El estilo de Marx. Un extracto del libro de Vincent Berthelier
Vincent Berthelier
La obra de Karl Marx nos recuerda los gruesos volúmenes de El capital, los múltiples libros, artículos y contribuciones, las miles de páginas escritas por el revolucionario del siglo XIX, que a algunos les parece aburrido. Nada más lejos de la realidad. Porque Marx también tiene un estilo propio, hecho de imágenes concretas, fórmulas y giros llamativos que dan cuerpo y sustancia tanto a su sistema conceptual como a las polémicas que lo enfrentan a sus adversarios. Este estilo constituye el armazón lingüístico y sensible de su pensamiento, cuya riqueza presenta aquí Vincent Berthelier, insistiendo en la singularidad de la escritura marxiana.

Introducción
No todo el mundo ha tenido la suerte de leer a Karl Marx. Pero ¿quién no tiene en mente su figura, la de un hombre de mirada serena, ennoblecido por la edad y con una monumental barba blanca? Esa barba, realzada por un bigote que se mantuvo negro, evoca fácilmente la de un patriarca bíblico o la de un Papá Noel venido a ofrecer a la humanidad un futuro prometedor (la expresión no es suya, por cierto). Una reciente portada de la revista alemana Der Spiegel lo representaba incluso como un hipster con los brazos cubiertos de tatuajes1.
En la segunda mitad del siglo XIX, los hombres llevaban barba con gusto: pensemos en Bakunin, Víctor Hugo o nuestros olvidados presidentes de la Tercera República. Entonces, ¿qué interés tiene detenerse en la de Marx, por imponente que fuera? Una anécdota, para empezar: en febrero de 1882, el anciano Marx desembarca en Argel, donde tiene previsto quedarse por motivos de salud. En abril, escribe a su amigo Friedrich Engels: «Debido al sol, me he deshecho de mi barba de profeta y de mi peluca, pero (como mis hijas me prefieren así) me he hecho fotografiar antes de sacrificar mi cabello en el altar de un barbero argelino2». La imagen del «profeta» barbudo es, por tanto, la última fotografía que Marx dejó voluntariamente a la posteridad, un año antes de morir en 1883.
Al ver en esta fotografía su mirada sonriente y su aire bonachón, cuesta creer que se tomara muy en serio el papel de «Señor Profeta», como se autodenomina en otra carta3. Los aficionados al psicoanálisis podrán comentar la castración simbólica que representaba ese afeitado y la función reparadora de una fotografía de este tipo, que, en cualquier caso, no estaba destinada a salir del ámbito familiar. Los historiadores observarán que los retratos de Marx que mostraba la propaganda de los «socialismos reales» son mucho más austeros4. Pero durante mucho tiempo inspiraron la iconografía y la simbología revolucionaria: ¿acaso la CIA no montó una operación especial para atentar contra la barba de Fidel Castro5?
Las características capilares del ciudadano Karl Marx parecen contingentes, anecdóticas, insignificantes. Sin embargo, es la primera imagen que tenemos de él, la que también percibieron los numerosos visitantes que recibía en su domicilio de Londres. Kautsky, el futuro líder de la socialdemocracia alemana, destacaba la diferencia entre el dandy Engels, «siempre impecablemente vestido», y Marx, «un patriarca muy digno», pero poco preocupado por las convenciones6. No sin razón, Deleuze invitaba a imaginar «un Marx filosóficamente imberbe7». La barba abundante, símbolo a la vez de sabiduría, virilidad demiúrgica y rebelión, formaba parte integrante de Marx, de los papeles que desempeñaba o fingía desempeñar, de la impresión exterior que deseaba dar, de su manera de ser, en definitiva, de su estilo.
La apuesta que hago en este libro es tomar en serio, en la medida de lo posible, el estilo de Marx; no tanto el estilo exterior del hombre8, bastante comentado por los testigos de la época y los biógrafos, como el estilo de su obra. La forma de escribir de Marx podría parecer insignificante en comparación con sus ideas, conceptos y compromisos; sin embargo, al leer a Marx, lo primero que nos viene a la mente son las palabras, las frases, las expresiones y las imágenes.
La función de este trabajo es triple. En primer lugar, esclarecer lo mejor posible las relaciones entre la letra y el pensamiento, y discernir en qué medida el estilo de Marx es el simple producto de los hábitos literarios de su entorno y su época, o por el contrario el esqueleto inseparable de su carne teórica. Algunas de las fórmulas más memorables del pensador provienen, de hecho, de otras fuentes: «la religión es el opio del pueblo» (tomada de Kant y Hegel9); «los grandes acontecimientos históricos se repiten dos veces, la primera como tragedia, la segunda como farsa» (tomada de Hegel y Engels), etc. No hay nada aquí que pueda chocar con el marxismo, que es una acusación implacable contra el individualismo metodológico, y es natural que el estilo de Marx sea producto de su entorno, más que la invención singular de un individuo genial.
A continuación, se trata de rehabilitar la escritura de Marx, mucho menos aburrida de lo que algunos han pretendido. Pienso, entre otras cosas, en la broma de Pierre Desproges: «¿Has intentado leer El capital? Es aburrido. ¿El capital? Es como la guía telefónica, pasas tres páginas y lo dejas10». Sin embargo, es también por su fuerza verbal por lo que un libro como el Manifiesto del Partido Comunista es uno de los más leídos del mundo.
Por último, este libro quiere ofrecer al lector francés una síntesis de los estudios ya existentes sobre la cuestión. En efecto, el tema no es nuevo, pero casi todos los textos que se le han dedicado no están disponibles en francés, a excepción de un artículo muy antiguo de Franz Mehring sobre la metáfora, otro más sustancioso de Marc Angenot y Darko Suvin sobre el Manifiesto, una nota de Alain Lhomme que traza las pautas de una estilística marxista11, y diversos prólogos a las obras de Marx que a veces evocan los rasgos lingüísticos de sus tratados económicos o de su correspondencia12. El público francés no tiene acceso a la monografía fundacional (aunque un poco anticuada) de Ludovico Silva, traducida a varios idiomas y recientemente al inglés13, ni a la obra de Siegbert S. Prawer sobre Marx y la literatura mundial14 ni a las recopilaciones colectivas15 y a las decenas de artículos publicados en el mundo anglosajón y en Alemania (incluso en la antigua RDA), que se mencionarán en la bibliografía al final del volumen.
¿No corre el riesgo una empresa de este tipo de reducir a Marx, su compromiso revolucionario y su crítica radical de las relaciones sociales capitalistas a cuestiones literarias, a sutilezas estéticas en el peor sentido de la palabra? ¿No es neutralizar El capital proponer leerlo como una novela victoriana, una novela policíaca, una reescritura de Dante o de Tristram Shandy16?
Leer El Capital como literatura es como leer la Biblia como literatura: el texto ha sido tratado como un texto sagrado durante tanto tiempo y por tanta gente que tal enfoque suscita una profunda desconfianza en ciertos círculos, sobre todo si se tiene en cuenta la desconfianza que desde hace tiempo suscita el análisis «formalista» por parte del propio marxismo17.
Del mismo modo que los museos occidentales exponen ahora sin temor el arte soviético, durante mucho tiempo denostado por su fealdad y su kitsch, alabar las cualidades estilísticas de Marx parecería el último homenaje del vicio a la virtud y de la burguesía a la subversión neutralizada.
Ante este peligro, evocaré la hipótesis que guió a Prawer: a las tres fuentes del marxismo mencionadas por Engels (la filosofía alemana, el socialismo francés y la economía inglesa), se podría añadir la literatura clásica18. De hecho, gran lector de Cervantes, Shakespeare, Heine o Balzac, Marx nunca descuidó ni la literatura (recordemos sus intentos como poeta, en los que no me detendré19), ni las cuestiones de estilo. Si bien desprecia a los charlatanes, a los «estilistas pretenciosos20» y la fraseología, no por ello dejaba de ser un censor riguroso, que corregía el estilo de sus colaboradores y el suyo propio cuando dirigía una revista, y que ridiculizaba el de sus adversarios cuando se dedicaba a la panfletería (capítulos enteros de La Santa Familia —no los más interesantes, sin duda— están constituidos por críticas de este tipo).
Dejando de lado estos hábitos puristas heredados de su educación21, si la dimensión literaria destaca tanto en la obra de Marx, siempre que se le preste la atención suficiente, es porque su estilo acompaña constantemente al pensamiento, incluso lo precede. En su escritura, en sus formulaciones, en sus imágenes, ya hay un razonamiento implícito, que no siempre se revela por completo y que tal vez encierra algunos de los nudos y los impensados de la filosofía marxista. Sin embargo, si esta hipótesis no se verificara o no resultara convincente, este trabajo siempre habrá servido para que los literatos y los dandis lean a Marx, lo cual no les hará ningún daño.
Plan de la obra
El primer capítulo tratará del material mismo con el que se forja el estilo: la lengua, o más bien las lenguas, de Marx. Los capítulos siguientes, dedicados a los rasgos estilísticos más destacados de la obra, están organizados por figuras, siguiendo la tradición retórica: figuras de construcción (inversión y repetición), de enunciación (cita y polifonía), de pensamiento (ironía) y de sentido (metáforas). La naturaleza de los rasgos estilísticos abordados permite comprender que el estudio estilístico de un escritor en lenguas extranjeras es, en realidad, un obstáculo muy secundario. El último capítulo ampliará la perspectiva a la arquitectura general de las obras y a los tipos de lectura que estas proponen. Como el búho de Minerva solo sacude sus plumas al caer la noche, volveré, al final del recorrido, sobre lo que hay que entender por estilo —un concepto cuya eminente plasticidad exige un enfoque inductivo— y sobre lo que significa convertirlo en el de Marx.
Extracto del capítulo 5: El velo, la escena, el topo: algunos desvíos metafóricos
El pensamiento subterráneo
En El Dieciocho Brumaire, además de un análisis del golpe de Estado, Marx ofrece un complemento a su teoría de la revolución: esta no es solo la consecuencia de una evolución de las fuerzas productivas que entran en contradicción con los marcos sociales anteriores, sino que está dirigida por actores que desempeñan un papel extraído de un imaginario colectivo, a veces preexistente (los revolucionarios de 1789 interpretan a los romanos de la República), a veces aún por inventar, como es el caso de la futura revolución comunista. Como sus roles aún están por escribir, la revolución toma caminos tortuosos para llegar a su objetivo y, a veces, parece ir por mal camino o avanzar a ciegas. Marx ilustra estos elementos con una imagen muy realista, en todos los sentidos de la palabra: el topo. En este caso, la revolución de 1848 parece haber reforzado el poder del ejecutivo al llevar a Bonaparte al poder; pero el topo simboliza el trabajo invisible de socavamiento que ha realizado:
[La revolución] perfecciona el poder ejecutivo, lo reduce a su expresión más pura, lo aísla, lo coloca frente a ella como un único objetivo para concentrar todas sus fuerzas destructivas contra él. Y cuando esta segunda mitad de su trabajo preparatorio haya sido completada, Europa saltará de su asiento y exclamará: «¡Bien has cavado, viejo topo22!».
La imagen del topo está tomada de Shakespeare, en el primer acto de Hamlet: el fantasma del rey asesinado, pidiendo venganza, aparece sucesivamente en diversos lugares de la escena, como si se moviera bajo el suelo23. La réplica de su hijo Hamlet es una intrusión de lo cómico en la tragedia, al igual que en Marx es una intrusión del optimismo revolucionario en un momento de confusión política.
Encontramos otra referencia al topo24 en un discurso pronunciado en 1856 en el banquete del People’s Paper. Volviendo sobre las revoluciones de 1848, el discurso retoma un enigma inquietante: la coexistencia, por un lado, de las formidables revoluciones de la ciencia y la técnica y, por otro, el embrutecimiento de los trabajadores modernos y la impresión de decadencia generalizada que emana de ellos.
Algunos partidos pueden lamentarse por ello; otros pueden desear deshacerse de las técnicas modernas para deshacerse de los conflictos modernos. O pueden imaginar que un progreso significativo en la industria debe ir acompañado de un retroceso igualmente significativo en la política. Por nuestra parte, no nos equivocamos sobre la forma del espíritu astuto que sigue marcando todas estas contradicciones. […] En los signos que desconciertan a la clase media, a la aristocracia y a los pobres profetas de la regresión, reconocemos a nuestro valiente amigo Robin Goodfellow, el viejo topo que puede trabajar tan rápido en la tierra, ese valiente pionero: la Revolución25.
Una vez más, el topo es una metáfora de la Revolución, cuya labor subterránea va en contra de los signos aparentes. Es una metáfora hegeliana, no solo porque Marx la toma prestada de Shakespeare a través de Hegel26, sino porque, en un sentido más amplio, el topo ilustra el curso de la historia, que avanza, pero avanza a ciegas, de forma discontinua, con (como en Hegel) aparentes retrocesos. Pero, a diferencia de Hegel, que relaciona al topo con imágenes más nobles, Marx lo reduce a lo prosaico. De ahí viene la mezcla de referencias: se parte de la tragedia de Hamlet para llegar al burlón Puck (Robin Goodfellow) de El sueño de una noche de verano.
Para Peter Stallybrass, la imagen cómica del topo es una forma de resolver simbólicamente un problema teórico: por un lado, las revoluciones se hacen a partir (de los trajes) del pasado. Por otro lado, la revolución proletaria, acontecimiento puro y ruptura radical con el orden presente, es irrepresentable. La solución encontrada por Marx es, por tanto, reproducir el gesto subversivo de Hamlet y cambiar los trajes antiguos por una forma irreverente. Así como Hamlet es el retrato de su padre (que se le aparece con su traje más digno, con armadura), pero se refiere a él llamándolo «viejo topo», la revolución proletaria toma la forma de un topo y un duende, dos figuras de la indeterminación[27].
El topo merece que nos detengamos en él, no solo porque es una forma optimista, irreverente y hegeliana de representar la revolución, sino porque proporciona un modelo mucho más amplio para pensar la historia, la economía o las ciencias:
[…] las ciencias, cuyo curso histórico solo conduce al punto de partida efectivo tras mil rodeos y meandros. A diferencia de otros arquitectos, la ciencia no solo dibuja castillos en España, sino que construye algunos pisos habitables antes de colocar la primera piedra del edificio28.
Estamos muy lejos aquí de la metáfora arquitectónica rígida y binaria de la base y la superestructura; pero no tan lejos del topo que excava su laberinto bajo los cimientos posibles29. Un poco más adelante en la Contribución, la ciencia pasa de ser comparada a comparante, pero siempre según el mismo esquema subterráneo:
Así como en la espalda de los alquimistas, cuando querían hacer oro, nacía la química, así también, en la espalda de los poseedores de mercancías, cuando persiguen su figura encantada [el oro], nacen las fuentes de la industria mundial y del comercio mundial30.
El progreso científico por el cual una falsa ciencia se convierte en ciencia tiene algo de mágico, de alquímico; lo mismo ocurre con el hecho de que la acumulación de oro da lugar al mercado mundial, incluso antes de ser una moneda mundial. Marx analiza no solo las ilusiones que tienen una eficacia social, sino también los procesos invisibles que escapan a quienes los llevan a cabo. Incluso la teoría del valor de Marx, ese valor siempre presente y activo en las relaciones económicas, sin manifestarse nunca directamente en los precios visibles, forma parte de este pensamiento subterráneo. Ampliamente comentada como alegoría de la revolución y marca del teleologismo de Marx31, el topo es sobre todo la alegoría de un pensamiento materialista y dialéctico que se distingue del empirismo.
Notas
1 « Hatte Marx doch recht? », Der Spiegel, n.º 1, 2023.
2 Carta a Engels del 28 de abril de 1882, citada por Marcello Musto, Les Dernières Années de Karl Marx : une biographie intellectuelle 1881-1883, A. Burlaud (trad.), París, Presses universitaires de France, 2023, p. 218.
3 Carta a Engels del 27 de junio de 1867, en Karl Marx y Friedrich Engels, Correspondencia, G. Badia y J. Mortier (trad.), París, Éditions sociales, 1981, t. VIII (enero de 1865-junio de 1867), p. 401.
4 Marcello Musto, Les Dernières Années de Karl Marx, op. cit., p. 218. Véase, a modo de comparación, el busto que le hizo su bisnieto, el escultor Karl-Jean Longuet, que participa de la misma mitología del genio de frente fecunda y mirada visionaria.
5 François Bougon, «Ces 638 fois où la CIA a voulu se débarrasser de Fidel Castro», Le Monde, 26 de noviembre de 2016.
6 Citado por Marcello Musto, Les Dernières Années de Karl Marx, op. cit., p. 40.
7 Gilles Deleuze, Diferencia y repetición, París, Presses universitaires de France, 1968, p. 4.
8 Una de las concepciones extraliterarias más interesantes del estilo fue elaborada por Giorgio Agamben, «Per un’ontologia dello stile», en L’uso dei corpi, Vicenza, Neri Pozza, 2014, pp. 286-297. Se encuentra una reformulación en Marielle Macé, Styles : critique de nos formes de vie, París, Gallimard, 2016. Véase también el concepto de «postura» en Jérôme Meizoz, L’œil sociologue et la littérature, Ginebra, Slatkine Érudition, 2004.
9 Véase Paul Clavier, «La religion, opium du peuple ? La réfutation pratique de la religion selon Karl Marx», en C. Bouriau, Y. Meessen y F. Larminach (dir.), Philosophie et religion : nouvelles approches, Nancy, Éditions de l’université de Lorraine, 2023, pp. 35-47.
10 Pierre Desproges, Textes de scène, París, Seuil, 1988, p. 62. Véase más abajo, el capítulo 7.
11 NB: Utilizaré, según el uso habitual, el adjetivo «marxiano» para referirme directamente a Marx, mientras que «marxista» se refiere al marxismo como corriente política e ideológica.
12 Franz Mehring, «Karl Marx et l’allégorie», en D. Riazanov (dir.), Karl Marx, homme, penseur et révolutionnaire, París, Éditions sociales internationales, 1928, pp. 64-69; Marc Angenot y Darko Suvin, « L’implicite du manifeste : métaphores et imagerie de la démystification dans le «manifeste communiste» », Études françaises, vol. 16, n.º 3-4, 1980, pp. 43-67; Alain Lhomme, «Le style de Marx», Question Marx, en línea, 27 de enero de 2012. En cuanto a los prólogos, cabe mencionar los de los editores de Karl Marx y Friedrich Engels, Correspondance, G. Badia y J. Mortier (trad.), facsímil de los dos primeros volúmenes, París, Les éditions sociales, 2019, tomos 1 y 2 (1835-1851), de Karl Marx, Contribution à la critique de l’économie politique, G. Fondu y J. Quétier (trad.), París, Les éditions sociales, 2014, p. 17-24, de Karl Marx, El capital. Critique de l’économie politique, libro 1 (1867), J.-P. Lefebvre (trad.), París, Les éditions sociales, 2022, o las numerosas citas del Manifiesto: por Émile Bottigelli (Karl Marx y Friedrich Engels, Manifeste du parti communiste (1848), G. Raulet (ed.), É. Bottigelli (trad.), París, Flammarion, 1999), por Umberto Eco (Karl Marx y Friedrich Engels, El Manifeste du parti communiste, F. Brière (trad.), París, 10/18, 2004), o, la más reciente, por Éric Vuillard (Karl Marx y Friedrich Engels, Manifeste du parti communiste (1848), G. Cornillet (trad.), París, Les éditions sociales, 2023).
13 Ludovico Silva, El Estilo literario de Marx, México, Siglo XXI, 1971. Traducción al inglés: Ludovico Silva, Marx’s Literary Style, P. B. Núñez (trad.), Londres, Verso Books, 2023.
14 Siegbert S. Prawer, Karl Marx and World Literature, Londres, Oxford University Press, 1976.
15 Cabe citar, entre otros: Samir Gandesha y Johan F. Hartle (eds.), Aesthetic Marx, Londres, Bloomsbury Academic, 2017; Michael Bies y Elisabetta Mengaldo (eds.), Marx konkret: Poetik und Ästhetik des Kapitals, Gotingena, Wallstein Verlag, 2020.
16 Véase Anna Kornbluh, «London, Nineteenth Century, Capital of Realism: On Marx’s Victorian Novel», en Realizing Capital, Nueva York, Fordham University Press, 2014, pp. 113-136, William Clare Roberts, Marx’s Inferno: The Political Theory of Capital, Princeton, Princeton University Press, 2017 y Francis Wheen, Marx’s Das Kapital: a biography, Londres, Atlantic, 2006, p. 42. En cuanto a la novela policíaca, la sugerencia (mucho más pertinente) fue hecha por Alix Bouffard en el programa de France Culture «Grande traversée: Karl Marx l’inconnu» (episodio 4: «Dans l’antre du Capital»), del 23 de julio de 2020.
17 Duncan Large, «Karl Marx’s Shandean Humour: Scorpion und Felix and its Aftermath», en K. Viewig, J. Vigus y K. M. Wheeler (eds.), Shandean humour in English and German literature and philosophy, Londres, Routledge, 2013, p. 110-123.
18 S. S. Prawer, Karl Marx and World Literature, op. cit., p. 82.
19 Véase Karl Marx, Poésies, H. Fleury, É. Lohr y G. Lohr (trad.), Montreuil, l’Insomniaque, 2014 y Marcel Ollivier, Marx et Engels poètes romantiques, París, Spartacus, 2014.
20 Sobre Chateaubriand, en su carta a Engels del 26 de octubre de 1854 (Karl Marx y Friedrich Engels, Correspondencia, G. Badia y J. Mortier (ed.), París, Éditions sociales, 1974, t. IV (julio de 1853-junio de 1857), p. 168).
21 Sobre el Marx purista, véase lo que dice Liebknecht (Paul Lafargue y Wilhelm Liebknecht, Souvenirs sur Marx, París, Éd. du Sandre, 2008, pp. 37-39).
22 Karl Marx, El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, op. cit., p. 187.
23 Hamlet: «Bien dicho, viejo topo. ¿Tan rápido trabajas en la tierra? / ¡Un pionero digno!» (acto I, escena 5, en William Shakespeare, Hamlet, Harold Jenkins (ed.), Londres, Thomson Learning, 2005, p. 225).
24 Aparte de su uso en los manuscritos preparatorios de la tesis de Marx: «el topo del verdadero saber filosófico que nunca cesa en su trabajo» (Karl Marx, Diferencia entre la filosofía de la naturaleza de Demócrito y Epicuro, J. Ponnier (trad.), Burdeos, Ducros, 1970, p. 198).
25 Karl Marx, « Fourth Anniversary Banquet of The People’s Paper », art. citado. Traducción mía.
26 En Hegel (en Leçons sur l’histoire de la philosophie, III, 3, cap. E: «Résultat final»), el topo es una imagen del Espíritu. Véase Martin Harries, «Homo Alludens: Marx’s Eighteenth Brumaire», New German Critique, n.º 66, 1995, pp. 35-64; David Farrell Krell, «The Mole: Philosophic Burrowings in Kant, Hegel, and Nietzsche», boundary 2, vol. 9/10, 1981, pp. 169-185; Margreta de Grazia, «Teleology, Delay, and the «Old Mole»», Shakespeare Quarterly, vol. 50, n.º 3, 1999, pp. 251-267.
27 Peter Stallybrass, ««Well grubbed, old mole»: Marx, Hamlet , and the (un)fixing of representation», en J. E. Howard y S. C. Shershow (dir.), Marxist Shakespeares, Londres, Routledge, 2000, p. 16-30. Para Martin Harries, este dilema se resuelve gracias a la alusión: «Marx recomienda olvidar el pasado, pero el lenguaje tomado prestado de esta recomendación proporciona un incentivo indirecto para indagar en las fuentes históricas de este lenguaje. La alusión obliga a reconocer los usos que un discurso encuentra en el pasado, incluso la genealogía de una frase». (Martin Harries, «Homo Alludens», art. cit., p. 61)
28 Karl Marx, Contribución a la crítica de la economía política, op. cit., p. 98.
29 Para Kant, las galerías de topos de la metafísica impiden construir un edificio filosófico sólido (Crítica de la razón pura, «Dialéctica trascendental. Las ideas en general»).
30 Karl Marx, Contribución a la crítica de la economía política, op. cit., p. 183.
31 Daniel Bensaïd, «Revolutions: Great and Still and Silent», en Mike Haynes y Jim Wolfreys (dir.), History and Revolution. Refuting revisionism, Londres, Verso, 2007.
Fuente: Contretemps, 14 de mayo de 2025 (https://www.contretemps.eu/style-marx-extrait-vincent-berthelier/)