Desde una izquierda informada y crítica
Salvador López Arnal
Reseña de: Javier Couso Permuy, Rusofobia. La propaganda antirrusa al servicio de la guerra, Buenos Aires: Acercándonos Ediciones, 2023, 82 páginas
Digámoslo de entrada: Ojalá la lectura de este libro, señala Javier Couso Permuy [JCP], «ayude a desenmascarar esta impresionante campaña que pretende convertinos en parte activa de una guerra al servicio de la unipolaridad de EEUU, en un mundo que está naciendo y que desafía la primacía estadounidense que comenzó tras la caída de la Unión Soviética.». El autor no debería tener dudas: ayuda, ayuda mucho. No solo nos jugamos nuestra libertad o la posibilidad de disentir, añade, «nos jugamos las soberanías nacionales, el equilibrio mundial, la paz y hasta la propia existencia humana por el peligro de una guerra nuclear». No es alarmista en mi opinión, es realista, y con realismo del bueno, el que no paraliza, el que ayuda a la acción.
El pequeño libro que tiene el lector entre sus manos (recordemos: lo breve si bueno, dos o tres veces bueno), comenta el que fuera vicepresidente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Parlamento europeo entre 2014 y 2019, es la reedición de un trabajo de investigación que elaboró mientras era eurodiputado en la VIII legislatura. Se trata de un trabajo «que a pesar de los escasos cuatro años transcurridos desde su publicación, sigue estando de rabiosa actualidad». De acuerdo, sin atisbo para ninguna dusa.
La sensación de alarma de JCP ante la irrupción de la rusofobia comenzó nada más estrenar su actividad parlamentaria que coincidió con los acontecimientos posteriores a lo que llama, con claridad, sin subterfugio, golpe de estado en Ucrania, «llamado por los grandes medios Euromaidán», un golpe «impulsado claramente por EE.UU. y apoyado indisimuladamente por la UE», que condujo a la implementación «de los valores rusófobos del nacionalismo ucraniano inspirado en las ideas de los colaboracionistas nazis como Stephan Bandera, logrando romper la multiétnica composición del país e iniciando una guerra interna contra las provincias de cultura rusa que se negaron a aceptar el hecho golpista». Como es evidente, para JCP la guerra en Ucrania no empezó en febrero de 2022. Tampoco para para mí.
Arropando este agresivo esfuerzo político-militar, la propaganda ha actuado para disciplinar y convencer a la poblaciones occidentales, una propaganda que, señala JCP, no es propaganda al uso sino un paso más: «como se ha demostrado en recientes filtraciones, que constituye una guerra cognitiva en la que está trabajando la OTAN- la mente definida como un nuevo campo de batalla.»
Componen Rusofobia un prólogo, una introducción, siglas y acrónimos, y cuatro capítulos: «Antecedentes: la constancia de un proyecto», «Las iniciativas antirrusas en Estados Unidos», «La OTAN: Los recursos del conflicto contra Rusia» y «Europa: La paranoia subordinada». Los capítulos están estructurados en breves apartados (el que más, seis páginas; la mayoría de dos o tres páginas, algunos más breves incluso) para facilitar la lectura y concentración del lector. JCP tiene además la gentileza de definir, de explicar más bien, algunas nociones claves que se suelen dar por sabidas, y no siempre se conocen bien. Por ejemplo: guerra híbrida, ciberguerra, etc.
Entre los apartados, ninguno de ellos insustantivo, me permito sugerir a título de ejemplo: «Los orígenes de la obsesión antirrusa», «Propaganda antirrusa en Estados Unidos», «Ideas a la carta: El papel de los think tanks españoles».
Desde la perspectiva de un ciudadano no nacionalista de Cataluña, el apartado que exigiría matices complementarios a los apuntados por el autor es el titulado: «La obsesión antirrusa llega a España. Cataluña: Capital, Moscú.»
Un sucinto capítulo final de conclusiones hubiera redondeado aún más un libro que merece lectura, relectura y discusión, excelente material para un seminario de política internacional o de geopolítica, como suele decirse ahora.
Alguien que conoce muy bien y desde dentro el corazón real de la institución no tiene ninguna duda en señalar: «El Parlamento europeo juega un papel fundamental en la movilización ideológica de la rusofobia. En realidad, es un instrumento gracias al cual una serie de actores políticos, normalmente vinculados a la derecha y los sectores liberales y verdes, procedentes de países del centro y el este de Europa, proyecten como postura común aquello que inicialmente empezó siendo una postura de parte: el alejamiento político, social y económico respecto a Rusia, en paralelo a un cerco militar.» Las fuerzas conservadoras, verdes y liberales consiguen prevalecer «gracias a la postura de la socialdemocracia, que en muchos casos se pone de perfil.»
Este trabajo de investigación, observa JCP, «pretende ser una herramienta para identificar las motivaciones que arrancan en el siglo pasado, y a los principales sostenedores de esta campaña xenófoba personificados en la propia OTAN, la UE o los estamentos de poder estadounidenses y que se nutre de periodistas, supuestos externos, la mayoría de los grandes medios y los instrumentos creados para difundir mentiras, miedos y noticias negativas con el fin de lograr la demonización de un rival al que hay primero que contener, luego desgastar y finalmente derrotar». Lo es, es un excelente instrumento.
Una errata sin importancia en el subtítulo que debería corregirse en futuras reediciones: antirusas por antirrusas.