Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Capitalismo, pobreza global y el caso del socialismo democrático

Jason Hickel y Dylan Sullivan

En los últimos años, una nueva narrativa sobre la pobreza global se ha afianzado en el discurso dominante. Sostiene que la pobreza extrema –una condición de privación absoluta asociada a una grave carencia de calorías y nutrientes y a la imposibilidad de acceder a bienes básicos– es la condición natural de la humanidad, y que afligía a cerca del 90% de la población mundial antes de que el auge del capitalismo liberara a las personas de la miseria. Este relato se basa en gran medida en un gráfico que muestra la proporción de personas que viven en la pobreza extrema desde 1820, disminuyendo desde un punto de partida del 90%. El gráfico fue desarrollado originalmente por Martin Ravallion, antiguo economista del Banco Mundial, y popularizado posteriormente por Steven Pinker en su exitoso libro Enlightenment Now. Desde entonces ha circulado ampliamente por las redes sociales.

Sin embargo, esta narrativa adolece de varios problemas empíricos, que analizamos en un reciente artículo publicado en World Development.1 En primer lugar, para medir la pobreza se necesitan datos directos sobre el consumo de los hogares, pero en general no se dispone de ellos antes de la década de 1980. Para sortear esta limitación, el gráfico de Ravallion/Pinker se basa en las tasas históricas de crecimiento del PIB como aproximación a los cambios en el consumo de los hogares. Sin embargo, este método no es válido, ya que los datos empíricos muestran que ambos indicadores no suelen evolucionar a la par2. Como señala el economista Angus Deaton, el PIB y las encuestas sobre el consumo de los hogares «evidentemente miden cosas diferentes».3 Este problema es especialmente grave en el periodo colonial, que se caracterizó por el despojo y la destrucción de las economías de subsistencia, intervenciones que pueden haber aumentado el PIB al tiempo que limitaban el acceso de la población a los medios de subsistencia. Para un análisis detallado de lo que se tiene en cuenta (y lo que no) en el PIB histórico, véase el Apéndice A de nuestro artículo en World Development.

El segundo problema es que el gráfico se basa en el umbral de pobreza extrema de 1,90 dólares (paridad del poder adquisitivo [PPA] de 2011) del Banco Mundial. Esta métrica ha sido objeto de críticas desde hace más de una década, porque la PPA se basa en los precios de toda la economía, cuando lo que importa para la pobreza son los precios de los bienes esenciales que son necesarios para satisfacer las necesidades básicas (como alimentos, vivienda y combustible). Estos precios varían mucho en el tiempo y en el espacio, de una forma que las PPA no reflejan. Para corregir esta situación, los historiadores económicos han desarrollado formas de medir la renta en relación con el coste de las necesidades básicas. La aplicación de este enfoque a la India muestra que la pobreza extrema era relativamente baja en la época precolonial (quizá en torno al 10% a finales del siglo XVI) y aumentó durante el periodo de integración capitalista, pasando del 23% en 1810 a más del 50% a mediados del siglo XX, lo que contrasta fuertemente con la idea que sugiere el gráfico de Ravallion/Pinker4.

La OCDE ha publicado una versión más reciente del gráfico de Ravallion/Pinker, que muestra una curva similar pero con una tasa de pobreza más baja (75%) en el periodo histórico.5 Esta versión utiliza el coste de las necesidades básicas en lugar del umbral de 1,90 $ PPA, pero sigue basándose en las tasas de crecimiento del PIB como aproximación a los cambios en el consumo de los hogares (aunque se supone que el consumo de los hogares crece a un ritmo más lento que el PIB en el periodo posterior a 1950, la proporción se determina exógenamente y se utilizan las tasas de crecimiento del PIB inalteradas antes de 1950). El gráfico de la OCDE supone una mejora sustancial respecto a la versión de Ravallion/Pinker, pero no supera este problema fundamental. Abordamos esta cuestión en el Apéndice A del artículo en World Development.

Una tercera limitación del gráfico tiene que ver con su fecha de inicio (1820). El gráfico se ha utilizado para contar una historia sobre el capitalismo, pero la economía capitalista mundial se estableció a finales del siglo XV y principios del XVI.6 En otras palabras, el gráfico excluye más de trescientos años de historia relevante. Durante este periodo, el crecimiento económico de Europa Occidental dependió de procesos de desposesión que provocaron importantes dislocaciones sociales (por ejemplo, los cercamientos de Europa Occidental, la «segunda servidumbre» de Europa Oriental, la esclavización masiva de africanos, la colonización de América y la India, etc.). El gráfico excluye esta historia y da la impresión de que la pobreza en 1820 era una condición primordial.

Dadas estas cuestiones, es necesario reevaluar la narrativa pública estándar sobre la historia de la pobreza extrema. Con este fin, adoptamos un enfoque empírico para examinar el impacto social de la expansión e integración capitalista utilizando datos sobre salarios reales (con respecto al coste de las necesidades básicas), altura humana y mortalidad desde el largo siglo XVI, para cinco regiones del mundo (Europa, América Latina, África subsahariana, Asia meridional y China). Estos datos apuntan a tres conclusiones.

En primer lugar, es poco probable que el 90% (o incluso el 75%) de la población mundial viviera en la pobreza extrema antes del surgimiento del capitalismo. Históricamente, los trabajadores urbanos no cualificados de todas las regiones solían tener salarios lo suficientemente altos como para mantener a una familia de cuatro miembros por encima del umbral de la pobreza. La pobreza extrema parece surgir predominantemente durante periodos de graves dificultades sociales y ecológicas, como hambrunas, guerras y desposesión institucionalizada, que se hicieron especialmente frecuentes durante el colonialismo. En lugar de ser la condición natural de la humanidad, la pobreza extrema es un síntoma de grave dislocación y desplazamiento social.

La segunda conclusión es que el auge del capitalismo coincidió con un deterioro del bienestar humano. En todas las regiones evaluadas, la incorporación al sistema mundial capitalista estuvo asociada a un descenso de los salarios por debajo de los niveles de subsistencia, un deterioro de la estatura humana y un marcado aumento de la mortalidad prematura. En algunas partes de América Latina, África subsahariana y Asia meridional, los indicadores clave del bienestar aún no se han recuperado.

Nuestra tercera conclusión es que en las regiones donde se han producido avances, éstos comenzaron mucho más tarde de lo que sugiere el gráfico de Ravallion/Pinker. En las regiones centrales del noroeste de Europa, los niveles de bienestar empezaron a mejorar en la década de 1880, unos cuatro siglos después de la aparición del capitalismo. En la periferia y la semiperiferia, el progreso comenzó a mediados del siglo XX. Esto se corresponde con el auge del trabajo organizado, el movimiento anticolonial y otros movimientos sociales radicales y progresistas, que organizaron la producción en torno a la satisfacción de las necesidades humanas, redistribuyeron la riqueza e invirtieron en sistemas públicos de provisión (en Europa, la inversión en sanidad pública, educación y otras formas de seguridad social aumentó de cerca del cero por ciento del PIB a finales del siglo XIX a alrededor de un tercio del PIB a mediados de la década de 1970).7

Para un análisis completo de estos resultados, remitimos a los lectores a nuestra publicación en World Development. Aquí pretendemos ampliar el documento con reflexiones adicionales sobre el capitalismo y la pobreza, el papel de la industrialización y las implicaciones para la política futura.

La pobreza extrema no es un indicador legítimo de progreso social

Es importante aclarar inmediatamente que la pobreza extrema se define en términos de bienes de subsistencia. Se refiere a la incapacidad de acceder a alimentos básicos, vivienda, ropa y combustible; no se refiere a niveles de bienestar más elevados, como el acceso a la electricidad, la atención sanitaria moderna, los frigoríficos, etc., de los que se dispone hoy en día. No es difícil satisfacer las necesidades básicas de subsistencia, y los datos históricos sugieren que las comunidades humanas normalmente son capaces de hacerlo, incluso en contextos preindustriales, con su propio trabajo y con los recursos de que disponen en su entorno o a través del intercambio. Las principales excepciones se dan en casos de catástrofes naturales, o en condiciones en las que las personas se ven privadas de tierras y bienes comunes, o cuando su trabajo, recursos y capacidades productivas son apropiados por una clase dominante o una potencia imperial. Los datos históricos que revisamos muestran que fue el proceso de colonización e integración capitalista el que principalmente empujó a las personas a la pobreza extrema y provocó el deterioro de los indicadores sociales.

La implicación crucial de esta conclusión es que la pobreza extrema no debe utilizarse como punto de referencia para medir el progreso. La pobreza extrema no debería existir, y punto. El hecho de que hasta el 17% de la población mundial viva hoy en la pobreza extrema (según los datos de Robert Allen sobre el coste de la pobreza de necesidades básicas) debe entenderse como una acusación a nuestro sistema económico8 . Es una señal de que la economía mundial capitalista sigue institucionalizando una grave dislocación social. Sí, la prevalencia de la pobreza extrema es menor hoy que en el apogeo del periodo colonial, pero esto no es motivo suficiente para celebrarlo. El punto álgido colonial fue un efecto de la política capitalista y nunca debería haber existido.

Además, se puede y se debe acabar inmediatamente con la pobreza extrema. No requiere nuevos aumentos de la producción agregada, no requiere una movilización masiva de la caridad; más bien, no requiere más que restablecer el acceso de las personas a los recursos básicos que necesitan para sobrevivir. La economía mundial actual, a pesar de su extraordinario rendimiento, parece incapaz de lograr este objetivo básico: las proyecciones indican que con las tendencias actuales se tardará al menos cuarenta años en acabar con la pobreza extrema, incluso según la inadecuada métrica del Banco Mundial (tres décadas más tarde de lo prometido por los objetivos de desarrollo sostenible), y posiblemente hasta un siglo9. En lugar de ello, se nos insta a aceptar como «normal» una forma de sufrimiento que no tiene por qué existir y a la que se puede poner fin de inmediato. ¿Qué hay que hacer? Debemos garantizar que los campesinos tengan acceso a tierras productivas, que los trabajadores tengan empleo seguro y salarios dignos, y acceso universal a vivienda y alimentos asequibles. Esto no es complicado, es básico.

Dentro del capitalismo, el progreso en el Norte ha dependido del imperialismo

Los datos históricos demuestran que a partir de 1880 se produjeron avances espectaculares en los indicadores de bienestar en las economías centrales, con el auge del movimiento obrero, los partidos socialdemócratas y los movimientos que garantizaron el sufragio a los trabajadores y, más tarde, a las mujeres. Estos avances se aceleraron a principios/mediados del siglo XX, dando lugar a índices de bienestar extremadamente altos. Es fundamental comprender que los avances de este último periodo se debieron no sólo a los movimientos progresistas del centro, sino también a los movimientos socialistas de la periferia, que estaban demostrando (especialmente en el caso de la URSS) que las alternativas socialistas y comunistas eran posibles. El ascenso del socialismo en el Este inspiró movimientos socialistas en el Oeste (el más famoso en Alemania, que estuvo al borde de una revolución socialista durante los levantamientos espartaquistas y del Ruhr de 1919-20). Estos movimientos revolucionarios supusieron una amenaza real para el capitalismo en el centro. El capitalismo sobrevivió en parte aplastando estos movimientos -bastante violentamente-, pero también haciendo concesiones a las demandas de la clase obrera, incluyendo mejoras salariales y algunos servicios públicos, aunque nunca cediendo a las demandas centrales de des-mercantilización y democracia económica. Así surgió el Estado del bienestar socialdemócrata.

Sin embargo, la acumulación de capital requiere mano de obra barata, y estas concesiones habrían puesto de rodillas al capitalismo del centro si no fuera por el hecho de que los capitalistas fueron capaces de obtener mano de obra barata en la periferia, a través de formas coloniales y neocoloniales de apropiación, que continúan hasta el día de hoy.10 El privilegio único del imperialismo permitió al capital del centro mantener la acumulación a pesar de las concesiones a sus clases trabajadoras, un privilegio del que no disponen la mayoría de los Estados de la periferia.11 Esto es lo que explica la extrema disparidad que persiste entre los indicadores sociales en el núcleo capitalista (donde el coeficiente medio de bienestar de un trabajador no cualificado es de 10-20) frente a los de la periferia capitalista, donde el coeficiente medio de bienestar es inferior a 2, y donde en muchos casos los salarios y/o las alturas no se han recuperado de la merma causada durante el periodo de integración capitalista.12 Para entender la relación entre capitalismo y bienestar humano hoy en día, debemos observar las condiciones de vida en la periferia capitalista.

Por supuesto, el núcleo podría haber tomado una dirección diferente. Podría haber aceptado las demandas de los trabajadores y de los movimientos antiimperialistas, haber abandonado los imperativos de la acumulación de capital y haber hecho la transición a un sistema postcapitalista, logrando así el progreso social sin imperialismo. El progreso social no requiere imperialismo. El capitalismo sí.

El progreso actual debe medirse por el nivel de vida digno

Señalar que la pobreza extrema no era la condición normal de la humanidad antes del surgimiento del capitalismo no quiere decir que la vida fuera estupenda en aquella época. Es evidente que entonces nadie tenía acceso a los niveles de bienestar más elevados que existen hoy en día. Aquí es donde la industrialización y el desarrollo tecnológico adquieren tanta importancia. La industrialización ha aportado la capacidad de producir nuevos bienes que no existían en el pasado: electricidad, atención sanitaria moderna, transporte público, combustible limpio para cocinar, educación superior, tecnología de la comunicación, bienes duraderos para el hogar, etc., que hacen posible alcanzar una elevada esperanza de vida y una vida decente para todos. Según estos criterios, antes de la industrialización casi todo el mundo era pobre, ya que estos bienes no existían o eran muy escasos.

Ya hemos establecido que la pobreza extrema no es una referencia legítima para medir el progreso en ningún momento. Pero, desde luego, no debería utilizarse como umbral del bienestar humano en la actualidad. Los bienes superiores o inferiores que existen hoy en día son esenciales para una vida digna y deberían estar al alcance de todos. En proporción a la capacidad productiva mundial, no hace falta mucho (como ocurría con bienes básicos como la alimentación y la vivienda en el periodo preindustrial). Sin embargo, la magnitud de la pobreza para vivir dignamente es asombrosa: 2.400 millones de personas carecen de seguridad alimentaria; 3.200 millones no pueden permitirse una dieta sana; 3.200 millones no tienen una cocina limpia; 3.600 millones no disponen de instalaciones sanitarias seguras; entre 3.800 y 5.000 millones de personas no tienen acceso a servicios sanitarios esenciales13.

Esto no se debe a un déficit de capacidad productiva (al contrario, estos bienes podrían proporcionarse a todos los habitantes del planeta con bastante facilidad), sino a que la producción sigue estando organizada de forma abrumadora en torno a la acumulación de capital y la maximización de los beneficios, en lugar de en torno a las necesidades y el bienestar de los seres humanos. A pesar de los altos niveles de producción, incluso las economías centrales sufren privaciones para vivir dignamente, y millones de personas no pueden acceder a una vivienda, una atención sanitaria y una nutrición decentes. Aunque los movimientos sociales progresistas han ganado mucho en el último siglo en términos de salarios justos, servicios públicos y derechos económicos, la lucha debe continuar para conseguir una economía verdaderamente justa.

La prevalencia masiva de la privación de una vida decente en el siglo XXI subraya un hecho importante: la industrialización no garantiza que mejore el nivel de vida de la gente corriente. En este sentido, las preguntas clave son: ¿Cómo se utiliza la capacidad industrial? ¿Se utiliza para garantizar una vida digna para todos o para servir a la acumulación de capital? ¿Cómo se organiza la división del trabajo? ¿Se da a todas las regiones el mismo papel en la producción industrial, o se obliga a algunas regiones a desempeñar el papel de proveedores secundarios en las cadenas mundiales de productos básicos? ¿Cómo se trata a los trabajadores? ¿Tienen control sobre los medios de producción y acceso seguro a los bienes y servicios esenciales? Todo ello depende del sistema político, del sistema de aprovisionamiento y del equilibrio del poder de clase. La industrialización es una condición necesaria pero no suficiente para lograr una vida digna para todos. El desarrollo humano depende de la fuerza de los movimientos sociales progresistas que presionan para organizar la producción en torno a las necesidades humanas y no a la acumulación de las élites.

En el Sur Global, el capitalismo limita el desarrollo tecnológico

Esto plantea la siguiente pregunta: si la producción industrial es necesaria para alcanzar niveles de vida decentes hoy en día, entonces quizás el capitalismo –sin olvidar su impacto negativo en los indicadores sociales durante los últimos quinientos años– sea necesario para desarrollar la capacidad industrial para alcanzar estos objetivos de alto nivel. Esta ha sido la hipótesis dominante en la economía del desarrollo durante el último medio siglo. Pero no resiste el escrutinio empírico. En la mayor parte del mundo, el capitalismo ha frenado históricamente el desarrollo tecnológico, en lugar de permitirlo, y esta dinámica sigue siendo un grave problema en la actualidad.

Los liberales y los marxistas reconocen desde hace tiempo que el auge del capitalismo en las economías centrales estuvo asociado a una rápida expansión industrial, a una escala sin precedentes bajo el feudalismo u otras estructuras de clase precapitalistas14. De hecho, la integración forzosa de las regiones periféricas en el sistema-mundo capitalista durante el periodo comprendido entre 1492 y 1914 se caracterizó por una desindustrialización y una agrarianización generalizadas, que obligaron a los países a especializarse en productos agrícolas y otros productos primarios, a menudo en condiciones «premodernas» y ostensiblemente «feudales».

En Europa del Este, por ejemplo, el número de habitantes de las ciudades se redujo en casi un tercio durante el siglo XVII, a medida que la región se convertía en una economía agraria de siervos que exportaba grano y madera baratos a Europa Occidental.15 Al mismo tiempo, los colonizadores españoles y portugueses transformaban los continentes americanos en proveedores de metales preciosos y productos agrícolas, con la supresión de la manufactura urbana por parte del Estado.16 Cuando el sistema capitalista mundial se expandió por África en los siglos XVIII y XIX, las importaciones de tela y acero británicos destruyeron la producción textil indígena y la fundición de hierro, mientras que a los africanos se les obligó a especializarse en aceite de palma, cacahuetes y otros cultivos comerciales baratos producidos con mano de obra esclavizada17 . La India, que en su día fue el gran centro manufacturero del mundo, sufrió un destino similar tras la colonización británica de 175718. En 1840, los colonizadores británicos se jactaban de haber «conseguido que la India pasara de ser un país manufacturero a ser un país exportador de materias primas»19. Una historia muy parecida se desarrolló en China después de que se viera obligada a abrir su economía doméstica al comercio capitalista durante la invasión británica de 1839-42. Según los historiadores, la afluencia de capital extranjero a China se debió en gran parte a la invasión británica. Según los historiadores, la afluencia de textiles, jabón y otros productos manufacturados europeos «destruyó las industrias artesanales de las aldeas, provocando desempleo y dificultades para el campesinado chino»20.

La gran desindustrialización de la periferia se logró en parte gracias a las intervenciones políticas de los Estados centrales, como la imposición de prohibiciones coloniales a la industria manufacturera y los «tratados desiguales», que pretendían destruir la competencia industrial de los productores del Sur, establecer mercados cautivos para la producción industrial occidental y posicionar a las economías del Sur como proveedoras de mano de obra barata y fuentes de suministro. Pero esta dinámica también se vio reforzada por las características estructurales de los mercados orientados al beneficio. Los capitalistas sólo utilizan las nuevas tecnologías en la medida en que les resulta rentable. Esto puede suponer un obstáculo para el desarrollo económico si hay poca demanda de producción industrial nacional (debido a los bajos ingresos, la competencia extranjera, etc.), o si los costes de la innovación son elevados.

Los capitalistas del Norte superaron estos problemas porque el Estado intervino ampliamente en la economía estableciendo aranceles elevados, concediendo subvenciones públicas, asumiendo los costes de investigación y desarrollo y garantizando una demanda adecuada de los consumidores mediante el gasto público.21 Pero en el Sur Global, donde el apoyo estatal a la industria quedó excluido por siglos de colonialismo formal e informal, a los capitalistas les ha resultado más rentable exportar productos agrícolas baratos que invertir en la fabricación de alta tecnología.22 La rentabilidad de las nuevas tecnologías también depende del coste de la mano de obra. En el Norte, donde los salarios son relativamente altos, a los capitalistas les ha resultado históricamente rentable emplear tecnologías que ahorran mano de obra23. Pero en las economías periféricas, donde los salarios se han comprimido mucho, a menudo ha sido más barato utilizar técnicas de producción intensivas en mano de obra que pagar por maquinaria cara24.

Por supuesto, la división global del trabajo ha cambiado desde finales del siglo XIX. Muchas de las industrias punteras de aquella época, como la textil, la siderúrgica y los procesos de montaje en cadena, se han externalizado ahora a economías periféricas de bajos salarios como India y China, mientras que los Estados centrales se han trasladado a actividades de innovación, ingeniería aeroespacial y biotecnológica de alta tecnología, tecnología de la información y agricultura intensiva en capital25. Sin embargo, el problema básico persiste. En el marco de la globalización neoliberal (programas de ajuste estructural y normas de la OMC), los gobiernos de la periferia no pueden utilizar aranceles, subvenciones y otras formas de política industrial para lograr un desarrollo significativo y la soberanía económica, mientras que la desregulación del mercado laboral y el arbitraje laboral mundial han mantenido los salarios extremadamente bajos. En este contexto, el afán por maximizar los beneficios lleva a los capitalistas del Sur y a los inversores extranjeros a volcar recursos en sectores de exportación de tecnología relativamente baja, a expensas de líneas industriales más modernas.

Además, en las partes de la periferia que ocupan los peldaños más bajos de las cadenas mundiales de mercancías, la producción sigue estando organizada según las llamadas líneas premodernas, incluso bajo la nueva división del trabajo. En el Congo, por ejemplo, los trabajadores son enviados a peligrosos pozos mineros sin ningún equipo de seguridad moderno, cavando túneles profundos en el suelo con nada más que palas, a menudo coaccionados a punta de pistola por milicias respaldadas por Estados Unidos, para que Microsoft y Apple puedan conseguir coltán barato para sus dispositivos electrónicos26. Los procesos de producción premodernos basados en la «tecnología» de la coerción laboral también se encuentran en las plantaciones de cacao de Ghana y Costa de Marfil, donde niños esclavizados trabajan en condiciones brutales para empresas como Cadbury, o en el sector bananero exportador de Colombia, donde un campesinado hiperexplotado se mantiene a raya mediante un régimen de terror rural y asesinatos extrajudiciales supervisados por escuadrones de la muerte privados27.

El desarrollo mundial desigual, incluida la persistencia de relaciones de producción ostensiblemente «feudales», no es inevitable. Es un efecto de la dinámica capitalista. A los capitalistas de la periferia les resulta más rentable emplear mano de obra barata sometida a condiciones de esclavitud u otras formas de coerción que invertir en la industria moderna.

El éxito del desarrollo requiere planificación pública

La organización actual de la economía mundial no puede garantizar un desarrollo satisfactorio en el Sur Global. Como hemos visto, la dinámica imperialista y la orientación al beneficio del capital nacional y la inversión extranjera militan contra esta posibilidad. Los movimientos anticoloniales de mediados del siglo XX comprendieron este hecho. Sabían que lograr el desarrollo exigiría movilizar directamente la producción para aumentar la producción de productos clave, desarrollar las tecnologías necesarias y suministrar bienes y servicios esenciales.

La mayoría de estos movimientos se inspiraban, en mayor o menor medida, en los principios socialistas, que consideraban necesarios para la soberanía económica y el progreso social. Muchos se vieron influidos por los logros de la Revolución Rusa.28 Antes de 1917, Rusia había sido un país interior agrario de bajos salarios que exportaba materias primas baratas (grano, cáñamo, lino, etc.) a Europa occidental.29 En 1899, el ministro ruso de Finanzas, Sergei Witte, señaló que «las relaciones económicas de Rusia con Europa occidental son totalmente comparables a las relaciones de los países coloniales con sus metrópolis»30. La revolución comunista y la transición a la planificación en 1928 transformaron esta situación31. Al establecer objetivos de producción para la maquinaria, las fábricas y otros bienes de producción, la URSS pudo aumentar la producción en sectores que normalmente se descuidan en condiciones de capitalismo periférico. La producción industrial soviética creció rápidamente durante los trece años siguientes: la producción material de arrabio aumentó un 352%; la de energía eléctrica, un 857%; el número de máquinas herramienta, un 1.997%; y el número de vehículos de motor, un 28.457%.32 En la década de 1950, en el transcurso de una sola generación, la URSS se había convertido en una economía industrial moderna y en el primer país en alcanzar varios hitos importantes en el campo de la ingeniería aeroespacial, como la primera persona en viajar al espacio y la primera estación espacial.

Varios países del Sur incorporaron estrategias de planificación similares a mediados del siglo XX. Otros adoptaron un enfoque «desarrollista» más mixto, basado en la política industrial dentro de una economía de mercado. La mayoría utilizó aranceles y subvenciones para apoyar a la industria nacional, además de la reforma agraria, la nacionalización, los controles de capital y las finanzas públicas para movilizar la inversión en sectores desatendidos y servicios públicos. Este enfoque logró un rápido desarrollo y mejoras sociales entre los años 50 y 70, superando siglos de estancamiento o declive. Los datos que analizamos en World Development demuestran este progreso en casos de América Latina, África subsahariana, Asia meridional y China.

El éxito de estas estrategias no debería sorprendernos. Después de todo, incluso bajo el capitalismo, las economías centrales siempre han confiado en la planificación pública para facilitar el desarrollo tecnológico. Durante la llamada primera revolución industrial (entre 1750 y 1840), Inglaterra fue uno de los Estados más intervencionistas del mundo, utilizando aranceles altamente proteccionistas, elevados tipos impositivos y gasto público deficitario para construir y dirigir la capacidad industrial.33 Alemania, Japón y Estados Unidos utilizaron políticas intervencionistas similares para «alcanzar» a Inglaterra a partir de la década de 1850.34 Más recientemente, sabemos que la inversión pública ha sido responsable de muchas de las principales innovaciones de la revolución informática, como Internet, el GPS, las pantallas táctiles, la tecnología celular, las baterías de iones de litio, los microdiscos duros, las pantallas de cristal líquido y Siri, entre otras35.

Para los países comunistas de la periferia, el objetivo no era sólo movilizar recursos para la industrialización, sino organizar la producción en torno a los servicios públicos y las necesidades humanas de un modo que el capitalismo ignoraba o hacía imposible. Los estudios empíricos demuestran que lograron mejores resultados sociales que sus homólogos capitalistas en cualquier nivel dado de producción nacional, incluida una mayor esperanza de vida, mejores logros educativos y una menor mortalidad infantil.36 También lograron grandes avances contra la pobreza extrema: en la década de 1980, la prevalencia de la pobreza de necesidades básicas era casi nula tanto en China como en Rusia.37 Como señaló el economista Amartya Sen en su estudio de 1981 sobre los logros en materia de salud y alfabetización en todo el mundo: «Uno de los pensamientos inevitables es que el comunismo es bueno para erradicar la pobreza».38 Sen se fijó especialmente en las drásticas diferencias de mortalidad entre China e India, argumentando que India sufría un exceso de más de treinta y un millones de muertes cada ocho años en comparación con la tasa de mortalidad de China, muertes que podrían haberse evitado con políticas sencillas para garantizar el acceso universal a los alimentos y la atención sanitaria.39

Pero, por supuesto, este enfoque –y la era de la soberanía económica en la periferia– no duró mucho. La política de desarrollo socialista y dirigida por el Estado limitó el acceso del Norte a la mano de obra barata y a los recursos, por lo que los Estados centrales intervinieron, en algunos casos derrocando a gobiernos progresistas y nacionalistas mediante golpes de Estado (en la República Democrática del Congo, Indonesia, Brasil, Ghana, Chile, etc.), en otros mediante la imposición de programas de ajuste estructural que revirtieron las políticas de los movimientos anticoloniales (aboliendo los aranceles protectores y los subsidios, recortando la producción pública y los servicios públicos y privatizando los activos nacionales).40 Los datos presentados en nuestro documento en World Development indican que estas intervenciones neocoloniales invirtieron el progreso realizado durante el periodo desarrollista, con salarios reales que en muchos casos descendieron por debajo del nivel de los siglos XVII o XVIII. El ajuste estructural en China y Rusia a principios de la década de 1990 provocó un aumento espectacular de la pobreza de necesidades básicas, que se disparó desde casi cero hasta el 68% y el 24%, respectivamente41. Estados Unidos y sus aliados alentaron y, de hecho, apoyaron activamente a Taiwán y Corea del Sur para que siguieran aplicando una política de desarrollo dirigida por el Estado, construyéndolas como un cordón sanitario en torno a la China revolucionaria. China, a pesar de la privación de las necesidades básicas inducida por el ajuste estructural, ha conseguido seguir invirtiendo en objetivos públicos con un éxito considerable.42 Cuba evitó por completo el ajuste estructural, mantuvo una economía socialista y hoy supera a la mayor parte de la periferia en términos de ratios de bienestar, esperanza de vida, mortalidad infantil y nutrición.43 El gobierno de Cuba también ha fomentado una próspera industria pública de biotecnología, que ha desarrollado innovaciones médicas de vanguardia, incluidos medicamentos para las úlceras del pie diabético y al menos dos vacunas contra el COVID-19, a pesar de estar sometida a un bloqueo ilegal impuesto por Estados Unidos que impide la importación de tecnologías médicas44.

Esta historia ilustra las posibilidades de salir del subdesarrollo dentro de la economía mundial imperialista. Pero también viene acompañada de advertencias. El desarrollismo sin política socialista puede fracasar a la hora de abordar problemas básicos de desigualdad y precariedad, como deja claro el caso de Corea del Sur.
La continua acumulación de capital puede crear presiones para abaratar la mano de obra, incluso mediante la apropiación subimperialista, lo que va en contra de los objetivos del desarrollo humano. Este enfoque no puede ofrecer democracia económica y bienestar para todos. La planificación de arriba abajo, como en la Unión Soviética y China en el periodo de Mao Zedong, puede permitir a los gestores aplicar políticas contrarias a los intereses de la población –por ejemplo, las políticas agrícolas que provocaron la hambruna soviética de 1932-33–.45 Esto contradice los objetivos socialistas de autogestión de los trabajadores y control democrático de la producción.46 Para superar estos problemas, necesitamos una estrategia socialista en el siglo XXI que sea radicalmente democrática, que extienda la democracia a la propia producción.47

Conclusiones

En resumen, la narrativa de que el auge del capitalismo impulsó el progreso contra la pobreza extrema no está respaldada por pruebas empíricas. Al contrario, el auge del capitalismo estuvo asociado a un notable declive del bienestar humano, una tendencia que sólo se invirtió hacia el siglo XX, cuando los movimientos sociales radicales y progresistas intentaron obtener cierto control sobre la producción y organizarla más en torno a la satisfacción de las necesidades humanas.

En cuanto a la situación de extrema pobreza, no puede utilizarse legítimamente como referencia para medir el progreso. La pobreza extrema no es una condición natural, sino un efecto de la desposesión, el cercamiento y la explotación. No tiene por qué existir en ninguna parte, y desde luego no debería existir en ninguna sociedad justa y humana. Puede y debe ser abolida inmediatamente.

Si nuestro objetivo es lograr mejoras sustanciales en el bienestar humano, el progreso debe medirse en función de un nivel de vida decente y del acceso a las comodidades modernas. En la actualidad, el capitalismo no muestra signos de alcanzar nunca este objetivo, y la dinámica imperialista de la economía mundial parece impedirlo activamente.

Como hemos visto, la historia demuestra claramente que la planificación pública y la política socialista pueden ser eficaces para lograr un rápido desarrollo económico, tecnológico y social. Redescubrir el poder de este enfoque será esencial para que los gobiernos del Sur Global aumenten su soberanía económica y movilicen la producción para garantizar una vida digna para todos48. Para lograr este objetivo es necesario crear movimientos políticos de las clases trabajadoras y campesinas del Sur lo suficientemente poderosos como para sustituir a los gobiernos que actualmente están controlados por facciones políticas alineadas con el capital nacional o internacional; reducir la dependencia de los acreedores, las divisas y las importaciones del núcleo; y establecer alianzas Sur-Sur capaces de resistir cualquier represalia. Las formaciones progresistas del núcleo deben estar preparadas para apoyar y defender estos movimientos.

Los argumentos a favor de una política socialista son especialmente claros dada la realidad de la crisis ecológica mundial a la que nos enfrentamos, que está siendo impulsada de forma abrumadora por el uso excesivo de energía y recursos materiales en los Estados centrales, incluso a través de su apropiación neta de recursos de la periferia.49 Sabemos que el desarrollo capitalista es ecológicamente ineficiente cuando se trata de satisfacer las necesidades humanas. Como la producción capitalista se organiza en torno a la maximización del beneficio, acabamos con formas de producción ecológicamente perversas: vehículos deportivos utilitarios, moda rápida, armamento y publicidad en lugar de transporte público, viviendas asequibles y alimentos nutritivos. El resultado es una economía global en la que los estados centrales sobreexplotan los recursos y la energía y, sin embargo, el sistema sigue sin satisfacer muchas necesidades humanas básicas.

Los modelos más recientes indican que para reducir las emisiones de carbono lo suficientemente rápido como para no superar un aumento de 1,5 °C de la temperatura media mundial a finales de siglo, será necesario reducir considerablemente el consumo mundial de energía y materiales, con cargo a las economías centrales.50 Estas reducciones pueden lograrse al mismo tiempo que se pone fin a la pobreza y se ofrecen unas condiciones de vida dignas a una población mundial de diez mil millones de personas, lo que incluye vivienda, electricidad, calefacción/refrigeración, cocina limpia, refrigeración, transporte, atención sanitaria, educación, saneamiento, teléfonos móviles e informática.51 Pero para lograrlo se requiere una planificación democrática: (a) que garantice la producción y la rápida dispersión de tecnologías eficientes; (b) que reorganice la producción en torno a la satisfacción de las necesidades humanas en lugar de en torno a la acumulación de capital; (c) que reduzca las formas de producción ecológicamente destructivas y menos necesarias para reducir el exceso de energía y de producción de materiales en el núcleo; y (d) reducir drásticamente el poder adquisitivo de los ricos y distribuir los recursos de forma más equitativa52.

Notas

1. 1. Dylan Sullivan y Jason Hickel, «Capitalism and Extreme Poverty: A Global Analysis of Real Wages, Human Height, and Mortality since the Long 16th Century», World Development 161 (2023).
2. Angus Deaton, «Measuring Poverty in a Growing World (or Measuring Growth in a Poor World),» The Review of Economics and Statistics 87, no. 1 (2005): 1-19.
3. Angus Deaton, «Counting the World’s Poor: Problems and Possible Solutions», World Bank Research Observer 16, nº 2 (2001): 133.
4. Robert C. Allen, «Poverty and theLabor Market: Today and Yesterday», Annual Review of Economics, 12 (2020):107-34.
5. Michail Moatsos, «Global Extreme Poverty: Present and Past since 1820», en How Was Life? Volume II: New Perspectives on Well-being and Global Inequality since 1820 (París: Ediciones OCDE: 2021): 186-215.
6. Immanuel Wallerstein, The Modern World-System, Vol. I: Capitalist Agriculture and the Origins of the European World-Economy in the Sixteenth Century (Cambridge, Massachusetts: Academic Press, 1974).
7. Véase el gráfico 10.1 en Lucas Chancel et al, World Inequality Report 2022 (World Inequality Lab, 2022), 167, wir2022. wid.world.
8. Allen calcula la tasa de pobreza en 145 países, o alrededor del 95 por ciento de la población mundial. Hemos calculado la tasa de pobreza mundial como la media ponderada por población de estos datos. Véase Allen, «Poverty and the Labor Market».
9. Charles Kenny y Zack Gehan, «Scenarios for Future Global Growth to 2050», Center for Global Development (2023). La extrapolación del escenario central indica que la pobreza extrema llegaría a cero en 2060. David Woodward, «Incrementum ad Absurdum: Global Growth, Inequality and Poverty Eradication in a Carbon-Constrained World», World Economic Review 4 (2015): 43-62.
10. Jason Hickel, Dylan Sullivan y Huzaifa Zoomkawala, «Plunder in the Post-Colonial Era: Quantifying Drain from the Global South Through Unequal Exchange, 1960-2018», New Political Economy 26, nº 6 (2021): 1030-47.
11. Zak Cope, The Wealth of (Some) Nations: Imperialism and the Mechanics of Value Transfer (Londres: Pluto, 2019); Phillip Hough, «Global Commodity Chains and the Spatial-Temporal Dimensions of Labor Control: Lessons from Colombia’s Coffee and Banana Industries», Journal of World-Systems Research 16, nº 2 (2010): 123-161.
12. Allen, «Poverty and the Labor Market».
13. FAO-UNICEF, The State of Food Security and Nutrition in the World, 2021; Our World in Data, «Number of People Who Cannot Afford a Healthy Diet, 2020,» ourworldindata.org; Jarmo S. Kikstra et al., «Decent Living Gaps and Energy Needs around the World,» Environmental Research Letters 16, no. 9 (2021); Organización Mundial de la Salud y Banco Mundial, Tracking Universal Health Coverage: 2017 Global Monitoring Report (Ginebra: Organización Mundial de la Salud, 2017).
14. Para la tradición marxista, véase Robert Brenner, Property and Progress: The Historical Origins and Social Foundations of Self-Sustaining Growth (Nueva York: Verso, 2009); Karl Marx y Frederick Engels, El Manifiesto Comunista (1848), www. marxists.org.
15. Esta cifra procede de Polonia. Véase Jason W. Moore, «’Amsterdam is Standing on Norway’ Part II: The Global North Atlantic in the Ecological Revolution of the Long Seventeenth Century», Journal of Agrarian Change 10, nº 2 (2010),
207. Un declive similar de la manufactura urbana se produjo en Elbia Oriental, Bohemia, Hungría, Livonia y otros lugares. Immanuel Wallerstein, El sistema-mundo moderno, vol. 1.
16. Andre Gunder Frank, Capitalism and Underdevelopment in Latin America: Historical Studies of Chile and Brazil (Nueva York: Monthly Review Press, 1967).
17. Immanuel Wallerstein, The Modern World-System, Vol. III: The Second Era of Great Expansion of the Capitalist World-Economy, 1730s-1840s (Academic Press: 1989), 146-49, 152,
156, 164-66. Wilma Dunaway señala que, durante el período colonial, la integración de África en el sistema mundial capitalista no fue testigo de ningún proletariado importante.
Durante el periodo colonial, la integración de África en el sistema mundial capitalista no fue testigo de una proletarización sustancial de la mano de obra, sino del crecimiento de las actividades del sector informal, la esclavitud, la producción de subsistencia, el arrendamiento y la aparcería en las cadenas de mercancías capitalistas. Wilma A. Dunaway, «Nonwaged Peasants in the Modern World-System: African Households as Dialectical Units of Capitalist Exploitation and Indigenous Resistance, 1890-1930», The Journal of Philosophical Economics IV, nº 1 (2010): 19-57.
18. Madhusree Mukerjee, Churchill’s Secret War (Nueva York: Basic Books, 2010), capítulo 2.
19. George G. de H. Lampert, presidente de la Asociación Británica de las Indias Orientales y China (1840), citado en Wallerstein, The Modern World-System, vol. 3, 150.
20. Alvin Y. So y Stephen W. K. Chiu, East Asia and the World Economy (Thousand Oaks, California: SAGE, 1995), 44.
21. Sobre el papel del Estado en la industrialización de Europa occidental, y especialmente de Gran Bretaña, véase Wallerstein, The Modern World-System, vol. 3 y Ha- Joon Chang, Bad Samaritans: The Myth of Free Trade and the Secret History of Capitalism (Londres: Bloomsbury Press, 2007). La planificación estatal y la inversión pública también desempeñan un papel crucial en la innovación tecnológica en Estados Unidos, a pesar de la retórica de libre mercado de su gobierno. Véase Noam Chomsky, Turning the Tide: The U.S. and Latin America (Montreal: Black Rose Books, 1987), 208-217; y Noam Chomsky, Year 501: The Conquest Continues (Boston: South End Press, 1993), capítulo 4.
22. Chang, Bad Samaritans.
23. Allen argumenta convincentemente que la primera revolución industrial se produjo en Inglaterra y no (digamos) en Francia o la India, porque los trabajadores ingleses tenían salarios relativamente altos. Debido a su privilegiada posición exportadora en el mercado mundial capitalista, los salarios de Inglaterra se encontraban entre los más altos del mundo a mediados del siglo XVIII (aunque seguían siendo más bajos que antes del surgimiento del capitalismo). Por ello, a los capitalistas del siglo XVIII les resultaba rentable emplear la hilandera mecánica para ahorrar costes de producción. Por el contrario, los cálculos de Allen muestran que el uso de la hilandera no habría sido rentable en la India o en Francia, porque emplear mano de obra era mucho más barato que invertir en bienes de capital. Véase Robert C. Allen, «The Industrial Revolution in Miniature: The Spinning Jenny
in Britain, France, and India», Journal of Economic History 69, no. 4 (2009). Allen sostiene que las diferencias salariales también ayudan a explicar por qué en Estados Unidos se adoptó maquinaria que ahorraba mano de obra, pero no en América Latina. Robert C. Allen, Tommy E. Murphy y Eric B. Scheider, «The Colonial Origins of the Divergence in the Americas», Journal of Economic History 72, no. 4 (2012), 889.
24. Arghiri Emmanuel, Unequal Exchange (Nueva York: Monthly Review Press, 1972), 123-133; Cope, The Wealth of (Some) Nations, 63-64.
25. La externalización de la producción a la periferia es un patrón recurrente en la historia del sistema-mundo capitalista. Al principio, una o dos potencias centrales monopolizan las nuevas invenciones, pueden cobrar precios elevados por sus productos y obtener beneficios inesperados. Sin embargo, con el tiempo, otras potencias centrales e incluso algunos Estados semiperiféricos pueden entrar en el mercado (normalmente a través de políticas industriales dirigidas por el Estado), erosionando así el poder de monopolio de la empresa original. Al mismo tiempo, los costes salariales de la industria tienden a aumentar a medida que se agota el excedente de mano de obra rural y los sindicatos presionan para conseguir mejores condiciones. Enfrentados a esta reducción de beneficios, los capitalistas del núcleo comienzan a invertir en nuevas líneas de la industria en las que pueden ejercer un poder de monopolio. También externalizan los procesos de producción (cada vez más anticuados y poco rentables) a la periferia para beneficiarse de salarios más bajos. Este patrón cíclico garantiza que los Estados centrales siempre se especialicen en procesos de producción monopolizados de alto precio, mientras que la periferia produce para mercados competitivos con pocas barreras de entrada y bajas tasas de rentabilidad. Véase Immanuel Wallerstein, World-Systems Analysis: An Introduction (Durham: Duke University Press, 2004), 26-32.
26. James H. Smith y Jeffrey W. Mantz, «Do Cellular Phones Dream of Civil War? The Mystification of Production and the Consequences of Technology Fetishism in the Eastern Congo», en Inclusion and Exclusion in the Global Arena, ed. Max Kirsch (Londres: Routledge Press, 2004). Max Kirsch (Londres: Routledge, 2006), 71-93; Stephen Jackson, «Making a Killing: Criminality and Coping in the Kivu War Economy», Review of African Political Economy 29, nº 93/94 (2002): 517-36; Justin Podur, America’s Wars on Democracy in Rwanda and the DR Congo (Londres: Palgrave Mac- millan, 2020).
27. Para un análisis del control laboral en el cultivo del cacao en África Occidental, véase Kate Manzo, «Modern Slavery, Global Capitalism and Deproletarianisation in West Africa», Review of African Political Economy 32, nº 106 (2005): 521-34. Genevieve Lebaron y Alison J. Ayers, «The Rise of a ‘New Slavery’?: Understanding African Unfree Labour through Neoliberalism», Third World Quarterly 34, no. 5 (2012): 873-92. Pruebas convincentes de la magnitud de este problema se documentan en The Dark Side of Chocolate, dirigido por Miki Mistari y U. Roberto Romano (Bastard TV and Video, 2010), www. slavefreechocolate.org. Para una visión general de las condiciones a las que se enfrentan los cultivadores de plátanos en Colombia, véase Hough, «Global Commodity Chains», 148-54.
28. Vijay Prashad, Red Star over the Third World (Londres: Pluto, 2019).
29. Boris Kagarlitsky, Empire of the Periphery: Russia and the World System (Londres: Pluto, 2007); Wallerstein, The Modern World-System, vol. 3, capítulo 3.
30. Reproducido en T. H. Von Laue, «A Secret Memorandum of Sergei Witte on the Industrialisation of Imperial Russia», Journal of Modern History 26, nº 1 (1954): 66.
31. Esta frase y las siguientes se basan en Robert C. Allen, Farm to Factory: A Reinterpretation of the Soviet Industrial Revolution (Princeton: Princeton University Press, 2003).
32. Allen, Farm to Factory, 92.
33. Chang, Bad Samaritans, capítulo 2; John Brewer, The Sinews of Power: War, Money and the English State, 1688- 1783 (Londres: Unwin Hyman, 1989).
34. Chang, Bad Samaritans.
35. Mariana Mazzucato, Entrepreneurial State: Debunking Public vs. Private Myths in Risk and Innovation (Londres: Anthem, 2013).
36. Shirley Cereseto y Howard Waitzkin, «Economic Development, Political-Economic System, and the Physical Quality of Life», American Journal of Public Health 76, no. 6 (1986): 661-66; H. F. Lena y B. London, «The Political and Economic Determinants of Health Outcomes,» International Journal of Health Services 23, no. 3 (1993): 585- 602; Vicente Navarro, «Has Socialism
Failed? An Analysis of Health Indicators Under Capitalism and Socialism», Science & Society 57, no. 1 (1993): 6-30; Dylan Sullivan y Jason Hickel, «16 Million and Counting: The Collateral Damage of Capital,» New Internationalist, no. 541 (2022).
37. Para Rusia, véase Moatsos, «Global Extreme Poverty». Para China, véase Dylan Sullivan, Michail Moatsos y Jason Hickel, «Capitalist Reforms and Extreme Poverty in China: Unprecedented Progress or Income Deflation?», New Political Economy (de próxima publicación).
38. Amartya Sen, «Public Action and the Quality of Life in Developing Countries», Oxford Bulletin of Economics and Statistics 43, no. 4 (1981): 293.
39. Jean Drèze y Amartya Sen, Hunger and Public Action (Oxford: Clarendon, 1989), 214-15.
40. Utsa Patnaik y Prabhat Patnaik, A Theory of Imperialism (Nueva York: Columbia University Press, 2016).
41. Moatsos, «Global Extreme Poverty»; Sullivan, Moatsos y Hickel, «Capitalist Reforms and Extreme Poverty in China».
42. Isabella M. Weber, How China Escaped Shock Therapy (Londres: Rout- ledge, 2021).
43. Don Fitz, Cuban Health Care: The Ongoing Revolution (Nueva York: Monthly Review Press, 2020). Los datos de Robert Allen indican que, a partir de 2011, un trabajador no cualificado en Cuba tiene un coeficiente de bienestar de 6,6, superior al de cualquier otro país de la periferia o la semiperiferia. A título comparativo, la cifra correspondiente es de 0,9 en Bolivia, 1,2 en Brasil, 1,3 en India, 3 en Rusia y 4 en China. Allen, «Poverty and the Labor Market», 121.
44. Hellen Yaffe, ¡Somos Cuba! How a Revolutionary People Have Survived in a Post-Soviet World (New Haven: Yale University Press, 2020), 120-46; «Despite U.S. Embargo, Cuba Aims to Share Homegrown Vaccine with Global South», Democracy Now!, 27 de enero de 2022.
45. La causa principal de la hambruna fue la decisión de José Stalin de despojar violentamente a los campesinos de las tierras que habían ganado durante la revolución, obligándoles a trasladarse a las florecientes ciudades industriales o a producir grano barato en latifundios controlados por el Estado (mal llamados «granjas colectivas» con fines propagandísticos). Esta política se diseñó conscientemente para emular la «acumulación primitiva de capital» seguida por Europa Occidental durante su revolución industrial. Allen, Farm to Factory, 57-61, 97-102, 106-10, 172-86. Sin embargo, es importante señalar que la política agraria estalinista no era necesaria para la dinámica economía socialista de la URSS. Los modelos econométricos indican que la colectivización forzosa sólo añadió alrededor de un 5% al PIB soviético en 1939. Como dice Allen, «la miseria humana que acompañó a la colectivización fue muy grande, mientras que las ganancias económicas fueron escasas«. Los modelos sugieren que la mayor parte del desarrollo industrial de la URSS puede explicarse por la inversión pública en capacidad industrial, el uso de ambiciosos objetivos de producción en lugar de beneficios para guiar el comportamiento de las empresas, y el pleno empleo subvencionado. Añadir la colectivización a esa receta contribuyó poco al crecimiento y corrompió el socialismo». Allen, Farm to Factory, 166-71.
46. Noam Chomsky, «The Soviet Union Versus Socialism», Our Generation (primavera/verano de 1986).
47. Robin Hahnel, Democratic Economic Planning (Londres: Routledge, 2021).
48. Samir Amin, Delinking: Towards a Polycentric World (Londres: Zed Books, 1990); Fadhel Kaboub, «Elements of a Radical Counter-Movement to Neoliberalism», Review of Radical Political Economics 40, no. 3 (2008): 220-27; Max Ajl, A People’s Green New Deal (Londres: Pluto, 2021); Ndongo Samba Sylla, «MMT as an Analytical Framework and a Policy Lens: An African Perspective», en Modern Monetary Theory, eds. L. R. Wray e Y. Nersisyan (Cheltenham: Edward Elgar Publishing, 2023); Jason Hickel, «How to Achieve Full Decolonization», New Internationalist, 15 de octubre de 2021.
49. Jason Hickel, «Quantifying National Responsibility for Climate Breakdown», Lancet Planetary Health 4, no. 9 (2020): e399-e404; Jason Hickel, Dan W. O’Neill, Andrew L. Fanning y Huzaifa Zoomkawala, «National Responsibility for Ecological Breakdown: A Fair-Shares Assessment of Resource Use, 1970- 2017», Lancet Planetary Health 6, no. 4 (2022): e342-e349; Jason Hickel, Christian Dorninger, Hanspeter Wieland e Intan Suwandi, «Imperialist Appropriation in the World Economy: Drain from the Global South through Unequal Exchange, 1990-2015», Global Environmental Change 73, nº 102467 (2022).
50. Lorenz T. Keyßer y Manfred Lenzen, «1.5°C Scenarios Suggest the Need for New Mitigation Pathways», Nature Communications 12 (mayo de 2021); Jason Hickel et al., «Urgent Need for Post-Growth Climate Mitigation Scenarios», Nature Energy 6 (agosto de 2021).
51. Joel Millward-Hopkins et al., «Providing Decent Living with Minimum Energy: A Global Scenario,» Global Environmental Change 65 (2020).
52. Joel Millward-Hopkins and Yannick Oswald, «Reducing Global Inequality to Secure Human Wellbeing and Climate Safety: A Modelling Study,» Lancet Planetary Health 7, no. 2 (2023).

Jason Hıckel es profesor del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales (ICTA-UAB) y del Departamento de Antropología Social y Cultural de la Universidad Autónoma de Barcelona. Es autor de The Divide: A Brief Guide to Global Inequality and
Its Solutions (Penguin, 2017) y f (Penguin, 2020). El ICTA-UAB cuenta con el apoyo de la beca Unidad de Excelencia María de Maeztu del Ministerio de Ciencia e Innovación (CEX2019-000940-M). Dylan Sullıvan es profesor adjunto y estudiante de doctorado en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Macquarie de Sídney, donde imparte clases de política, sociología y antropología. Su investigación se centra en la desigualdad global, la historia colonial y la economía de la planificación socialista.
Este artículo se basa en datos y análisis proporcionados en el artículo original de los autores sobre el problema de «Capitalismo y pobreza extrema«, publicado en World Development en 2022 (véase la nota final 1).

Fuente: Monthly Review (https://static1.squarespace.com/static/59bc0e610abd04bd1e067ccc/t/64ac22d749028979c451e956/1689002713827/Hickel+and+Sullivan+-+Capitalism%2C+Global+Poverty%2C+and+the+Case+for+Democratic+Socialism.pdf)

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