Prefacio a Los condenados de la tierra de Frantz Fanon
Alice Cherki
A 64 años de su muerte, Frantz Fanon se ha convertido en un autor leído en todo el mundo. En el mes de octubre de 2011 la editorial La Découverte publicó Oeuvrues, I (que contenía Peau noire, masques blancs / L’An V de la révolution algérienne / Les damnés de la terre / Pour la révolution africaine). Contaba con un prefacio de Achille Membe y una introducción de Magali Bessone. Asimismo, contenía el excelente prefacio a la edición de Alice Cherki en 2002 a Los condenados de la tierra. En enero de 2024 hubo una segunda edición. Es una obra en papel biblia y barata en relación con su contenido.
En 2015 la misma casa editorial publicó Écrits sur l’alienation et la liberté, Oeuvres, II (que se reedito en 2018 y, en bolsillo, en 2024). Editado por Jean Khalfa y J. C. Young y compuesto por cinco apartados: Teatro; Escritos psicoanalíticos: Escritos políticos (inéditos, aparecidos de El Muhajidin); Publicar Fanon (Francia e Italia, 1959-1971); y la Biblioteca de Frantz Fanon.
Conscientes de la importancia de estas ediciones y de la importancia de Fanon ante los pobres de la tierra, publicamos aquí el prólogo a Los condenados de la tierra el año 2002, por Alice Cherki, autora además del inmejorable libro Franz Fanon: portrait (Seuil, Paris, 2000 y 2ª, 2011 y 3ª, 2024), que necesita ya una traducción al castellano.- Josep Torrell Jordana
Prefacio a la edición de 2002
El libro Los condenados de la Tierra fue publicado a finales de noviembre de 1961 por Éditions François Maspero, mientras su autor, Frantz Fanon, luchaba contra la muerte por leucemia en la clínica Bestheda, cerca de Washington, en Estados Unidos. Impreso en condiciones difíciles de semiclandestinidad para no ser requisado nada más salir de las prensas. El libro fue prohibido nada más publicarse bajo la acusación de «atentar contra la seguridad interior del Estado». Esto ya había ocurrido con el libro anterior de Fanon, también publicado por Maspero en 1959, L’An V de la révolution algérienne, y con otras obras relacionadas con la guerra de Argelia (como Le Refus de Maurice Maschino, Le Déserteur de Maurienne y, anteriormente, La Question de Henri Alleg). Estas prohibiciones eran habituales en la época.
Sin embargo, el libro circuló y la prensa le dio amplia cobertura. Tras un complicado viaje a través de Túnez, Fanon recibió una copia del libro el 3 de diciembre, junto con recortes de prensa, incluido un largo y bastante elogioso artículo de Jean Daniel en L’Express del 30 de noviembre. Fanon respondió: «Sí, pero eso no me va a devolver la médula». Fanon murió unos días más tarde, el 8 de diciembre de 1961. Tenía treinta y seis años.
Nació en 1925 en Fort-de-France, Martinica, en el seno de una familia de clase media acomodada. Como uno de tantos hermanos, creció en un viejo mundo colonial en el que aún no era costumbre hacerse preguntas sobre la esclavitud. Sin embargo, muy joven, Fanon se unió a las fuerzas gaullistas, el batallón V, que reunía a voluntarios del Caribe. Fue durante este compromiso cuando adquirió su cultura de resistencia, pero también experimentó el racismo cotidiano y banal. Desmovilizado y condecorado con la Cruz de Guerra por el futuro general Salan –de quien decía que era lo único que tenía en común con él—, regresó a Martinica en 1945, hizo el bachillerato y entabló amistad con Aimé Césaire (a quien admiraba mucho pero cuyas ideas políticas no compartía). En aquella época, Césaire optó por considerar Martinica un departamento francés.
Fanon no tardó en instalarse en Francia, donde estudió medicina en Lyon. Al mismo tiempo, se apasiona por la filosofía, la antropología y el teatro, y pronto empieza a especializarse en psiquiatría. Al mismo tiempo, no se afilió a ningún partido político, aunque participó en todo el movimiento anticolonial y ayudó a editar una pequeña publicación periódica, Tam-Tam, dirigida a los estudiantes de las colonias. Sobre todo, escribió su primer artículo para la revista Esprit en 1952, «Le syndromenord-africain» en el que examinaba al obrero norteafricano exiliado, que sufre por ser un «muerto cotidiano» que, desvinculado de sus orígenes y cortado de sus fines, se convierte en un objeto, una cosa desechada en la refriega.
En el hospital psiquiátrico de Saint-Alban, donde permaneció quince meses, Fanon conoció a François Tosquelles, psiquiatra de origen español y militante antifranquista. Fue una experiencia de formación decisiva para él, tanto en lo que respecta a la psiquiatría como a sus futuros compromisos. Allí encontró el punto de encuentro donde se examinaba la alienación en todos sus aspectos, en la confluencia de lo somático y lo psíquico, de la estructura y la historia. En 1953 aprobó el examen médico para los hospitales psiquiátricos y fue destinado al hospital psiquiátrico de Blida (Argelia). Su primer libro, Piel negra, máscaras blancas, ya había sido publicado por Éditions du Seuil, gracias a Francis Jeanson, en 1952.
En Argelia se enfrentó no sólo a la psiquiatría tradicional de los manicomios, sino también a la teoría de los psiquiatras de la escuela de Argel sobre el primitivismo de los nativos. Uno a uno, fue descubriendo la realidad colonial de la Argelia de la época. Al principio, puso toda su energía en transformar los departamentos de los que era responsable introduciendo la «terapia social» practicada con Tosquelles. De este modo, transformó constantemente la relación entre los cuidadores y los enfermos mentales, tanto con los europeos como con los «nativos» musulmanes, tratando de restablecer sus referencias culturales, su lengua, la organización de su vida social y todo lo que podía tener sentido. Esta pequeña revolución psiquiátrica fue reconocida tanto por el personal de enfermería -la mayoría comprometidos políticamente- como por los activistas de la región. La reputación de Fanon se extendía. Ya era 1955 y la guerra de Argelia había comenzado.
Fanon no comprendía la ceguera del gobierno socialista francés ante el deseo de independencia de los argelinos, y sus posiciones anticolonialistas eran cada vez más conocidas. Fue contactado por el movimiento «Amitiés algériennes», una asociación humanitaria destinada a proporcionar ayuda material a las familias de los presos políticos, que en realidad estaba dirigida por militantes nacionalistas en enlace con los combatientes que habían tomado el compromiso con el maquis de las cercanías de Blida. La primera solicitud que recibió fue la de ocuparse de los maqui que sufrían trastornos mentales.
Fue así como Fanon se implicó en la lucha argelina por la independencia, a raíz del vínculo entre psiquiatría y compromiso político. A finales de 1956, renunció a su puesto de médico psiquiatra en una carta abierta al General Residente, Robert Lacoste, en la que escribía que le era imposible querer desalienar a los individuos a cualquier precio, «ponerlos en su sitio en un país donde la anarquía, la desigualdad y el asesinato se establecen como principios legislativos, donde el nativo, permanentemente alienado en su propio país, vive en un estado de despersonalización absoluta». Fanon fue expulsado de Argelia.
Pasó tres meses en Francia, en el primer trimestre de 1957, durante los cuales no encontró respuesta a su convicción de que la independencia de Argelia era inevitable. Con la ayuda de la federación del FLN en Francia, se trasladó a Túnez, donde se estaba creando la organización exterior del movimiento de liberación nacional. La ruptura era total.
En Túnez, Fanon desarrolla una doble actividad, psiquiátrica y política. Entra a formar parte de la plantilla del periódico del FLN, El Moudjahid. Fue testigo desde dentro de todas las contradicciones del Frente de Liberación Nacional, incluidas las crecientes rencillas entre los representantes políticos y el ejército. A menudo decepcionado, siguió siendo sin embargo un defensor de la lucha de liberación argelina y un psiquiatra en constante innovación. Se interesó cada vez más por el África subsahariana y, a finales de 1959, fue nombrado por el gobierno provisional de la República Argelina embajador en misión especial en el África subsahariana. Era el año de la independencia africana. Fanon era un auténtico itinerante, que trabajaba incansablemente de Ghana a Camerún, de Angola a Malí, para promover la lucha por la verdadera independencia. Incluso contempló la posibilidad de que un frente partiera de Malí y cruzara el Sáhara para unirse a los combatientes argelinos.
Pero en diciembre de 1960, durante una estancia en Túnez, Fanon descubrió que padecía leucemia mieloide. Le quedaba un año de vida, durante el cual escribió Los condenados de la tierra.
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Este libro -cuyo título fue el único que eligió él mismo y no sus editores- fue escrito por un hombre que se sabía condenado por una enfermedad que, como médico, sabía incurable.
En una carrera contra el tiempo y la muerte, Fanon quiso enviar un último mensaje. ¿A quién? A los desfavorecidos, que ya no eran esencialmente los proletarios de los países industrializados de finales del siglo XIX que cantaban «Debout les damnes de la terre, debout les forçats de la faim» («Arriba parias de la tierra, en pie famélica legión»). Los «condenados de la tierra» a los que se dirigía Fanon eran los desheredados de los países pobres que realmente querían tierra y pan, mientras que en aquella época la clase obrera del mundo occidental, a menudo racista y manifiestamente ignorante de las poblaciones de ultramar, mostraba una relativa indiferencia por la suerte de las colonias de las que se beneficiaba indirectamente.
Ni tratado de economía ni ensayo de sociología o política, esta obra es un llamamiento e incluso un grito de alarma sobre el estado y el futuro de los países colonizados. Como en toda su obra, Fanon pone en tensión la política, la cultura y el individuo, teniendo en cuenta los efectos de la dominación económica, política y cultural sobre los dominados. Su análisis se centra en las consecuencias de la esclavización no sólo de los pueblos, sino también de los sujetos, y en las condiciones de su liberación, que es ante todo una liberación del individuo, una «descolonización del ser».
Los condenados de la Tierra es, pues, el último libro de Frantz Fanon. Ya había escrito, en 1952, a la edad de veinticinco años, Piel negra, máscaras blancas y, en 1959, L’An V de la Révolution algérienne (Sociología de una revolución), que fue uno de los primeros libros publicados por François Maspero. También había publicado numerosos artículos: «Le syndromenord-africain», ya mencionado, contribuciones sobre psiquiatría y, en particular, «Racismo y la cultura» en el primer congreso de escritores negros de 1956, y luego «Culture et nation» en el segundo congreso de escritores negros de Roma en 1959. En todos estos textos, el desarrollo de la argumentación no se basa en la teoría sino en la experiencia, punto de partida del desarrollo de su pensamiento. Ya en Piel negra, máscaras blancas, el debate sobre el racismo estaba vinculado a la dominación de ciertas culturas decretada unilateralmente: no se trata de un accidente, de un capricho psicológico, sino de un sistema cultural de opresión que funciona también en la situación colonial. Luchar contra el racismo es inútil si no arrojamos luz sobre los efectos de la opresión ejercida por la cultura dominante, una opresión que afecta a las comunidades, la política y la cultura, pero también a la psique.
En Los condenados de la Tierra, seguimos explorando la alienación causada por un mundo dominante que subvierte y altera tanto a las comunidades como a los individuos en su desarrollo personal. El libro retoma los hechos de la relación dominante/dominado y las condiciones de la liberación, combinando la política y la cultura con la liberación del sujeto, radicalizándolas en el contexto del combate político. Los dos últimos capítulos están dedicados a la cultura y su relación con la construcción nacional, y a los trastornos psicológicos traumáticos engendrados por la guerra de Argelia en ambos bandos.
Fanon escribe desde su propia experiencia, desde su historia inmediata, desde su inmersión en esa historia, una experiencia que necesita elaborar y transmitir. La propia escritura sigue esta pauta: los diversos temas que componen los cinco capítulos del libro están dispuestos como fragmentos, como las estrofas de un poema, intercalados con periodos de análisis riguroso, pero siempre escritos en un lenguaje que, como el propio Fanon joven decía de su primer libro, Piel negra, máscaras blancas, busca producir, más allá de los significados, una comprensión que no esté ligada únicamente al manejo del concepto.
Se ha criticado y se sigue criticando a Fanon por mezclar géneros y niveles de discurso –análisis político, cultural y psicológico— y por transponer datos del campo de su experiencia como psiquiatra enfrentado a la alienación mental que no serían apropiados para el campo de la política. Su estilo ha sido criticado por lírico y profético. Pero, paradójicamente, esto es lo que hace a Fanon tan moderno. Como psiquiatra, su experiencia de las subjetividades sufrientes le puso en contacto directo con los desfavorecidos. También se le ha criticado por insistir en la violencia. Pero Fanon conocía por experiencia los efectos de la violencia contra el individuo: éste no tiene otro recurso para sí que la petrificación despersonalizadora o la invasión por una terrible violencia impulsiva que exteriorizará erráticamente. Esta violencia, en lugar de negarse, debe organizarse en una lucha de liberación que permita superarla. En « Racismo y cultura », Fanon concluía su discurso con estas palabras: «La cultura espasmódica y rígida del ocupante, liberada, se abre por fin a la cultura de los pueblos que se han convertido en verdaderos hermanos. Las dos culturas pueden confrontarse y enriquecerse mutuamente. […] La universalidad reside en esta decisión de aceptar el relativismo recíproco de las diferentes culturas una vez excluida irreversiblemente la condición colonial». Y en Piel negra, máscaras blancas, también señalaba la necesidad de que el mundo negro y el mundo blanco se superaran mutuamente: «Ambos tienen que alejarse de las voces inhumanas de sus respectivos antepasados para que nazca una verdadera comunicación». Esta visión de la trascendencia se encuentra en Los condenados de la Tierra, aunque desde entonces se haya radicalizado en la lucha política.
El bello prefacio de Sartre a este libro, deseado por Fanon, parece haber sido más leído a lo largo de los años que el cuerpo del texto. Y sin embargo, en cierto modo, desvirtúa las preocupaciones y el tono de Fanon. Se dirige esencialmente a los europeos, lo que introduce una discrepancia inicial entre este texto y el que presenta. Fanon, en cambio, se dirige a todos los demás y les habla de un futuro en el que se superaría el «miedo al otro». Sobre todo, este prefacio radicaliza el análisis de Fanon sobre la violencia. Sartre justifica la violencia, mientras que Fanon la analiza, no la promueve como un fin en sí misma, sino que la ve como un paso necesario. En consecuencia, los escritos de Sartre adquieren a veces un tono de incitación al crimen. Frases como: «Leed a Fanon: sabréis que, en el tiempo de su impotencia, la locura asesina es el inconsciente colectivo de los colonizados», o también: «Matar a un europeo es matar dos pájaros de un tiro, eliminar al mismo tiempo a un opresor y a un oprimido: seguir siendo un hombre muerto y un hombre libre», reducen el alcance de las propuestas de Fanon, porque parecen justificar no la violencia, sino el asesinato individual propiamente dicho. Se trata de la criminalidad y ya no de la violencia inherente a todo ser humano, que es una llamada a nacer como ser posible de sí mismo. Cuando Fanon leyó el prefacio de Sartre, no hizo ningún comentario; de hecho, contrariamente a su costumbre, permaneció extremadamente silencioso. Sin embargo, escribió a François Maspero que esperaba tener la oportunidad de explicarse cuando llegara el momento.
Los condenados de la Tierra, considerado un libro emblemático de los años setenta, esencialmente vinculado al tercermundismo y cuyos avances políticos se privilegiaron en su momento en detrimento de su insistente cuestionamiento de los fundamentos de la alienación de los oprimidos donde quiera que se encuentren, cayó posteriormente en el olvido y, con él, la obra de Fanon en su conjunto se consideró anticuada. Sus atrevidas ideas políticas se consideraron obsoletas –vinculadas a una época de descolonización supuestamente superada— y portadoras de esperanzas frustradas por los hechos. ¿No había sobrestimado Fanon la fuerza de las masas campesinas en las luchas de liberación? Resulta que, en el contexto político de la lucha argelina de la época, la mayoría de los combatientes eran campesinos. No olvidemos que Fanon escribe sobre una experiencia histórica puntual. Y, como explicó en «Grandezas y debilidades de la espontaneidad» (Capítulo 2 de Los condenados de la Tierra), el dinamismo del campesinado podía acompañar tan fácilmente a la reacción como a la revolución.
¿No subestimaba el poder de la religión? De hecho, la lucha de liberación argelina a la que él se había sumado no se presentaba como una revolución islámica y aglutinaba diferentes corrientes: la plataforma del Congreso de Soummam de 1956, a pesar de las contradicciones de sus inspiradores, no hacía hincapié en una centralidad religiosa, sino más bien en el recurso a la pluralidad. El llamamiento de Fanon a los países en proceso de descolonización para inventar y crear un hombre nuevo, ¿no se contradecía con el futuro de los países africanos? ¿Y los acontecimientos geopolíticos posteriores no han desmentido todas sus esperanzas? De hecho, estos acontecimientos confirmaron la validez de sus advertencias (en el capítulo titulado «Las desventuras de la conciencia nacional») sobre un futuro que temía. Fanon analizaba una realidad contingente, y su libro sólo puede considerarse «desfasado» si lo limitamos al contexto de su época, en lugar de escucharlo como un llamamiento a lo que podría ser posible. ¿El hecho de que sus esperanzas no se materializaran convierte en errónea la realidad desde la que las expresó? Como todos sabemos, esta realidad, incluida la realidad de la violencia, ya no se expresa en términos de opresión colonial o del futuro del Tercer Mundo, sino en términos de desigualdad creciente, de aumento de la brecha entre el Norte y el Sur, de exclusión y de reducción de los sujetos a objetos.
Cuarenta años después de la descolonización y de la guerra de Argelia, en un mundo que se ha visto avanzar hacia el dictado de la globalización económica, esta realidad se escribe y se perfila a diario en la relación Sur/Norte: se pone en marcha la corrupción organizada, institucionalizada por los gobiernos de los países africanos e instituida por las grandes empresas petroleras, farmacéuticas y otras del mundo desarrollado. Al mismo tiempo, y en nombre de la no injerencia pero sobre todo del mantenimiento del imperialismo económico, este mismo mundo se ha mostrado indiferente al debilitamiento de cualquier movimiento liberador de aspiración democrática, de cualquier acceso de los pueblos al autogobierno con el que soñaba Fanon y por el que, como psiquiatra comprometido, se había convertido en militante de la causa de los pueblos oprimidos.
Pero esta realidad no sólo concierne a los países llamados «en vías de desarrollo». También concierne al crecimiento de las desigualdades en nuestro mundo llamado «desarrollado», que afianza la necesidad de precariedad y desempleo para los más desfavorecidos, aunque sea dándole un lugar tópico y no utópico: este lugar es el de la exclusión. Fanon lo rechazaba, porque no quería una vida para todos que fuera «la muerte al final del camino», una supervivencia cotidiana que hiciera ver la vida «no como la realización o el desarrollo de una fecundidad esencial, sino como una lucha permanente contra una muerte atmosférica». Fanon quería que cada ser humano fuera sujeto de su propia historia y actor político.
De Ruanda a Bosnia, de Afganistán a Oriente Medio, sin perdonar a América ni a Europa, el mundo está fracturado, incendiado y ensangrentado, donde la violencia se sucede a la violencia, donde los Estados se asombran y se indignan de lo que provocan, la violencia de las poblaciones engendrando un ciclo infernal y deshumanizador, desestructurando el pensamiento, la vida y el futuro de las generaciones del siglo XXI, a nivel individual y colectivo.
Hoy en día, la guerra de Argelia se revisita y, por fin, se le da un nombre, mientras que durante treinta y cinco años se la denominó «los acontecimientos». Se revive y denuncia la tortura. Pero gran parte de lo que se escribe hoy vuelve a referirse a las atrocidades de los dos bandos en conflicto en aquel momento, en detrimento de un análisis de la asimetría de fuerzas. Esta relación de fuerzas entre dos mundos aislados, que excluye todo diálogo, que Fanon analizó para su época, ¿no sigue funcionando hoy en muchas partes del mundo? Cuando las sociedades y los Estados desarrollados se asombran ante el estallido de violencia dentro de sus propias fronteras, ¿no sustituye la indignación a la comprensión? En otras palabras, ¿qué ocurre cuando no se forja ningún pacto entre estos dos mundos, cuando se cierra todo espacio para la mediación a través de la palabra y el mundo más fuerte reclama la propiedad del lugar del otro, ya sea ese lugar territorial, cultural o psicológico? Fue precisamente la predicción de este mundo lo que alarmó a Fanon y le impulsó a escribir Los desdichados de la tierra.
También se vio las consecuencias traumáticas de las guerras, incluidas las de liberación, con sus interminables secuelas, que conducen a la repetición de la violencia y a regresiones étnicas e identitarias. Estas regresiones recorren la historia del siglo pasado y abren el nuevo a una idea nueva y muy antigua: presentar al otro como la encarnación del mal y a uno mismo como la encarnación del bien. Fanon ya había descrito estas figuras en su análisis de la situación colonial en Los condenados de la Tierra: para el colonizador, el colonizado es la encarnación del mal. A continuación, señala los efectos devastadores de esta configuración en el plano subjetivo: la persona designada como el mal, congelada bajo la mirada, siente primero una vergüenza desubjetivadora, luego el odio. Este proceso es extrañamente actual hoy en día.
Así pues, es necesario releer Los desdichados de la tierra más allá del limitado periodo histórico en el que fue escrita, y a la luz de nuestra modernidad. ¿Qué nos muestra? La multiplicación de los abandonados por el crecimiento, tanto en el Sur como en el Norte, pero también la renovación incesante de la humillación y el aplastamiento subjetivo de todos aquellos a los que esta misma modernidad designa alegremente, frente a la globalización, como los «sin»: sin patria, sin territorio, pero también sin hogar, sin trabajo, sin papeles, sin derecho a un lugar donde hablar.
Leer o releer Los desdichados de la tierra nos ayuda a comprender lo que ocurre cuando se mantiene a los seres humanos en un estado de privación: violencia, recurso a regresiones étnicas o identitarias. Pero más allá de estos temas insistentes, la pertinencia de Fanon reside también en esto en un momento en que el análisis materialista de la alienación y de las relaciones de poder se enfrentaba a una visión existencialista o culturalista del sujeto (o incluso, en términos psicoanalíticos, a una visión de una aventura subjetiva aislada del mundo circundante), intentó establecer una nueva construcción del saber que introdujera el cuerpo, el lenguaje y la alteridad como experiencias subjetivas necesarias para la construcción misma del futuro de la política. Este planteamiento no está tan alejado del de la escuela de Marcuse o, más aún, de las preocupaciones de los psicoanalistas políticos de Viena que fueron aniquilados por la Segunda Guerra Mundial y obligados a exiliarse en Estados Unidos.
No es casualidad, pues, que Fanon sea una figura de gran actualidad. Por sus orígenes y su trayectoria, está estrechamente vinculado a los acontecimientos del siglo pasado, de los que fue uno de los protagonistas, enfrentándose a las situaciones traumáticas que marcaron ese periodo.
También es relevante por su vida y por el movimiento de su pensamiento: más allá de lo que llamamos el fracaso de las ideologías, en esta época de globalización económica y de exclusión del sujeto, la frase escrita por Fanon de joven, y que guía todo su pensamiento en la acción: «¡Oh cuerpo mío, haz de mí siempre un hombre que cuestiona!» resuena hoy en muchos jóvenes, cualquiera que sea su lengua o su lugar de nacimiento.