Un punto de encuentro para las alternativas sociales

¡Disfrútenlo!

Jesús Baigorri Jalón

Reseña de Raimundo Cuesta Fernández (2022), Unamuno, Azaña y Ortega. Tres luciérnagas en el ruedo ibérico. Madrid: Visión Libros, 560 páginas.

Si es correcta la etimología vasca, Unamuno (1864-1936) [unanu – muno] significaría «Colina de los Asfódelos o Gamones», un entorno apropiado para las luciérnagas en ese paisaje «verde como las montañas de mi tierra» (cita de don Miguel).

Para llamarse Azaña (1880-1940) la trayectoria histórica de don Manuel es más bien la de un desdichado antihéroe.

La redondez de la O de Ortega (1883-1955) es reflejo de un ego rotundo encaramado en la cumbre del Olimpo.

Introducción

Raimundo Cuesta es un ejemplo de cómo se puede crear escuela (con amplia proyección no solo en España sino también en América Latina) y hacer investigación muy valiosa desde varias periferias. En primer lugar, la geográfica en un Sur alegórico de Europa: el de De Sousa Santos, de Reyes Mate y de la balsa de piedra de Saramago. Pero también desde otras periferias: la del investigador independiente, es decir, dejado a sus propios medios, sin otras plataformas que las que ha creado él, junto con otros colegas, a la orilla de ciertas torres de marfil académicas. Afortunadamente, Raimundo está dejando plasmada buena parte de su patrimonio intelectual en formato escrito, que son esas piedras tiradas en los estanques que (según recuerda Gianni Rodari en su Grammatica della fantasia) crean ondas concéntricas de efectos muy variados y en su caso, muy provechosos. Eso es lo que ha hecho Raimundo a lo largo de su vida profesional y postprofesional. Lo sigue y lo seguirá haciendo.

Raimundo piensa, lee y escribe mientras explora, pandemia mediante, esos entornos urbanos y periurbanos en los que se solaza, a menudo junto al Tormes, quizá porque esa vega le trae ecos remotos de los valles cántabros donde se crio. Va siempre pertrechado de un zurrón en el que dan prueba de conllevanza rotuladores de distintos colores, un cuaderno de bitácora, y siempre, los libros, que disecciona con estilete de forense, a juzgar por las profusas anotaciones y subrayados con las que los ilustra.

El porqué de estas reflexiones

Escribo estas notas como consecuencia de una historia de amistad con Raimundo desde hace unos 45 años, un tiempo que merece una T mayúscula en el que hemos compartido escenarios muy diversos, desde mis comienzos en el Fray Luis de León, donde él había empezado antes. Entre las muchas experiencias comunes, traigo a colación aquellas escuelas de verano en Madrid en torno a 1980, la escapada a Londres donde visitamos algunos museos y la Royal Historical Society y donde nos hicimos la foto canónica ante el busto gigantesco de Marx en el cementerio de Highgate, donde Marx esbozó una sonrisa al ver por fin a Raimundo posando a su lado. También los seminarios en el ICE de la Universidad de Salamanca, donde nos acogió como solo él sabía hacerlo José Luis Cabezas, por los que pasaron muchos geógrafos e historiadores para compartir sus investigaciones y sus ilusiones. Éramos mucho más jóvenes los dos y también Guillermo Castán y Manolo Cuadrado, el núcleo originario del Grupo Cronos, al que se unieron Félix Gómez y Ramón Jaime López. Me tocó varias veces divulgar con Raimundo la obra de Cronos en plazas muy distintas, aunque no siempre tuve la suerte de degustar un cabracho delicioso, como el que nos preparó su madre en Santander. Después, para Raimundo, vendrían Fedicaria, Con-Ciencia social, sus libros y sus numerosos artículos de reflexión sobre la historia y su enseñanza, de todo lo que llevo aprendiendo muchos años.

Mis dos lecturas del libro

Es un privilegio que alguien te confíe el manuscrito de su obra para que le des tu opinión, porque es una prueba segura de amistad, que sé que Raimundo comparte con otros lectores del borrador. Pero en mi caso también es un reto y no solo por el procesamiento de los contenidos. Soy incapaz, por deformación profesional desde mi época de redactor de actas literales en la ONU, de dejar pasar las erratas orto-tipográficas o de otro tipo cuando las veo, máxime si creo que esa labor –ingrata, como sabrán quienes la hayan practicado con lupa alguna vez– le puede resultar útil a un amigo.

Esa tarea, que consiste –por parafrasear la referencia de Cervantes a la traducción en el Quijote– en mirar el envés del manuscrito, me llevó horas y días tratando de recortar hilos y de arreglar puntadas con el ánimo de mejorar el producto en su aspecto y, muy poco, en su fondo. Esa primera lectura fue en la pantalla de mi ordenador. Gran paradoja la de utilizar una forma de leer somera (como sostiene Nicholas Carr cuando reflexiona sobre lo que provoca Internet en nuestros hábitos lectores) para abordar un texto de una gran profundidad de pensamiento, que merece una lectura sosegada y, desde luego, en papel.

He podido comprobar en la segunda lectura que, pese a la minuciosidad microscópica de la primera, hubo erratas que se me pasaron por alto. La perfección no es virtud de los humanos, por más que nos arroguemos el dominio de una era, el Antropoceno, que, con echar una mirada a nuestro alrededor cercano y lejano, merece más bien el apelativo de Antropocenutrio. He observado también que, como corresponde a la aserción inquebrantable de su autoría, Raimundo ha hecho caso omiso de algunas modificaciones que le sugerí.

La segunda leída, menos onerosa y más grata que la primera, cuando el libro estaba aún en germen, ha sido en papel, pero no en el formato de libro, sino de un volumen de 557 páginas en A-4 que el autor me proporcionó encuadernado en canutillo y, consciente de nuestra presbicia, con tipo de letra grande. En esta segunda etapa he podido apreciar de forma cabal su ingente capacidad de depurar mediante un análisis profundo y crítico miles de páginas escritas por las tres luciérnagas y por otros muchos que han opinado sobre ellas. Este es uno de los grandes valores del libro, el favor que nos hace transmitiéndonos destilada esa enorme masa de información, que tiene poco que ver con la manera en que nos llegan los datos brutos, en más de un sentido, a través del llamado ciberespacio, no del todo imposible de identificar cuando lo miramos a través de la lente, nunca mejor dicho, de las GAFA (Google, Apple, Facebook y Amazon), a las que quién sabe si no acabaremos equiparando a los cuatro jinetes del Apocalipsis.

Según decía Azaña, «si los españoles habláramos sólo y exclusivamente de lo que sabemos, se produciría un gran silencio que nos permitiría pensar», de modo que quizá sería prudente detenerme aquí, pero voy a aventurarme a hacer algunos comentarios más.
La obra narra un período de la historia de España a través de las tres vidas y escritos de sus protagonistas. Raimundo lo hace interpretando las posiciones de los actores desde su perspectiva y por tanto desmarcándose con firmeza de las versiones revisionistas de ciertos opinadores que se apropian de su historia. Los tres «protagonistas prototípicos» (como llama el autor a sus luciérnagas) son hijos de su tiempo. Sus vidas se solaparon en un período clave de la historia contemporánea española –y también mundial, aunque esta se conjugara con características particulares en España. Acontecimientos como el 98, la guerra colonial, el despertar del movimiento obrero o de los nacionalismos periféricos se interponen en la fase de modernización de la que ya empezaba a ser sociedad de masas, a causa de lo cual se debate sobre qué sea la modernidad, se ponen en solfa las estructuras políticas de la Restauración y se mantienen muy frágiles las libertades. Es el período en el que se va consolidando en España, como en otros países, la función del intelectual como cincelador de una incipiente opinión pública orientada a la concienciación política. Cada uno lo hace a su manera. Ortega llega a crear un partido político de intelectuales, una aristocracia del saber, que, por organizado, causaba sarpullido en el individualismo de Unamuno, cuya Arcadia se reducía a su yo de aristas agudas, a imagen de las que genera la papiroflexia, que tan asiduamente practicó. Los tres protagonistas navegaron por las aguas turbulentas de la historia de España entre los cataclismos del 98 y de la Guerra Civil. Esta significó para Azaña, «sacrosanto icono político de la República y del Frente Popular» «la muerte a fuego lento», que se consumaría poco después en el exilio francés, y para Unamuno la muerte física el último día del año 36. Solo a Ortega le tocaría lidiar con el franquismo, de cuya faena no sale en el libro por la puerta grande.

El libro se encuadra en el género del ensayo biográfico, sobre el que Raimundo reflexiona en varios lugares de la obra. «Ciencia sin prueba explícita» definía Ortega al ensayo, como medio de divulgación, que, junto con la prensa escrita y con las reuniones ateneístas, entornos que los tres frecuentaron, permiten tal vez perfilar el daguerrotipo de la intelectualidad de la época.
Las tres biografías son contextualizadas, es decir, que entremezclan, como corresponde, la vida privada con la pública, porque son indisociables, máxime en los casos que analiza y, muy en particular, en el de Unamuno, que se ocupó más que nadie de estudiar y describir su propia vida. Precursor de la literatura del yo, se busca a sí mismo, como su personaje Augusto busca a su autor todopoderoso, y con él dialoga en Niebla, una obra que estrenamos a comienzos de los 70 los componentes del grupo de teatro universitario Penélope, donde Emilio de Miguel mostraba desde entonces su inclinación por la escena y su enorme valía teatral, ganando el Premio Nacional al mejor actor, y de paso al mejor grupo escénico en una actuación, memorable para nosotros, en el teatro Campoamor de Oviedo.

En el apéndice reflexivo que introduce al final del capítulo sobre Azaña señala Raimundo que la biografía de alguien no consiste en la descripción de un todo unitario ya dado, sino en el relato de sus cambiantes y dinámicas actuaciones. Así lo pone en práctica no solo en la descripción de cada personaje suelto, sino entreverando a menudo las tres biografías y pasando, con una soltura a la que se acostumbra el lector casi desde el principio, de la retrospectiva a los saltos hacia delante en su narración. Una conclusión a la que llega Raimundo respecto a su análisis y que da idea de la complejidad de tejer el relato es que en los tres casos encuentra muchos planos diferentes: «son muchos los Unamunos susceptibles de ser encontrados dentro del bastidor del personaje modelado por él, por la percepción de sus coetáneos y por la nuestra»; «son muchos los Azañas discernibles». Y, refiriéndose a Ortega, agrega otro pensamiento sobre el género biográfico, «desafío biográfico» lo llama, «siempre envuelto en una imposibilidad, pues allí concurre un cruce inextricable de acciones y omisiones que flotan al albur de un itinerario vital sin dirección fija ni destino preconcebido», para concluir que «en esa captación del inasible dinamismo del yo reside el arte de la biografía».

Esta obra es también un testimonio de cómo fue posible –y lo sigue siendo– pensar en español, que es precisamente el título de un libro de Reyes Mate publicado en 2021 por Catarata, donde sostiene el valor del español como Weltsprache, es decir, idioma mundial o, en adjetivación más modesta para no ofender al inglés, cosmopolita. Que las voces de los tres tenores del libro tengan eco desde el ruedo ibérico en el extranjero es una muestra del alcance de su pensamiento en el plano internacional. Y que los tres tengan algo que ver con la traducción es indicativo también de la importancia de las lenguas y de su geopolítica. Unamuno y Azaña tradujeron en distintos momentos de sus trayectorias como modo de obtener ingresos, quizá a veces con menos oficio del necesario. Azaña tradujo quince libros, once del francés, con cuya cultura sintió intensa afinidad, y cuatro del inglés. Casi todas estas traducciones fueron publicadas en dos bloques cronológicos (de 1918 a 1921 y luego el año 1930). Unamuno tradujo 13 volúmenes del inglés y al menos 4 del alemán (de 300 a 350 páginas de promedio y algunos de más de 500 páginas), pero tradujo también del italiano, portugués, catalán y hasta del danés. Fue sobre todo antes de 1900, en una etapa temprana de su vida, y apenas se refiere después a sus traducciones. Julio César Santoyo atribuye los errores que encuentra en ellas, a la prisa –traducir diez páginas diarias es una temeridad– y también, en ocasiones, a la incomprensión del sentido original. Por otro lado, Ortega es el intelectual español más leído, publicado y traducido del siglo XX. Él no se dedicó a la traducción (su mujer Rosa Spottorno sí tradujo algo), pero escribió en 1937 una conocida serie de artículos, Miseria y esplendor de la traducción, que recoge en buena medida la corriente traductológica hermenéutica alemana de Schleiermacher. Esas páginas, muy citadas, contienen un conjunto de ideas sueltas y de opiniones en buena medida contradictorias sobre el oficio de traducir. Aunque en el libro no trata de esas cuestiones traductológicas, Raimundo sí recoge que Ortega intervino en la interpretación de la disertación de Einstein en su visita a la Residencia de Estudiantes en 1923. En aquel ejercicio demostró de forma palpable aquello que para él significaba la traducción (oral en este caso), según lo veo yo: una manera de poder retorcer el discurso del orador para acercarlo a su propia forma de pensar, de modo que la teoría de la relatividad de Einstein devino más bien «la relatividad de su teoría». Einstein no entendía español, así que no pudo juzgar, pero es una forma de proceder que consideraría heterodoxa cualquiera que conociera entonces o que conozca ahora las claves del oficio de interpretar. Raimundo describe cómo Ortega se alineó con distintos enfoques de la filosofía alemana y cómo incluso, traducido a esa lengua, llega a competir en su terreno, reconociendo siempre, al decir de Heidegger que pensar en alemán (o en griego) es lo que más aproxima a una filosofía de verdad. Pero Ortega no escribió en alemán, sino en español.

Conclusión

«Toda lectura es un acto de selección», dice Raimundo en la introducción. También toda escritura lo es y, en ese sentido, creo que la longitud del libro supera las expectativas. Definitio est negatio, como tuve ocasión de decirle en mis comentarios finales tras la lectura decorticada del borrador. Pero también es cierto que el libro admite una lectura por partes, es decir, por personajes, lo que equivale a leerse tres libros en vez de uno. Por eso, como lector medio, sigo pensando que la obra habría ganado con algunas propuestas que le hice: desde la reducción de su dimensión, por ejemplo, suprimiendo reiteraciones, hasta modificando el formato de determinadas citas, que habría desahogado el tamaño de algunos párrafos. También le sugerí que algunas fotografías, a las que hace referencia a veces, habrían servido para ilustrar momentos distintos de las vidas de sus personajes.

Una prima añadida a la lectura del libro es que los lectores aprenderán expresiones y vocabulario que no se utilizan todos los días. Les revelo un par de detalles anotados en mi primera lectura. La frase «si uno se pone a excogitar el subitáneo ataque orteguiano de extremismo un tanto estentóreo» provocó mi siguiente comentario al margen: ¡coñes! Y cuando, en el entorno de la discusión en las Cortes del Estatuto catalán Raimundo introduce la cita de Ortega con el siguiente mandoble: «Aquí estalla el olímpico y racional Ortega que vibra colérico ante la inverecundia y avilantez de sus adversarios», solo se me ocurrió una tímida llamada a la moderación.

Termino diciendo que, si tuviera que proponer uno de esos eslóganes comprimidos que piden las editoriales para la promoción de un libro, diría algo así: «Con una estructura orgánica, que proporciona armonía a unos personajes por definición polifónicos, plurales y a menudo divergentes, el libro de Raimundo Cuesta posee una indudable utilidad para estudiosos de la historia cultural en un período clave de la historia de España». ¡Disfrútenlo!

Jesús Baigorri Jalón, Grupo Alfaqueque, Universidad de Salamanca

(Este texto es una versión ligeramente modificada de la intervención del autor de la reseña en la presentación del libro en el Centro Documental de la Memoria Histórica, en Salamanca el 28 de junio de 2022)

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