De la polémica al sistema
Francisco Fernández Buey
El 25 de agosto de 2022 se cumplieron diez años del fallecimiento de Francisco Fernández Buey. Se organizaron diversos actos de recuerdo y homenaje y, desde Espai Marx, cada semana a lo largo de 2022-2023 estamos publicando como nuestra pequeña aportación un texto suyo para apoyar estos actos y dar a conocer su obra. La selección y edición de todos estos textos corre a cargo de Salvador López Arnal.
De G. Labica, F. Fernández Buey, Juan Trías et al., Engels y el marxismo. Madrid, Fundación de Investigaciones Marxistas, 1998, pp. 73-97.
Anexo I: Dialéctica, globalismo (1995). Anexo II: Sobre Marx y Engels (2009). Anexo III: De MSL «La tarea de Engels en el Anti-Dühring» (manuscrito no fechado)
La idea de publicar un escrito polémico contra Eugen Dühring le fue sugerida a Friedrich Engels por Wilhelm Liebknecht en 1876. Pocos meses antes Dühring había dado a la imprenta un libro que –con el pretencioso título de Cuadernos de filosofía como visión del mundo y configuración de la vida rigurosamente (1875)– estaba influyendo mucho en los medios socialistas alemanes. Pero, a pesar de que conocía esa influencia, Engels no mostró en un principio especial interés por la tarea sugerida y expresó sus reticencias aduciendo que tal trabajo crítico le desviaría de sus estudios en curso. En su correspondencia con Marx al respecto, a esta reticencia añadió otra: cierto desprecio intelectual por lo que se pretendía que fuera objeto de su crítica. Aunque poco a poco ambos motivos acabarían desdibujándose, no se puede negar que eran de peso. Desde 1872 Engels estaba empeñado en un tratamiento lo más completo posible del pensamiento socialista en el marco de la ciencia de la sociedad y de la naturaleza1, para lo cual había ido estudiando un buen número de manuales y de ensayos dedicados en su mayor parte a descubrimientos científico-naturales entonces recientes. Entre 1872 y 1875 Engels había asimilado, efectivamente, mucha literatura científica, de primera mano y de divulgación, sobre cosmología, física, astronomía, botánica y geología; con ello ampliaba su interés –manifiesto ya en las décadas anteriores– por la fisiología, la anatomía y las teorías de la evolución. Además -en lo que se refiere al objeto de la polémica propuesta- Dühring no era una autoridad científica ni tampoco un dirigente político destacado.
Sin embargo, a la sugerencia de Liebknecht se unió la discreta insistencia de Marx, de tal modo que el motivo fuerte que Engels había aducido para resistirse se convirtió precisamente en una buena razón para que éste aceptara el encargo. Dicho cambio de actitud se comprende teniendo en cuenta la tácita división del trabajo entonces existente entre Marx y Engels, así como la situación de la socialdemocracia alemana en aquel momento.
Si la principal ocupación de Marx en las horas bajas del movimiento socialista era la historia, en particular la de culturas escasamente conocidas entonces en la Europa occidental, Engels se inclinaba por la ciencia de la naturaleza, la historia de la ciencia y la filosofía natural. En 1876 Marx estaba ocupado en sus investigaciones relativas a la sociedad rusa, realizando un trabajo de ordenación y asimilación de estadísticas económicas y sociológicas parecido al que había llevado a cabo en la década de los cincuenta en la biblioteca del Museo Británico sobre el «hogar clásico» del capitalismo. La finalidad de estos estudios era terminar el volumen segundo de El capital, que inicialmente debía tratar de la renta territorial. Engels, por su parte, tenía ya en 1875 un plan de trabajo bastante detallado sobre temas científico-naturales, e incluso había llegado a escribir una introducción general cuyo hilo conductor es el manuscrito que se conoce con el título de Dialéctica de la naturaleza, obra que no llegaría a concluir2.
La derrota de la Comuna de París, el desarrollo de la guerra francoprusiana, las escisiones que en 1872 se produjeron en la Primera Internacional y la estabilización del bismarkismo parecían alejar las posibilidades revolucionarias en Europa central y occidental. De ahí –entre otras razones– el interés de Marx por lo que estaba ocurriendo en Rusia sobre todo a partir de la emancipación de los siervos3. Además, la relación de éste (y de Engels) con los principales dirigentes de la socialdemocracia alemana se había hecho conflictiva en los preliminares del congreso de Gotha por la radical crítica a la que Marx sometió el programa de unificación entre las dos principales tendencias socialistas existentes entonces. No es extraño, pues, que en un primer momento, antes de leer las obras de Dühring, Engels acogiera con cierta frialdad la propuesta de Liebknecht. Eso sin olvidar que durante los años anteriores el propio Engels había dado muestras de su realista concepción de la economía del tiempo al llamar críticamente la atención de Marx cuando éste se dejó llevar a controversias que le apartaban de su trabajo principal.
En cualquier caso, las circunstancias que anteceden a la redacción del Anti-Dühring ponen de manifiesto, una vez más, hasta qué punto en la obra de Marx y Engels la crítica y la polémica son inseparables de la vocación científica. El hecho de que Dühring, el cual había escrito años antes una favorable reseña del volumen primero de El capital, acusara ahora a Marx de metafísico, se autodeclarada como alternativa política a su izquierda en el movimiento socialista e influyera en destacados dirigentes de la socialdemocracia alemana con una posición positivista y antidialéctica, contribuyó a modificar la incivil reticencia de Engels. Siguió protestando, pero lo hizo: aceptó la tarea propuesta como un sacrificio. Cuando ya había aceptado el encargo todavía se quejó en varias ocasiones de que aquella amistosa división del trabajo le obligara a ocuparse de un material al que, después de leído, seguía concediendo escasísimo valor científico y filosófico. Así se queja, por ejemplo, en una carta a Marx escrita el 28 de mayo de 1876: «Tú lo has dicho muy bien. Puedes quedarte en el cálido lecho, ocuparte de las relaciones agrarias rusas en particular y de la renta territorial en general: nada te lo impide. Y, mientras, yo debo sentarme en el duro banco y hartarme de vino frío, interrumpirlo todo de golpe y ajustar cuentas con ese pesado de Dühring. No queda más remedio que obrar así, aunque voy a verme metido en una polémica cuyo fin no es posible prever en absoluto; pero si no lo hago, ni yo mismo estaré tranquilo».
La alusión de Engels en esta carta a la duración seguramente larga de la polémica no se refiere sólo a una previsible contestación de Dühring –cosa que, por cierto, luego no se produciría–, sino también a la opinión de Marx, compartida por él mismo, según la cual si se entraba en la controversia había que hacerlo a fondo, esto es, criticando sistemáticamente las teorías filosóficas, científicas y políticas del adversario. La última consideración permitía a Engels un cierto en lace entre la crítica a Dühring y la exposición en forma positiva de los resultados de sus estudios anteriores. Por otra parte, la circunstancia de que Marx se comprometiera –cumpliendo además puntualmente su compromiso- a escribir el trozo de la crítica a Dühring dedicado a la historia de las teorías económicas acabó de convencer a Engels de la necesidad de hacer el sacrificio. De manera, pues, que en la rectificación por Engels de su inicial reticencia influyeron motivos de varios tipos: de amistad, políticos y, no en último lugar, de oportunidad intelectual.
I. Karl Eugen Dühring
El objeto de la polémica, Karl Eugen Dühring, era en 1876 un profesor de filosofía muy popular entre los estudiantes universitarios berlineses y gozaba de reciente, aunque también creciente, crédito entre algunos de los principales dirigentes de la socialdemocracia alemana de entonces. August Bebel (1840-1913), el fundador junto con Liebknecht del partido socialdemócrata alemán, y Eduard Bernstein (1850-1932), uno de los más notables teóricos del mismo, se habían sentido atraídos por la concepción filosófica de Dühring, particularmente por su descalificación del hegelianismo. Los recuerdos que han dejado quienes conocieron a Dühring siendo estudiantes universitarios destacan en él grandes dotes retóricas y una prodigiosa memoria, pero subrayan sobre todo la impresión que les hacía la fuerza de voluntad con que aquel profesor había sabido sobreponerse a la mayor de las muchas desgracias de su vida: la ceguera4.
Dühring había nacido cerca de Berlín en 1833. Huérfano de madre, recibió al parecer una educación un tanto ambivalente: mientras vivió su padre fue formado en un espíritu tolerante, de influencias rousseaunianas, pero luego pasó por una escuela pietista y reaccionaria de la que salió en 1845 para entrar en un asilo de huérfanos. Estudió derecho en Berlín, donde según confesión propia se interesó poco por las asignaturas oficiales, pero en cambio leyó a Hobbes y a Rousseau y se sintió atraído por la filosofía de la ciencia de Comte. Independientemente y de forma autodidacta empezó a cultivar desde su juventud la matemática, la mecánica y la astronomía. En 1861 se quedó ciego y tuvo que abandonar su inicial trabajo jurídico como pasante. Aquella desgracia le impulsó de nuevo hacia la universidad y enseguida leyó en ella una disertación acerca de la lógica del cálculo infinitesimal que le abría las puertas a la enseñanza. En 1865 logró un puesto de Privatdocent en la Universidad de Berlín. En cambio, sus aspiraciones a obtener una cátedra, primero de filosofía y luego de economía, se verían frustradas, aparentemente sólo por motivos académicos. Desde 1865 publicó mucho sobre temas diversos. Se propuso divulgar la obra de Comte en Alemania y escribió varios ensayos de crítica del liberalismo en el plano económico bajo la influencia de Friedrich List y de Henry Charles Carey. Ya en 1865 la fama de Dühring parece consolidada, pues en esa fecha le fue solicitada una memoria sobre la cuestión obrera por encargo de Bismarck, trabajo que vería la luz más tarde con la firma del consejero Hermann Wagener, lo cual dio lugar a una sonada querella judicial que aumentó la celebridad de Dühring. El enfrentamiento con las autoridades radicalizó sus opiniones políticas. En 1870 se declara socialista; acoge luego con entusiasmo la Comuna de París y sigue escribiendo en ese lustro sobre la historia de la economía, historia de la mecánica, socialismo y filosofía5. Su principal conflicto con las autoridades académicas y con el poder político se produjo, sin embargo, en 1877, cuando habían empezado a aparecer ya los artículos de Engels que componen el Anti-Dühring: fue expulsado de la universidad por acusar reiteradamente de plagio a Hermann von Helmholtz (1821-1894), quien desde 1871 era profesor de física en la Universidad de Berlín.
La revocación a Eugen Dühring de la venia universitaria berlinesa para enseñar fue juzgada, seguramente con razón, en los ambientes socialdemócratas alemanes como un pretexto de los políticos conservadores para prescindir de un profesor incómodo que había denunciado en varias ocasiones deficiencias y corrupciones de la vida académica. Por ello la expulsión motivó un movimiento de protesta y se multiplicaron las muestras de solidaridad con el enseñante represaliado. La figura de Dühring fue ensalzada y llegó a llamársele «reformador de la ciencia moderna». Franz Mehring, el historiador de la socialdemocracia alemana, ha recordado aquella protesta como el último movimiento idealista y solidario que se produjo en las universidades de Alemania antes de las leyes antisocialistas. Pero, como es natural, el incidente tuvo también cierta repercusión en el desarrollo de la polémica iniciada por Engels, pues dio argumentos suplementarios a los dirigentes de la naciente socialdemocracia que se oponía a que la controversia con Dühring siguiera publicándose en la prensa del partido. El propio Engels, sin dejar de insistir en la escasa calidad científica y filosófica de la obra de su adversario, escribió en aquella oportunidad alguna palabra piadosa sobre Dühring, atribuyendo su expulsión de la universidad a la mezquindad política de Helmholtz (cuyas virtudes como investigador científico estaban ya entonces fuera de duda) y el chato ambiente cultural berlinés de la época.
Frente a lo que pudiera pensarse este incidente no anudó la relación de Dühring con la socialdemocracia alemana. Al contrario, después de su expulsión y de las primeras muestras de solidaridad de estudiantes y trabajadores Dühring reaccionó atacando también a los dirigentes socialistas; no contestó a las críticas de Engels y desvió la controversia al plano de las voluntades y de las intenciones malvadas, lo cual acabó granjeándole la desconfianza y la enemistad de los socialistas en los que había influido anteriormente. Tal conducta, que habitualmente se atribuye a su personalismo individualista, le dejó fuera del movimiento en un lapso de tiempo muy corto, razón por la cual, cuando pocos años después Engels publicaba la segunda edición del Anti-Dühring, su celebridad era ya mero recuerdo. A dicho olvido parece haber empujado también el persistente y agrio antisemitismo de Dühring. En todo caso estas circunstancias contribuyeron a modificar en gran medida la función crítica inicial de los artículos de Engels y condicionaron en el futuro la recurrente interpretación del Anti-Dühring como suma o enciclopedia del marxismo.
II. Razones del éxtio del Anti-Dühring
Los artículos de Engels contra Dühring empezaron a aparecer por entregas en el órgano central de la socialdemocracia alemana Vorwärts («¡Adelante!») el 3 de enero de 1877. La publicación de una primera parte, con el título de «La subversión de la filosofía por el señor Eugen Dühring», se prolongó hasta el 13 de mayo de ese mismo año. Siguió luego una segunda parte en nueve artículos sobre «La subversión de la economía política» inmediatamente después de la expulsión del Dühring de la universidad (desde el 27 de julio hasta el 30 de septiembre). La tercera y última parte, compuesta por cinco artículos y dedicada a la «subversión del socialismo», se retrasó algo más por problemas internos de la socialdemocracia alemana: se publicó entre el 5 de mayo y el 7 de julio de 1878. Para esas fechas el descontento de Engels con la forma en que se estaba editando su trabajo en Vorwärts era ya manifiesto. A partir de las primeras entregas varios dirigentes socialdemócratas hicieron pública su opinión de que los artículos de Engels eran demasiado teóricos para su inclusión en Vorwärts; otros se quejaron del tono hiriente empleado, aduciendo que eso perjudicaba la imagen del partido. La injusticia cometida por las autoridades con Dühring en junio de 1877, cuando ya se había publicado toda la primera parte del ensayo de Engels, aumentó las diferencias entre las corrientes de la socialdemocracia en este tema y el asunto se saldó con un arreglo: los artículos seguirían publicándose, pero en un suplemento del Vorwärts. Como suele ocurrir con los arreglos, tampoco ésta satisfizo a las partes en discordia y como consecuencia de ello Engels empezó a pensar en la posibilidad de publicar los ensayos por su cuenta, cosa que hizo en 1878.
En esa última fecha apareció por primera vez el Anti-Dühring en forma de libro. Se publicó en Leipzig. Una segunda edición fue prohibida por la censura de Bismarck y tuvo que editarse en Suiza, en 1886. La tercera –y última edición publicada en vida de Engels– vio la luz en Stuttgart en 1894. Para entonces el Anti-Dühring se había convertido ya en una de las piezas teóricas más influyentes en el movimiento socialista alemán. Al hacer balance de esa influencia, Jacques Droz ha escrito no hace mucho que pocas obras tuvieron tanta importancia como ésta para la difusión del ideario marxista en la Alemania de las leyes antisocialistas bismarckianas6. Y, en efecto, la difusión de la obra de Engels abre un capítulo de la historia alemana caracterizado por la implantación del marxismo frente a otras corrientes y tradiciones con las que compitió en el movimiento socialista de la segunda mitad del siglo XIX.
La principal razón de aquel éxito temprano del Anti-Dühring, sobre todo de la persistencia del mismo en varias generaciones socialistas posteriores, se ha identificado a veces con la forma relativamente popular de la obra de Engels por comparación con el estilo adoptado por Marx, en particular en las primeras secciones del volumen primero de El Capital. Tal vez la intención divulgadora de Engels haya sido un motivo relevante a la hora de explicar la buena fortuna del Anti-Dühring, pero no debería olvidarse, al formular ese juicio, que no fue esa precisamente la percepción que tuvieron de la obra algunos destacados líderes socialdemócratas contemporáneos de Engels. Por lo demás, tampoco puede decirse que los varios artículos que componen el Anti-Dühring sean de lectura igualmente fácil. La atención que necesariamente tenía que prestarse en un texto polémico a las doctrinas filosóficas, económicas y sociales del adversario intelectual no permite la exposición sistemática seguida de las ideas de Engels (y de Marx), las cuales, por otra parte, aunque fueron expresadas ahí con evidente voluntad popularizadora, siguen requiriendo de todas formas conocimientos filosóficos y económicos, así como la información científica, que no eran habituales en el bagaje cultural de los militantes obreros de la época en que fue escrito el Anti-Dühring. Por eso, con el tiempo, el texto de Engels, en una forma aún más simplificada, se fue convirtiendo en un material de formación de socialistas y comunistas interesados en la concepción marxista del mundo. Dicha simplificación supondría que el Anti-Dühring fuera leído descontextualizadamente, esto es, mediante la supresión de los párrafos polémicos del texto y siguiendo el hilo de su parte positiva. El olvido en que había caído el nombre mismo de Dühring ya en la década final del siglo pasado favorecía sin lugar a dudas esta interpretación.
Limada, pues, la inicial intención polémica de Engels, la lectura del Anti-Dühring como manual enciclopédico del marxismo o incluso –en versiones más fuertes– como la más acabada sistematización de la concepción comunista del mundo empezó a imponerse desde la tercera edición del texto en 1894. En un documentado análisis histórico de la fortuna e interpretaciones del Anti-Dühring, Valentino Gerratana7 ha mostrado hasta qué punto el comentario que Eduard Bernstein hizo de aquella edición avalaba este punto de vista sistematizador que luego resultaría dominante tanto en el marxismo de la Segunda Internacional como en el de la Tercera. De manera que el destino de aquellos artículos escritos en 1876-1877 puede verse a la larga como uno de esos avatares históricos que suelen aducirse para argüir acerca de la distancia a veces existente entre lo que un autor propone y lo que el público lector dispone. Tanto más cuanto que en este caso, al tratarse justamente de un material escrito para un movimiento social, el texto se hallaba expuesto a un uso instrumental en función de las oscilaciones del movimiento mismo. El subtítulo añadido a la edición castellana de la traducción de Bullejos, en 1935, para la librería Bergua, es lo suficientemente significativo de este cambio de función del Anti-Dühring al que estamos haciendo referencia como para ahorrar otros comentarios: «Introducción a toda la ciencia y a todas las teorías marxistas». Introducción que, como ha apuntado también Valentino Gerratana, tuvo en la práctica de la Tercera Internacional un sentido preciso, muchas veces negativo: sustituir la lectura de otros textos en los que la «ciencia» y las «teorías» aludidas, en sus aspectos historiográficos, económicos o macrosociológicos más relevantes, fueron expuestas con matices y concreciones de las que, por su propio objetivo inicial, carecía el Anti-Dühring.
III. Friedrich Engels y la sistematización del marxismo
Este cambio de función del Anti-Dühring tiene algo de ironía histórica. Es por lo menos paradójico el que acabara leyéndose así, con cierto espíritu eufórico de sistema, un texto que fue escrito por las mismas fechas en que Karl Marx protestaba contra la extensión abusiva del método y de algunas de las principales ideas contenidas en el volumen primero de El Capital. A finales de 1877 -coincidiendo casi con la terminación por Engels de la parte del Anti-Dühring dedicada a la economía política- Marx llamó la atención de los redactores de la revista rusa Otetschestvennii Sapiski sobre la inanidad de un supuesto método para la comprensión de los acontecimientos históricos, cuya mayor excelencia consistiera en ser utilizado como pasaporte sustitutorio del esfuerzo que representa la investigación particularizada de hechos o acontecimientos semejantes, pero separados en el tiempo y en el espacio. Además de limitar el alcance del fresco histórico con tenido en El Capital a la Europa occidental, Marx buscaba con esta propuesta alejarse de los marxistas académicos que en Rusia se autoproclamaban discípulos suyos y advertir al mismo tiempo de que su trabajo seguía siendo una obra abierta, no un sistema histórico-filosófico a la vieja usanza.
Ahora bien, la limitación consciente del alcance de los resultados del propio método puesto en práctica en El Capital al establecer como criterio la prioridad de la investigación histórico-social concreta y particularizada, esto es, la recolección y estimación de datos históricos, económicos y sociales característicos de cada situación determinada (trabajo que Marx consideraba esencial precisamente al referirse a situaciones en apariencia muy semejantes) parece estar implicando un punto de vista (o tal vez una reconsideración del mismo) bastante alejado de la completud que Engels pretende en el Anti-Dühring para la dialéctica cuando amplía la virtualidad de la misma a campos tan variados y a entidades y fenómenos tan distintos como el cálculo infinitesimal, la generación y reproducción de las plantas, la metamorfosis animal, el mero movimiento local, la evolución histórica de la exigencia igualitaria o el desarrollo del ideal socialista a lo largo de los siglos.
Cierto es que Engels no pretende dar a la dialéctica una función probatoria o demostrativa y que, al referirse a fenómenos estudiados por las distintas ciencias particulares de la naturaleza, escribe con la suficiente cautela metodológica como para llamar la atención acerca del riesgo que supone utilizar a mera ejemplificación como argumento a favor del pensamiento dialéctico. Pero esta cautela, repetida varias veces en las declaraciones metodológicas generales, desaparece luego en los desarrollos específicos que el Anti-Dühring dedica a refutar la burla antidialéctica del adversario intelectual. En estos desarrollos específicos –aludidos también críticamente en numerosas ocasiones en el marco de la tradición marxista–8 todo ocurre como si Engels no encontrara otro argumento que oponer al positivismo de Dühring que una retirada hacia la vieja Naturphilosophie alemana. Siempre que se refiere a ello –no sólo en el texto del Anti-Dühring, sino también en el ensayo más sistemático que pretendía ser la Dialéctica de la Naturaleza– Engels dice proponerse liberar a la Naturphilosophie de las fantasías especulativas que la acompañaban en la obra de Schelling y de Hegel. Pero a la hora de la verdad, siempre también, acaba afirmando la superioridad de la misma sobre la «ciencia meramente empírica», a la que identifica con un punto de vista fijista y metafísico. Por tal motivo lo que en el Anti-Dühring es calificado redundantemente de ciencia teórica de la naturaleza representaría, de hecho, una recuperación del núcleo racional de la Naturphilosophie frente a la ciencia normal, esto es, una ampliación filosófica de los resultados obtenidos mediante los procedimientos habituales de la ciencia natural de la época.
El propósito de recuperar la sistemática filosofía hegeliana de la naturaleza como forma de superar el empirismo y elevar a un nivel «teórico» los resultados de las principales disciplinas naturales de la época es algo que está suficientemente documentado tanto en el arranque mismo del Anti-Dühring dedicado a las generalidades como en los varios prólogos que Engels puso a las distintas ediciones del libro. El paso más explícito al respecto está contenido en una nota del prólogo a la segunda edición. En ella Engels empieza afirmando que «es mucho más fácil abalanzarse contra la vieja filosofía de la naturaleza que justipreciar su importancia histórica»; pero luego de repetir el lugar común sobre las fantasías especulativas de aquella filosofía resalta su lado positivo como antecesora de la teoría darwiniana de la evolución. Y ese paso concluye con un símil que habría de resultar muy eficaz entre los lectores socialistas: «Los filósofos de la naturaleza son respecto de la ciencia natural conscientemente dialéctica lo que los utópicos respecto del comunismo moderno».9
La decisión de interpretar en clave hegeliana los resultados de las investigaciones científico-naturales realzándolos sistemáticamente en el marco de la concepción dialéctico-materialista no es una ocurrencia pasajera determinada por la orientación polémica del Anti-Dühring. Lo prueba el que muchos años antes, en 1858, Engels había puesto en relación los descubrimientos de Schleider y de Schwann sobre la célula con el ser en sí hegeliano. Y es significativo que al anunciar Marx su intención de ponerse a estudiar fisiología, en una carta escrita el 14 de julio de ese mismo año, le pida la Filosofía de la naturaleza de Hegel, para apoyar su opinión de que la idea hegeliana del salto cualitativo cuadra perfectamente con los avances logrados en el campo de la fisiología comparada10. Dicha solicitud y el tenor general de la carta sugieren que ya en aquella fecha Engels se proponía una recuperación de la filosofía hegeliana de la naturaleza (aplicable a sus estudios científico-naturales) que cumpliera una función ilustrativa parecida a la que había tenido la Lógica de Hegel para la introducción metodológica a la Contribución marxiana a la crítica de la economía política.
A pesar de todo, como ya señalara Manuel Sacristán al abordar la cuestión del engelsismo11, es un error atribuir sólo a Engels la responsabilidad de los excesos especulativos y metafóricos del Anti-Dühring y enfrentarle a Marx como si éste último hubiera estado libre del contagio de la Naturphilosophie hegeliana. ¿Cómo explicar entonces la aparente diferencia de criterios entre Marx y Engels en 1877 a la que se ha aludido anteriormente?. La explicación más plausible es, en mi opinión, que la diferencia se debe sobre todo a la distinta dificultad de los respectivos campos temáticos en que ambos estaban ocupados entonces; consecuencia, por tanto, de aquel distinto estar en «el cálido lecho » y en «el duro banco » a los que con cierto humor se refirió Engels al aceptar el encargo de criticar a Dühring. Dicho con más precisión: que no es una diferencia de criterio general sobre el alcance de la dialéctica ni sobre la valoración del hegelianismo lo que les separaba, sino otra diferencia determinada fundamentalmente por el hecho de que Marx estuviera ocupándose entonces de historia, economía y macrosociología, mientras que Engels trataba de temas científico-naturales. La correspondencia entre ambos sobre la obra de Darwin muestra que uno y otro interpretaron la teoría de la evolución con una clave de lectura procedente de la filosofía alemana de la naturaleza y pone de manifiesto también que tanto Marx como Engels lamentaron por igual la «roma forma inglesa» del Origen de las especies con una perspectiva metodológica procedente del mismo ambiente cultural. Es más, en la correspondencia de esos años sobre las teorías evolucionistas hay un episodio, a propósito de la obra de P. Trémaux, Origine et transformations de l’homme et des autres êtres (publicada en París en 1865), que permite reforzar la estimación anterior. En la polémica que sostuvieron acerca de la valoración de la obra de Trémaux es Engels quien se muestra más cauto al no aceptar la especulación genérica sobre la influencia de los factores geológicos o climáticos en la evolución de las especies y Marx el que, juzgando aquel trabajo hoy olvidado como un «notabilísimo avance respecto de Darwin, replica en defensa de los «fantasiosos naturalistas alemanes» que al final tuvieron razón frente a Cuvier12. Con esta réplica Marx adelantaba un hilo argumental para la interpretación de las teorías evolucionistas que luego reaparecería en las páginas dedicadas en el Anti-Dühring a ese tema.
También la deformación y consiguiente desprecio del empirismo baconiano, que están en la base de la identificación que en el Anti-Dühring se hace entre metafísica e investigación meramente empírica, fueron actitudes compartidas. La deformación del pensamiento de Bacon, que acabó cristalizando en la ciencia alemana de la segunda mitad del siglo XIX merced a un trabajo célebre de Justus von Liebig13, procedía de la filosofía romántica de la naturaleza y de ese humus cultural fue recogida por Marx y por Engels en un apresurado esquema histórico de la relación entre ciencia empírica y ciencia teórica que favorecía su propia concepción de la dialéctica.
No es, pues, una diferencia fundamental de criterio sobre el alcance de la dialéctica lo que lleva a Engels a acentuar el espíritu de sistema. Sus declaraciones explícitas al respecto en el Anti-Dühring y en otros lugares son ambivalentes. Así en el prólogo escrito para la primera edición de su libro, luego de subrayar la intención polémica, Engels afirma que no es su finalidad oponer al «sistema» del señor Dühring otro sistema; distingue tal intención de la coherencia interna del libro, la cual sería consecuencia de la necesidad de abordar numerosos temas al responder a la prolijidad del profesor berlinés. En ese mismo contexto Engels ironiza precisamente a costa de la manía sistemática alemana que había producido en aquella época «docenas de sistemas por lo general vinculados a la ignorancia y la pseudociencia». Siete años después, en el prólogo a la segunda edición –escrito en un momento en el que Engels se ocupaba ya sobre todo del legado literario de Marx–, acentúa levemente el resultado sistemático: «La polémica [con Dühring] se convirtió en una expresión más o menos coherente y sistemática del método dialéctico y de la concepción comunista sostenida por Marx y por mí». La presión ambiental empezaba a modificar la finalidad inicial del escrito. Pero en 1892, al presentar para los lectores ingleses su ensayo titulado La evolución del socialismo de la utopía a la ciencia (ensayo en el que reproduce y amplía las partes menos polémicas del Anti-Dühring), Engels daba un paso más. En esa presentación continúa ironizando sobre «la terriblemente tediosa» Gründlichkeit de los alemanes, que conduce a la necesidad de elaborar cada nueva idea en sistema omniabarcador, e inmediatamente después declara que la razón principal de su tarea en el Anti-Dühring fue la ocasión que el sistema universal de su adversario le proporcionaba para desarrollar de forma más sistemática las opiniones propias (y las de Marx). Por último, ya sin la preocupación polémica y sin las ambigüedades anteriores, en el prólogo a la tercera edición del Anti-Dühring (1894) anuncia su decisión de retirar «todo lo que se refería exclusivamente a los escritos de Dühring» en la parte dedicada a la historia de la economía y añadir en su lugar el desarrollo escrito por Marx que Engels había tenido que reducir en las ediciones anteriores.
Esta última decisión da una pista adicional para entender mejor el deslizamiento de Engels hacia la sistematización del marxismo: su preocupación por ofrecer a los lectores socialistas una versión lo más completa posible de las ideas de Marx; preocupación que concuerda, por otra parte, con la insistencia de los años anteriores para que el amigo completara definitivamente El Capital y con la sorpresa –varias veces manifestada por Engels a distintos corresponsales– mostrada cuando, a la muerte de Marx, se encontró con que los papeles que éste dejaba eran manuscritos muy desordenados y, por supuesto, muy distantes de la completud deseada. Maximilian Rubel ha analizado con detalle esta situación hace ya muchos años y extraído de ella conclusiones sumamente radicales acerca del papel de Engels como fundador del marxismo.14
De todas formas, el cuadro que aquí se traza quedaría demasiado incompleto si no añadiéramos que ya a finales del siglo pasado, al mismo tiempo que iba consolidándose la lectura del Anti-Dühring como suma o enciclopedia del marxismo, surgieron voces discrepantes que criticaron a su vez aquella interpretación establecida: unas desde fuera del marxismo, como la del sindicalista Sorel en Francia y las de Gentile y Croce en Italia, y otras que, desde dentro del mismo y apreciando por lo demás el libro de Engels en su conjunto, subrayaron sobre todo su interés desde el punto de vista metodológico, dando en cambio menos importancia a la función manualística. Tal fue el caso de Antonio Labriola. Esta tradición discrepante, por motivos y con argumentos distintos cuyo detalle no tiene cabida aquí, fue mantenida en los años veinte y treinta de este siglo por el joven Lukács en Historia y consciencia de clase, por Karl Korsch y por Antonio Gramsci en sus Quaderni del carcere. En la mayor parte de los casos las indicaciones críticas no se refieren sólo al disgusto ante la interpretación dominante en la Segunda Internacional o en la Tercera, sino también a la impropiedad de algunas formulaciones específicas de Engels contenidas sobre todo en la sección primera del libro.
Hay por lo menos dos formas posibles de leer esa parte del Anti-Dühring que comprende las generalidades y la sección primera de la obra: como declaración de principios acerca de la superioridad cognoscitiva del pensamiento dialéctico frente a las limitaciones del análisis habitual de las ciencias que Engels llama «empíricas» –lectura dogmática muy extendida en el movimiento socialista hasta los años sesenta de este siglo– o como reflexión filosófica sobre los fundamentos metodológicos y las implicaciones más generales de los resultados de las ciencias de la naturaleza. Esta última lectura supone aceptar la primacía del acercamiento histórico-crítico a un clásico del marxismo e implica aclarar y discutir los conceptos de ciencia y dialéctica utilizados por Engels en el texto15. Si la perspectiva que se adopta es ésta, lo cual supone tomar a Engels la palabra en sus repetidas declaraciones de modestia y considerarle como un aficionado a los estudios científico-naturales –notable lector de una literatura extensa y amplia para su época–, entonces todavía hoy podrá encontrarse en esa sección del Anti-Dühring interesantes formulaciones y sugerencias de mérito sobre el recurrente tema de la relación entre ciencias positivas y filosofía. Particularmente en una fase histórica en la cual la filosofía de la ciencia parece curada de los excesos neopositivistas y el marxismo de las exageraciones dialéctico-cientificistas.
Leído así, con la convicción de que cada nueva lectura de un clásico nos ofrece ángulos anteriormente inadvertidos, el Anti-Dühring descubre a un Engels en el que se podría resaltar la tensión irresuelta entre la modestia científica y la omniabarcadora finalidad dialéctica. Esta tensión se advierte, desde las primeras páginas del libro, cuando nos encontramos, en el prólogo a la segunda edición, con una manifestación inequívoca de la consciencia de las limitaciones propias de Engels en el campo de los conocimientos científico-naturales y, a renglón seguido, con un plan de interpretación dialéctica de los principales resultados científico-naturales de la época, que era una tarea ingente y tal vez imposible para un solo hombre.
Muchas de las ironías que se han hecho en estas últimas décadas a propósito de aquella tensión y a costa de la aspiración dialéctica de Engels están, no obstante, de más. Pues queda el hecho de que, con el nombre de dialéctica o con otros, la aspiración a la síntesis globalizadora de los conocimientos particulares que tenemos sobre el mundo y la sociedad es una constante del pensamiento científico ilustrado a lo largo del tiempo. Y tal vez hoy más que nunca.
Por lo demás, las otras secciones del Anti-Dühring, siguen conservando el rigor en la formulación y la fuerza en las convicciones político-sociales que durante más de un siglo han sabido apreciar no sólo los militantes socialistas y comunistas, sino también los historiadores de las ideas. En España tuvimos la suerte de contar con una excelente introducción al Anti-Dühring: la escrita por Manuel Sacristán hace treinta años; una introducción que abría entonces un camino renovador (a la vez histórico-crítico y actualizador) para el conocimiento y la discusión de la obra de Engels.
Notas
[1] Sacristán Luzón, M.: Nota editorial sobre OME-35: F. Engels. La subversión de la ciencia por el señor Eugen Dühring, Crítica-Grijalbo, Barcelona, 1977
[2] Candel Sanmartín, M.: Nota editorial sobre OME-36: F. Engels. Dialéctica de la naturaleza, Crítica-Grijalbo, Barcelona, 1979
[3] Fernández Buey, F.: «Evolución de las opiniones de Karl Marx sobre Rusia», en Mientras Tanto, nº 20, Barcelona, 1983.
[4] Laskin, E.: «Eugenio Dühring, su personalidad y su obra», en la introducción a F. Engels contra Dühring, versión española de Bullejos, J., Librería Bergua, Madrid 1936.
[5] Una lista de las principales publicaciones de Eugen Dühring la encontrará el lector en la edición citada en la nota 1, pp. XII y 414.
[6] Historia general del socialismo, vol. 2, Destino, Barcelona, 1977
[7] Investigaciones sobre la historia del marxismo, vol. 1, Grijalbo, Barcelona 1975
[8] Sacristán Luzón, M.: «La tarea de Engels en el Anti-Dühring», prólogo a F. Engels, Anti-Dühring, Grijalbo, México, 1964 (ahora en Panfletos y materiales, vol. 1: «Sobre Marx y marxismo», Icaria, Barcelona, 1983.
[9] Este paso –que procede de una nota añadida por Engels al prólogo de la segunda edición- no figura en la traducción Bullejos, J. Véase OME-35 citado, pp. 9-10
[10] Vidoni, F.: Natura e storia. Marx ed Engels interpreti del darwinismo, Dedalo, Bari, 1985, pp. 25-27
[11] «La tarea de Engels en el Anti-Dühring», en Panfletos y materiales, vol. 1 cit., pp. 45 y ss.).
[12] Karl Marx a F. Engels (cartas de 12 de agosto y de 3 de octubre de 1866).
[13] Possi, P. I ragni e le formiche, El Mu vlino, Milán 1986
[14] Marx critique du marxisme,Payot, París, 1975
[15] Una excelente guía para ese trabajo es: Sacristán Luzón, M. «El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia», en Mientras Tanto, nº 2, Barcelona, 1980 (ahora también en Panfletos y materiales, vol. 1 cit., pp. 317 y ss).
Anexo I: Dialéctica, globalismo
De 1995. Uno de los materiales complementarios del curso de doctorado sobre «Ciencia y ética en la obra de Manuel Sacristán» que el autor impartió en la Facultad de Economía y Empresa de la UB
<<Para añadir a la discusión sobre dialéctica, concepción del mundo, etc. y contestara una pregunta de SLA>>
En el prólogo de 1964 al Anti-Dühring de Engels Manuel Sacristán [MSL] presentaba el marxismo como una concepción del mundo, como un filosofar siempre vinculado al nivel de las distintas ciencias positivas en cada época histórica. En aquel contexto el término «filosofar» indicaba la diferencia entre un saber de las totalidades concretas o singularidades históricas científicamente fundamentado y, además, «valorativo», con punto de vista, y las filosofías sistemáticas de la tradición de los siglos XVII y XVIII. Pero unos años después, en el prólogo que puso a la traducción castellana de algunos escritos de Antonio Labriola, MSL se separaba del uso positivo del término «cosmovisión» o concepción del mundo (identificado con la inspiración romántica) y prefería, al hablar del marxismo, sustituir restos términos por otros más en consonancia con los desarrollos recientes de la filosofía de la ciencia contemporánea, como «programa» o «paradigma».
Cabe preguntarse primero si este cambio lingüístico es importante en la obra de MSL y después si tiene relevancia para dar sentido al concepto de dialéctica. Me parece que se puede contestar negativamente a ambas preguntas. Es cierto que la filosofía contemporánea, y no sólo la filosofía de la ciencia, sino más en general la filosofía del lenguaje, ha llegado a la convicción de las cosmovisiones o concepciones del mundo más o menos cerradas en el sentido decimonónico son inmantenibles. Ante todo por razones estrictamente lingüísticas, como suele decir José María Valverde. Pero, por otra parte, es dudoso que MSL haya mantenido alguna vez que el marxismo es o aspira a ser una cosmovisión tan sistemáticamente omniabarcadora. Me inclino a pensar que en 1970 prefería hablar de «programa» o «paradigma» para evitar discusiones sobre palabras, pero que este cambio no cambiaba lo sustancial de su pensamiento acerca de la naturaleza epistemológica del marxismo.
Más importante me parece el desplazamiento de acentos desde la consideración del marxismo como un «programa» o «paradigma» a la afirmación del comunismo como una tradición milenaria a la que el marxismo da forma moderna; desplazamiento observable ya en la obra de MSL desde mediada la década de los setenta. Si se acepta esta idea del desplazamiento de acentos se podría decir que entre 1954 y 1980 hubo algo así como una oscilación pendular a la hora de afirmar el equilibrio entre inspiración moral y vocación científica: el marxismo es primero una concepción del mundo, o sea, una visión general metacientífica que se sostiene sobre la práctica y las ciencias positivas; luego es un paradigma o un programa que incluye afirmaciones tradicionalmente características de las concepciones del mundo pero una acentuada vocación científica; finalmente es una tradición o parte de una tradición, lo que equivale a decir: es una pieza primordialmente cultural que se caracteriza por intentar estar a bien con las ciencias positivas y por intentar racionalizar las actuaciones del sujeto humano. En cualquiera de los casos, sin embargo, lo que se mantiene para diferenciar el marxismo o la tradición comunista marxista de otros saberes es un doble rasgo: globalidad y concreción.
Eso sería lo que proporciona la «dialéctica». En la concepción de MSL se puede hablar de una «dialéctica real» o de la vida y de un pensamiento dialéctico o de un pensamiento movido por la tensión dialéctica. Esta tensión mental dialéctica trataría de dar cuenta de la interna polaridad y conflictividad del mundo real en sus concreciones.
Probablemente la mejor manera de recuperar tal inspiración dialéctica en el marco de las discusiones epistemológicas de las últimas décadas sea referirse al punto de vista sistémico.
<<Relacionar esto con lo escrito para el congreso sobre «Individualismo, globalismo, sistemismo»>>.
La filosofía de la ciencia de los científicos de estos últimos años se ha hecho mucho menos puntillosa a la hora de diferenciar entre cosmovisiones, programas y paradigmas de lo que lo eran los filósofos profesionales de la ciencia a mediados de los años sesenta. Pondré un ejemplo.
En su libro titulado Más allá de los límites del crecimiento, D.H. y D.L. Meadows y J. Randers escriben: «Nuestra cuarta lente, probablemente la más importante, fue nuestra «cosmovisión», paradigma o forma fundamental del mirar. Todos tenemos una visión del mundo. Es siempre la determinante más decisiva de aquello que se ve. Y su descripción es casi imposible. La nuestra viene determinada por las sociedades industriales de occidente en las que nos desarrollamos, por nuestra formación científica y económica /…/ pero el componente más importante de nuestro modo de ver o mirar, la parte que quizá sea menos ampliamente compartida, es nuestro punto de vista sobre los sistemas /…/ Un punto de vista sobre sistemas no es necesariamente mejor que cualquier otro, es simplemente distinto. Como cualquier punto de vista, como la cima de cualquier montaña a la que se asciende, permite ver algunas cosas que jamás se verían desde otro lugar, y al mismo tiempo impide la visión de otras. El estudio de sistemas nos ha enseñado a ver el mundo como un conjunto de modelos de comportamiento dinámico en desarrollo,tales como crecimiento, disminución, oscilación, sobrepasamiento. No ha enseñado a centrarnos en las interconexiones. Vemos la economía y el medio ambiente como un solo sistema. Vemos stocks, flujos, retroalimentasciones y umbrales en dicho sistema, y todos ellos determinan la forma en que el sistema se comporta.« (traducción castellana: El País-Aguilar, 1992).
Anexo II. Sobre Marx y Engels
Texto fechado en 2009.
Tiene interés comparar aquí lo que Droysen ha escrito en Historik sobre interpretación y comprensión del cosmos moral y de las comunidades éticas con las observaciones metodológicas que su compatriota exiliado, Karl Marx, estaba redactando casi al mismo tiempo, en Londres, como prefacio a la Contribución a la Economía Política. Para entonces Marx no era ya sólo el filósofo aficionado a la historia y activista social que ha escrito que, en lo sustancial, la historia de los hombres es la historia de la lucha de clases. Se consideraba economista y decía estar haciendo ciencia (social) en serio, o sea, dar razón de lo que Droysen llamaba cosmos moral o comunidades éticas. Tal vez por eso, porque pretendía estar haciendo ciencia social en serio, después de haber abandonado a la roedora crítica de las ratas un prólogo general con oscuras consideraciones sobre lo abstracto y lo concreto, escritas en un lenguaje hegeliano que obstaculizaba la comprensión del propio punto de vista, también Marx optó por una exposición más razonable: narrar brevemente el camino por el que había llegado a la investigación que presentaba y a sus resultados, ilustrar la cosa con su propia evolución intelectual.
Decía ahí Marx lo esencial acerca de su método, pero entendiendo método no en el sentido restringido en que suelen emplear la palabra los científicos al referirse al procedimiento empleado en sus investigaciones concretas, sino en una acepción más amplia, filosófica, como metódica, visión general o concepción de la historia de los hombres. En este sentido lo esencial del método histórico y dialéctico venía a expresarse así: la anatomía de la sociedad hay que buscarla en la economía política; el modo de producción de la vida material condiciona el proceso de vida social, política y espiritual en general; no es la conciencia de los hombres la que determina la realidad, sino al contrario, la realidad social lo que determina su conciencia; hay una contradicción de fondo entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción o de propiedad existentes; y esto, en la época del capitalismo, abre una era de revolución social.
Atendiendo a lo que Marx dice ahí (y a lo que añadiría, en 1867, en el prólogo a la primera edición de El capital y, en 1873, en el epílogo a la segunda edición), se puede resumir su metódica en las siguientes consideraciones: en lo que tiene de método de investigación propiamente dicho, o sea, en la búsqueda de las leyes del desarrollo económico, proceder analíticamente como habían procedido los clásicos de la economía política inglesa y escocesa, pero teniendo en cuenta que lo que se estudia, que es sustancialmente la formación económica capitalista, no es un «cristal rígido», sino un «organismo capaz de transformación y constantemente cogido en el proceso de transformarse»; y en lo que tiene de método de exposición de los resultados de la investigación (la cual incluye la visión del mundo resultante), hacer como había hecho Hegel, es decir, proceder dialécticamente para dar una visión global o totalizadora del desarrollo, pero poniendo el acento en la base material de la evolución histórica para, desde ahí, sacar conclusiones contrarias a las de Hegel, revolucionarias en lo político-social.
Por eso Marx podía llegar a la conclusión, sorprendente hablando de metodología, de que su propio método, inversión materialista del método de Hegel, era, por una parte, crítica de la economía política realmente existente (en la medida en que no se queda en lo que hay, sino que contempla la formación capitalista en su desarrollo hacia el futuro y, por tanto, como un fenómeno histórico transitorio) y, por otra, como un escándalo y un horror para la burguesía, en la medida en que la dialéctica, enderezada o puesta sobre sus pies, permite percibir el lado perecedero y el ocaso necesario de la formación económico-social que estudia.
Esta era, obviamente, otra manera de ver la historia. Una manera en la cual la afirmación del punto de vista del economista-historiador sobre el objeto de su investigación ha de resultar tan patente y explícita como la aspiración a la objetividad científica. Pues a pesar de que él mismo ha subrayado constantemente el punto de vista desde el cual abordaba los acontecimientos históricos, Marx ha escrito, con mucho énfasis, que hay que llamar «canalla al investigador que pretende acomodar su ciencia a tal o cual interés político»; y, por otra parte, ha comparado su investigación acerca de las leyes que rigen el mundo económico-social con lo que habían hecho los físicos o, más tarde, con lo que Darwin hizo en El origen de las especies para el mundo de la naturaleza.
Marx aspiraba a una historia total o totalizadora y había llegado a escribir que llegaría un tiempo en el que habría una sola ciencia, la ciencia de la historia, y que ésta habría de proceder por explicaciones causales y formulación de leyes, de forma hipotético-deductiva, como las ciencias de la naturaleza. Incluso cuando, más adelante, llegó a la convicción de que la ciencia social por antonomasia es la economía comparaba habitualmente la búsqueda o investigación de las tendencias del desarrollo histórico con el trabajo de los científicos naturales a la hora de establecer las leyes de la naturaleza. A sabiendas, eso así, de que el economista atento al desarrollo de la historia no podrá utilizar microscopios ni hacer determinados experimentos, sino cifrar su trabajo en la fuerza de la abstracción. No es casual, por tanto, que al declarar la cientificidad del propio método (en la amplia acepción de la palabra antes dicha) haya escrito que, frente a los prejuicios de la llamada opinión pública, el economista historiador ha de seguir su propio camino y dejar que la gente diga, o que en el umbral de la ciencia, como a la entrada del infierno de Dante, una obligación se impone: Qui si convien lasciare ogni sospetto/ ogni viltà convien che qui sia morta
Conviene subrayar aquí, para nuestro tema: 1º que en Marx no hay oposición sustancial, por razones metodológicas, entre ciencias sociales y ciencias naturales; y 2º que tampoco hay querella entre disciplinas en el marco de las ciencias sociales. La crítica de Marx al programa positivista no se refiere tanto a la aspiración de las ciencias sociales a convertirse en ciencias propiamente dichas siguiendo el ejemplo de la física o de la biología, sino al procedimiento con que se intentaba llevar a la práctica esta tentativa, a la pérdida de la perspectiva dialéctica, teórica o cosmovisionaria observada en el lema positivista de atenerse a los hechos. En cuanto a las disciplinas económico-sociales, la economía (o mejor: la crítica de la economía política) tiene la primacía en el análisis por el carácter decisivo que se concede a lo económico en la vida social y espiritual de los hombres, pero es la historia (o si se prefiere: la historiografía) la que integra a todas las disciplinas sociales, la que hace de cemento unificador de economía, sociología, etnología, antropología, etc.
No es forzar las cosas decir que en la metódica propuesta por Marx había un interesante cruce o encabalgamiento de culturas filosóficas: la inglesa, mayormente empirista, atenta a la captación y elaboración de datos pero reticente ante las hipótesis especulativas (hypothesis non fingo, había escrito Newton), que había dado ya sus frutos tanto en la consideración del mundo de la naturaleza como en la aproximación analítica a los fenómenos económico-sociales, y la alemana, que desde Goethe y Hegel venía insistiendo en la importancia de lo cualitativo, en lo que pierde el análisis meramente reductivo de la naturaleza y de la sociedad y en la necesidad de coronar filosóficamente el conocimiento aportado por las ciencias con una concepción global y especulativa del mundo. En la visión de Marx, inspirada en Hegel, la dialéctica sería básicamente esto último, sólo que renunciando a la pretensión metafísica e idealista de la Naturphilosophie alemana; del empirismo quedaría, en la concepción histórico-materialista del mundo, el respeto al conocimiento adquirido a través del método de las ciencias positivas, sólo que renunciando al hypothesis non fingo, es decir, al «romo método inglés» (la expresión es del propio Marx) que se queda en la observación, la descripción de los hechos y la generalización por inducción a partir de ellos.
Friedrich Engels trató de sistematizar en los años siguientes la metódica marxiana como concepción histórico-dialéctica del mundo social y natural. Lo hizo sobre todo en dos obras, el Anti-Dühring y Dialéctica de la naturaleza, mientras Marx estaba ocupado en completar El capital. Este intento de Engels tiene algo de paradójico, pues el Anti-Dühring era inicialmente una obra polémica, escrita para combatir una tergiversación del socialismo en la socialdemocracia alemana, y lo que se conoce como Dialéctica de la naturaleza no es un libro propiamente dicho, sino una recopilación de notas de lectura, reflexiones del propio Engels a partir de estas lecturas, apuntes y borradores inacabados o por revisar. En cualquier caso, el interés de estos escritos para historia de las ideas radica en que dan pistas, y alguna de ellas importante, para aclarar qué puede ser una concepción materialista y dialéctica de la historia de los seres humanos y del mundo de la naturaleza, la cual se presenta, a su vez, como «científica», esto es, en consonancia con los resultados de las diversas ciencias (naturales y sociales) de la época.
Ya en el momento de la muerte de Marx (1883), Engels estaba convencido de que la ciencia de la naturaleza había llegado a un punto en el que ésta no podía seguir sustrayéndose a la concepción de conjunto dialéctica. Para entonces Engels había dado una definición muy genérica y omniabarcadora de dialéctica: «No es más que la ciencia de las leyes generales del movimiento y de la evolución de la materia, de la sociedad humana y del pensamiento». La mayoría de las notas de lectura y de las reflexiones que componen Dialéctica de la naturaleza estaban orientadas a sugerir y/o comprobar cómo, efectivamente, los descubrimientos recientes en diversos ámbitos de las ciencias de la naturaleza reforzaban la concepción dialéctica del mundo frente a los postulados de la metafísica y de la filosofía especulativa de la naturaleza.
Hay que decir que Engels, aún más que Marx, fue un devorador de libros científicos y de divulgación científica. Como él mismo declara en el prólogo a la segunda edición del Anti-Dühring, después de retirarse del trabajo comercial, durante ocho años, entre 1875 y 1883, había dedicado muchas horas de su actividad a leer libros de biología, fisiología, física, termodinámica y astronomía precisamente con el propósito de ampliar la concepción materialista y dialéctica de Marx a las ciencias naturales. Y en Dialéctica de la naturaleza hay noticia de muchas de estas lecturas, algunas de historia de la ciencia pero otras, la mayoría, de autores contemporáneos dedicados a la teoría de la evolución, a biología, a la fisiología, a la genética, a la física, a la química, a la termodinámica o a la astronomía (entre otros autores había leído a Darwin, Huxley, Russel Wallace, Haeckel, Du Bois-Reymond, Virchow, Baer, Bessel, Favre, Mendeleiev, Sadi Carnot, Clausius, William Thompson, Kekulé, Kirchhoff, Liebig, Lubbock, Maxwell, Meyer, von Nägeli, Helmholtz, Wiedemann, etc).
Es un error leer estos apuntes, observaciones y reflexiones incompletas de Engels como si se tratara de la fundamentación teórica y sistemática de la dialéctica. Pues, como suele ocurrir en los autores cultos, ilustrados y con formación filosófica, hay en esas notas consideraciones generales de valor, pero, como ocurre también con los aficionados a las ciencias de la naturaleza que no son expertos en ninguna de ellas, también hay ahí generalizaciones, extrapolaciones e incomprensiones de las que suelen hacer sonreír a los científicos y a los historiadores de la ciencia. Había, por lo demás, en los escritos del propio Engels suficientes declaraciones de modestia al respecto como para haber evitado ese error. Así, por ejemplo, en el prólogo a la primera edición del Anti-Dühring, en l878, Engels se declaraba muy consciente de la insuficiencia de sus conocimientos físicos y químicos; y siete años después, a pesar de las lecturas realizadas, admitía moverse «siempre con bastante torpeza en el terreno de la ciencia teórica de la naturaleza». Engels pensaba que aquella fundamentación teórica y sistemática en curso era una tarea titánica, y su última palabra al respecto parece haber sido que la reflexión de los científicos de la naturaleza sobre sus propios descubrimientos, o sea, el programa de la ciencia teórica (la filosofía de la ciencia de los propios científicos) acabaría haciendo superfluo, totalmente o en parte, el trabajo que él mismo había realizado. No dudaba, en cambio, de que el filosofar sobre los resultados de las ciencias de la naturaleza confirmarían la visión dialéctico-materialista del mundo.
Lo que de verdad importa de esos dos textos para nuestro tema es que Engels acentuaba tres cosas que estaban ya en Marx: la crítica del empirismo (tanto en la historia de las ideas como en algunos científicos contemporáneos), la proximidad entre teoría darwiniana de la evolución y materialismo histórico y, sobre todo, la idea de dialéctica como ciencia estricta. Si uno se fija sólo en esta idea pronto se llega a la conclusión de que la dialéctica, entendida como ciencia del todo o de las totalidades concretas, abandonadas por los científicos positivos «sin pretensión teórica» (la expresión es de Engels), ha de ser en realidad una «ciencia» tan «estricta» como la teología, la ciencia de esencias de la Naturphilosophie o la filosofía «esencial» que pretende reinar por encima de las ciencias particulares. De hecho, Hegel es un autor omnipresente en Dialéctica de la naturaleza y aunque Engels subraya en varias ocasiones la distancia respecto del idealismo y de su filosofía sistemática cita constantemente pasos de la Lógica y de la Enciclopedia en polémica con el empirismo, con el mecanicismo, con el naturalismo y con la adhesión de determinados científicos a los principios de la lógica formal.
Pero, más allá de esto, en los apuntes de Engels sobre ciencias y dialéctica, en su crítica del empirismo, en sus reflexiones acerca de la teoría de la evolución y en sus consideraciones sobre la conciencia o falta de conciencia filosófica de los científicos naturales había sugerencias que tienen relevancia para la reconsideración de la relación entre ciencias y humanidades. Tanto más cuanto que algunas de las notas que componen Dialéctica de la naturaleza fueron redactadas casi al mismo tiempo, y en el mismo país, en que tenía lugar la polémica entre Huxley y Arnold. En la obra de Engels no hay noticia de aquella controversia, pero teniendo en cuenta sus lecturas científicas de aquellos años y la orientación de sus notas y reflexiones no es difícil imaginar que, en líneas generales, él compartía la preocupación de Huxley por la dirección principal de los estudios universitarios y tal vez parcialmente la crítica a los levitas humanistas del templo de la cultura. Sólo que en Engels la preocupación central no era la relación entre ciencias y humanidades en la universidad sino más bien la relación entre ciencias de la naturaleza y filosofía o concepción del mundo implicada en ellas, dentro y fuera de la universidad.
Esta otra preocupación se puede ubicar en lo que académicamente se ha denominado epistemología o filosofía de la ciencia. Y tiene interés observar que, en este ámbito, en su tentativa de desarrollar la naturaleza general de la dialéctica como ciencia de las relaciones y concatenaciones existentes en el mundo natural y del pensamiento humano acerca de ellas, Engels, a pesar de su aprecio por el evolucionista Huxley, se aproximaba mucho a la recuperación por Arnold del uso alemán de la palabra ciencia [Wissenschaft]. No hay en él, como en Arnold, recriminación por el hecho de estar hablando siempre de ciencias en la acepción de ciencia natural empírica, analítico-reductiva, pero sí a la limitación de los científicos naturales que se quedan en la empiria, desprecian la reflexión filosófica sobre las ciencias que cultivan y acaban aceptando tal o cual metafísica tradicional al exponer el resultado de sus investigaciones o comunicar a un público amplio el sentido de algunas de las nociones adquiridas. En esta crítica de Engels se ve bien, de nuevo, el cruce o encabalgamiento de las culturas filosóficas, alemana e inglesa, que ya se observaba en Marx.
Una vez admitida la insuficiencia de los conocimientos del público en general y de los filósofos en particular a la hora de teorizar sobre los resultados de las modernas ciencias de la naturaleza, en las que son profanos (una limitación de los estudios universitarios de la época apuntada por Huxley), Engels no deja de subrayar la otra cara del asunto, a saber: que los naturalistas suelen ser igualmente profanos en el terreno teórico, o sea, «en el terreno de lo que hasta aquí ha venido calificándose de filosofía». Como teorizar acerca de los resultados obtenidos por las distintas ciencias de la naturaleza se fue convirtiendo en una necesidad, la falta de formación teórica o filosófica de los naturalistas tiene consecuencias negativas, pues en ese ámbito fracasan ya los métodos empíricos aprendidos.
En su defensa de la filosofía (dialéctica) como corrección de este defecto, Engels llega a escribir, en Dialéctica de la naturaleza, dos cosas que probablemente habrían sido del agrado de Arnold. Primera: que la filosofía se venga póstumamente de las ciencias naturales por haber sido abandonada por ellas cuando los naturalistas podrían haberse dado cuenta de la superior aportación teórica de Leibniz, Kant y Hegel. Y segunda: que los naturalistas creen librarse de la filosofía simplemente por ignorancia, porque lo poco que han aprendido de filosofía en la universidad es un revoltijo fragmentario de ideas de las más diversas escuelas, sin crítica y sin plan sistemático, lo cual hace que luego se pongan a insultar a la filosofía siendo esclavos de los peores residuos vulgarizados de la peor de las filosofías, de los despojos de la vieja metafísica. La misma orientación tiene una nota titulada «Los naturalistas en el mundo de los espíritus», escrita en 1878, e incluida en el mismo libro. Ahí se burla de un librito del zoólogo y botánico británico Alfred Russel Wallace, On miracles and Modern Spiritualism, para establecer luego la relación existente entre empirismo y espiritualismo y llegar a esta sugerencia apreciable desde el punto de vista de la historia de las ideas: que el camino más seguro para llegar al misticismo no es la enmarañada teoría de la filosofía de la naturaleza sino el más trivial del empirismo, que desprecia todo lo que sea teoría y desconfía de todo lo que sea pensamiento.
Otra de las sugerencias de interés que hay en Dialéctica de la naturaleza es precisamente la prospección de los caminos posibles para cerrar el hiato abierto entre ciencias particulares de la naturaleza y consideración teórica o filosófica de los resultados de las mismas. Engels creía que sólo la dialéctica, en tanto que filosofía de las relaciones o concatenaciones de lo real y también de las relaciones entre las ciencias, podía ayudar a los hombres de ciencia a superar el empirismo y «escalar la montaña teórica». Y apuntaba dos caminos para esa escalada: uno, lento y penoso, que consistiría en que, de forma espontánea y elemental, por la fuerza de las cosas, se fuera imponiendo entre los científicos la necesidad de teorizar, sin metafísica, sobre los propios descubrimientos; y otro, más corto, por el que se inclinaba, que consistiría en prestar mayor atención, ya desde su formación, a la filosofía dialéctica en las manifestaciones que ésta brinda en la historia. Lo que implicaría, también para los científicos de la naturaleza, leer y estudiar a los clásicos de la filosofía griega y a los clásicos de la filosofía alemana desde Kant hasta Hegel. Liberada esta filosofía de su punto de partida idealista y habiendo renunciado a la construcción arbitraria de sistemas que se dan de tortas con los hechos, vendría en ayuda de los naturalistas en particular y de los científicos en general.
Dialéctica de la naturaleza no se publicó hasta finales de los años veinte del siglo XX, así que apenas cuenta para la controversia sobre ciencias y humanidades en la cultura alemana de la época anterior al ascenso de Hitler al poder, salvo por el hecho de que algunos dirigentes de la social-democracia conocían, sobre todo a través del Anti-Dühring, las ideas de Engels sobre marxismo y darvinismo y su concepción genérica de la dialéctica. Entre los teóricos alemanes que intervendrían en la controversia de entresiglos la concepción marxiana de la historia sólo sería atendida, parcialmente y para criticarla, por los economistas de la escuela austriaca y por los primeros sociólogos de lengua alemana, interesados al mismo tiempo por la economía en un sentido amplio, es decir, por Ferdinand Tönnies y por Marx Weber. Los otros, los historiadores de la filosofía y los filósofos de la historia, Dilthey, Windelband y Rickert, preferirían discutir con Ranke o desarrollar algunas de las sugerencias de Droysen.
Anexo 3: De MSL «La tarea de Engels en el Anti-Dühring»
Manuscrito no fechado.
Se abre, en hoja aparte, con la nota al pie de página de Sacristán sobre las demostraciones de existencia e inexistencia:
«Una vulgarización demasiado frecuente del marxismo insiste en usar laxa y anacrónicamente (como en tiempos de la «filosofía de la naturaleza» romántica e idealista) los términos demostrar, probar y refutar para las argumentaciones de plausibilidad propias de la concepción del mundo. Así se repite, por ejemplo, la inepta frase de que la marcha de la ciencia «ha demostrado la inexistencia de Dios». Esto es literalmente un sinsentido. La ciencia no puede demostrar ni probar nada referente al universo como un todo, sino sólo enunciados referentes a sectores del universo, aislados y abstractos de un modo u otro. La ciencia empírica no puede probar, por ejemplo, que no exista un ser llamado Abracadabra abracadabrante, pues, ante cualquier informe científico-positivo que declare no haberse encontrado ese ser, cabe siempre la respuesta de que el Abracadabra en cuestión se encuentra más allá del alcance de los telescopios y de los microscopios, o la afirmación de que el Abracadabra abracadabrante no es perceptible, ni siquiera positivamente pensable, por la razón humana, etc. Lo que la ciencia puede fundamentar es la afirmación de que la suposición de que existe el Abracadabra abracadabrante no tiene función explicativa alguna de los fenómenos conocidos, ni está, por tanto, sugerida por éstos.
Por lo demás, la frase vulgar de la «demostración de la inexistencia de Dios» es una ingenua torpeza que carga el materialismo con la absurda tarea de demostrar o probar inexistencias. Las inexistencias no se prueban; se prueban las existencias. La carga de la prueba compete al que afirma existencia, no al que no la afirma.»
M. S. L. , «La tarea de Engels en el Anti-Dühring»1
1. Concepción del mundo: una concepción del mundo no es un saber, no es conocimiento en el sentido en que lo es la ciencia positiva. Es una serie de principios que dan razón de la conducta de un sujeto, a veces sin que éste se los formule de un modo explícito. Ésta es una situación bastante frecuente: las simpatías y antipatías por ciertas ideas, hechos o personas, las reacciones rápidas, acríticas, a estímulos morales, el ver casi como hechos de la naturaleza particularidades de las relaciones entre hombres, en resolución, una buena parte de la consciencia de la vida cotidiana puede interpretarse en términos de principios o creencias muchas veces implícitas, «inconscientes» en el sujeto que obra o reacciona. [cursivas de FFB]
Ahora bien frecuentemente esos principios o creencias inspiradores de la conducta cotidiana, aunque el sujeto no se los formule siempre, están explícitos en la cultura de la sociedad en que vive. Esa cultura contiene por lo común un conjunto de afirmaciones acerca de la naturaleza del mundo físico y de la vida, así como un código de estimaciones de la conducta. [cursivas de FFB]
Relación íntima entre la parte contemplativa o teórica de la concepción del mundo y su parte práctica (código o sistema de juicios de valor) a través de cuestiones como la del sentido de la vida humana y de la muerte, la existencia o inexistencia de un principio ideal o espiritual que sea causa del mundo, etc. Por ejemplo, de la afirmación teórica de que el hombre es una naturaleza herida → a la norma que postula el sometimiento a la autoridad.
2. En las culturas de tradición grecorromana, las concepciones del mundo suelen presentar unas puntas, por así decirlo, muy concentradas y conscientes, en forma de credo religioso-moral o de sistema filosófico. Especialmente esta segunda forma fue muy característica hasta el siglo XIX. Nacida, en realidad, en pugna con el credo religioso, en vísperas del período clásico de la cultura griega, la filosofía sistemática, la filosofía como sistema, se vio arrebatar un campo temático tras otro por las ciencias positivas, y acabó por intentar salvar su sustantividad en un repertorio de supuestas verdades superiores a las de toda ciencia. [cursivas de FFB]
3. Las causas por las cuales la pretensión de la filosofía sistemática acaba por caducar son varias. En el orden formal, o de teoría del conocimiento, la causa principal es la definitiva y consciente constitución del conocimiento científico positivo durante la Edad Moderna.
Características:
– capacidad de posibilitar previsiones exactas, mediante conceptos sumamente artificiales, máquinas mentales que no dicen nada a la imaginación, a diferencia de los jugosos e intuitivos conceptos de la tradición filosófica.
– Intersubjetividad, o sea, todas las personas adecuadamente preparadas entienden su formulación del mismo modo, en el sentido de que quedan igualmente informadas acerca de las operaciones que permitirían verificar o falsar dicha formulación.
4. Las concepciones del mundo carezcan de estos rasgos, de manera no accidental o eliminable, sino esencialmente: contienen afirmaciones sobre cuestiones no resolubles por los métodos decisorios del conocimiento positivo, que son la verificación o falsación empíricas, y la argumentación analítica (deductiva o inductivo-probabilitaria). Ejemplo: una auténtica concepción del mundo contiene –explícitos o explicitables– enunciados acerca de la existencia o inexistencia de un Dios, de la finitud o infinitud del universo, del sentido o falta de sentido de estas cuestiones, etc. y esos enunciados no serán nunca susceptibles de prueba empírica, ni de demostración o refutación en el mismo sentido que en las ciencias. [cursivas de FFB]
Esto no quiere decir que el conocimiento positivo no abone una determinada concepción del mundo más que otra; pero abonar, o hacer plausible, no es lo mismo que probar en sentido positivo.
Ejemplo de mal uso: la marcha de la ciencia «ha demostrado la inexistencia de Dios.»
– La ciencia no puede demostrar ni probar nada referente al universo como un todo, sino sólo enunciados referentes a sectores del universo, aislados y abstractos de un modo u otro. La ciencia empírica no puede probar, por ejemplo, que no exista un ser llamado A.A., pues ante cualquier informe científico-positivo que declare no haberse encontrado ese ser, cabe siempre la respuesta de que el Abracadabra en cuestión se encuentra más allá del alcance de los telescopios y de los microscopios, o la afirmación de que el Abracadabra abracadabrante no es perceptible, ni siquiera positivamente pensable, por la razón humana, etc. Lo que la ciencia puede fundamentar es la afirmación de que la suposición de que existe el Abracadabra abracadabrante no tiene función explicativa alguna de los fenómenos conocidos, ni está, por tanto, sugerida por estos. (Una suposición innecesaria).
5. Relación entre ciencia positiva y concepción del mundo.
Una concepción del mundo que tome a la ciencia como único cuerpo de conocimiento real se encuentra visiblemente por delante y por detrás de la investigación positiva. Por detrás, porque intentará construirse de acuerdo con la marcha y los resultados de la investigación positiva. Por delante porque, como visión general de la realidad, inspira o motiva la investigación positiva misma. No solo por delante, sino que al inspiración se produce todo a lo largo de la investigación.
6. Ciencia positiva y dialéctica.
Una concepción del mundo que tenga como punto de partida y de llegada al ciencia real se basa en el principio del inmanentismo: la explicación de los fenómenos debe buscarse en otros fenómenos, en el mundo, y no en instancias ajenas o superiores al mundo: el mundo debe explicitarse por sí mismo.
a) La ciencia positiva realiza el principio del materialismo o inmanentismo a través de una metodología analítico-reductiva → reducción analítica de las formaciones complejas y cualitativamente determinadas a factores menos complejos y más homogéneos analíticamente, con tendencia a una reducción tan extrema que el aspecto cualitativo pierde toda relevancia. Tiende incluso a obviar conceptos con contenido cualitativo, para limitarse en lo esencial al manejo de relaciones cuantitativas o formales, materialmente vacías:
– del ‘horror de la naturaleza al vacío’ a ‘la presión atmosférica’: lo que importaba era la consecución de un número que midiera la fuerza en cuestión.
El éxito analítico-reductivo tiene dos partes:
1. Permite penetrar muy material y eficazmente en la realidad, porque posibilita el planteamiento de preguntas muy exactas (cuantificadas y sobre fenómenos ‘elementales’) a la naturaleza, así como previsiones precisas que en caso de cumplirse confirman en mayor o menor medida las hipótesis en que se basan y en caso de no confirmarse las falsea definitivamente.
2. Además posibilita a la larga la formación de conceptos más adecuados mediante la destrucción de viejos conceptos anticuados.
Pero precisamente porque se basan en un análisis reductivo que prescinde –abstracción– de la peculiaridad cualitativa de los fenómenos complejos analizados y reducidos, los conceptos de la ciencia positiva son invariablemente conceptos generales cuyo lugar está en enunciados no menos generales, ‘leyes’, que informan acerca de clases enteras de objetos. Se pierde una parte de lo concreto. Los ‘todos’ o ‘totalidades’ concretas y complejos no aparecen en el universo de discurso de la ciencia positiva. La ciencia positiva no suministra su totalidad, su consistencia concreta.
Este es el campo o ámbito de relevancia del pensamiento dialéctico.
7. Cómo la concepción del mundo tiende a proporcionar una determinada comprensión de las totalidades concretas, cómo la práctica humana tiene que entender también las concreciones sociales se encuentran con un límite de la ciencia positiva. De ahí, la dialéctica. Cuando es inmanentista o materialista consiste en recuperar lo concreto sin hacer intervenir más datos que los materialistas del análisis reductivo, es decir, concibiendo las cualidades que pierde el análisis reductivo como resultado nuevo de la estructuración de estos en la formación individual o concreta, en los ‘todos estructurales’. Concreciones o totalidades son los individuos vivientes, las particularizaciones formaciones históricas, los presentes históricos localmente delimitados, el universo como totalidad, etc. ‘La verdad es el todo’.
. Lenguaje sintético recomponedor.
. Inspiradora de la investigación.
8. Sobre el concepto de contradicción dialéctica: contradicción lógica y contradicción u oposición real.
9. Sentidos impropios de dialéctica.
. No es una lógica alternativa a la lógica formal en la que no rijan los principios de contradicción, identidad y tercio excluso.
. No es un tipo de ciencia superior a la ciencia positiva.
. No es la sistematización de los conocimientos científico-positivas.
Ahora bien, si no es una lógica alternativa, si no es una ciencia superior a la ciencia normal, si tampoco es la sistematización de los conocimientos científicos, entonces ¿qué es la dialéctica?
. Una metódica, una hipótesis general, un programa, una visión previa. Cuando la dialéctica es inmanentista, cuando su signo ontológico es materialista como en el caso de la de K. Marx, lo que el pensamiento dialéctico pretende es ampliar la racionalidad más allá del límite del análisis reductivo practicado por las ciencias positivas. El reconocimiento de la limitación del análisis científico conduce a varias actividades contrapuestas o a veces complementarias:
a) La división del mundo en dos planos: el plano de la razón pura y el plano dela razón práctica, el plano de la ciencia y el plano de la moral, el plano del ser y el plano del deber ser. Ambos planos tienden principios distintos: el principio de la realidad y el principio del ideal → de ahí varias posiciones.
b) De lo que no se puede hablar mejor callarse. Incluso si todas las cuestiones científicas pudieran responderse, el problema de nuestra vida no habría sido más penetrado. Desde luego que no queda ya ninguna pregunta, y precisamente esta es la respuesta. La solución del problema de la vida está en la desaparición de este problema. No decir nada sino aquello que se puede decir, esto es, las proposiciones de las ciencias naturales.
Wittgenstein, Tractatus, final → De ahí → neopositivismo
c) Negación de la posibilidad de una aproximación racional a las totalidades concretas, pero afirmación de la importancia de su tratamiento: desplazamiento al plano de la religión o de la mística, como conocimiento alternativo o superior al conocimiento científico → De ahí → irracionalismos varios o antirracionalmente.
d) Implicación de la racionalidad: racionalismos autocríticos varios y pensamiento dialéctico.
Nota
1 Puede verse ahora en M. Sacristán, Sobre dialéctica, Vilassar de Dalt: El Viejo Topo 2009. Llamo la atención sobre los tres textos que acompañan a la edición. Sus autores: Miguel Candel, Manuel Monleón Pradas y Félix Ovejero.