“Pasión y movimiento común”
Cristina García
Reseña sobre Hegel for social movements (2019) de Andy Blunden
El último libro de Andy Blunden conduce al lector hacia una vista panorámica de la obra de este viejo pensador alemán, del que se dicen hoy tantas cosas contradictorias y confusas. Sin duda alguna y tal y como deja entrever el título, estudiar a Hegel en la actualidad es una posibilidad que va más allá de una supuesta erudición estéril: Hegel es el filósofo de la historicidad radical de nuestros mundos y de la libertad humana más allá del individualismo kantiano.
Pero las formas de acceso a la filosofía de Hegel no son sencillas. Las guías de lectura, los resúmenes y las interpretaciones pueden ser instrumentos útiles. Sin embargo no hay que engañarse: es importante leer a Hegel, en bruto, aunque su lenguaje enmarañado y sus conceptos misteriosos conviertan esa tarea en una gesta extremadamente ardua.
Vivimos en el universo de las prisas, de la utilidad superficial, de la política de espectáculo, del hacer irreflexivo y atomizado, del menosprecio hacia el saber y hacia el trabajo silencioso y constante. Desde luego estas no son las coordenadas adecuadas para desentrañar lo que el lejano Hegel tiene hoy todavía que enseñarnos.
Pero los viajes más difíciles y más atentos son los que abren de verdad nuevas posibilidades de dominio, de comprensión y de aprendizaje. Lo exponía el mismo Hegel en el prólogo de la Fenomenología del Espíritu: “Lo verdadero es el devenir de sí mismo […] seriedad, dolor, paciencia y trabajo de lo negativo”. No hay atajos.
Contra nuestro sentido común
Andy Blunden, recorriendo la línea que va desde la Fenomenología del espíritu (1807) hasta la Filosofía del derecho (1821), pasando por la Ciencia de la lógica (1812-1816), expone las ideas clave de la filosofía hegeliana, que generalmente quedan lejos de las categorías con las que comprendemos y nos movemos por el mundo hoy en día.
“Cuando Hegel habla de pensamiento no se refiere a algún tipo de substancia etérea o espiritual sino sencillamente a aquello que se manifiesta en la actividad humana y que se materializa en artefactos”, escribe Blunden. De este modo, las ideas guían y viven en la actividad práctica de las comunidades humanas históricas, y por conceptos entendemos formas de actividad social. Estos términos poseen un significado que va más allá de la lógica formal o epistemológica, y que se refieren directamente al modo en el que la realidad social es creada.
Porque, en la Ciencia de la lógica, la humanidad carece de naturaleza y destino fijos y es, siguiendo el título de la obra de Román Cuartango, esa nada que puede serlo todo. La libertad humana para Hegel es, de este modo, radical. No existen determinaciones divinas, biológicas, económicas, psicológicas, etc. a priori e inmodificables. La esencia está vacía, es sencillamente sujeto histórico colectivo que crea mundos de vida, también llamado espíritu. El mundo es fruto de un complejísimo entramado de creativas relaciones humanas. Por todo ello, en la filosofía de Hegel no existe el famoso fin de la historia ni tampoco teleologías exteriores. Este es el corazón de la filosofía hegeliana que, según Blunden, debería interesar a los movimientos sociales, considerados aquellos agentes que saben que el mundo dado no es natural y que se esfuerzan en cambiarlo con fines propios.
En estas coordenadas, la razón no puede consistir en un ideal regulativo y dotado de valores específicos situado por fuera de la historia, al modo ilustrado o kantiano. Si somos comunidad libre que crea sus propios mundos de vida y que se reproduce a sí misma, la razón consiste, nada más y nada menos que en ser conscientes de ello y obrar en consecuencia. Si para Hegel el espíritu es subjetividad humana colectiva que crea la objetividad y las relaciones sociales existentes, el espíritu absoluto es aquel que lo sabe, y que no atribuye sus propias capacidades y creaciones a una divinidad, a una naturaleza, a un mercado, etc.
Precisamente con esta noción – aunque expresada con la habitual oscuridad lingüística de Hegel – es como termina la Fenomenología del espíritu (que es la historia de todas las formas de consciencia – filosóficas, religiosas, científicas… – que se ha dado la humanidad a sí misma a lo largo de su camino):
La meta, el saber absoluto o el espíritu que se sabe a sí mismo como espíritu tiene como su camino el recuerdo de los espíritus como son ellos mismos y como llevan a cabo la organización de su reino. Su conservación vista por el lado de su existencia libre, que se manifiesta en la forma de lo contingente, es la historia […] la realidad, la verdad y la certeza de su trono, sin el cual el espíritu absoluto sería la soledad sin vida…
Otro planteamiento importante es aquel relacionado con la filosofía. En la actualidad, la capacidad de filosofar se relaciona con dos destinos: o bien es una pérdida de tiempo desligada de la praxis o bien es una tarea vanguardista y dirigente.
Pero “la lechuza de Minerva solo levanta el vuelo al anochecer”, nos recuerda Blunden de la mano de Hegel. La filosofía no es el acceso privilegiado a unas ideas trascendentes al estilo Platón: la filosofía son los ojos atentos de la lechuza dentro del mundo, que reflexionan sobre lo ocurrido durante el día para comprenderlo con riqueza. La filosofía es el intento de explicarnos autoconscientemente, una crítica inmanente del mundo, una separación de lo existente, y es siempre a posteriori.
“Todos los hombres son filósofos”, aportaba Antonio Gramsci. Si la filosofía es una reflexión sobre las propias obras y sobre la organización del mundo, entonces es algo a lo que no solo tiene acceso una élite privilegiada, aunque requiera estudio y sacrificio.
Para terminar, partiendo de la Filosofía del derecho de Hegel, Blunden plantea un debate interesante entorno a dos conceptos controvertidos para los movimientos sociales actuales: estado y propiedad.
Para Hegel, el estado no se corresponde con un aparato de dominación represiva y de limitación de libertades individuales, sino con una comunidad organizada de costumbres comunes, con su correspondiente cristalización en leyes e instituciones. Comprendido así, los movimientos sociales deberían ser los portadores de nuevas totalidades sociales alternativas y no meros pulsos desorganizados a la autoridad. Según Hegel, el mejor estado sería aquel que dispusiera las condiciones para que se manifestaran de forma transparente – racional – las voluntades y acciones de los ciudadanos.
Esta definición de estado entronca con el ethos de la tradición griega, que hacía referencia a los hábitos compartidos que sostenían las polis. Si el ser humano carece de naturaleza, son las relaciones sociales las que forjan su conducta y sus aprendizajes a lo largo de la vida, es decir, necesita de una comunidad concreta que le humanice. El estado, comprendido como intersubjetividad ética, tiene esta función.
Por último, Hegel es propietarista. Pero no entendía la propiedad como un medio para conseguir dinero o como un objeto inerte que se acumula, sino como algo que, dado que los seres humanos producen su propio mundo, se ejerce a través de la praxis y de la creación consciente. Se vuelve abismal aquí el contraste entre esta noción de propiedad y el trabajo asalariado, lugar en el que los trabajadores tienen muy limitada capacidad de decisión, de control y de organización sobre su propia labor y sus frutos.
Por todo ello, y en definitiva, Andy Blunden termina su libro apelando a los movimientos sociales y a la solidaridad, en un sentido democrático y hegeliano. El mismo Hegel lo escribe, con meridiana claridad, en sus Lecciones sobre la filosofía de la historia universal (1837):
La democracia implica la presencia inmediata, la palabra viva, la visión directa de la administración, que infunde confianza al espectador interesado. Lo que va a ser resuelto necesita afectar a los individuos de un modo vital. […] Se necesita que el interés del hombre entero, su pasión, se ponga y esté en un movimiento común, para que puedan tomarse resoluciones comunes.
PD: Las eternas riñas
Andy Blunden también reserva unos capítulos de su libro para plantear el enigma, todavía abierto y confuso, de la relación entre Marx y Hegel. A pesar de reconocer que existe un Marx que filosofa de forma muy similar a Hegel, Blunden parece dar por buena la supuesta inversión de la dialéctica hegeliana que realizó Marx.
Tras haber defendido un Hegel que habla de ideas, conceptos y razón como nociones enlazadas fuertemente con las formaciones sociales materiales, o de la filosofía como una reflexión autoconsciente sobre el mundo práctico existente, el lector podrá terminar Hegel for social movements con la eterna duda de qué es aquello de Hegel que Marx puso por fin sobre sus pies.