Un punto de encuentro para las alternativas sociales

¿Una nueva doctrina de guerra euroasiática?

Enrico Tomaselli

El general experimentado desgasta al enemigo manteniéndolo constantemente bajo presión.
Le hace correr por todas partes atrayéndole con ventajas ilusorias.

Sun Tzu

Por un lado, la evolución de las doctrinas de guerra viene determinada por la tecnología (nuevas armas, nuevas herramientas ofensivas o defensivas imponen diferentes enfoques del combate –piénsese en los aviones no tripulados), pero por otro, es la propia experiencia del combate la que forja un nuevo pensamiento militar. De hecho, todos los grandes pensadores militares, ya sean occidentales u orientales, siempre han extraído sus ideas de una experiencia previa (directa o no) de guerra.
Históricamente, la evolución del pensamiento estratégico se engrosó después en la elaboración de doctrinas más específicas, construidas también en función de la naturaleza y el alcance de los intereses de los países en cuyo ámbito se desarrollaron. Si nos fijamos en las décadas posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial, podemos observar cómo el pensamiento estratégico se desarrolló –como es lógico– esencialmente en Estados Unidos y en la URSS. En ambos casos, como es lógico, se vio inmerso en el estrecho marco del enfrentamiento entre estas dos potencias. Durante todo el transcurso de la Guerra Fría, el pensamiento estratégico occidental y soviético se caracterizó por la presencia de armas nucleares (innovación tecnológica) y la evolución de lo desarrollado durante el conflicto mundial anterior (experiencia de combate).

En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, tanto Washington como Moscú desarrollaron un modelo especular cuyos rasgos principales fueron: la creación de grandes bloques integrados de alianzas político-militares (OTAN y Pacto de Varsovia), el desarrollo de un arsenal atómico, tanto en su función potencialmente ofensiva como disuasoria, y la construcción de un modelo de fuerzas armadas basado en la movilidad y la presencia masiva de blindados. El rasgo característico de esta fase histórica ha sido, por tanto, una doctrina militar no especialmente disímil, en los dos bandos enfrentados, y sustancialmente caracterizada por la simetría: ejércitos de potencia, estructura y doctrina muy similares enfrentados entre sí.
Al mismo tiempo, razones geopolíticas hicieron que todo esto quedara en un ámbito meramente teórico, ya que ninguno de los dos buscó nunca realmente la confrontación. Durante los años de la Guerra Fría, en resumen, el instrumento militar ha permanecido siempre en su vaina, sin ser nunca realmente desenvainado. Aunque, por supuesto, se utilizó como instrumento de presión.

En cuanto al uso de fuerzas convencionales no nucleares, la teorización más completa del enfoque estratégico heredado de la Segunda Guerra Mundial es probablemente la doctrina estadounidense conocida como Airland Battle [1], destinada a marcar profundamente y durante mucho tiempo el pensamiento militar occidental. Es importante señalar que esta doctrina, elaborada durante la década de 1970, encontró su formalización definitiva en la década de 1980, es decir, sólo una década antes del colapso de la URSS.
En cualquier caso, lo que tienen en común el pensamiento estratégico occidental y el soviético de la Guerra Fría es, como ya se ha mencionado, por un lado la simetría, pero por otro el ser completamente teóricos; nunca ha habido oportunidad de comprobarlos en combate.
Paralelamente, en Oriente se estaba elaborando otro pensamiento estratégico, forjado a su vez en la experiencia concreta de la guerra, cuya característica fundamental erala asimetría, y cuyos teóricos más importantes fueron Mao Zedong y Vo Nguyen Giap.

Evidentemente, este pensamiento estratégico asimétrico también estaba estrechamente relacionado con una visión político-ideológica de la guerra, que también iba más allá del supuesto clásico Clausewitziano, y que se convertiría en la base sobre la que los movimientos de liberación nacional construirían sus acciones durante el siglo XX.
Con la caída del Muro de Berlín, y luego de la URSS y del Pacto de Varsovia, la condición fundamental de la guerra simétrica, es decir, la presencia de dos contendientes globalmente comparables (en términos de poder militar, industrial y demográfico), desapareció evidentemente, y se abrió por tanto la era de las guerras asimétricas. La única potencia que queda –Estados Unidos– se ha identificado como hegemón y ha reconvertido parcialmente su doctrina estratégica en este sentido.
El concepto fundamental de este planteamiento es que no hay adversarios iguales, y por tanto: a) es posible utilizar su vasta supremacía tecnológica y militar para aplastar a cualquier adversario, y b) es más fácil entablar conflictos rápidos y decisivos.

Se trata de la doctrina de Dominio Rápido (más conocida como Shock and Awe) [2], cuyas aplicaciones más conocidas son las guerras contra Irak(Operación Tormenta del Desierto, 1991) y Serbia(Allied Force, 1999).
En su esencia, el cambio sustancial con respecto a las doctrinas estratégicas simétricas anteriores es el paso de la competición por la supremacía en el campo de batalla a la asunción de que ésta es la condición por defecto. Lo que cambia, por tanto, más que el modo de combate es la duración del mismo y, por tanto, la cantidad de hombres y medios necesarios para lograr la victoria.
En el mundo unipolar, caracterizado por la hegemonía estadounidense, el instrumento militar se convierte de hecho en una especie de policía global, que se utiliza para reprimir las revueltas en las distintas zonas periféricas [3], y cuya acción sirve también como elemento disuasorio frente a otros posibles rebeldes al nuevo orden mundial.
Como ya se ha mencionado, este nuevo planteamiento estratégico, basado en la asunción incuestionable de una supremacía total, ha afectado sobre todo al aspecto cuantitativo: los ejércitos de la OTAN han reducido progresivamente sus efectivos, abandonando el modelo de reclutamiento obligatorio en favor de otro profesional, y se han orientado hacia sistemas de armas más sofisticados y tecnológicamente avanzados, pero producidos en cantidades más reducidas y, sobre todo, poco aptos para un uso intensivo y prolongado.
Al mismo tiempo, en Estados Unidos se fue imponiendo una línea de pensamiento basada en la reducción de costes en el ejercicio del poder imperial. A consecuencia de ello, la implicación directa de los ejércitos aliados de la OTAN en operaciones militares internacionales no ha dejado de aumentar.

Esta evolución de la Alianza Atlántica desde un instrumento de defensa (frente a la URSS) y de control (de los EE.UU. sobre Europa) a un instrumento ofensivo con proyección global fue obviamente posible no sólo por el sustancial servilismo de los dirigentes políticos europeos, sino también –y no secundariamente– por la ya mencionada profesionalización de los ejércitos, que hizo que el problema de las bajas de guerra fuera menos impactante psicológicamente. Al mismo tiempo, esto produjo un profundo cambio en los ejércitos de la Alianza. La implicación directa de las fuerzas armadas de los distintos países en operaciones de combate no defensivas, y fuera de los límites geográficos de la propia alianza, ha conducido de hecho a una homogeneización e integración crecientes, hasta determinar una situación en la que los distintos ejércitos profesionales, aunque formalmente dependientes de sus respectivos gobiernos, se perciben a sí mismos como un todo, una especie de superejército colectivo, una especie de superejército colectivo, en el que no sólo el mando militar está siempre en manos estadounidenses, sino que las estrategias y las tácticas se determinan en el Pentágono, y (lo que es aún más importante) la adhesión a este modelo subordinado se convierte en conditio sine qua non para la promoción profesional.

Todo este proceso evolutivo, tanto del pensamiento estratégico como de sus articulaciones tácticas (así como de las consiguientes derivaciones organizativas y logísticas), ha caracterizado sustancialmente las tres últimas décadas, pero ha afectado exclusivamente al campo occidental.
Lo que ha sucedido mientras tanto fuera de éste ha permanecido a menudo fuera del horizonte óptico de Occidente, que ha seguido adormeciéndose en la idea de su propia superioridad (moral y cultural, además de material), bajo la ilusión de que era, entre otras cosas, un hecho inmutable.
En consecuencia, el bloque Estados Unidos-OTAN no tomó medidas significativas para adaptarse –estratégica, táctica y materialmente– a los cambios que se estaban produciendo en el marco geopolítico mundial.

Desde este punto de vista, el más conspicuo es sin duda el extraordinario crecimiento económico de China; crecimiento que, por supuesto, no sólo ha permitido a Pekín ejercer una creciente influencia comercial multicontinental, sino que también le ha proporcionado la base para aumentar su papel político, convirtiéndola de facto en una potencia mundial en ascenso. Esto ha posicionado de hecho a la RPC como el principal competidor de Estados Unidos y, por tanto –según la lógica hegemónica estadounidense–, como el principal desafío a la hegemonía mundial de Washington. A diferencia de los dirigentes estadounidenses, que no se equiparon para el desafío, los dirigentes chinos, por el contrario, se dieron cuenta plenamente de que el nuevo nivel de poder requería un ajuste sustancial de sus fuerzas armadas, y tomaron medidas importantes en este sentido.

Pero, por supuesto -como están descubriendo amargamente los occidentales- no sólo está China. Para empezar, está Rusia, que se encuentra justo en las fronteras orientales de la OTAN. Que durante treinta años ha cultivado la ilusión de que, paso a paso, podría acercar cada vez más esas fronteras a Moscú, y sin consecuencias. Al contrario, ha estado tan adormecida por la idea de Rusia como una potencia regional de tamaño medio (en resumen, un par de escalones por debajo de la Alianza Atlántica), que creyó que era posible desafiarla abiertamente, arrastrarla a un conflicto (llevado a cabo a través de un intermediario) que la agotaría y, en el mejor de los casos, produciría un colapso de su actual liderazgo.
La aventura ucraniana está revelando dramáticamente lo equivocados e ingenuos que eran los cálculos de Occidente.

Pero, en este sentido, quizá el error más decisivo -entre los muchos cometidos por el complejo hegemónico- fue el de considerar inalcanzable su ventaja tecnológica. Sólo para descubrir (véanse las comunicaciones del ministro de Defensa Crosetto al Parlamento) que sencillamente ya no existe. Al contrario (aunque todavía no haya un Crosetto que se atreva a decirlo), en términos bélicos, Occidente va camino de ser superado. Y no sólo por Rusia y China. Baste pensar en las capacidades de Corea del Norte en los sectores nuclear y de artillería, o en las de Irán en drones y misiles (Irán tiene sus propios misiles hipersónicos, Estados Unidos sigue experimentando con ellos, y no muy felizmente, por cierto).
Por otra parte, independientemente de los alineamientos geopolíticos, la producción industrial bélica estadounidense y europea, en términos cualitativos, parece ahora superada por la de otros países, como Corea del Sur, India, Turquía…

Si éste es el panorama general, el contexto en el que se sitúan los actuales actores de la confrontación global, veamos ahora cuáles son los elementos que están provocando un cambio significativo en las estrategias militares, bajo el doble aspecto señalado al principio: evolución tecnológica y experiencia de combate.
En cuanto al primer aspecto, no cabe duda de que el elemento que más significativamente está afectando al campo de batalla son los drones, en todas sus posibles declinaciones. Y, como primera consecuencia importante, se han reducido drásticamente los márgenes de actuación (y modos de empleo) de lo que tradicionalmente han sido los puntos fuertes del modelo EEUU-OTAN: las formaciones acorazadas y la aviación de ataque.
En consecuencia, los sistemas antimisiles/antiaéreos y, más en general, los sistemas EW(guerra electrónica) adquieren mucha más importancia que antes.

La relevancia estratégica de los drones –desde los grandes UAV de observación y ataque hasta los pequeños FPV– se deriva de su excelente relación coste/beneficio y, por tanto, de la capacidad de producirlos en grandes cantidades. En este sentido, Occidente está muy por detrás. Los misiles hipersónicos también marcan la diferencia, tanto por su precisión como por la gran dificultad de interceptarlos o matarlos. Su uso, sin embargo, sigue siendo limitado, por lo que no es suficiente para provocar cambios importantes. El hecho de que sean principalmente los ejércitos no occidentales los que disponen de ellos (y dominan la tecnología pertinente) no se ha traducido hasta ahora en un intento de hacer un uso estratégico de los mismos.

Pero, ¿qué está produciendo la experiencia bélica actual? Ciertamente –y no podía ser de otro modo– no una nueva doctrina estratégica; formulada, articulada, puesta por escrito. Quizás todavía no; o quizás simplemente no se produzca.
En los tiempos modernos, aparte de los ya mencionados teóricos de la guerra de guerrillas, no existen muchas teorías estratégicas de origen no occidental. Me viene a la mente la Doctrina Gerasimov [4], erróneamente atribuida al actual jefe del Estado Mayor ruso y –al parecer– fruto de su predecesor, el general Makarov, o el famoso War Without Limits, un libro escrito en los años noventa por dos altos oficiales chinos [5]; en ambos casos se trata de obras teóricas sobre lo que ahora se suele denominar guerra híbrida, pero que –sobre todo en lo que respecta al material chino– no es del todo exacto definir como doctrina. Ciertamente, sin embargo, mientras que China no tiene esencialmente experiencia directa en un conflicto a gran escala desde la Guerra de Corea, no puede decirse lo mismo de Rusia, que, por otra parte, ha librado varias guerras y guerrillas (Chechenia, Georgia, Siria, Ucrania) en los últimos veinte años.

Si nos fijamos en los dos grandes conflictos en curso –Ucrania, precisamente, y Palestina– pueden hacerse una serie de observaciones muy interesantes, de las que podemos aventurarnos a extraer una clave común y, en cierto modo, tal vez incluso prefigurar el esbozo (todavía informe) de una doctrina militar euroasiática para los próximos diez o quince años.
Ciertamente, sabemos que en ambos casos nos enfrentamos a una clara alineación (EEUU y la OTAN por un lado, Rusia e Irán por otro), y que ambos pueden enmarcarse sin duda en el gran juego geoestratégico, con el que el imperio estadounidense pretende mantener su hegemonía y contener el desarrollo de rivales capaces de desafiar su orden basado en reglas.

El conflicto de Ucrania, al margen de sus peculiaridades, se caracteriza por una serie de elementos (sobre los que, también en estas páginas, hemos reflexionado ampliamente).
– En primer lugar, se trata de una guerra librada que encaja plenamente en el marco de la confrontación global que enfrenta a EEUU (con su séquito de colonias y clientes) con el bloque euroasiático liderado por Rusia y China.
– Es un conflicto simétrico, porque la confrontación no es entre dos países (Rusia y Ucrania) profundamente diferentes en términos de potencial –bélico, industrial, demográfico– sino cincuenta y uno: Rusia contra los 31 países de la OTAN más otros 19 vinculados de diversas maneras al carro del imperio estadounidense.
– Es una guerra existencial, no sólo porque en ella ambos contendientes sobre el terreno se juegan su propia supervivencia como entidad nacional-estatal unitaria, sino porque no hay terreno posible para la mediación entre el complejo de intereses contrapuestos.
– Se trata de un conflicto en el que (al menos por el momento) ninguno de los dos adversarios reales (EEUU-OTAN y Rusia) tiene intención de escalar hasta la confrontación directa, lo que implicaría un aumento exponencial del riesgo de conflicto nuclear.
– De los dos bandos, Rusia es el que se ha mostrado más flexible, más capaz de aprender (política y militarmente) del desarrollo del conflicto, adaptando progresivamente su planteamiento táctico.
– El bando occidental, tras haber acariciado inicialmente la idea de infligir una derrota a Rusia sobre el terreno, pasó luego al objetivo estratégico de prolongar simplemente el conflicto hasta el amargo final, y finalmente(como de costumbre, podría decirse) Washington sacó las conclusiones de una evaluación coste/beneficio, decidiéndose por una retirada progresiva.
– Por su parte, Rusia, sin perjuicio de sus objetivos estratégicos mínimos (la desmilitarización de Ucrania y su neutralidad), está aplicando con éxito un enfoque basado en el desgaste del enemigo –en sentido amplio–, de forma que no sólo conduzca a su capitulación, sino también a la aniquilación progresiva de la capacidad bélica de Ucrania.
– Resulta significativo, de hecho, el balance absolutamente asimétrico de las pérdidas. Aunque no hay cifras oficiales, ni de un lado ni del otro, las estimaciones más fiables hablan de unas 70.000 bajas rusas, mientras que las ucranianas se acercan ya a las 700.000.
Por último, pero no por ello menos importante, el régimen ucraniano (y en particular los servicios secretos) recurren cada vez más a formas de terrorismo descarado para intentar compensar los fracasos en el campo de batalla [6].

En conjunto, por tanto, Moscú está aplicando (con plena eficacia, y con una mejor adaptación de los medios a los fines) lo que la OTAN pensaba que podría aplicar a Rusia.
Básicamente, este resultado se debe a la sobreestimación de sí mismos (por parte de EEUU-OTAN) y a la subestimación del adversario. Y, por último, pero no por ello menos importante, al hecho de que Rusia se había dado cuenta hacía tiempo de que Occidente iba por el camino que conducía a la guerra, y se había preparado a tiempo para esta eventualidad, aunque prefiriera evitarla.

Por lo que respecta al conflicto de Palestina, es necesario hacer un breve excurso del pasado del conflicto. Todo comienza, de hecho, al menos en 1948, con la fundación del Estado de Israel, y la Nakba (la limpieza étnica de los árabes palestinos por las milicias sionistas).
La primera guerra árabe-israelí coincidió con la fundación del Estado judío: el 15 de mayo de 1948, los ejércitos de Egipto, Siria, Transjordania, Irak y Líbano invadieron su territorio, pero ya dos meses después –gracias a la supremacía militar israelí– se alcanzó una tregua que permitió a Israel anexionarse Galilea Oriental, el Néguev y una franja de territorio hasta Jerusalén.
La segunda guerra fue en 1956, vinculada a la crisis del Canal de Suez (nacionalización por Nasser), al término de la cual –del 29 de octubre al 9 de noviembre– Israel obtuvo el puerto de Eilat, en el golfo de Aqaba.

En 1967, el tercer conflicto, la famosa Guerra de los Seis Días. Las fuerzas israelíes ocuparon Gaza y el Sinaí en detrimento de Egipto, Cisjordania y la parte árabe de Jerusalén en detrimento de Jordania, y los Altos del Golán en detrimento de Siria.
La cuarta y última guerra fue la de 1973, llamada guerra de Yom Kippur (por la festividad judía durante la cual se produjo el ataque sirio-egipcio). Y también ésta fue extremadamente rápida (del 6 al 22 de octubre).
La guerra de Yom Kippur, por tanto, puso fin de hecho al enfrentamiento militar entre Israel y sus vecinos árabes, que –debido tanto a las derrotas en el campo de batalla como a la presión occidental– abandonaron esencialmente la idea de borrar a Israel de Oriente Próximo y recuperar los territorios perdidos, prefiriendo un acomodo de facto, con el inicio de una larga fase de relaciones comerciales con el Estado judío.

A partir de ese momento, la única oposición político-militar a la ocupación israelí procederá de los movimientos palestinos, unidos en la OLP (Organización para la Liberación de Palestina). De hecho, las tres guerras israelo-libanesas siguientes no se producen en el marco del enfrentamiento entre los países árabes y el Estado judío, sino que se inscriben en el conflicto entre este último y la Resistencia palestina. De hecho, la OLP había echado raíces en el vecino país de los cedros, donde también había numerosos refugiados palestinos, y desde allí dirigía sus acciones guerrilleras en Palestina.
En marzo de 1978, a raíz de algunos incidentes fronterizos, Tel Aviv invadió el sur del Líbano, ocupándolo en una profundidad de unos 20 kilómetros, hasta el río Litani. Pocos días después, el Consejo de Seguridad exigió a Israel que se retirara y estableció la misión de la FINUL [7]; Tel Aviv sólo retiraría sus tropas al cabo de unos meses, no sin antes crear una milicia cristiano-maronita, el Ejército del Sur del Líbano (ELS), al que confiaría el control del territorio.

En junio de 1982, segunda invasión del Líbano, de nuevo a raíz de enfrentamientos fronterizos. Las IDF, ayudadas por el SLA y otras milicias cristianas, se adentraron esta vez más de 40 km en el interior del país, llegando hasta Beirut, donde se encontraba el cuartel general de la OLP. Los soldados de la FINUL, que debían detener la invasión, no llegaron a intervenir y fueron esquivados por las tropas israelíes. La Operación Paz en Galilea tuvo su punto culminante en el asedio de la capital libanesa (del 14 de junio al 21 de agosto), que causó miles de víctimas. A raíz de esta segunda invasión –que provocó, entre otras cosas, el traslado de la OLP a Túnez– nació el partido Hezbolá en el seno de la comunidad chií libanesa.
Aunque se levantó el sitio de Beirut [8], las FDI siguieron ocupando el sur de Líbano durante 18 años, hasta 2000.

En 2006, tercera invasión de Líbano, esta vez tras una incursión de Hezbolá en los territorios ocupados. También ésta duró poco: el 14 de agosto, un mes después del inicio de la invasión –durante la cual las IDF apenas habían conseguido penetrar un par de kilómetros– Israel se encontraba en evidentes dificultades, y gracias a la intervención internacional se acordó su retirada hasta la llamada línea azul.
El conflicto de 2006 representa el punto de inflexión en el enfrentamiento entre Israel y la Resistencia, porque por primera vez las IDF tuvieron que registrar una derrota sobre el terreno, aunque limitada –y sobre todo camuflada por la intervención de la ONU.

Aparte de esta serie de conflictos militares, que afectaron sobre todo a los países árabes, la resistencia de la población palestina a la ocupación se manifestó inicialmente en la primera y la segunda Intifada. En ambos casos, no se puede hablar de guerra de guerrillas, sino de resistencia civil, ya que la lucha fue llevada a cabo principalmente por comités populares y adoptó la forma de huelgas, boicots y, sobre todo, lanzamiento de piedras contra las fuerzas de ocupación. Tanto el primero como el segundo fueron fenómenos de larga duración (1987-1993 y 2000-2005), y fueron relevantes tanto para el relanzamiento internacional de la causa palestina como para la aparición de una radicalización sustancial de la Resistencia (Hamás, fundada en 1987, a partir de 2001 comenzó a realizar ataques armados contra el ocupante).

Entre el final de la Segunda Intifada (2005) y la Operación Inundación de Al Aqsa (2023), los principales acontecimientos en el escenario palestino son la división entre Al Fatah y Hamás (2006-2007), con la consiguiente partición entre Cisjordania y la Franja de Gaza, y el paso gradual de la ANP al control estadounidense y la colaboración activa con Israel. Esto desplazó efectivamente el centro de gravedad de la confrontación a Gaza, asignando a Hamás el liderazgo de la Resistencia. Y es de hecho sobre Gaza sobre donde se volcará la represión israelí.
En concreto, primero con la Operación Plomo Fundido (27 de diciembre de 2008 – 18 de enero de 2009), durante la cual Israel utilizó bombas de fósforo de fabricación estadounidense (prohibidas internacionalmente) y proyectiles de metal inerte DIME[9] contra la población civil, y más tarde con la Operación Pilar de Nube (también llamada Operación Pilar de Defensa, 14 de noviembre de 2012 – 21 de noviembre de 2012). En ambos casos hubo miles de víctimas civiles y las FDI utilizaron escudos humanos.

El conflicto de Palestina, con sus peculiaridades, también se caracteriza por una serie de elementos (sobre los que, de nuevo, se ha escrito muchas veces).
– Mientras el conflicto fue principalmente entre Israel y los países árabes, vimos conflictos simétricos y rápidos, en los que Tel Aviv explotó su supremacía tecnológica y su mejor liderazgo militar.
– Cuando el conflicto se volvió asimétrico (Líbano-Hezbolá), las IDF empezaron a mostrar sus dificultades para participar en conflictos no convencionales.
– Aunque siempre estuvieron convencidas de que había que garantizar la seguridad nacional incluso con una capacidad de reacción desproporcionada (como un perro rabioso, en palabras de Moshe Dayan), a partir de ese momento los dirigentes israelíes adoptaron plenamente la doctrina del choque y el pavor, llevándola a su máximo nivel.
– La necesidad de apoyo estadounidense ha ido creciendo gradualmente con el tiempo; de una primera fase en la que primaba el nivel político, a una segunda en la que eran relevantes los suministros de armas y municiones, a otra en la que más allá de éstos es necesaria la intervención directa de EEUU (y aliados) para garantizar un nivel mínimo de defensa.
– Es una guerra existencial, no sólo porque en ella ambos contendientes sobre el terreno se juegan su propia supervivencia, sino porque no hay terreno posible para la mediación entre el complejo de intereses contrapuestos (para Israel, cualquier Estado palestino es inaceptable).
– De los dos bandos, elEje de la Resistencia es el que se ha mostrado más flexible, más capaz de aprender (política y militarmente) de la evolución del conflicto, adaptando su planteamiento táctico.
– Israel, tras haber acariciado inicialmente la idea de poder infligir una derrota a la Resistencia palestina sobre el terreno, pasó después al objetivo estratégico de prolongar simplemente el conflicto, incluso a costa de ampliarlo aumentando los riesgos de derrota.
– Por su parte, elEje de la Resistencia está aplicando con éxito un enfoque basado en el desgaste del enemigo –en el sentido más amplio–, de tal manera que no sólo conduce a la exacerbación de sus contradicciones, sino que también da lugar a la disminución progresiva de la capacidad bélica israelí.
– Significativo, en efecto, es el balance de pérdidas. A pesar del exterminio de la población civil, se cree que la fuerza de combate de la Resistencia en Gaza está sustancialmente intacta (o reintegrada), mientras que las pérdidas de las IDF son muy significativas: no menos de 10.000 bajas en ocho meses, con unos 1.000 nuevos heridos o traumatizados psicológicamente al mes [10].
Por último, pero no por ello menos importante, Israel siempre recurre a formas de terrorismo, para intentar compensar la falta de éxito en el campo de batalla.

Es evidente que, más allá de las diferencias demasiado obvias, existen numerosos elementos comunes, y entre ellos algunos decididamente significativos.
En ambos casos, tenemos una de las partes en conflicto (Ucrania, Israel) para la que el apoyo occidental (político, diplomático, económico, militar) es literalmente crucial. Si esto fallara, ambas partes se derrumbarían en poco tiempo.
En ambos casos, los bandos respaldados por Occidente son incapaces de derrotar al enemigo, y se ven sometidos a un desgaste, de las fuerzas armadas en primer lugar, pero también económico y psicológico, que estresa profundamente a las respectivas sociedades, y que –lo que es más importante– mina la capacidad de continuar el conflicto durante un largo periodo de tiempo.
En ambos casos, tanto Rusia como laResistencia del Eje están modulando su guerra según el principio del máximo desgaste del enemigo, un enfoque que implica infligir pérdidas constantes a lo largo del tiempo, en lugar de tratar de infligir muchas y duras pérdidas en poco tiempo.

Aunque, obviamente, estamos muy lejos de una teorización global, y aún más lejos de una eventual sistematización de la teoría, lo que de hecho está emergiendo es una orientación estratégica que une frentes muy diferentes (en todos los aspectos), y que sin duda está en la línea del pensamiento estratégico chino.
A diferencia del pensamiento estratégico occidental, totalmente centrado en la capacidad ofensiva y, por tanto, en la consecución de un resultado decisivo en el menor tiempo posible, lo que está surgiendo –y lo que quizá podamos aventurarnos a denominar una futura doctrina de guerra euroasiática– se centra en la profundidad del resultado, su incisividad y su duración. Dicho brutalmente, en lugar de intentar poner de rodillas al enemigo, busca romperle las piernas.

Igualmente significativo es el hecho de que esta orientación estratégica, no por casualidad en la estela de la ya vista de Mao o Giap, parte de una visión política de la guerra, en la que el aspecto propiamente bélico está profundamente entrelazado con el político. Y, a pesar de las evidentes implicaciones culturales que subyacen, puede calificarse de supremamente clausewitziana.
Durante las próximas una o dos décadas, es probable que asistamos a la confrontación entre estos dos enfoques estratégicos opuestos, destinados a luchar sobre el terreno.
Y, quizás, alguien, en algún lugar, incluso se tome la molestia de intentar derivar de todo ello la doctrina antes mencionada.

Notas

1 – La Batalla A érea nació oficialmente el 25 de marzo de 1981, con la publicación doctrinal 525-5 «La Batalla Aérea y el Cuerpo ’86», que rediseñaba las funciones de la división modelo del Ejército estadounidense (modelo 1986) de acuerdo con el escenario europeo. En 1986, la nueva doctrina fue plenamente explicada y adoptada con la publicación de FM 100-5 ‘Operations’.

2 – Shock and Awe es una metodología militar basada en el uso de un poder abrumador y el despliegue espectacular de la fuerza para paralizar la percepción del campo de batalla por parte del enemigo y destruir su voluntad de luchar. La Dominación Rápida se define como el intento de «golpear con fuerza la voluntad, percepción y comprensión del enemigo para atacar o responder a nuestra política estratégica». Esta nueva doctrinaposterior a la GuerraFría se presentó en un informe a la Universidad de Defensa Nacional de EEUU en 1996 (Véase «Shock and awe. Achieving Rapid Dominance», Harlan K. Ullman, James P. Wade, Universidad Nacional de Defensa de Estados Unidos).

3 – No es ninguna coincidencia que, al mismo tiempo que surgía este enfoque policial del uso de las fuerzas armadas, también lo hiciera la autopercepción de Estados Unidos como la máxima y única autoridad verdadera del mundo, y como tal con derecho moral a garantizar el orden en todas partes.

4 – Sería una estrategia militar que combina las esferas militar, tecnológica, informativa, diplomática, económica, cultural (y otras tácticas) para alcanzar objetivos estratégicos. En definitiva, lo que se dio en llamar guerra híbrida. La atribución (posteriormente retractada) se debió a un artículo de un analista militar estadounidense, Mark Galeotti, que más tarde reconoció que había traducido mal el documento original ruso, interpretando como estrategia ofensiva lo que en realidad era defensiva.

5 – Ver «Guerra sin límites», Qiao Liang, Wang Xiangsui, Libreria Editrice Goriziana
6 – Aparte de los asesinatos de exponentes rusos tanto en Moscú como en el Donbass, o el ataque al puente de Crimea, aún más graves son los que de alguna manera fueron frustrados, desde los intentos de utilizar bombas nucleares sucias, hasta el intento de asesinar a Putin y al ministro de Defensa Belousov, con ocasión del desfile del Día de la Marina de San Petersburgo. La operación fue descubierta, Belousov se puso en contacto con el Pentágono para advertir de las consecuencias, y Lloyd Austin –que se sorprendió enormemente– tomó en serio la información, y luego dijo a Kiev que la cancelara.

7 – El mandato inicial de la FPNUL era «confirmar la retirada de Israel del sur del Líbano» y restablecer la paz y la seguridad. La misión sigue activa hoy en día, y sus objetivos han cambiado a medida que lo ha hecho la situación sobre el terreno.

8 – En septiembre de 1982, mientras las IDF se retiraban, las milicias cristiano-maronitas del SLA y de la Falange Libanesa masacraron a miles de civiles palestinos en el campo de refugiados de Sabra y Shatila, en las afueras de Beirut. La masacre se justificó como venganza por un ataque perpetrado unos días antes contra la sede de Falange, en el que murió el presidente de Líbano, el cristiano Bashir Gemayel. Las FDI no participaron directamente en la masacre, pero ayudaron y armaron a las milicias cristianas, llegando incluso a rodear el campamento para impedir la huida de los palestinos.

9 – Estos proyectiles constan de una estructura exterior de fibra de carbono rellena de polvo de tungsteno en lugar de metralla metálica convencional. Las partículas de tungsteno permiten desarrollar una explosión de alta temperatura en un rango muy reducido, para producir el daño en un espacio más pequeño.
Entre 10.000 y 10.000 bajas en ocho meses, lo que significa aproximadamente entre 2.500 y 3.000 muertos y el resto heridos, es un alto precio para Israel, sobre todo teniendo en cuenta la falta de resultados militares. La Guerra del Kippur (1973) costó unos 2.700 muertos, la Primera Guerra del Líbano (1982-1985) más de 1.200, pero fueron contra ejércitos regulares. La segunda Intifada, la más sangrienta, costó unos 1.000 muertos en cinco años (2000-2005).

Fuente: Giubbe Rosse, 9 de agosto de 2024 (https://giubberossenews.it/2024/08/09/una-nuova-dottrina-di-guerra-eurasiatica/)

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