José Saramago. Ateo pesimista y genio lúdico
Maud Vergnol
“La Biblia es un manual de malas costumbres que tiene una influencia muy grande sobre nuestra cultura. Sin la Biblia, seríamos otros, probablemente mejores”
Desde su infancia en el seno de una familia de campesinos sin tierra hasta el Premio Nobel de literatura, la trayectoria del escritor portugués José Saramago es excepcional. A los 87 años, continúa combatiendo la apatía intelectual. La literatura no le ha sido servida en bandeja de plata. “Yo no he sido educado en medio de libros, he tenido que ir a buscarlos”, señala José Saramago, que recuerda, a menudo, sus raíces bereberes y su infancia modesta. El escritor nació en 1922 en una pequeña localidad del centro de Portugal, en el seno de una familia de campesinos “sin tierra” analfabetos. Hacer estudios no era factible. Adolescente, abandona el instituto para seguir la formación de cerrajero, aunque soñando con llegar a ser escritor. Ávido de lecturas, frecuenta la biblioteca de Lisboa. Auténtico autodidacta, escribe muy pronto y publica, sin éxito, una primera novela a los 25 años. Diseñador industrial, corrector, encargado de producción en una editorial, más tarde periodista, solo será a los 58 años cuando se dedique definitivamente a la literatura, después de haber participado activamente en 1974, en la Revolución de los Claveles. “Me dije: es el momento, ahora o nunca de saber si puedes ser lo que crees que eres, un escritor”.
Aunque llega tarde a la escena literaria portuguesa, Saramago se impone en ella durante los años 80, publicando “Alzado del suelo”, una novela épica sobre la revuelta de los campesinos pobres, que despierta la memoria colectiva de un pueblo machacado por más de treinta años de dictadura. Siguen, en menos de cinco años, tres novelas mayores: “Memorial de Convento”, “El año de la muerte de Ricardo Reis” y “La balsa de piedra”. Obras que revisan con una ironía volteriana los mitos de la historia portuguesa. Genio lúdico que no duda en recurrir a lo fantástico, el estilo, el “estilo Saramago”, es torrencial, de una rara riqueza sonora, liberado por una puntuación reducida al mínimo indispensable. Sin embargo su obra está lejos de lograr consenso, no tanto por sus cualidades literarias como por razones políticas. “El evangelio según Jesucristo”, publicado en 1991, suscita un escándalo nacional. El escritor realiza aquí el retrato de un dios cansado del pueblo hebreo, que decide, gracias a la intervención de Jesús, extender su influencia al mundo entero. Pero resulta que Jesús se rebela, se une con una prostituta llamada María Magdalena… y rechaza morir para fundar una nueva religión. Una insolencia herética muy pasoliniana que ocasiona una protesta airada de sus compatriotas católicos. El gobierno le acusa de “atentar contra el patrimonio religioso de los portugueses” y censura el libro sin ningún proceso.
Aunque retirado a la isla de Lanzarote, Saramago no renuncia a nada. Publica entre otras “Ensayo sobre la ceguera”, violenta alegoría sobre la deshumanización de mundo. En 1998, la academia sueca recompensa el genio del escritor. A los 76 años, recibe el Premio Nobel de literatura, lo cual no gusta nada al Vaticano que lamenta su “visión políticamente orientada y antirreligiosa”. Él declara “el Nobel es como miss Portugal, el año próximo se la habrá olvidado”. Desde luego, el escritor no tenía necesidad de esta consagración suprema, él, que mantiene un vínculo permanente con sus lectores.
Sin embargo, el Nobel le habría podido asegurar una acogida más calurosa entre sus compatriotas católicos. Pero la Iglesia no parece haber tragado la píldora. El pasado octubre, la publicación en Portugal de su nuevo libro “Caín”, un retrato muy personal del personaje bíblico, desencadenó una nueva polémica, el episcopado le acusaba de entregarse a una “operación publicitaria”.
“La Biblia es un manual de malas costumbres que ha tenido una influencia muy grande sobre nuestra cultura y hasta sobre nuestra manera de ser, replica Saramago. Sin la Biblia, seríamos otros, probablemente mejores.” Y añade que su libro “no causará problemas en la Iglesia porque los católicos no leen la Biblia”.
La suerte está echada. Porque, más allá, de su inagotable talento de novelista, Saramago es un ensayista hábil y divertido, como lo testimonian las crónicas que publica en su página en la Red desde 2008.
Del conflicto israelí-palestino a la elección de Barack Obama, pasando por su interpretación de la Europa neoliberal, Saramago, este “ateo pesimista”, como se define a sí mismo, proporciona análisis sobre política internacional. Pesimista pero no desesperado, de una ironía glacial, este “cuaderno” es un concentrado de inteligencia, un testimonio esencial de una de las grandes conciencias contemporáneas.
Maud Vergnol. Publicado en l’Humanité en español