Entrevista a Fermín Rodríguez Castro
Salvador López Arnal
«El paradigma científico de nuestro tiempo debe tener como eje la perspectiva global evolucionista sintetizada en buena parte en la teoría de unidades de nivel de integración que desarrolla F. Cordón sobre una base conceptual precisa.»
Con estudios de Magisterio, Filosofía y Sociología, Fermín Rodríguez Castro ha ejercido la mayor parte de su actividad docente como profesor de Filosofía en centros de enseñanza secundaria y bachillerato. De dilatada militancia sindical y política, sus contribuciones se han desarrollado, fundamentalmente, en marcos colectivos (es autor de diversos artículos en publicaciones vinculadas a esa militancia). Con el Colectivo de Profesores «Baltasar Gracián», participó en la publicación de la revista digital Crisis (2001-2013) y en la elaboración conjunta con autores europeos del libro La enseñanza en la Europa Occidental. El nuevo orden y sus adversarios (2009, editado también en inglés, francés, alemán e italiano). Socio y asiduo colaborador en la actividad y publicaciones de la organización Europa laica, su texto «Por la Escuela Pública y Laica», formó parte del libro Aprender sin dogmas. Enseñanza laica para la convivencia (2011).
Su reciente libro, Determinismo y contingencia. Una perspectiva evolucionista, ha sido publicado por Los Libros de la Catarata (sept. 2023). En él centramos una buena parte de la conversación.
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¿Qué es el determinismo? ¿Determinismo equivale a necesidad?
El determinismo, en un sentido amplio, es consustancial a toda explicación científica y correlativo al principio ontológico de causalidad («nada surge de la nada, nada acontece porque sí o sin causa alguna»); y al concepto epistémico de determinación: todo objeto o fenómeno se define y diferencia de otros por sus propiedades y comportamiento, dentro de un campo físico y específico de interrelaciones. La determinación implica restricción, es decir, fijar los límites de lo posible en un espaciotemporal donde suceden o pueden suceder diversos resultados (de ahí su compatibilidad con la contingencia). Su contrario, el indeterminismo, como tal, no tiene lugar en ciencia, a no ser como ignorancia de las causas y/o de sus resultados.
Los problemas surgen cuando el determinismo se entiende de una forma rígida, estableciendo una relación causa-efecto biunívoca, exacta y necesaria. Aún menos apropiado, cuando se aplica al hecho constatado de un universo producto de la evolución y en constante evolución. Ese determinismo subyace, todavía hoy, en las pretendidas teorías del «diseño inteligente» que, de una u otra forma, recurren a una supuesta creación y providencia divina que guía todo inexorablemente al fin propuesto. Pero también persiste entre quienes entienden el universo y las leyes que lo rigen de forma mecanicista, sujeto a un programa precontenido de inicio, de resultados únicos, previsibles y necesarios. Hace tiempo que las ciencias, y los métodos de que se han dotado para su avance, ni necesitan la hipótesis de un dios «relojero externo» (como respondió Laplace a la pregunta de Napoleón), ni tampoco concebir el conjunto de nuestro mundo conocido y sus desarrollos como un «reloj interno de precisión». El hecho mismo de la evolución, sin guion previo ni finalidad, se conjuga mejor con la determinación contingente y abierta de los procesos que la impulsan. De ahí que concluya mi libro evocando a Machado: la evolución «hace camino al andar».
En consecuencia, un determinismo estricto, basado en relaciones uniformes, exactas y necesarias, solo parece aplicable a modelos ideales o constructos de consistencia y coherencia formal (caso de los sistemas lógicos y/o matemáticos). Resulta inadecuado cuando se aplica, de forma impropia, a sistemas físicos que, siendo de suyo y en la realidad abiertos, solo artificialmente pueden ser considerados como cerrados, fijos y constreñidos a una concepción lineal o circular de la causalidad.
¿Todo determinismo es negador de la libertad humana?
Aplicar un determinismo riguroso a la conducta de los seres humanos lleva, efectivamente, a negar el «libre albedrío», un problema de larga tradición dentro de las disputas teológico-filosóficas. Pero a conclusiones igualmente negacionistas llegan algunos autores que, apoyándose en teorías genetistas y sociobiológicas extremas o en un determinismo cultural, consideran pura ficción la libertad humana. Evidentemente, los seres humanos nacen y viven dentro de un marco histórico, social y cultural, con todo un conjunto de «determinaciones» o «condiciones», limitantes de sus opciones posibles en cada momento. Parece difícil, sin embargo, negarles un quantum de libertad, basada en cierto grado de autonomía e intencionalidad que podemos atribuir a sus acciones: un margen de elección y decisión, también constatable como hecho empírico: no somos robots ni clones de nuestros antecesores biológicos y culturales. Su negación total además de las paradojas antropológicas que entraña el tortuoso curso histórico de la humanidad, conduce a problemas irresolubles acerca de la responsabilidad moral y jurídica de las personas. De otra parte, el determinismo, en el ámbito de lo social y político, no deja de abrigar un componente ideológico de carácter reaccionario, negando la posibilidad de transformación y cambio.
¿Contingencia es equivalente a azar, aleatoriedad, a casual o fortuito?
En mi libro insisto en que contingencia (o causalidad contingente) no se puede confundir con ninguno de esos otros términos con los que suele asimilarse. Si azaroso, aleatorio, casual o fortuito se aplican a fenómenos presuntamente exentos de causa o condiciones, o fuera de toda norma o ley natural, deberían ser excluidos del lenguaje científico que hace referencia al mundo real (pautas y tendencias se reconocen incluso en las teorías del caos). De otra parte, suelen usarse como sinónimos y tautológicos en su definición: el azar (lo casual o fortuito, según la RAE) sería la fuente de fenómenos aleatorios (no sometidos a norma), y a la inversa, éstos son tales por ser resultado del azar. Se otorgaría, así, a este concepto un carácter ontológico y productivo (aunque no finalista), ignorando, como en una «caja negra», su virtualidad causal precisa, como aleatorios e impredecibles serían sus resultados. Henri Poincaré afirmaba que el azar «no es sino el nombre que damos a nuestra ignorancia». Jacques Monod, con su célebre libro El azar y la necesidad (1970), reintrodujo estos conceptos de Demócrito, no solo para explicar el origen de la vida (según él, un hecho «único» y «de probabilidad casi cero»), sino, y sobre todo, para articular su modelo acerca de la evolución biológica, sobre cuya base han conocido un gran desarrollo la biología molecular y la genética. Lo cual no impide cuestionar el enfoque reduccionista y determinista de quienes extraen conclusiones más allá de lo que permiten los propios datos (E. O. Wilson, Richard Dawkins, Steven A. Pinker…).
¿Cómo podríamos definir entonces contingencia?
Por lo dicho anteriormente, considero que las invocaciones bien a un azar, supuestamente inaprensible pero eficiente, o bien a un determinismo estricto y necesario, dado el carácter metafísico de ambos, deben ser o bien abandonados o matizados dentro del campo de las ciencias. Por el contrario, la explicación de los fenómenos por sus causas –en su más amplia acepción y diferente entidad de las relaciones que operan en ellos– es compatible con el devenir contingente de los procesos en que se inscriben.
De forma simplificada, ese «devenir contingente», aplicado al curso global de la evolución y de cada una de sus expresiones temporales o parciales, podría definirse así: cada momento o resultado puntual en los procesos evolutivos que podamos tomar en consideración no son el precipitado necesario y precontenido de momentos anteriores (como tampoco al margen e independientemente de sus condicionantes y evolución previa), sino uno de los posibles y alternativos generados, explicables causalmente por los dinamismos interactuantes en presencia. Del mismo modo, en cada momento se abre, a su vez, un nuevo abanico de posibilidades de futuras transformaciones, con distinto grado de probabilidad, en función de la naturaleza de los elementos agentes en presencia y su interrelación dinámica dentro de un campo específico de fuerzas.
No cabe duda de que la evolución implica la emergencia de novedad, diversidad y desarrollos hacia niveles de mayor complejidad e integración del fondo material-energético de que se compone nuestro universo que, como se ha comprobado, no es homogéneo, ni fijo ni se ha estancado en un estado estacionario. Pero con la restricción («leyes» naturales) de que no todo es posible ni igualmente probable. En el terreno de la investigación científica –cada vez con mayores instrumentos a disposición– es posible, por tanto, seguir el «hilo de la contingencia» que nos ha llevado hasta el presente. A modo de ejemplo, en la filogénesis y ontogénesis de los seres vivos conocidos, podemos remontarnos a un ancestro común del que se han derivado (en su evolución con el medio y los mecanismos de la selección natural) una diversidad de líneas evolutivas y el creciente nacimiento de nuevas especies, susceptibles de una clasificación taxonómica cada vez más precisa, a la vez que la relativa constancia de un determinado genoma no impide la diversidad genética e identitaria de los individuos. Generalizando el devenir contingente del curso de la evolución y a modo de experimento mental: si se produjera un nuevo Big Bang, al cabo de otros 13.700 millones de años de su desarrollo, ¿alguien puede sostener que hallaríamos un universo, clon exacto del actual, hasta el último detalle del instante presente?
¿Son contrapuestos, contradictorios incluso, los conceptos de determinismo y contingencia? Si hay determinismo, no hay contingencia; si hay contingencia, no hay determinismo.
De alguna manera, se ha contestado con lo anterior: contingente se contrapone a necesario. No supone negar ni la determinación ni la explicación causal de los hechos. El error es identificar determinado con necesario, y lo «no necesario» (pero posible o probable) con lo indeterminado. La contingencia puede entenderse como una de las formas de la causalidad. François Jacob, que compartió Nobel con Monod, hablaba de «la necesidad de los fenómenos y la contingencia de los sucesos». Pero una concatenación lineal o relación fija entre fenómenos necesarios no da lugar a la contingencia. Si invertimos el orden del enunciado, y ponemos como premisa la contingencia de los sucesos, implica también la de los fenómenos en ellos interactuantes. Afirmación que sostienen también algunos cuánticos.
El en ocasiones llamado «indeterminismo cuántico», ¿sería una refutación ‘científica’ del determinismo y de la causalidad?
Como antes se ha señalado, existen problemas semánticos y explicativos acerca de lo que significan los mismos términos para distintos autores y ámbitos de aplicación. Karl Popper (El universo abierto: un argumento a favor del indeterminismo) pretendió en algún momento encontrar la base de la libertad humana en el supuesto «indeterminismo cuántico», para luego reconocer que, incluso si existía éste, no era suficiente para dar el salto explicativo al hecho de la libertad y la creatividad humana.
Entre eminentes físicos, es conocida la áspera controversia entre Einstein, considerado como empecinado determinista, y el cuántico Niels Bohr, que llegó a afirmar que la mecánica cuántica había abandonado el principio de causalidad, restringiendo su validez a la mecánica determinista newtoniana. Las teorías de la relatividad especial y general, ciertamente, nada tienen que ver con un relativismo o indeterminismo ni ontológico ni epistémico. Célebre es la frase de Einstein «Dios no juega a los dados» o, más explícitamente que «el azar o la probabilidad no pueden sustituir a la causalidad»; pero tampoco fue muy razonable su conclusión de que, «si fueran correctas las teorías cuánticas, significaría el fin de la ciencia». Con el tiempo se fueron atemperando las diferencias. Decir que la cuántica supone un golpe definitivo al determinismo de la ciencia anterior, parece algo precipitada, en tanto algunos cuánticos rechazan que sus teorías de probabilidades (superposición de estados, distribución de valores, principio de incertidumbre de Heisenberg …) impliquen un indeterminismo de base o la renuncia a dar explicación completa del conjunto de fenómenos y procesos que constituyen nuestro universo. En todo caso, impredecibilidad no equivale a indeterminación.
Le cito: «el concepto de contingencia debería ser parte integrante de la definición de un nuevo marco teórico o paradigma científico, que tenga como punto de partida y fundamento el hecho de la evolución a lo largo de todos los niveles de integración de la energía-materia» (29). Se habla, en el subtítulo del libro, de una perspectiva evolucionista. ¿Qué tipo de perspectiva es esa?
Nuestro universo es producto de la evolución material-energética, físico-química y biológica (ésta, al menos en el planeta Tierra). Si debe considerarse como el hecho fundante de toda la realidad de la que formamos parte, su propia unidad y coherencia interna exige aspirar a igual unidad y coherencia de las muy diversas ciencias y disciplinas que, frecuentemente, permanecen yuxtapuestas, ajenas unas de otras. Cualquier investigación de un hecho o fenómeno concreto de nuestro mundo, no puede obviar o sustraerse de ese enfoque general: en la realidad no existe aislado ni permanece inmutable, sino inserto en procesos más amplios en los que encuentra origen y explicación, tanto de su momento presente, como de su previsible desarrollo futuro.
Faustino Cordón es uno de los protagonistas de su ensayo. ¿Nos puede trazar una breve semblanza de este gran biólogo y bioquímico español? ¿Por qué sigue siendo un científico y pensador poco conocido entre nosotros, incluso entre comunidades científicas y colectivos filosóficos?
Faustino Cordón, por sus compromisos políticos durante la Guerra Civil y especiales circunstancias de supervivencia durante la dictadura franquista, desarrolló su formación y trabajo investigador fuera de los ámbitos académicos; concretamente, en varios laboratorios farmacéuticos, donde profundizó en el sistema inmunológico, que sería el punto de partida para elaborar sus teorías acerca del origen de la vida y su evolución. Eso no le impidió estar al tanto de los avances en su materia y relacionarse con científicos de prestigio internacional. En la web faustinocordon.org (que recoge su obra digitalizada) se pueden encontrar diversos artículos y referencias, propias y ajenas, a su trayectoria personal y científica. Parece que en breve se publicará una reciente biografía, escrita por su hija Elena Cordón y la periodista Elvira de Miguel.
En el nuevo marco de la llamada «transición a la democracia», Cordón salió del ostracismo sufrido con anterioridad: fue reconocido, editado, acogido en publicaciones, revistas, universidades extranjeras… Pero aquí fue aireado en ciertos medios, culturales y políticos, más como un prestigioso «intelectual de izquierdas» que como el autor de una original teoría sobre el origen y evolución de la vida, de difícil comprensión para los legos e ignorada por las sucesivas generaciones de biólogos formadas en los centros universitarios oficiales. La creación de la FIBE (Fundación para la Investigación de la Biología Evolutiva), tratando de conformar un equipo para la continuidad de sus trabajos, tuvo escasos apoyos institucionales y se cerró antes de su muerte (1999). Aunque la inmensa obra de Cordón ofrece teorías sugerentes, apoyadas en ingentes datos y procesos bioquímicos probados, conjugados, a la vez, con hipótesis razonadas y coherentes, con posteridad a su muerte no han sido tomadas en consideración; ni para su reconocimiento ni para su refutación. Con la notable, pero exigua excepción, de su discípulo y colaborador, el también biólogo y bioquímico, Chomin Cunchillos y un pequeño círculo de científicos franceses vinculados al Museo de Ciencia Natural de Francia y al Institut Charles Darwin International, dirigido por Patrick Tort, un buen amigo de Cordón y Cunchillos y difusor de sus obras. Un biólogo teórico en activo, Alfonso Ogayar, que también colaboró durante un tiempo en la FIBE, siguió después su propia trayectoria investigadora. Está a punto de editarse su libro Evolución: del árbol de Darwin al telar de la vida, en el que desarrolla también una particular teoría acerca del origen de la vida, sin abandonar, en mi opinión, cierta huella de lo aprendido junto a Cordón. Mantenemos contacto y frecuentes discusiones.
Lo mismo le pregunto por Chomin Cunchillos, otro de los científicos muy citados en el libro.
Mi encuentro «contingente» con Chomin al inicio de este siglo, dio lugar a una prolongada amistad y colaboración. Ambos docentes y, en mi caso, con un largo compromiso político y sindical en defensa de la Escuela Pública y Laica, dimos impulso al Colectivo de Profesores «Baltasar Gracián» y la revista Crisis (2001-2013), participando activamente en congresos de Sociología de la Educación y encuentros internacionales. Chomin, por su parte, me acercó a la obra de Cordón y a sus propias aportaciones en continuidad con los trabajos desarrollados en la FIBE. Puso a mi disposición su biblioteca, con una amplia representación de autores relacionados con el evolucionismo. Con el apoyo de Patrick Tort y un contrato del Museo de Ciencia Natural de París, siguió publicando artículos en revistas internacionales de biología, hasta concluir con la publicación –poco antes de morir y en su versión francesa– del libro Les voies de l’émergence. Introduction à la théorie des unités de niveau d’intégration (París, Belin, 2014). No se ha llegado a publicar la versión en español ni los artículos de colaboración con biólogos franceses.
El proyecto de colaborar en la profundización del papel de la contingencia en el curso de la evolución quedó frustrado por su muerte prematura. En buena parte, está en el origen de mi propio empeño y del libro recientemente publicado.
¿Se considera usted discípulo de ambos?
No soy biólogo. Mi formación, de inicio, estuvo relacionada con campos diferentes, como la filosofía y la sociología, más cercanas a un marxismo crítico frente a perdurables posiciones dogmáticas en su seno. Por tanto, ni estoy facultado ni me incumbe la continuación de las investigaciones y propuestas por ellos desarrolladas en ese terreno, aunque pueda apreciar –dentro de mis limitaciones– su originalidad y coherencia. Lo acertado o erróneo de sus teorías corresponde a los biólogos evolutivos dilucidarlo, claro está, sobre la base de su conocimiento y contrastación de los muchos datos, empíricos y experimentales, sobre los que se asientan. Pero desde la biología, como desde diversas ciencias relacionadas con la evolución del conjunto de nuestro universo, se formulan propuestas y conclusiones teóricas de alcance más general, digamos, de carácter epistemológico. Ese es el terreno en el que Cordón, Cunchillos y Tort abren camino cuya orientación me resultó novedosa y atractiva para una teoría de la ciencia acorde con los avances más relevantes de la ciencia actual.
Me queda un tercero, Patrick Tort, el director del Institut Charles Darwin International.
Reconocido en Francia como uno de los mejores especialistas sobre darwinismo, es autor de una extensa obra como filósofo, antropólogo, lingüista e historiador de la ciencia. A partir de su encuentro y amistad con Cordón y Cunchillos, se interesó vivamente por la «teoría de unidades de nivel de integración»; los invitó a participar en el Congreso Internacional «Pour Darwin» (1997), que recogió numerosas aportaciones de expertos en la figura de quien es considerado como padre del evolucionismo. Con su apoyo pudo Chomin continuar sus trabajos de investigación hasta la publicación de su libro, antes citado. En la posterior publicación, Qu’est-ce que le matérialisme? Introduction à l’Analyse des complexes discursifs (2016), compendio de los temas abordados en su larga trayectoria científica, Patrick Tort integra las aportaciones fundamentales de la teoría de niveles de Cordón.
Mantenemos cierta correspondencia, y ha dado a conocer mi libro en la web del Institut.
Otro filósofo muy citado en su ensayo, Mario Bunge. ¿Qué opinión le merece la obra del científico argentino? ¿De interés para los temas que desarrolla en el libro?
Bunge reúne en su persona una sólida formación como físico y filósofo de la ciencia. Son conocidas sus múltiples publicaciones en defensa de la ciencia y sus métodos, frente a las corrientes posmodernas y relativistas tan de moda en los últimos tiempos. También contra la deriva de algunas corrientes dentro de la física teórica hacia construcciones ficticias de modelos geométrico-matemáticos ajenos al universo en que vivimos. Su libro, Causalidad (edición revisada en 1997), también ha sido un referente acerca del amplio espectro de significados que acoge este concepto, los distintos niveles de las leyes, la distinción entre el plano ontológico de la causalidad y el gnoseológico de la predecibilidad… Con un inconveniente: tampoco pone como eje de sus reflexiones el ineludible carácter evolutivo de nuestro universo y de los fenómenos a él vinculados. Murió en 2020 justamente cuando estaba redactando el apartado que dedico a su obra.
Habla usted de una concepción materialista, monista, inmanente y evolucionista de nuestro universo. ¿Qué tipo de concepción sería esta? ¿No tienen esa naturaleza las actuales cosmovisiones?
Creencias gratuitas aparte, una teoría de la ciencia (epistemología), a la altura del conocimiento actualmente acumulado, ha de tener como fundamento esos presupuestos, condición metodológica de su pretensión de objetividad. Materialista, porque es un hecho constatado que toda la realidad conocida está compuesta de materia y energía, en sus distintos niveles de transformación e integración. Monista, por la unidad coherente de esa realidad material, en rechazo de los dualismos (materia/espíritu) invocados por distintas tradiciones mítico-religiosas y filosofías de corte idealista. Inmanente, porque los fenómenos naturales y las leyes que los gobiernan, tienen su explicación interna en la propia naturaleza del universo que habitamos, sin necesidad de recurrir a agentes extra o sobrenaturales. Evolutiva, porque, de acuerdo con los datos aportados por diversas disciplinas científicas, nuestro universo –del que formamos parte– es producto de la evolución y en evolución, partiendo de sus componentes elementales hasta la conformación de los niveles más complejos de integración energético-material.
Los anteriores presupuestos ontológicos no nacen de la arbitrariedad, sino que son «condición de» la mayor objetividad atribuida al conocimiento científico, precisamente por ser consecuencia coherente de nuestra interacción práctica con la realidad circundante y del avance mismo de las ciencias en sus niveles teóricos de mayor alcance.
¿Cuáles son las aristas principales de la teoría de unidades de nivel integración de Faustino Cordón? ¿Sería más bien una teoría filosófica o científica? ¿Tiene aceptación entre las comunidades científicas?
En el extenso Tratado evolucionista de Biología, Cordón desarrolla de forma detallada y rigurosa su original «teoría de unidades de nivel de integración». Sobre la común evidencia de la «complejidad creciente» del curso de la evolución, propone una delimitación precisa del concepto de nivel y el número concreto que de ellos podemos identificar y tomar en consideración. Implica diferenciar cualitativamente las unidades características de cada uno de los sucesivos niveles de integración de la materia/energía que han ido emergiendo en el desarrollo de nuestro universo hasta el momento presente, «integrando» cada uno de ellos los antecedentes (como en un juego de matrioshkas). Como es comprensible, deja en manos de físicos y químicos la resolución de los problemas y explicación de los pasos de un nivel a otro en la esfera de la materia inorgánica (partículas, átomos, moléculas), para centrar su tarea de investigación, como bioquímico y biólogo evolucionista, en los tres niveles sucesivos de integración de los seres vivos (en su teoría: proteínas globulares, células y animales). Pero su amplia mirada crítica sobre el estado actual de la ciencia, de sus avances y limitaciones, se plasma en numerosas publicaciones abordando, desde la inevitable perspectiva evolucionista (explicación de entes y sucesos «por su proceso de origen»), temas cruciales de carácter epistemológico, gnoseológico y metodológico.
Aunque defiende el papel que en ello pueda tener la filosofía, ciertamente la concibe como formulación de problemas que deben plantearse desde el nivel de conocimiento científico alcanzado en determinada época, obligando, a su vez, a éste a elevarse a respuestas de más amplio espectro y aplicación. Por tanto, su teoría de unidades de nivel integración, se sitúa en ese nivel de generalización científica o, si se quiere, en la propuesta de un modelo explicativo del desarrollo evolutivo de nuestro universo.
Aparte de las excepciones antes señaladas, no parece que sus teorías sean conocidas dentro de las «comunidades científicas», más próximas o más lejanas, sea para desarrollarlas o para desecharlas. Cabe esperar que, como sucedió con Mendel y otros científicos relevantes, en algún momento se llegue a apreciar la valiosa contribución de Cordón a la comprensión de la evolución.
¿Qué papel juega la noción de emergencia en la teoría de Cordón?
La naturaleza «no hace saltos», y menos desde una concepción evolucionista, aunque se desenvuelva a distintos ritmos. Por tanto, Cordón, junto a muchos biólogos evolucionistas actuales, desecha el recurso a «emergencias» de propiedades, entidades y sucesivos niveles de integración de la materia que no puedan ser explicadas por sus primordia y los procesos evolutivos antecedentes que han dado lugar a lo nuevo y más complejo. De ahí la propuesta metodológica de explicar hechos y fenómenos «por su proceso de origen».
¿Cuáles serían sus principales insuficiencias, si las hubiese? ¿Cuáles serían sus principales obstáculos ideológicos?
Las insuficiencias de sus desarrollos teóricos, y en particular de los datos a disposición, fueron por él reconocidos y, como se ha señalado, puso en marcha la FIBE para dar continuidad a la línea de investigación abierta. Pero a las carencias razonables del respaldo experimental de algunas de sus hipótesis, habría que añadir algunas otras. Dos son los principales problemas detectados, por mi parte, en su obra. De una parte, el concepto mismo de contingencia, no abordado como tal y de forma general. Tendría su base en relación a la autodeterminación interna de los seres vivos, en el grado de conciencia, autonomía e intencionalidad que concurren en su acción sobre el medio trófico específico que les permite obtener el alimento-energía imprescindible para la supervivencia. Propiedad que no se puede extender al mundo inorgánico. Queda pendiente explicar cómo es posible tal contingencia si la «explicación por los procesos de su origen» nos remiten a su antecedente evolución físico-química, habitualmente concebida en términos deterministas «necesaristas». Él confiesa que no se siente capacitado para entrar en terrenos ajenos a su competencia, pero no duda de que la solución del problema puede estar al alcance con el desarrollo de la ciencia. La otra cuestión, contradictoria con su propia obra y método de investigación (tal vez cediendo a presiones ideológicas de su entorno), tiene que ver con un giro inesperado en su constante propuesta acerca de la necesidad de una teoría integral evolucionista por construir. En su libro La biología evolutiva y la dialéctica (1982) viene a defender que ese marco teórico se encuentra, si no enteramente resuelto, sí ya delineado en las tesis del «materialismo dialéctico», minusvalorando incluso la aportación de Darwin frente a Hegel y Marx. Parece que posteriormente se refería a ese desliz con cierta displicencia, admitiendo que no tenía un conocimiento directo de estos dos autores.
Por cierto, hablando en términos generales, ¿juegan las ideologías algún papel, positivo o negativo, en el desarrollo y avances científicos?
Nadie está exento de la influencia de las ideologías circundantes en las personales concepciones acerca de uno u otros aspectos de la realidad, de los valores morales y políticos más o menos compartidos por el entorno social. No hay que desestimar el poder emocional y efectivo que las ideologías más irracionales pueden ejercer sobre las sociedades humanas, tema de estudio desde distintas ciencias sociales (antropología, psicología, sociología…). Pero, evidentemente, las ideologías («falsa concepción o interpretación de la realidad», y no ajena a determinados intereses socio-políticos), por su dogmatismo y carácter recurrente, son un grave obstáculo para el desarrollo de un espíritu y enfoque científico de las cosas. Como he apuntado antes, cumplen un papel efectivo en el mantenimiento y justificación de la «racionalidad» de que pretenden revestirse los sistemas vigentes y reacios al cambio. Patrick Tort desarrolla en varias de sus obras lo que llama el «Análisis de los Complejos Discursivos», describiendo cómo determinados avances de las ciencias se han producido en confrontación con las ideologías vigentes. Aboga por diferenciar el «discurso» del científico (sus aportaciones teóricas consistentes y perdurables) del «texto» en que se expresa y las interferencias ideológicas a que pueda ser susceptible. En el caso de Cordón, más allá de hacerse eco circunstancial de influencias ideológicas de su entorno, éstas no empañaron su honesto compromiso político como persona y ni el rigor científico de su obra.
Entre la filosofía de la ciencia contemporánea, ¿hay algún autor que haya realizado aportaciones de interés a las temáticas que desarrolla en su libro?
Cuando alguien se propone hacer una contribución a la solución de problemas no definitivamente resueltos, piensa que su aportación tiene algo de original, aunque, evidentemente, nada se construye sino sobre lo edificado (y cuestionado) con anterioridad. Los tres autores más citados y que me han servido como punto de partida para mi ensayo, pese a no figurar en los rankings de los medios académicos preponderantes, los considero de una altura y rigor que no he observado en otros teóricos de la ciencia. Tampoco ellos parten de cero, sino de muchas otras contribuciones, en especial, dentro del campo de la biología evolutiva.
Aunque Popper ha sido un referente sobrevalorado y sigue muy citado entre los filósofos de la ciencia, y pese a errores de bulto, ambigüedad terminológica y continuas auto rectificaciones, prestó atención a problemas relativos a la evolución y en contra del determinismo tanto físico como histórico, reconociendo el hecho probado de la libertad y creatividad, al menos de los seres humanos. Suya es la apreciación de que, si bien el pasado es único y cerrado, «el futuro es abierto». Aparte de algunas conclusiones «filosóficas» apresuradas de algunos físicos teóricos (y sus desvaríos acerca de modelos que no se ajustan al universo que habitamos), indudablemente las contribuciones desde las teorías de la relatividad y la cuántica –según qué interpretaciones– abonan la inclusión de la contingencia, tal como aquí se ha expuesto. En esta dirección puede interpretarse la conclusión final de Stephen Hawking, de que nuestro mundo no es perfecto ni exacto, y «sin la imperfección, ni tú ni yo existiríamos». Pienso que Mario Bunge, además de su encomiable esfuerzo en defensa del método científico frente al relativismo posmoderno, abre el horizonte de las múltiples formas de interacción y causalidad que operan en los fenómenos naturales, así como del distinto alcance de las leyes formuladas desde las distintas ciencias. Me sorprende que, como en tantos otros hombres de ciencia, no ponga su atención en la evolución como hilo conductor de todo lo existente.
¿Cuáles serían las insuficiencias epistemológicas de las filosofías de la ciencia a las que hace referencia en su libro?
La principal es la ausencia de esa perspectiva integral evolucionista como eje vertebrador del conjunto de las ciencias que, con toda razón, propugnaba Faustino Cordón. El ancestral prejuicio determinista y los métodos reduccionistas de investigación (explicación de lo complejo por la composición de sus partes más simples), así como el predominio de la mirada estructural-sincrónica, frente a la diacrónica-evolutiva, siguen vigentes entre la mayoría de quienes dicen hacer «filosofía de la ciencia».
Mi ensayo confronta también con las resilientes visiones esencialistas, prolongadas hasta el día de hoy por toda suerte de filosofías idealistas y recurrencias metafísicas, incluidas las postulaciones de modelos matemáticos y/o virtuales a los que se atribuye realidad más allá de su carácter instrumental.
Se muestra muy crítico con el denominado ‘materialismo dialéctico’. ¿No hay nada de interés en esa concepción filosófica asociada a la tradición marxista?
Marx nunca utilizó tal expresión y, aun sin negar la influencia hegeliana en el ambiente cultural y filosófico de su propia formación, hizo un serio esfuerzo teórico y práctico por superar la «enfermedad alemana». Aunque saludó en un primer momento la aportación de Darwin, no la incorporó a su concepción materialista de la naturaleza y de la historia, al confundirla finalmente con las teorías de Herbert Spencer y lo que erróneamente se denominó «darwinismo social». Engels se propuso sistematizar las «leyes de la dialéctica» y el método «dialéctico» de investigación científica. Las múltiples corrientes que se han reclamado del marxismo han hecho uso y abuso de tal concepto y método para justificar las más diversas y hasta contradictorias conclusiones en los análisis económicos, sociales y políticos. De ello tengo larga experiencia personal. Lamentablemente, la perdurable influencia idealista se detecta en la reproducción de cierta ilusión mesiánica y la invocación de un supuesto determinismo histórico que nos conduciría al «colapso» inevitable del sistema capitalista y la apertura a una sociedad socialista (proceso ineluctable, sobre el que solo cabe acelerar o retrasar sus ritmos). En mi opinión, el paradigma del pensamiento dialéctico hegeliano, además de intrínsecamente idealista, se sitúa en dirección contraria al materialismo evolucionista, tanto por su carácter finalista/providencialista –del que no se despoja una reinterpretación secularizada–, como por la necesidad interna y deductiva que reviste su lógica. De otra parte, la escolástica esclerótica desarrollada durante décadas en torno al «Diamat» mostró su esterilidad en el terreno de la ciencia, su endeble carácter ideológico y nefasta utilización política.
Sostiene la necesidad de un nuevo paradigma científico. ¿Cuáles serían las aristas principales de ese nuevo paradigma?
Un paradigma supone un conjunto de presupuestos teóricos y sistema conceptual de común aceptación, como punto de partida y encaje de cualquier investigación particular. En mi opinión, el paradigma científico de nuestro tiempo, acorde con los datos y saberes acumulados, debe tener como eje la imprescindible perspectiva global evolucionista, en buena parte sintetizada en la teoría de unidades de nivel de integración que desarrolla Cordón sobre una base conceptual precisa (nivel de integración, unidades de nivel como agentes, emergencia, evolución conjunta, medio y ambiente, campo físico…). Por mi parte, propongo que, de ese sistema conceptual, aplicable al curso entero de la evolución energético-material, ha de forma parte explícita la contingencia, en tanto constituye una «condición de posibilidad» de todo proceso evolutivo, producto de la interacción e interferencia de elementos agentes que permiten la emergencia de nuevos y diversos resultados, y sin solución de continuidad. Pero dotarse de una perspectiva teórica «más verdadera», no exime de la labor de investigación de cada uno de los pasos que han enhebrado el curso contingente de la evolución. Todo un campo abierto.
¿Por qué habla usted de la larga sombra del idealismo en la filosofía? Esa sombra idealista, ¿ha sido positiva o negativa?
El idealismo y su reiterada presencia a lo largo de la historia del pensamiento filosófico tienen probablemente una raíz antropológica. El desarrollo del lenguaje simbólico y de la generalización conceptual de hechos y experiencias ha constituido un ingrediente fundamental en el progreso de la racionalidad humana. Es la base de la evolución cultural y transmisión de saberes, desde las idealizaciones mitológicas hasta las concepciones científicas. Pero la reflexión «racional-filosófica», y más aún la cultivada en los medios académicos, con frecuencia se ha encerrado en un mundo propio, un «mundo de las ideas», presuntamente autónomo en sus elucubraciones y ajeno a las condiciones sociales e históricas que están en el origen de los problemas planteados. Muchas veces ha cumplido un papel de justificación «racional» del sistema social y político vigente, de sus imaginarios y valores ideológicos. En otras, ha cumplido una función crítica sobre sus contradicciones, abriendo paso a nuevas formas de pensar la realidad cambiante. También, en ocasiones y a un nivel precientífico, ha suscitado preguntas y alumbrado caminos por los que las ciencias han desenvuelto su propia andadura y con sus métodos específicos. Pero toda «Historia de la filosofía», como proceso autorreferente, y compendio de sus propias controversias conceptuales, no deja de situarse en un plano idealista.
Pero, como se ha dicho antes, también los científicos ceden a la tentación de hacer metafísica, cuando se arriesgan a hacer extrapolaciones «filosóficas» abusivas de los datos y conclusiones de su propio campo a otros ajenos. El idealismo esencialista, no contradictorio con el finalismo originario inserto en el orden preestablecido, ha pervivido incluso en las formulaciones y leyes de la ciencia moderna, hasta que las teorías evolucionistas se fueron abriendo paso en biología, física, cosmología…, sin por ello lograr su erradicación definitiva.
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Una vez que me doy tiempo y sosiego para traducir a textos escritos reflexiones maduradas a lo largo de los años, quedan pendientes de elaboración otros ensayos en mente. Por mi larga experiencia en la batalla, teórica y práctica, por la laicidad del Estado y sus instituciones (en nuestro caso, un Estado «cripto-confesional», al decir de Puente Ojea, como herencia no superada del franquismo), me ocuparía, en primer lugar, de dar forma a un ensayo sobre la libertad de conciencia y el laicismo desde una perspectiva marxista y los objetivos de emancipación personal y social, abordando el problema de la conciencia socialmente conformada y «alienada», de nuevo sobre el papel de las ideologías … Hay otros temas de mi interés por abordar, si los plazos de la vida lo permiten.
Fuente: El Viejo Topo, julio-agosto de 2024.