Carta desde Barcelona: elecciones y campamentos en las plazas
Jordi Borja
Los Indignados y la construcción colectiva de una acción política.
El día de reflexión ¿elecciones o ciudadanía?
“Nuestros sueños no caben en vuestras urnas” se podía leer en uno de los centenares de papeles colgados de los árboles de la Plaza Catalunya de Barcelona.
Era el “día de reflexión” antes de las elecciones. Este día la ley prohíbe el debate político público para que cada uno en su casa determine la opción a la que votar el día siguiente. Una paradoja, pues las opiniones políticas se construyen colectivamente. Sartre escribió un editorial famoso, en Les Temps Modernes, dos o tres años después del mayo 68: “Eléctions piege à cons” (trampa para imbéciles o gilipollas). Criticaba la “serialización” que impone la democracia “representativa” que homogeneiza las ofertas y se dirige a una población atomizada. Obviamente es conveniente que haya elecciones pero también es lógico el derecho de la ciudadanía a estructurar y expresar sus denuncias y demandas en todo momento. Las oligarquías políticas prefieren el ciudadano atomizado, aislado. Una forma de tiranía encubierta: no importa mucho que nos quieran más o menos, lo que importa es que no se quieran entre ellos, los ciudadanos activos.
En España, las elecciones del domingo 22 de mayo escenificaron esta idea. Las propuestas conservadoras de los partidos políticos dominantes se complementaban con una forma de entender la política que se dirige a propiciar una ciudadanía pasiva. Las mayorías más o menos angustiadas e impotentes ante la crisis, más determinadas por miedos individuales que por prácticas colectivas. Y los ciudadanos cómplices, minorías múltiples, los que obtienen o esperan beneficios del clientelismo, la especulación o la corrupción. La “jornada de reflexión” simboliza la voluntad de reducir los ciudadanos a átomos de la partitocracia. La reflexión política crítica es resultado de participar en procesos colectivos, del tipo que sean. El acto individual de ir a votar se deriva de esta participación
El contraste con las plazas ocupadas expresaba el divorcio entre las decenas de miles de personas que debaten de política concreta en los “campamentos ciudadanos” y la clase política dominante, instalada cada día más en otra cara de la realidad, la lucha por el poder y sus privilegios y las relaciones “especiales” con los grandes intereses económicos. Los jóvenes, mayoría en las plazas-campamentos, una gran parte de los cuales se desinteresan de elecciones y partidos, han organizado pacíficamente “otra política”: cuestionan el presente, la “naturalización” de dogmas económicos absurdos, la aceptación de las desigualdades y exclusiones, la democracia “censitaria” basada en la colusión entre los privilegiados económicos y los privilegios de los políticos. Y lo hacen reinventando formas democráticas: las iniciativas y propuestas estallan como fuegos de artificios, los debates en comisión son igualitarios y serios, las asambleas abiertas de funcionamiento riguroso permiten tomar decisiones. La plaza-campamento que en grandes ciudades como Madrid o Barcelona acoge diariamente a miles de personas, es un espacio ordenado, zonas para estar de pie y sentado y caminos reservados para circular, se alimenta a todos los participantes, se limpia, hay servicios sanitarios, biblioteca, etc. La oficina de prensa y de comunicación, equipada con numerosas computadoras, permite mantener la relación permanente con las redes y con ciudades de todo el país y de fuera. Los reclamos expresan malestar y exigencias que hoy comparte una gran parte de la ciudadanía: empleo, control bancario, servicios públicos, derecho a la vivienda, denuncia de los privilegios de los cargos políticos, fiscalidad justa, democracia participativa, etc. Muchos ciudadanos, alejados de la vida política, acuden a estas plazas, donde encuentran a gentes que les habla de su misma realidad vital y en donde pueden expresarse de distintas formas.
La ocupación de las plazas de las ciudades españolas en período preelectoral, y especialmente el “día de reflexión”, fue considerada contraria a la ley por la Junta Electoral Central (el tribunal que controla los procesos electorales). Pero ni ésta ni el Ministerio del Interior se atrevieron a responder al desafío de los acampados. Solo lo intentó, una semana después, en Barcelona, el nuevo gobierno de Catalunya (conservador) con el apoyo incomprensible o ingenuo de la alcaldía socialista de Barcelona, que deberá ceder en pocos días el cargo al candidato ganador de centro-derecha. Como es sabido, la reacción ciudadana obligó a las fuerzas policiales a renunciar al desalojo, después de varias horas de resistencia a la agresión policial y más de un centenar de heridos. Miles de ciudadanos acudieron a la plaza y rodearon a su vez a los policías, que se encontraron entre los acampados del centro y el cordón de los que iban llegando a la plaza. Camiones con toda la infraestructura, mobiliario, computadoras, etc., todo requisado ilegal e injustificadamente, y policías armados sin placa de identificación, huyeron. Probablemente estas ocupaciones no se mantendrán muchos días más en su forma actual. Pero ya nada será igual a antes. Los sueños de la plaza, por sensatos y justos que sean, no caben en las urnas.
Los ocupantes: están y si se van pronto volverán.
“Hacen falta muchos subversivos para construir un pueblo libre” escribió el escritor católico George Bernanos, autor de uno de los libros más bellos sobre la guerra de España, Le testament espagnol.
Se ha iniciado una nueva etapa política que no tendrá efectos electorales inmediatos (es muy probable que la derecha gane las próximas elecciones generales dentro de unos meses) pero si que generará una conflictividad político-social nueva. El movimiento se empieza a expresar de otras formas: asambleas en los barrios, acciones ante las instituciones políticas, distintas formas de huelga, campañas contra los bancos, iniciativas legislativas, etc. Las redes bullen, no olvidemos su poder. Recientemente en los países árabes, y para buscar un ejemplo en un país, Francia, más similar al nuestro, recuerden la victoria del “no” al referéndum europeo. Las redes sociales vencieron a las cúpulas partidarias que supuestamente “representaban” a los tres cuartos de la población así como a todos los grandes medios de comunicación que apostaban pro el“ si”.
Resurgirán las acampadas en las grandes plazas, algunas antes del verano, otras después. También es muy posible que estos movimientos se diversifiquen, aunque también sería lógico que encontraran momentos y objetivos unificadores. Las políticas de la derecha lo facilitarán. Como ha ocurrido cuando el impresentable responsable de Interior del gobierno catalán intentó forzar el desalojamiento.
Los políticos y sus expertos, los profesionales de los grandes medios de comunicación y los personajes mediáticos se preguntan ¿pero quienes son?, ¿qué pretende esta gente? Preguntas idiotas, o simplemente retóricas. En las plazas se concentra todo tipo de gentes. La gran mayoría de los acampados son jóvenes. Pero son mucho más, de toda edad y condición, los que acuden en los momentos álgidos: las asambleas generales, las situaciones de tensión, los interesados en participar en una comisión u otra actividad específica. O ciudadanos que quieren mostrar su simpatía, dar su ayuda o simplemente curiosos que aparecen en las horas y los días propicios. La ebullición de ideas, iniciativas y testimonios no impiden que se concreten propuestas.
En un excelente programa de TV 3 (canal catalán), “30 minutos”, se expresaron diversos ocupantes de la Plaza de Catalunya y de la Puerta del Sol. Sorprendía como la gran diversidad de las entrevistas se traducía al final en un cuadro coherente y comprensible. Dos intervenciones desentonaban: los directores de las dos fundaciones “pensantes” de los partidos dominantes. El director de IDEAS (PSOE) con actitud de suficiencia y sonrisa forzada que pretendía ser irónica comentaba ante el periodista y dirigiéndose a dos de sus colaboradores en tono burlesco: “en fin, quizás si que podemos dedicar uno de los cursillos de nuestra universidad de verano a este tipo de movimientos”. El de la FAES (PP) se despachaba en el más puro estilo berlusconiano: “todo este lío es cosa de gente que viene del comunismo, de la antiglobalización, los violentos antisistema, los okupas… son gente que no representa a nadie, no van a ninguna parte”. Estos dos cretinos, con vestidos idénticos oscuros, su camisa replanchada y su corbata banal lucían su imagen propia de subdirectores de sucursal bancaria de provincias o de jefes de sección de El Corte Inglés. Ambos eran la prueba más evidente de la degeneración de la política institucional, cuando la arrogancia deriva en ridículo.
Una parte de los acampados, los que posiblemente contribuyen más a estructurar el movimiento y a organizar la actividad político-intelectual diaria, proceden de experiencias anteriores, como señalaba muy bien Joan Subirats en un artículo reciente en El País. No es difícil rastrear sus orígenes y procedencias. Las protestas ciudadanas contra la guerra del Irak y luego contra la manipulación que hizo el gobierno PP del atentado de Madrid, Los colectivos “ocupas”, más politizados o de segunda generación. El movimiento “altermundista”, los llamados antiglobalización o antisistema por los medios. Los colectivos nacionalistas de izquierda como las “cups” u otros grupos en Catalunya y los potentes “abertzales” en el País Vasco. Las asociaciones de inmigrantes y los núcleos más activos de intervención en los barrios, los movimientos por el derecho a la vivienda y contra los desahucios. También los sindicalistas de base en los sectores más afectados por la crisis (y resulta sorprendente la prudencia extrema cuando no el silencio de las grandes centrales). Las redes movilizadas contra la ley Sinde (soft libre) y por la defensa de Wikileaks. Los colectivos universitarios que se movilizaron contra el Plan Bolonia y los que se dedican a generar información y debates continuos por la red y por medio de actividades intelectuales (como Sin permiso, Universidad nómada, etc.). Elementos diversos de la izquierda radical, a veces próxima a Izquierda Unida o Iniciativa por Catalunya (los postcomunistas con tintes verdes incorporados) y también otros colectivos más radicales (como Revolta global, próxima al troskismo, grupos anarquistas). Los activistas de iniciativas vinculadas con la memoria histórica. Los desempleados más o menos organizados. Etc.
Pero sería erróneo concluir que los ocupantes de las plazas son solo una amalgama de estas experiencias y de estos colectivos tan diferentes entre sí. La simple visita a las plazas en sus momentos de máxima concentración permite constatar que en ellas hay mucha gente sin militancia en nada ni experiencia política de ninguna clase. Están ahí por ser “indignados” contra los poderes económicos y políticos existentes. Les mueve no solo su situación, también y en muchos casos quizás más aún, la indignación que les provocan las desigualdades y los privilegios. Y esta indignación es compartida por unos y otros.
El movimiento del 15 m (se inició el 15 de mayo), el de los indignados, también se autodenominó en Barcelona de “democracia real”. Un concepto clave. La democracia no se reduce a su dimensión formal, la representación en las instituciones, los derechos políticos básicos, etc. Todo ello ya es en si mismo hoy imperfecto, insuficiente, con frecuencia excluyente. Pero además, la democracia solo se legitima si sus formas sirven para que se materialicen políticas públicas universales, que garanticen derechos económicos, sociales, culturales, que reduzcan las desigualdades y supriman los privilegios. Sin derechos reales, es decir ejercitables, la democracia es para muchos una ficción, un fraude.
Elecciones y partidos: ¿qué se vayan todos?
“No hay política sin riesgo pero hay políticas sin futuro”. Franklin D.Roosevelt.
El que se vayan todos que se respira en las plazas y en general en el ambiente no es la expresión de una total inmadurez política, es el sentimiento de sentirse engañado, defraudadado, menospreciado y abandonado por la clase política dominante. No es un signo de desorden cívico colectivo, es una reacción frente al “desorden establecido”, resultante de un sistema político divorciado de la ciudadanía.
En España, el miedo a tomar riesgos hizo que el gobierno negara primero la crisis, luego no se enfrentará a ella y cuando finalmente tuvo que hacerlo asumió las políticas de sus adversarios, es decir beneficiar a bancos y grandes empresas y hacer pagar el coste económico a los asalariados, profesionales y pmes (pequeñas y medianas empresas) y el social a jóvenes, inmigrantes y desocupados. Una política sin futuro y ahora ya casi sin presente. Nos referiremos principalmente al gobierno y al PSOE que lo ocupa, por ser gobierno y por autodefinirse de izquierda. Haciendo una política de derechas, muchos votantes optaron por el original, el PP, con imagen de más firmeza, más creíble que la muy deslucida copia.
El PSOE ha perdido un millón y medio de votos municipales y también casi todos los gobiernos regionales. Solamente tiene expectativas de conservar el de alguna región pequeña y, hasta el próximo año, su feudo de Andalucía, en el que no había elección pero en donde el voto municipal del PP ha superado ampliamente al socialismo andaluz. De las seis principales ciudades, el PSOE gobernaba tres (Barcelona, Sevilla y Zaragoza) y las tres las ha perdido. De las tres restantes, Madrid y Valencia ya las había perdido en anteriores elecciones y Bilbao sigue siendo un feudo del nacionalismo vasco. El millón y medio de votos perdidos en los municipios es la misma cifra de votos que ha ganado el PP, una derecha que incluye en la mayoría de casos a la extrema derecha autoritaria y xenófoba.
En teoría, era el momento propicio para una recuperación del voto del histórico Partido Comunista, reconvertido en Izquierda Unida (ampliada con otros colectivos izquierdistas). Ha tenido un modesto crecimiento en toda España (Catalunya aparte), del 5’5% al 6’3%, algo más de 200.000 votos, es decir un 12% de los perdidos por el PSOE, sin que hubiera otras alternativas a la izquierda del socialismo (excepto en el País Vasco, donde ha emergido el nacionalismo izquierdista , Bildu).
En Catalunya, el otrora poderoso PSUC llegó hace 20 años, en los primeros años de la democracia, al 20 % de los votos y aparecía más como una versión catalana del PCI que del mismo PCE al que estaba estrechamente vinculado. Hoy ya no es y sus herederos, Iniciativa por Catalunya, ampliado con los Verdes y en coalición con los partidos integrados en Izquierda Unida, han perdido 16 000 votos, pasando del 9% a casi el 8,5%. No se han beneficiado del descalabro socialista, que ha perdido en Catalunya más de 200.000 votos y hasta ahora siempre había sido la primera fuerza en las elecciones municipales. Ni del hundimiento del nacionalismo teóricamente de izquierda (Esquerra Republicana), hasta ahora aliada en con ellos y con los socialistas. Es sintomático que haya emergido un colectivo marginal, hasta ahora solo presente en algunos municipios medianos, las Candidaturas de Unidad Popular (nacionalismo izquierdista catalán) que han multiplicado sus votos, del 0,6% al 2,2%, de 18.000 a 62.000. Y aparece también un voto xenófobo, Plataforma por Catalunya y otros que se acercan a un 3% (sin incluir muchas candidaturas del PP que han hecho una campaña similar).
El caso de Bildu, la izquierda nacionalista vasca, es espectacular y de signo totalmente contrario a los resultados hasta ahora citados. Una coalición que no fue legalizada hasta pocas semanas antes de las elecciones emerge en el País Vasco como segunda fuerza, con más del 25% de los votos, superando al PP y al PSOE, y se acerca al partido nacionalista vasco de centro derecha (30%). Será interesante ver cómo se arreglan para combinar su naturaleza movilizadora con la gestión de algunas ciudades grandes y medianas y quizás de una de las tres provincias vascas.
Y por último hay que añadir una abstención de más del 46% y un aumento considerable de los votos en blanco, que se han triplicado y que sumados a las abstenciones superan el 50%. El divorcio entre partidos políticos “institucionalizados” y opinión pública es rotundo. Se consolida un voto conservador de derecha-extrema derecha (berlusconiano) y en el extremo opuesto solamente crecen algunas opciones que combinan el nacionalismo con el izquierdismo. La opción mayoritaria es sin embargo la abstencionista, que es también la que corresponde probablemente a la gran mayoría de los jóvenes que ocupan las plazas.
Punto final: Volver a empezar.
“Nada se ha perdido si asumimos primero que todo se ha perdido”. Julio Cortázar.
¿Cómo se ha llegado hasta aquí? El PSOE es un partido liberal-democrático, con cierta sensibilidad social, que cuando la economía especulativa estaba en plena expansión pudo implementar diversos programas asistenciales, a la vez que impulsaba algunas medidas legislativas favorables a los derechos individuales (por ejemplo, respecto a las distintas orientaciones sexuales). Pero su complicidad con el boom inmobiliario y la desregulación bancaria, su temor a aplicar una reforma fiscal que permitiera una redistribución real y su tendencia a la privatización de los servicios públicos, incluidos los de salud y educación, no anunciaban nada bueno. Ante la crisis se puso de manifiesto no solo la falta de liderazgo político, también la total incomprensión del carácter depredador y especulador del capitalismo actual. Los dirigentes socialistas han sido incapaces de plantear la más mínima crítica a los modelos económicos vigentes, aunque fuera en teoría. Ni tampoco proponer, aunque fuera en su discurso, políticas reformadoras, ní las de la socialdemocracia progresista, como Lafontaine, ni las neokeynesianas a lo Obama, ni tan solo retóricas como la “reforma del capitalismo” de Sarkozy. Su incultura histórica, política y económica no tiene límites. Solo entienden de sondeos y siguen prioritariamente a los expertos en comunicación.
La falta de ideas, convicciones y coraje les lleva a someterse a las presiones de los fuertes, los grupos económicos, y a los temores de los ciudadanos atomizados. En consecuencia adoptan las medidas que les indican “los mercados” y pervierten su teórico afán protector hacia la ciudadanía con gestos represivos y autoritarios frente a los más vulnerables, a las principales víctimas: los inmigrantes, los jóvenes. Más del 60% de los inmigrantes están sin trabajo, más del 40% de los jóvenes lo mismo, y si nos referimos al conjunto de la población activa, la desocupación supera el 20%. Como dicen en las plazas “nos acusan de estar contra el sistema pero es éste el que está contra nosotros”.
No olviden que las gobiernos municipales socialistas han aprobado en los últimos años “normas de civismo” que criminalizan a colectivos sociales enteros, a los que no están debidamente integrados, como jóvenes y desocupados, inmigrantes y pobres, vendedores ambulantes diurnos y grupos festivos en la calle nocturnos, manifestantes “no autorizados” y en general todos aquellos ocupantes del espacio público que no respondan a las normas formales del “ciudadano medio”. No exagero: les recomiendo la lectura de las “normativas de civismo” de Barcelona (aprobadas en el 2006) que fue la primera y ha servido de modelo a las otras, incluso en otros países europeos. El alcalde de Bologna, Cofferatti, me dicen que también se inspiró en ella. El PSOE es un partido simbiótico con los aparatos del Estado, sus cuadros o activistas son (o esperan ser) funcionarios o empleados de las Administraciones públicas y su militancia o es pasiva o está inserta en redes clientelares. Es difícil de creer que de aquí pueda resurgir algo renovador, aunque es posible que sectores del socialismo, que va estar en la oposición en la mayoría de los casos, sean sensibles o pretendan utilizar las iniciativas críticas y algunas propuestas surgidas de los movimientos críticos actuales.
En el escenario institucional, lo que hay a la izquierda del PSOE es lo que queda de lo que fue el “comunismo”, reconvertido en una mezcla de socialismo democrático teórico, de ecologismo simbólico y de progresismo bien intencionado. En teoría, debería ser una estructura capaz de articular políticamente parte de los nuevos movimientos, como los indignados de ahora. Pero también viven como organización insertos y dependientes de su presencia en las instituciones representativas y en las administraciones públicas. Su militancia está poco arraigada en las luchas de base, o lo está a titulo individual. Es más simpatizadora de los nuevos movimientos que coprotagonista de los mismos.
El nacionalismo radical, presente en el País Vasco, Catalunya y Galicia, tiene en la propuesta independentista su principal medio de movilización, pero no deja de ser una fórmula mágica que por ahora no incorpora un proyecto de transformación social que vaya más allá de generalidades ni una propuesta de estrategia política que aparezca viable en el presente, aunque permita una agitación movilizadora.
No hay que menospreciar ni a los postcomunistas ni a los nacionalistas de izquierda. Por lo menos ambos tienen un sustrato cultural que propone un mundo mejor, una sociedad distinta. Tampoco se puede esperar que sean capaces de integrar en su seno a los movimientos actuales, ni de ofrecerles una perspectiva política a corto plazo. Pero si que pueden aportar experiencias, estructuras estables y capilaridad social. Por ahora están también en la plaza, sin hacerse notar demasiado. No pueden liderar algo que les supera, pero pueden contribuir a su continuidad.
En consecuencia: volver a empezar. Es lo que emerge de las actuales movilizaciones. Construir desde las redes sociales y desde las plazas asamblearias, agregar objetivos y demandas y promover acciones descentralizadas, asumir la diversidad de movimientos y desarrollar gradualmente una alternativa política. La actual crisis es reveladora de que el mundo actual nos lleva a múltiples catástrofes. No podemos esperar que las instituciones y partidos cómplices (por acción o por omisión) de esta situación puedan ahora entenderla, enfrentarse a ella y proponer una alternativa. Los movimientos críticos hoy pueden ser más fácilmente entendidos y atendidos por una ciudadanía que espera propuestas. Y avanzarán con ideas nuevas y con mimbres diversos.
Como apuntamos anteriormente, es probable que los movimientos actuales vivan un reflujo en las próximas semanas, aunque emergerán momentos fuertes de nuevo. Pero se respira otro aire en la calle, las plazas han sido un escenario de “socialización política” masiva. Volverán pronto las acampadas, las manifestaciones y las campañas, las redes llamarán a rebato, aparecerán iniciativas innovadoras y formas de protesta originales. Volverán, o como dirían en Argentina, “volveremos y seremos millones”.