Sobre el amor
Francisco Fernández Buey
El 25 de agosto de 2022 hizo diez años del fallecimiento de Francisco Fernández Buey. Se están organizando diversos actos de recuerdo y homenaje y, desde Espai Marx, cada semana a lo largo de 2022-2023 publicaremos como nuestra pequeña aportación un texto suyo para apoyar estos actos y dar a conocer su obra. La selección y edición de todos estos textos corre a cargo de Salvador López Arnal.
Intervención en Málaga, 14/XII/2010.
El escrito no está completamente desarrollado en sus pasos finales.
I. En un nuevo «banquete» sobre el amor, como este al que nos ha convocado aquí, en Málaga, Ana Jorge, seguramente conviene imitar a los griegos de la Antigüedad y ponernos bajo la advocación de las musas.
Y en no habiendo ya musas y al tener que hablar desde el punto de vista del racionalismo atemperado, que es el mío, lo mejor que se me ocurre para empezar es ponerme bajo la advocación de tres santos de mi devoción (en esto y en otras cosas).
El primero de los santos laicos que quiero traer a colación aquí es, como suelen decir los críticos literarios, un moderno, un padre de la modernidad (europea): Cervantes. En la segunda parte del Quijote, capítulo XXI, en el episodio de las bodas de Camacho, que alude a una narración amorosa más larga, cuando llega el momento de descubrir el artificio inventado por el amante Basilio para conseguir el matrimonio con Quiteria, después de escuchar muchas y reiteradas quejas de amor, Cervantes hace decir a Sancho (en el momento en que se descubre la artimaña del amor, vamos a decirlo así, crepuscular): Para estar tan herido este mancebo —dijo a este punto Sancho Panza—, mucho habla. Háganle que se deje de requiebros y que atienda a su alma, que, a mi parecer, más la tiene en la lengua que en los dientes» (El Quijote, II, XXXI)
La segunda «musa» que quiero traer a colación aquí es el ilustrado Voltaire, quien en un determinado momento escribe algo que hay que tener muy en cuenta cuando se habla de amor. Dice Voltaire: El humano es un ser que se caracteriza porque primero decide lo que hacer y luego, una vez decidido, se pasa el tiempo buscando argumentos para la justificación ideológica de su decisión.
Y el tercer santo de mi devoción bajo cuya advocación me quiero poner es el utopista Charles Fourier, el autor de L’égarement de la raison y de la Teoría de los cuatros movimientos y de tantas otras cosas interesantes para nuestro asunto. Al hacer el repaso sumario de lo que se ha escrito sobre las pasiones, sobre el deseo y sobre el amor apasionado en particular Fourier escribió, con mucho tino, que los filósofos apenas se han ocupado del tema del amor y que eso tiene que ver con que no saben nada sobre las mujeres o las desprecian.
No querría deducir demasiadas cosas contundentes de ahí, pero sí al menos tres que nos pueden orientar metodológicamente:
Una: sobre el amor, contención en el hablar (otros dirían «silencio», pero, como se sabe, eso es imposible…)
Dos: sobre el amor, hacer más caso a lo que se hace como consecuencia de las decisiones individuales de las personas que a los largos discursos con los que justificamos, a posteriori, lo que decidimos hacer sin discurso previo.
Tres: al reflexionar sobre el amor, y sobre todo viniendo del campo de la filosofía, humildad porque el gremio de los filósofos poco ha dicho al respecto; y atención a lo que han dicho y dicen las mujeres al respecto no sólo porque la defensa de la igualdad de género depende casi todo lo demás sino también porque ha habido y hay un discurso específico que los varones filósofos no hemos suficientemente en cuenta.
II. Como aquí se trata de un «banquete», o sea, de dialogar y de discutir más que de conferenciar, pontificar o de dar lecciones, voy a arrancar, para la polémica, con una declaración sobre los tiempos de crisis que tal vez sonará a proclama neo-romántica, pero que no quisiera dejar de hacer: en tiempos de crisis, o, como diría Hölderlin, en tiempos menesterosos, en los tiempos malos para la lírica, e incluso en tiempos de crisis de civilización, como decimos ahora, también se ha cantado, se canta y se cantará al amor. Hacer sociología, psicología, fisiología e incluso economía de la pasión amorosa no quita ni tiene por qué quitar sobre el reconocimiento de que sigue representando lo que llamamos amor en sí mismo (sea el eros, el amor-pasión, el amor propio, el amor al prójimo o el amor a la humanidad).
Los poetas saben mucho de eso, y por lo general, los poetas buenos no necesitan, ni suelen pedir, más explicaciones al respecto. Se limitan al eadem sed aliter. Me remito a lo que escribía aquí, en los tiempos oscuros de la dictadura franquista, un poeta del amor de los que más me gustan, Claudio Rodríguez, en un momento histórico en el que en este país casi había que pedir perdón por poetizar sobre el amor.
Y por lo que hace a los últimos tiempos, a los tiempos de la llamada crisis de civilización, me remito a lo que han estado escribiendo poetas como Benedetti, Gimferrer, García Montero, Riechmann o Gioconda Belli, por poner cuatro ejemplos de poetas distintos, de corrientes distintas, que han poetizado mucho sobre el amor en sus distintas dimensiones.
Pero los demás, los que no somos poetas, aunque seamos aficionados a la poesía, parece que sí necesitamos explicaciones. Empezando por los filósofos y siguiendo por los científicos sociales. Una contraprueba de lo que estoy diciendo es lo nos disponemos a hacer aquí Eloy y yo, en esta crisis que estamos viviendo.
Se podría decir incluso que en los últimos tiempos la reflexión filosófico-sociológica sobre el amor se ha puesto de moda. Durante el último año se han publicado, que yo sepa, al menos tres ensayos sobre el amor: el de Eloy [Fernández Porta][1], el de Manolo Cruz sobre los filósofos y el amor y el de Javier Sádaba, El amor y sus formas, con enfoques y puntos de vista muy diferentes.
Que ensayistas y filósofos hablen sobre el amor sin haberse puesto de acuerdo previamente y sin buscar, por otra parte, el mérito académico o la subvención del Ministerio del ramo (que son hoy en día las motivaciones básicas que los universitarios tenemos para escribir) algo querrá decir.
El asunto importante no es, pues, si en tiempos de crisis se hablará y escribirá sobre el amor sino qué decir sobre el amor en la crisis de esta civilización ultracapitalista caracterizada por la mercantilización, la tecnificación y profesionalización de todo lo humano y todo lo divino.
Mi punto de vista al respecto es: en esta crisis de la civilización ultracapitalista caracterizada por la mercantilización, la tecnificación y la profesionalización de todo lo humano y lo divino todavía puede servir como punto de partida, en el ámbito de la sociología del sociología del conocimiento, de la comunicación y, en general, de las formas simbólicas, una intuición de Marx, en los Grundrisse, en los que decía que la obnubilación de la conciencia y la extensión de las alienaciones producen la cristalización repetitiva de las formas ideológicas de la cultura, en particular de dos de sus formas: la legitimación positivista de lo existente y la añoranza romántica del pasado. Por eso el capitalismo, en su crisis, no puede salir de la oscilación entre esas dos formas: positivismo y romanticismo.
Esta intuición se tiene que poner al día, claro está en un doble sentido: precisando más sobre lo que entendemos por eros y por superproducción de los afectos en el capitalismo tardío, posmoderno o neoliberal; y precisando más sobre las formas que han ido tomado últimamente aquellas dos reacciones paralelas de las que hablaba Marx: sobre qué significa hoy aceptación positivista de lo dado, de lo que hay (los jóvenes dicen constantemente: «eso es lo que hay») y sobre las nuevas y renovadas formas de reproducción del espíritu romántico (de la mística a la utopía, que tienen a unir pasado idealizado con futuro esperanzado).
Yo creo que, salvando todo lo que haya que salvar, eso es lo que ha intentado hacer Eloy en su último libro, un libro que trata todo, como dice el subtítulo, de la sobreproducción de los afectos, del mercado afectivo, de las corporaciones, de las imágenes, de las técnicas y de los medios que están contribuyendo a configurar el discurso actual, oficial y extraoficial, sobre el eros. Eloy lo hace, entra en el camino de las presiones, con referencias generacionales que, en gran parte, ya no son las mías, con una intención, casi siempre paródica, que no oculta en absoluto la seriedad del asunto (y sobre la que discutiremos, porque eso es una cuestión no sólo de estilo sino relativa a lo que se elige como potencial lector), pero, en cualquier caso, apuntando casi siempre a tendencias que rompen de forma clamorosa esquemas establecidos.
III. La referencia a las corporaciones, a las imágenes, a las técnicas y a los medios publicitarios remite inmediatamente a lo que entendemos por sociología de las relaciones personales; y ésta a lo que puede ser un punto de vista materialista que hace pasar a primer plano el contexto socio-económico en el que hoy hablamos de amor.
¿Cómo dialogar con este nuevo punto de vista sociológico y materialista sobre el amor desde la tradición marxista, que es la mía?
Al repasar para esta intervención lo que han escrito sobre el amor los autores marxistas y socialistas, e incluyo aquí a todos, o sea, los rojos, con los que yo me he formado, he llegado a la conclusión de que hay en ellos, entre los marxistas, casi tantas opiniones, y tan diversas, como en cualquier otro grupo o colectivo, con independencia de la adscripción ideológica o política.
De ahí que se pueda decir que este del amor es un asunto, uno de los pocos asuntos, vamos a dejarlo claro, en los que no hay doctrina establecida, al menos desde un punto de vista histórico-materialista.
Me explicaré.
Ya la pareja de los fundadores tuvieron sus discrepancias sobre esto. Es verdad que en el Manifiesto fundacional hay un acuerdo en la crítica de la hipocresía que supone el matrimonio burgués, al responder a las acusaciones que en la época se hacían a los comunistas de propugnar la comunidad de mujeres.
Pero, dicho eso, hay que añadir que Marx fue de joven, cuando estaba enamorado, un partidario de la forma romántica de entender el amor, y luego, ya maduro, en Londres, por lo que sabemos de sus relaciones con la familia, un defensor del matrimonio establecido y, de hecho, un practicante de aquella misma moral victoriana que se pone a parir en el Manifiesto.
En cambio, Engels fue en este asunto, como se ha dicho tantas veces, mucho más simpático que Marx. Fue un defensor del amor libre, de la unión libre (eso sí: heterosexual) y nunca, que se sepa, hizo concesiones a la concepción victoriana dominante en la Inglaterra de su época, esa concepción cuyos antecedentes y consecuentes Eloy parodia con mucha gracia en su libro. Y también fue Engels un defensor de las mujeres y de la igualdad de géneros en una línea muy próxima a la Fourier.
De los marxistas de la generación siguiente tampoco puede decirse que, más allá de la crítica de las costumbres establecidas, coincidieran en una idea normativa, compartida, sobre el amor, al menos sobre lo que los teóricos suelen llamar amor-pasión o amor sexuado (el amor al prójico o el amor a la humanidad es otra cosa).
La hija de Marx y su compañero, Paul Lafargue, que fueron continuadores de la obra político-social de los fundadores, llevaron la idea del amor de pareja para siempre hasta el extremo de suicidarse juntos, ya en el declive y en la enfermedad, y plantearon con esta conducta suya, o sea, con esta decisión (no con sus palabras o argumentos), un serio problema al marxismo doctrinario de la primera década del siglo XX, como se puede ver por la correspondencia y por algunos artículos de V.I. Lenin sobre aquellos años de suicidios de los rojos.
[Aquí referencia a: Lukács (el dostoievskiano que se hace comunista en el desamor y el suicidio), Gramsci (la falta de educación sentimental y la dificultad de expresión de los sentimientos íntimos), Benjamin (el crítico que llega al marxismo por amor y pierde a su amor) y Brecht (el comunista libertario polígamo, etc.)]
[Kostas Axelos, «Los marxistas y el amor», Arguments, 1961 sobre la evolución del asunto y el debate de V.I. Lenin con Clara Zetzin y Alexandra Kollontai: del amor libre al matrimonio proletario por amor. De la Constitución soviética (abolición del poder del marido, capacidad jurídica plena de la mujer, facilidad para disolver los matrimonios, reconocimiento de las uniones de hecho, eliminación de la diferencia entre hijos naturales y legítimos, etc.) al mantenimiento, más o menos abiertamente, del patriarcado en la Unión Soviética].
De hecho, y desde entonces, cuando se estudia esto con cuidado se ve que la reflexión, si no sistemática, por lo menos particularizada de los marxistas sobre el amor ha ido siempre unida a la hibridación con otros puntos de vista o teorías, singularmente con la teoría de Freud y con psicoanálisis en sus diferentes variantes.
Es el caso de las obras de Wilhelm Reich (1897-1957), sobre todo en la segunda fase de su vida, cuando militaba en el partido comunista austriaco y escribió La revolución sexual, que es, en lo esencial, un intento de síntesis entre el materialismo dialéctico y el psicoanálisis.
Es el caso también de Herbert Marcuse en Eros y civilización (1955), derivación optimista, en lo que tiene de marxista, de la teoría de Freud.
Y es el caso de la obra seguramente más leída y discutida entre marxistas de la segunda mitad del siglo XX, El arte de amar, de Erich Fromm (1956).
La finalidad del libro de Fromm era demostrar que el amor no es un sentimiento fácil para nadie, sea cual fuera el grado de madurez alcanzado; convencer al lector de que todos los intentos de amar están condenados al fracaso a menos que procure, del modo más activo, desarrollar la personalidad total, desarrollar en forma discursiva una orientación productiva. Su tesis central es que la satisfacción en el amor individual no puede lograrse sin capacidad de amar al prójimo, sin humildad, coraje, fe y disciplina.
En lo que hace al análisis del amor en sí no hay en Fromm, a mi modo de ver, gran novedad. Sí que la hay, en cambio, en el desarrollo de la aproximación socio-económica, es decir, al contexto. Fromm decía, desarrollando en esto lo que habían escrito otros marxistas, que una cultura en la cual cualidades como las mentadas (amar al prójimo, humildad, coraje, fe y disciplina) son raras, también han de ser raras las capacidades de amar. Y aducía que quien no lo crea debe preguntarse a sí mismo cuantas personas verdaderamente capaces de amar ha conocido.
Uno de los caminos utilizados especialmente por los hombres para lograr que se les ame es tener éxito, ser tan poderoso y rico como lo permite el margen social de la propia posición.
En una cultura en la que prevalece la orientación mercantil y en la que el éxito material constituye el valor predominante no hay en realidad motivos para sorprenderse de que las relaciones amorosas humanas sigan el mismo esquema de intercambio que gobierna el marcadlo de buenas y de trabajo.
Hay por tanto algo que aprender sobre el amor porque el amor es un arte. Y ahí viene la comparación con la medicina.
[Y terminar con la comparación con la medicina].
Nota
[1] NE. La superproducción de los afectos, Anagrama, 2010 (Premio Anagrama de Ensayo).