Indignados: un arma cargada de futuro
Carlos Gutiérrez
No es una poesía gota a gota pensada
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.
Gabriel Celaya.
A modo de introducción
En primer lugar, quisiera aclarar que la modesta reflexión que me propongo abordar en estas líneas, no pretende ser un material elaborado desde afuera. Pretendo que sea algo producto de la reflexión a la que me lleva mi, imperfecta e intermitente, participación en el propio movimiento. Por supuesto, que ni yo ni nadie está en condiciones de dar lecciones o de tratar de impartir doctrina. Quién cayese en esa tentación estaría haciendo un flaco favor al necesario desarrollo del propio movimiento.
En este sentido, y tal como me apuntaba hace poco un querido amigo, creo que no estaría de más, para situar las cosas en lo que creo sus justos términos, rectificar-completar un comentario de alguien al que, sin dudas, consideramos como “uno de los nuestros”, el compañero Julio Anguita. Decía Julio que los indignados eran “de los nuestros”. Pienso que sería bastante más descriptivo, útil y ajustado a la realidad, afirmar que “somos de los suyos”. Los implicados en organizaciones políticas de la izquierda no podemos ser otra cosa que parte indisoluble del movimiento, no somos ni su dirección, ni estamos legitimados para caer en la soberbia de mirar por encima del hombro a nadie.
Creo que en un trabajo que pretende ser un análisis efectuado desde el movimiento, y que está dirigido también, a los que participan en el, no serían necesarias más aclaraciones, pero dada la feroz campaña mediática de criminalización, me gustaría dirigirme a posibles lectores malintencionados, e informarles de que el título no pretende ser una exaltada y “radical” llamada a las armas, sino, todo lo contrario, un guiño a la carga poética que va inscrita en el código genético de un movimiento de soñadores que quieren cambiar el mundo.
Un espacio abierto y de un incalculable potencial
En mi opinión, la muy corta, no lo olvidemos, vida del movimiento 15M, o movimiento indignado, ha dado ya muchas pruebas de que el potencial que lleva en su seno puede ser calificado de enorme. No creo que debamos caer en el error de exigir resultados inmediatos o que se propicien cambios importantes en tan poco espacio de tiempo. La paciencia ha de ser la característica fundamental que marque nuestra actuación. Si hace escasos meses caíamos en la desesperanza y en la frustración ante la falta de movilización popular, ahora no podemos pretender que este incipiente soplo de esperanza sea ya un producto perfecto que pueda afrontar y solucionar todos nuestros problemas.
Del mismo modo, quién pueda pensar que no se ha conseguido nada o que todo pasará, fugaz como una tormenta, no ha entendido nada, o tiene una concepción demasiado estructuralista y mecánica de los procesos sociales. Tal como ha afirmado Carlos Taibo, queramos o no, ya nada será igual. En el más pesimista de los casos, si el movimiento no cuajase o no se pudiesen conseguir cambios políticos importantes, la experiencia vivida por una multitud de jóvenes, marcará toda su vida, haciendo de ellos personas más completas, más solidarias, mejores y con un bagaje que transmitir a la siguiente generación. Creo que esto es algo nada desdeñable, podemos estar ante la recuperación de un hilo generacional de luchas que muchos creíamos perdido.
Pienso que estamos ante la mejor oportunidad para que los jóvenes empiecen a despertar de un sueño hábilmente inducido por los interesados en el mantenimiento y la reproducción del sistema. Y eso ya está ocurriendo. Estoy convencido de que hay numerosas pruebas que corroboran está afirmación, que los cambios florecen, aunque a veces no seamos conscientes de ellos, bajo nuestros pies.
A mi juicio, el 15M y el movimiento de los indignados están haciendo cosas tan fundamentales como mostrar su capacidad para reapropiarse del lenguaje y plantear la lucha en el propio lenguaje. Partimos de un pasado en el que el movimiento popular no ha concedido suficiente importancia a esta lucha de las palabras. Hemos dejado que nuestro oponente nos robase, sin oponer demasiada resistencia, palabras, y, más grave aún, conceptos, que son propios de nuestra tradición: democracia, libertad, y tantos otros. Una victoria en este campo supondría un avance muy importante, querría decir que hemos pasado a la ofensiva, que hemos comprendido, por lo menos, cuál es el camino a seguir.
Estamos ante algo tan ilusionante, y tan novedoso, como es el resurgir de la solidaridad y de los valores colectivos frente al individualismo consumista instaurado por el Sistema. Hemos asistido, tal como subrayaba Pasolini, ya hace bastante tiempo, a un largo proceso de destrucción de las culturas subalternas autónomas al capitalismo. El germen de una nueva cultura subalterna, o una nueva economía popular, debe fundarse en la preponderancia de lo colectivo sobre lo individual, en las decisiones democráticas en las que todos y todas participan, en la construcción de una auténtica democracia.
Cuando, ya en el siglo XIX, los ideólogos del liberalismo económico, como John Stuart Mill, cargaban con las nacientes asociaciones obreras, desacreditándolas como viejas reminiscencias de los gremios medievales, estaban atacando a los valores colectivos. No es casual, refiriéndonos al mundo del trabajo, que, en nuestros días, los arietes del liberalismo económico se dirijan, como enemigo principal, contra la negociación colectiva. Es más que evidente que lograr individualizar la relación laboral es una medida clave para el Sistema. Parece evidente que la lucha denodada contra la destrucción de la negociación colectiva debe de ser una de las principales prioridades en nuestra agenda.
Parar un desahucio no es sólo algo muy importante porque se está consiguiendo un beneficio real y mensurable para la familia afectada, es muchísimo más, constituye un ejemplo y una experiencia organizativa de resistencia y de lucha, que se extiende por el conjunto del barrio o del pueblo. Es un “peligroso precedente”. El ejemplo es el arma más poderoso que existe, y el que provoca siempre más pánico entre los defensores del sistema.
Me parece, también, de vital importancia, que el movimiento esté facilitando la extensión del debate sobre la calidad de la democracia, sobre la representación, sobre lo que fue en realidad, y lo que nos han contado de la Transición, o sobre la forma de estado y la legitimidad del régimen monárquico. Sacar estos debates de espacios demasiado reducidos, supone un paso adelante de gran calado.
De estos debates y de estos procesos de reflexión colectiva, creo que está quedando muy claro que es imprescindible impugnar el concepto democracia entendido como un proyecto terminado y que no es reformable o perfectible. La democracia no es nunca un producto acabado, sino que debe de estar continuamente desarrollándose y completándose, con el fin de no anquilosarse y retroceder. Su desarrollo siempre dependerá de la vitalidad del movimiento democrático (de todos nosotros, que somos sus integrantes).
Si hemos llegado a la conclusión de que el capitalismo si no se desarrolla, si no crece continuamente, si se estanca, muere, ¿Porqué debemos aceptar, impasibles, que la democracia es algo estático, algo que se alcanza y se conserva en el refrigerador? ¿Si se trata de un organismo vivo, como el capitalismo, no debería de estar sujeto a la misma dinámica de desarrollo y perfeccionamiento continuo?
Por último, y para remarcar el vigor y los incipientes signos de maduración del movimiento, habría que destacar, que pese a la intensa propaganda de la “Brunete mediática”, neoliberal y ultraderechista, no se ha caído en la trampa de la violencia individual y demasiado facilona, pese, también, a algunas provocaciones como las que tuvieron lugar durante la JMJ.
Algunos apuntes sobre izquierda “tradicional” y movimiento
Cuando uno procede del mundo de lo que podríamos llamar izquierda tradicional, partidos o pequeños grupos organizados según los modelos de los siglos XIX y XX, pienso que debe de tratar de abordar un proceso, siempre sin complejos, de autocrítica. En este sentido, mi punto de vista es que los partidos y pequeños grupos de la izquierda tienen algo que enseñar y mucho que aprender de los movimientos sociales. No cabe duda que la experiencia organizativa y política acumulada durante décadas no debe ser despreciada o desperdiciada, pero, al mismo tiempo, esa misma experiencia está preñada de vicios y, fundamentalmente, de una deplorable falta de comprensión de la importancia de la democracia.
Reaprender la necesidad de que la ligazón entre ética y política sea indisoluble; que debe existir una correspondencia entre medios y fines, o que sólo se consigue la autoridad moral mediante la consecuencia política y el ejemplo, serían unas cuantas buenas enseñanzas para la izquierda que conocemos. No estaría de más que el movimiento volviera a pronunciar las sabias palabras de Guy Debord y le dijese al los políticos que pretenden “representarles” que no es posible luchar contra la alienación utilizando medios alienados.
Hay una cuestión que me parece clave: es imprescindible, para evitar críticas demasiado sencillas y demagógicas, comprender el grado de conciencia desde el que parten las nuevas generaciones. No se trata de débiles mentales o de personas sin criterio, como pretenden algunos apóstoles de las verdades reveladas, sino que son jóvenes, en su mayoría, sin experiencia política o sindical. Son el producto de lo que yo llamaría la “sociedad de la violenta paz social”. De una sociedad en la que intencionadamente, se ha cortado, el hilo generacional de la lucha. No es posible que tratemos de exigirles que tengan un depurado manejo de conceptos como la naturaleza de clase del estado o sobre la violencia, o sobre tantas otras cuestiones.
No me cabe la menor duda de que la experiencia y la participación en el movimiento irán despejando las incógnitas y fortaleciendo el pensamiento y la capacidad de análisis de sus integrantes. De ahí podrá ir surgiendo una nueva cultura popular y una más depurada comprensión de como son las cosas y de como funciona el sistema al que pretendemos cambiar..
También está muy a la orden del día, desde la izquierda, afirmar que la clase obrera, los trabajadores, no están presentes en el Movimiento 15M. Pienso que esta afirmación no es del todo cierta: que los trabajadores están presentes es algo evidente, no se puede negar que la mayoría de los cientos de miles que salieron a la calles el pasado 15 de octubre eran trabajadores y trabajadoras. Bien distinto es que exista un movimiento obrero organizado como tal. Creo que es necesario superar una concepción demasiado encorsetada del concepto movimiento obrero. El conflicto social se produce en determinados ámbitos. No los podemos inventar, cada uno de ellos es producto de las condiciones concretas de cada momento histórico. Lo que deberíamos hacer es tratar de ir construyendo instrumentos que permitan una intervención eficaz en esos nodos conflictuales.
Lo que si parece evidente, es que el movimiento ha superado ampliamente la capacidad de movilización de los viejos organismos (sindicatos, partidos y pequeños grupos políticos). Se trata de un hecho muy positivo que insufla aire fresco, puede agitar conciencias y estimular la reflexión en esos organismos. Todo esto no quiere decir, de ningún modo, que se deba desdeñar el sindicalismo. No se debería caer en el error de tirar al niño con el agua sucia. El sindicalismo es más necesario que nunca y una herramienta de primer orden para la defensa de los trabajadores, sin que esto sea óbice para afirmar que los sindicatos “mayoritarios” han perdido casi toda su legitimidad y su capacidad de movilización, y son, en mi modesta opinión, instrumentos irrecuperables.
Algunos caminos interesantes
Me ha parecido que resultaría presuntuoso dedicar un apartado de esta pequeña aportación a enumerar una serie de propuestas muy concretas. Opino que esto debe se tarea propia de los procesos de deliberación colectiva del propio movimiento. De todos modos, no he podido resistir la tentación de apuntar algunas cuestiones que me parecen importantes.
Pienso que, en primer término, es imprescindible que se trate la cuestión de la extensión del movimiento. No deberíamos de quedarnos satisfechos con haber construido un grupo –de mayor o menor tamaño-, basado sólo en la afinidad, y en el que nos sintamos muy cómodos. Siempre tenemos que tener claro, en el horizonte de la extensión, que los grandes cambios sociales sólo los posibilitan las mayorías sociales. Siendo autocríticos, no debemos dejar de reconocer, que aún muchos sujetos que deberían participar, no lo hacen. En este orden de cosas, creo necesario implicar en esta construcción, por ejemplo, al aún emergente sindicalismo alternativo de clase.
En segundo lugar, me parece que se debe trabajar en el avance de propuestas. Que todo no quede en mera protesta. Hay que conseguir un nuevo programa, sin prisas y sin atajos. La clave de este programa se encuentra en dos cuestiones: la primera es que sea producto de la elaboración colectiva, que todos y todas se sientan participes de su construcción. Y en segundo lugar, en que refleje, lo más fielmente posible, las necesidades y las aspiraciones de una amplia mayoría social. La cuestión del método me parece que es, en este caso, lo principal.
En lo que se refiere a las líneas de actuación, sólo incidir en cosas que ya he apuntado, siempre intentando no repetir mecánicamente esquemas y prestando una especial atención a la intervención en los marcos reales del conflicto social. Estas serían, de modo general, las siguientes: continuar reforzando la soberanía de las asambleas, tener muy en cuenta en que ámbitos se desarrolla el conflicto social, prestar una especial atención al marco metropolitano, construir la solidaridad en los barrios y en los pueblos, siguiendo el ejemplo de la lucha contra los desahucios, o apuntar hacia la construcción de redes de solidaridad y de debate que lleven a presentar propuestas para una nueva economía popular. Todo esto no debe de constituir obstáculo alguno para la implicación en campañas de carácter global, pero estoy convencido que sólo a través de la implantación local, en contacto con la realidad del día a día, es posible la estabilidad y el desarrollo del movimiento.
Resumiendo, se trataría de trabajar en propuestas que avancen en la creación y en la consolidación de la conciencia colectiva. Propuestas que incidan especialmente en la necesidad de la democracia como principio fundacional. Se trata de extender los valores colectivos, la solidaridad y la propiedad social.
Los que hemos militado, y militamos, en organizaciones de la izquierda, sabemos mucho de construir sin cimientos, de empezar la casa por el tejado, de crear estructuras y direcciones sin base alguna. Espero que esa amarga experiencia nuestra, sirva para que este nuevo movimiento, que apenas está naciendo, no caiga en esos errores tan repetidos en nuestra historia. Me parece que de estas prisas y de este (mal) gusto por la búsqueda, o invención, de atajos, si debería tomar buena nota el movimiento.
Creo también vital, no caer en el error de reproducir el esquema de la división del trabajo propio del capitalismo. No debe existir una élite que piensa y otro ejercito de ejecutores de las órdenes de unos supuestos intelectuales autoproclamados. Todos y todas tienen capacidad para proponer y para elaborar ideas, y todos y todas deben participar en su puesta en práctica.
Hemos conseguido comprender la importancia de la comunicación. Internet y la capacidad de difundir materiales audiovisuales está consiguiendo abrir un hueco en el muro de la unanimidad mediática. El poder, que ha intentado cercenar este espacio de libertad mediante la represión, no sabe muy bien como cerrar estos nuevos ámbitos de disenso activo. Ampliar nuestros conocimientos en este campo y seguir aprovechando los resquicios de Matrix deben ser algo central en nuestro trabajo.
Del mismo modo, el movimiento ha sabido resistir la tentación a caer en la violencia. La violencia no es ni un elemento purificador ni tiene potencialidad creadora. No hay nada tan inútil ni tan baldío como la violencia individual. Por supuesto que la rabia de una juventud sin futuro es comprensible, pero las soluciones individuales nunca funcionan. Las provocaciones continuarán, el Estado nunca duda en ejercer la violencia en la medida de sus intereses. La respuesta debe ser siempre inteligente y pacífica.
El resultado final no está escrito. En cierto sentido, nunca existe un resultado final. Eso sería asumir el esquema de pensamiento de los que pronosticaron el fin de la historia, (o que la Unión Soviética sería eterna). Si hay algo que tenemos claro, es que las cosas pueden ser o no ser, todo depende de nuestra voluntad y de nuestra capacidad de trabajo para construir a partir de cimientos realmente sólidos y fruto de la deliberación democrática.. El movimiento ha conseguido mucho, al menos ya nada será igual.. Tenemos por delante todo un futuro que ganar.
Carlos Gutiérrez es miembro del MIA y de Espai Marx