Los principios de la política. A propósito del caso Bartomeu Muñoz (y sus prolongaciones afines)
Salvador López Arnal
No es descabellado pensar, en primera y revisable instancia, que a la mayoría de los jóvenes de las clases dirigentes catalanas interesados en asuntos públicos y, especialmente, en los privados, el caso Millet apenas les ha alterado en lo más mínimo su cosmovisión político-cívica: “toma el dinero y corre raudo y ligero” sigue siendo la consigna más extendida. Eso sí, como el gato Félix, hay que hacer reír, hay que hacer llorar, pero no hay que dejar pistas y, sobre todo, hay que procurar ser tan o más espabilado que el más listillo de la clase, de su clase. El caso Bartomeu Muñoz, del que apenas conocemos hasta el momento en que escribo algunos vértices de su poligonal y largo desarrollo, confirmará, sin apenas atisbo para alguna sombra de incertidumbre, la visión del mundo de muchos jóvenes trabajadores de la ciudad colomense y, en general, del extrarradio barcelonés: los políticos, todos ellos, sin excepción, son unos corruptos (“chorizos” o “sinvergüenzas” son los términos que usan) y están, todo ellos, para forrarse, “para llevarse la pasta” acostumbran a decir. Eso sí, siguen razonando, o bien uno se aleja de ese mundo político-empresarial y le da las espaldas para siempre, o, puestos, es mejor correr el riesgo que te cojan, si te cogen, que no es siempre, con las manos en la pasta y pases, si es el caso, cinco o seis años en el trullo, con patrimonio sabiamente acumulado y resguardado, para disfrutar largamente tras la salida, que trabajar 30 o más años con salarios ridículos, con contratos precarios -o fijos, casi tanto da-, con la amenaza permanente del despido, con estrés y amenazas nunca interrumpidos, con trato vejatorio y autoritario, en esas instituciones nazi-carcelarias que solemos llamar fábricas, empresas, tajos, hoteles, oficinas o naves.
Con razón, con comprensibles razones en el segundo caso, aunque en el fondo sea suicida para ellos y para la clase a la que pertenecen. Les recuerdo brevemente lo que se sabe del último barrizal. Un solar de Santa Coloma de Gramenet situado a la entrada de la ciudad, en la avenida Pallaresa, al lado de Can Zam, un espacio que la ciudadanía reivindicaba hace más de una década como espacio público en una ciudad con grandes deficiencias y necesidades, fue recalificado y subastado para la construcción de un centro comercial. Los compradores no edificaron: lo revendieron por una cantidad que no puedo precisar pero que muy superior a la que ellos habían abonado. Los nuevos compradores empezaron a construir un hotel y varios centros comerciales. Los nuevos propietarios decidieron no esperar para explotarlos y los pusieron a la venta de nuevo. Otra transacción económica generó millones en la operación mientras las obras seguían y siguen realizándose. En medio de todo ello, y según todos los indicios conocidos, parte de las ganancias especulativas obtenidas iban a parar, en primera instancia, probablemente no la última, a los bolsillos del alcalde de la ciudad, el señor Bartomeu Muñoz, un alcalde que por cierto no vive en la ciudad de la que es alcalde sino en un barrio de las clases adineradas de Barcelona, y a otros, digamos, políticos comprometidos en las operaciones, entre ellos el señor Dobardo, el concejal de urbanismo de la ciudad. En los otros vértices de la operación los empresarios Josep Xinglà y Lluís Casamitjà, y, por si faltara algo, Lluís Prenafeta, mano derecha de Jordi Pujol durante una década (Jordi Pujol, 1980, en su despacho: “Lluís, la Generalitat somos tú y yo”) y Macià Alavedra, conseller de Gobernación y de Economía en diversos gobiernos de la Generalitat entre 1982 y 1997 (Será por eso seguramente que ambos han recurrido a Juan Córdoba, el abogado penalista que defendió al honorable president en el caso Banca Catalana).
En resumen: otro capítulo más, no menor desde luego, de la historia española del ladrillo, las finanzas, el poder y la infamia.
(En el momento que reviso este artículo sale a la luz otra arista del caso. Tomo la información de Público, 29 de octubre de 2009, página 3. La sindicatura de cuentas, un ente censor de las finanzas públicas catalanas, envió en 2007 al Parlament de Catalunya un informe crítico con la gestión del Ayuntamiento colomense donde se apuntaban irregularidades contables cometidas en el ejercicio de 2003 (ninguna de ellas, por cierto, relacionada con el caso de corrupción destapado el pasado martes, hay que sumar por tanto). ¿Qué irregularidades? Las siguientes: anomalías en el impuesto por las plusvalías de terrenos urbanos, en las inversiones reales, en su financiación y en la contratación de personal y en sus remuneraciones, base de un sustantivo clientelismo político directamente relacionado con el PSC-PSOE).
Aunque no es el motivo central de esta nota déjenme despejar alguna incógnita ante el ruido que los responsables de organización de CiU y PSC están lanzando sobre el caso. Macià Alavedra, el presidente de Autopistas de Catalunya, fue incluido por el mismísimo Artur Mas en el último congreso del partido en el consejo de sabios de CiU. Además de ello es patrono de la Fundació Catalana Oberta. El senyor Prenafeta animó la creación de esa fundación precisamente. Alejado de la primera línea de la política desde 1990, el fiel asesor de Pujol, uno de los máximos representantes del sector negocios de CiU, nunca ha dejado de ser un activista político: El Observador, FCO y sus reuniones en el exclusivo restaurante Via Veneto, en compañía de Joan Laporta, Xavier Sala i Martín, Joan Oliver y periodistas y articulistas afines a CiU, son prueba de ello. Decir, como ha comentado Felip Puig, que ambos dirigentes no tienen nada que ver actualmente con su partido es una broma, una estúpida broma. Pero se ha insistido en ella y se insistirá con un destacado argumento anexo: CiU no puede destituirlos porque no ostentan ningún cargo público, cosa que en cambio sí sucede en el caso de los detenidos del PSC-PSOE.
En cuanto al señor Bartomeu Muñoz baste decir que ya en 1981, a los 24 años, era primer secretario de la federación del Barcelonés Nord, que es miembro del comité federal del PSOE (sigue siéndolo en estos momentos si no ando errado), que es vicepresidente de la Diputació de Barcelona, hijo del adinerado último alcalde franquista de Santa Coloma y que ha sido miembro hasta fechas recientes, y el dato es esencial, de la Comisión de Finanzas del PSOE. No es imposible, desde luego, que haya podido sacar una sustanciosa tajada personal en todo este conjunto fraudulento de operaciones (y acaso en otras afines o no afines), pero es absolutamente improbable que el partido, la organización, sus compañeros de gobierno municipal, no hubieran oído del concierto ni siquiera el instrumento destacado. Pensar, como el señor José Zaragoza intenta difundir, que el PSC-PSOE desconocía totalmente las actividades del señor Muñoz y sus colaboradores próximos, resulta tan increíble como afirmar la existencia de una facultad de Matemáticas en Moscú, y otra en Nueva York, que desconozca los nombres de Euclides, Gauss y Cantor. También el señor Zaragoza ha insistido sobre ello con un tono moralizante e incluso ejemplificante que resulta un insulto a la inteligencia ciudadana.
Por lo demás, hablamos de una operación, de un pelotazo inmobiliario, pero no es seguro, en absoluto, que las actividades realizadas con “finalidades recaudatorias” tengan una cardinalidad unitaria. Lo más razonable es transitar hacia conjeturas muy alejadas. Las últimas informaciones corroboran esta hipótesis.
Dejemos la cuestión por ahora.
El punto que me gustaría destacar es otro. El siguiente: ¿cómo es posible que un político así, con este alcance de miras, y con este comportamiento político, haya sido elegido Alcalde en una ocasión con los votos favorables de ICV-EUiA y en otra ocasión con su abstención? ¿Cómo es posible que la coalición roji-verde haya apoyado un candidato de esas características?
No se sabía nada ni siquiera se sospechaba, se podrá responder. Aceptémoslo aunque admitamos que sospechas sobre su actuación en diversos asuntos eran de dominio extendido entre la ciudadanía colomense informada. Queda un punto en todo caso: ¿por qué ICV-EUiA aceptó formar parte de un gobierno municipal en el que el PSC tenía mayoría absoluta?
Después de un primer gobierno municipal del PSUC en 1979, seguido de otro de Iniciativa per Catalunya, el PSC ganó las elecciones por muy poco a finales de la década de los 80, para, posteriormente, poco a poco, conseguir mayorías absolutas. A pesar de ello, ofreció a ICV, en un primer momento, y más tarde a la coalición ICV-EUIA, formar parte del gobierno de la ciudad. ¿Por qué lo hizo? Seguramente porque integrando a CiU, sin apenas esfuerzo, y a la coalición de izquierdas en el gobierno, dejando la oposición del gobierno municipal en manos de un PP que no tenía ni tiene apenas presencia organizativa en Santa Coloma, el control político iba a quedar en nada, en nada de nada.
No digo ni quiero apuntar que hubiese corresponsabilidad de la coalición en algún desaguisado. En absoluto. Explícitamente declaro lo contrario. Pondría la mano en el fuego, sin quemarme, por la honradez de Àngel Plà, el que fuera representante de EUiA en el gobierno municipal, al igual que por algunos representantes de ICV. No es eso, no es eso. El peligro evidente era que centrándose en tareas institucionales, sin duda de interés, quedaba menos espacio, tiempo y posibilidades para ver, analizar y criticar otras actuaciones municipales. La mirada se giraba en otras direcciones, el imprescindible espíritu crítico basculaba hacia otros vértices.
¿Por qué se actuó así? Porque a algunos militantes, el que firma esta nota incluido, nos tembló el pulso cuando discutimos la participación en esa alianza con el PSC dada las urgencias e insistencia de la dirección local ICV y las presiones y amenazas no veladas de nuestra propia dirección. Era suicida romper la coalición con ICV, era quimérico marginarse en EUiA, íbamos a clamar en el desierto sin ser oídos… y sin agua y medios además. La política práctica exigía hacer concesiones por mucho que en el papel y en nuestras mentes el pacto nos pareciese turbio, contra natura, y más en esas condiciones. Nos llegó a parecer alocado, izquierdista, seguir por un sendero de esas características rupturistas.
Para honorar su valentía y su buen hacer, vale señalar que muchos militantes no lo vieron así. Mi compañera entre ellos, el mismo Àngel Plà señaló sus reservas. Se negaron a aceptar lo que era inaceptable. Si había que predicar en el desierto, nos dijeron, ya podíamos empezar a hacerlo. Ellos, y ellas, no estaban dispuestos a sofisticados cambalaches pragmáticos.
Tenían razón, les sobraban razones. Los principios en política cuentan, deben contar. Y cuentan como principios, como lugares asentados por reflexiones y luchas a partir de los cuales se razona, se piensa y se actúa. Es mejor predicar en el desierto, con escasa agua y muy escaso alimento, con veracidad y honradez, siendo oídos por muy pocos, que lanzar proclamas en un barrizal abisal de corrupción y de corruptos. La izquierda no está para eso, y nunca ha debido estar par eso.
La reforma moral e intelectual a la que debemos aspirar es de tal calibre, y es al mismo tiempo tan urgente, y son tan escasas las fuerzas, que da miedo pensar o enfrentarse a ella. Pero, sea como sea, aunque se levante ante nosotros como un Aneto o un Everest invernal, no hacerlo, no plantar cara, es ir paso a paso, centímetro a centímetro, hacia el mayor desastre que podemos imaginarnos: la total inoperancia política y el alejamiento político por décadas de la mayoría de las clases trabajadoras.
PS: Espero errar pero no es imposible que en las próximas elecciones municipales en Santa Coloma, además de una abstención estratosférica, el PSC-PSOE vuelva a ganarlas incluso por mayoría absoluta. La línea político-argumentativa la señala Manuel Saco en un increíble artículo que Público publicó el miércoles 28 de octubre en su página 9: “Hay que predicar con el ejemplo”. Un paso breve, a título de ilustración, que, según parece, no es ninguna broma del autor: “Mi alegría es doble, porque casos así hacen a los partidos de izquierda más humanos, y, sobre todo, porque ofrecen la oportunidad de dar ejemplo a los demás de cómo se debe actuar cuando se descubre a los chorizos en las propias filas” [las cursivas son mías]. ¡Más humanos! ¡Dar ejemplo! ¡Se descubre a los chorizos! ¡Como si hasta este momento estuviéramos viviendo suspendidos en un satélite de Júpiter! Todo ello, quince o veinte años después de Filesa, Roldán, la consigna solchagista del enriqueceros y la reflexión sino-felipista del qué importa cómo se cacen los ratones si al final están en nuestras manos. ¡Qué risa tía Felisa!