Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Los nuevos inquisidores

Miguel Riera

Ante el veto de los organizadores de la Feria del libro político Literal a la participación de la editorial El Viejo Topo en la edición de 2023, publicamos el artículo que ha escrito su editor, Miguel Riera, y en una entrada separada, una carta de protesta por esta desafortunada decisión, que solicitamos sea rectificada, y de apoyo al inmenso trabajo que ha realizado dicha editorial a lo largo de casi 50 años. Las adhesiones que se reciban a esta carta, se irán incorporando a esa entrada de nuestra web.

 

En su lejano origen, los tribunales eclesiásticos inquisitoriales empezaron a dictar sentencias ya en el siglo XII, preferentemente contra herejes albigenses en el sur de Francia. Un siglo después la Inquisición se implantaba en el reino de Aragón, y posteriormente en todo el reino cristiano. Durante siglos, la Inquisición fue más inmisericorde en las Españas que en ningún otro lugar, acudiendo a la tortura para obtener las declaraciones de culpabilidad del reo, habitualmente hecho preso al ser objeto de denuncias cuya verosimilitud no siempre era contrastada. El temor a la Santa Inquisición estaba extendido y resultaba útil para el poder cuando este lo requería, actuando a menudo como un verdadero organismo judicial.

La Inquisición atemorizó España durante varios siglos. El último ejecutado fue un maestro de escuela catalán, Cayetano Ripoll, acusado de no llevar a sus alumnos a misa y no salir a la calle al paso de las procesiones. Actos como esos demostraban que no creía en Dios. Fue ahorcado en Valencia tan tarde como 1826.

No sería extraño que una presencia tan prolongada de la Inquisición en nuestros lares acabara por introducir alguna modificación epigenética en nuestros conciudadanos. A eso hay que agregar hoy la implantación de nuevas modas culturales provinientes del otro lado del Atlántico. Eso explicaría, quizás, el desparpajo con que hoy se denuncian, se cancelan, se descalifican, se vetan personas, situaciones, conductas, instituciones, con frecuencia de forma caprichosa y sin fundamento. Descalifica, que algo queda, parece ser la consigna. Hoy, los nuevos inquisidores campan a sus anchas por las redes y los medios.

Viene esto último a cuento porque El Viejo Topo ha sufrido en sus carnes la ira de estos nuevos inquisidores. En efecto, los organizadores de Literal, la Feria del libro político (radical la denominan ahora sus organizadores) que se celebra anualmente en Barcelona con apoyo del consistorio municipal, ha comunicado a El Viejo Topo que su presencia en la Feria, en la que ha participado desde su fundación, ya no es bienvenida. Vamos, que no se le permite participar ni exhibir sus libros ni ejemplares de la revista.

¿El motivo? Los organizadores arguyen que no comparten determinadas líneas ideológicas contempladas en su catálogo editorial. Así de claro. Censura, como en los viejos tiempos del franquismo. Los organizadores se declaran firmes antifascistas, y les parece que El Viejo Topo no cumple con los requisitos necesarios para ser declarado antifascista.

Sí, querido lector, asómbrate tú también. El Viejo Topo, según estos antifascistas de parvulario, coquetea con el fascismo.

De modo que la cosa es sencilla, si lo que dice alguno de los autores que publicas no le gusta a alguno de estos ayatolás del antifascismo, se le cancela y santas pascuas. Aquello del debate, de la crítica argumentada, de la discusión de ideas, es cosa del pasado. Ahora toca el redoble de tambor, el rostro al viento, la denuncia de cualquier cosa que no se alinee con su forma de ver el mundo. Toca cerrar filas ante la amenaza del fascismo, que al parecer de forma inminente va a ocupar las instituciones. Eso excluye el debate, el intercambio de ideas. Ante la magnitud del peligro, parecen creer estos nuevos defensores de la fe que no hay sitio para la inteligencia, solo cabe la acción.  ¿A qué les recuerda esto?

En la comunicación telefónica mediante la que se nos comunicó el veto solo se citó el nombre de un pecador, Diego Fusaro, aunque tengo la certeza de que en la trastienda figuraban otros igualmente perversos.

Diego Fusaro es un joven y brillante filósofo italiano, todavía poco leído en nuestro país, del que El Viejo Topo ha publicado ya siete libros. Conservador en cuanto a costumbres y radicalmente anticapitalista en lo político y lo económico, se declara sin tapujos marxista. Su pensamiento encaja en una línea que empieza en Fichte y Hegel, transita por Marx y Croce, y desemboca finalmente en Gramsci. En Italia es una figura popular, es invitado frecuentemente a programas de televisión y radio, y tiene una fuerte presencia en Internet. Le gusta hacerle guiños a la política, y afirma que escribe y charla allí donde lo invitan siempre y cuando pueda decir sin limitaciones lo que piensa. No mide las consecuencias que representa aceptar ciertas invitaciones, aunque en eso no es una excepción, y no tiene empacho en hacer públicas sus convicciones, completamente alejadas de la religión woke. Sus detractores, que los tiene también en España, en general no lo han leído. Steven Forti le dedica un capítulo en su último libro, en el que lo califica de rojipardo. Una calificación que dice muy poco, pues se aplica también a personajes tan dispares como Manolo Monereo, Ana Iris Simón o Santiago Armesilla.

¿Es pues Diego Fusaro el personaje terriblemente peligroso al que los nuevos inquisidores temen? ¿Al que hay que negar el uso de la palabra?  Tal vez en el catálogo de El Viejo Topo hay más autores execrables. Tal vez a los nuevos inquisidores les gustaría silenciar a unos cuantos. Quién sabe.

Pero más allá del contenido de cualquier libro, ¿quién otorga a estos poseedores de la “verdad” del antifascismo la facultad de aceptar o negar? (y con dinero público por en medio, por cierto). ¡Cuánta arrogancia! ¿Dónde se funda el derecho que les permite prohibir? ¿Quién les autoriza a ello? ¿Piensan tal vez que Literal es su jardín? ¿Propiedad privada? ¿Para cuándo la quema pública de libros?

En fin, retiremos el dedo de la llaga. En el Topo no estamos enfadados con esa decisión. Simplemente, nos causa tristeza.

Amigos de Literal, os deseamos suerte. Con decisiones como esta, seguro que en el futuro la necesitaréis.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *