Desconectados
Jorge Riechmann
Intervención en la primera sesión del curso “Crisis global, luchas de la dignidad y proyectos alternativos” (al alimón con Pedro Prieto). Madrid, 12 de enero de 2012.
Estamos en la cuenta atrás
El pasado 8 de febrero de 2011, en el diario Público podía leerse un reportaje estremecedor acerca de cómo el deshielo del permafrost siberiano estaba liberando numerosos restos de mamuts –animales extintos desde hace diez milenios–. En aquel remoto Far West (Far East más bien), aventureros, exploradores y logreros desentierran los cuerpos preservados hasta hoy a bastantes grados bajo cero para aprovechar –sobre todo– el marfil de los colmillos, cotizado a más de mil euros el kilo (y demandado sobre todo en China).
Habrá quien objete el adjetivo “estremecedor”: ¿ya estamos haciendo alarmismo catastrofista, o catastrofismo alarmista, a costa del cambio climático? A fin de cuentas, ¿no les vendrá bien a los siberianos un clima algo más suave que el que padecen? Tales consideraciones evidencian la clase de miopía que contribuye a empujarnos al abismo hacia el que nos precipitamos: pues el permafrost congelado contiene ingentes cantidades de metano (que proviene de los depósitos submarinos formados antes de la última glaciación)… y el metano es un gas de “efecto invernadero” 25 veces más potente que el dióxido de carbono, por lo que su liberación provocaría un intenso efecto de retroalimentación, acelerando el calentamiento hasta niveles espeluznantes. El comercio de marfil de mamut constituye un signo ominoso a comienzos del siglo XXI.
La pinza de la doble crisis energética que padecemos –final de la era del petróleo barato, y desestabilización del clima del planeta— está atenazando las posibilidades de vida humana decente sobre el planeta Tierra.
En lo que se refiere a asuntos como la hecatombe de biodiversidad, el calentamiento climático, o el cénit del petróleo y del gas natural, estamos en la cuenta atrás. La oceanógrafa Sylvia Earle –ex científica jefe de la Administración NacionalOceánica y Atmosférica de EEUU— lo expresa con precisión: “Es la primera vez que tenemos capacidad [científica] para entender los riesgos que sufre el planeta, pero tal vez la última para solucionarlo”[1].
También en lo socioeconómico…
También en lo socioeconómico estamos casi en caída libre hacia el desastre; pero el sistema (lo hemos visto en los años que han seguido a 2007) no dispone de mecanismos de autocorrección. (La socialdemocracia funcionó durante decenios como ese mecanismo de autocorrección capitalista: hoy no existe socialdemocracia, prácticamente no existe. En nuestro país queda una poquita en Izquierda Unida, CCOO y UGT –así como también, de forma esperanzadoramente renovada, en el movimiento social del 15-M que arrancó en la primavera de 2011.) Esa guerra de los ricos contra el mundo llamada neoliberalismo prosigue básicamente sin control.
Revisemos algunas cifras básicas para comprender lo que ha significado el funesto ataque del neoliberalismo contra el Welfare State durante los últimos tres decenios. En el período 1967-1987, según los datos oficiales dela OCDE, el porcentaje de los ingresos públicos vía impuestos en los Estados miembros aumentó del 26’9% al 36’3% (en Europa occidental, del 27’7% al 38’5%). La presión fiscal se elevó diez puntos, y ello permitió la satisfacción de muchas necesidades sociales: sanidad, educación, seguridad, empleo. En cambio, en los dos decenios siguientes –1987 a 2007— esa progresión se estanca –se pasa del 36’3% al 38% del PIB–… y lo que varía notablemente es la deuda pública. Ésta, en los países dela OCDE, pasó de representar un 35% del PIB en1967 a un 55 % en 1987, pero entre 1987 y 2007 saltó a un 100%. Juntemos las dos fuentes de financiación del Estado: en el período de auge del neoliberalismo, desde mediados de los años ochenta, los países dela OCDE, para financiar sus prestaciones, han ido sustituyendo impuestos por deuda (y sus sistemas fiscales han ido perdiendo progresividad). La autonomía de los gobiernos con respecto a los “mercados” ha menguado en la misma medida en que se endeudaban cada vez más con estos…
Por otra parte, el endeudamiento privado –en hogares y empresas— supera con creces al público, hasta el punto de que esta deuda privada “es el secreto del crecimiento económico desde los años ochenta-noventa hasta 2007”(Eric Toussaint). Hoy, en 2011, la suma total de las deudas mundiales asciende a 158 billones de dólares: las tres cuartas partes de esta mastodóntica cantidad corresponden a la deuda privada, sólo una cuarta parte a la pública[2] (y eso después de las múltiples estrategias de socialización de las deudas privadas que los poderes dominantes han puesto en marcha a partir de 2008). En el caso de España, el total de la deuda asciente a unos cuatro billones de euros (vale decir, aproximadamente casi veces el PIB español): pero sólo el 16% de esa enorme cantidad era deuda pública, con las cifras de 2010.[3]
Y todo lo anterior en un contexto en que el capital financiero se ha impuesto sobre el capital industrial clásico, y sobre el conjunto de la sociedad, hasta extremos imposibles de imaginar hace sólo algunos decenios. En los años cincuenta del siglo XX, en EEUU –el epicentro de esta “financiarización” de la economía— los préstamos pendientes de pago se repartían a partes iguales entre el sector financiero y la economía real. En cambio, en 2007 más del 80% de los préstamos de bancos en EEUU correspondían al sector financiero.
Capitalismo del siglo XIX con tecnología del siglo XXI: eso es lo que los poderes dominantes ponen en práctica para “salir de la crisis”. Y viven en un mundo imaginario, entregados a fantasías delirantes: para ellos la Tierra es plana y no tiene límites.
“Lo que se nos viene encima es mucho con demasiado”, decía en 2010 muy expresivamente un ciudadano cubano ante la perspectiva de cambios económicos sustantivos en la isla caribeña. Pues bien, lo que en plano mundial se nos viene encima sí que es mucho con demasiado. Fin de la era del petróleo barato, calentamiento climático, hecatombe de diversidad biológica, gobierno de la economía por un sistema financiero desregulado de forma culpable por los gobiernos y atizado por una codicia demente: mucho con demasiado.
Evitar la catástrofe
1980 fue aproximadamente el año en que la demanda conjunta de los seres humanos –medida en términos de huella ecológica— superó la biocapacidad de la Tierra[4]. 1999 fue el año en que los refugiados por causas medioambientales superaron al número de refugiados de guerra: 25 millones[5] (desde entonces esa tijera no ha dejado de abrirse cada vez más –y no porque las guerras estén en retroceso…). 2011 fue el año en que nació el bebé que empujaba la población humana hasta 7.000 millones de personas (las previsiones de NN.UU. sugieren una estabilización cerca de los 9.000 millones de personas en 2050). También fue 2011 el año en que arranca la primera explotación comercial minera en el fondo marino[6], o en que llegó al gran público el fenómeno del fracking (“fractura hidráulica” para acceder a reservas subterráneas de gas “no convencional”, shale gas)…
No se trata ya de evitar que la generación de los hijos viva peor que la de los padres: eso en cierto sentido resulta inevitable (por ejemplo, no se repetirá la sobreabundancia energética del siglo XX, con el terrible despilfarro concomitante) y en otro sentido engañoso (no se debería identificar la vida buena con el empobrecedor consumismo que se nos vendió como tal[7]). Se trata de evitar una regresión civilizatoria, una catástrofe ecológico-social que dejaría chiquitas las grandes crisis a las que la humanidad tuvo que hacer frente en el pasado.
Fernando Savater describe el tránsito de su activismo nietzscheano juvenil a una madurez más sosegada en los siguientes términos: “Tras el asentamiento de la democracia en España, mis fervores fueron progresivamente renunciando a la truculencia y adoptando cauces pragmáticos: se trataba de vivir mejor, no de alcanzar el paraíso”[8]. Una o dos generaciones después habría que reformular: no se trata por supuesto de alcanzar el paraíso –tiendo a pensar que lo paradisíaco destruye al ser humano[9]— ni tampoco de “vivir mejor” en el sentido que la ideología dominante da a esa expresión. Se trataría de vivir bien –con menos, con lo bastante, con lo suficiente–, ajustándonos a los límites biofísicos del planeta, y así evitar lo peor: las perspectivas de colapso civilizatorio que tenemos tan cerca[10].
No nos damos cuenta cabal de la velocidad con que han ocurrido los cambios sociales, tecnológicos y ecológicos en los últimos decenios –desde la fase “fordista” del capitalismo que comenzó hacia 1930, y sobre todo desde la posguerra de la segunda guerra mundial, hasta hoy. Es una velocidad que corta el aliento.
En la transición del feudalismo y el Ancien Régime al mundo moderno dela Revolución Industrial capitalista, la sociedad se enfrentó a una suerte de colapso total: un cataclismo que exigía una reconstrucción integral de la sociedad y la economía. Prácticamente cada una de las instituciones sociales exigía ser evaluada, reformada o –muchas veces— abandonada. (Éste es precisamente el contexto del nacimiento de las ciencias sociales modernas, dicho sea de paso.)
Pues bien, hoy nos encontramos en medio de un cataclismo socio-ecológico de dimensiones semejantes: por eso no resulta exagerado hablar –como lo vienen haciendo algunos analistas acaso especialmente lúcidos, y los movimientos sociales alternativos, desde hace tiempo— de crisis de civilización. Las pautas del desarrollo seguido hasta ahora por las sociedades industriales no pueden prolongarse en el futuro. La ilusión de seguir adelante con “escenarios BAU” (Business as Usual) debería ser desenmascarada sin descanso…
El tiempo disponible para actuar está menguando de forma dramática
Hoy, en lo que hace al calentamiento climático y al cénit del petróleo y del gas natural, estamos en la cuenta atrás. (También en otras dimensiones de la crisis ecológico-social acaso menos visibles pero no menos peligrosas, como la hecatombe de diversidad biológica que estamos causando.)
Quizá el lector o lectora recuerde la revista Bulletin of the Atomic Scientists, fundada en EEUU por un grupo de físicos atómicos en 1947.[11] Una característica de esta publicación es un reloj que aparece en su cabecera, que desde aquellos años iniciales de la Guerra Fría viene marcando los minutos que probablemente nos separan de un cataclismo nuclear, el cual correspondería a la medianoche. Desde 1947 el minutero cambió de posición 17 veces, con un mínimo de dos minutos en 1953, cuando Estados Unidos y la Unión Soviética realizaron sus primeras pruebas con bombas de hidrógeno, y un máximo de 17 minutos en 1997. Pues bien, en el número de enero-febrero de 2007, el reloj, que marcaba 7 minutos desde 2002, se adelantó dejando la distancia a la medianoche en 5 minutos. Pero la novedad es que se trataba de la primera vez que el desplazamiento horario tenía lugar en relación con un suceso no nuclear: “Las armas nucleares”, se leía en uno de los titulares, “todavía plantean la amenaza a la humanidad más poderosa, pero el cambio climático y las tecnologías emergentes han acelerado nuestra capacidad de autodestrucción”[12].
Toda la información científica de que disponemos hoy confirma esa apreciación de los redactores del Bulletin. Cinco minutos antes de la medianoche: pero no por una guerra nuclear sino por la devastación equiparable que puede venir de la mano del calentamiento climático y el peak oil.
La red de científicos Global Carbon Project, como se sabe, vigila la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera. En otoño de 2009 advirtió: a finales del siglo XXI la temperatura promedio del planeta podría aumentar en seis grados centígrados, si continuamos emitiendo gases de efecto invernadero de forma descontrolada. En un mundo seis grados más caliente en promedio las zonas habitables para los seres humanos se reducirían drásticamente; la mayoría de la población humana del planeta se convertiría en excedente; las posibilidades de mantener una civilización compleja serían casi nulas.
Dennis Meadows, autor principal del informe al Club de Roma Los límites del crecimiento (1972), entrevistado en La Vanguardia el 30 de mayo de 2006 nos advertía: “Dentro de cincuenta años, la población mundial será inferior a la actual. Seguro. [Las causas serán] un declive del petróleo que comenzará en esta década, cambios climáticos… Descenderán los niveles de vida, y un tercio de la población mundial no podrá soportarlo.” De hecho, si la temperatura promedio aumenta en seis grados incluso esa espantosa previsión referida a un tercio de la población mundial será demasiado optimista.[13]
Cada año vamos añadiendo a la atmósfera del planeta un par de ppm (partes por millón) de dióxido de carbono, en una progresión ominosa que sólo alteran, circunstancialmente, las indeseadas recesiones económicas… Las 280 ppm del mundo preindustrial se convirtieron en 354 en 1990, año base del Protocolo de Kioto (¡ya por encima de las 350ppm que según muchos científicos, constituyen la “línea roja” a la que habría que regresar!), 386 en 2009 y 389’6 en 2010 (a pesar del mal momento económico por el que atraviesan muchos países –lo cual se traduce en reducción de sus emisiones).
Sólo entre 2000 y 2008 las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera aumentaron un 29%. En 2008-2009 la crisis económica ralentizó este crecimiento, pero el alivio ha durado poco: en 2010 las emisiones mundiales del principal gas de efecto invernadero volvieron a crecer con fuerza (casi un 6% respecto del año anterior), retomando la senda de incremento de 2000-2008. El crecimiento acumulado entre 1990 y 2010 es del 49%.[14] Incluso los organismos tan vinculados al statu quo como la Agencia Internacional de la Energía lanzan estremecedores gritos de alarma: así, según el informe World Energy Outlook de 2011, si no se produce un “cambio de dirección absoluto” no habrá ya vuelta atrás a partir de 2017. En ese año, si seguimos con el business as usual (BAU), se emitiría ya la misma cantidad de dióxido de carbono que no se debería haber alcanzado hasta 2035 para contener el calentamiento climático y tener opción de evitar los peores daños[15]. Y sin embargo las últimas “cumbres del clima” –Copenhague en 2009, Cancún en 2010, Durban en 2011— han sido rotundos fracasos…
Como si pudiéramos vivir en una biosfera de usar y tirar!
En la tienda del electricista (Malasaña, Madrid, enero de 2012), contratando una pequeña reparación. Entra un señor con mono azul de trabajo y pide bombillas incandescentes de 40 W con ciertas especificaciones. Y sentencia: “Cuatro o cinco… Cada vez se funden antes. Pero hacen bien, así trabajamos todos.”
¡Bombillas de usar y tirar… como si pudiéramos vivir en una biosfera de usar y tirar! ¿Se puede sintetizar mejor la demente lógica economicista que nos destroza? Obsolescencia planificada para que la rueda del consumo tire de los engranajes de la producción, y el crecimiento de ésta pueda seguir compensando –a trancas y barrancas— los aumentos de productividad del trabajo, bajo el supuesto –insensato— de que este maltrecho planeta podrá seguir soportando el crecimiento económico… Y desde el periódico Paul Krugman reivindica a Keynes, sin peros ni matices ni correcciones, como si estuviésemos en 1937.[16]
La globalización neoliberal ha consistido, esencialmente, en libertad de movimientos para los capitales y las mercancías. El resultado es horriblemente destructivo para los pueblos y los ecosistemas: un filósofo como Manuel Cruz escribe que lo que tenemos es “un orden social, político y económico convertido en un monstruoso artefacto de generar daño y sufrimiento”[17]. A partir de 2007-2008, eso debería resultar evidente para todo el mundo…
Burbujeando
Después de las “burbujas” económicas, oímos, toca apretarse el cinturón. Hemos estado viviendo por encima de nuestros medios, gastando lo que no teníamos, endeudándonos en exceso: ahora toca evaluar sobriamente la situación, y adecuar los gastos a los recursos disponibles.
Pero ¿no cabe considerar la historia de los dos últimos siglos –la Era Industrial— como el despliegue de una gigantesca “burbuja fósil” que ahora se encuentra próxima al estallido? En las burbujas inmobiliaria y financiera, los especuladores “toman prestado del futuro” y la pompa de jabón estalla cuando se hace evidente que esas deudas no podrán ser reembolsadas. En la burbuja fósil, hemos estado tomando prestado –muy irresponsablemente— del pasado: la gigantesca riqueza de hidrocarburos fósiles acumulada a lo largo de millones de años. Por lo demás, las dos clases de burbujas están conectadas: la búsqueda de rentabilidad del capital financiero tira de la “economía real” en su huida hacia delante, tratando de producir lo suficiente como para satisfacer la voracidad de ese insaciable “capital ficticio”…
Tres niveles
Petros Márkaris, el escritor griego, dibuja en su novela negra Con el agua al cuello (2011) el sufrimiento, el desconcierto y la rabia de sus conciudadanos y conciudadanas en la presente crisis. Señala que la mitad de la población griega vive (o más bien vivía) de créditos: créditos hipotecarios, al consumo, para el coche nuevo, para las vacaciones… “Es un sistema que funciona a base de dinero virtual, éramos ricos porque teníamos dinero virtual, pero ese dinero nunca existió y así hemos llegado a los servicios sociales colapsados y al borde de la bancarrota”[18].
Sin salir de Grecia, recordemos que ya Aristóteles diferenció entre dos niveles económicos: la economía real constituida por bienes y servicios (una oikonomía de “valores de uso”), y la crematística basada en el dinero[19]. En realidad hemos de considerar un tercer nivel (o más bien primero): la base biofísica de la economía real, los ecosistemas, servicios ecosistémicos y recursos naturales a partir de los cuales la actividad económica logra producir bienes y servicios útiles para el ser humano. Pues bien, apreciamos una doble desconexión: A) de lo crematístico y financiero respecto de la economía real, productiva; B) de la economía (tanto financiera como productiva) con respecto a la biosfera. Distinguir entre los tres niveles resulta esencial[20].
TRES NIVELES
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La economía “real-real” de los recursos naturales y los ecosistemas (la “Gran Economía” de la biosfera).
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La economía “real” que produce bienes y servicios tangibles
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La economía de papel (o apuntes contables) de las finanzas y el sector bancario
Para hacernos una idea de las magnitudes de la desconexión actual, y la problemática relación entre los tres niveles: la huella ecológica de la humanidad (que mide aproximadamente la demanda humana conjunta de recursos naturales y servicios ecosistémicos) superó la biocapacidad del planeta hacia 1980, y en la actualidad supone casi un 140% de la misma[21]. Y el total de los activos financieros mundiales, que hacia 1980 equivalían aproximadamente al PIB mundial, hoy casi lo cuadruplican. [22]]
Es un terrible despropósito que el poder financiero domine a la economía productiva, y que a su vez la economía domine a la sociedad y a la naturaleza. Como Susan George ha explicado más de una vez, las prioridades deberían ser precisamente las inversas: naturaleza y sociedad por delante de la economía, y ésta por delante del sector del crédito y las finanzas.
Doble desconexión
Los mercados financieros –nos explican Bibiana Medialdea y otros economistas–, intensamente desregulados desde los años ochenta del siglo XX, no se limitan a cumplir la función de suministrar crédito o facilitar las inversiones… Presentan una tendencia intrínseca a acumular “capital ficticio” y a generar burbujas desconectadas de la economía real que, al estallar, provocan graves crisis[23]. Tenemos, por tanto, una dinámica de crecimiento mediante burbujas en el nivel 3 (lo crematístico y financiero desconectado de la “economía real”…), y esto lo advierten ya grandes sectores sociales. Con la crisis que empezó en 2007, en efecto, un nivel de insostenibilidad ya ha sido desenmascarado ante los ojos de todos: en España, “economía del ladrillo”, deuda, bajos salarios, escasa cualificación laboral, depredación del territorio, corrupción inmobiliaria y política, hipotecas donde queda uno entrampado… Y finalmente desplome económico que se lleva por delante la protección social y la ciudadanía democrática.
Sin embargo, hay otro nivel de insostenibilidad que la mayoría social sigue sin ver, y muchas personas negándose a ver: me refiero a lo ecológico-ambiental. Se manifiesta en forma de calentamiento climático (habría que hablar más bien de “vuelco climático”, como sugiere Daniel Tanuro[24]), peak oil (y más en general cenit de los hidrocarburos fósiles y de muchos otros recursos minerales esenciales, comenzando por los fosfatos con los que fabricamos fertilizantes de síntesis), hecatombe de diversidad biológica, pérdida de funcionalidad de cada vez más ecosistemas, inseguridad alimentaria… ¡También en el nivel 2 hay crecimiento impulsado por burbujas (la burbuja fosilista); y no sólo se da desconexión entre el nivel 2 y el 3, sino entre el 1 y el 2! También la “economía real” está desconectada de la “Gran Economía” de la biosfera… “Tampoco el PIB era ecológicamente sostenible pues (…) por debajo de la economía real o productiva de los economistas, está la economía real-real de los economistas ecológicos, es decir, los flujos de energía y materiales cuyo crecimiento depende en parte de factores económicos (tipos de mercados, precios) y en parte de los límites físicos. Actualmente, no solo hay límites físicos en los recursos sino también en los sumideros: el cambio climático está ocurriendo por la quema excesiva de combustibles fósiles y por la deforestación, amenazando la biodiversidad.” [25]
“Hay pocas cosas tan corruptoras como una burbuja inmobiliaria”, advierten incluso los economistas de orientación neoliberal. “Probablemente, el narcotráfico a gran escala que sufren algunos países de América Latina sea peor, pero no se me ocurren más ejemplos.[26] Pero en cuanto nos volvemos conscientes de los tres niveles, se nos ocurren otros ejemplos importantes: la “burbuja termoindustrial”, con su dinámica de crecimiento explosivo impulsada por el crecimiento exponencial del uso de energía, ha resultado igualmente corruptora para las sociedades industriales[27].
Ajustes
Estamos cansados –y aterrados— de oír hablar de ajustes, refiriéndose el vocablo a operaciones económicas –presentadas como necesarias e inevitables— que privilegian los intereses de los accionistas de los bancos, o de las compañías eléctricas, frente a las usuarias de la sanidad pública o los pensionistas… Estos ajustes se refieren a la interfaz entre el nivel 3 y el nivel 2 –y son rechazables con muy buenas razones.[28]
Pero hay otros ajustes –entre el nivel 1 y el nivel 2— de los que apenas oímos hablar y que sí son en verdad inexorables: me refiero al ajuste de la economía a los límites biofísicos de la Tierra. El nivel 3 –crematístico—puede crecer prácticamente sin límite, con la creación masiva de dinero a golpe de clics de ratón informático por parte de los bancos centrales y la banca privada; el nivel 2 –bienes y servicios tangibles– está uncido al nivel 1 –biofísico–, y sólo bajo los efectos de una extrema intoxicación ideológica, sólo extraviados en las fantasías de la teoría económica predominante –el marginalismo neoclásico–, podemos figurarnos que logrará seguir creciendo mucho tiempo más.
Tratar de continuar el crecimiento más allá de los límites del crecimiento (pensemos en la “respuesta” al cenit del petróleo que vemos dibujarse: tratar de exprimir hasta la última gota de los hridrocarburos fósiles “no convencionales” sin reparar en daños socioecológicos: yacimientos del Ártico y el océano profundo, arenas bituminosas, shale gas, etc) conduce a una Tierra devastada. El intento no tendrá éxito, y todo indica que reducirá enormemente las posibilidades de vivir una vida humana decente en el futuro.
Para no tocar los beneficios del capital y la rentabilidad de las “inversiones” de los rentistas, se arriesga la destrucción del mundo. Si dejamos que se consume el horror que está en marcha, las generaciones futuras nos maldecirán por ello.
Aún no hemos aprendido a vivir en esta Tierra
Ken Booth emplea la imagen del juicio final, en el sentido siguiente: “Un ‘juicio’ es una situación en la que los seres humanos, como individuos o como colectividades, nos encontramos frente a frente con nuestras formas de pensar y de comportarnos arraigadas pero regresivas. Ante un juicio, tenemos que cambiar o pagar las consecuencias. Lo que llamo el ‘juicio final’ es la manera que tiene la historia de ajustar cuentas con las formas de pensar y comportarse establecidas –y en mi opinión regresivas—de la sociedad humana a escala global”[29]. Estas formas de pensamiento y acción, a las que Booth se refiere, pueden cifrarse en:
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unos cuatro mil años de patriarcado (la idea de que los varones son superiores y deben dominar la sociedad);
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dos mil años de religiones proselitistas (la convicción de que nuestra fe es la verdadera y merece ser universalizada);
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quinientos años de capitalismo (“un modo de producción de increíble éxito, pero que exige que haya perdedores además de triunfadores, siendo la naturaleza uno de los perdedores más destacados”, p. 13);
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unos trescientos años de estatismo-nacionalismo (el juego de la soberanía acoplado con el narcisismo nacional, que genera una política internacional concebida como lucha competitiva de unas naciones contra otras, en el contexto de la desconfianza humana y la institución de la guerra)
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unos doscientos años de racismo (la ideología según la cual hay seres humanos superiores e inferiores, basada en diferencias biológicas menores);
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y casi cien años de “democracia de consumo” que ha conducido a lo que JK Galbraith llamó una cultura de la satisfacción para los triunfadores dentro de cada sociedad y entre unas sociedades y otras, mientras que los perdedores viven en condiciones de opresión y explotación.
El juego histórico de estas ideologías e instituciones nos ha llevado a un mundo crecientemente irracional, desequilibrado, disfuncional, donde cientos de millones de seres humanos, y la naturaleza, se encuentran cada vez peor; y donde la enloquecida huida hacia adelante es la única “normalidad” que parece reconocer la economía.
Homo sapiens sapiens lleva –llevamos— unos 200.000 años en este planeta; pero han bastado apenas siglo y medio de sociedad industrial –menos de una milésima parte de ese lapso temporal– para situarnos frente al abismo. Aún no hemos aprendido a vivir en esta Tierra. “No hemos sabido afrontar el conflicto básico entre la finitud de la biosfera y unos modelos socioeconómicos en expansión continua, profundamente ineficientes, impulsados por un patrón de crecimiento indefinido.”[30]
Con una simplificación que creo no traiciona a la realidad, cabe decir que la pregunta decisiva para los seres humanos sigue siendo la misma que hace cincuenta mil años: ¿dominio del fuerte sobre el débil, o cooperación entre iguales? (En el siguiente capítulo, el 3, ahondaremos en esta cuestión.)
La economía capitalista, cáncer de la biosfera
Paul Hawken escribe que “actualmente estamos robando el futuro, vendiéndolo en el presente y denominándolo Producto Interior Bruto”[31]. En realidad la situación es aún más cruda: estamos robando del futuro (destrucción de biodiversidad), del pasado (combustibles fósiles) y del presente (expoliación de recursos naturales y fuerza de trabajo mal pagada), y lo llamamos PIB.
En sociedades desiguales, donde una gran fracción de la riqueza y el poder se concentra en los estratos superiores, la preservación del statu quo absorbe casi todos los esfuerzos de estas capas, que harán lo posible y lo imposible por retener sus privilegios. Esto se aplica igual a las elites de las antiguas ciudades sumerias que a los banqueros de Wall Street. Se diría que sólo las sociedades igualitarias pueden ser sustantivamente racionales (en un sentido histórico: aprender del pasado para anticipar y sortear con éxito los problemas del futuro).
¿El ser humano sería el cáncer de la biosfera? No. La economía capitalista –y particularmente el capitalismo financiarizado– es el cáncer de la biosfera. Mi maestro Manuel Sacristán lo formuló con claridad en uno de sus textos clave, la comunicación a las Jornadas de Ecología y Política de 1979: “No es posible conseguir mediante reformas que se convierta en amigo de la Tierraun sistema cuya dinámica esencial es la depredación creciente e irreversible”[32]. O logramos poner fuera de juego la dinámica de acumulación ciega de capital, o quebramos el doble movimiento de endeudarse para crecer y crecer para pagar las deudas, o estamos perdidos.
Bienes comunes
Un clima estable, un abastecimiento energético suficiente y sostenible, o el adecuado suministro de crédito a una economía que haga las paces con la naturaleza son bienes comunes. La racionalidad (económica, ecológica, social) nos dice que los sistemas que garantizan estos bienes no pueden ser privados, ni gestionarse buscando el máximo beneficio para las minorías rentistas que nos han llevado al borde del abismo. Atendamos a la advertencia de Susan George:
“Una economía capitalista conlleva la existencia del mercado, pero lo contrario no es verdad: todo depende de la clase de mercado de que se trate. El sueño neoliberal del ‘mercado autorregulado’ se ha revelado finalmente como una pesadilla y una bestia mitológica (…). El debate no debería centrarse en decir sí o no al mercado sino más bien en qué artículos deberían ser comprados y vendidos a precios fijados con arreglo a la oferta y la demanda, y cuáles deberían ser considerados bienes y servicios comunes o públicos, cuyo precio tendría que fijarse en función de su utilidad social.
(…) Mi lista de bienes públicos o comunes comenzaría con uno que hace una década no aparecía: un clima adecuado para los seres humanos. Actualmente el clima es un bien común porque el bienestar de todos depende de él, lo cual no impide los intentos de convertirlo en un artículo rentable y comercializable por medio de permisos y compensaciones relativas a la contaminación. Se trata de un enfoque erróneo aunque sólo sea porque el mercado presupone la existencia continuada de la mercancía comercializada, en este caso las emisiones de dióxido de carbono que es exactamente lo que hemos de eliminar.
(…) La siguiente lista, más convencional, de bienes públicos intentaría reparar el daño de décadas de privatización, e incluiría no sólo puntos obvios como la salud, la educación y el agua sino también la energía, una buena parte de la investigación científica y los fármacos, aparte del crédito financiero y el sistema bancario.”[33]
Hoy, los poderes financieros e industriales que nos han llevado a ese violento choque contra los límites biofísicos del planeta que marca nuestra época están recomponiendo su dominio tras la fuerte conmoción de 2007-2009. Si lo consiguen, si la guerra de los ricos contra el mundo que llamamos neoliberalismo prosigue su curso como lo vino haciendo durante los tres decenios últimos, la repetición de las crisis está asegurada. Pero quizá en la siguiente gran crisis sistémica no tengamos ya ni el mínimo margen de maniobra necesario para llevar a cabo una transición no catastrófica. Como se ha dicho, quizá el capitalismo se recupere de esta crisis sistémica, pero entonces el mundo probablemente no podrá recuperarse ya de la siguiente crisis capitalista.
Estamos todos en peligro
El poeta y cineasta Pier Paolo Pasolini, pocas horas antes de su asesinato en 1975, lanzaba un lúcido y trágico grito de alarma: “Estamos todos en peligro”[34]. Como un terrible eco del mismo resuenan las palabras de James Hansen, climatólogo de la NASA, en el prólogo de su libro de 2009: “El planeta Tierra, la creación, el mundo donde se ha desarrollado la civilización, el mundo con las pautas climáticas que conocemos, se halla en peligro inminente. (…) Continuar la explotación de todos los combustibles fósiles de la Tierra amenaza no sólo a los millones de especies vivas del planeta, sino también la supervivencia de la humanidad misma –y los plazos son más breves de lo que pensamos.”[35]
“Quien desee una vida tranquila no debería haber nacido en el siglo XX”, dijo Trotski (lo recordaba Isaiah Berlin, quizá el pensador liberal más interesante de esa centuria, al comienzo de su famoso ensayo “Las ideas políticas en el siglo XX”). Todavía menos debería haber nacido esa persona en el siglo XXI, si quiere una vida tranquila… Vamos hacia un tiempo mucho más turbulento y doloroso de lo que ninguno de nosotros desearía. La única vía para minimizar los daños es un salto cualitativo en las dimensiones de igualdad, cooperación y cuidado. Nuestro drama es que los “tiempos lentos” del aprendizaje social no son congruentes con la rapidez de las transformaciones que serían necesarias para evitar lo peor.
Notas:
[1] Entrevista con Sylvia Earle: “Sigo buceando en los océanos porque aún respiro”, El País, 5 de octubre de 2010. Vale la pena mencionar que el principal de los “impulsores directos” del “cambio global” –o sea, la causa directa principal de la crisis ecológica mundial, que es una crisis socio-ecológica— es el camnbio de los usos del suelo, que permanece ampliamente fuera de la conciencia de nuestras sociedades (supuestamente tan concienciadas de lo ambiental). Carlos Montes, “Cambio climático, agricultura y biodiversidad”, ponencia en el curso de la Universidad Pablo de Olvida de Sevilla “Agricultura y alimentación en un mundo cambiante” (VIII Encuentros Sostenibles); Carmona, 5 al 7 de octubre de 2011.
[2] Eric Toussaint, “Sobre deudas, rescates y el futuro del euro”, intervención en la II Universidad de Verano de Izquierda Anticapitalista, Banyoles, 24 al 28 de agosto de 2011. El economista belga ha coordinado –junto con Damien Mollet— La dette ou la vie, Éditions Aden, Bruselas 2011. La deuda pública externa del “tercer mundo” (China incluida) apenas supone el 1% del total de deudas mundiales.
[3] El 84% restante, por tanto, era deuda privada; un 21% correspondiente a hogares, y el resto –la mayor parte— a empresas e instituciones financieras (véase AAVV; Viviendo en deudocracia, Icaria, Barcelona 2011). Por otra parte, las cifras del Banco de Pagos Internacionales para 2010 son las siguientes: una deuda del 355% del PIB (sumando deuda pública y privada, e incluyendo en esta última la de las entidades financieras), donde la deuda pública es el 61 % del PIB (era sólo del 40% en 2007, pero ha crecido por el incremento de gastos de ayuda al desempleo, las ayudas a la banca y la caída de ingresos fiscales), la deuda de las familias supone un 85’7% del PIB, y la deuda de las empresas no financieras asciende al 141% del PIB (véase Amparo Estrada, “Comprar a crédito sin límites”, Público, 10 de noviembre de 2011).
[4] Mathis Wackernagel y otros, “Tracking the ecological overshoot of the human economy”, Proceedings of the National Academy of Sciences, 9 de julio de 2002, p. 9266-9271. De mucho interés también es la actualización del clásico informe al Club de Roma Los límites del crecimiento (originalmente publicado en 1972): Donella H. Meadows, Dennis L. Meadows y Jorgen Randers, Limits to Growth: The 30 Year Update, Chelsea Green Publishing 2004.
[5] Datos del Instituto para el Medio Ambiente yla Seguridad Humana de NN.UU., UN-EHS por sus siglas en inglés.
[6] En aguas de Papúa-Nueva Guinea, cuyo gobierno ha otorgado una concesión durante veinte años a la empresa canadiense Nautilus Minerals para explotar un yacimiento de oro y cobre a más de1.600 metros de profundidad. Los impactos de esta clase de prácticas tendrían que generar una inquietud enorme…
[7] He tratado de argumentarlo en Jorge Riechmann, ¿Cómo vivir? Acerca de la vida buena, Los Libros de la Catarata, Madrid 2011.
[8] Fernando Savater, “Un hombre asombrado… y asombroso”, El País, 30 de marzo de 2011.
[9] Alguna reflexión al respecto en Jorge Riechmann, “La ilusión del origen”, capítulo 7 de Resistencia de materiales, Montesinos, Barcelona 2006.
[10] Manfred Linz, Jorge Riechmann y Joaquim Sempere: Vivir (bien) con menos. Sobre suficiencia y sostenibilidad, Icaria, Barcelona 2007. Véase también Jorge Riechmann, ¿Cómo vivir? Acerca de la vida buena, Los Libros de la Catarata, Madrid 2011.
[11] Yo tuve el honor de entrevistar a uno de sus redactores, Len Ackland, de paso por Madrid en 1991, para la revista En pie de paz. La web de la revista estadounidense es http://www.thebulletin.org/
[12] Lo recogía José M. Sánchez-Ron: “Paradojas nucleares”, El País, 16 de diciembre de 2007. En enero de 2010 el minutero del Doomsday Clock atrasó un minuto, hasta 6 minutos antes de medianoche (por percibirse algunas señales de acción política contra el calentamiento climático, señales que por desgracia no tuvieron continuidad); en enero de 2012 volvió a marcar cinco minutos. Véase el comunicado de prensa (del 10 de enero de 2012) http://www.thebulletin.org/content/media-center/announcements/2012/01/10/doomsday-clock-moves-1-minute-closer-to-midnight
[13] Una síntesis de lo que puede venir encima en Ramón Fernández Durán: La quiebra del capitalismo global 2000-2030. Preparándonos para el comienzo del colapso de la civilización industrial, Virus/ Libros en Acción, Madrid 2011.
[14] El estudio del Global Carbon Project (primer firmante: Glen Peters) publicado en Nature Climate Change el 5 de diciembre de 2011, del que da cuenta Alicia Rivera (“La crisis no frena las emisiones de gases de efecto invernadero”, El País, 5 de diciembre de 2011), cuantifica un 49% de crecimiento de las emisiones de dióxido de carbono entre 1990 y 2010.
[15] Informe de la AIE (Agencia Internacional de la Energía) World Energy Outlook 2011, publicado el 9 de noviembre de 2011. Puede consultarse toda la serie en http://www.worldenergyoutlook.org/ . Comentario el mismo día en The Guardian: “World headed for irreversible climate change in five years, IEA warns”. Puede consultarse en http://www.guardian.co.uk/environment/2011/nov/09/fossil-fuel-infrastructure-climate-change?newsfeed=true
Comentando este informe señalaba en enero de 2012 Allison Macfarlane, presidenta del Bulletin of the Atomic Scientists Science and Security Board: “La comunidad global puede estar cerca de un punto sin retorno en lo referente a los esfuerzos para evitar un cambio catastrófico del clima de la Tierra. La Agencia Internacional de la Energía advierte que, a menos que las sociedades comiencen a construir alternativas a las tecnologías energéticas emisoras de carbono en los próximos cinco años, el mundo hará frente a un clima más caliente, una meteorología extrema, sequías, hambrunas, escasez de agua dulce, niveles del mar en aumento, destrucción de las naciones isleñas y creciente acidificación de los océanos. Dado que las infraestructuras energéticas y las centrales eléctricas construidas en 2012-2020 funcionarán durante 40-50 años, si queman combustibles fósiles nos situarán en una senda que ya no resultará posible redirigir. Incluso si los líderes políticos deciden en el futuro reducir nuestra dependencia de los combustibles fóliles, sería demasiado tarde –a menos que actuemos en el próximo quinquenio.” Véase el comunicado de prensa (del 10 de enero de 2012) http://www.thebulletin.org/content/media-center/announcements/2012/01/10/doomsday-clock-moves-1-minute-closer-to-midnight
[16] Paul Krugman, “Keynes tenía razón”, El País, 3 de enero de 2012. Por favor, si pueden, no dejen de leer Prosperidad sin crecimiento de Tim Jackson (Icaria, Barcelona 2011).
[17] Manuel Cruz, “Usted es el asesino”, Babelia, 12 de noviembre de 2011.
[18] “Es imposible no estar furioso con Europa”, entrevista a Petros Márkaris en El País, 1 de noviembre de 2011.
[19] En su Política señala que la disciplina llamada económica se ocupa de la producción de bienes necesarios para la vida y útiles para la casa y la polis (y también de la adquisición por compraventa). “La verdadera riqueza consiste en esos bienes”, dice el pensador griego, y tiene límites porque las necesidades humanas son limitadas: “la medida de esta clase de posesiones que son suficientes para una vida buena no es ilimitada”. Aristóteles añadió que hay “otra clase de arte de adquirir”, que denominó crematística, “para la cual no parece haber límites de la riqueza y la posesión”. La razón de esta peculiaridad es que gira en torno al dinero. El dinero es el comienzo y el final de este “arte de adquirir”, y como el dinero se puede acumular indefinidamente no hay límites a su adquisición. Véase Aristóteles, Política, Gredos, Madrid 1988, p. 64-73.
[20] Véase al respecto Joan Martínez Alier, “La crisis económica, vista desde la economía ecológica”, publicado en www.sinpermiso.info el 2 de noviembre de 2008.
[21] Mathis Wackernagel y otros, “Tracking the ecological overshoot of the human economy”, Proceedings of the National Academy of Sciences, 9 de julio de 2002, p. 9266-9271. Los informes Living Planet coordinados por WWF actualizan los datos sobre huella ecológica cada dos años (el último se publicó en 2010): pueden consultarse en www.wwf.es.
[22] El Instituto McKinsey estima que el total de activos financieros mundiales supuso en 2007 nada menos que 194 billones de dólares (esto equivale a 3’4 veces el PIB mundial) (informe Mapping Global Capital Markets: Fifth Annual Report del McKinsey Global Institute, hecho público en octubre de 2008). En 2008 descendieron, tras tres decenios de expansión constante, totalizando 178 billones de dólares: véase el sexto informe anual, de septiembre de 2009, Global Capital Markets: Entering A New Era (disponible en http://www.mckinsey.com). Una de las constataciones principales: “For most of the first eight decades of the 20th century, financial assets grew at about the same pace as GDP. The exceptions were times of war, when government debt rose much more rapidly. But after 1980, financial asset growth raced ahead (…). From 1980 through 2007, the world’s financial assets —including equities, private and public debt, and bank deposits— nearly quadrupled in size relative to global GDP” (p. 7-8).
[23] Bibiana Medialdea (coord.), Quiénes son los mercados y cómo nos gobiernan, Icaria, Barcelona 2011, p. 16.
[24]Daniel Tanuro, El imposible capitalismo verde, La Oveja Roja, Madrid 2011, p. 46. Véase también p. 33.
[25] Joan Martínez Alier, “La crisis económica, vista desde la economía ecológica”, publicado en www.sinpermiso.info el 2 de noviembre de 2008.
[26] “En España, la burbuja ha corrompido a las Administraciones Públicas, muy particularmente a las territoriales, que son las que acaban teniendo la capacidad de decisión sobre dónde y sobre qué se construye; ha corrompido a los partidos políticos sin distinción de credo; ha corrompido a los empresarios en busca de recalificaciones o de permisos de edificación; ha vaciado las escuelas en beneficio del ladrillo o de la hostelería, causando un fracaso escolar masivo y creando grandes bolsas de jóvenes sin ninguna cualificación y con un futuro laboral muy incierto, y ha potenciado un sobredimensionamiento del Estado que ahora resulta financieramente insostenible…” César Molinas. “Balance provisional de la catástrofe”, El País Negocios 23 de octubre de 2011.
[27] Traté de analizarlo en Jorge Riechmann, “La energía abundante y barata es un regalo envenenado”, capítulo 6 de La habitación de Pascal, Los Libros dela Catarata, Madrid 2009.
[28] Pensemos en la sanidad pública, por ejemplo. La nuestra es universal –lo que no ocurre en demasiados países del mundo–; es barata, se mire por donde se mire; y es muy eficiente. Con un gasto público por habitante de apenas 3.067 dólares por habitante (frente a 5.352 de Noruega o 7.960 en EEUU), las prestaciones son muy superiores al promedio de la UE y obtenemos resultados de entre los mejores de la OCDE (y la UE) (baja mortalidad infantil, la segunda mayor esperanza de vida, y cobertura prácticamente universal). Nos gastamos en sanidad pública sólo el 6% del PIB, menos de 70.000 millones de euros. Son datos oficiales de la OCDE. Una síntesis en Emilio de Benito, “La salud es barata, pero ¿la podemos pagar?”, El País, 4 de noviembre de 2011. Ignacio Escolar en Público (14 de noviembre de 2011) da la cifra del 6’6% del PIB en sanidad pública, y el 3’1% en atención privada: entrambas suman el 9’7% del PIB (compárese con el 11’3% de Alemania o el 16’2% de EEUU).
Pensemos en la alternativa: en países muy ricos como EEUU, pero sin cobertura universal, la gente que por una razón u otra queda desprotegida muere por enfermedades en principio curables. En Méjico uno entra en quirófano desnudo, pero con un fajo de billetes en la mano…
Y la sanidad y la educación pública se universalizaron en España a mediados de los años ochenta, cuando el PIB por habitante era de unos 5.000 dólares. Hoy, cuando la riqueza se ha multiplicado por seis (suponiendo que el PIB por habitante sea una medida de la riqueza, lo que es mucho suponer) ¿no vamos a poder permitírnoslo? Algo no cuadra aquí…
Lo que no cuadra lo explican bien Bibiana Medialdea y otros jóvenes economistas en un librito excelente que acaban de publicar, Quiénes son los mercados y cómo nos gobiernan. No es un problema de gasto excesivo o de mala gestión –aunque sin duda pueden mejorarse aspectos de gestión: no hay gestión perfecta en este mundo, igual que no hay traducción perfecta–, sino de insuficiencia de ingresos, por la desfiscalización de las rentas del capital y las rentas salariales más altas. Claro que nos podemos permitir una sanidad pública universal de alto nivel, claro que nos podemos permitir una educación pública gratuita “de excelencia” (por emplear un témino, “excelencia”, que ha terminado por vehicular una considerable dosis de ideología neoliberal/ neoconservadora), claro que podemos atender bien a ancianos y jubiladas: necesitamos para ello una estructura económica y tributaria más justa.
[29] Ken Booth, “Cambiar las realidades globales: una teoría crítica para tiempos críticos”, Papeles de relaciones ecosociales y cambio global 109, CIP Ecosocial, Madrid 2010, p. 12.
[30] Jorge Ozcáriz y otros: Cambio global España 2020-2050. El reto es actuar, Fundación General dela UCM/ Fundación CONAMA, Madrid 2008, p. 18.
[31] Citado en Worldwatch Institute: La situación del mundo 2010. Cambio cultural: del consumismo a la sostenibilidad, Icaria, Barcelona 2010, p. 169.
[32] Hoy en su compilación Pacifismo, ecología y política alternativa, Icaria, Barcelona 1987.
[33] Susan George, Sus crisis, nuestras soluciones, Icaria, Barcelona 2010, p. 19.
[34] Pier Paolo Pasolini entrevistado por Furio Colombo, “Siamo tutti in pericolo”, publicado en La Stampa, 8 de noviembre de 1975.
[35] James Hansen, Storms of my Grandchildren. The Truth About the Coming Climate Catastrophe and Our Last Chance to Save Humanity, Bloomsbury, Nueva York 2009, p. IX.