Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Una autocrítica

Dilar Dirik

Una autocrítica sobre mi trabajo, en una época en la que la máscara liberal del violento sistema imperialista se desmorona en tiempo real. Para leer con la mente abierta.

La crítica y la autocrítica son importantes mecanismos de rendición de cuentas en la búsqueda de la verdad y la justicia. Escribo este texto con la intención de ofrecer una autocrítica y aclarar mi posición actual sobre un conjunto de cuestiones, tras haber alcanzado nuevos conocimientos y realizaciones antes y después de la publicación original de mi libro The Kurdish Women’s Movement: History, Theory, Practice [El Movimiento de Mujeres Kurdas: Historia, Teoría, Práctica]. Espero que esta adición pueda ofrecer un contexto crítico adicional a los lectores que deseen interesarse por el contenido.

El libro, publicado por primera vez en 2022 y escrito para un público internacional, es producto de una época llena de acontecimientos, caracterizada por grandes e históricas batallas políticas, ideológicas y epistémicas. Expresa el compromiso político de dar cuenta de una lucha organizada desde hace décadas en un mundo en el que la organización antisistema es reprimida, criminalizada y atacada. Como autor, nunca podría hacer justicia a la magnífica resistencia y a los incontables sacrificios arraigados en la vida de millones de personas corrientes dentro y fuera del Kurdistán.

Aunque es importante escribir con empatía y solidaridad hacia los oprimidos y sus luchas, siempre hay que mantener un enfoque reflexivo y de principios. A continuación abordaré lo que considero problemas en mi trabajo. Contextualizo mi autocrítica con referencia a las tendencias en el ámbito de la producción de conocimiento político en las condiciones contemporáneas. No es inconsecuente que en el momento de la finalización y publicación del libro, yo ocupara un puesto fijo (y con ello, una cierta mentalidad) en la Universidad de Oxford, un lugar de generación intelectual-ideológica y de reposición de la hegemonía cultural imperialista y colonial. Ahora escribo habiendo abandonado el mundo académico. Además, escribo en una época en la que la máscara liberal del violento sistema imperialista se está desmoronando en tiempo real: un momento global de politización antisistémica de la sociedad.

Como se menciona en el libro, 2014 marcó el año en que el pueblo kurdo, en el contexto de la lucha contra el llamado Estado Islámico (Daesh), entró por primera vez en la conciencia global a gran escala. En el periodo transcurrido desde entonces, las luchas kurdas y los contextos geopolíticos en los que habitan han crecido rápidamente y han cambiado de formas sin precedentes. Han surgido nuevas dinámicas, muchas de las cuales son difíciles de comprender o asimilar incluso para quienes conocen bien este legado.

En este contexto de guerra y caos –no obstante, en una nueva era de medios digitales y de comunicación de masas y en la que las preocupaciones morales, políticas y filosóficas dentro de la producción intelectual están cada vez más sujetas a los intereses del mercado–, las implicaciones sociales e históricas más amplias de las representaciones de la realidad pasaron a un segundo plano en todo el espectro ideológico. Por un lado, existía un evidente esfuerzo estatista euroamericano concertado para dirigir y controlar la información sobre los acontecimientos que se desarrollaban en el Kurdistán y en la región en general en función de intereses geopolíticos. Por otro lado, el deseo común de desestigmatizar las luchas kurdas etiquetadas como terroristas en un momento en el que se encontraban en el punto de mira mundial como protagonistas de la lucha contra Daesh, un grupo brutal que cambió la demografía de la región y cuya verdad sigue siendo oscura a día de hoy, generó narrativas y discursos (especialmente en el ámbito anglófono) que se alineaban con los marcos liberales imperialistas y militaristas euroamericanos, en lugar de desafiarlos. Muchas personas, entre las que me incluyo, pudieron construir o impulsar sus agendas políticas o carreras personales en este nuevo mercado de la información, mientras las comunidades seguían sufriendo.

La mente colonizada a menudo construye el Norte global, especialmente una cara liberal percibida de él, como la «audiencia internacional» a la que aspira ser escuchada. Como crecí teniendo que justificar la propia reivindicación de una existencia cultural, escribí con la preocupación de hacer más visibles las historias de opresión y resistencia en el Kurdistán, sobre todo después de ver cómo las dinámicas radicales y militantes de las luchas kurdas –aspectos que son fundamentales para su naturaleza y sus éxitos–, se dejaban deliberadamente de lado en los relatos emergentes. A menudo desestimaba los escepticismos que -debido a sus raíces ideológicas liberales o a su posición de clase- me parecían de mala fe o ajenos a las realidades de penuria y contradicción a las que se enfrentan las luchas revolucionarias que operan en contextos de guerra y destrucción. Pero mientras tanto, de forma más crítica: por diversas razones, me faltó la voluntad, la capacidad o el coraje para comprender y abordar ciertas cuestiones en torno a la geopolítica y el poder y para criticar de forma significativa las contradicciones que surgen en los procesos políticos en el Kurdistán, en particular una proximidad cada vez mayor a los agentes e instituciones del neocolonialismo y el imperialismo. Hablo por mí, pero mi caso también forma parte de un fenómeno colectivo más amplio.

En el libro, las secciones centradas en Rojava/Noreste de Siria hacen hincapié en la política popular, la ideología y la historia de lucha del movimiento por la libertad del Kurdistán. Este legado emancipador de los pueblos, con todas sus complejidades, sigue siendo sin duda uno de los acontecimientos más significativos de la reciente historia regional y mundial. Los revolucionarios kurdos y las masas organizadas lograron –sin ayuda de nadie y con grandes sacrificios– movilizarse para detener el avance de Daesh en distintos lugares de Irak y Siria antes de que los Estados hubieran siquiera pronunciado la existencia del grupo, mostrando uno de los casos más magníficos de resistencia popular y victoria contra el fascismo en la historia reciente. Sin las intervenciones militantes de los cuadros del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) en 2014, imprevistas en los cálculos de la mayoría de los actores, Oriente Medio tendría hoy un aspecto muy diferente. Sin embargo, dejando a un lado las historias de resistencia social reprimidas y la práctica revolucionaria de base o de izquierdas, las condiciones geopolíticas contribuyeron posteriormente de forma sustancial al desarrollo de Rojava/Noreste de Siria hasta convertirse en una entidad relativamente estable en un país devastado por la guerra. Si no se tienen debidamente en cuenta, se corre el riesgo de tergiversar los acontecimientos históricos mundiales, incluidos los factores que determinan los éxitos y fracasos de los movimientos en un contexto determinado. Si se omite el análisis geopolítico en profundidad, las descripciones parciales de las trayectorias políticas resultan atractivas (y populares), pero, en última instancia, no sirven a largo plazo a las búsquedas de la liberación nacional y la unidad internacionalista contra las estructuras globales de dominación.

Estados Unidos y sus aliados han mantenido durante décadas un programa estratégico para atacar Siria. Durante la última década y media, esto ha implicado una amplia campaña de patrocinio de una insurgencia armada dirigida por islamistas y otras medidas clandestinas de guerra e inteligencia, en gran parte ocultas a la opinión pública, contra un país soberano. Aunque los relatos dominantes se han centrado en la violencia estatal, la presencia de violencia sectaria apoyada desde el exterior, más tarde con la creciente participación de mercenarios no sirios, configuró los acontecimientos (y la respuesta del Estado a los mismos) a partir de marzo de 2011, sembrando profundas divisiones sociales y diezmando las capacidades económicas del país. El argumento de que las fuerzas islamistas radicales «secuestraron la revolución siria» más tarde oculta la magnitud de la destructiva y planificada política y guerra euroamericana en la región (entre otras cosas, planes premeditados de cambio de régimen y desintegración territorial con apoyo extranjero), que, como en otros lugares, además de la coerción directa, también implican medios de poder blando, como a través del trabajo de la National Endowment for Democracy o NED, para la ingeniería o cooptación de oposiciones y círculos de la sociedad civil favorables a agendas pro-intervencionistas). De forma similar a su respaldo a los paramilitares contrarrevolucionarios anticomunistas en América Central y en otros lugares a lo largo del siglo XX, Estados Unidos, el Reino Unido y otras potencias occidentales, con la cooperación de aliados regionales, han reclutado, financiado, entrenado y armado históricamente a organizaciones reaccionarias, principalmente islamistas, desde Afganistán hasta Libia, primero contra la Unión Soviética y los movimientos de izquierda y anticoloniales durante la Guerra Fría y más tarde contra Estados soberanos que no se encontraban bajo la esfera de influencia occidental. Los acontecimientos decisivos de junio de 2011 en Jisr al-Shughour, narrados de manera evasiva en mi libro, deben reconstruirse tras este telón de fondo. Dado que esta masacre de falsa bandera cometida contra (y, con complicidad periodística, falsamente atribuida a) las fuerzas del Estado sirio tuvo lugar en la frontera con Turquía, un país de la OTAN, una operación de permanencia al estilo Gladio para escalar es una posibilidad en este caso. La cara visible de la intervención militar estadounidense en Siria (tras años de operaciones secretas dirigidas por la CIA para colapsar el Estado) se presentó al mundo como un resultado de la decisión de «apoyar a los kurdos» como «botas sobre el terreno» contra Daesh, en sí mismo un producto y parte de la guerra contra el país. Hoy, mediante la imposición agresiva de sanciones y la confiscación de petróleo, justificada en parte por la cooperación con las fuerzas kurdas, Estados Unidos y sus aliados continúan, en nombre de la «lucha contra el terrorismo», su viejo proyecto de desestabilización de Siria a toda costa, siendo Siria, como país, un frente militar y logístico en la resistencia regional a Israel, pilar del poder estadounidense en la región. El caso de Siria, a su vez, debe entenderse junto con las agendas de intervención a mayor escala en la región de Oriente Medio y el Norte de África. Estas no son solo de naturaleza militar, sino que emplean cada vez más métodos de guerra especial centrados en la población para socavar la soberanía nacional y lograr un consenso mundial, en el que los servicios de inteligencia, la sociedad civil y la producción de conocimientos desempeñan papeles importantes e interrelacionados.

Los pueblos de todo el mundo han luchado y siguen luchando para cambiar sus condiciones de muchas maneras diferentes. Dondequiera que haya opresión, la gente recurrirá a diferentes medios para resistir. Al mismo tiempo, en las actuales condiciones globales –marcadas entre otras cosas por la guerra cognitiva, facilitada por la inteligencia mediante la extracción masiva de datos, la vigilancia y otros métodos engañosos y clandestinos para obtener una visión agravada de nuestros corazones y mentes–, la disidencia, la lucha y las contradicciones sociales existentes son también ocasiones para la intervención extranjera. En otras palabras, los movimientos políticos y las narrativas que los rodean constituyen el núcleo de la guerra moderna actual. Estados Unidos y sus aliados (otros Estados, pero también corporaciones como las grandes empresas tecnológicas) dominan el ámbito de la información a escala mundial. Como se documenta tanto en las doctrinas militares como en los cables y correos electrónicos filtrados, los medios de que disponen –desde el poder y la influencia «blandos» (por ejemplo, la «promoción de la democracia», la financiación de la sociedad civil, los marcos de derechos humanos y humanitarios, los medios de comunicación, el mundo académico, etc.) hasta la coerción económica y el poder militar «duro» (incluidas las operaciones encubiertas altamente secretas)– no sólo pretenden influir en la naturaleza y la dirección de los movimientos, sino también cambiar el terreno y los términos de la confrontación. Aunque hay que tener cuidado de no tomar estas dinámicas como una razón para descartar de forma general todas las causas y corrientes de oposición como marionetas extranjeras ilegítimas, el reconocimiento y la crítica honestos de las realidades son cruciales para el análisis y la acción intelectual y política.

Volviendo al caso que nos ocupa: Cometí varios errores en este tema. En primer lugar, a pesar de las nuevas ideas, me abstuve de decir cosas significativamente críticas sobre Siria y el episodio más amplio de la «Primavera Árabe», en parte por confusión, pero también por temor a ser etiquetado como «apologista del régimen» o «contrarrevolucionaria». Personas con una visión crítica y perspectivas válidas habían sido difamadas o silenciadas por desafiar las narrativas dominantes. Esto, a su vez, enturbiaba aún más la comprensión. En segundo lugar, preocupada principalmente por la defensa de Rojava, la parte más pequeña de un Kurdistán por liberar, un lugar que representa el trabajo y los sacrificios de décadas de revolucionarios de izquierdas y comunidades luchadoras ordinarias, me negué psicológicamente a aceptar o abordar toda la naturaleza, profundidad, significado e implicación de las relaciones, ya de una década, con Estados Unidos y sus aliados dentro de Siria. En el intento de centrar la lucha local contra la opresión, acabé restando importancia al impacto material del imperialismo, un factor que afecta cada día a millones de sirios y a otros pueblos de la región. Siento las consecuencias de disculpar directa o indirectamente las políticas del poder euroamericano en la región con mayor dureza desde el comienzo de la guerra de Israel contra Gaza, un imperdonable genocidio de palestinos respaldado por Occidente, en curso en el momento de completar este texto.

Es más, esta mentalidad errónea y estrecha contribuyó en última instancia a que no planteara con sentido lo que creo que es una de las preguntas sin respuesta más importantes de nuestro tiempo: ¿Qué es realmente Daesh?

Dado el trauma que Daesh infligió a nuestros pueblos, la prioridad de derrotar al grupo se hizo a costa de intentar comprender adecuadamente sus verdaderos orígenes y naturaleza. Al igual que en el caso más amplio de Siria, el análisis intelectual independiente sufrió profundamente y fracasó aquí. El momento y la forma de la evolución de Daesh se alinearon bien con las agendas para remodelar la región. Sería ingenuo creer que el grupo no se coordinó con varios Estados. Sin embargo, incluso las especulaciones en torno a estos asuntos fueron silenciadas o marginadas en favor de narrativas apolíticas desde el principio. En la actualidad, en los tribunales europeos se está escribiendo una historia oficial distorsionada que, aunque pretende hacer justicia a las víctimas, adapta la historia de Daesh a las agendas estatales. La verdad, sin embargo, es clave para cualquier posibilidad de justicia significativa.

Al escribir en un territorio político arriesgado y no siempre segura de mis conocimientos y comprensión de la política profunda, a menudo me mantuve (y en cierto modo sigo manteniéndome) reticente. Por ejemplo, a falta de «pruebas» completas y en medio de contundentes campañas de engaño, tuve que tener cuidado con las afirmaciones que podía hacer sobre el papel completo del Partido Democrático del Kurdistán (o PDK, un aliado regional de la OTAN) en el genocidio del Daesh contra los Êzidîs. Exponer toda la verdad que hay detrás de esta catástrofe y de quienes trataron de encubrirla desde el principio está en la conciencia de la humanidad. Debe ser un esfuerzo colectivo (y organizado al margen de las economías del conocimiento hegemónicas y coloniales), ya que incluso tocar estos temas es peligroso.

Después de la publicación, profundicé en la historia de la simbiosis entre el imperialismo occidental y determinadas manifestaciones de islamismo político violento y, desde entonces, he sentido la urgencia de cuestionar fundamentalmente las narrativas hegemónicas en torno al fenómeno llamado «Daesh». Fijarse, como he hecho yo y otros, en el papel de Turquía, Qatar y Arabia Saudí en el ascenso de grupos de la tradición de Al Qaeda en Siria no debe ocultar el papel y los intereses de actores como Estados Unidos, los países europeos e Israel.

La conformidad kurda con la historiografía dominante en torno a Daesh es una tragedia en sí misma. El discurso del movimiento kurdo sobre Daesh y Siria cambió en cierto modo después de 2014 al entrar en relación con Estados Unidos y sus aliados. Anteriormente, se hacía más hincapié en cómo las potencias de la OTAN y sus aliados regionales empoderan a grupos como los Hermanos Musulmanes y Al Qaeda para atacar la región. Con el tiempo, incluso mientras las poblaciones kurdas seguían siendo atacadas por la OTAN, algunas clases políticas y militares que surgían en Rojava y el noreste de Siria y sus alrededores, en desacuerdo con líneas ideológicas por lo demás arraigadas y proclamadas, cocrearon activamente narrativas que normalizan la presencia y las acciones de las fuerzas coloniales e imperialistas en la región, al tiempo que afirman proteger a la región y a sus pueblos. Movilizados por la urgencia de derrotar a Daesh, los círculos de la diáspora y de solidaridad (entre los que me incluyo) se hicieron eco de ellas sin previsión (y en algunos casos, la gente tomó selectivamente aspectos del recién descubierto contexto kurdo como ocasiones para legitimar posturas criptoimperialistas, a menudo impulsadas por agendas islamófobas, antiárabes e incluso sionistas. Esto también creó patrones oportunistas entre los organizadores kurdos y dio poder a los nacionalistas de derechas y conservadores que parasitaron los esfuerzos y sacrificios de los militantes de izquierdas en el Kurdistán, a los que en Occidente se califica de terroristas y, por tanto, se considera tabú incluso entre algunos activistas. No es de extrañar que, dados los niveles de borrado de la rica y sacrificada historia revolucionaria del Kurdistán en favor de un discurso prokurdo apolítico liberal o ideológicamente confuso, enmarcado principalmente para el mundo occidental, toda la lucha kurda se vea hoy con recelo entre algunos antiimperialistas. Convenientemente, las críticas válidas suelen estar contaminadas por el derrotismo y el chovinismo antikurdo existente, pero este debate queda fuera del alcance de este texto).

Las actuales campañas y ocupaciones militares turcas en Rojava/Norte de Siria (y Kurdistán septentrional y meridional) plantean una verdadera pregunta: ¿qué otra cosa se debería haber hecho? Los pueblos que luchan por sobrevivir, rodeados de fuerzas hostiles, no pueden permitirse el lujo de elegir a sus aliados en este mundo. No tengo una respuesta clara a esto. Sin embargo, hay aquí un punto moral-filosófico más profundo relacionado con la verdad, el poder y la conciencia histórica. Sin estar en la posición de tener que decidir sobre el destino de millones de personas bajo el fuego, las personas que pretenden ser productoras de conocimiento sí tienen una responsabilidad intelectual. Incluso las personas bienintencionadas que están profundamente afectadas por las masacres en la región y han perdido a compañeros y seres queridos a causa de los ataques del Estado turco y Daesh deben reconocer las consecuencias últimas de ciertos discursos y relaciones materiales. Las narrativas crean percepciones de la verdad, con repercusiones en la vida real de las poblaciones mucho más allá de la comunidad y el tiempo inmediatos de cada uno; de hecho, afectan a la capacidad de las personas para actuar políticamente. Hacen el mundo.

Mis propios apegos emocionales, políticos y profesionales me impidieron realizar un análisis más valiente y basado en principios (incluyendo, entre otras cosas, cuestiones sobre las contradicciones de luchar por la liberación no estatal en un contexto de agresión imperialista y capitalista a gran escala contra la soberanía nacional en la región). Solía ver la «cooptación» de la imagen de las luchadoras kurdas, algo que critico desde 2014, como una mezcla de orientalismo y gestión de la percepción para borrar el legado emancipador del movimiento por la libertad del Kurdistán. Sin embargo, dejando esto a un lado, una función más profunda y el objetivo de esta táctica política de los medios de comunicación era revivir la idea muerta de los EE.UU. como un actor benévolo en la región después de las guerras asesinas en Irak, Afganistán y Libia, y desviar la atención de las profundas y antiguas relaciones que los países europeos, los EE.UU. y otros aliados de la OTAN mantuvieron históricamente con grupos fascistas y reaccionarios y regímenes opresivos como activos. En la precaria búsqueda de la estabilidad a corto plazo, poco se hizo de forma significativa para proteger el legado de las mujeres guerrilleras de tales niveles de mercantilización. En un trágico giro de la historia, y en contradicción con los principios con los que muchos mártires emprendieron la lucha, el símbolo más poderoso y significativo en la lucha contra el fascismo de Daesh se convirtió en la tapadera más atractiva para las raíces de este último en manos de los escritores de historia dominantes. La entrega de la cuestión histórica de la aparición, el ascenso y la verdadera naturaleza de Daesh al mundo de los Estados, los servicios de inteligencia, los medios de comunicación dominantes y los grupos de reflexión financiados por la OTAN y los Estados del Golfo, y la retórica comprometida de las Fuerzas Democráticas Sirias dirigidas por los kurdos en torno a la «lucha contra el terrorismo global en nombre de la humanidad junto con nuestros aliados« son una injusticia para las personas, que sufren y mueren luchando contra Daesh y grupos similares y en las numerosas guerras y ocupaciones que asolan la región.

Tal colapso de las referencias de significado, valor y propósito es un desastre histórico a nivel moral y espiritual. Además, la pereza o la complicidad intelectual por motivos políticos, aunque estén motivadas por el deseo de apoyar determinadas causas o crear esperanza y solidaridad, afectan de forma más general a nuestro conocimiento y conciencia sobre acontecimientos y desarrollos clave, y con ello a nuestra capacidad de actuar en el mundo con una conciencia política informada. Por ejemplo, el hecho de que las principales descripciones mediáticas y académicas del conjunto de acontecimientos y dinámicas enmarcadas como la «Primavera Árabe» no tuvieran en cuenta los profundos intereses geoestratégicos de las potencias hegemónicas y sus intervenciones en Asia Occidental y el Norte de África refleja una tendencia más amplia en las representaciones y debates en el mundo anglófono en torno a las movilizaciones populares, por muy efímeras o tenues que sean (especialmente en los países de interés para la hegemonía occidental): la sobreamplificación febril de instancias transitorias de poder popular –a menudo marcada por la atribución a imágenes fotogénicas y momentos simbólicos de inmensa agencia, profundo significado y romántica significación histórica–, por encima de niveles y actores más profundos de la política y la historia. La priorización del discurso y la estética sobre el análisis material (y, desde el punto de vista político, de la visibilidad sobre la capacidad y la organización reales) contribuye en gran medida a la contaminación de la percepción a través del exceso de información al que está sometida la sociedad en la era de la comunicación de masas. Es necesaria una comprensión más crítica de cómo las protestas, los levantamientos, los movimientos sociales y las revoluciones (la inversión en caracterizaciones sesgadas de movilizaciones efímeras prematura y distorsionadamente como «revolución» o «revolucionario» no es sólo una cuestión analítica o un debate teórico) son representados para obtener beneficios geopolíticos por Estados externos (que a su vez reprimen la disidencia interna) e instituciones cercanas a ellos (especialmente los medios de comunicación, el mundo académico y los grupos de reflexión), especialmente a medida que las formas sofisticadas y centradas en la población de la guerra especial, incluidas las operaciones psicológicas, se vuelven más eficaces y peligrosas con nuevas tecnologías como la inteligencia artificial. En cualquier caso, un análisis honesto y sobrio es necesario para quienes creen en un auténtico cambio liberacionista a través de principios y una organización seria. La transformación significativa en el sentido de cambio de sistema no se produce sólo porque la gente se ponga en plataforma para construir y hacer circular fantasías excitantes que no se ajustan a la realidad. Distorsionar la verdad no puede ayudar a la lucha política.

Meses después de la publicación original de este libro, estallaron protestas y revueltas en Rojhelat (Kurdistán oriental) e Irán tras la muerte de Jîna Amînî, una joven kurda que había sido detenida por la «policía de la moral» por no cumplir el código de vestimenta patriarcal impuesto por el régimen islámico. Pronto, el lema del movimiento revolucionario de mujeres kurdas «Jin, Jiyan, Azadî», coreado durante su funeral, dio la vuelta al mundo. Muy pronto, sin embargo, estas palabras –producto de la experiencia de resistencia de miles de guerrilleros etiquetados como terroristas, presos políticos y organizadores revolucionarios, muchos de los cuales habían muerto en la lucha contra el segundo ejército más grande de la OTAN– se utilizaron como señuelo en manos de los monárquicos persas y otras élites y Estados de la OTAN y aliados regionales a los que no podían importarles menos las luchas de la gente corriente, sino que persiguen, como en todas partes, estrategias de cambio de régimen a toda costa, incluso jugando con el colapso de los países, la guerra civil y el caos regional. El flagrante vaciamiento de la filosofía anticolonial, anticapitalista y antisistémica y de la práctica colectiva incrustada en el legado del eslogan se elaboró y dirigió deliberadamente a escala internacional. Algunas de las figuras del establishment euroamericano que derraman lágrimas de cocodrilo por las mujeres en Irán se encuentran entre los más feroces defensores del genocidio de Israel, que también es feminicida.

Estas dinámicas demuestran la necesidad de vigilancia ideológica, claridad y autodefensa en un espíritu de internacionalismo. Nada de esto menosprecia a las innumerables personas de la región y de todo el mundo que, a diario, arriesgan sus vidas para luchar por la justicia y la liberación. Al contrario, la honestidad en torno a las cuestiones mencionadas es un deber político y moral, ya que la gente busca y construye la unidad de las luchas en todo el mundo. No cabe duda de que es necesario un cambio radical frente a la opresión, pero ¿cómo y en qué términos? La amplificación de determinadas luchas –independientemente de su naturaleza, integridad moral o capacidad– en determinados momentos por parte de las potencias mundiales nunca es gratuita. Las decisiones quirúrgicas, temporales y tácticas tomadas desde arriba por el núcleo imperial en relación con los contextos locales siempre se producen a expensas de la posibilidad de una liberación más amplia del sistema capitalista dominante a escala mundial. Es más, además de la dependencia de actores extranjeros, a menudo crean profundas y vulgares divisiones entre los pueblos a costa de la perspectiva de soluciones independientes o sostenibles, desde la lucha autónoma indígena hasta la solidaridad o el diálogo regionales. En una época en la que se normaliza como activismo político la presión temeraria a favor de un cambio de régimen patrocinado desde el extranjero, aun a riesgo de guerra y destrucción, es importante luchar contra la discordia impulsada por el derrotismo e insistir en procesos y perspectivas basados en principios que defiendan la idea de que, en última instancia, las personas deben poder convivir en paz y justicia y mirarse a los ojos todavía –por supuesto, sobre la base de la libertad para todos–.

En este sentido, espero que los lectores no idealicen el Kurdistán –o cualquier otro lugar– como una zona ya liberada o un «caso» con el que solidarizarse, sino que lo aborden con complejidad, como uno de los muchos lugares de lucha enmarañados del mundo, un lugar con contradicciones. La liberación, como subrayan a menudo los revolucionarios kurdos, se basa en la lucha permanente, incluso dentro de la lucha, incluso dentro de uno mismo. Nuestra capacidad para creer de verdad y comprometernos con la idea de que es posible transformar las condiciones del mundo depende de nuestra capacidad y voluntad para comprender plena y seriamente la violencia y los engaños que organizan el mundo. Esto significa luchar contra las actitudes falsas entre nosotros. Es un deber para con todos los que han caído en el camino de la resistencia. Por la presente asumo la responsabilidad de mis propios errores a este respecto.

Ahora, un último punto sobre la política y la moralidad de la producción de conocimiento dado el mundo actual y el venidero:

Idealista sobre el poder de la educación y la investigación, durante mucho tiempo he sido realmente inconsciente de hasta qué punto los conceptos de contrainsurgencia penetran en el tejido de la producción de información con el objetivo de la pacificación social y política. Como veo más claramente ahora, las descripciones honestas de la realidad son imposibles bajo la sombra y la influencia de la propaganda estatal imperialista –inevitable especialmente en lugares como Oxford y otras instituciones que están invertidas en la industria armamentística y enredadas con el gobierno, el ejército, la inteligencia y la acumulación capitalista–. La llamada «literatura académica», es decir, el corpus de trabajos escritos revisados, desarrollados principalmente por liberales de clase media investidos en las estructuras de poder occidentales, a menudo crea más confusión que claridad. La inversión excesiva en ella, junto con el rechazo ideológico a comprometerse con las teorías populares antisistémicas desarrolladas en la resistencia contra las fuerzas de opresión, refuerza inevitablemente las visiones del mundo (y los estilos de vida) pasivos y liberales, incluso entre los académicos que se consideran críticos. Además, como a los académicos les gusta considerarse pensadores críticos y complejos, a menudo son menos propensos a aceptar la influencia de la guerra total de la información en su comprensión del mundo. Las cuestiones serias y delicadas en torno a la política del Estado profundo suelen evitarse con ansiedad, ridiculizarse o barrerse bajo la alfombra. Un examen más riguroso de las formas en que está organizado el mundo sacudiría profundamente los cimientos de la academia occidental, por lo que aferrarse psicológicamente a los argumentos y discursos convencionales es la opción más segura para la propia carrera individual. Lamento haber sido testigo de un periodo de asimilación y pacificación ideológica dentro de mí mismo; encantado y distraído por acrobacias de palabras estéticamente agradables, renuncié parcialmente a mi percepción del mundo, bloqueando nuevas percepciones y confiando cada vez menos en mis perspectivas antisistémicas preexistentes, más sólidas, que debo a diferentes luchas políticas.

Aunque tratar de poner de relieve una cultura de resistencia invisibilizada escribiendo sobre su existencia en la corriente dominante parecía una opción legítima en una época en la que la construcción nacional y la atención internacional estaban dramáticamente entrelazadas en las narrativas públicas, ya no me dedico a las culturas del conocimiento que reproducen la modernidad capitalista al servicio del poder, en guerra con la verdad. En cualquier caso, los significados más importantes de la teoría y la práctica antisistema corren el riesgo de perderse cuando se incorporan a los registros del sistema dominante. Las luchas de los pueblos no necesitan esa validación para ser legítimas. Ya lo son, a los ojos de millones de personas. Ya no quiero formar parte de una clase intelectual que, consciente o inconscientemente, se alinea con agendas coloniales e imperialistas mientras afirma producir una crítica anticapitalista (materialmente intrascendente). Para empezar, debería haberlo sabido. Como proponen los revolucionarios del Kurdistán y de otros lugares, la producción de conocimiento liberacionista no debe servir para apelar o apaciguar a los sistemas de poder. Debe iluminar, galvanizar y activar a la gente, no pacificarla. Y en cualquier caso, se genera dentro de la lucha activa, no meramente de forma pasiva en torres de marfil. Ahora más que nunca, es importante construir investigación y educación autónomas, fuera del sistema, además de infraestructuras universitarias soberanas en el Sur global.

En este espíritu, con un compromiso renovado con el conocimiento y la verdad, conmemoro a mi inmortal camarada Nagihan Akarsel (Zîlan), educadora y militante popular revolucionaria, asesinada por orden de la inteligencia turca en Silêmanî el 4 de octubre de 2022. Su luz, su coraje, su postura y su devoción por transformar radicalmente el mundo son semillas para la lucha por la libertad en nuestra vida.


Gracias a quienes han contribuido a este texto con sus perspectivas y comentarios.

Fuente: Substack de la autora, 22 de noviembre de 2024 (https://dilardirik.substack.com/p/a-self-critique)

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