Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Razonable y admirable crónica de un mirista que fue responsable de la seguridad de Salvador Allende

Salvador López Arnal

Max Marambio, Las armas de ayer, Debate, Madrid, 2008, 239 páginas

Lo confieso: no había leído hasta la fecha muchos libros como éste. No hay referencia alguna a Walter Benjamin a lo largo de sus más de 200 páginas, que se leen como una excelente y nada insustantiva novela de aventuras y/o acción, pero Las armas de ayer está impregnado de arriba abajo, de izquierda a derecha, de unas de las tesis sobre la historia más esenciales del autor de Iluminaciones: la necesidad de contar la historia desde abajo, desde la perspectiva de los perdedores, de los desposeídos, desde el punto de vista de los que han sido orillados usualmente por la Historia, o incluso por la historia.

Las armas de ayer -¡qué hermoso título!- es la autobiografía político-intelectual de un revolucionario, de alguien que recibió instrucción militar en Cuba durante un tiempo, y regresó a Chile para formar parte activa en el proceso de construcción del socialismo, un proceso que sigue causando admiración, dolor y rabia en todos los lugares del mundo donde la dignidad no ha quedado reducida a una palabra vendida al peor postor del mercado central de la ciudad.

Guardaespaldas de Allende durante unos años, militante crítico del MIR, distanciado durante un tiempo de la organización aunque no desvinculado, su actuación después del golpe, su permanencia en la embajada cubana con el firme apoyo del embajador sueco (un socialdemócrata que no había renunciado a la socialdemocracia), su capacidad de combate, su compromiso firme por entregar las armas que allí se guardaban con el objetivo de cuidar las venas abiertas, enrabietadas y aún no vencidas de la resistencia mirista, merecen un lugar destacado en la historia universal de la dignidad y el coraje. Nos les cuento nada, no sería justo, pero no pierdan detalle. Y no se pierdan el detalle de la hondura con que Marambio se aproxima a un personaje grande, enorme, que sigue creciendo como “La Payita” (con quien, por cierto, compartió una exitosa noche en casinos).

Es posible que algún lector piense y sienta que sus aproximaciones a Castro y a Allende son exageradas, acríticas, entregadas, cegadas, excesivas. No lo creo, no logro compartir esa valoración. Los grandes, que como casi todos los demás cometen errores y en ocasiones meten la pata hasta lo más profundo de nuestro ser y nuestras finalidades básicas, merecen relatos tan cercanos, tan próximos, tan entusiastas como el que les dedica el autor.

Uno de los pocos episodios que aparecen en el libro y que no contaron con la participación de Marambio –“El camino hacia la muerte de Salvador Allende”- narra los últimos momentos del compañero Presidente. No se lo pierdan. Dice mucho del autor y de su ética y filosofía política. Tenía razón García Márquez cuando le sugirió su inclusión. Cuenta algo, por ejemplo, que yo desconocía: el ofrecimiento, la llamada de Miguel Enríquez al presidente Allende para sacarle del Palacio de la Moneda y proseguir la resistencia en barrios obreros. Ahora le toca usted, ahora es su hora, parece que le respondió Allende.

Las armas de ayer libro tiene, desde luego, varias enseñanzas políticas. El autor es crítico del MIR sin alejarse de su historia ni de sus actuaciones. Pero esa crítica no es obstáculo para reconocer la grandeza de un proyecto y la sinceridad de una generación de militantes (universitarios, obreros, campesinos, profesionales) que quiso, con razón y razones, asaltar los cielos y no lo hizo, como es sabido, para su propio beneficio. Los admirables saltos de clase, no hacia arriba, sino hacia abajo, fueron frecuentes en aquel Chile que no puede olvidarse.

Hay otra arista que Marambio señala en el libro y que ha destacado en conversaciones o entrevistas para documentales y películas y que, en mi opinión, no sólo apunta al MIR y a su trayectoria política durante esos años, sino a otras historias y a reflexiones actuales. Uno de los grandes problemas, acaso el decisivo, de la izquierda que en verdad quiera transformar el mundo es construir las condiciones que permitan poder hacer realidad sus palabras. No basta con tener espíritu crítico, no basta con señalar las insuficiencias de un proyecto político-constitucional que estaba condenado a ser lanzado a un abismo criminal por un golpismo siempre activo y activado desde centros oligarcas y nudos imperiales por individuos de la bajeza moral de Nixon y Kissinger, no basta con insistir en postulados básicos de la tradición, no basta con señalar nominalmente los caminos que han de recorrerse si se quiere vencer. No basta desde luego. Es necesario, por si alguna vez lo hemos dudado, organizar y concretar política y materialmente los senderos que razonablemente se señalan. Si no es así, si esta esencial operación complementaria no se construye, los proyectos políticos se convierten en una interesante charla vecinal, académica o de camaradas entusiastas que dura lo que duran los caramelos afables antes que las garras del golpistas, oligarcas, extremas derechas y gentes de muy mal vivir, y peor compañía, arrojen sus tanques, pistolas y municiones sobre la mejor y más noble de nuestras ensoñaciones, en un día o una noche hermosa, llena de dignidad y coraje… pero acompañada, eso sí, de miles y miles de muertos que pierden todo y a todos. Hablar y señalar es prepararse para la acción. No puede haber muros infranqueables entre Palabra y Acción.

El autor, Max Marambio, nació en Santa Cruz en 1947. Cursó estudios universitarios en Cuba desde 1966, que interrumpió poco tiempo después para formarse como guerrillero, regresando a Chile en 1968. Se vinculó entonces al MIR, al Movimiento de Izquierda Revolucionaria, pasó a la clandestinidad y de allí salió a la luz en 1970 para asumir la máxima responsabilidad de la escolta del presidente Allende. Tras el golpe de Pinochet viajó a Suecia y de allí a Cuba donde formó parte de las tropas especiales, cumpliendo misiones internacionalistas en varios lugares del mundo. Angola y Mozambique entre ellos seguramente. Con estas palabras precisamente cierra Las armas del ayer:

Piñeiro sólo me preguntó si estaba seguro de esta determinación y, cuando recibió mi respuesta afirmativa, se despidió cariñoso, diciéndome que trasladaría mi solicitud y me transmitiría la respuesta. Después de unos días se aparecieron a verme unos amigos de Tropas Especiales y, como la cosa más natural del mundo, me dijeron, “prepárate que vienes con nosotros”. Fue una decisión que transformó mi vida y consumió mis energías durante varios años. También cambió mi nombre y nunca más volví a llamarme Ariel Fontana.

Posteriormente Marambio regresó a Europa y creó una productora de cine y televisión que ha producido largometrajes y series en apoyo a la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano. Reside en Chile desde 1993, presidiendo el directorio de la Universidad de las Artes y las Ciencias Sociales (ARCIS). En los últimos tiempos ha dado públicamente su apoyo a la candidatura presidencial del hijo de Miguel Enríquez. No conozco bien, admito, su papel político-social en el Chile actual. No es importante para valorar la grandeza y veracidad de su ensayo biográfico.

García Márquez señala en el prólogo que desde aquel martes 11 de septiembre de 1973 tenía ganas de leer un libro como éste. Sus páginas son, señala, “una crónica austera de la epifanía de una bandera en alto en medio de la derrota de aquel 1973”. Yo también tenía ganas de leer un libro como éste y coincido con el autor de aquella impecable y precisa Crónica de una muerte anunciada que estamos ante una bandera erguida, insumida, no entregada, que no está dispuesta a admitir que el olvido, la revisión y la falsedad dominen en una página admirable de la historia del socialismo y el comunismo del siglo XX, y en su reverso: otra ignominia más de la reacción capitalistas, sus gorilas fascistas y sus amos imperiales.

Por cierto, si complementan su lectura con “Compañero presidente” de Mario Amorós, el dueto será perfecto. Se lo aseguro por experiencia propia. Quien lo probó, lo sabe.

El Viejo Topo, julio-agosto de 2009.

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