El horizonte de la lucha de clases durante el próximo decenio
Colectivo Nuevo Proyecto Histórico
Multitud, movimiento, obrero social: ¿proceso sin sujeto?: ¿Qué ocurriría si, realmente, no existieran más empleos?, se preguntaba una tapa de la revista Newsweek. El desempleo en el mundo ha alcanzado en la actualidad su nivel más elevado desde la gran depresión de los años ’30. Más de mil millones de seres humanos componen hoy el ejercito industrial de reserva. En la década del ’50 en nivel de desempleo natural estuvo en el 4%; en los años ’60 se situó en el 4,8%, en los setenta se elevó hasta el 6%, mientras que en los ’80 trepó a un 7,3%. Sin embargo un problema es siempre algo para lo que existe, al menos, una solución. Una encrucijada tiene su camino correcto, todo laberinto, por definición, tiene una salida. Vista de esta manera las cosas el «desempleo» no es un «problema», sino una situación con visos de fatalidad o de catástrofe natural. El desempleo no es un problema porque la solución de una época dorada de pleno empleo no es una solución realista y, por lo tanto, algo que pueda fijarse responsablemente como un objetivo político. Como sintetizaba el famoso gurú Peter Drucker, la desaparición del trabajo como factor clave de la producción se transformó en el proceso inacabado de la sociedad capitalista. Previsiones de consultoras alemanas de inmaculado ADN liberal (son de 1999) dan el siguiente futuro para los próximos quince años: 25% de trabajadores permanentes, semicalificados, protegidos y sindicalizados; 25% de trabajadores periféricos, subcontratados, subcalificados, mal pagados y sin sindicalización; 50% desempleados o trabajadores marginales dedicados a empleos marginales, economías sumergidas o empleos parciales con ayuda estatal.
En Argentina estamos viviendo lo que se conoce como el «Jobless Growth», el crecimiento sin empleo del posfordismo. Es un fenómeno internacional, un proceso que implica el inicio del fin de la sociedad salarial, tal como la conocemos desde la década del ’50. La evolución del empleo se desvincula dramáticamente de la dinámica de la economía. Esto marca la rídiculez de volver a fórmulas neokeynesianas de los años ’40 o ’50. Según Jean-Claude Paye, Secretario General de la OCDE, en los diez años venideros la industria europea no podría emplear más que el 2% de la población activa. La sociedad argentina es relativamente rica, pero le falta un mecanismo institucional adecuado que permita distribuir su propia riqueza en el conjunto de la comunidad. Para la mayor parte de los argentinos una cosa es cierta: sólo aquel que tiene trabajo y que a través del trabajo obtiene ingresos, bien por medio de la familia o de la seguridad social, tiene posibilidades de participar en la riqueza so cial y ser un ciudadano pleno. Pero la ciudadanía se ha separado definitivamente del trabajo asalariado. Se le llama con distintos nombres: toyotismo, re-engineering, gestiones ligeras (lean production and lean management), postfordismo, todas tienen un objetivo central: no sólo reducen el número de empleos, también modifican profundamente la situación de los asalariados y las mismas condiciones de empleo.
Y finalmente la forma estado. El fin del llamado crecimiento «fordista» (en honor a Henry Ford) dejó a las empresas con la tarea de crear trabajo que anulara trabajo. Un nivel elevado de informatización y robotización con un nuevo modelo de organización que permite la máxima flexibilidad de los efectivos, permite asegurar un mayor índice de producción con la mitad del capital y entre un 40 y un 80% menos de empleos. Ejemplos no faltan: de los 90 millones de empleos que suministra el sector privado de los EEUU, alrededor de 25 millones podrían ser suprimidos, según el insos pechado Wall Street Journal; cada año las empresas norteamericanas suprimen más de dos millones de empleos, según la estadística de la revista Fortune; en Alemania, 9 millones de empleos, sobre un total de 33, desaparecerán en los próximos años, según las cifras del Instituto de Estadística McKinsey, con lo que la tasa de desempleo sería de casi el 40%. En la escala mundial existen hoy entre 800 y 1000 millones de desempleados y que, en el plazo de aquí al 2025, habría que crear alrededor de 1.500 millones de empleos para aquellas personas que entrarán, por primera vez, al mercado laboral, según datos del Banco Mundial. La sociedad salarial fordista tiene muy pocas promesas o esperanzas para estos problemas. En el caso particular argentino, si el sujeto es el movimiento, el movimiento es una totalidad sintetizada en la figura del posfordismo, el obrero social. ¿qué obrero social en la Argentina? ¿qué composición de clase en el «Capital-Parlamentarismo»? Organización y composición de clase son una misma dimensión, un mundo bifronte, decisivo para la estrategia y la táctica del movimiento. Con datos de octubre del 2001 (el benemérito INDEC) tenemos para todos los aglomerados urbanos un 34% de ocupados, de los cuales un 72% son asalariados, de los cuales un 38% son autónomos, valga la paradoja. Si a esto se le suma un 18,3% de desocupación oficial, más un 16,4% de subocupación demandante y no demandante (lo que significa que casi un 35% fue o quiere ser asalariado) nos da un total de 79,3% de la fuerza de trabajo sobre la población actual. La desagregación nos da el siguiente resultado: 13,8% en la industria, 7% en la construcción, 23,7% en comercio, 46,9% en servicios y 7,9% en tra nsporte.
Pero hay más: para una cantidad cada vez mayor de argentinos, la discusión sobre si conviene un sistema previsional de reparto o de capitalización es ociosa. Son quienes, más allá del modelo que sea impulsado, no podrán jubilarse ni alcanzar una magra pensión no contributiva. En sólo siete años más, es decir, en 2010, cuatro de cada diez personas de 65 años o más no tendrán acceso ni a una jubilación ni a una pensión. De ellas, el 80% vivirá en hogares pobres. Hoy la exclusión afecta al 34,5% de la población que ya cumplió la edad del retiro laboral. El postfordismo es un estado de excedencia, de exclusión sistémica: esto es lo que debe discutir una verdadera estrategia de izquierda. La estimación surge de un trabajo de la consultora Equis. El estudio señala que mientras que hoy son 1.237.000 los mayores desprotegidos, en 2010 serán 1.600.000, si es que continúa el ritmo de crecimiento de la informalidad, y aun cuando haya leves caídas de los índices de pobreza y de sempleo. Así, mientras que la población total de 65 años o más crecería un 11,5% hasta 2010, la cantidad de personas sin cobertura aumentaría un 29,3 por ciento. El informe aporta un dato que revela la fuerza del deterioro de la situación en los últimos años: en 1991, la falta de cobertura afectaba al 24,7% de los mayores, por lo que el índice creció, en 10 años, un 39,6 por ciento. Los datos corresponden a los censos poblacionales realizados por el Indec. Si bien por un efecto lógico de la distribución poblacional el mayor número de personas desprotegidas vive en la provincia de Buenos Aires, la ciudad de Buenos Aires y la provincia de Santa Fe, las jurisdicciones con porcentajes más elevados de personas sin jubilación son Formosa (55,9%), Misiones (54,6%), Chaco (51%) y Corrientes (50,9 por ciento). En el otro extremo se ubican la ciudad de Buenos Aires, con el 25,4% de sus habitantes mayores sin jubilación ni pensión, y La Rioja, donde los que no tienen cobertura son el 2 7,3 por ciento. El trabajo de Equis analiza qué ocurre en la raíz del problema, definida como la falta de aportes durante la vida laboral, la otra cara de las relaciones de producción postfordistas. Entre 1990 y 2003, destaca, el trabajo informal pasó del 25,3 al 45,1%, en tanto que el desempleo pasó del 6 al 21,4% (si no se considera como ocupados a quienes reciben planes sociales), y el subempleo subió del 8,1 al 18,8 por ciento. La relación entre las condiciones del mercado laboral postfordista y el acceso a un haber jubilatorio es indiscutible. Por eso, cuando los especialistas en la materia y los funcionarios del «Capital- Parlamentarismo» afirman que una reforma previsional debe tender a ampliar la cobertura también advierten que difícilmente ello pueda lograrse sólo a partir de una nueva ley jubilatoria. Porque el derecho en el capitalismo sigue al mercado. Si bien se prevé la conveniencia de otorgar prestaciones asistenciales, se señala que ésa no es la solución real a un problema que tiene su raíz en la alta informalidad del mercado laboral. Las personas subsidiadas, como las que hoy cobran, por el plan Adultos Mayores, un ingreso mensual de $ 150, son, entre los pasivos, el equivalente a lo que representan en la población activa los desocupados y los trabajadores que están en negro.
El informe de Equis destina un capítulo a analizar la relación entre pobreza y falta de acceso a un haber previsional. Según los datos de la encuesta de hogares del Indec de mayo pasado, en la franja que agrupa al 40% más pobre de los trabajadores, más del 70% no realiza aportes jubilatorios, en tanto que en el grupo que reúne al 20% que tiene mejores ingresos, el índice cae al 20,4 por ciento. Según los resultados de la encuesta, el 28,3% de los mayores (1.012.060 personas) es pobre, en tanto que en diciembre de 2001, antes de la devaluación, el índice era del 15,6%. Si se cumple el pronóstico sobre población no cubierta en 2010, el trabajo de Equis estima que la pobreza en este segmento de la población se elevaría al 32,8%. El trabajo concluye también que el 60% de la pobreza de los habitantes del país mayores de 65 años se explica por la falta de ingresos jubilatorios. Como la evasión previsional debe ser considerada un problema dentro de la evasión impositiva en general, «aunque no existieran impuestos al trabajo y sí otras altas cargas impositivas, una empresa probablemente evitaría declarar trabajadores para ser consistente con la no declaración (o subdeclaración) de su actividad». La afirmación es parte de las conclusiones de un reciente trabajo del economista Ruffo, del Ieral. Según el informe, además de la presión tributaria general, hay al menos otros dos factores que explican el alto índice de trabajo en negro y la consecuente baja tasa de cobertura de la seguridad social: las regulaciones laborales impuestas por viejos convenios y el costo diferencial que implica generar un puesto formal en relación con uno informal (es decir: uno fordista versus uno postfordista). Respecto de este último aspecto, Ruffo señala que «un puesto declarado implica un 70% más de costo frente a una relación informal». Pero agrega que estos costos, si bien constituyen un incentivo a no declarar, no explicarían el incremento de la informalidad, porque las contribuciones cayeron fuertemente entre 1993 y 2000. El diferencial de costos se amplía, según el economista, en etapas recesivas: en esos momentos el sector formal provoca una expulsión neta de trabajadores y los desempleados se vuelcan al sector informal, lo que provoca, a su vez, que caigan los salarios en negro.
El informe advierte que la decisión del Gobierno de incrementar los salarios del sector privado es una medida que, lejos de mejorar la distribución del ingreso, la empeora, porque privilegia al sector formal por encima del informal. También expone cuestionamientos al plan de controles del trabajo en negro, ya que, según señala, si no se acompaña con medidas de incentivo a la formalidad se corre el riesgo de que algunas empresas no puedan subsistir «o eviten tomar más trabajadores». El trabajo del Ieral no sólo hace referencia a la falta de cobertura futura de esos trabajadores. Hace hincapié en las falencias que se sufren en la etapa activa por estar al margen de beneficios como el de un plan de salud, el seguro de accidentes laborales y la posibilidad de cobrar el seguro de desempleo.
El ascenso y triunfo del menemismo produjo la profundización y extensión de tendencias propias de la gran industria: subordinación creciente del factor subjetivo del proceso de producción al factor objetivo (del trabajo vivo al muerto), despotismo del capital en el proceso laboral, aumento de la productividad, homogeneización de la calificación proletaria y descualificación general. Si partimos de una caracterización esquemática del proceso de valorización capitalista, aquella señalada por el viejo y poco leído Marx (todo un tema para analizar el bajo contenido «marxista» de las organizaciones oficialmente «marxistas») hablaremos que en Argentina, desde 1991, hubo una creciente subsunción real posfordista contrapuesta a la vieja subsunción formal del capitalismo fordista periférico. Para simplificar: hablamos de proceso de trabajo como el proceso de producción de valores de uso. El proceso de trabajo es el medio por el cual se realiza el proceso de producción real o proceso d e valorización capitalista. En él el capital somete formalmente o realmente al proceso en el que se genera valores de uso. Esta sumisión pasa por el papel de los medios de producción (instrumentos más objetos de trabajo), en los que se encuentra objetivado el trabajo pasado (contablemente el capital fijo o trabajo muerto), pero que se ha metamorfoseado en el proceso de valorización, en los medios de existencia del propio capital. Son los medios de trabajo los que dominan y comandan al trabajo vivo, lo absorben y vampirizan. Por eso el proceso de trabajo es proceso de autovalorización perpetua del trabajo pasado, de plusvalor solidificado. En esta unidad de capital variable y fijo los medios de producción se convierten en medios de absorción y de explotación del trabajo. Esta no es una mera afirmación ideológica, ni ilustración sociológica, sino una constatación material y empírica de cómo la lucha de clases ganada con la hiperinflación de los últimos años del gobierno de Alf onsín (1983-1989) desembocó en una clara recomposición capitalista del movimiento.
A lo largo de la década de lo noventa se constata una constante aumento de la productividad del trabajo, medida por trabajador ocupado, desde un índice de 74,2% en 1990 hasta alcanzar a 99,3% en 1996, casi alcanzando la base de 1980 (=100), cuando se mantenía la coacción extraeconómica de la dictadura militar. Pero esta creciente subsunción real se ve acompañado de un proceso paralelo de extensión de la jornada laboral (extracción de plusvalía absoluta), o sea de procesos de subsunción formal. Si en 1989 el 33% de la población económicamente activa se encontraba sobreocupada, en 1998 el porcentaje había subido a 42,5%, pero ya en el 2001 había bajado a 38,5%. Dos evidencias se deducen de esta evolución de la última década. En primer lugar, la esfera de la producción emplea un volumen cada vez menor de trabajo para producir un volumen cada vez más creciente de riquezas: sumisión del trabajo vivo a l muerto. Tal esfera ya no está al alcance de una proporción creciente de los trabajadores, cualquiera que sea la cualificación de estos, cualquiera sea su edad, titulación u experiencia. En segundo lugar, por tanto, sólo pueden crearse empleos suplementarios a través de la redistribución y el reparto de los empleos existentes, por una parte, y a través del desarrollo, por otra, de actividades situadas fuera de la esfera de intercambio económica y que no tengan como condición la valorización de un capital. Crece el papel de la forma estado en la reproducción inútil, para el capital, de este ejercito industrial de condenados. Con todos estos datos es imposible creer en un retorno más o menos retocado de la política del «pleno empleo», al keynesianismo del estado-plan populista, es decir: una situación romántica natural en la que el 95% de la población activa posea un empleo estable, a tiempo completo y durante casi toda su vida activa. Ese espejismo sólo sobrevive en la arist ocracia de la burocracia estatal, nacional y municipal. Por otra parte veremos que el trabajo ya no está: para la mayoría de las personas el empleo ha dejado de ser una fuente de identidad, de pertenencia, de sentido y de ciudadanía. Se ha perdido la vieja identidad fordista con y por el trabajo. Los viejos círculos de identidad del movimiento fordista, desde la profesión y el gremio, que se prolongaba al barrio popular (el hábitat o los barrios-dormitorios del trotskismo de los años ’80) y al mundo vital de vida cotidiana (familia ampliada, cafés, bares, clubes y sociedades de fomento) desapareció. La coherencia de la identidad fordista se licuó junto con los activos financieros. La subsunción formal, que era integradora en el sentido que el trabajo como ideología era un inductor que atravesaba transversalmente todos los campos vitales de la materialidad proletaria, se esfumó. El obrero social argentino tiene la identidad de la desafiliación total y completa. La esfera de la publicidad proletaria, el centralismo obrero peronista-keynesiano y los sindicatos como columna vertebral de algo, han muerto. Sólo un 34% tiene una identidad salarial, de los cuales habría que desagregar la ínfima minoría sindicalizada. Pensemos en la categoría «trabajo en negro», que en 1990 reunía a un 26,7% de la fuerza de trabajo, en 1998 al 36% y ahora, en el 2000, abarca a un 40%. Si se quiere re-establecer la cohesión social como ciudadano de pleno derecho, anular la tentación de la economía delictiva y la exclusión, es necesario reconocer que la vieja sociedad salarial fordista ha muerto.
El obrero social es difuso, anti-institucional materialmente. El combate es contra el posfordismo, y es el rechazo a esta forma de trabajo genocida. El trabajo fordista es más que el mero trabajo y el no-trabajo posfordista es más que el mero desempleo. Se ha instalado entonces, desde hace una década, un nuevo sistema que tiende masivamente a abolir el «trabajo». Discutamos cómo llamarlo, no importa. Fue un proceso ligado a la instauración y consolidación del «Capital-Parlamentarismo». Es más: su forma de dominio es el «Capital-Parlamentarismo». Un sistema en que las máquinas y los robots (trabajo muerto) sustituyen a los seres humanos en los procesos de fabricación, de venta, de creación y de suministro de servicios. La «sociedad de trabajo», tal como la conocíamos en Argentina, no existe más. Nuevamente datos del INDEC (1999) nos dicen lo siguiente: el índice de horas trabajada (IHT), tomando como base 100 el año 1993, fue de 88,3 en 1998 y de 82,5 en 1999; el índice de obreros ocupados, tomando igual base, fue de 88,5 en 1998 y de 86,4 en 1999; pero si comparamos esto con el llamado indicador de volumen físico (IVF) nos llevamos una sorpresa: con igual base 100 en 1993, para 1998 estamos en 114,7 y en 104,8 en 1999. Sinte tizando: la economía argentina creció entre 1993 y 1999 un 14,6% con una tasa anual de crecimiento del 2,76%; en ese mismo lapso el aumento de productividad por hora creció un 30%, con una tasa anual de 5.3%. Mientras tanto el índice de obreros ocupados cayó, entre el ’93 y el ’99, un 11,5%, con una tasa anual de descenso del empleo del 2,4%. La anatomía de esta nueva Argentina también nos dibuja un perfil social potencialmente explosivo: un núcleo estable de «permanentes», que no deja de reducirse, mientras que aumenta la proporción de personal temporal, precario y a tiempo parcial. En conclusión: se mantiene el salario, disminuye el índice de horas trabajadas, aumenta el volumen físico de riquezas y se triplica la productividad por hora. Subsunción real del trabajo en el capital. Con la subsunción real del trabajo se efectuó una revolución total en el modo de producción argentino, en la productividad del trabajo y en la relación entre el capital y el trabajador. El último informe del Banco Mundial sobre el desarrollo en el mundo coloca a la Argentina en el puesto número uno de toda América latina, en lo que se refiere a ingreso bruto per cápita (7.460 dólares). «Argentina es uno de los países más ricos del mundo en desarrollo», dijo el economista en jefe del organismo, Nick Stern. Cuando el «Capital-Parlamentarismo» nos grita desaforadamente que Argentina está quebrada, sepamos traducir el sofisma político: la corporación quebró fiscalmente al estado, pero estamos nadando en riqueza escondida, licuada o en el exterior. El negocio del posfordismo del último decenio fue generar gancia del propio déficit fiscal del «Capital-Parlamentarismo».
Estamos ante una nueva sociedad que directamente no tiene lugar para el 30 o 40% de su población activa, su más preciado capital. Un proceso de casi doce años de duración con puntos de cristalización precisos: la desestabilización de los trabajos estables; la instalación legal y estable de la precariedad lab oral; y la conformación fija del los supernumerarios, los inútiles sociales, el gran ejercito de desocupados fuera de toda órbita social. El desarrollo rápido del personal temporario y externalizado en los últimos cinco años significa que las fuerzas del mercado ha previsto anticipadamente las reducciones de las horas del trabajo, dándoles una forma que refuerza su poder: la de la flexibilidad de los horarios de los salarios y de los efectivos; dicho de otra manera: la del paro parcial no indemnizado. Nuevos miembros para la manipulación neoconservadora del clientelismo, la ayuda social como control político y los punteros del PJ. El ejercito de Working Poor, pobres ocupados, a tiempo y a salario parcial, sin futuro y sin esperanza. Los que entremos en esta categoría, lo debemos tener bien en claro, seremos inempleables por la eternidad en los parámetros posfordistas. Cuanto menos trabajo hay para todos, más tiende a aumentar la dureza del trabajo para cada uno. Esto ya pasó en lugares clásicos del capitalismo posfordista, como McDonald’s, desde julio del 2001. El desempleo hace bajar el nivel de las remuneraciones, y la baja en los ingresos incita a los activos a trabajar más horas para compensar el congelamiento de sus sueldos, lo que tiene como efecto acentuar la baja de las remuneraciones.
Todos precarios o el capitalismo de castas: Si las previsiones oficiales sobre el índice de inflación se cumplen, en la medición de octubre habrá en el país 20 millones de compatriotas pobres. La mitad de ellos serán indigentes, es decir que no podrán pagar ni siquiera la dieta mínima imprescindible para sobrevivir. No importa, porque para el capital lo decisivo es la reproducción de la fuerza de trabajo y ellos están fuera del proceso de valorización. La recesión, esa crisis de la tasa de ganancia, también prolonga los lapsos de desempleo haciéndolos un oficio. En octubre del año pasado, uno de cada tres desocupados llevaba por lo menos seis meses sin conseguir trabajo, porcentaje que era casi del 40% entre los jóvenes. Más de un millón de muchachos de 15 a 24 años no estudiaban ni trabajaban. Esos porcentajes y cifras absolutas habrán crecido en octubre de este año, 2003. Si en vez de acelerarse, como ya es evidente, el crecimiento del índice de precios se mantuviera al mis mo ritmo que en el primer trimestre, para todo el año sería del 44%. El salario real promedio sería entonces la cuarta parte de lo que era en 1975 y poco más de la mitad que en 1980. No es todo ya que la inflación es discriminatoria, es profundamente clasista. Debemos comprender a la inflación, bajo el capitalismo, como una forma específica de la crisis, tiene las características de una crisis pero no se traduce en una ruptura de la circulación mercantil, sino en un debilitamiento general de ésta. Lo que sucede es que los precios no son ya la expresión adecuada de los valores: ciertas mercancías se venden por encima de su valor y una mercancía en especial, la fuerza de trabajo, se vende siempre por debajo de su valor. Es lo que se llama un pseudo- validación de los trabajos privados por la inflación. Esta distorsión favorece en el corto plazo la valorización del capital. La inflación capitalista es formalmente posible cuando, al funcionar la moneda como medio de pago, la cons tricción monetaria se efectúa por intermedio de prácticas del estado vinculadas al curso forzoso. La inflación supone una acción coercitiva e intervencionista del «Capital- Parlamentarismo». Es increíble, lo que habla de la exterioridad del obrero social al viejo obrero semiprofesional peronista sindicalizado, que la gloriosa CGT sea el único sindicato del mundo capaz de defender una devaluación, que significa la licuación relativa y absoluta de los salarios. Basta recordar que por hablar de la necesidad de reducir las remuneraciones en «apenas» 20% en 1999 López Murphy no pudo ser el primer ministro de Economía del gobierno de la Alianza. El previsto promedio del 44% implicará en realidad casi el 70% para los más pobres y sólo el 30% para los más ricos, ya que los pobres gastan un mayor porcentaje de su ingreso en alimentos, reproducción de la fuerza de trabajo Marx dixit, cuyos precios se incrementan por encima del promedio.
Posfordismo, obrero social, pobres trabajadores, inflación y violencia de la moneda, tal el horizonte de la lucha de clases durante el próximo decenio. El remedio a las patologías sociales que ha engendrado la globalización del posfordismo no puede consistir en solamente crear empleo por todos los medios, ni en la consigna ingenua y desesperada de «Pan y Trabajo». La cuestión es saber cómo puede transformarse el ahorro del tiempo de trabajo condensado en la innovación tecnológica en nuevas libertades individuales y colectivas. Cómo reapropiarse de este salto cualitativo del posfordismo en beneficio del movimiento popular. Como pensar la forma organizativa de este nueva figura social. En una palabra: la cuestión es esencialmente política y sólo puede recibir respuestas en el marco de un proyecto autónomo de transformación social. Y este tendrá que inscribirse en un nuevo proceso de autovalorización que se inscriba en la perspectiva de una superación de la sociedad salarial, en un rechazo al trabajo tal como pretende imponer lo el «Capital-Parlamentarismo». Como ha demostrado Roger Sue: el tiempo de trabajo ya no es dominante más que en la medida en que se esfuerzan en hacernos creer que lo es todavía. Lo que se llama ideología dominante. Desde nosotros mismos, desde los agentes reales de esta formidable máquina de la subsunción real, desde esta nueva subjetividad trabajadora, desafiliada de toda inclusión e institución fordista, debemos construir el contrapoder. Ellos son los que coordinan ciclos de explotación diversos, construyen una identidad no-salarial. Destruyen el fetiche capitalista de la identidad por el trabajo, dentro de la precariedad recogen y desarrollan las más diversas potencialidades productivas y reproductivas. Una inmensa mayoría matemática que deroga las viejas leyes de la valorización del «Capital-Parlamentarismo», deshacen y desquician las costumbres y los canales corporativos, hacen fluir valor liberado de entre las relaciones sociales de una sociedad corrupta. De eso nos hablan los piquetes y las asambleas, la autogestión de los lugares de producción, el sabotaje al dominio político a través de la abstención y la erosión del bipartidismo. Reapropiar la práctica en organización, anticipar en institución el nuevo poder material que se expresa en calles, barrios y fábricas.
06/10/03