Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Florecimiento de la conciencia, alegría de la lucidez

Francisco Fernández Buey

El 25 de agosto de 2022 hizo diez años del fallecimiento de Francisco Fernández Buey. Se están organizando diversos actos de recuerdo y homenaje y, desde Espai Marx, cada semana a lo largo de 2022-2023 publicaremos como nuestra pequeña aportación un texto suyo para apoyar estos actos y dar a conocer su obra. La selección y edición de todos estos textos corre a cargo de Salvador López Arnal.

Prólogo a: Félix Novales, El tazón de hierro, Barcelona: Crítica, 1989.

Escrito fechado el 5 de abril de 1989.

Anexo 1: Carta de FFB a Félix Novales (24/I/1989).

Anexo 2: Carta de FFB a Perfecto Andrés Ibáñez (15/III/1989).

Anexo 3: Presentación del autor de la correspondencia Félix Novales-Manuel Sacristán (primavera de 1989) y última carta de Sacristán.

Anexo 4: Carta de Félix Novales (15/VI/1992)

*

Dos motivos sentimentales y una razón político-moral me han llevado a acompañar aquí a Félix Novales —con tanto aprecio por el trabajo hecho como inquietud por su destino— en este relato autobiográfico suyo que no dudo en calificar de conmovedor; un relato que finalmente ve la luz con el título sugerente y metafórico de El tazón de hierro y que —estoy convencido de ello— no necesitaría prólogo alguno, y aún menos muletas prestadas, si no fuera por circunstancias en gran parte ajenas al valor del texto mismo: a que ha sido escrito desde la cárcel, a que su autor sigue en prisión cuando escribo estas líneas [abril de 1989] y a que la generosidad del editor, Gonzalo Pontón, ha hecho pensar a éste que así, con estas pocas palabras previas, tal vez podamos nosotros ayudar también a que Félix Novales salga pronto en libertad.

Uno de esos motivos sentimentales aludidos es el recuerdo de la primera vez que escuché su nombre. Era el 25 de agosto de 1985. Aquel día Manolo Sacristán me contó en Barcelona que acababa de contestar una carta en la que Félix Novales, desde la prisión de Soria, le pedía consejo sobre un escrito suyo, cuyo tema era la historia contemporánea de España, y le consultaba su intención de ponerse a estudiar filosofía en la cárcel. Aquel nombre se me quedó grabado debido a su condición de preso político en la España democrática y al comentario apasionado que entonces me hizo Manolo Sacristán a propósito de la rara sensibilidad de aquel joven que se presentaba a sí mismo como un extraño producto de los años setenta y que, después de una intensa militancia en los Grapo y de casi siete años de cárcel, llegaba a la conclusión de que había que volver a empezar reconciliándose, para ello, con la realidad.

Sacristán, que (con la bondad solidaria que siempre le caracterizó) se manifestaba presto a la ayuda, y que sólo por aquella modestia suya que le hacía tan diferente de otros intelectuales escatimaba el consejo, rechazó, en cambio, que uno tuviera que reconciliarse moralmente con la realidad, con esta realidad que sigue produciendo explotación y hambre, desigualdad y muerte[1]. Pero como Félix Novales ha reproducido aquí, en El tazón de hierro, las dos cartas, la de Sacristán y la suya, no voy a insistir en el contenido de las mismas. Sí querría añadir, no obstante, unas palabras sobre el primer motivo sentimental.

Es posible que el paso del tiempo con su inexorable mezcla de acontecimientos dispersos me hubiera hecho olvidar aquella anécdota, o que mi cerebro se hubiera limitado a registrar la exigencia del filósofo a la hora de distinguir entre análisis científico, nada ideológico, de la realidad social o política, por un lado, e innecesariedad de reconciliarse moralmente con una realidad injusta, por otro, si no fuera por el hecho de que Manolo Sacristán murió, inesperadamente, dos días después de aquel encuentro, tal vez el mismo día en que Félix Novales recibía en la prisión de Soria una de sus últimas cartas, la última, sin duda, con intención político-moral. En todo caso lo cierto es que algunas semanas más tarde Félix Novales envió copia de aquella carta a Josep Fontana, recogiendo una sugerencia que Sacristán le hacía en ella para que se pusiera en comunicación con el historiador al que más apreciaba y con el que tantas aventuras políticas había compartido en el pasado. Fontana, a su vez, nos proporcionó la copia de aquella carta a los redactores de la revista mientras tanto por ser una pieza documental, sin duda valiosa, para estimar el pensamiento del último Sacristán, su último combate, si se me permite la expresión anacrónica.

Así es como aquel nombre, Félix Novales, quedó unido en mí para siempre al recuerdo de los últimos días de quien fuera mi mejor amigo durante muchos años. Pero en aquel verano de 1985 yo sólo sabía de Félix Novales que había sido militante de los Grapo, que estaba cumpliendo una larga condena en la cárcel de Soria, que se había desvinculado recientemente de la organización en nombre de la cual actuó entre 1977 y 1979, y que intentaba rehacer su vida en la prisión estudiando historia y filosofía. Sabía también, ciertamente, de su juventud y, por lo tanto, me imaginaba que, a pesar de la condena, aquellas expectativas suyas tenían que florecer y dar sus frutos. Eso era todo lo que yo sabía entonces.

Creo que fue en la primavera de 1986 cuando recibí la primera carta de Félix[2], en aquella ocasión orientado, a su vez, por Josep Fontana. En ella me hablaba, entre otras cosas, de una decisión ya tomada: la de matricularse en la facultad de filosofía de la UNED. El motivo último de aquella decisión, que al parecer rompía una vacilación anterior entre la historia y la filosofía, era para Félix, según creo recordar, la fascinación que causa la complejidad del mundo, de aquel mundo, supongo, «grande y terrible», como lo llamaba Antonio Gramsci cuando quería referirse precisamente a la siempre repetida dificultad de la reconciliación entre el ámbito de los sentimientos, del amor a la naturaleza, de los gustos privados, y el ámbito, más plano, de la política. Mundo tanto más «grande y terrible» en el caso de Félix cuanto que la experiencia del conocimiento, la consciencia del mismo, iba a tener que ser hecha desde la ausencia de la libertad.

En los cuatro años transcurridos desde aquel verano he tenido ocasión de conocer a Félix Novales mucho más de cerca, aunque cuando acabo de escribir estas palabras sólo he podido verle personalmente en una ocasión y hace muy pocos días. De ahí el segundo motivo sentimental que me mueve ahora: un motivo que arrancó del deseo expresado por el propio Félix, para quien el relato debía llegar a los otros, tocar a los otros, no por la vía de la reflexión política explícita (en la medida en que precisamente El tazón de hierro supone una crítica del politicismo juvenil) sino más bien —decía él— «por caminos íntimos». También yo, por tanto, necesitaba ver sus ojos, la dimensión y el giro de sus manos y el óvalo de su rostro para que lo dicho no se me convirtiera a mí mismo en uno de esos prólogos de oficio al uso o en la muleta que se presta al prójimo inválido por mera cortesía distante. Conocer, pues. Conocerle.

Este conocimiento me ha confirmado la impresión que ya tuviera al leer por primera vez El tazón de hierro: florecimiento de la conciencia, alegría de la lucidez que madura en una vida todavía muy joven pero ya plena de sensibilidad y de inteligencia práctica. Verle allí, al otro lado de los barrotes y del cristal blindado, escuchar sus razones, oír de sus labios la repulsa de los métodos utilizados en el pasado sin ocultar por ello que en el hoy —ni aquí ni en otros lugares- la justicia es igual para todos; volver a experimentar, en suma, aquella impresión que, en la primera lectura de este relato autobiográfico, se superpone a la tristeza y acaba venciéndola, la impresión de estar ante un caso de autocrítica verdadera, de sensibilidad auténtica: todo ello ratificaba en mí el otro motivo sentimental. Espero que este motivo sea compartido por los lectores de El tazón de hierro.

Pero como quizá fuera excesivo, y se comprende, pedir a estas alturas que le crean a uno casi bajo palabra, sin otros argumentos que la manifestación del sentimiento o la exteriorización de impresiones personales, tan subjetivas, querría todavía adelantar otra razón que pudiera juntarse a las del corazón, la razón político-moral que me mueve a estar aquí en compañía de Félix Novales. Félix ha proyectado el relato de lo vivido por él mismo como una indagación acerca de los motivos que le llevaron al terrorismo en 1978, con el definido propósito de que su autocrítica, al ser pública, pueda servir también como elemento de reconsideración a otros, pueda ayudar a otros a comprender la ilusión y el error de esa forma de actuar, por el achatamiento de los sentimientos que comporta, por el fanatismo que crea en la persona, por el oscurecimiento del mundo en torno a que da lugar, por la reducción de todo comportamiento a la razón política instrumental. Ello no obstante, El tazón de hierro no es, en mi opinión, un libro contra, un libro que esté escrito contra nadie, ni siquiera contra aquellos que, siendo de la misma generación que Félix o más jóvenes, persisten en el politicismo instrumental: es, más bien, el testimonio de un hombre que, al escudriñar los motivos que le llevaron a una actuación que en la actualidad considera equivocada, al contribuir a la crítica del terror en la forma directa de la autocrítica, está buscando la reconciliación personal, la armonía interior.

Félix Novales ha formulado esa idea de varias formas y en varios planos, en el plano de la política (cuando ha sentido la necesidad de intervenir en ella desde la cárcel) y en el plano de la moral, que es el dominante en el libro. La idea es, en cualquier caso, volver a empezar, tratar de conciliar el yo individual y el yo social, reconocerse en la tolerancia y en la sensibilidad pacífica, en la alegría que da el liberarse de los mitos, de los mitos heredados y de los que uno se crea, en el desvelamiento de las ilusiones infundadas, en el conocimiento en definitiva. Desde este horizonte ideal, tan difícil de alcanzar en la cárcel por lo demás, se entiende bien, creo, el proyecto existencial que hay debajo de El tazón de hierro y del que el libro mismo es sólo una muestra, una manifestación; el proyecto es una apuesta, un reto, un pulso, un ajuste de cuentas con las propias fuerzas actuales para intentar saber si, efectivamente, el espíritu de la rebelión que hace once años impulsó al joven a tomar las armas, y a emplearlas, era en verdad un espíritu positivo, bondadoso y justiciero que no supo distinguir entonces entre los motivos de la rebelión y los medios para combatir el mal social, y si lo era, si era tal, resucitarlo en otra dirección, tal vez en la dirección contraria, manteniendo la crítica de la injusticia, pero rectificando la forma de la crítica.

En ese plano El tazón de hierro es, además de una apuesta en favor de la reconciliación interior, un acto de introspección consciente. Pues lo que preocupa a su autor es calar en los propios sentimientos para, desde esa inmersión sentimental, explicar a los demás cómo se llega al odio social a través de la rebelión que acompaña a la mirada bondadosa pero crítica del mundo en que se vive, y desde ahí, buscando la catarsis, tratar de conservar en última instancia la bondad social que hubo en el instinto de la rebelión desligándose al tiempo de aquel brutal medio de expresarla.

En una carta escrita a comienzos del año 1988 en la que estaba pergeñando ya este proyecto consistente en echar fuera los propios demonios para lograr esa catarsis que ha de conducir finalmente a la reconciliación con uno mismo, Félix Novales me decía algo así como que lo ideal para dar forma adecuada a tal intención sería conseguir hablar de cosas reales, y hasta tremendas, sin perder por ello el tono sensible ni caer en la fría exposición de los hechos, para lo cual lo mejor habría de ser –concluía él– «envolverlos en la calidez literaria». Pues bien: eso es verdaderamente lo logrado, lo que hace al producto final conmovedor. He empleado esta palabra desde el principio porque es la que mejor me parece reflejar el estado anímico del lector atento cuando llega al final del relato. El recorrido a través de «las cosas tremendas» (de la represión en los primeros meses del posfranquismo, de las muertes por el odio social, de la tortura, de la humillación, de la sangre en las cárceles, de la servidumbre voluntaria y de la manipulación de la ignorancia, de las huelgas de hambre y de la brutalidad del poder…) hecho de la mano de un narrador que combina la descripción distanciada con la valoración apasionada de los acontecimientos realmente acaba impresionando. Hay momentos en ese recorrido en los que uno se encuentra con un nudo en la garganta o siente el humedecimiento de los ojos. Cosas ambas que invitan a reflexionar. A reflexionar sobre este mundo nuestro tan mercantilizado y supuestamente aproblemático que tantas veces trae a la memoria la imagen de la ciudad alegre y confiada; a reflexionar desde la emoción de esta sensibilidad con la que se nos narra la tragedia de la violencia gratuita o la alegría del conocer, del reconocer y del reconocerse.

Ese es el objetivo cumplido del proyecto. Lo que de verdad conmueve en El tazón de hierro (vieja imagen maoísta que Félix vincula a la comuna, a la comunidad de bienes) es esta tranquila lucidez con la que su autor ha abordado los problemas que le afectan más directamente: la vivencia del pasado, las condenas, la cárcel. Lo conmovedor es la fuerza de las convicciones de Félix Novales ahora que ha cambiado las ideas que tuvo hace diez o doce años, la facilidad espontánea para la exteriorización de los sentimientos más íntimos y de las esperanzas más profundas. Lo que en verdad conmueve es la inteligencia con que ha sabido encontrar el tono que conviene: ir percibiendo a medida que el relato avanza cómo su autor, con el que no puede uno por menos que identificarse empáticamente, va distanciándose de la parte negativa de lo que fue —de la muerte, de la intolerancia, de la violencia y del dogmatismo—, de aquello precisamente que quería criticar, para transformarse en un hombre nuevo que, sin embargo, tiene que vivir, está obligado a vivir, en un mundo (ahora cerrado y doblemente duro para él) en el que siguen rigiendo la intolerancia, la desigualdad y la injusticia, en un mundo, el de las cárceles, en el que la muerte se hace aún más gratuita y la vida tiene aún menos valor.

Difícil superar el nudo en la garganta ante la forma en que El tazón de hierro narra el comienzo de la crisis interior, aquel darse cuenta en un momento, de pronto, ante el conflicto entre lo que uno piensa y lo que realmente está ocurriendo en este país nuestro, de que se había perdido por completo el sentido de la realidad. Es en ese contexto en el que se explica la necesaria urgencia de «reconciliarse con la realidad». Difícil de superar, porque la expresión con que Félix Novales inicia la declaración de la crisis interior —«de pronto me rompí»— no es sólo el final de la historia de las cosas tremendas, de las seguridades, de la moral de las redondeces, sino también el comienzo de otra cosa, de otra historia. Ese romperse es, paradójicamente, un abrirse al mundo, el abrirse de SÍ mismo a la realidad en el que se descubre la infinita alegría del conocimiento: la lucidez de la inteligencia, la distancia de la ironía, la sensibilidad en el contacto con los demás, la tolerancia en la comunicación con los otros.

No es difícil, en cambio, imaginarse en estos rasgos al joven estudiante de bachillerato al que sus compañeros del instituto de Basauri[3] eligen delegado de la clase, ni tampoco al adolescente en el que despierta el espíritu de la rebelión a la vista de la violencia del franquismo en sus estertores y que entonces –a los diecisiete años– siente que el mundo es «tan cruel» que se le hace inmoral seguir estudiando «mientras a mi alrededor todo era odio e impotencia»; ni siquiera es difícil imaginarse en esos rasgos al joven trabajador y «raro especimen» —para decirlo con sus propias palabras— que empieza a militar en el PCE(r) y entra, por tanto, en la clandestinidad justo cuando tantos otros, con unos pocos años más, salíamos de ella.

¿De dónde, entonces, la frialdad necesaria para tanta muerte? ¿De dónde brotó el fanatismo preciso para tanta sentencia, los hígados requeridos para tanta sangre en el pasado? Son estas preguntas que uno tiene que hacerse sabiendo o recordando cómo eran la sociedad y el Estado, en Euskadi y en España, durante aquellos años, cuando la distinción entre terrorismo y lucha armada no había sido establecida con la claridad de ahora, cuando el terror del Estado seguía siendo el pan nuestro de cada día y cuando todos, o casi todos, en la izquierda política y social admitíamos –¿recordáis?– la bondad moral de la resistencia armada contra los tiranos, la obviedad histórica de la violencia defensiva frente a la injusticia y a la desigualdad. Recordando esto no para justificar con la mano izquierda lo que se autocritica con la derecha, sino para afirmar que hubo otra historia, además de la que hoy se está contando, otra historia que es también la nuestra y en la que tenemos responsabilidades compartidas. Pues en ese recordar con verdad toda la historia reciente de nuestro país está tal vez la explicación de aquella frialdad necesaria, y –lo que es más importante– el principio del reconocimiento de que el victimario es también, y a la vez, víctima él mismo.

Que no quede en El tazón de hierro resto alguno de aquella frialdad, de aquel fanatismo del pasado no es, en absoluto, mera destreza literaria de un autor por lo demás novel; es, creo yo, prueba de lo auténtico de la reconsideración moral, de la veracidad de su rectificación; muestra, en una palabra, de que este Félix que escribe y que lucha por salir de la cárcel en 1988 no es ya aquel Félix que mataba en 1978. Tal vez por eso mismo, porque la veracidad del cambio es muy patente, no echa uno en falta en El tazón de hierro el discurso explícito que hace tema del arrepentimiento. Al contrario: dada la perversión de la vieja palabra «arrepentimiento» por el manoseo politicista e instrumental de los poderes –del poder del Estado y del poder de las milicias que se le oponen– muchos agradecemos que Félix haya preferido otros términos, como «reconstrucción moral», «rectificación» o «reconciliación del yo individual con el yo social», para expresar la evolución de su personalidad en estos diez últimos años.

Porque aparte de las muertes –sentidas y deploradas hoy–, de la tortura –aún presente–, de la miseria psíquica en las cárceles –que parece en aumento– y de la humillación de los presos y de sus familiares a manos de funcionarios sin escrúpulos –por suerte decreciendo, según se dice–, hay todavía otro aspecto inquietante aludido en El tazón de hierro al que no quiero dejar de hacer referencia al terminar esta nota. Se trata de los obstáculos con que choca el hombre que, después de diez años de cárcel, decide rectificar, reconciliarse; de los obstáculos que todavía se oponen a uno de los pocos derechos que le quedan al hombre en la cárcel: el derecho a cambiar, a ser otro, a hacerse otro. De un lado el obstáculo que representan ciertas instituciones del Estado que no se conforman con la aplicación de la ley, sino que interpretando ésta en función de las atribuciones políticas y haciendo política instrumental llegan a veces a convertir al preso en rehén de su pasado y le siguen juzgando ahora por lo que hizo; del otro lado el obstáculo representado por el poder de las milicias que se oponen al Estado, el cual poder tiende siempre a interpretar el derecho individual a cambiar de opinión en lo tocante a los métodos como una traición e impulsa, por tanto, al preso político –que con sinceridad sigue aspirando a lo mismo pero de otra manera, con otros medios– hacia la esquizofrenia, hacia la división de la conciencia, hacia la dilaceración del yo, hacia el desgarramiento de la personalidad.

Tal vez, cuando la lucidez de la conciencia ha florecido ya y la demasía de un día ha sido superada, este estar en medio sea lo más tremendo de todo. Particularmente si uno piensa en el futuro, en el porvenir de Félix Novales y de quienes han seguido una trayectoria como la suya. Para estar en medio, para hacer frente a tales obstáculos, se necesita, con toda seguridad, valentía. Hay tiempos –decía el viejo sabio– en los que lo más que puede hacerse es dar ejemplo. Pero en todo tiempo cabe también la actitud solidaria con quien lo da. Espero que estas palabras mías, movidas por el sentimiento y por una razón político-moral, puedan servir a lo que fue su objeto inicial: que Félix Novales siga sintiendo, trabajando, pensando y luchando fuera de la cárcel.

 

Anexo 1. Carta de Francisco Fernández Buey a Félix Novales

Fechada en Valladolid, 24 de enero de 1989

 

Querido Félix:

Recibí tu última carta en Barcelona durante las vacaciones de Navidad. No te he escrito hasta ahora porque estaba esperanzo el resultado de una gestión editorial para la eventual publicación de tu manuscrito. Hice la gestión con la Editorial Crítica a través de Josep Fontana. En este momento no he tenido todavía respuesta. El retraso se debe seguramente a que, mientras tanto, Mondadori ha comprado la Editorial Grijalbo (a cuya empresa pertenece Crítica) y, por tanto, están en un momento delicado en lo que hace a la producción. De todas formas, espero tener noticias de Fontana en los próximos días.

Hubiera seguido esperando si no fuera porque ayer me llamó por teléfono Aurelio Arteta, al que conozco desde algunos años, quien me dijo que había leído también tu manuscrito. AA opinaba que había que publicarlo cuanto antes y, con esa intención, se lo había pasado a Fernando Savater. Según AA Savater opinaba que la editorial adecuada (o, tal vez, la más a mano) para su publicación es El País. Yo no soy de esa opinión y así se lo dije a AA, el cual va a verte, según creo, dentro de unos días. Como no me gusta especular con los demás acerca de algo cuya decisión última te concierne a ti, quiero explicarte mi opinión. Que es ésta: un texto como el que has escrito es un testimonio que vale por sí mismo, no por la casa editorial que lo publique. Si he entendido bien lo que es actualmente tu visión del mundo, de la sociedad y de las relaciones entre las personas, habría que buscar una editorial «roja» (para entendernos), una editorial capaz de entender y valorar la autocrítica sin manipularla o convertirla en mera mercancía. Dentro de lo que hay, Crítica reúne, creo, esas condiciones. El problema, Félix, es que en este momento no puedo asegurarte nada. Te diré ahora por qué no me gusta la editorial de El País: esa empresa ha hecho todo lo que estaba en su mano desde hace unos años para acabar con la cultura comunista en España (escribo «comunista» en un sentido amplio, no partidista). Y lo sigue haciendo. En los últimos tiempos ha añadido, a la caza del rojo, la caza del verde, del alternativo, etc. Tiene a su favor, en cambio, ser la empresa que publica el periódico más liberal (razón por la cual, no habiendo prensa alternativa, también yo lo leo diariamente). Esto último, es suficiente para mí, porque sigo pensando en una cultura alternativa, en una cultura de los de abajo.

La vida de una persona tiene, sin embargo, tantos matices, inflexiones, urgencias, necesidades y voluntades que en un momento concreto pueden ser determinantes que el «obra en forma tal que la máxima de tu conciencia pueda convertirse en ley universal» siempre me ha parecido un exceso rigorista. Dicho en plata: respetaré tu opinión al respecto. Lo que decidas hacer, bien hecho estará. Quería, no obstante, comunicarte mi opinión con la misma franqueza con la que se le comuniqué a AA para evitar cualquier tipo de equívoco en estas cosas.

No te he mandado la foto que me pedías por dos razones a cual más tontas: primero porque me daba un poco de vergüenza (tal vez absurda) la exhibición, después porque al regresar a Valladolid me di cuenta de que no teníamos aquí ninguna foto en la que estuviésemos Neus, Eloy y yo juntos[4]. Esta última tontería puede acabar siendo una buena razón adicional para que nos hagamos una foto los tres aquí. Y después te la mandemos, claro.

Hay otra cosa que quería enviarte y que estoy seguro que te va a interesar: la edición castellana de las cartas de Antonio Gramsci a Julia Schucht, que he terminado por traducir hace un par de meses[5]. También eso saldrá en Crítica y también eso estaba retrasando esta carta. Si el volumen se publica en las dos próximas semanas, te lo enviaré; si en ese plazo no ha salido, haré fotocopia de la traducción de una selección de las cartas y te las haré llegar. No es propiamente una novedad, pues algunas de ellas estaban traducidas ya en la Antología de Sacristán[6], pero esta edición tiene la gracia de que permite leerlas todas juntas (las de antes de la cárcel y las de la cárcel) y seguidas. Trae, además, una noticia de la vida de Julia Schucht (escrita por Mimma Paulesu Quercioli, una parienta de Gramsci) que le permite a uno hacerse una idea de quien era ella, cosa de verdad importante, pues la tragedia de las correspondencias «históricas» es que el otro (en este caso, la otra) queda absolutamente difuminado.

Hasta las vacaciones de Semana Santa estaré en Valladolid (calle Nicolás Salmerón… o Departamento de Sociología de la Facultad de Económicas, avenida del Valle Esgueva, 6).

Un fuerte abrazo y hasta pronto,

PS.: Tienes que decirme dónde tengo que escribirte ahora, pues AA me comunicó que te habían trasladado a Madrid.

 

Anexo 2. Carta de FFB a Perfecto Andrés Ibáñez

Fechada en Valladolid, 15 de marzo de 1989.

 

Querido amigo: como seguramente sabes, estoy desde hace seis años en la Facultad de Económicas de la Universidad de Valladolid; durante esos seis años me he convertido en una especie de viajante perpetuo entre Valladolid y Barcelona, pues en Barcelona seguían Neus y Eloy. Este año, por fin, estamos aquí, en Valladolid, los tres. Es muy probable que el curso próximo regresemos de nuevo a Barcelona. Pero de momento tienes tu casa en Nicolás Salmerón, 18, 3º A de Valladolid.

Y hecho el ofrecimiento obligado para cumplir con la hospitalidad castellana, voy con el favor que quiero pedirte. Se trata de lo siguiente. Hace ahora cuatro años recibí desde la cárcel de Soria una carta pidiendo ayuda para empezar los estudios de filosofía. El firmante, Félix Novales, había sido militante del PCE(r) y de los GRAPO, había intervenido en varias acciones de estos en las que hubo muertos y estaba condenado por ello a un montón de años. Aquella carta me impresionó por su tino y porque me hacía pensar que detrás de ella había una personalidad singular. Hace unos meses el mismo Félix Novales me hizo llegar, a través de su madre, el texto de un escrito en el que pasa revista a su vida desde la infancia hasta la peregrinación por las distintas cárceles del país. Este texto confirmó mi impresión anterior. Creo que es el testimonio más conmovedor y digno que he leído en muchos años. Pasé el escrito a la Editorial Crítica y el resultado de ello es que será publicado dentro de poco, probablemente con el título El tazón de hierro. Memoria personal de un militante de los GRAPO. Espero que, cuando salga publicado, puedas compartir la opinión anterior. Gonzalo Pontón, que es el director de Crítica, quiere que el libro salga con nota previa mía y otra de Tomás y Valiente[7] (para parar posibles golpes que compliquen la situación de Félix Novales). El caso es que, después de cumplir diez años de Cárcel, Félix logró –con la intervención de Isabel Zarzuela Ballester, juez de Zaragoza– que le trasladaran de la cárcel de Soria a la Central de Observación de Carabanchel. La finalidad principal de ese traslado era conseguir un informe favorable para cambiar la situación, poder ser trasladado luego a Nanclares (él tiene la madre en Basauri) y, con ello, lograr libertades que ahora no puede tener. Me consta que el informe dado en la Central de Observación de Carabanchel para el cambio de situación ha sido favorable, a pesar de lo cual la Dirección General de Prisiones ha desestimado (hace unos días) la petición de Félix. Él ha recurrido. Quiero saber si se puede hacer algo por él y qué se puede hacer. Por lo que yo sé Félix debía tener veintimuypocos años cuando ocurrieron los hechos por los que está condenado. Estoy seguro de que en la actualidad es otro hombre, pero no es un arrepentido en el sentido que ha tomado esa palabra y –más importante todavía– me parece un hombre de una sensibildiad extraordinaria.

No he hecho nunca una gestión de este tipo. Me ha acordado de ti al pensar en alguien que tuviera que ver con la justicia y en quien yo pudiera confiar. Ya ves. Si necesitas más datos, puedo hacértelos llegar.

Por lo demás, sigo haciendo lo mismo de siempre. Dedico un montón de horas al trabajo en la Universidad, arrimo el hombro, que empieza a estar ya un tanto deformado, a grupos y organizaciones pacifistas y rojas que siguen defendiendo causas tan perdidas como justas, y sigo colaborando habitualmente en la revista mientras tanto, convencido de que con ese título sí que acertamos y sin saber muy bien cómo al cabo de diez años todavía podemos tener mil quinientos suscriptores que nos permiten seguir. Y, por cierto, además de la casa de Nicolás Salmerón, tienes también a tu disposición, como siempre, las páginas de mt.

Un fuerte abrazo y hasta pronto,

Paco

PS: datos que pueden serte útiles:

María Isabel Zarzuela Ballester es la Juez de Vigilancia Penitenciaria de Zaragoza de la que, al parecer, depende la petición para el paso de Félix al segundo grado. Yo[8] sé qué vía hay que seguir cuando se produce una decisión negativa de la DGIP contra el informe de la Central de Observación, pero tengo entendido que ha habido casos en los cuales la Audiencia Nacional ha intervenido y fallado a favor del juez (y del recluso).

 

Anexo 3. Nota sobre la correspondencia entre Manuel Sacristán y Félix Novales (agosto 1985).

Mientras tanto, 38, primavera de 1989, p. 155 (firmado como La redacción de mt).

 

Las dos cartas que a continuación reproducimos [se reproduce aquí únicamente la carta de Manuel Sacristán] proceden de El tazón de hierro. Memoria personal de un militante de los GRAPO, un relato autobiográfico escrito a finales de 1988 por Félix Novales Gorbea desde la prisión de Soria. La carta de Manuel Sacristán está fechada tres días antes de su muerte: fue uno de sus últimos actos con intención político-moral. De Félix Novales los lectores de mientras tanto conocen ya sus «Reflexiones y propuestas» sobre el País Vasco que aparecieron en el número 28 de la revista (noviembre de 1986).

Al tiempo que agradece la amabilidad de la Editorial Crítica al permitir la reproducción aquí de este intercambio epistolar, la redacción de mientras tanto quiere llamar la atención de sus lectores acerca del valor testimonial de El tazón de hierro, un libro que con toda seguridad impresionará a todos aquellos que lucharon para que el posfanquismo fuera una democracia real, una democracia material, y que, a pesar de las derrotas y de los desencantos, no han caído luego en la despolitización o han acabado aceptando lo que hay como el mejor de los mundos posibles.

 

Carta de Manuel Sacristán

Barcelona, 24 de agosto de 1985
Félix Novales Gorbea
Preso político
Prisión de Soria
42071 Soria

Apreciado amigo,

Me parece que, a pesar de las diferencias, ninguna historia de errores, irrealismos y sectarismos es excepcional en la izquierda española. El que esté libre de todas esas cosas, que tire la primera piedra. Estoy seguro de que no habrá pedrea.

Si tú eres un extraño producto de los 70, otros lo somos de los 40 y te puedo asegurar que no fuimos mucho más realistas. Pero sin que con eso quiera justificar la falta de sentido de la realidad, creo que de las dos cosas tristes con las que empiezas tu carta –la falta de realismo de los unos y el enlodado de los otros– es más triste la segunda que la primera. Y tiene menos arreglo: porque se puede conseguir comprensión de la realidad sin necesidad de demasiados esfuerzos ni cambiar de pensamiento; pero me parece difícil que el que aprende a disfrutar revolcándose en el lodo tenga un renacer posible. Una cosa es la realidad y otra la mierda, que es sólo una parte de la realidad, compuesta, precisamente, por los que aceptan la realidad moralmente, no sólo intelectualmente (Por cierto, que, a propósito de eso, no me parece afortunada tu frase «reconciliarse con la realidad»: yo creo que basta con reconocerla: no hay por qué reconciliarse con tres millones de parados aquí y ocho millones de hambrientos en en Sahel, por ejemplo. Pero yo sé que no piensas que haya que reconciliarse con eso).

Sobre la cuestión del estudio de la historia, repito lo que ya te escribí. A principios de septiembre podré hablar con Fontana, que estará aquí, y comentaremos el asunto. No tienes que temer en absoluto que, porque esté preso, no te vaya a decir lo que piensa. Fontana es un viejo militante, ahora sin partido, como están los partidarios de izquierda con los que él tuvo y tiene trato, pero no se despistará al respecto.

Tu mención del problema bibliográfico en la cárcel me sugiere un modo de elemental solidaridad fácil: te podemos mandar libros, revistas o fotocopias (por correo aparte) algún número de la revista que saca el colectivo en que yo estoy. Pero es muy posible que otras cosas te interesen más: dilo.

Por último, si pasas a trabajar en filosofía, ahí te puedo ser útil, porque es mi campo (propiamente, filosofía de la ciencia, y lógica, que tal vez no sea lo que te interese. Pero, en fin, de algo puede servir).

Con amistad, Manuel Sacristán

 

Anexo 4: Carta de Félix Novales

En San Sebastián, a 15 de junio de 1992.

Querido Paco, en alguna de las charletas que tuvimos en Semana Santa te comenté algo sobre lo que en la comarca del Andévalo se llama ‘el año de los tiros’. En el último cuarto del siglo pasado, se generó un movimiento de protesta, en esa zona de Huelva, contra el proceso de obtención del cobre, que, en el proceso, contemplaba la calcinación, al aire libre (en las ‘teleras’), de la calcopiritas, con el propósito, muy inteligente, bajo el punto de vista del inversor, pero terriblemente nefasto desde el del sufridor de los efectos, de librarse del azufre mineral por el barato método de convertirlo en humo. Me comentaste que podía ser de interés tener alguna bibliografía de aquellos sucesos. La verdad es que no te mando gran cosa. Pero, a partir de ella, y si creéis que puede merecería la pena profundizar en ello, podría intentar conseguiros los materiales que se reseñan en la bibliografía. Míralo y me comentas.

Hablando de otra cosa. Aurelio [Arteta] ya tiene en las librerías su A diestro y siniestro[9], y está la mar de contento. Aunque sigue ‘maltratándose’. Ayer me dijo que tenía pensado enclautrarse prácticamente todo el verano. Así que ni tiempo para los amigos va a tener. En fin. Ese, desde luego, no va a ser nuestro caso. Porque sabrás que, aunque no esperaba la condicional hasta septiembre, y estaba un poco encoraginado, porque esa situación me iba a estropear todo el verano, el otro día me llegó un ‘auto’ con 150 días de redención y, como a las mamás, me dejó fuera de cuentas. Ahora estoy tramitando la libertad condicional. Es cosa de días que se haga efectiva. Como dice un amigo, parece que esta vez se acabó el ‘internado’.

Bueno Paco, miras un poco lo que te mando y me cuentas. Mientras, recibe un abrazo muy fuerte y da recuerdos y besos para Eloy y Neus tanto de parte de Itzar como de la mía.

Félix Novales.

Notas

[1] NE. La carta se recoge en el anexo 3.
[2] NE. Probablemente en el archivo FFB de la UPF.
[3] NE. Provincia de Vizcaya (País Vasco). Unos 41 habitantes en 2021.
[4] NE. Neus Porta, fallecida en 2011, y Eloy Fernández Porta, la esposa y el hijo del autor.
[5] NE. Editadas (presentadas y traducidas por FFB) con el título Cartas a Yulca (1922-1937), también por Crítica, Barcelona, 1989. Se recogen 132 cartas de Gramsci dirigidas a Giulia Schucht.
[6] NE. Reeditada en 2013 por Akal. En los años setenta del siglo pasado fue publicada por Siglo XXI. Primero en México, en 1970, y cuatro años más tarde, por motivos de censura, en España.
[7] NE. No se incorporó finalmente. Francisco Tomás y Valiente fue asesinado por ETA en 1996.
[8] NE. Tal vez Yo por No.
[9] NE. Publicado por Ediciones Libertarias Prodhufi, S.A,1992. En esa misma editorial publicó Francisco Fernández Buey, Discursos para insumisos discretos.

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