Sobre la educación secundaria (pos)moderna
José Miguel García de Fórmica-Corsi
José Miguel García de Fórmica-Corsi no necesita presentación en Kalewche y Corsario Rojo. Nos ha aportado varios ensayos excelentes, sobre todo de literatura y cine, que van de Salgari a Kafka, y desde Orson Welles hasta Ridley Scott. También unas memorias, que no tienen desperdicio: «El nacimiento de un lector». Nuestro compañero Federico Mare reseñó su estupendo libro Edad Media soñada, acerca de las ficciones medievalistas en las letras, el séptimo arte, la historieta y las series de televisión.
Pero hoy la problemática es otra: aquella que vive –y padece– como profesor de educación secundaria en Andalucía, España. Toda experiencia es particular, pero cuando uno comienza la lectura de su breve pero sagaz escrito no puede menos que sentirse identificado, aunque ejerza la docencia en latitudes muy lejanas. Cambian aquí y allá algunas palabras o los nombres de algunas leyes –y no tanto–, pero las políticas educativas, la burocratización de la función docente, el fetichismo tecnológico y el vaciamiento de contenidos en nombre de la innovación por la innovación son universales, igual que el padecimiento de quienes ejercen la enseñanza.
El «no hay alternativas» no excluye a la educación, ciertamente. Por el contrario, una pedagogía única se impone a nivel mundial, porque no se concibe otro horizonte histórico que el sistema capitalista. Por tanto, lo que se hace «necesario» no es que los estudiantes adquieran una amplia cultura general para desarrollarse como personas y ciudadanos críticos, sino ciertas habilidades básicas para insertarse como trabajadores en el sacrosanto mercado, a cuyas necesidades utilitarias todos y todo deben someterse, incluida la educación y los profesores, claro está… aunque toda esta uniformidad u homogeneización se impongan en nombre de la «diversidad» y el desarrollo «libre» y «autónomo» del estudiante.
El actual modelo educativo, con su lógica neoliberal tecnocrática, está también obsesionado por «evidencias», «estadísticas», «trazabilidad» y muchos «números» que permitan comparar, medir, y evaluar permanentemente. Pero que no resulte extraño que toda esta jerga cientificista se combine alegremente con una neolengua posmoderna relativista, para la cual la ciencia es, al fin de cuentas, «un relato más». Añádase a eso la «corrección política» del progresismo woke, que también complica el panorama educativo con sus pontificaciones «puritanas» o moralizantes.
Sobre muchas de estas sinrazones, que no dejan de tener sus razones subyacentes, nos habla este navegante andaluz de nuestra nao fantasmal en su amena carta, no exenta de humor chispeante, que escribió en respuesta a una consulta que le hiciéramos por mail hace pocos días, y que aceptó que publicáramos –con algunos retoques– en nuestra sección educativa El Faro y la Bruma. La consulta fue esta: «Querido José, acabamos de leer en tu muro de Facebook un reposteo del Ateneo de Málaga, donde dices lo siguiente: ‘Evidencias (homenaje a la neolengua de la pedagogía actual) del acto en el Ateneo de Málaga del pasado 19 de noviembre, en animada conversación con mi amigo Rafael Guardiola Iranzo. La literatura y la filosofía cogidas de la mano’. Nos suscitó mucha curiosidad e interés eso de ‘neolengua de la pedagogía actual’… ¿Podrías darnos más precisiones y detalles del asunto? En Kalewche y Corsario Rojo somos muy críticos con las últimas modas de la pedagogía posmoderna en muchos aspectos (…). Un abrazo fraterno, Colectivo Kalewche».
¡Hola, amigos y amigas de Kalewche!
Supongo que en todas partes cuecen habas y quienes hacen las leyes, tanto en vuestro país como en el mío, siguiendo las novísimas teorías pedagógicas, son gentes que poco se han manchado de tiza las manos y pocas aulas de verdad, con alumnos reales, han pisado. En España las leyes educativas aparecen y desaparecen con cada nuevo gobierno, si bien usualmente una tendencia política y otra se excusan por tanto cambio afirmando seguir directrices procedentes de otros países de la Unión Europea que han ensayado antes lo que ahora se aplica. En más de una ocasión nos hemos enterado los sufridos profesores de a pie que esa «innovación» estaba siendo descartada ya en sus países de origen, pero eso poco cuenta.
La última ley, llamada por aquí LOMLOE (que no recuerdo exactamente qué significa), aparte de aumentar la burocracia obligándonos a cumplimentar multitud de registros, planes de adaptación, actas diversas, informes de todo tipo y demás morralla virtual (porque todo se ha de grabar en el sistema informático propio de nuestra comunidad autónoma, en este caso, Andalucía), pretende cambiar el concepto «tradicional» con que se enfocan las clases, que ya se sabe que los profesores somos gente retrógrada a la que nos gusta siempre hacer lo mismo.
Toda la vida ha habido programaciones: es decir, registro por escrito de los contenidos a impartir por curso, criterios de evaluación, instrumentos para evaluar, forma de hacerlo, etc. Pero ahora ya no hay contenidos porque hay que educar mediante «competencias» y «criterios» que solo lejanamente recuerdan a los antiguos contenidos. La mayor parte de los criterios, al menos en mi asignatura, en realidad lo que hacen es valorar actitudes: por ejemplo, la aceptación de los valores democráticos, el espíritu crítico frente a la discriminación (de género, de raza, etc.) y cosas por el estilo. Toda la vida también los profesores, y más en mi disciplina, hemos tenido claro que esos valores y actitudes formaban parte de nuestra enseñanza sin necesidad de que se pusieran por escrito. O sea, que no nos han descubierto el Mediterráneo. Pero es que al convertirlos en parte de lo que hay que evaluar, nuestras autoridades nos ponen en un compromiso. ¿Cómo evaluar valores? Si el alumno sigue siendo un racista y machista recalcitrante, ¿debo suspenderlo entonces? Y si lo hago, ¿cómo lo constato de tal modo que luego lo pueda justificar? Porque como es natural, los padres vendrán luego a protestar con toda la razón, puesto que valorar una actitud es lo más resbaladizo del mundo.
En fin, volviendo a la jerga. Una «evidencia» es lo que antes llamábamos exámenes, o exposiciones en clase, o trabajos, etcétera: un instrumento de evaluación. El conjunto de «evidencias» se llama «trazabilidad» (así figura en el registro informático que los profesores tenemos que rellenar, que el antiguo cuaderno de clase –tangible, por tanto, luego «antiguo»– de un día a otro nos lo van a prohibir). Cada trimestre hay que hacer una «situación de aprendizaje», que supuestamente es una experiencia didáctica que estimula al alumno más allá del sistema habitual de explicación y examen, como si los profesores no hubiéramos variado nunca la rutina de clase precisamente para no hacer siempre lo mismo. Pero ahora es obligatorio, aunque no pueda saberse cómo se va a controlar eso. Los profesores más «modernos» ya no dan temas normales ni hacen exámenes, sino que trabajan «por proyectos». Para que tuvierais una mediana idea de lo que es esto, habría de daros una explicación larga que me aburre dar: pero es, más o menos, convertir el aula en un espacio para el teatro, para los trabajos manuales, para el disfraz, para cualquier cosa que no recuerde eso tan viejo de dar clase y luego poner un examen. Que de un año para otro el mismo alumno te diga que «el curso pasado no hicimos nada y todos sacamos buenas notas» no desanima a quienes nos quieren obligar a aplicar ese método.
Y todo esto, al final (y es de lo más indignante), no es sino engañar a los buenos alumnos, porque al final de la secundaria, a los 18 años, para entrar en la universidad, por ley han de superar unos exámenes que consisten, lisa y llanamente, en estudiar un temario y hacer un examen tradicional, porque de esa nota depende su acceso a la carrera que deseen cursar.
En fin, da para un tema largo y tendido. Yo, por desengaño o por veteranía, me resisto a ser esclavo de tanta supuesta novedad en la medida que puedo porque, al final, la impresión general que tenemos los profesores es que el objetivo real que buscan nuestras autoridades no es otro que «blanquear» las estadísticas. Y como creo –porque la experiencia y el renovado contacto con antiguos alumnos así me lo dicen– que mis alumnos aprenden, me limito a consignar los trámites burocráticos y después prescindo de las tonterías de criterios, situaciones de aprendizaje y evidencias. Eso sí, lo más lamentable es que cada vez tenemos que dedicar más tiempo a esa burocracia inútil que a preparar clases de verdad.
No sé si preguntabais justo esto o me he dejado llevar por la típica irritación de un profesor de secundaria.
¡Un abrazo!
Fuente: Kalewche, 15 de diciembre de 2024 (https://kalewche.com/sobre-la-educacion-secundaria-posmoderna/)
Ilustración: Bureaucracy, de Diana Malivani. Fuente: www.saatchiart.com