La búsqueda estadounidense de la primacía nuclear: La doctrina de la contrafuerza y la ideología de la asimetría moral
John Bellamy Foster
Este artículo fue escrito originalmente para A New Global Geometry? The Socialist Register 2024 (Merlin Press, de próxima publicación). Ha sido ligeramente editado para Monthly Review.
-P. M. S. Blackett1
La desaparición de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1991 dio lugar a que Washington declarara en ese mismo momento que se iniciaba un nuevo orden mundial unipolar, con Estados Unidos como única superpotencia. Estados Unidos, apoyado por sus aliados de la OTAN, inició inmediatamente una gran estrategia de cambio de régimen o «imperialismo desnudo» en los Balcanes, Oriente Medio, el norte de África y a lo largo de todo el perímetro de la antigua Unión Soviética. Esto fue acompañado por la rápida expansión de la propia OTAN hacia el este, hacia los antiguos países del Pacto de Varsovia y las regiones que antes formaban parte de la URSS.2 El objetivo fundamental de esta expansión, como explicó el ex Asesor de Seguridad Nacional de EE.UU., Zbigniew Brzezinski en El Gran Tablero de Ajedrez, era incorporar a Ucrania a la OTAN, lo que crearía las condiciones geopolíticas y geoestratégicas para la dominación final y la ruptura forzada de la Federación Rusa.3
Subyacente a este diseño imperial para la formación de un orden mundial unipolar estaba el esfuerzo de Washington por restablecer su dominio nuclear absoluto de los primeros años de la Guerra Fría, cuando tenía el monopolio nuclear (1945-49), seguido de un período de superioridad nuclear cuantitativa (1949-53) –antes de que la Unión Soviética alcanzara la paridad nuclear efectiva con Estados Unidos–.4 A principios de la década de 1960, durante la administración de John F. Kennedy, se intentó pasar a la contrafuerza (el ataque contra las armas nucleares y los sistemas de mando soviéticos) como medio de restablecer la hegemonía nuclear estadounidense. Sin embargo, pronto se abandonó por poco práctica en aquel momento, y la postura de disuasión nuclear de Estados Unidos en las décadas de 1960 a 1980 siguió siendo la de la destrucción mutua asegurada (MAD), en la que las armas nucleares se dirigían principalmente contra ciudades enemigas u objetivos de contravalor. Pero, con la desaparición de la URSS de la escena mundial en 1991, Washington abandonó abruptamente la MAD como su estrategia nuclear, sustituyéndola por la contrafuerza, a veces denominada NUTS (por las teorías de uso nuclear o Selección de Objetivos de Utilización Nuclear).5 Irónicamente, la desaparición de la Unión Soviética condujo en Estados Unidos (y en la OTAN) al triunfo de la postura de máxima disuasión, a pesar de varios acuerdos sobre armas estratégicas, y a la aparente derrota final de quienes habían defendido durante mucho tiempo una postura de disuasión mínima.6
La contrafuerza tiene como objetivo la primacía nuclear o capacidad de primer ataque, es decir, el uso de armas nucleares para «decapitar» las armas nucleares del enemigo antes de que puedan ser lanzadas (lo que a veces se denomina un «verdadero primer ataque»).7 Además, la contrafuerza también se presta a la idea de guerra nuclear limitada y, por tanto, puede considerarse que opera dentro de un continuo que también incluye las armas nucleares no estratégicas o tácticas y las armas convencionales, representando así la plena integración de las armas nucleares en la estrategia militar a todos los niveles. Bajo la MAD, basada en el contravalor, las armas nucleares se consideraban inutilizables para promover fines políticos y militares (sólo para ser empleadas en caso de represalias masivas), mientras que la revolución de la contrafuerza iniciada por Washington en la era posterior a la Guerra Fría tenía como objetivo precisamente hacer que las armas nucleares fueran utilizables.8
El prolongado debate sobre la disuasión nuclear entre los minimalistas (a veces denominados «revolucionarios nucleares»), como Patrick Blackett, George Kennan y Bernard Brodie, y los maximalistas, como Albert Wohlstetter, Herman Kahn, Henry Kissinger y Thomas Schelling, en lo que a veces se denomina la «edad de oro» de la estrategia de disuasión nuclear, giró principalmente en torno a la cuestión del objetivo de contravalor frente al de contrafuerza.9 Para los minimalistas, la MAD, basada en el contravalor y la paridad nuclear, era la condición más estable de la disuasión, ya que ninguna de las partes podía esperar beneficiarse de una guerra nuclear, creando un punto muerto nuclear duradero. Por el contrario, los maximalistas defendían el desarrollo de una estrategia de contrafuerza dirigida a la primacía nuclear de Estados Unidos (y la OTAN) como única solución estable al problema de la disuasión nuclear. El argumento maximalista –como demostró Blackett, el célebre socialista británico, premio Nobel de física y fundador de la investigación operativa militar– derivaba su coherencia del supuesto de la «asimetría moral» entre Oriente y Occidente, una postura que representaba el fracaso de la razón.10 Fue la temprana crítica de Blackett a la postura de máxima disuasión la que constituye el desafío teórico más penetrante a la doctrina de la contrafuerza hasta nuestros días.11
La coincidencia del declive de la hegemonía estadounidense en la economía mundial con el intento de Estados Unidos de asegurar el dominio unipolar por medios militares, en línea con su actual política de máxima disuasión mediante la contrafuerza y la primacía nuclear, ha llegado a su punto álgido en la actual guerra por poderes en Ucrania entre Estados Unidos/OTAN y Rusia, y en las crecientes tensiones sobre Taiwán entre Estados Unidos y la República Popular China. Los conflictos en curso sobre Ucrania y Taiwán constituyen los principales focos de la Nueva Guerra Fría que emana de Washington, que implica una guerra por poderes real y potencial en las mismas fronteras de las superpotencias. Esto ha aumentado enormemente la probabilidad de una guerra termonuclear global. Esto, a su vez, plantea la amenaza de un omnicidio global con el inicio del invierno nuclear, ya que el humo y el hollín de los incendios que lo abarcarían todo en cien o más ciudades bloquearían la radiación solar, reduciendo drásticamente las temperaturas globales y provocando, en un par de años, la aniquilación efectiva de la población mundial.12
La crítica de la máxima disuasión
Con la desaparición de la Unión Soviética, los maximalistas consiguieron dominar por completo a los minimalistas dentro de los círculos del establishment, lo que quedó marcado por la primera «Revisión de la postura nuclear» de Estados Unidos en 1994.13 Por tanto, la crítica a la disuasión máxima que surgió en las décadas anteriores, y que ha estado estrechamente ligada a los movimientos pacifistas mundiales, necesita ser desenterrada y resucitada en la crisis nuclear de nuestros tiempos.
La mayor crítica a la doctrina de la disuasión máxima en la «edad de oro de la disuasión nuclear» fue lanzada por Blackett en su libro de 1948, Fear, War, and the Bomb: Military and Political Consequences of Atomic Energy [Miedo, guerra y la bomba: consecuencias militares y políticas de la energía atómica], que apareció casi simultáneamente con el anuncio de que había recibido el Premio Nobel de Física por su trabajo experimental en física nuclear.14 A ese libro siguieron otros dos sobre la estrategia de las armas nucleares: Atomic Weapons and East-West Relations [Armas atómicas y las relaciones Este-Oeste] (1956) y Studies of War: Nuclear and Conventional [Estudios sobre la guerra: nuclear y convencional] (1962).
Blackett fue un destacado pensador socialista británico, parte del movimiento de las relaciones sociales de la ciencia, asociado con J. D. Bernal, y colega cercano de otros socialistas británicos, entre ellos Bernal, J. B. S. Haldane, C. H. Waddington y Solly Zuckerman.15 Blackett fue presidente de la izquierdista Asociación de Trabajadores Científicos de 1943 a 1947. También era amigo íntimo del físico Robert Oppenheimer en Estados Unidos, que dirigió el Proyecto Manhattan.16 En su ensayo de 1935, «La frustración de la ciencia», que aparece en un libro del mismo nombre –un volumen al que también contribuyó Bernal, y que tenía un prólogo de Frederick Soddy– Blackett abogaba por el «socialismo completo» y declaraba que el capitalismo era un «movimiento retrógrado» que se desviaba hacia el fascismo. Sentía una gran admiración por los logros de la Unión Soviética en los ámbitos de la ciencia y la industria17.
Al igual que otros científicos de izquierdas, en particular Bernal, Haldane y Zuckerman, Blackett, que había servido en la marina británica, fue una figura destacada en la formación de la estrategia militar británica durante la Segunda Guerra Mundial. Fue el «padre» del campo de la investigación operativa militar. Desempeñó un papel fundamental en el desarrollo de la cadena de radares que iba a resultar el arma clave en la guerra aérea, conocida como la Batalla de Inglaterra, y en la organización de las defensas antiaéreas. Su mayor logro en la guerra, sin embargo, fue «ayudar a idear el sistema de convoyes para hacer frente a la ofensiva de los submarinos [alemanes] en el Atlántico».18
En agosto de 1945, el Primer Ministro británico Clement Attlee nombró a Blackett miembro del recién creado Comité Asesor sobre Energía Atómica. También fue nombrado miembro del Comité de Jefes de Estado Mayor sobre Futuras Armas. Blackett se opuso firmemente al desarrollo británico de armas nucleares y apoyó una política de neutralidad hacia la Unión Soviética. Tras la disolución del Comité Asesor en 1947, participó públicamente en el debate sobre el uso de armas nucleares.19
En Fear, War and the Bomb, Blackett abordó la decisión estadounidense de lanzar las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Aquí se argumentaba por primera vez que «el lanzamiento de las bombas atómicas no fue tanto el último acto militar de la Segunda Guerra Mundial, como la primera gran operación de la fría guerra diplomática con Rusia que estaba en curso». Los japoneses ya habían ofrecido negociar los términos de la paz, mientras que una invasión estadounidense de Japón aún estaba en fase de planificación y no iba a tener lugar hasta dentro de algún tiempo. Más que un resultado de la necesidad de «salvar vidas estadounidenses», como se afirma comúnmente, la prisa por lanzar la bomba sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945, y luego una segunda bomba sobre Nagasaki tres días después, tuvo que ver con el hecho de que la Unión Soviética se estaba preparando para entrar en guerra contra Japón el 8 de agosto, comenzando su ofensiva en Manchuria el 9 de agosto. El objetivo de Estados Unidos, explicó Blackett, era forzar una rendición incondicional de Japón antes de que los soviéticos pudieran avanzar mucho en Manchuria, y asegurarse de que la rendición japonesa fuera sólo ante Estados Unidos.20
El análisis de Blackett fue objeto de duras críticas en un foro sobre su libro en el Bulletin of Atomic Scientists, pero recibió el apoyo del físico del Proyecto Manhattan Philip Morrison, quien indicó que los científicos encargados de fabricar la bomba fueron presionados para cumplir un «misterioso» plazo en el que debía estar lista para «una fecha cercana al diez de agosto».21 La proposición de que el lanzamiento de las bombas atómicas no fue, en realidad, el último acto de la Segunda Guerra Mundial, sino el primero de la Guerra Fría, sería verificada en estudios históricos posteriores por figuras como Gar Alperovitz y Robert Jay Lifton.22
Blackett demostró en Fear, War and the Bomb que inicialmente existía un fuerte sentimiento en los círculos estratégicos de Estados Unidos a favor de utilizar la bomba atómica sobre ciudades soviéticas en un primer ataque, ya que la URSS no disponía en aquel momento de la bomba y no se esperaba que la desarrollara y dispusiera de reservas hasta 1953. En 1948, Winston Churchill había abogado por amenazar a la Unión Soviética con una guerra nuclear preventiva. Sin embargo, Blackett, tratando de promover la cordura, argumentó en aquel momento que desde un punto de vista militar, las bombas atómicas, por devastadoras que fueran, no podrían derrotar a la Unión Soviética, al igual que los bombardeos estratégicos no habían sido eficaces contra Alemania. La Unión Soviética tenía un gran ejército convencional y, en caso de un primer ataque nuclear de Estados Unidos y la OTAN, casi con toda seguridad invadiría Europa.
Para cuando Blackett escribió Atomic Weapons and East-West Relations, la situación había cambiado por completo. La Unión Soviética realizó su primera prueba de armas atómicas en agosto de 1949, apenas cuatro años después de que Estados Unidos bombardeara Hiroshima y Nagasaki. En agosto de 1953, la URSS realizó su primera prueba con una bomba de hidrógeno, menos de un año después que Estados Unidos. En ese momento, la Unión Soviética había alcanzado la paridad nuclear efectiva con Estados Unidos en todo menos en el lanzamiento. Fue entonces cuando el debate sobre la disuasión nuclear cobró fuerza. Blackett insistió en la importancia del punto muerto estratégico entre Estados Unidos y la Unión Soviética: «Hoy en día las armas atómicas estratégicas no sólo se han anulado a sí mismas y, por tanto, han hecho que la guerra total sea extremadamente improbable, sino que han abolido definitivamente la posibilidad de victoria únicamente mediante el poder aéreo contra una gran potencia…. Creo que deberíamos actuar como si las bombas atómicas y de hidrógeno hubieran abolido la guerra total y concentrar nuestros esfuerzos en averiguar cuántas bombas atómicas y sus portadores son necesarios para mantenerla abolida».
Reconociendo que la OTAN estaba recurriendo a las armas nucleares tácticas como respuesta a la mayor fuerza convencional de la Unión Soviética, junto con la desgana europea a la hora de afrontar el gasto que supondría igualarla, Blackett veía esas armas nucleares no estratégicas como un problema importante. Su respuesta fue considerar una política de «no utilizar bombas atómicas en absoluto, ni siquiera en el campo de batalla».23 Se mostró firmemente en contra de la doctrina maximalista estadounidense de la «disuasión gradual» o la noción del uso de armas nucleares en varios niveles de escalada, desde el uso en el campo de batalla hasta un verdadero primer ataque, con el fin de lograr objetivos políticos y militares.24
Blackett apoyó firmemente a Oppenheimer, que por aquel entonces había sido objeto de ataques en el ambiente macartista de Estados Unidos. Explicó que la oposición concreta inicial de Oppenheimer a la bomba de hidrógeno se había basado en su mal diseño. Pero la posterior oposición más profunda de Oppenheimer, y la de los científicos del Proyecto Manhattan en general, fue una respuesta a la forma en que la bomba atómica se había utilizado, innecesariamente, en la guerra. Como señaló Blackett, «hay un pasaje poco notado en las Audiencias. Cuando se le preguntó a Oppenheimer cuándo comenzó su oposición a la bomba H, respondió: ‘Creo que fue cuando me di cuenta de que este país tendería a utilizar cualquier arma que tuviera’».25
A pesar de su enorme prestigio como premio Nobel de Física y como fundador de la investigación operativa militar, el intento de Blackett de promover una estrategia de disuasión racional y minimalista que restara importancia a las armas nucleares o incluso las eliminara dio lugar a ataques al estilo de la Guerra Fría, en los que se le tachaba de compañero de viaje comunista. Fue «el más franco y el más vilipendiado de los científicos británicos que se opusieron a las políticas nucleares estadounidense y británica desde mediados de los años 40 hasta alrededor de 1960».26 George Orwell incluyó a Blackett en su lista negra secreta de criptocomunistas, aunque aparentemente no sabía quién era Blackett, caracterizándolo incorrectamente como un «divulgador científico». El sociólogo de la Guerra Fría Edward Shils escribió un artículo para el Bulletin of the Atomic Scientists titulado «Blackett’s Apologia for the Soviet Position», en el que calificaba el cuidadoso análisis de Blackett en Fear, War and the Bomb de «regalo para la propaganda soviética».27 Tanto el MI5 británico como el Federal Bureau of Investigation estadounidense le tenían bajo vigilancia, y el MI5 grabó todas sus llamadas telefónicas pero no descubrió nada. Blackett fue atacado en Scientific American por tener un «prejuicio pro soviético».28 Sin embargo, era imposible ignorar a Blackett o dejarlo totalmente de lado debido a su enorme credibilidad tanto en círculos científicos como militares, sus convincentes argumentos sobre la disuasión nuclear y su confrontación directa con maximalistas nucleares como Wohlstetter, Kahn y Kissinger.
La primera parte de Studies of War de Blackett sobre la disuasión nuclear consistía en ensayos que había escrito entre 1948 y 1962, solapándose los primeros con sus dos primeros libros sobre el tema. Sin embargo, Studies of War también incluía ensayos escritos sobre estrategia nuclear entre 1958 y 1962. Durante este periodo, entre el lanzamiento soviético del Sputnik en 1957 y la crisis de los misiles cubanos de 1962, el debate nuclear se había intensificado. Especialmente notable fue el artículo de Blackett de 1961 «Critique of Some Contemporary Defence Thinking» [Crítica a algunas ideas contemporáneas sobre defensa], que constituyó su contribución más importante a lo que se conoce como el debate Blackett-Wohlstetter, que representa las opiniones minimalistas frente a las maximalistas sobre la guerra nuclear.29 Aunque el trabajo anterior de Blackett sobre la disuasión nuclear había hecho que se le calificara de «hereje atómico», Studies of War, que apareció en la época de la crisis de los misiles de Cuba, fue recibido favorablemente en los círculos superiores de Occidente, así como por el público en general, y se consideró que representaba el consenso nuclear de la época.30 Por tanto, los maximalistas de los años posteriores establecieron la anulación del análisis de Blackett como uno de sus principales objetivos en su campaña para hacer utilizables las armas nucleares.
En «Critique of Some Contemporary Defence Thinking» y en otros ensayos de Studies of War, Blackett ofreció una crítica clásica en el sentido de la filosofía alemana y la teoría marxiana, en la que se mostraba que la lógica interna y las contradicciones de la postura maximalista sobre las armas nucleares representaban la destrucción irracionalista de la razón. Argumentó que la paridad nuclear soviética con Estados Unidos había creado un punto muerto nuclear en el que el uso de armas nucleares contra otra nación nuclear con armamento similar era impensable «para cualquier nación que quisiera sobrevivir».31 Su argumento iba dirigido contra tres de los principales pensadores maximalistas: Kissinger, Kahn y Wohlstetter. El libro de Kissinger Nuclear Weapons and Foreign Policy [Armas nucleares y política exterior] (1957) argumentaba en contra de la política entonces vigente de confiar en la MAD, y en su lugar abogaba por que Estados Unidos desarrollara armas nucleares no estratégicas o tácticas que pudieran utilizarse para una guerra nuclear limitada y estuvieran disponibles como una extensión de la política.32
La postura de Kissinger fue fuertemente rechazada por Blackett y por el principal pensador minimalista estadounidense, Kennan, más conocido como el desarrollador de la estrategia de «contención» de Estados Unidos durante la Guerra Fría. Blackett señaló que el argumento de Kissinger se basaba en que Occidente desplegara unilateralmente armas nucleares tácticas que pudieran dirigirse contra las fuerzas convencionales soviéticas, con Europa, tanto Oriental como Occidental, como campo de batalla. Según Kissinger, la OTAN podría utilizar armas nucleares tácticas en un primer ataque con la expectativa de que los soviéticos no responderían con represalias masivas, poniendo así en peligro a su propio país. Además, en una guerra nuclear limitada, argumentaba Kissinger, los soldados occidentales serían superiores a los soviéticos en el uso de armas nucleares tácticas, incluso en el caso de que estos últimos desarrollaran tales capacidades, una opinión que Blackett calificó de «pura patraña». Blackett se opuso a quienes, como Kahn, en obras como On Thermonuclear War [Sobre la guerra termonuclear] (1960) y Thinking About the Unthinkable [Pensar lo impensable] (1962), sostenían que se podría ganar y sobrevivir a una guerra nuclear con medidas como la defensa civil. Blackett replicó que la defensa civil en una guerra nuclear era impracticable.34
Kahn acuñó la distinción entre contravalor y contrafuerza.35 Con la aparición de la paridad nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética y el predominio de la MAD, que declaraba inutilizables las armas nucleares, los maximalistas dedicaron todos sus esfuerzos a argumentar que cualquier equilibrio nuclear era inestable y que la única respuesta para Estados Unidos era el desarrollo de armas de contrafuerza dirigidas a una capacidad de primer ataque o primacía nuclear. El principal defensor de esta postura a principios de la década de 1960 fue Wohlstetter, que, al igual que Kahn, Schelling y otros maximalistas, trabajaba para la RAND Corporation.
El trabajo clave para lanzar el argumento de que la MAD era inestable y defender que Estados Unidos cambiara a una estrategia de contrafuerza fue «The Delicate Balance of Terror» [El delicado equilibrio del terror], de Wohlstetter, publicado en la revista del Consejo de Relaciones Exteriores, Foreign Affairs, en 1959.36 Wohlstetter criticó duramente a Blackett y a otros que defendían que la «extinción mutua» era «el único resultado» de una guerra nuclear general, adoptando así la posición MAD. En su lugar, Wohlstetter argumentaba que el ataque de contrafuerza o primer ataque podía eliminar teóricamente la capacidad del otro bando para llevar a cabo un segundo ataque, planteando así la cuestión de la «capacidad de supervivencia» de la capacidad nuclear de segundo ataque en la nación atacada. En opinión de Wohlstetter, un primer ataque podría considerarse una política «sensata» para un atacante. Esto obligaba a Estados Unidos a buscar la capacidad de primer ataque o la primacía nuclear y la modernización de las armas nucleares para lograr una mayor precisión y la máxima disuasión. Sutilmente integrada en el argumento de Wohlstetter, pero constituyendo toda la base de su afirmación de que la actual paridad nuclear era inestable, estaba la presunción de que los soviéticos no se dejarían disuadir por diez millones o incluso más de muertes, ya que habían sufrido veinte millones de muertes en la Segunda Guerra Mundial. Además, toda la argumentación de Wohlstetter se basaba en la suposición de que existía lo que Blackett denominó en su crítica una «asimetría moral» entre Estados Unidos y la Unión Soviética, en la que la primacía nuclear estadounidense no representaba ningún peligro para la URSS, mientras que la paridad nuclear rusa representaba una amenaza muy real de ataque nuclear contra Estados Unidos.37
La respuesta de Blackett a Wohlstetter fue devastadora. El célebre historiador militar británico Michael Howard la calificó de «crítica feroz».38 Utilizando ejemplos aritméticos, señaló el hecho de que la verdadera capacidad de primer ataque requeriría la destrucción, no sólo del 90% de las armas nucleares del otro bando –lo que en sí mismo es imposible dados los problemas técnicos implicados, el número de objetivos, las respuestas casi automáticas del otro bando con sólo pulsar un botón y las inmensas dificultades de inteligencia–, sino que de hecho requeriría la destrucción del 99% de las fuerzas nucleares contrarias, e incluso eso no sería suficiente si se quisieran evitar megamuertes tanto en el bando del atacante como en el del atacado. Por lo tanto, una mayor precisión no obviaría «la locura esencial de una política de primer ataque». Blackett señaló que Wohlstetter creía que un primer ataque estadounidense contra la Unión Soviética habría sido cuerdo en la época en que Estados Unidos tenía el monopolio nuclear o incluso cuando simplemente tenía superioridad nuclear. Para personas como Wohlstetter, el objetivo era restablecer las bases para un primer ataque «sensato».39
Lo más importante fue la crítica de Blackett a la noción de Wohlstetter de la «asimetría moral» entre Estados Unidos y la URSS. Como escribió Wohlstetter, «ellos [los soviéticos] toman decisiones estratégicas sensatas y nosotros no», lo que significa que sin duda utilizarían la superioridad nuclear (o incluso la paridad nuclear) como base de un ataque nuclear para lograr sus fines, pero Estados Unidos no lo haría, debido a su mayor moralidad.40
En respuesta, Blackett afirmó: «La doctrina de Wohlstetter parece ser que Occidente debe planificar en función de la capacidad del enemigo, pero la URSS debe planificar en función de las intenciones de Occidente», que se suponen benignas. Al «introducir un amplio y arbitrario grado de asimetría moral entre los dos contendientes» como «dispositivo metodológico», Wohlstetter, según Blackett, consideraba que «el periodo de 1954 a 1957 [cuando Rusia “no tenía ningún poder efectivo de golpear a América en absoluto con misiles”]… era un periodo seguro porque, aunque América tenía una gran superioridad nuclear, era pacífica, mientras que el momento actual es peligroso porque esta superioridad es menor y la URSS es agresiva». 41 Era este tipo de lógica peligrosa, insistía Blackett, la que estaba detrás de las demandas de los maximalistas de que Estados Unidos intentara «recuperar una primera capacidad de contrafuerza mediante misiles mejorados y satélites de reconocimiento».42
Argumentando enérgicamente a favor de «la política de la disuasión mínima», Blackett insistió en que «ya es suficiente».43 Sin embargo, si los maximalistas se salían con la suya y conseguían que Washington persiguiera la capacidad de contrafuerza o de primer ataque, la Unión Soviética y China tendrían que responder en un momento dado adoptando medidas para garantizar la capacidad de supervivencia de su disuasión como una cuestión de pura defensa, lo que desencadenaría una interminable carrera armamentística nuclear y aumentaría los peligros de una guerra nuclear.44 Criticó duramente a aquellos que en la RAND, como Schelling, utilizaban la teoría de juegos para crear falsos escenarios de guerra nuclear limitada y estrategias de contrafuerza en la búsqueda irracional de un gasto continuado en modernización nuclear. En 1962, Blackett volvió a plantear la cuestión del desarme nuclear, que, sugirió, tendría que hacerse a una escala extremadamente grande o sería ineficaz.45
En la década de 1980, las administraciones de Jimmy Carter y Ronald Reagan intentaron colocar misiles de crucero con armamento nuclear y misiles Pershing II en Europa, aparentemente como respuesta al SS-20 soviético, un misil de alcance intermedio más resistente que se consideraba que reducía la capacidad de primer ataque de la OTAN.46 La respuesta estadounidense fue la introducción de nuevos misiles de contrafuerza con Europa como base de operaciones. A esto se unió el plan estadounidense de introducir la Iniciativa de Defensa Estratégica, más conocida como Guerra de las Galaxias, un sistema global de defensa antimisiles. Esto también sólo tenía sentido en términos de un primer ataque o de un ataque de contrafuerza. El resultado fue el desarrollo de un enorme movimiento antinuclear en Europa, en el que el historiador marxista E. P. Thompson desempeñó un papel fundamental como principal portavoz del Desarme Nuclear Europeo.47 En Estados Unidos, estos acontecimientos generaron el movimiento de congelación nuclear. En este contexto, Wohlstetter volvió a criticar a Blackett, fallecido en 1974, por sus críticas a la disuasión máxima y a la teoría de juegos. Zuckerman respondió refiriéndose de nuevo a la cuestión de Blackett sobre la asimetría moral integrada en el trabajo de Wohlstetter y de todos los demás estrategas estadounidenses de la contrafuerza.48
La búsqueda estadounidense de la primacía nuclear: Desde 1991 hasta ahora
Es una de las grandes ironías de nuestro tiempo que la desaparición de la Unión Soviética y el final de la Guerra Fría condujeran al triunfo inmediato de la doctrina de máxima disuasión en Washington y a la búsqueda de la primacía nuclear mediante el desarrollo de capacidades de contrafuerza. A pesar de los acuerdos sobre armamento nuclear que se establecieron inicialmente y de las reducciones de cabezas nucleares, la estructura básica de las fuerzas nucleares quedó intacta, mientras que Washington vio en ello una oportunidad para asegurarse la primacía nuclear mundial o una verdadera capacidad de primer ataque y, por tanto, el dominio nuclear absoluto. La «disuasión mínima», según Lawrence Freedman y Jeffrey Michaels en su obra clásica, The Evolution of Nuclear Strategy [La evolución de la estrategia nuclear], «seguía teniendo partidarios, pero constituían una minoría», y estaban muy debilitados.49 Se abría entonces el camino a la puesta en marcha de una estrategia de contrafuerza total. Como declaró Janne E. Nolan, de la Asociación para el Control de Armamentos, «la contrafuerza sigue siendo el principio sacrosanto de la estrategia nuclear estadounidense».50
Dado que la estrategia nuclear estadounidense se basa en la contrafuerza, en la creación de la capacidad para un primer ataque que llegue como un «rayo caído del cielo», con sistemas antimisiles que acaben con las pocas armas que sobrevivan, requiere la unificación de las armas nucleares «ofensivas» y «defensivas».51 El objetivo general es garantizar la no supervivencia de los centros de mando y control y de los sistemas de armas nucleares del otro bando. Los sistemas de misiles antibalísticos, que se consideran prácticamente inútiles para defenderse de un primer ataque a gran escala, no son principalmente armas defensivas, sino que pretenden garantizar que las pocas armas nucleares del país atacado que consigan sobrevivir ante un primer ataque sean eliminadas antes de que puedan alcanzar sus objetivos. Por lo tanto, los sistemas de defensa antimisiles nucleares están destinados principalmente a mejorar la capacidad de primer ataque.52
Ante la perspectiva de un primer ataque, una potencia nuclear sólo puede proteger su disuasión de cuatro maneras: (1) la redundancia de dichas armas, ya que cuantos más objetivos haya, más difícil será para un atacante llevar a cabo un primer ataque con éxito; (2) el endurecimiento de los silos de misiles para proteger la disuasión estratégica de los misiles entrantes; (3) la ocultación de las armas nucleares, mediante armas nucleares basadas en submarinos y misiles/lanzadores de misiles terrestres móviles; y (4) (la más cuestionable de todas) la confianza en las máquinas del día del juicio final, que permiten una represalia masiva que puede desencadenarse en cualquier momento, casi automáticamente, sin apenas intervención humana. 53
Teniendo en cuenta estas condiciones, es posible entender las acciones aparentemente contradictorias de Washington con respecto al control y desarrollo de armas nucleares desde la desaparición de la Unión Soviética. Todos los presidentes estadounidenses, desde Reagan hasta Joe Biden, han hecho gran hincapié en el desarrollo de sistemas de defensa antimisiles nucleares, considerados cruciales para una estrategia eficaz de contrafuerza. La administración de George H. W. Bush, al tiempo que se alejaba de la Guerra de las Galaxias de Reagan, optó por promover el programa de «Protección Global contra Ataques Limitados». Esto fue impulsado por la administración de Bill Clinton, que ofreció un esquema para la Defensa Nacional de Misiles. Sin embargo, los sistemas de defensa antimisiles no podían ponerse en funcionamiento mientras Estados Unidos siguiera vinculado al Tratado sobre Misiles Antibalísticos de 1972, lo que llevó a la administración de George W. Bush a retirarse unilateralmente del tratado en 2002. En 2007, la administración Bush decidió ampliar sus dos emplazamientos de defensa antimisiles en California y Alaska y añadir un «Tercer Emplazamiento» en Europa, con la excusa de proteger a Europa de Irán (una potencia no nuclear), pero los rusos entendieron naturalmente que esto iba dirigido a ellos. En 2008, este sistema se integró en el sistema general de misiles de defensa de la OTAN. La administración de Barack Obama revisó este plan colocando sistemas de defensa antimisiles dirigidos contra misiles balísticos de mayor alcance (aunque también capaces de lanzar misiles ofensivos con armamento nuclear) en Polonia y Rumanía.54
Al mismo tiempo, a medida que se introducían sistemas de defensa antimisiles en Europa, se reducían los arsenales de ojivas nucleares en poder de Estados Unidos y Rusia.55 No obstante, en 2023 Estados Unidos seguía teniendo 5.244 ojivas nucleares estratégicas, Francia 290, el Reino Unido 225 y Rusia (que pretendía igualar a las tres potencias nucleares de la OTAN) 5.889. China, por su parte, tenía 410.56
Las reducciones de Washington en el número de cabezas nucleares, en línea con las reducciones paralelas de Moscú, parecen haber tenido como objetivo enfriar las tensiones nucleares. Sin embargo, esta política se ajustaba a su estrategia general de contrafuerza, ya que la redundancia en el número de este tipo de armas es uno de los principales medios para garantizar la supervivencia de una fuerza nuclear disuasoria. Junto con la modernización de sus sistemas de armas nucleares para una mayor precisión y la mejora de los medios de detección de submarinos nucleares y misiles terrestres móviles, Estados Unidos pudo avanzar rápidamente hacia su objetivo de primacía nuclear. Según Cynthia Roberts, del Instituto Saltzman de Guerra y Paz de la Universidad de Columbia, en «Revelations About Russia’s Deterrence Policy» [Revelaciones sobre la política de disuasión de Rusia], «los rusos perciben las nuevas mejoras estadounidenses de las fuerzas estratégicas, tanto convencionales como nucleares, como parte de un esfuerzo continuo para acechar la disuasión nuclear de Rusia y negar a Moscú una opción viable de segundo ataque», con el objetivo de eliminar efectivamente su disuasión nuclear mediante la «decapitación».57
En 2006, los analistas nucleares de todo el mundo se sobresaltaron con la aparición en Foreign Affairs, la principal publicación del Consejo de Relaciones Exteriores, de un artículo de Keir A. Lieber y Daryl G. Press titulado «The Rise of U.S. Nuclear Primacy» [El ascenso de la primacía nuclear estadounidense].58 Lieber y Press indicaron que Estados Unidos había estado buscando una verdadera capacidad de primer ataque desde el final de la Guerra Fría y que ahora estaba «a punto de alcanzar la primacía nuclear. … A menos que cambie la política de Washington o que Moscú y Pekín tomen medidas para aumentar el tamaño y la preparación de sus fuerzas, Rusia y China –y el resto del mundo– vivirán a la sombra de la primacía nuclear estadounidense durante muchos años». De hecho, «el peso de la evidencia», escribieron, «sugiere que Washington está, de hecho, buscando deliberadamente la primacía nuclear».59
Estados Unidos, sostenían Lieber y Press, ya había obtenido la primacía nuclear en relación con China, que entonces no podía proteger ni sus silos de misiles reforzados ni sus submarinos nucleares (debido al nivel de ruido, aunque éste se estaba reduciendo), y estaba cerca de tener también una capacidad creíble de primer ataque en relación con Rusia. Armas como los misiles de crucero con armas nucleares, los submarinos nucleares capaces de disparar sus misiles mucho más precisos con cabezas nucleares de bajo rendimiento cerca de la costa, y los bombarderos sigilosos B-2 de baja altura y los cazas sigilosos portadores de misiles de crucero y bombas nucleares de gravedad podrían eliminar con mayor eficacia los silos de misiles endurecidos. Una tecnología de teledetección más avanzada, en la que Estados Unidos llevaba la delantera, había mejorado enormemente su capacidad para detectar y apuntar a misiles terrestres móviles y submarinos nucleares.60 La ampliación hacia el este de la OTAN hizo posible situar los sistemas de armas nucleares (incluidos los sistemas de defensa antimisiles) mucho más cerca de Moscú. Además, la mayor precisión de los misiles y las bombas de gravedad guiadas estadounidenses significa que las armas nucleares de los países objetivo son cada vez más vulnerables a las armas convencionales con ojivas no nucleares.61
El anuncio de que Estados Unidos estaba, al menos teóricamente, a punto de tener capacidad de primer ataque hizo saltar las alarmas en Rusia y China, lo que dio lugar a nuevos esfuerzos masivos para proteger la capacidad de supervivencia de sus armas nucleares y a medidas para defenderse de una estrategia de contrafuerza mediante el desarrollo de una nueva tecnología de misiles hipersónicos, que podría eludir los sistemas de misiles antibalísticos. China se ha referido a esto como una «maza asesina», un arma principalmente ventajosa para aquellos que desafían a un oponente más poderoso.62 En 2007, molesto por el intento estadounidense de obtener la primacía nuclear y la consiguiente expansión de la OTAN, el presidente ruso Vladimir Putin declaró inequívocamente que no habría un mundo unipolar.63 Sin embargo, la OTAN declaró en 2008 que tenía la intención de incorporar a Ucrania a la OTAN y siguió adelante con sus planes de colocar sistemas de defensa antimisiles en Polonia y Rumanía. Las instalaciones de defensa contra misiles balísticos Aegis que se instalaron en estos países son también armas ofensivas potenciales capaces de lanzar misiles de crucero Tomahawk con armamento nuclear.64
Estados Unidos, a través de la OTAN, siempre ha confiado en una estrategia de primer ataque basada tanto en armas nucleares no estratégicas como estratégicas, formando el núcleo de la defensa de la OTAN, primero contra las fuerzas convencionales de la Unión Soviética, y después contra las de Rusia, bajo el paraguas de la «disuasión ampliada» estadounidense.65 Aunque la Unión Soviética, al igual que China en la actualidad, tenía una política de no-primer-ataque –mientras que la Rusia post-soviética ha declarado que sólo utilizará armas nucleares en un primer ataque si el estado/territorio ruso está directamente amenazado– todos los presidentes estadounidenses hasta el actual han reconfirmado la política estadounidense de primer-ataque.66 Para Washington, las armas nucleares (tanto estratégicas como tácticas) están «sobre la mesa» en todo el mundo, incluso en algunos casos contra potencias no nucleares, una política reforzada por el alcance imperial de Estados Unidos, que mantiene al menos ochocientas bases militares en el extranjero.67 Aunque Obama había declarado en su carrera a la presidencia que pretendía buscar «un mundo en el que no haya armas nucleares», adoptó una postura más maximalista al entrar en la Casa Blanca, al tiempo que rechazaba la promesa de no ser el primero en atacar.68 El vicesecretario adjunto para la política nuclear y de defensa antimisiles de la administración Obama encargado de redactar la Revisión de la Postura Nuclear de 2010 fue Brad Roberts, un halcón nuclear profundamente comprometido con una estrategia de primer uso nuclear. La Revisión de la Postura Nuclear de 2010 «reafirmó una doctrina de contrafuerza y rechazó el cambio para centrarse en objetivos de contravalor». Poco después de dejar la administración, Roberts publicó The Case for U.S. Nuclear Weapons in the Twenty-First Century (El caso de las armas nucleares estadounidenses en el siglo XXI), que argumentaba que Estados Unidos debería estar listo y dispuesto a participar en la lucha nuclear a todos los niveles. La administración Obama inició una mejora de treinta años y un billón de dólares en las armas nucleares estadounidenses en línea con la estrategia de contrafuerza.69
En 2014, Estados Unidos respaldó la revolución/golpe de Estado del Maidán en Ucrania, que destituyó al presidente democráticamente elegido Víktor Yanukóvich. Esto condujo a una guerra civil en Ucrania entre el gobierno de Kiev controlado por los nacionalistas ucranianos apoyados por la OTAN, por un lado, y los separatistas de habla rusa en la región de Donbass, apoyados por Rusia, por el otro. En 2022, Rusia, después de que la OTAN ignorara continuamente sus líneas rojas, intervino firmemente del lado de los separatistas. Enfrentada a una guerra indirecta de Estados Unidos y la OTAN en Ucrania, Rusia puso sus fuerzas nucleares en alerta.70 De repente, un intercambio termonuclear global que pusiera en peligro de aniquilación a toda la población mundial (a través del invierno nuclear) se convirtió en una amenaza inminente.
La administración de Donald Trump, mientras tanto, se había retirado unilateralmente del Tratado de Fuerzas Nucleares Intermedias en 2019 y del Tratado de Cielos Abiertos en 2020. La retirada unilateral de estos tratados fue favorable para Washington al permitirle desarrollar aún más sus capacidades de contrafuerza. La Guía para la Disuasión Nuclear en la Era de la Competencia entre Grandes Potencias (2020) del Instituto de Investigación Louisiana Tech, escrita por expertos en armamento nuclear para los cerca de treinta mil miembros de la fuerza Global Strike de las Fuerzas Aéreas estadounidenses y setecientos mil aviadores en total, declaraba que «Estados Unidos nunca se ha contentado con una mera capacidad de segundo ataque», y estaba preparado para un primer ataque y para ganar una guerra nuclear como parte de su postura de máxima disuasión.71
A principios de enero de 2023, Estados Unidos autorizó el uso del avión de transporte C-17A de la Fuerza Aérea para el envío de bombas nucleares B61-12 a Europa, en una introducción más rápida de las bombas que la programada originalmente.72 La bomba nuclear B61-12 ha sido designada por National Interest como «el arma nuclear más peligrosa del arsenal estadounidense», porque es la más utilizable, ya que cumple la doble función de arma nuclear estratégica capaz de un primer ataque de contrafuerza contra silos de misiles reforzados, a la vez que también funciona como arma nuclear táctica en el campo de batalla.73
La B61-12, aunque forma parte de la clase B61 de bombas nucleares introducidas por primera vez tras la Crisis de los Misiles de Cuba, es un arma nueva en el sentido de que, en palabras de Hans Kristensen, experto en armas nucleares de la Federación de Científicos Estadounidenses, es «la primera bomba nuclear de gravedad guiada de EE.UU.», con un conjunto de cola guiada que le confiere una precisión mucho mayor (una ojiva el doble de precisa es ocho veces más letal). Las bombas nucleares estadounidenses existentes tienen probabilidades de error circular (PEC) de entre 110 y 170 metros, mientras que la B61-12 tiene una PEC de 30 metros. Se considera un arma nuclear de «bajo rendimiento«. Sin embargo, tiene un rendimiento superior tres veces superior al de la bomba atómica que Estados Unidos lanzó sobre Hiroshima. También puede penetrar en la tierra, lo que significa que puede explotar bajo tierra. Lanzada contra un objetivo subterráneo, su capacidad destructiva en relación con su objetivo, según la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares, es «equivalente a la de un arma de explosión en superficie con una potencia de 1.250 kilotones, es decir, el equivalente a 83 bombas de Hiroshima«, lo que la convierte en un arma de primer ataque extraordinariamente potente.74
El B61-12 es también un arma de «dial-a-yield» en la que la potencia explosiva puede reducirse hasta 0,3 kilotones o elevarse hasta 50 kilotones. Por lo tanto, se considera un arma nuclear tanto «táctica» como «estratégica». Puede ser lanzada a sus objetivos por aviones de combate, como el caza furtivo F-35, así como por bombarderos estratégicos. Estados Unidos la utilizará para sustituir a sus actuales armas nucleares en Europa. Como arma nuclear más «utilizable», que también se considera un arma de campo de batalla, el B61-12 está reduciendo el umbral nuclear en Europa. Según Rusia, el B61-12 resulta especialmente amenazador por su proximidad a objetivos rusos. Aunque Rusia dispone de dos mil armas nucleares tácticas, todas ellas se encuentran actualmente almacenadas, mientras que las nuevas bombas B61-12 van a ser desplegadas (representando las únicas armas nucleares tácticas desplegadas en todo el mundo) y situadas en Italia, Alemania, Turquía, Bélgica y Holanda, «a un corto vuelo de las fronteras rusas». Polonia, que acaba de obtener el caza F-35, solicita ahora que las bombas B61-12 también se ubiquen en su territorio.75 En caso de guerra, según el acuerdo de reparto nuclear de la OTAN, Estados Unidos podría entregar estas armas nucleares a las distintas naciones.
La Estrategia de Defensa Nacional de Estados Unidos de 2018 de la administración Trump fue escrita en gran parte por el halcón antichino Elbridge A. Colby, entonces subsecretario adjunto de Defensa para Estrategia y Desarrollo de Fuerzas. Se centró en China como la principal amenaza estratégica para Estados Unidos (una posición adoptada posteriormente por la administración Biden) y estipuló que la política de primer ataque de Estados Unidos permitiría el uso de armas nucleares contra un ciberataque indeterminado. Además, por primera vez en la historia, la preparación para una guerra nuclear limitada se integró formalmente en la gran estrategia nuclear estadounidense. Colby es más famoso por su ultraagresiva «estrategia de negación» hacia China, promovida por su think tank Marathon Initiative. Esto incluye escenarios para el uso estadounidense de armas nucleares de contrafuerza en un conflicto sobre Taiwán. La lógica de la política estadounidense con respecto a Taiwán, incluida la de los dos partidos políticos dominantes, apunta así a cruzar las líneas rojas de China, amenazando de nuevo al mundo entero76.
Desde su primera prueba nuclear en 1964, China ha mantenido una postura inequívoca de que «nunca, en ningún momento y bajo ninguna circunstancia, será la primera en utilizar armas nucleares».77 A diferencia de Estados Unidos y Rusia, las armas nucleares de China se mantienen en estado de alerta, sin que las cabezas nucleares se acoplen a los misiles, aunque ahora cuenta con un submarino nuclear en el mar en todo momento.78 Sus armas nucleares están deliberadamente orientadas a la MAD, sin la precisión necesaria para la contrafuerza. Según Benjamin C. Jamison, actual teniente coronel de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos que presta servicio en la división de empresas nucleares del Mando Europeo de Estados Unidos, el «arsenal nuclear de China incluye exclusivamente grandes megatones y armas imprecisas que se adaptan mejor a una estrategia de contravalor». No ha buscado la paridad nuclear con Estados Unidos y Rusia. El objetivo de China «sigue siendo preservar una opción de segundo ataque con capacidad de supervivencia». Desde el punto de vista tecnológico y de los recursos, no hay ninguna razón por la que China no pueda construir una fuerza nuclear que rivalice con la de Estados Unidos o Rusia, pero ha decidido no hacerlo».79 En consonancia con esto, China se ha abstenido de desarrollar un arsenal de armas nucleares tácticas.80 China insiste en que ninguna nación debe emplazar armas nucleares en otro Estado. Sin embargo, con Estados Unidos centrado en la capacidad de primer ataque, China ha iniciado recientemente la modernización y expansión de su arsenal nuclear con el objetivo de aumentar la capacidad de supervivencia de su capacidad de segundo ataque. Los documentos de defensa estadounidenses más recientes indican que China ha conseguido mantener una disuasión nuclear de segundo ataque reducida y con capacidad de supervivencia.81
Sin embargo, nada de esto ha alterado la búsqueda occidental de la primacía nuclear. «En el plano nuclear, las defensas antimisiles y los ataques de precisión», escribió el politólogo noruego Even Hellan Larsen en junio de 2023, «hacen que el adelantamiento total de las represalias nucleares sea una perspectiva realista». En otras palabras, comprometerse con una estrategia de primer ataque contra otras potencias nucleares puede ser vista como una política «racional» por parte de la principal potencia de contrafuerza, Estados Unidos/OTAN.82
El declive hegemónico de Estados Unidos y la amenaza del Armagedón nuclear
Los estrategas nucleares y los planificadores militares estadounidenses, casi todos ellos maximalistas en la actualidad, no se refieren, por regla general, en ninguno de sus análisis a los efectos totales de un intercambio termonuclear global, ni siquiera cuando se contempla una guerra nuclear a gran escala. Así, no se menciona el invierno nuclear, que aniquilaría a casi toda la población humana mundial, a pesar de que esto se ha afirmado una y otra vez en estudios científicos.83 Más a menudo, los planificadores militares estadounidenses actuales sostienen que una estrategia de contrafuerza de primer ataque con armas nucleares estratégicas de «bajo rendimiento» relativo (aunque generalmente de mayor rendimiento que las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki) puede decapitar la capacidad de segundo ataque del otro bando, mediante un rayo caído del cielo, eliminando la posibilidad de una represalia masiva. A esto se suman los planes de guerra nuclear limitada que presuponen que el país atacado será capaz de distinguir entre un ataque parcial y un verdadero primer ataque y que se puede contar con él para responder de forma igualmente «limitada», sin amenaza de escalada. Sin embargo, una y otra vez se ha demostrado que estos supuestos, aunque rigen la estrategia nuclear estadounidense, son falsos e irracionales. La peligrosa realidad que los análisis nucleares maximalistas ignoran convenientemente la describe mejor Daniel Ellsberg, que en su día fue estratega nuclear de la RAND Corporation: «Estados Unidos y Rusia tienen cada uno una auténtica Máquina del Juicio Final. No es el mismo sistema relativamente barato que Herman Kahn imaginó (o que Stanley Kubrick retrató)…. Pero, sin embargo, existe una contrapartida para cada país: un sistema muy caro de hombres, máquinas, electrónica, comunicaciones, instituciones, planes, formación, disciplina, prácticas y doctrina que, en condiciones de alerta electrónica, conflicto externo o expectativas de ataque, provocaría con una probabilidad desconocida pero posiblemente alta la destrucción global de la civilización y de casi toda la vida humana en la Tierra».84
En la actualidad, la guerra por poderes de Estados Unidos en Ucrania, en la frontera rusa, y el comportamiento amenazante de Washington hacia Pekín en relación con Taiwán (reconocido por todo el mundo como parte de China, pero con un gobierno diferente) han llevado la cuestión de un intercambio termonuclear general al primer plano de la preocupación mundial. Como escribió el ex Secretario de Defensa estadounidense Robert S. McNamara en 2005 en «Apocalypse Soon», «lanzar armas contra un oponente equipado nuclearmente sería suicida. Hacerlo contra un enemigo no nuclear sería militarmente innecesario, moralmente repugnante y políticamente indefendible». La idea de que «las armas nucleares podrían utilizarse de alguna manera limitada» es «fundamentalmente errónea», ya que los efectos sobre la población civil no pueden contenerse, mientras que «no hay ninguna garantía contra una escalada ilimitada una vez que se produce el primer ataque nuclear».85
Blackett, sin embargo, sigue siendo el mayor crítico de la estrategia nuclear maximalista. Para Howard, que escribía en 1984, las «opiniones de Blackett serían etiquetadas ahora por los teóricos estratégicos [occidentales] como ‘disuasión mínima’ o MAD (destrucción mutua asegurada) y consideradas tan primitivas que apenas merece la pena tenerlas en cuenta. En mi opinión, sin embargo, siguen siendo tan válidas hoy como lo eran hace 20 años: la única base sobre la que puede sustentarse tanto una política de defensa aceptable como una política de control de armamentos creíble».86
Destacan cinco elementos de la crítica de Blackett: En primer lugar, un primer ataque de contrafuerza contra otras naciones nucleares importantes es estratégica, operativa y matemáticamente imposible de llevar a cabo sin megamuertes por ambas partes. Por lo tanto, todos los sueños de primacía nuclear son ilusiones peligrosas. En segundo lugar, una guerra nuclear limitada con armas nucleares tácticas o no estratégicas pronto se saldría de control. En tercer lugar, todos los argumentos occidentales a favor de la máxima disuasión nuclear, que rechazan la idea de un estancamiento nuclear, se basan en la noción de asimetría moral para justificar la búsqueda de la primacía nuclear. En cuarto lugar, todas las naciones deben adoptar la postura de no ser el primero en atacar. En quinto lugar, las armas nucleares deben limitarse a objetivos contravalorados, que es también la única base desde la que se puede proceder al desarme nuclear.
Es significativo que hoy en día la única nación nuclear importante que ha aplicado todos los preceptos de Blackett sea la República Popular China. El mero hecho de que China, tanto en su doctrina nuclear como en la práctica, se haya adherido estrictamente a una línea minimalista en materia de armas nucleares sugiere que esto también es posible para otras naciones nucleares.
Por el contrario, la estrategia nuclear maximalista de Estados Unidos, que va en contra de todos los preceptos de Blackett, se justifica hoy en día en los círculos de disuasión nuclear en términos de una supuesta asimetría moral que sitúa a Estados Unidos excepcionalmente por encima de otras naciones. Los estrategas nucleares estadounidenses suelen argumentar que el poderoso «tabú» creado por el lanzamiento estadounidense de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki hace «improbable que Estados Unidos emplee un ataque nuclear de contravalor incluso en respuesta a un ataque contra la América continental. Por lo tanto, las amenazas nucleares de contravalor ya no son creíbles para la disuasión estadounidense». Esto se atribuye a los presuntos valores morales más elevados de Estados Unidos en relación con otros estados, y a su mayor reticencia a utilizar armas nucleares en ciudades y contra poblaciones civiles, con el resultado de que Estados Unidos no tiene más remedio que orientar su estrategia nuclear a contrarrestar el primer ataque, o primacía nuclear. Sin embargo, «el contraataque sigue siendo válido para otros estados nucleares», como Rusia y China, que no están tan sujetos al tabú sobre el uso de armas nucleares, ya que carecen de los elevados valores morales de Estados Unidos y de los países occidentales en general, por lo que no se opondrían a las represalias masivas contra objetivos civiles.87
La ironía de todos estos argumentos basados en la asimetría moral es que la única nación que ha empleado realmente armas nucleares, matando a cientos de miles de personas –como demostró Blackett, no como el último acto militar de la Segunda Guerra Mundial, sino como el primer acto político de la Guerra Fría–, la nación, además, responsable de la muerte de unos dieciocho millones de personas sólo en guerras e intervenciones desde 1945, se ve a sí misma (y a la OTAN) tan por encima moralmente de otros Estados nucleares importantes (como Rusia y China) que se ve obligada a buscar una capacidad de contrafuerza o de primer ataque88. Una estrategia de este tipo tiene como objetivo iniciar y ganar una guerra nuclear, no simplemente confiar en las armas nucleares para una represalia masiva. Se complementa con planes de guerra nuclear limitada y de dominación en cada escalón de la escalada.
La estrategia nuclear maximalista estadounidense, basada en la suposición de que Estados Unidos puede dominar en todas las etapas de la escalada convencional y nuclear e incluso ganar una guerra nuclear, es un factor importante en la inducción de una falsa sensación de poder por parte de los responsables de la toma de decisiones, lo que lleva a la agresividad de Washington hacia Pekín y Moscú en la actual Nueva Guerra Fría. El resultado más probable de la actual visión occidental de que las armas nucleares pueden utilizarse para lograr fines políticos y militares es que, efectivamente, acabarán utilizándose, con la destrucción de prácticamente toda la humanidad.89 El hecho de que toda la estrategia nuclear occidental desde 1991 se haya basado en la selección de objetivos de contrafuerza, la capacidad de primer ataque, la primacía nuclear y la guerra nuclear limitada, considerando las armas termonucleares como instrumentos útiles en la lucha por asegurar un orden mundial unipolar, significa que Estados Unidos/la OTAN constituyen hoy la mayor amenaza existencial para la humanidad a través de una Tercera Guerra Mundial (es decir, al margen de la crisis ecológica planetaria). Sólo un enfoque minimalista, y no maximalista, de las armas nucleares puede encaminar a la humanidad hacia el desarme nuclear. En última instancia, sin embargo, la respuesta reside en un cambio mundial que se aleje de un capitalismo moribundo hacia lo que Blackett denominó socialismo completo.
Notas
1. M. S. Blackett, Studies of War: Nuclear and Conventional (New York: Hill and Wang, 1962), 130.
2. «Excerpts from the Pentagon Plan: Preventing the Emergence of a New Rival,» New York Times, March 8, 1992; Wesley K. Clark, Don’t Wait for the Next War (New York: PublicAffairs, 2014), 37–40; John Bellamy Foster, Naked Imperialism (New York: Monthly Review Press, 2006); «Notes from the Editors,» Monthly Review 73, no. 11 (April 2022): c2–67.
3. Zbigniew Brzezinski, The Grand Chessboard (New York: Basic Books, 1997), 46, 92–96, 103; Grey Anderson, «Weapon of Power, Matrix of Management: NATO’s Hegemonic Formula,» New Left Review, 140/141 (March–June 2023): 16, 21–22.
4. M. S. Blackett, Atomic Weapons and East-West Relations (Cambridge: Cambridge University Press, 1956), 27–33; Keir A. Lieber and Daryl G. Press, «The Rise of U.S. Nuclear Primacy,» Foreign Affairs 85, no. 2 (2006): 42–54; Lawrence Freedman and Jeffrey Michaels, The Evolution of Nuclear Strategy (London: Palgrave Macmillan, 2019), 649–63.
5. John T. Correll, «The Ups and Down of Counterforce,» Air and Space Forces Magazine, October 1, 2005; Daniel Ellsberg, The Doomsday Machine: Confessions of a Nuclear War Planner (New York: Bloomsbury, 2017), 120–23; 178–79; Spurgeon M. Keeny and Wolfgang K. H. Panofsky, «MAD vs. NUTS: Can Doctrine or Weaponry Remedy the Mutual Hostage Relationship of the Superpowers?,» Foreign Affairs 60, no. 2 (1981): 287–304; William D. Hartung, «Bush’s Nuclear Doctrine: From MAD to NUTS?,» Institute for Policy Studies, December 1, 2000, ips-dc.org.
6. Freedman and Michaels, The Evolution of Nuclear Strategy, 649.
7. Freedman and Michaels, The Evolution of Nuclear Strategy, 668.
8. Nina Tannenwald, The Nuclear Taboo (Cambridge: Cambridge University Press, 2008), 22.
9. Michael Joseph Smith, «Nuclear Deterrence: Behind the Strategic and Ethical Debate,» Virginia Quarterly Review 63, no. 1 (1987): 1–22; Freedman and Michaels, The Evolution of Nuclear Strategy, 666, 672; Michael Howard, «Brodie, Wohlstetter and American Nuclear Strategy,» Survival: Global Politics and Strategy 34, no. 2 (1992): 107–16.
10. Blackett, Studies of War, 138.
11. Rajesh Basrur, «Nuclear Deterrence: The Wohlstetter-Blackett Debate Revisited,» RSIS Working Paper No. 271, S. Rajaratnam School of International Studies, Nanyang Technological University, Singapore, April 15, 2014; Mary Jo Nye, Blackett: Physics, War, and Politics in the Twentieth Century (Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 2004), 65–99.
12. Véase John Bellamy Foster, «‘Notes on Exterminism’ for the Twenty-First-Century,» Monthly Review 74, no. 1 (May 2022): 1–17.
13. Freedman and Michaels, The Evolution of Nuclear Strategy, 649–50.
14. M. S. Blackett, Fear, War and the Bomb: Military and Political Consequences of Atomic Energy (New York: McGraw Hill, 1949). El subtítulo del libro era el título de la edición británica de 1948; el título Fear, War and the Bomb se añadió para la edición estadounidense.
15. Sobre los científicos marxistas británicos y el movimiento de relaciones sociales en la ciencia, véase John Bellamy Foster, The Return of Nature (New York: Monthly Review Press, 2020), 367–73, 457–76.
16. Blackett, Atomic Weapons and East-West Relations, 73.
17. M. S. Blackett, «The Frustration of Science,» in The Frustration of Science, eds. Daniel Hall et al. (New York: Books for Libraries Press, 1935), 137, 140–44.
18. Gregg Herken, Albert Wohlstetter, Thomas Powers, and response by Lord Zuckerman, «‘Counsels of War’: An Exchange,» New York Review of Books, November 21, 1985; Nye, Blackett, 67–85.
19. Blackett, Fear, War and the Bomb, v–vi; Bernard Lovell, «Blackett in War and Peace,» Journal of the Operational Research Society 39, no. 3 (1988): 228.
20. Blackett, Fear, War and the Bomb, 131–39.
21. Philip Morrison, «Blackett’s Analysis of the Issue,» Bulletin of the Atomic Scientists 5, no. 2 (1949): 40; Nye, Blackett, 91. Morrison fue un columnista de Monthly Review entre 1956 y 1961.
22. Gar Alperovitz, The Decision to Use the Atomic Bomb (New York: Vintage, 1996); Robert Jay Lifton and Greg Mitchell, Hiroshima in America (New York: Harper, 1996); Ben Norton, «Atomic Bombing of Japan Was not Necessary to End WWII: US Government Documents Admit it,» Geopolitical Economy, August 7, 2023.
23. Blackett, Atomic Weapons and East-West Relations, 99–100.
24. Michael Howard, «Blackett and the Origins of Nuclear Strategy,» Journal of the Operational Research Society 36, no. 2 (1985): 92.
25. Blackett, Atomic Weapons and East-West Relations, 78; In the Matter of J. Robert Oppenheimer, April 15–May 6, 1954, Before the Personal Security Board (Washington, DC: U.S. Government Printing Office, 1954), 250.
26. Nye, Blackett, 66.
27. Nye, Blackett, 2–4, 66, 90–93; Edward Shils, «Blackett’s Apologia for the Soviet Position,» Bulletin of the Atomic Scientists 5, no. 2 (1949): 34–37.
28. Camille Rebouillat-Sarti, «MI5 and Atomic Scientists (1945–1958): The Case of Patrick Blackett,» September 11, 2022, byarcadia.org; Nye, Blackett, 92; Freedman and Michaels, The Evolution of Nuclear Strategy, 72.
29. El ensayo de Blackett «A Critique of Defence Thinking» [Una crítica del pensamiento de defensa] se publicó por primera vez en la revista Encounter en abril de 1961 y se reimprimió, junto con la mayoría de sus otros artículos sobre la disuasión nuclear, en su obra Studies of War. Encounter era una publicación de la izquierda socialdemócrata y anticomunista, y una de las numerosas publicaciones financiadas en secreto por la CIA. Blackett, como premio Nobel, fue claramente buscado para la publicación. Pero a diferencia de otros que publicaron en Encounter, no se dedicó a atacar a la izquierda, sino que dedicó su artículo enteramente a la crítica del establishment nuclear.
30. Blackett, Studies of War, 73–77.
31. Blackett, Studies of War, 77.
32. Henry Kissinger, Nuclear Weapons and Foreign Policy (New York: Harper Brothers [for the Council on Foreign Relations], 1957).
33. Blackett, Studies of War, 58–63.
34. Nye, Blackett, 95–97, 218; Herman Kahn, On Thermonuclear War, (New Brunswick, New Jersey: Transaction Publishers, 2007).
35. Véase Carl Sagan y Richard Turco, A Path Where No Man Thought: Nuclear Winter and the End of the Arms Race (New York: Random House, 1990), 215.
36. Albert Wohlstetter, «The Delicate Balance of Terror,» Foreign Affairs 37, no. 2 (1959): 211–34.
37. Wohlstetter, «The Delicate Balance of Terror,» 212, 217, 222, 226; Blackett, Studies of War, 128–46.
38. Howard, «Blackett and the Origins of Nuclear Strategy,» 94.
39. Blackett, Studies of War, 131–34.
40. Wohlstetter, «The Delicate Balance of Terror,» 222.
41. Blackett, Studies of War, 162.
42. Blackett, Studies of War, 135–41.
43. Blackett, Studies of War, 153.
44. Blackett, Studies of War, 157.
45. Blackett, Studies of War, 144, 163–64.
46. Freeman and Michaels, The Evolution of Nuclear Strategy, 415–16.
47. Véase E. P. Thompson y Dan Smith, eds., Protest and Survive (New York: Monthly Review Press, 1981); E. P. Thompson, Beyond the Cold War (New York: Pantheon, 1982); Steve Breyman, Why Movements Matter: The West German Peace Movement and U.S. Arms Control Policy (Albany: State University of New York Press), 2001; Christos Efstathiou, P. Thompson: A Twentieth-Century Romantic (London: Merlin Press, 2015), 116–65.
48. Wohlstetter y Zuckerman en «‘Counsels of War.’» [Consejos de guerra]. Wohlstetter escribió un ensayo muy polémico en el que atacaba principalmente a Blackett, pero también a Zuckerman y C. P. Snow por sus críticas a, en el lenguaje irónico de Wohlstetter, «la teoría excesivamente sofisticada de los teóricos del juego« estadounidenses en el desarrollo de la estrategia de disuasión nuclear, que había llegado a «corromper« el «sentido común intuitivo de los pensadores ingleses«, olvidando quizás que estaba criticando, en el caso de Blackett en particular, tanto a uno de los físicos más grandes del mundo como también al fundador de la investigación operativa militar. Albert Wohlstetter, «Sins and Games in America«, en Game Theory and Related Approaches to Social Behavior, ed., Martin Shubik (Nueva York: H. Wohlstetter). Martin Shubik (Nueva York: John Wiley and Sons, 1964), 209-25.
49. Freedman and Michaels, The Evolution of Nuclear Strategy, 649, 671.
50. Janne Nolan citada en Correll, «The Ups and Downs of Counterforce.»
51. Freedman and Michaels, The Evolution of Nuclear Strategy, 651.
52. Andrey Baklitskiy, James Cameron, and Steven Pifer, «Missile Defense and the Offense-Defense Relationship,» Freemann Spogli Institute for International Studies, October 28, 2021, fsi.stanford.edu; Keir A. Lieber and Daryl G. Press, «The New Era of Counterforce,» International Security 41, no. 4 (2017): 12, 49.
53. Lieber and Press, «The New Era of Counterforce,» 16–17; Lieber and Press, «The Rise of U.S. Nuclear Primacy,» 44–45; Ellsberg, The Doomsday Machine, 306, 323.
54. Freedman and Michaels, The Evolution of Nuclear Strategy, 657–61; Jack Detsch, «Putin’s Fixation with an Old-School U.S. Missile Launcher,» Foreign Policy, January 12, 2022.
55. Hans M. Kristensen, «How Presidents Arm and Disarm,» Federation of American Scientists, October 12, 2014, fas.org.
56. Hans Kristensen, Matt Korda, Eliana Johns, and Kate Kohn, «Status of World Nuclear Forces,» Federation of American Scientists, March 31, 2023.
57. Cynthia Roberts, «Revelations About Russian Nuclear Deterrence Policy,» War on the Rocks (Texas National Security Review), June 19, 2020, warontherocks.com.
58. Lieber and Press, «The Rise of Nuclear Primacy.»
59. Lieber and Press, «The Rise of Nuclear Primacy,» 43, 50.
60. Lieber and Press, «The Rise of Nuclear Primacy,» 45; Lieber and Press, «The New Era of Counterforce,» 18–19; Kris Osborn, «US Air Force Stealth Bomber Missions Deploy Over Europe,» Warrior Maven, Center for Military Modernization, August 22, 2023.
61. Ian Bowers, «Counterforce Dilemmas and the Risk of Nuclear War in East Asia,» supplement 1, Journal for Peace and Nuclear Disarmament 5 (2022): 9, 14.
62. Richard Stone, «‘National Pride Is at Stake’: Russia, China, United States Rush to Build Hypersonic Weapons,» [El orgullo nacional está en juego: Rusia, China y los EE.UU. se apresuran a construir armas hipersónicas] Science, January 8, 2020. Como señala Bowers, los submarinos chinos también son vulnerables debido a que las «rutas de acceso de China al Pacífico son difíciles de atravesar sin ser detectados, ya que los buques chinos deben transitar por puntos de estrangulamiento controlados por Japón y Estados Unidos…. Hay datos que indican que el énfasis de China en controlar el Mar de China Meridional se debe en parte a la necesidad de crear una zona de patrulla protegida en la que su flota de SSBN pueda operar con seguridad« (Bowers, «Counterforce Dilemmas and the Risk of Nuclear War in East Asia«, 12).
63. Diana Johnstone, «Doomsday Postponed?» in From MAD to Madness: Inside Pentagon Nuclear War Planning, ed. Paul Johnstone (Atlanta: Clarity, 2017), 277.
64. NATO, Bucharest Summit Declaration, April 3, 2008, nato.int; Detsch, «Putin’s Fixation with an Old-School U.S. Missile Launcher.»
65. Freedman and Michaels, The Evolution of Nuclear Strategy, 640–45, 678; Anderson, «Weapon of Power, Matrix of Management,» 112.
66. Octavio Bellomo, «Russian Tactical Nuclear Weapons Use and Deterrence Over Ukraine,» Finabel: European Army Interoperability Centre, January 26, 2023, finabel.org; Gregory Kulacki, «Would China Use Nuclear Weapons First in a War with the United States?,» The Diplomat, April 27, 2020.
67. David Vine, The United States of War: A Global History of America’s Endless Conflicts from Columbus to the Islamic State (Berkeley: University of California Press, 2020), 2, 279–97.
68. Freedman and Michaels, The Evolution of Nuclear Strategy, 652–54.
69. Freedman and Michaels, The Evolution of Nuclear Strategy, 654.
70. John Bellamy Foster, John Ross, and Deborah Veneziale, Washington’s New Cold War (New York: Monthly Review Press, 2022), 81–83; Shannon Bugos, «Putin Orders Russian Nuclear Weapons on Higher Alert,» Arms Control Association, March 2022.
71. Guide to Nuclear Deterrence in the Age of Great-Power Competition (Bossier City, Louisiana: Louisiana Tech Research Institute, 2020), 37, atloa.org; Alan Kaptanoglu and Stewart Prager, «US Defense to its Workforce: Nuclear War Can Be Won,» Bulletin of the Atomic Scientists, February 2, 2022, thebulletin.org; Stewart Prager and Alan Kaptanoglu, «Rebuttal: Current Nuclear Weapons Policy Not Safe or Sane,» Bulletin of the Atomic Scientists, May 24, 2022.
72. Este párrafo y los dos siguientes extraídos de Notes from the Editors,» Monthly Review 75, no. 1 (May 2023): c2–63, escritas por el autor.
73. Zachary Keck, «Why the B-61-12 Bomb Is the Most Dangerous Nuclear Weapon in America’s Arsenal,» National Interest, October 9, 2018.
74. Hans Kristensen, «The C-17A Has Been Cleared to Transport B61-12 Nuclear Bomb to Europe,» Federation of American Scientists, January 9, 2023; «B61-12: New US Nuclear Warheads Coming to Europe in December,» International Campaign to Abolish Nuclear Weapons (ICAN), December 22, 2022; Hans Kristensen, «Video Shows Earth-Penetrating Capability of B61-12 Nuclear Bomb,» Federation of American Scientists, January 14, 2016; «B61-12: New US Nuclear Warheads Coming to Europe in December,» ICAN, December 22, 2022.
75. Hans Kristensen and Robert S. Norris, «The B61 Family of Nuclear Bombs,» Bulletin of the Atomic Scientists 70, no. 3 (2014): 82–83; Guy Faulconbridge, «Russia Says U.S. Lowering ‘Nuclear Threshold’ with Newer Bombs in Europe,» Reuters, October 29, 2022; Len Ackland and Bert Hubbard, «Obama Pledged to Reduce Nuclear Arsenal, Then Came This Weapon,» Reveal, July 14, 2015; «Poland Wants American Nuclear Warheads for its New F-35 Stealth Fighters: Will Nuclear Sharing Expand to Warsaw?,» Military Watch Magazine, July 1, 2023.
76. Elbridge A. Colby, «America Must Prepare for a War Over Taiwan,» Foreign Affairs, August 10, 2022; Elbridge Colby, The Strategy of Denial (New Haven: Yale University Press, 2021); Elbridge A. Colby and Yashar Parsie, «Building a Strategy for Escalation and War Termination,» Marathon Initiative, November 2022, 23; Manpret Sethi, «The Idea of Limited Nuclear War,» Indian Foreign Affairs Journal 14, no. 3 (2019): 235–47. Cuando se aplica a las armas nucleares, el término strategy of denial [estrategia de negación] es un eufemismo para contrafuerza. «A counterforce first strike is a denial strategy» (Benjamin C. Jamison, «The Counterforce Continuum and Tailored Targeting: A New Look at United States Nuclear Targeting Methods and Modern Deterrence,» Wright Flyer Papers, Air Command and Staff College, Maxwell Air Force Base, Alabama, 2022, 6).
77. David Logan, «The Dangerous Myths About China’s Nuclear Weapons,» War on the Rocks (Texas National Security Review), September 18, 2020.
78. Luke Caggiano, «China Deploys New Submarine-Launched Ballistic Missiles,» Arms Control Today 53 (May 2023).
79. Jamison, «The Counterforce Continuum and Tailored Targeting,» 6, 13; see also Benjamin C. Jamison, «Nuclear Targeting Methods and Modern Deterrence,» Æther: A Journal of Strategic Airpower and Spacepower 1, no. 2 (2022): 43–56.
80. Logan, «The Dangerous Myths About China’s Nuclear Weapons.»
81. Kulacki, «Would China Use Nuclear Weapons in a War with the United States?»; Office of the Secretary of Defense, Military and Security Developments Involving the People’s Republic of China (Washington, DC: U.S. Department of Defense, 2022), 98; Brad Marvel, «4 New Developments in China’s Nuclear Deterrent,» Asia Pacific Advanced Network, community.apan.org; Bowers, «Counterforce Dilemmas and the Risk of Nuclear War in East Asia,» 6–23.
82. Even Hellan Larsen, «Deliberate Nuclear First Use in an Era of Asymmetry: A Game Theoretical Approach,» Journal of Conflict Resolution 17, no. 16 (2023).
83. Véase Steven Starr, «Turning a Blind Eye Towards Armageddon—U.S. Leaders Reject Nuclear Winter Studies,» Public Interest Report (Federation of American Scientists) 69, no. 2 (2016–17): 24; Alan Robock, Luke Oman, and Georgiy L. Stenchikov, «Nuclear Winter Revisited With a Modern Climate Model and Current Nuclear Arsenals,» Journal of Geophysical Research: Atmospheres 112, no. D13 (2007): 1–14; Joshua Coupe, Charles G. Bardeen, Alan Robock, and Owen B. Toon, «Nuclear Winter Responses to Nuclear War Between the United States and Russia in the Whole Atmosphere Community Climate Model Version 4 and the Goddard Institute for Space Studies ModelE,» Journal of Geophysical Research: Atmospheres 124, no. 15 (2019): 8522–43; Alan Robock and Owen B. Toon, «Self-Assured Destruction: The Climate Impacts of Nuclear War,» Bulletin of the Atomic Scientists 68, no. 5 (2012): 66–74; Steven Starr, «Nuclear War, Nuclear Winter, and Human Extinction,» Federation of American Scientists, October 14, 2015.
84. Ellsberg, The Doomsday Machine, 339.
85. Robert S. McNamara, «Apocalypse Soon,» Asia-Pacific Journal 3, no. 5 ( May 19, 2005), reprinted from Foreign Policy (May/June 2005): 29–35, apjjf.org.
86. Howard, «Blackett and the Origins of Nuclear Strategy,» 95.
87. Jamison, «The Counterforce Continuum and Tailored Targeting,» 2–13; Jamison, «Nuclear Targeting Methods and Modern Deterrence,» 47; Tannenwald, The Nuclear Taboo, 16.
88. David Michael Smith, Endless Holocausts (New York: Monthly Review Press, 2023), 208–9, 256–57.
89. Jamison, «The Counterforce Continuum and Tailored Targeting,» 20.
Fuente Monthly Review, 1-2-2024 (https://monthlyreview.org/2024/02/01/the-u-s-quest-for-nuclear-primacy/)