¿Qué país ha perdido tres guerras mundiales consecutivas?
Miguel Candel
Alemania, por supuesto.
Perdió la primera en 1918, la segunda en 1945 (aunque la tenía perdida desde 1943) y la tercera en 2022. Y en todos los casos por la misma razón: por enfrentarse a Rusia. Veamos.
Entre la primera derrota y la segunda pasaron 27 años, entre la segunda y la tercera, 77. O sea que parece que el ritmo de derrotas se va ralentizando. Algo es algo. Pero no suficiente para que los alemanes (y los europeos en general) durmamos tranquilos y pensemos que las propuestas de Pax perpetua formuladas por el buen alemán Kant han triunfado definitivamente.
Las causas de las derrotas de 1918 y 1945 son harto conocidas: desoyeron la advertencia de Bismarck de que nunca guerrearan en dos frentes a la vez, advertencia hecha no sé si porque el viejo zorro canciller conocía el refrán español que dice «casa con dos puertas mala es de guardar» o, sencillamente, porque tenía bastante sentido común. Algo de lo que carecía el káiser Guillermo II y, por supuesto Adolf Hitler. En cambio, después de su relativa domesticación como potencia dedicada fundamentalmente al desarrollo económico y la consiguiente transformación de las divisiones Panzer en millones de automóviles Volkswagen, Opel, Audi, BMW y Mercedes, parecía que Alemania había aprendido finalmente las lecciones de la historia.
Claro que algún ramalazo bélico se le escapó cuando en los años 90 del siglo XX (mano a mano con el inefable Papa Wojtyla, también conocido como «el besasuelos» y gran encubridor de pederastas como Marcial Maciel Degollado, fundador de los Legionarios de Cristo) decidió promover la voladura incontrolada de la Federación Yugoeslava, el bajo vientre, junto con Italia, del antiguo Imperio Romano Germánico y su sucesor, el Imperio Austrohúngaro. Decidida a ahijar a las católicas Eslovenia y Croacia enfrentándolas a la ortodoxa Serbia, la recién reunificada Alemania armó hasta los dientes a Croacia con el armamento pesado heredado de la extinta RDA, que no encajaba en los estándares de la OTAN. Era una expeditiva manera de ampliar su zona de influencia sin esperar a los engorrosos trámites de los procesos de adhesión a la CEE (pronto UE), que de todas formas culminaron luego muy rápidamente con la incorporación de casi todos los miembros del extinto Pacto de Varsovia, excepto Rusia, claro está[1].
Pero lo cierto es que, gracias en parte a la «Realpolitik» promovida por el sensato canciller Willy Brandt, el acercamiento de Alemania al Este europeo se fue afianzando ya desde antes de que concluyera la guerra fría. Y una vez concluida ésta, el viejo impulso de expansión hacia el Este se transformó en expansión comercial, adquisición o absorción de empresas, etc., en los antiguos países de economía dirigida. Pero el plato fuerte de este banquete económico eran, naturalmente, los acuerdos comerciales con Rusia, cuyo elemento más sustancioso y visible era la compra masiva de gas, obtenido a través de grandes gasoductos, así como de otras muchas materias primas y recursos básicos. Eso iba generando poco a poco una simbiosis económica ruso-germana que conseguía, pacíficamente, lo que la Operación Barbarrossa de 1941 trató de conseguir por la fuerza bruta. Simbiosis que a raíz de la guerra de Ucrania ha saltado por los aires junto con los gasoductos Nord Stream 1 y 2.
Constituye un insulto a la inteligencia sostener, como hicieron y hacen todavía ciertos periodistas y portavoces políticos, que la voladura de los citados gasoductos fue perpetrada por los propios rusos. (Claro que, para que haya insulto a la inteligencia, tiene que haber inteligencia, algo de lo que quienes siguen a pies juntillas las consignas de Washington y Bruselas no parecen andar muy sobrados.) Según el elemental criterio cui prodest? («¿a quién beneficia?»), reforzado por la copiosa información audiovisual existente sobre movimientos, en días previos a la voladura, de buques y helicópteros de países de la OTAN sobre las aguas de la zona marítima cercana a Dinamarca donde se produjo el sabotaje, pocas dudas pueden quedar de que la mano que puso los explosivos no era precisamente rusa[2], sino de comandos pertenecientes a algún o algunos países de la Alianza Atlántica. Y, por si eso fuera poco, ahí están las declaraciones previas de mandatarios norteamericanos diciendo que impedirían a toda costa la continuidad y el aumento del suministro de gas ruso a Europa. De que no cualquier país miembro de la OTAN, sino los propios Estados Unidos son los beneficiarios hacia los que hay que mirar al pedir responsabilidades, no ya por el sabotaje de los gasoductos[3], sino por la crisis derivada de la guerra de Ucrania, dan testimonio muchos artículos recientes como el aquí extractado, procedente de la publicación digital CGTN:
«Hoy en día, los políticos en Francia y Europa están más preocupados que nunca por el vaciado del sistema industrial europeo por los Estados Unidos. Las empresas europeas se enfrentan a una grave crisis de supervivencia a medida que los precios de la energía en Europa aumentan los costos de producción. Según Eric Trapier, presidente de la Federación Francesa de Industrias Metalúrgicas, las facturas promedio de gas natural y electricidad pueden cuadruplicarse. Ante la relativa estabilidad de los precios de la energía en los Estados Unidos y la Ley de Reducción de la Inflación para otorgar generosos subsidios a las empresas locales, las empresas europeas se plantean instalarse en los Estados Unidos. Volkswagen, de Alemania, anunció la expansión de sus negocios en los Estados Unidos; Dunkerque, la compañía de aluminio más grande de Francia, anunció una reducción del 20% de la producción; OCI, una compañía holandesa de fertilizantes, está invirtiendo cientos de millones de dólares en los Estados Unidos… La industria está escapando de Alemania.
El riesgo de desindustrialización en Europa ha afligido mucho a los responsables políticos europeos. Desde el estallido de la crisis en Ucrania, Europa ha seguido a los Estados Unidos para lanzar una serie de rondas de sanciones contra Rusia, pero se ha convertido en la mayor víctima. Estados Unidos, el iniciador de la crisis al otro lado del Atlántico, utiliza la profunda crisis energética de Europa para lograr beneficio. Por ejemplo, el valor de 60 millones de dólares estadounidenses de gas natural licuado enviado a Europa es vendido por 275 millones de dólares estadounidenses, un aumento de hasta más de tres veces. En agosto de este año, los Estados Unidos promulgaron un proyecto de ley de reducción de la inflación para proporcionar altos subsidios a los vehículos eléctricos locales, pero excluyeron a la UE, Japón, República de Corea y otros países. Bajo términos injustos, el atractivo de la industria europea de vehículos eléctricos se ha debilitado. Cada vez más europeos ven que el aprovechamiento del conflicto ruso-ucraniano para impedir la autonomía estratégica europea, obtener grandes ganancias con la crisis energética y luego debilitar la industria manufacturera europea es la intención original de EE.UU.»
En efecto, la actual crisis energética y, por tanto, industrial en Europa no es sólo, como ya he señalado, consecuencia de la voladura de los gasoductos Nord Stream, aunque ése es el hecho de mayor valor simbólico y mayor efecto negativo a corto plazo, sino que (además de venir precedida de crecientes problemas en las cadenas mundiales de suministros) deriva de toda la política de sanciones contra Rusia, recrudecida este año, pero iniciada mucho antes de la intervención militar directa en Ucrania, pues se remonta como mínimo a 2014, a raíz del golpe de Estado antirruso del Maidán y la subsiguiente anexión rusa de Crimea (con abrumador apoyo de su población expresado en referéndum), así como la ayuda militar a las repúblicas de Luhansk y Donetsk, en el Donbás, que ya entonces pedían el reconocimiento ruso de su independencia respecto de Ucrania, debido a la discriminación social, política y cultural de que eran objeto por el gobierno ucraniano surgido del golpe.
Y quien dice crisis de la economía europea dice crisis de su principal motor: Alemania. De manera que, en estos tiempos en que la mayor parte de los conflictos internacionales se ventilan sólo parcialmente en forma de guerra abierta y mayoritariamente a través de guerras comerciales a escala planetaria, no es ninguna exageración decir que Alemania está perdiendo la tercera guerra mundial. De hecho la ha perdido ya, pues el daño causado a su economía por la estrategia estadounidense consistente en disparar contra Rusia de manera que los proyectiles caigan de rebote sobre Europa, y principalmente sobre Alemania, va a ser irreversible durante mucho tiempo. Habrá quizá quien no lo sienta. Un servidor sí.
Notas
[1] El socialista(?) Jacques Delors, hacia el final de su mandato como presidente de la Comisión Europea, había hecho unas declaraciones de carácter interno (a las que tuve acceso) en las que anticipó que las fronteras de la futura Unión Europea serían (literalmente) las de la «Europa cristiana no ortodoxa» (por cierto, Ucrania no es íntegramente ortodoxa, sino que cuenta con una comunidad cristiana afín al catolicismo: los llamados «uniatas»).
[2] ¿Qué necesidad tenía Rusia de destruir sus propios gasoductos, teniendo como tiene la llave de paso del gas que circulaba por ellos? Pero, claro, mientras existían los gasoductos Rusia podía jugar con abrir o cerrar la espita y presionar así a Alemania para que dejará de aplicar sanciones. Ahora, obviamente, ya no puede hacerlo.
[3] Sabotaje que, aparte de las económicas, ha tenido consecuencias ambientales desastrosas. Según un experto español entrevistado en TVE, el gas metano liberado a la atmósfera durante los tres días siguientes a la voladura equivalía a las emisiones producidas por dos millones de automóviles a lo largo de todo un año.
Miguel Candel Sanmartín
Presidente del Consejo Político Nacional de AIREs – La Izquierda
Doctor en Filosofía
Fuente: AIRE (https://www.aire-laizquierda.es/2022/12/20/que-pais-ha-perdido-tres-guerras-mundiales-consecutivas/)