Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Último representante del cine clásico nipón

Antonio Ruiz

Una madre de Tokio

Dirección: Yoji Yamada. Guion (basado en una obra teatral de Ai Nagai): Yoji Yamada y Yuzo Asahara. Japón 2023. Duración: 110 minutos.

Argumento: El responsable de Recursos Humanos de una importante empresa se encuentra en situación personal negativa: tiene que despedir a un viejo amigo y su mujer e hija adolescente le han abandonado. Decide pasar por casa de su madre que hace tiempo no visita…

Yamada se inició como director en los años sesenta tras ser ayudante de dirección con diversos directores ya entonces reconocidos mundialmente, entre ellos Yasujiro Ozu. De este representativo y creador nipón, adquirió varias de sus originales técnicas de filmación: secuencia de planos fijos, y filmación de cámara a pocos centímetros de la base creando un ligero contra picado de la escena, como se puede ver en algunas tomas de la película. Igualmente incorpora elementos argumentales y desarrollo dramático de otro clásico cineasta, Akira Kurosawa, en las abundantes cintas que realizó de samuráis en su primera época. La utilización de estas técnicas no significa que no tenga su propio estilo, pero sí, su reconocimiento a la forma y fondo que aquellos directores crearon: mostrar la cultura y costumbres de un pueblo, exponer los cambios de estos principios, sus consecuencias a partir de los años cuarenta del siglo pasado.

Esta última obra de Yamada, a sus 92 años, puede que no sea la mejor de su filmografía, pero es un muestra del clásico cine japones. Una época que ha vivido directamente. En ella presenta, como fondo, las diferencias generacionales japonesas en los últimos setenta años. La evolución cultural y ética de este país oriental tan impregnado de la influencia occidental.

La historia, aparentemente sencilla, se va desarrollando de forma suave y lógica en la mayoría de secuencias pero, a su vez, introduce algún dato que hay que retener para ensamblar en su momento. La acción nunca se sale del medio cercano entre familia y amistades. Esto da la sensación que es todo cotidiano, hasta introducir otro elemento que se ha de pensar donde se coloca. Estos datos sueltos, a través de una frase o expresión física lleva a la conclusión que hay más de una narrativa si bien son paralelas: lineal y de fondo, la relación familiar o de amistad de los personajes y las diferencias culturales de generación. De ahí la relativa sorpresa del final que se puede mal interpretar. Este lenguaje de sentido plural es característico en algunos clásicos directores japoneses, sobre todo en Ozu.

El largometraje plantea una narrativa que, a priori, nos puede parecer normal. Superar las contradicciones: amistad-trabajo, familiares, diferencias generacionales, y un final tranquilo y esperanzador. Durante el desarrollo nos proporciona datos de que no es así. Mañana pasará algo similar al vecino o en cualquier otro núcleo familiar o social. El problema es estructural. Seguirá la deslealtad entre amigos, el amor no correspondido, los ancianos sin hogar que tienen grabado el bombardeo imperial del cuarenta y cinco sobre la ciudad con su color rojo-sangre sobre las víctimas, y los nuevos marginados…que auto producirá el sistema. Pérdida de una cultura milenaria de la que sólo quedan vestigios en los octogenarios, confusión e inseguridad en la mediana edad y reto difícil para los jóvenes.

El guion deja el final deseado, pero considero que el realizador es consciente que está por venir, y nada nuevo viene si no se se crea.

La película es agradable de ver, sea una u otra interpretación que se tenga de ella una vez visionada.

Su realización es correcta y lo más interesante que he visto este verano. Te entretiene y hace pensar. Es decir, contiene una calidad-arte, lejos del cine actual cotidiano.

 3/9/24

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