Un punto de encuentro para las alternativas sociales

¿1905 en Bolivia? Ahora es cuando…

Colectivo Nuevo Proyecto Histórico

Discusión sobre el significado de la insurrección en Bolivia. Apuntes y dudas, sugerencias y un disparador para la discusión en el área autónoma. A modo de introducción:

El Colectivo Nuevo Proyecto Histórico (NPH) ha tratado de realizar algunas conclusiones práctico-teóricas de la revolución en marcha en Bolivia. Pretendemos extraer conclusiones activistas, líneas tácticas militantes, performances constituyentes. Debido a nuestra exterioridad a los hechos, somos bárbaros que observan el naufragio desde la playa, nos guiamos por fuentes secundarias, estadísticas frías, testimonios o notas periodísticas. No queremos repetir la parodia de muchos articulistas o publireportajes con aires de tesis hegelianas que repiten con signo cambiado las conclusiones de los «media». Lo nuestro es esto: humildes indicios, generalizaciones precarias, hipótesis de combate que deberán contrastarse con la realidad.

¿Un 1905 constituyente y abierto a las posibilidades de una revolución desde abajo? ¿Otro abril de 1952, cuando un levantamiento popular fracturó primero y destruyó después al Ejército, abriendo el camino a la nacionalización de las minas, la reforma agraria y el voto universal? ¿Ensayo general constituyente u obertura de una nueva maniobra burguesa? ¡Si cae el «Gringo» (Gonzalo Sánchez de Lozada) qué hacemos! ¿Quién será Presidente de Bolivia?: ¿Felipe Quispe? ¿Evo Morales? ¿Jaime Solares? ¿Los tres se unirán? ¿Qué pasará con el Parlamento o lo cerramos? ¿Cómo se refundará el país? ¿El nuevo gobierno cómo sacará de la crisis a Bolivia? ¿Crisis del capitalismo boliviano o combatimos el pelele del FMI? ¿La toma del poder debe ser por vía armada o pacífica? ¿Asamblea Constituyente o seguimos la sucesión de la Constitución burguesa? ¿Una transición con el modelo estabilizador de Duhalde como en Argentina? ¿Paramos o seguimos? Esas son algunas preguntas urgentes y desesperadas que se escucharon insistentemente en el concurrido Ampliado Nacional de Emergencia de la Central Obrera Boliviana (COB), que se realizó el 3 de octubre en la joven y empobrecida ciudad proletaria de El Alto. Indica como síntoma algo que se repitió en la experiencia argentina: contra el «Capital-Parlamentarismo» no sirven ni las viejas táctica ni las viejas fórmulas alquimistas de la vieja izquierda.

En está coyuntura revolucionaria e insurreccional, como en Argentina, los «tradicionales partidos de izquierda» de Bolivia prácticamente desaparecieron, con sus esquemas, citas y ortodoxia oxidada.

Este gran acto histórico de las masas estuvo precedido por dos levantamientos y semi-insurrecciones que fueron de mayor a menor: la guerra de la coca (enero, 2003) y el febrero rojo (febrero, 2003). En todo ellos las características fueron similares a las de diciembre del 2001 en Argentina: a la hora de hacer el balance, todos los dirigentes sindicales y militantes de partidos de la vieja izquierda revelaron que fueron «sorprendidos» por los sucesivos levantamientos sociales, que sumados dan una cifra de más de 140 muertos.

El máximo líder del MAS, el mediático Morales, el dirigente de la Coordinadora del Agua, Olivera, el ejecutivo nacional del magisterio urbano, Aliaga, y el representante de las Centrales Obreras Departamentales (CODes) del país, Torrico, reconocieron «autocríticamente» que ninguna de las organizaciones a su mando ni la progubernamental Central Obrera Boliviana (COB) coordinaron acciones para dirigir este movimiento.

Igual que en Argentina. La multitud desbordó partidos, sistemas políticos, sindicatos estatales, cortó transversalmente las instituciones, generó una nueva subjetividad que todavía no logra encontrar la levadura organizativa de sus propias necesidades e intereses.

La multitud obligó a las viejas fuerzas de la política, a los rescoldos del «Capital-Parlamentarismo» a seguir su estela, demostrando que no representaban a nadie.

El movimiento busca en su propia creatividad las armas para crear un nuevo poder. Un sujeto sin argamasa organizativa. Un sujeto que creativamente está empezando a generar sus propias instituciones revolucionarias: juntas vecinales, cabildos abiertos, estados mayores, comités de base.

El presidente boliviano que acaba de ser derribado es un exponente postrero del neoliberalismo en América latina. Todos comparan el proceso con el régimen de Menem, con la siguiente salvedad: las masas bolivianas han saltado varias etapas para llegar a una situación más avanzada que la que vivimos hoy en Argentina. Goni tiene muchos parecidos con Menem: es un renegado, abanderado del neoliberalismo y a la vez es un cuadro salido del viejo movimientismo del MNR: un símbolo del viejo populismo del ’52. En su anterior gobierno (1993-97) privatizó teléfonos, trenes y la petrolera estatal YPFB en favor de la estadounidense Amoco y un consorcio argentino, en tanto Enron de EE.UU. —la del escándalo financiero en su país— y la angloholandesa Shell se alzaron con los gasoductos.

El negocio del gas, la mecha que encendió la pradera, estaba reservada a Repsol-YPF.
El inicio del posfordismo en Bolivia fue muy similar al de Argentina: precarización, creciente desempleo, reducción del viejo estado fordista, desaparición de las políticas de alianzas keynesianas.

Todo eso se presentó como un boom de inversiones extranjeras. Igual que Menem. Y en esos años el PBI boliviano creció a casi 5% anual. Fue un modelo que incluso llegó estudiar «in situ» nuestro Domingo Cavallo con entusiasmo juvenil. Pero el pueblo boliviano no mejoró un ápice su nivel de vida, en realidad, como nosotros en la misma década, empeoró. Hoy está entre los más pobres del planeta.

Otra vez se repite lo de «¡Es el posfordismo, estúpido!». La quinta parte más pobre del país siguió recibiendo un 4% del ingreso nacional; el quinto más rico, 55%.

El desempleo, aunque no alcanza las dramáticas cotas argentinas, es del 12%.

En Bolivia se repite, distorsionadamente, la realidad del nuevo dominio burgués: «Capital-Parlamentarismo» en política, donde el sistema de partidos es clave para el dominio, y posfordismo en economía. Esta es la nueva mezcla de explotación que se inició en América Latina en la década de los ’90.

Bolivia cumplió fielmente, en grandes rasgos, la nueva relación entre capital y trabajo: se transformó en un «estado de excedencia»: el estado tiene que administrar violentamente el exceso de personas, al capital le sobra gente.

Las nuevas y profundas desigualdades sociales del posfordismo generaron en los últimos tres años que el número de los llamados nuevos pobres aumentara en Bolivia en 513 mil personas.

Hoy están en la pobreza 5,6 millones de los ocho que viven en el país. La precariedad se ha hecho tan extrema, que se estima que la cuarta parte de la población que vive en las ciudades capitales y provinciales sobreviven con menos de 80 centavos de dólar al día.

En el área rural, un poco más de la mitad de la población sobrevive con menos de 60 centavos de dólar al día. En este segmento poblacional están los hogares de los aproximadamente 350 mil desempleados, que carecen de ingresos, y de cerca de otro millón de trabajadores subocupados en empleos de muy baja calidad, sin protección social ni laboral y con ingresos insuficientes. La nueva figura del trabajador posfordista.

En el último quinquenio, la tercera parte de los obreros perdió el empleo.

Desde 1985, año que se instaura en el país el modelo maduro de «Capital-Parlamentarismo», se han producido 190 muertes en conflictos sociales, más de seis mil heridos y más de 10 mil personas detenidas indebidamente, según el recuento del organismo defensor de los derechos humanos.

Y en Bolivia el estado no pudo hacer frente con ayudas sociales y clientelismo político al control político de la multitud, o mejor dicho: lo hizo indirectamente a través del cultivo de coca, que se transformó en el sustento esencial y principal de un amplio sector de trabajadores y campesinos.

No nos puede extrañar que Bolivia el país con más pobreza y miseria de Sudamérica, y el segundo de toda América detrás de Nicaragua, lo que explica también el estallido de furia en el Altiplano. Más de 20% de su gente está desnutrida, como en algunas zonas de Centroamérica. Y otros indicadores sociales la igualan a la paupérrima y olvidada Africa subsahariana. Su PBI, de 7.900 millones de dólares, es menor al de Camerún o al de Angola, y el PBI por persona, sólo un promedio donde la ignominiosa desigualdad queda velada, es de 900 dólares por año, similar al de Honduras, menor al de Albania o la mitad del de Macedonia o de Guatemala.

El FMI, con astucia premonición, al revisar el acuerdo crediticio que tiene con el país andino, reconoció en julio que una razón del freno en el «crecimiento» económico desde 1999, fue «el programa de erradicación de cultivos de coca», una política del lado de la oferta que impulsa EE.UU. sin hacer demasiado por frenar la demanda, y que resisten los cocaleros, un agente de la rebelión actual.

El déficit fiscal llegó en 2002 a 9% del PBI, el triple del que tenía en 2000. Igual que en Argentina, el gasto «político» (hablamos que el grueso del gasto del «Capital-Parlamentarismo» se orienta ya no keynesianamente, sino hacia la prevención de la insurgencia, el control de la excedencia y aceitar el sistema de dominio político) no dejó de crecer.

O sea, tampoco allí la política liberal supuso equilibrio presupuestario, al contrario. La financiación vino vía deuda externa, que hoy llega a 4.299 millones de dólares, aunque cabe reconocer que bajó del récord de 4.791 millones de 1995, en medio de la primera gestión de Gonzalo Sánchez de Lozada. Igual que con Menem.

Esto no deja de ser otra paradoja, ya que tocó ese máximo histórico cuando se suponía ingresaban al país miles de divisas por las privatizaciones. Y es una similitud con el proceso argentino en la era de Cavallo, quien curiosamente, durante su doctorado de Economía en Harvard, visitó Bolivia para estudiar las primeras experiencias de ajuste a fines de la década de 1970, un ciclo histórico que parece cerrarse. Y, casualidad, el técnico que dirigió los procesos de posfordización de la sociedad en Bolivia, Ecuador y en Rusia es el mismo: Jeffrey Sachs.

Rodeado de potenciales chispas y otras mechas volátiles Lozada planteó exportar gas natural, una gran riqueza boliviana, por puertos de Chile, justo el país que en la guerra de 1879 le quitó a Bolivia la salida al mar. Es más: planteo exportarlos por puertos que eran bolivianos antes de ese conflicto como Patillos.

El «Capital-Parlamentarismo» boliviano tenía al menos cuatro estrategias de retirada: 1) el Estado de Sitio para que Sánchez de Lozada continúe en la presidencia; 2) la entrega del poder al vicepresidente Carlos Mesa; 3) la ejecución de un «sangriento» Golpe de Estado para detener en seco al movimiento, y 4) una a más largo plazo, la unidad de toda la derecha en torno a Quiroga (político neoliberal que remplazó en la presidencia, el 2001, al ex dictador Banzer). Creemos que existe una quinta salida al mediano plazo ya muy clara para el movimiento: 5) la parlamentarización del movimiento, su canalización hacia una forma reformada, pulcra y educada, una salida a la 1905, cuyo eje será sin duda el MAS de Morales y el MIP de Quispe (hoy el «centro» de la revolución boliviana); hasta podríamos llamarla una salida a la Argentina.
Breves observaciones de un naufragio con espectador:

1) el nuevo movimiento social que a fuerza de movilizaciones, lucha de calles, insurrecciones y huelgas acaba de liquidar al régimen de Lozada es una subjetividad nueva, espontánea, que quiebra el péndulo populismo-derecha militar, que desde 1952 marcaba la vida política de Bolivia. Decimos que este movimiento habla de un nuevo tipo de capitalismo boliviano y de una nueva subjetividad revolucionaria..

2) Como en todos los actos en que hace presencia en la historia, la insurrección de los trabajadores de la ciudad y el campo fue de abajo hacia arriba, con sus propios «tempos», ritmos y organismos; su instinto constituyente de clase desbordó y transformó en obsoletos a las organizaciones políticas del sistema de partidos burgueses, a la estructura sindical fordista del estado y a la vieja izquierda. Decimos que la nueva forma de estado que adopta el posfordismo, el estado de excedencia del «Capital-Parlamentarismo», es un control inestable, ya que descarga y concentra la contradicción en el ámbito político. Bolivia, como Argentina, demuestra el fin de la ciudadanía fordista, con todo lo que ello implica.

3) La intervención coordinada y autónoma descubre la posibilidad material, gracias a la creciente cooperación social que toma el capitalismo posfordista, de una alianza de la multitud desde abajo, un instinto social-constituyente que quiebra la ficción de la política, demostrando nuevamente que la clase revolucionaria no es un dato sociológico sino un evento, producto de un encuentro casual entre diferentes y heterogéneos procesos económicos, antropológicos, culturales, políticos e incluso étnicos. Decimos que la multitud es inexpresable e irrepresentable tanto en la matriz «capital-parlamentaria» como en la vulgata «leninista-trotskista». Decimos la cooperación es una fuerza esencialmente productiva.

4) La multitud en Bolivia ha hecho uso de una herramienta que había desaparecido del arsenal de las masas en el período del fordismo y la alianza sindical keynesiana: la huelga política de masas.

La en otro tiempo forma principal de las revoluciones burguesas, el combate en las barricadas, el enfrentamiento abierto contra el poder armado del Estado, es sólo el punto más extremo de la actual revolución, un momento en todo el proceso de la lucha proletaria de masas: su antesala.
5) La lucha de calles permitió comprobar otra novedad repetida en Argentina: los jóvenes que «en masa» se dieron a la tarea de saquear y quemar entidades estatales, sedes de partidos políticos y entidades bancarias, en las ciudades de La Paz, El Alto, Oruro, Cochabamba y Santa Cruz. Los jóvenes sin futuro del posfordismo prácticamente apedrearon y quemaron los iconos del poder económico y político boliviano.

El ataque al Palacio de Gobierno, la Vicepresidencia, el Ministerio de Trabajo, las Prefecturas, los Bancos y mansiones de propiedad de conocidos políticos, la Alcaldía de El Alto, algunas empresas transnacionales y privatizadas, y las sedes de los partidos políticos en función de gobierno o de oposición legal estuvo guiada selectivamente por un nivel de conciencia revolucionaria instintiva y antisistema. Decimos que esta «jacquerie» posmoderna es un dato nuevo de la nueva subjetividad posfordista. Jacquerie es como se llamaron a las insurrecciones campesinas y urbanas medievales. Eran masivas y de rápida expansión. En la baja edad media los campesinos, artesanos y jornaleros luchaban violentamente contra la nobleza y la proto-burguesía, hoy la multitud enfrenta a la nobleza de estado.

6) Creatividad constituyente: el derecho a la revolución de la multitud se muestra inmediatamente como potencia social, como intento de reapropiación de la relación social, proceso que se expresa en el esbozo de nuevas instituciones materiales: sovietismo, reducción de lo político en lo social expresado en instituciones nuevas. Decimos que en la revolución boliviana han surgido compromisos institucionales de la multitud traducidas en organizaciones de base revolucionarias: juntas vecinales, comisiones obreras de base, cabildos abiertos; que aniquilan la separación de lo social de lo político, característico del capital.

7) A diferencia de Argentina, el movimiento ha quebrado el aparato represivo del estado de excedencia del posfordismo: los levantamientos populares, de febrero en adelante, hicieron explotar el aparato represivo del estado (el caso más notorio fue el de la tropa policial enfrentada al ejército). Decimos que este síntoma revolucionario ha tomado mayor importancia en la época del estado de excedencia, donde los mecanismos de control y represión se orientan a la incapacitación de clases enteras de sujetos considerados como portadores de riesgo social.

8) Con similitudes con Argentina, la revolución se enfrentará a los medios de comunicación oficiales y privados que jugaron un rol «negativo y progubernamental» en el conflicto. Se ocuparon de caracterizar al levantamiento como un movimiento «vandálico y delincuencial», para justificar una mayor represión. Decimos que los «mass media» en la época de la sociedad del espectáculo deberán ser un objeto privilegiado de la acción revolucionaria de masas.

9) Igual que en Argentina el movimiento no tuvo dirección, ni líder, ni partido dirigente, ni genio entre las sombras. La ausencia de programa deberá pensarse no como una carencia leninista sino como un dato nuevo del catálogo de la nueva subjetividad: el programa se desarrolla en el proceso de la lucha de clases, en la dinámica del combate, en la eliminación de etapas, en las postas de la radicalización cooperante. La revolución posfordista ¿será una revolución sin rostro?

10) Igual que en Argentina hay que interrogarse los déficits y tareas urgentes: organizar (¿cómo?) el área de la autonomía, generar en el instinto de clase compromisos institucionales duraderos, instrumentalizar programas desde dentro de la dinámica de la propia lucha cotidiana.

Plasmar proyectos de poder en instituciones, definir con claridad los nuevos sujetos del proceso revolucionario, establecer nexos, redes y vinculaciones efectivas en el interior de la multitud, delinear con suficiente realismo vías para la construcción del poder constituyente.

Colectivo Nuevo Proyecto Histórico (NPH)
19 de octubre de 2003
Colectivo: Nuevo Proyecto Histórico (NPH)
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nuevproyhist@hotmail.com

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