Cuando el FMI y el Banco Mundial visitaron a mi padre
Yusuf Serunkuma
En memoria de su padre, fallecido a principios de octubre, Yusuf Serunkuma ofrece una sentida reflexión política sobre los sueños incumplidos de su padre desde la independencia de Uganda en 1962. Al relatar la historia del despido de su padre de una fábrica textil a principios de la década de 1990, ilustra el devastador impacto de las políticas neoliberales de austeridad impuestas por el Banco Mundial y el FMI en la vida de los ugandeses de a pie. Estas intervenciones imperialistas desmantelaron el progreso material y las aspiraciones de la generación que consiguió la independencia, y siguen suprimiendo las esperanzas de las generaciones presentes y futuras.
Cuando escribí sobre mi padre hace unos dos años –en el periódico ugandés, The Observer– pretendía comentar varios temas, pero en concreto, los sueños aplazados de independencia –la promesa de modernidad– y los ruinosos tambaleos del Ejército/Movimiento de Resistencia Nacional (NRA/M) que tomó el poder en 1986 y se ha mantenido desde entonces. Utilizando a mi padre como sinécdoque, me di cuenta de que la historia de mi padre, que fue despedido de la Industria Textil de Nyanza (Nytil) a principios de los años 90, se hace eco de muchas otras en Buganda, Busoga y la mayor parte de Uganda central y oriental, y de muchas otras en el África subsahariana. Con el título «Cuando el Banco Mundial visitó a mi padre», subrayé que para todos aquellos ugandeses que habían dejado de labrar la tierra para su sustento, para pasar a trabajar en fábricas y en la industria de servicios –ca. 1950-1995–, concentrados principalmente en la ciudad de Jinja, a orillas del lago Victoria en su intersección con el río Nilo, y en algunas otras industrias en partes de la ciudad de Kampala, su historia fue de decepción y ruina cuando el Banco Mundial y el FMI insistieron en privatizar nuestras (entonces y ahora) economías dirigidas por campesinos.
Somos los hijos de estos hombres y mujeres. Al truncarse sus sueños de forma repentina y permanente, sus hijos fueron víctimas directas. Llevamos sus sueños aplazados en el alma, y sus dolores y frustraciones siguen conformando nuestras realidades cotidianas. Lamentablemente, con el FMI y el Banco Mundial –y sus cómplices nativos– todavía por aquí, vivos y coleando, insistiendo en las mismas políticas, transmitiremos estas frustraciones a nuestros hijos, los nietos de nuestros padres. Con sectores clave de la economía de Uganda -energía, telecomunicaciones, banca, minería, exportación de café, etc. – oficialmente en manos de monopolios extranjeros blancos de Euroamérica y Sudáfrica, casi no hay esperanza para la iniciativa empresarial y la innovación autóctonas. Considérese, por ejemplo, que los tipos de interés bancarios oscilan entre el 15 y el 35% (a veces, el 40%) y los ugandeses, con un distribuidor de electricidad extranjero monopolizado –UMEME–, presentan quejas sin cesar sobre la medición fraudulenta. Además, el sector de las telecomunicaciones está dominado por empresas extranjeras –MTN y Airtel– y cobran las ondas como les da la gana. Las elevadas tarifas son una realidad en toda África, lo que hace que las telecomunicaciones –tanto llamadas como datos– sean tres veces más caras que la media mundial. Irónicamente, todo esto ocurre bajo los auspicios del Banco Mundial y el FMI tras la privatización de los organismos públicos que ofrecían estos servicios como bienes públicos.
Lamentablemente, el presidente ugandés, el general Yoweri Kaguta Museveni –quizás el mejor ejemplo de un «cuidador colonial» bajo la nueva maquinaria colonial despolitizada y tecnocrática– tiende a insultar a los ugandeses por perezosos para explicar los niveles de pobreza que muerden los huesos en todo el país. No capta la ironía de haber sido presidente de este país durante los últimos 38 años. Pero lo diré una vez más: Los ugandeses no son ni vagos ni desafortunados. Ni mucho menos. No es cierto que carezcan de perspicacia para los negocios o de aptitudes empresariales, como tienden a caricaturizarnos los llamados «desarrollistas» mientras pregonan lecciones de «cultura salvadora». Pero la privatización/ajuste estructural –cuyas ruinas aún no hemos apreciado plenamente– visitó Uganda cabalgando sobre las inseguridades y el complejo de inferioridad de los ANR/M. Esto ha convertido a los nativos en indigentes y mendigos, que ahora huyen en masa a Oriente Medio en relaciones de absoluta esclavitud.
Obsérvese que allí donde el FMI y el Banco Mundial encontraban gente insegura y sin ideología en el gobierno –como ocurrió en Uganda– se desbocaban. Recuerde, muchos países, especialmente en el norte de África, Etiopía bajo Meles Zenawi, y casi toda Asia se negaron a aplicar las políticas egoístas del FMI. Líderes seguros de sí mismos en otras partes de África –como Tanzania bajo Julius Nyerere– desafiaron con calma el acoso y las amenazas del FMI-BM, y encontraron formas de remodelar estas políticas egoístas asegurándose de crear espacio, aunque fuera pequeño, para sus empresarios e industrias nativos. En el caso de Uganda, como su amigo, el profesor Mahmood Mamdani ha señalado, estos antiguos rebeldes del NRA/M recién llegados del monte, simplemente vieron una oportunidad de comer y enriquecerse y así subastaron el país sin ningún miramiento –y así han continuado hasta el día de hoy.
Los dolores de los recortados
Al contar la historia de mi padre, observé que mi viejo pasó por malos momentos tras la privatización de Nyanza Textiles. Fue uno de los «recortados», como eufemísticamente se llamaba el despido masivo de trabajadores. Como todos los demás despedidos, estos malos tiempos perjudicaron a su familia inmediata y extensa, y han continuado a lo largo de los años. El camarada Hassan Byekwaso Tibamanya, que así se llamaba mi padre, antes de abandonar las ruinas de la ciudad de Jinja para trasladarse al campo tras el despido, intentó ganarse la vida como vendedor de caña de azúcar cortada y pelada y, a veces, de maíz hervido. Pero se trataba de un hombre que, al cabo de 22 años –entre 1973 y 1994–, había alcanzado el rango de tejedor jefe de Nyanza Textiles. Antes, tras cinco años en Printpack, había recibido formación en fabricación industrial de papel. Ambas empresas habían sido privatizadas, lo que a menudo significaba el cierre y la ruina. Ahora tenía que aprender a trabajar en la calle a los 50 años. Fue una hazaña difícil.
Habiendo abandonado el campo en torno al lago Kyoga en 1964 –dos años después de la independencia–, tras casi 30 años en la urbanizada e industrializada Jinja, ni labrar la tierra ni pescar le resultaban ya atractivos. En medio de la confusión, decidió seguir adelante con su vida en la ciudad. Pero sus sueños habían sufrido un duro golpe.
A medida que Jinja iba perdiendo su brillo, mi padre, que había adquirido una gran sofisticación y gusto –era muy dandi y chic–, también empezó a perder todo su estilo. De pasar la tarde con compañeros de trabajo con los que había trabajado durante las dos últimas décadas, ahora la pasaba solo tras una larga jornada laboral por la ciudad de Jinja. Fue duro. Empezamos a cambiar de casa y acabamos en los barrios bajos de Mafubira, un pequeño suburbio a lo largo de la carretera Jinja-Kamuli. Nunca olvidaré la imagen de aquel hombre que volvía de sus rutinas de venta, hambriento y cansado, y en cuanto dejaba caer sus cansados huesos sobre una silla y se inclinaba hacia atrás, roncaba unos instantes después.
Un año después del despido, la escuela primaria de Main Street, construida por India y entonces bastante lujosa, donde estudiaban tres de sus hijos, entre ellos yo, se volvió inasequible. Si él se las arreglaba para pagar la matrícula, comprar o reparar nuestros uniformes era difícil. Aún recuerdo el día en que, en una asamblea de clase, un profesor me llamó y señaló un pequeño agujero que estaba creciendo en la parte trasera de mis pantalones cortos. Una parte de mi trasero se veía a través del agujero. El profesor me aconsejó tranquilamente que les dijera a mis padres que me lo cosieran. Los tiempos habían golpeado muy duro a mi padre. De hecho, cuatro años después de su despido, en 1996, se trasladó de esta ciudad industrial, ahora moribunda, a las aldeas de Mukono, más cerca de Kampala. Por aquel entonces, se dedicó a freír tortitas y a venderlas en bicicleta. Entonces ya me daba más cuenta de las cosas y vi cómo perdía la sonrisa y la elegancia, pero seguía adelante.
La historia de mi padre es la de muchos obreros despedidos, gente del sector servicios, urbanitas y otros cosmopolitas. No podían volver a la tierra –si es que había alguna tierra a la que volver–, pero tampoco sabían qué hacer con la tierra tras décadas de un estilo de vida y una ética diferentes en la ciudad. Así que transmitieron este letargo, trauma y frustración a su descendencia. Nosotros somos los hijos de esos hombres y mujeres e intentamos rehacer nuestro futuro entre las ruinas.
Ver a través de Nytil
Hace unos dos años, mi padre se enteró de un caso que sus antiguos compañeros de trabajo de Nyanza Textile habían ganado por la denegación de sus prestaciones de fin de contrato en la estafa de los despidos de los años noventa. Tras más de 25 años de negociaciones con los nuevos «guardianes coloniales» de la NRA/M, el Tribunal Superior de Jinja ordenó al gobierno que les pagara 6.200 millones de ush (unos 1,7 millones de dólares). Mi padre no estaba entre los 3426 demandantes cuando se inició el caso. Así que me pidió que le acompañara a la ciudad de Jinja desde Kampala para ver si su nombre podía añadirse a la lista de beneficiarios. Me mostré reticente. Le expliqué que el coste de intentar incluir su nombre en la lista –tanto la inversión emocional como el coste financiero– sería mucho mayor que cualquier indemnización que pudiera llegar a su bolsillo.
Finalmente accedí a hacer el viaje a Jinja para satisfacción emocional de mi viejo. Pero este viaje resultó ser un viaje al pasado. Hablamos y discutimos mucho. Mi mente no podía dejar de pensar en esos 3.500 hombres y mujeres cuyas carreras y vidas maravillosamente asentadas como trabajadores de fábrica –al igual que mi padre– habían sido arruinadas por agencias extranjeras que clamaban una recién descubierta benevolencia hacia los africanos. Esto ocurría apenas 30 años después de la independencia. ¿No habíamos echado a esos extranjeros saqueadores por matar y robar egoístamente nuestros recursos? ¿Con qué rapidez se habían convertido en nuestros benévolos amigos?
No podía dejar de pensar en todos los trabajadores de las demás paraestatales, en una economía dirigida por paraestatales y cooperativas. Más de 140 paraestatales, empresas públicas y cooperativas fueron objeto de liquidación por «interferir» con las fuerzas del mercado de la demanda y la oferta, supuestamente por mala gestión y falta de rentabilidad. Era mentira. Pensemos, por ejemplo, en Uganda Electricity Board (UEB); Uganda Commercial Bank (UCB), Uganda Transport Company; Uganda Bus Company (UBC); Uganda Coffee Marketing Board (UCMB), Nytil Textiles; Dunlop Tyres, Uganda Breweries, Uganda Distillers Ltd, Uganda Dairy Cooperation (UDC); Uganda Fisheries Ltd; Uganda Hotels (UH); East Mengo Growers’ Cooperative Union; Busoga Cooperative Union; Uganda Airlines Corporation; Uganda General Merchandise, Lake Victoria Bottling Company, por mencionar sólo algunas. Cientos de miles de ugandeses trabajaban en estas empresas. Si tomamos una media de 2.000 empleados en cada una de estas unidades, serían 280.000 personas sin trabajo. Recordemos que se trataba de un país estimado en algo más de 10 millones de personas. Dado que estos «recortados» representaban el núcleo de funcionamiento del país –la promesa de modernidad– coordinando las demás unidades, y sectores auxiliares, con el desmantelamiento de estas empresas y corporaciones y cooperativas, tienes todo un país devuelto con éxito a la edad de piedra.
Un mundo de lágrimas
En 2020, cuando por fin llegó la sentencia del Tribunal Superior, la mayoría de los trabajadores despedidos de Nyanza Textiles habían muerto. Los que aún vivían eran demasiado mayores para hacer uso pleno y personal de su dinero, si es que alguna vez lo recibían. ¿Pero cómo habían vivido durante todos estos años, sobre todo teniendo en cuenta que la mayoría de ellos habían sido despedidos a finales de los 40 y principios de los 50? Pensemos también que estas personas tenían familias y parientes a su cargo. Considerando una media de cinco personas a su cargo cada uno (280.000 x 5), se trata de 1,4 millones de personas. ¿Cómo se las arreglaban para mantener a sus familias?
Las historias son dolorosas: un amigo mío, cuyo padre trabajaba en el Uganda Commercial Bank (UCB), recordaba cómo su padre no volvió a encontrar su rumbo. Retirado a los 47 años, falleció tres años después, angustiado y frustrado. Estos tiempos de recortes masivos coincidieron con la pandemia de VIH/SIDA en el continente, por lo que estas personas angustiadas estaban desaprovechadas. No es de extrañar que el VIH/SIDA hiciera estragos en comunidades enteras. Lamentablemente, como nos ha contado el profesor Peter Mugyenyi, las farmacéuticas europeas y estadounidenses, ávidas de pingües beneficios, negaron a los africanos medicamentos que podrían salvarles la vida. En las unidades de trabajo, un hijo de los despedidos, Andrew Lubega, que ahora tiene 52 años, me contó que había un auténtico pandemónium y confusión. Casi todos los organismos públicos tenían viviendas para sus trabajadores. En Kyambogo Estates, Nsambya Estates y Naguru Estates, entre otros lugares. De repente, un padre de cinco hijos se encontró sin trabajo, y no podía seguir viviendo en la unidad de trabajo que le habían asignado. Y sin indemnización.
El buscavidas duerme
Ya mayor, analítico y más reflexivo, volviendo de Jinja a Kampala, le conté a mi padre cómo sus gustos, y sus sueños se habían convertido en los míos, y cómo hoy era capaz de situarlo en un contexto nacional/continental convulso. Le conté cómo él y sus contemporáneos se habían transformado tanto en comparación con sus compatriotas que se habían quedado en el campo, y cómo su vida había sido transformada por la promesa de una modernidad colonial y la violencia del BM-FMI de los años 90. Era todo oídos, todo esto tenía mucho sentido para él. Como muchos de los primeros urbanitas, este graduado de Junior II adoraba la lectura y, de hecho, leía conmigo todas las noches. Sin embargo, cuando llegaron el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, este ritmo decayó. Mi viejo se había vuelto algo más enfadado y callado. Pero siguió adelante. Mientras conducíamos, le pregunté por la vida de sus compañeros de trabajo en Nytil, con los que había mantenido el contacto. Miró por la ventanilla, sin habla. Luego dijo, sombrío, pensativo: «¡ffena tugenda kufa!». (Todos vamos a morir). Se atragantó. Yo solté una carcajada para distraerle… Pero se quedó pensativo. Entonces le pregunté cómo había conocido a mi madre y quiénes eran sus otras amantes. Se iluminó y me tocó a mí responder a algunas de sus preguntas, casi sobre los mismos temas.
Querido lector, este hombre, mi padre, falleció el 4 de octubre de 2024. Tenía 80 años, y el chiste que contaba a menudo era que era tan viejo como el presidente ugandés, Yoweri Museveni, pero no quería vivir demasiado y convertirse en una carga para la vida de la gente. Es difícil decir con certeza de qué murió mi viejo. He decidido castigarme con el pensamiento de que «la vejez». Él también estaría de acuerdo conmigo. Pero una breve historia de su salud sitúa el comienzo de sus problemas en la pandemia de COVID-19. No la gripe, sino la vacuna. Sí, yo también estoy vacunado. El camarada Hassan Byekwaso era muy atlético y pasó la mayor parte de sus últimos 15 años en bicicleta vendiendo verduras en un radio de 10 km, todos los días, hasta el momento de su muerte (incluso en el mes de Ramadán, que insistía en no perderse nunca a pesar de las claras exenciones debidas a su edad).
Nunca había visto a este hombre en el hospital, salvo por complicaciones dentales y auditivas. Pero meses después de recuperarse totalmente de la gripe COVID-19, tras una intensa publicidad, el hombre acudió a vacunarse. Pero entonces, a sus 77 años, enfermó más que durante la gripe. Su tos se hizo intensa y crónica. No había tuberculosis. Surgieron más complicaciones relacionadas con su corazón, que se había vuelto «musical», como dijo un médico. Un par de semanas antes de su fallecimiento, sufrió un derrame cerebral que le postró en una silla de ruedas durante varios días. Luego falleció repentinamente en su cama. En efecto, a los 80 años, muchas cosas son posibles –y nuestro Creador sabe mejor. Y como decimos en la tradición islámica, Inna Lillahi wa inna ilayhi raji’un. (En verdad, pertenecemos a Allah, y en verdad, a Él volvemos).
Querido lector, cuento la historia de mi padre en parte para celebrar su vida, pero también para llorarle. (Me escondo activamente al escribir sobre él para no sentir la profundidad del vacío, ya que escribir era uno de sus sueños para sus hijos, que ha perdurado). Parte de mi intención es recordar las frustraciones y los dolores con los que nuestros padres y nuestra generación han tenido que lidiar, y con los que las generaciones posteriores tendrán que lidiar. Y mientras mi padre, sus antiguos colegas y otras víctimas del llamado «recorte» pueden estar muertos o envejecidos, sus asesinos (el FMI y el Banco Mundial) siguen aquí, aferrados a las mismas políticas de siempre, silenciosamente, técnicamente matando sueños y destrozando vidas violentamente, en beneficio de las corporaciones occidentales.
Este artículo es una versión ampliada de dos artículos publicados por primera vez en el periódico ugandés Observer el 9 de octubre de 2024.
Yusuf Serunkuma es columnista en el periódico ugandés The Observer y académico en la KU Leuven y la Universidad de Makerere. Es autor de The Snake Farmers una obra de teatro, que se lee como libro de texto en los institutos de Ruanda y Uganda. Yusuf imparte clases sobre estudios decoloniales y el nuevo colonialismo, y escribe con regularidad para ROAPE, y la Pan-African Review de Ruanda.Su próximo libro, *Surrounded: Democracy, Free Markets and Other Entrapments of New Colonialism* será publicado en diciembre de 2024 por Editor House Facility en Kampala.
Fuente: ROAPE, 6 de noviembre de 2024 (https://roape.net/2024/11/06/when-the-imf-and-world-bank-visited-my-father/)