Nacionalidades, leninismo y miradas complementarias
Salvador López Arnal
Para el filósofo comprometido, para el poeta, para el profesor, para el amigo Josep Mª Domingo. In memoriam. Que tenemos que hablar de tantas cosas, compañero del alma, compañero.
“Amb tots los bons que em trob en companyia (Raimon 1959-1973)” es el título de la introducción que Manuel Sacristán (1925-1985) escribió en 1974 para la edición en catalán de los Poemes i cançons del cantoautor valenciano (editada inicialmente por Ariel, fue recogida posteriormente en el volumen IV de “Panfletos y Materiales”: Lecturas, Barcelona, Icaria, 1985, pp. 251-267). Dos años más tarde, el ex miembro del Comité Ejecutivo del PSUC, traducía los poemas y canciones al castellano y escribía una sucinta presentación (pp. 22-23) para la edición sefaradiana del libro de Raimon (Tengo la imagen de Joseph Maria con el libro de bolsillo de Ariel entre las manos).
Señala el traductor de El Capital en esta segunda presentación que “poco más que las palabras de la presente traducción de las “letras” de Raimon son de exclusiva responsabilidad mía”. Los detalles de la edición reflejaban el compromiso al que habían llegado cuatro personas: “Raimon, Xavier Folch (director literario de Ariel), Alfred Picó (director de talleres de Ariel) y yo”. Un criterio común de los cuatro, antes de empezar la discusión, “era que no se debía dar una versión cantable de los poemas, sino una traducción literal que permitiera”, a las personas conocedoras de la lengua castellana, “cantar el texto catalán entendiéndolo en todos sus detalles, o que le sirviera de cañamazo o material para hacerse su propia versión poética y cantable en castellano”, al modo, recordaba el estudioso de Espriu y Brossa, como el mismo Raimon se había hecho la suya catalana de Amanda, la inolvidable canción del no menos inolvidable Víctor Jara.
Discrepaban, eso sí, sobre la manera de poner en práctica ese criterio. “Yo quería suministrar una versión literal, palabra por palabra e interlineada. Ésa me sigue pareciendo la forma radical de aplicar el criterio común dicho”. Empero, los tres compañeros de Sacristán coincidieron en rechazar la presentación interlineada. El compromiso al que llegaron, él desde su minoría unitaria, consistía “en presentar traducciones literales, pero no interlineadas, sino enfrentadas”. Se trataba de traducir palabra por palabra, “salvo en los poquísimos casos de frases hechas, como, por ejemplo, deixar ploure (literalmente ‘dejar llover’, traducida por ‘oír llover’) o, en otro plano, hora foscant (literalmente ‘hora oscureciente’, traducida por ‘entre dos luces’)”.
El admirador y estudioso de Gramsci y Togliatti daba brevemente cuenta de una pequeña peculiaridad de su trabajo: “traduzco algunos valencianismos -los que más se prestan a ello- por andalucismos”. Su ilustración: “traduzco poc por ‘poco’ y miqueta por ‘poquito’, porque son términos corrientes en Cataluña; pero traduzco poquet, que es catalán del País Valenciano, por “poquiyo”, no por “poquito”, ni por “poquillo””. ¿Por qué? Porque quería Sacristán de este modo “incitar a mis paisanos a ver de qué modo el valenciano es, sencillamente, un catalán, igual que el andaluz es un castellano”. Y quizá, añadía, por causas parecidas “a las que hacen que para mi oído el castellano más hermoso sea el sevillano, creo que el valenciano de Raimon es un catalán particularmente agraciado.”
El autor de Lógica elemental añadía a continuación una observación político-cultural. Se sentía “algo incómodo al ver reproducida en esta edición para lectores de lengua castellana la nota que escribí en 1973 por cordial encargo de Raimon” (la referenciada “Amb tot los bons…”). Ya entonces alguna gente de izquierda en sentido amplio –“yo diría que en sentido amplísimo”: el matiz, que siempre suele ser concepto, es de Sacristán-, creyéndose inminentemente ministrable o alcaldable, comentada críticamente un comunista hasta el final de sus días poco amigo de los políticos institucionales y de la mitificación acrítica de la transición-transacción, “considera hoy oportuno abjurar sonoramente de Lenin”. No desconocía el autor de “El filosofar de Lenin” [1] los puntos del leninismo [2] necesitados de (auto-) crítica. Sin embargo, por lo que hacía a la cuestión de las nacionalidades, señalaba, “la verdad es que la actitud de Lenin me parece no ya la mejor, sino, lisamente, la buena”. Ahora bien, “una regla práctica importante de la actitud leninista respecto del problema de las nacionalidades aconseja subrayar unas cosas cuando se habla a las nacionalidades minoritarias en un estado y las cosas complementarias cuando se habla a la nacionalidad más titular del estado”. A tenor de esa regla de conducta, tal vez fuera un error (no lo era) “la publicación en castellano de mi nota de 1973, dirigida primordialmente a catalanes”. Sacristán esperaba que no fuera un error importante. No lo fue. Le animaba “a esperarlo así”, concluía, “la acogida de mis paisanos madrileños a Raimon en este suave y confuso invierno de 1976”, la misma excelente acogida de sus paisanos madrileños en el pasado otoño de 2013.
Subrayar unas cosas cuando se habla a las nacionalidades minoritarias en un estado, señalar cosas complementarias cuando se habla a la nacionalidad más titular del estado: no está mal, nada mal la perspectiva, la consideración leninista. En Valladolid he tenido ocasión recientemente de comprobar una concreción de este enfoque: a la salida de la estación de tren, en una de paredes, estaba y acaso esté escrito: “El españolismo es una forma de fascismo.” Estos días, en algunas calles de Barcelona, podía leerse “El catalanismo popular es, esencialmente, esto: Gamonal es nuestra lucha, los luchadores burgaleses son nuestros hermanos.”
Notas:
[1] Título de la magnífica presentación que Sacristán escribió para la edición castellana de Materialismo y empiriocriticismo, ahora recogida en el primer volumen de Panfletos y Materiales: Sobre Marx y marxismo (Barcelona, Icaria, 1983)
[2] En El orden y el tiempo, Madrid, Trotta, pp. 124-125, construía Sacristán la siguiente caracterización del leninismo. “Queda claro en el mismo artículo cuál es ahora para Gramsci el “pensamiento inmanente” del Capital:“[…] ese pensamiento no sitúa nunca como factor máximo de la historia los hechos económicos en bruto, sino siempre el hombre, la sociedad de los hombres, los hombres que se reúnen, se comprenden, desarrollan a través de esos contactos (cultura) una voluntad social colectiva, y entienden los hechos económicos, los juzgan y los adaptan a su voluntad hasta que ésta se convierte en motor de la economía […]”. Este paso, que prefigura los desarrollos gramscianos clásicos acerca del concepto de hegemonía, recuerda sin duda el escrito, poco posterior, de Lukács acerca de la consciencia de clase. Pero recuerda sobre todo a Lenin, pues la tesis de que el pensamiento de Marx no pone nunca como “factor máximo de la historia los hechos económicos brutos”, sino la totalidad concreta que es la sociedad, esos hombres que se reúnen y se comprenden en una cultura o consciencia, es la sustancia de la interpretación de Marx política o praxeológica (no meramente científica o teórica) y dialéctica (no mecanicista o economicista) que se conoce con el nombre de leninismo”.
Sobre la acentuación voluntarista del leninismo, señalaba en la entrevista “Checoslovaquia y la construcción del socialismo” (Acerca de Manuel Sacristán, Destino, Barcelona, 1996, p. 61): “La alternativa entre realización de socialismo o restauración del capitalismo no es para mí objeto de creencia. Primero porque, como he insinuado antes, la alternativa real no es en mi opinión ésa. La alternativa real me parece ser: socialismo o barbarie (degradación general de la vida de la especie). Segundo, porque sólo en los manuales teológicos a lo Konstantinov se dice metafísicamente que “el socialismo triunfará por la necesidad de las leyes históricas”. El leninismo, señalaba, no cree en un triunfo fatal de nada; no es cuestión de creer, sino de querer. De la libertad de su aproximación crítica a Lenin es muestra este paso de su artículo sobre “El filosofar de Lenin”: “El desprecio de la diferencia o el matiz filosóficos es el defecto más característico del filosofar de Lenin. Baste con recordar las expeditivas identificaciones del pensamiento de Mach con el de Berkeley, o del de Bogdánov con el de Mach, en Materialismo y empiriocriticismo. Agrava el problema planteado por las excesivas simplificaciones de Lenin el que él mismo las justifique a veces agresivamente…”