14 centrales nucleares se entenderá mejor el por qué de la importancia que le da Francia a sus ex colonias y al Sahel.
Alberto Cruz es periodista, politólogo y escritor. Su nuevo libro es Las brujas de la noche. El 46 Regimiento “Taman” de aviadoras soviéticas en la II Guerra Mundial, editado por La Caída con la colaboración del CEPRID y que ya va por la tercera edición. Los pedidos se pueden hacer a libros.lacaida@gmail.com o bien a ceprid@nodo50.org También se puede encontrar en librerías.
Fuente: CEPRID (https://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article2679)