El infinito, ahora
John Berger
(Con la esperanza entre los dientes. Ed. Alfaguara-2010)
El mundo ha cambiado. La información se comunica de manera diferente. La desinformación desarrolla sus técnicas. Migrar se volvió el principal medio de supervivencia, a escala mundial. Militarmente hablando, el Estado nacional de quienes sufrieran el peor genocidio en la historia se volvió fascista. Los Estados nacionales se han reducido en lo general y, políticamente, su papel se minimizó a uno de vasallos al servicio del nuevo orden económico. El visionario léxico político de tres siglos se tiró a la basura. El Fin de la Historia, lema global de las corporaciones, no es un vaticinio: es una orden para borrar el pasado y lo que nos legó en todas partes. En suma, ya quedó establecida la tiranía global, económica y militar de hoy.
Al mismo tiempo se descubren nuevos métodos de resistencia ante esta tiranía. Al interior de la oposición creciente, la cooperación natural reemplaza la autoridad centralizada. En vez de obedecer, los rebeldes deben confiar más en sí mismos. Las alianzas urgentes en asuntos específicos sustituyen los programas de largo plazo. La sociedad civil aprende las tácticas de guerrilla de la resistencia política y comienza a practicarlas.
Hoy el deseo de justicia es multitudinario. Esto significa que las luchas contra la iniquidad, las luchas por la supervivencia y la dignidad propias, en pos de los derechos humanos, no deben nunca considerarse en términos de sus demandas inmediatas, de la organización que las haga posibles o de sus consecuencias históricas. Ya no pueden reducirse a «movimientos». Un movimiento describe un gran grupo de personas que colectivamente se mueven hacia un objetivo definido, el cual logran o no pueden lograr. Pero dicha descripción ignora, o no tiene en cuenta, las innumerables decisiones personales, los encuentros, las iluminaciones, los sacrificios, los nuevos deseos, los pesares y, finalmente, las memorias que ese movimiento hace emerger y que, en sentido estricto, serían incidentales.
La promesa de un movimiento es su victoria futura, mientras que las promesas de esos momentos incidentales tienen un efecto instantáneo. En su intensidad vital o su tragedia, tales momentos incluyen aquellas experiencias de una libertad en la acción. (La libertad sin acciones no existe.) Momentos así son trascendentales, como ningún «resultado» histórico puede serlo. Son lo que Spinoza denominaba lo eterno, y son tan multitudinarios como las estrellas en un universo en expansión.
No todos los deseos conducen a la libertad, pero la libertad es la experiencia de un deseo que se reconoce, se asume y se busca. El deseo no implica nunca la mera posesión de algo, sino la transformación de ese algo. El deseo es una demanda: la exigencia de lo eterno, ahora. La libertad no constituye el cumplimiento de ese deseo, sino el reconocimiento de su suprema importancia.
Hoy, el infinito está del lado de los pobres.